¿Había tomado la
decisión correcta?
Aquella fue la pregunta
que se le vino a la cabeza, en cuanto sus pies bajaron del coche familiar de
Harry.
Pero al observar la
enorme casa inglesa, color borgoña, sus nervios afloraron por primera vez en
aquella nueva aventura de su vida.
Sentía un pequeño
impulso de salir corriendo, hacia la casa de sus padres. Pero ya era tarde. Se
hallaba a miles de quilómetros de ellos.
Debía ser fuerte y
valiente.
Una oportunidad como
aquella, no se te brindaba muchas veces en tu camino.
Su ataque de nervios,
infundado por cierto temor de hallarse allí en Londres. Era por una
posibilidad, que tarde o temprano iba ha tener que afrontar. Iba a ser
imposible evitarla, al tener que estar allí los cinco años siguientes.
Aunque en aquella casa,
no viviera él. No significaba que no fuera a pasar de visita.
Aquel era su verdadero
miedo.
¿Seguiría su corazón
sintiendo lo mismo que la última vez?
Tenía que tener
cuidado, pues Fiona y Harry podían darse cuenta. Oh incluso el mismo Gregory…
Sí eso ocurriera, pasaría la mayor vergüenza de su vida.
-Quita esa cara larga
–Ordenó Harry risueño, al acercarse a su lado con las dos maletas que había
guardadas en el maletero-. Todo va a ir de maravilla.
Cogió aire
profundamente y asintió con la cabeza.
-Soy una tonta, lo se
–Respondió aún algo nerviosa en su tono de voz.
Se giró a mirar al hombre
con una tímida sonrisa, para agacharse y coger la pequeña maleta que tenía a
sus pies.
-Venga, vamos dentro
que seguro están impacientes por tu llegada –Animó éste, al tiempo que se
inclinaba y cogía las dos maletas pesadas de la joven.
Sí, había sido una
tonta. Se recriminó media hora después tumbada en la cama del que iba a ser su
dormitorio.
Nada más entrar por la
puerta, Fiona y los tres niños se habían abalanzado sobre ella, con grandes
besos y abrazos. Para después arrastrarla hacia un gran salón, en donde en la
mesita de café que había entre dos oscuros sofás, había una enorme tarta de
nata hecha por los niños.
¡Y su dormitorio era
enorme!
Se hallaba en lo alto
del todo de la vivienda. Era simplemente magnifico, pues aquello prácticamente
parecía un apartamento, salvando que no había cocina.
Pero sí, una enorme
sala de estar con un sofá y televisor en medio. Más un enorme tablero que hacía
de escritorio, con dos ordenadores. Y por no mencionar los montones de libros
que descansaban en la estantería del fondo.
A pesar de que iba a
estar allí arriba sola, le habían dado a escoger entre dos dormitorios iguales.
Optando por quedarse con el que tenía un pequeño balcón.
Debía de
tranquilizarse. No había nada que temer. Realmente era una chica muy
afortunada, por poder contar con unos amigos como aquellos.
Mejor dejaba de darle
vueltas a la cabeza y comenzaba a moverse. Pues la habían dejado tranquila,
para que se diera una ducha. Las maletas, ya tendría tiempo de deshacerlas al
día siguiente que era Domingo. Ahora, tenía que darse prisa pues querían salir
a dar un paseo por el barrio, para tomar todos un café y así, conociera un poco
las calles de su alrededor.
Tenía sed.
Ha decir verdad,
llevaba casi una hora en la cama dando vueltas. Pero no sabía qué hacer. El
reloj de la mesilla de noche, marcaba las ocho de la mañana. No creía que
hubiera nadie en pie, dado que no se escuchaba ningún ruido.
Aquel, había sido un
dato importante que se había olvidado de preguntar. ¿Cuándo comenzaba la vida
en aquella casa?
Ella, estaba
acostumbrada hacerlo siempre entre las siete, y siete y media de la mañana.
Pero ya no podía aguantar más, tenía que bajar a la cocina. Tenía que quitarse
de lamente, el pensar que era una intrusa. Ya le habían informado que aquello
era su casa. Tenía libre acceso a todo.
De modo, que podía
bajar a la cocina. Salvo que no tenía que hacer ruido, hasta que se
acostumbrara a la rutina de todos.
Se hallaba de cara al
fregadero, tomándose con cierta calma un fresco vaso de sumo de naranja, cuando
le pareció escuchar un ruido tras de sí.
Se dio la vuelta con
cierta vergüenza por no estar aún acostumbrada a la intimidad de aquella
familia. Preparada con un suave saludo, que se calló al ver como Harry estaba
medio dormido delante del frigorífico, vestido con unos calzoncillos algo
grandes. Los cuales, de una pierna se hallaban subidos hasta media nalga, pues
se la estaba rascando con ritmo harmonioso mientras decidía que escogía del
interior del frigorífico.
Aquello, era una fuerte
impresión. Sus mejillas se sonrojaron de forma violenta. Ahora dudaba entre
saludarlo o escabullirse de allí, sin que éste se diera cuenta.
Pero en medio de
aquella decisión, un movimiento en el marco de la puerta hizo que desviara la
mirada.
Era Fiona.
Quien apoyada en el
quicio con los brazos cruzados, volteaba los ojos al techo ante el espectáculo
de su marido.
