Liz quedó mirando como la puerta se cerraba detrás de él. Se había
marchado y esta vez no podía correr a buscarlo, aunque antes eso tampoco había
cambiado nada.
Las palabras de Cristhian le quedaron resonando en la mente, era cierto,
aunque ahora eran poco más que extraños no siempre había sido así.
Amigos, amantes, familia…en cierta forma habían sido todo aquello y,
alguna vez, pensó que lo seguirían
siendo para siempre.
Trató de recordar la primera vez que lo había visto, había sido muchos
años atrás, casi veinticinco, cuando ella tenía cuatro y el siete.
Había sido el día que su abuela la había llevado a vivir con ella, tras
la muerte de sus padres en el accidente, Cristhian vivía en la casa de al lado
con su madre. Aquella mañana de invierno, mientras ella se aferraba con fuerza
a la mano de su abuela y caminaban por la entrada hacia la casa, él había
estado en la vereda y la había mirado fijamente con aquellos ojos oscuros que
siempre le traspasaban el alma.
Habían pasado tantos años pero aún recordaba con claridad ese momento,
el viento frío sobre su cara manchada con rastros de lágrimas, la mano cálida
de su abuela y la mirada de él.
La amistad entre la madre del chico y su abuela, había terminado
uniéndolos. Pasaban la mayor parte del tiempo juntos y la presencia de él había
sido de gran ayuda para superar la pérdida de sus padres.
Parecía que la mantenía ocupada a propósito y sin darse cuenta había
vuelto a reír mientras compartía las horas de juego con Cristhian.
Se había vuelto una parte indispensable de su mundo infantil, tanto que
había hecho un gran escándalo el día que él había comenzado las clases, odiaba
verlo irse y esperaba ansiosa su regreso mirando por la ventana.
-No llegará antes porque lo esperes allí…-solía decirle su abuela , pero
ella continuaba esperándolo con obstinación y su carita se iluminaba cuando lo
veía acercarse por la vereda. Entonces corría a su encuentro, imaginando que
crecería rápido y podría ir a la escuela pronto. Pero descubrir que no irían
juntos porque él era mayor, le causó una nueva desilusión, aún así el día que
comenzó a ir a la escuela fue muy feliz. Aunque fueran a diferentes cursos,
iban a la misma escuela y Cristhian la acompañaba cada mañana, a veces incluso
le acariciaba la cabeza antes de que ella entrara a su clase.
-Ten un buen día pelirroja y si alguien te molesta, me buscas en el
recreo– solía decirle y ella sonreía sabiendo que podía contar con él.
Allí en la escuela había descubierto que Cristhian era un chico bastante
solitario, era popular, buen alumno y bueno en los deportes pero no se daba mucho con sus compañeros y pasaba
mucho tiempo con ella a pesar de la diferencia de edad.
También en aquella época había descubierto el baile, a fin de año, Liz
tuvo que bailar para la obra escolar de su curso y descubrió cuanto le gustaba
bailar.
Después de la obra, cuando llegó a su casa no dejó de dar giros y
pasitos en todo el día, incluso recreó su
parte para Cristhian, a pesar de que él la había visto en el escenario.
-Y luego giro así y así ….- le explicó levantando los brazos y riendo.
Bailar la hacía reír.
-Te ves muy linda bailando, me gusta cuando bailas…- dijo él y aquellas
palabras fueron una sentencia. No dejó de molestar a su abuela hasta que la
anotó en clases de danza. Y en su interior decidió que el resto de su vida iba
a bailar, bailar para Cristhian Kensington.
Pero eso había sido muchos años atrás, y ahora ella estaba en una cama
de hospital y le habían dicho que ya no podría bailar. Estaba cansada, cansada de superar pérdida y
reinventarse una y otra vez, lo había hecho cuando había perdido a sus padres,
cuando había perdido a Cristhian y cuando había perdido a su abuela. Cada vez
que se había caído, se había levantado, ya no tenía fuerza, ya no más…
Se largó a llorar. Sin nadie que la viera, sin necesidad de hacerse la
fuerte lloró porque su mundo volvía a
derrumbarse.
Aquella mañana cuando llegó al hospital y los médicos pidieron hablar
con él, Cristhian se alarmó, pero luego de hablar con ellos estaba más bien
enojado que preocupado. Le habían dicho que Liz había decidido que no iba a
hacer la rehabilitación y que probablemente estaba cayendo en un estado
depresivo debido a su estado.
Eso significaba que estaba
dándose por vencida y eso lo hacía sentir tan mal que le generaba rabia, ella
siempre había sido fuerte, valiente, con
un carácter tan intenso como el rojo de su cabellera.
Ella no podía renunciar a sí misma, no iba a permitirlo.
Cuando entro a la habitación tenía expresión de enfado y le habló a Liz
con dureza.
-¿Se puede saber qué estás pensando?
-Buenos días para ti también, Cristhian.
-No te hagas la tonta Elizabeth, no te queda. Los médicos acaban de
decirme que no quieres hacer la rehabilitación, y es la mayor tontería que he
escuchado.
-Es mi cuerpo, tengo derecho a elegir. Y nadie sabe el resultado ni
pueden garantizarme que vuelva a caminar, no tengo ganas de pasar por toso ese
procesos para nada.
-Ni siquiera sabes cómo resultara, tienes que hacerlo.
-¡Déjame en paz! Ni siquiera podré volver a bailar, qué caso tiene…
-El caso de que estás viva y debes intentarlo. No es tu costumbre darte
por vencida.
-Tienes razón, eso es más bien una de tus costumbres – dijo ella
enfadada y él apenas pestañeó al recibir el golpe que significaban aquellas palabras.
-Vas a hacer el tratamiento.
-No tienes ningún derecho a decirme qué hacer.
-No quiero verte postrada el resto de tu vida.
-¿Qué más te da? No tienes que verme, ¿recuerdas? Nos somos nada y
tampoco tienes que jugar caballero
andante para mí, ya somos grandes. Tengo mi propio dinero para mantenerme así
que no tienes que hacer caridad…
-¡ELIZABETH! – protestó y de haber sido otra la situación la habría
zamarreado para hacerla entrar en razón. Que no hubiera nada entre ellos no
significaba que no le importara o que no se preocupara por ella, ¿cuándo se habían
vuelto extraños?
-Vete , por favor, quiero estar sola..-dijo ella y subió la manta que la
cubría como si pudiera usarla de escudo para apartarlo.
-De acuerdo, descansa. Pero esto no termina aquí – le dijo antes de
salir y ella emitió un pequeño gemido de
angustia. No tenía fuerzas para luchar contra él y cuando algo se le ponía en mente,
era implacable.
Sin embargo, no soportaba su lastima. Demasiado tenía con sentirse
miserable para que Cristhian Kensington le recordara todo lo que había perdido,
incluyéndolo a él.
guau todas las historias de ustedes me encantan, cada dia me emociono al ver que han subido algun cap nuevo de una novela, con esta historia en particular estoy con los nervios de punta, quiero saber el pasado de ellos, por que llegaron a ser "extraños", tengo tantas dudas, ojala y se resuelvan pronto. Gracias por todo.
ResponderEliminarGracias Yocelyn, me alegra poder leer tus comentarios nuevamente!!!!
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