Ua vieja historia que tenía archivada e inconclusa, a ver si logro que siga su rumbo...espero les guste
La muchacha golpeó la puerta y entró.
Él estaba de espaldas mirando por los grandes ventanales mientras
hablaba por teléfono. Su voz era firme y
sus palabras tenían un tono imperioso. Se volvió ligeramente hacia ella y le
hizo un gesto para que dejara las carpetas sobre el escritorio. Luego siguió hablando
ignorando totalmente su presencia.
La joven secretaria se retiró cerrando la puerta tras de sí. Era un
hombre muy atractivo, alto, de cabello y
ojos oscuros, impecablemente vestido con los mejores trajes a medida, no había
nada que desentonara en él. Era , además, un genio de las finanzas, todo lo que
tocaba se volvía oro. Las mujeres lo admiraban y al principio ella no había
sido la excepción.
Él no tenía una relación estable, sino que salía con distintas mujeres a
las que parecía no darle demasiado valor, seguramente era un buen amante porque
era la clase de hombre que hacía todo bien pero ella no se lo imaginaba en una
situación apasionada, donde se dejara llevar perdiendo el control. En este
punto la chica suspiró, al trabajar con él , había descubierto que era un
hombre temible, no demostraba ninguna clase de sentimientos, era totalmente
frío como si él mundo no tuviera ninguna importancia para él más que para
brindarle dinero y poder. Ni siquiera miraba dos veces a las personas que lo
rodeaban, sólo le importaba que obedecieran sus órdenes.
En los negocios era respetado y temido, era despiadado, no le importaba
nada con tal de conseguir su objetivo. Ella había descubierto que era un
hombre sin corazón. No recordaba haberlo
visto reír en todo el tiempo que llevaba trabajando allí, a veces hacía una
mueca similar a una sonrisa cuando estaba negociando algo pero era más bien un
gesto que recordaba a un predador al acecho, nada parecido a una sonrisa verdadera.
Él no gritaba, sólo que su voz solía tener tan frialdad cuando estaba
enojado que era más aterrador que un par de gritos locos, parecía ser que él
nunca perdía la compostura.
Ahora al recordar las ilusiones románticas que había creado al verlo por
primera vez, se reía de sí misma, aquel hombre no era humano. Y ella demasiado
inteligente como para saber que era
peligroso.
Sinceramente no creía que supiera
amar y compadecía a cualquier mujer que se relacionara con él.
Lo único que Cristhian Kensington tenía para ofrecer era soledad y una
herida en el corazón a cualquiera que se atreviera a amarlo.
Mientras ordenaba los papeles, la chica se preguntó si alguna vez una
mujer había tenido el valor suficiente.
Cristhian observó el paisaje
desde los grandes ventanales de su oficina, desde allí podía abarcar la ciudad con su mirada, desde allí podía
sentirse el dueño del mundo, de hecho no distaba mucho de serlo. No poseía el
mundo, pero nunca había deseado hacerlo, sólo había deseado tener el dinero y el
poder suficiente para que nadie pudiera despreciarlo, ni dañarlo, ser capaz de
hacer lo que él quisiera sin que nadie se lo impidiera. Sí , muchos años atrás
siendo un niño, se había prometido que sería fuerte, tan fuerte como para que
nadie se atreviese a enfrentarlo y lo había conseguido.
Ahora su nombre era recordado, la gente se movía con cuidado a su
alrededor. Apenas tenía treinta y dos años y había levantado un imperio.
También había logrado cobrar viejas deudas.
“¿Cuál es el secreto de su éxito?” le había preguntado un periodista de
una prestigiosa revista financiera y él había sonreído burlonamente para
responder que eso era un secreto que no podía revelar.
De hecho su único secreto era su voluntad, y el hecho de que no tenía
nada que perder. Había hecho lo que creía necesario sin mirar atrás, y había dejado muchas cosas en el camino. Había
cumplido su objetivo aunque su ambición no se había saciado, aún quería más,
por un instante se preguntó si nunca sería suficiente.
¿No existía nada que pudiese colmar el vacío que sentía dentro?
Llevaba una hora dando golpes y aún
no lograba quitarse la inquietud que sentía .
Para mantenerse en forma practicaba artes marciales y boxeo, aquello no
sólo contribuía a que su estado físico
fuera inmejorable sino que también
aumentaba aquella sensación de seguridad en sí mismo que lo
caracterizaba. A Cristhian le agradaba
que la sensación de seguridad, de que todo estaba bajo su control,
también tuviera un asidero corporal, no sólo era peligroso en el campo de los
negocios, también era peligroso si alguien deseaba combatir con él en una forma
más primitiva. Aunque eso no era algo factible, en el mundo civilizado en que
se movía se atacaba a la gente con informes económicos y en el mercado de
valores, no se peleaba como perros callejeros, sin embargo en su juventud había
necesitado defenderse, había necesitado saber protegerse y devolver golpe tras
golpe.
Aquello había quedado en el pasado, el tiempo lo había cambiado pero aún
tras su sofisticada fachada quedaba una
sombra de aquel joven. Lo único que no había cambiado era que siempre calculaba
todo, ya fuera la compra de acciones o el momento exacto de moverse para evitar
un golpe o para darlo. No le gustaba que nada quedara librado al azar.
Pero esta vez el ejercicio no le había servido de nada, su sparring
estaba agotado y aún así él no había logrado relajarse, llevaba un par de
noches sin dormir bien, y no podía
quitarse de encima una extraña sensación de nerviosismo que lo acosaba en los
últimos días.
Él no solía ponerse nervioso. Aquella sensación le resultaba incómoda e
improductiva.
Finalmente se bajó del ring y se dirigió a las duchas, si el ejercicio
no le servía lo mejor sería ir a trabajar.
La reunión empezó puntualmente, nadie se atrevería a hacer esperar al
Señor Kensigton. Cristhian se ubicó en el lugar central presidiendo la junta,
mientras escuchaba los informes y daba indicaciones.
De pronto las puertas se abrieron y la atención de todos se dispersó,
nadie tenía permitid interrumpir aquellas reuniones, de hecho hasta apagaban
sus celulares por orden de Kensington, sin embargo acababa de pasar algo
inaudito.
Cristhian miró a quien entraba y
todas las alertas sonaron en su cuerpo, era su secretario personal, pero más
que eso era el encargado de mantenerlo a tanto de los movimientos de una
persona y sólo tenía autorización para interrumpir si era algo relacionado con
ella. El hombre se le acercó con el rostro serio, se inclinó y le susurró
escuetas palabras al oído.
Lo que sucedió a continuación fue mucho más extraño para los presentes,
era algo que nunca habían esperado ver, la impasible expresión de aquel hombre
todo poderoso se demudó mientras palidecía, se levantaba de prisa y se retiraba
de la sala sin dar ninguna explicación.
Cristhian sabía que su secretario lo seguía pero apenas si podía pensar
en nada, sólo en ir al auto y en llegar tan pronto como fuera posible a su
lado, acababan de informarle que Elizabeth Beaumont había tenido un accidente automovilístico mientras viajaba con
su novio actual.
Escuchar
en una misma oración las palabras Elizabeth y accidente había bastado para
congelarle la sangre en las venas.
Pero que Calladito te lo tenias Boli rojo!!!
ResponderEliminarQuiero mas, mas y mas....
Oooh, muy bueno!!
ResponderEliminarVoy muy por detrás de las publicaciones, pero ya me pondré al día.
Nuevamente, muy bueno, Noona!!
Gracias!!!
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