Pero cuando iba hablar
para advertirle de su irrespetuosa indumentaria, éste las pilló de sorpresa al
tener un libre ataque de flatulencia muy sonoro.
Las dos se miraron con
los ojos abiertos como platos por unos segundos, antes de romper el silencio de
aquel lugar con sus carcajadas, alertando al hombre de que no estaba solo.
-¡Mierda Fiona!
Exclamó entre
avergonzado y furioso, al tiempo que corría a esconderse tras la enorme
mesa-barra de cocina. Pero las dos aún seguían riéndose de él, con lágrimas en
los ojos.
-Has visto que me he
levantado como siempre y no me has advertido –Siguió reprochando en un
gruñido-. Podrías recordarme, que ahora vive con nosotros Megan. ¡Iba medio
dormido!
Intentó defenderse por su
comportamiento, pero el daño ya estaba hecho. Y le iba a costar caro por unos
días, al ver que éstas no podían dejar de reírse.
De pronto, el hombre
achicó la mirada en dirección a su mujer.
-Seguro que esto lo
hiciste en venganza, por lo mucho que odias éstos calzoncillos que uso para
dormir –Masculló alzando la cabeza con orgullo-. Bien, pues no conseguirás que
vayan al cubo de la basura –Caminó hacía donde estaba Fiona-. Buenos días
chicas, voy a darme una ducha.
Ahora sí. Después de
ver aquella escena doméstica, sabía que no tenía nada que temer. Aquella
familia, era igual de loca que la suya. Solo tenía que ser ella misma. Y todo
iría bien.
Una semana después, se
sentía como una integrante más de aquella familia. Verdaderamente, los chicos
la habían aceptado como una hermana nueva y el matrimonio, como si hubieran
adoptado una chica más.
Ya se conocía el barrio
a la perfección y la parada del metro, que comenzaría a frecuentar una semana
después. Incluso toda la familia, la había acompañado al campus para que no se
perdiera sola la primera vez.
Se sentía feliz.
Ahora, solo tenían que organizar un horario concorde
para todos en las tareas del hogar y actividades extra-escolares.
De ese modo, todos
ayudarían un poco y gozarían de cierto tiempo libre, sin acabar locos por el stress
al correr de un lado para otro.
En aquel momento, se
hallaba con Fiona acabando de fregar los platos. Cuando Harry hizo acto de presencia,
silbando una alegre melodía al tiempo que jugaba con unas llaves en sus manos.
-¿Os queda algo más por
hacer chicas?
Preguntó apoyando sus
manos en la barra de la cocina.
-No –Respondió Fiona-.
¿Por qué?
Harry se enderezó
sonriente, para mirar a Megan.
-Me dijiste que tienes
carnet de conducir…
Fiona lo interrumpió
alarmada.
-¡Y un cuerno! –Exclamó
horrorizada la mujer mayor, confundiendo por un momento a la joven-. ¡No, dios mío!
No pienso dejar que la chica pase por ese infierno.
¿Qué diantres ocurría allí?
Se preguntó Megan, al
ver como el matrimonio mantenía un duro pulso con la mirada.
-Cariño, no empieces –Susurró
entre dientes.
-Solo estoy señalando,
que eres el profesor más pedante de todo Londres –Soltó con cierto sarcasmo-. Hasta un chimpancé, lo haría mejor que tú.
Así que era aquello.
Querían que se acostumbrara a la forma de conducir de aquel país.
-Lo dice, quien acabó
llevándose por delante a un coche patrulla al meterse en dirección contraria –Puntilleó
cruzándose de brazos.
Fiona, soltó de un
golpe el trapo de cocina encima de la encimera.
-¡Que querías que
hiciera, sino parabas de gritarme que girara y encima, con tus manos delante de
mis narices! –Refunfuñó.
-Eso no es verdad –Juntó
las cejas Harry enfurruñado.
-Te recuerdo que se
bajó el ocupante del vehículo de atrás –Alzó
una ceja-. Y les contó a los agentes, que solo hacías que agitar las manos y
casi estabas encima de mí.
-¡Era otra mujer! –Bramó
con chulería, sabiendo que aquello molestaría a su mujer. Se negaba aceptar del
todo la verdad.
Fiona, cogió aire tan
profundamente que sus fosas nasales se vieron más grandes.
-Muy bien –Se cruzó de
brazos con cierto brillo en sus ojos-. Iremos los tres en el coche. Y como no
aguante más de diez minutos ella, sin patearte el culo. Me prometes que tiraras
tus calzoncillos a la basura.
¡Hay dios mío! Pensó
sorprendida Megan al ver la decisión que le caía sobre los hombros.
-Acepto –Gruñó Harry
dándose la vuelta-. Os espero en el coche.
Megan gimió.
-¿Y los niños, qué hacemos
con ellos? Acaso se ha olvidado de ellos –Señaló sorprendida y algo histérica.
-Nos los llevamos –Soltó
decidida la mujer.
-¡Como! –Se alarmó
ella-. ¿Estás segura, creo que es peligroso con lo que contaste?
Pero Fiona no la
escuchó, ya salía hacia la planta alta de la casa para avisar a los niños del
paseo que iban a dar.
Muy divertido brujis y con tu toque usual, a esperar más
ResponderEliminar