lunes, 7 de octubre de 2013

Universitaria Y Canguro 2

¿Había tomado la decisión correcta?

Aquella fue la pregunta que se le vino a la cabeza, en cuanto sus pies bajaron del coche familiar de Harry.
Pero al observar la enorme casa inglesa, color borgoña, sus nervios afloraron por primera vez en aquella nueva aventura de su vida.

Sentía un pequeño impulso de salir corriendo, hacia la casa de sus padres. Pero ya era tarde. Se hallaba a miles de quilómetros de ellos.

Debía ser fuerte y valiente.

Una oportunidad como aquella, no se te brindaba muchas veces en tu camino.

Además, Fiona y Harry eran un matrimonio maravilloso. Sabía que iba a quererlos como unos segundos padres.

Su ataque de nervios, infundado por cierto temor de hallarse allí en Londres. Era por una posibilidad, que tarde o temprano iba ha tener que afrontar. Iba a ser imposible evitarla, al tener que estar allí los cinco años siguientes.

Aunque en aquella casa, no viviera él. No significaba que no fuera a pasar de visita.

Aquel era su verdadero miedo.

¿Seguiría su corazón sintiendo lo mismo que la última vez?

Tenía que tener cuidado, pues Fiona y Harry podían darse cuenta. Oh incluso el mismo Gregory… Sí eso ocurriera, pasaría la mayor vergüenza de su vida.

-Quita esa cara larga –Ordenó Harry risueño, al acercarse a su lado con las dos maletas que había guardadas en el maletero-. Todo va a ir de maravilla.

Cogió aire profundamente y asintió con la cabeza.

-Soy una tonta, lo se –Respondió aún algo nerviosa en su tono de voz.

Se giró a mirar al hombre con una tímida sonrisa, para agacharse y coger la pequeña maleta que tenía a sus pies.

-Venga, vamos dentro que seguro están impacientes por tu llegada –Animó éste, al tiempo que se inclinaba y cogía las dos maletas pesadas de la joven.




Sí, había sido una tonta. Se recriminó media hora después tumbada en la cama del que iba a ser su dormitorio.

Nada más entrar por la puerta, Fiona y los tres niños se habían abalanzado sobre ella, con grandes besos y abrazos. Para después arrastrarla hacia un gran salón, en donde en la mesita de café que había entre dos oscuros sofás, había una enorme tarta de nata hecha por los niños.

¡Y su dormitorio era enorme!

Se hallaba en lo alto del todo de la vivienda. Era simplemente magnifico, pues aquello prácticamente parecía un apartamento, salvando que no había cocina.

Pero sí, una enorme sala de estar con un sofá y televisor en medio. Más un enorme tablero que hacía de escritorio, con dos ordenadores. Y por no mencionar los montones de libros que descansaban en la estantería del fondo.

A pesar de que iba a estar allí arriba sola, le habían dado a escoger entre dos dormitorios iguales. Optando por quedarse con el que tenía un pequeño balcón.

Debía de tranquilizarse. No había nada que temer. Realmente era una chica muy afortunada, por poder contar con unos amigos como aquellos.

Mejor dejaba de darle vueltas a la cabeza y comenzaba a moverse. Pues la habían dejado tranquila, para que se diera una ducha. Las maletas, ya tendría tiempo de deshacerlas al día siguiente que era Domingo. Ahora, tenía que darse prisa pues querían salir a dar un paseo por el barrio, para tomar todos un café y así, conociera un poco las calles de su  alrededor.




Tenía sed.

Ha decir verdad, llevaba casi una hora en la cama dando vueltas. Pero no sabía qué hacer. El reloj de la mesilla de noche, marcaba las ocho de la mañana. No creía que hubiera nadie en pie, dado que no se escuchaba ningún ruido.

Aquel, había sido un dato importante que se había olvidado de preguntar. ¿Cuándo comenzaba la vida en aquella casa?

Ella, estaba acostumbrada hacerlo siempre entre las siete, y siete y media de la mañana. Pero ya no podía aguantar más, tenía que bajar a la cocina. Tenía que quitarse de lamente, el pensar que era una intrusa. Ya le habían informado que aquello era su casa. Tenía libre acceso a todo.

De modo, que podía bajar a la cocina. Salvo que no tenía que hacer ruido, hasta que se acostumbrara a la rutina de todos.

Se hallaba de cara al fregadero, tomándose con cierta calma un fresco vaso de sumo de naranja, cuando le pareció escuchar un ruido tras de sí.

Se dio la vuelta con cierta vergüenza por no estar aún acostumbrada a la intimidad de aquella familia. Preparada con un suave saludo, que se calló al ver como Harry estaba medio dormido delante del frigorífico, vestido con unos calzoncillos algo grandes. Los cuales, de una pierna se hallaban subidos hasta media nalga, pues se la estaba rascando con ritmo harmonioso mientras decidía que escogía del interior del frigorífico.

Aquello, era una fuerte impresión. Sus mejillas se sonrojaron de forma violenta. Ahora dudaba entre saludarlo o escabullirse de allí, sin que éste se diera cuenta.

Pero en medio de aquella decisión, un movimiento en el marco de la puerta hizo que desviara la mirada.

Era Fiona.

Quien apoyada en el quicio con los brazos cruzados, volteaba los ojos al techo ante el espectáculo de su marido.

Pero cuando iba hablar para advertirle de su irrespetuosa indumentaria, éste las pilló de sorpresa al tener un libre ataque de flatulencia muy sonoro.

Las dos se miraron con los ojos abiertos como platos por unos segundos, antes de romper el silencio de aquel lugar con sus carcajadas, alertando al hombre de que no estaba solo.

-¡Mierda Fiona!

Exclamó entre avergonzado y furioso, al tiempo que corría a esconderse tras la enorme mesa-barra de cocina. Pero las dos aún seguían riéndose de él, con lágrimas en los ojos.

-Has visto que me he levantado como siempre y no me has advertido –Siguió reprochando en un gruñido-. Podrías recordarme, que ahora vive con nosotros Megan. ¡Iba medio dormido!

Intentó defenderse por su comportamiento, pero el daño ya estaba hecho. Y le iba a costar caro por unos días, al ver que éstas no podían dejar de reírse.

De pronto, el hombre achicó la mirada en dirección a su mujer.

-Seguro que esto lo hiciste en venganza, por lo mucho que odias éstos calzoncillos que uso para dormir –Masculló alzando la cabeza con orgullo-. Bien, pues no conseguirás que vayan al cubo de la basura –Caminó hacía donde estaba Fiona-. Buenos días chicas, voy a darme una ducha.


Ahora sí. Después de ver aquella escena doméstica, sabía que no tenía nada que temer. Aquella familia, era igual de loca que la suya. Solo tenía que ser ella misma. Y todo iría bien.

Una semana después, se sentía como una integrante más de aquella familia. Verdaderamente, los chicos la habían aceptado como una hermana nueva y el matrimonio, como si hubieran adoptado una chica más.

Ya se conocía el barrio a la perfección y la parada del metro, que comenzaría a frecuentar una semana después. Incluso toda la familia, la había acompañado al campus para que no se perdiera sola la primera vez. 

Se sentía feliz.

Ahora,  solo tenían que organizar un horario concorde para todos en las tareas del hogar y actividades extra-escolares.

De ese modo, todos ayudarían un poco y gozarían de cierto tiempo libre, sin acabar locos por el stress al correr de un lado para otro.

En aquel momento, se hallaba con Fiona acabando de fregar los platos. Cuando Harry hizo acto de presencia, silbando una alegre melodía al tiempo que jugaba con unas llaves en sus manos. 

-¿Os queda algo más por hacer chicas?

Preguntó apoyando sus manos en la barra de la cocina.

-No –Respondió Fiona-. ¿Por qué?

Harry se enderezó sonriente, para mirar a Megan.

-Me dijiste que tienes carnet de conducir…

Fiona lo interrumpió alarmada.

-¡Y un cuerno! –Exclamó horrorizada la mujer mayor, confundiendo por un momento a la joven-. ¡No, dios mío! No pienso dejar que la chica pase por ese infierno.

¿Qué diantres ocurría allí?

Se preguntó Megan, al ver como el matrimonio mantenía un duro pulso con la mirada.

-Cariño, no empieces –Susurró entre dientes.

-Solo estoy señalando, que eres el profesor más pedante de todo Londres –Soltó con cierto sarcasmo-. Hasta un chimpancé, lo haría mejor que tú.

Así que era aquello. Querían que se acostumbrara a la forma de conducir de aquel país.

-Lo dice, quien acabó llevándose por delante a un coche patrulla al meterse en dirección contraria –Puntilleó cruzándose de brazos.

Fiona, soltó de un golpe el trapo de cocina encima de la encimera.

-¡Que querías que hiciera, sino parabas de gritarme que girara y encima, con tus manos delante de mis narices! –Refunfuñó.

-Eso no es verdad –Juntó las cejas Harry enfurruñado.

-Te recuerdo que se bajó el ocupante del vehículo de  atrás –Alzó una ceja-. Y les contó a los agentes, que solo hacías que agitar las manos y casi estabas encima de mí.

-¡Era otra mujer! –Bramó con chulería, sabiendo que aquello molestaría a su mujer. Se negaba aceptar del todo la verdad.

Fiona, cogió aire tan profundamente que sus fosas nasales se vieron más grandes.

-Muy bien –Se cruzó de brazos con cierto brillo en sus ojos-. Iremos los tres en el coche. Y como no aguante más de diez minutos ella, sin patearte el culo. Me prometes que tiraras tus calzoncillos a la basura.

¡Hay dios mío! Pensó sorprendida Megan al ver la decisión que le caía sobre los hombros.

-Acepto –Gruñó Harry dándose la vuelta-. Os espero en el coche.

Megan gimió.

-¿Y los niños, qué hacemos con ellos? Acaso se ha olvidado de ellos –Señaló sorprendida y algo histérica.

-Nos los llevamos –Soltó decidida la mujer.

-¡Como! –Se alarmó ella-. ¿Estás segura, creo que es peligroso con lo que contaste?

Pero Fiona no la escuchó, ya salía hacia la planta alta de la casa para avisar a los niños del paseo que iban a dar. 

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