Tres días, con sus veinticuatro horas completas son los que habían transcurrido. Y de momento, aquella planta parecía ser el polo norte. Pero sin incidente alguno que lamentar. Pero agradecía aquello, antes que hallarse inmersa en el mismísimo infierno. Pensó con cierta resignación, cuando miró su reloj y comprobó que era la hora de comer. Y tenía hambre…
Durante aquellos días, la verdad es que pocas veces habían cruzado alguna palabra. Y debía admitir, que lo veía raro al ser él su jefe, y ella su secretaria.
Guardó la carta que estaba pasando a limpio, para levantarse de su sillón y coger su bolso del cajón. Aquel día, mejor iría a la cafetería de abajo y compraría un par de bocadillos.
-Increíble.
Llegó a susurrar en el vacío de aquella sala, soltando un profundo suspiro a la vez que se dirigía hacia el ascensor. ¿Cómo podía llegar a ser tan mema? ¿Cuándo había comenzado a compadecerse de aquel aliado de Satanás? Pero aquel día, cuando ella apareció a las ocho de la mañana para comenzar su jornada laboral, él ya llevaba rato allí. Y tenía que admitir, que no lo había visto salir a desayunar. Y por lo visto, pensaba hacer lo mismo en el horario de comida.
Estaba segura, que aquello era debido a la reunión que tenían al día siguiente. Además, el que aquel espécimen endemoniado fuera un maldito borde. No significaba que ella tuviera que serlo también. No pensaba cambiar su forma de ser, por el mero hecho de hallarse trabajando bajo sus ordenes.
Unos veinte minutos después, con el pulso nervioso por aquel impulso idiota que había tenido en el último momento, salió del ascensor con el corazón bombeando al compás de sus pasos. Lentos, asustados…
Pero todo camino tenía siempre un final. Y el de aquel, era la puerta de su despacho en donde dio dos enérgicos golpes en ella, para abrirla y caminar hasta posicionarse enfrente de su escritorio.
Allí, su objetivo alzó la mirada con el ceño fruncido. Al parecer, no estaba contento con aquella intromisión.
-Que yo sepa, no te di paso –Señaló James volviendo a desviar la mirada al ordenador.
-Cierto, pero se que no iba a encontrarte deambulando por aquí en ropa interior –Soltó con humor, logrando captar su total atención.
-Pero podía estar manteniendo una conferencia de vital importancia –Replicó con tono seco.
-Y por el momento, creo que toda secretaria sabe entrar sin armar escándalo cuando es el caso –Amonestó alzando una ceja-. Toma, aquí tienes…
Abrió la bolsa de los bocadillos, para extraerle uno y dejarlo sobre el escritorio junto a una lata de refresco.
-No pedí que me trajeras nada –Comenzó hablar, pero una vez más como vieja costumbre ella lo interrumpió sin dejarlo terminar.
-Pues lo tiras por la ventana, para que se lo coman las palomas –Bramó furiosa-. Solo pensé que tendrías hambre… Pero ahora veo, que Lucifer solo se alimenta de las almas en pena –Se dio la vuelta para encaminarse a la salida-. ¡Hazte tu solito el café! –Y cerró con un fuerte portazo.
-Joder… -Silbó-. No da tiempo a darle las gracias. Maldita loca –Gruñó mal humorado y cogiendo un bocadillo para comérselo. Su olor le había recordado que no tenía nada más que un café, desde las seis de la mañana.
Solo faltaban cinco minutos para plegar. Y se hallaba mirando atentamente a la calle, por la enorme ventana que tenía en aquella sala. Afuera, empezaban a caer lindos y gordos copos de nieve. Era preciosa aquella imagen, y lamentaba el no tener su cámara de fotos allí. Adoraba el invierno y la magia que proyectaba, días cercanos a la navidad.
Por un momento, le había venido la estúpida idea de avisar a James, para que observara de aquella belleza. Pero rápido se había echado atrás, recordándose que el hombre no sabría apreciar aquello.
-Además –Habló en un hilo de voz, soltando a la vez un profundo suspiro-, para que avisar al demonio, si lo único que haría sería cargarse el paisaje con su calor.
-Y de seguro que ese comentario va dirigido a mí, como un dardo envenenado –Interrumpió su voz en la estancia, apenas iluminada por la luz de la lámpara de encima de la mesa, y la de las farolas de la calle. Causando que ella diera un pequeño respingo en el lugar.
-¿No te explicaron que es de mala educación escuchar sin permiso? –Escupió enfadada por ser pillada desprevenida, con las defensas bajas para él. Levantando la barbilla, se dio la vuelta y se dirigió a coger su abrigo y bolso.
-¿Y a ti, a llamar a la puerta? –Replicó con la sombra de una sonrisa en sus labios.
-Veo que no tuve suerte, en que te atragantaras con el bocadillo –Señaló abrochándose ya los botones de su abrigo negro de paño.
-Imposible –Su sonrisa fue más grande-. Hace falta más esfuerzo para poder liquidarme –Se llevó las manos a los bolsillos delanteros de su pantalón de diseño-. Pero muchas gracias –Vio como ella se detenía solo un instante al casi abrocharse el último botón-. Antes, no me diste tiempo a decírtelo.
-Vaya… -Dijo con todo el sarcasmo que pudo-. Lástima que no tuviera una grabadora. Creo que es la primera vez que te oigo decir esas palabras. Y me hubiera gustado tener un recuerdo de ello, y poder enseñárselo a los demás –Soltó lo último con el pecho henchido de orgullo, agarrando su bolso y poniéndoselo a través del cuello.
-No se para que demonios me molesto –Gruñó desesperado James-. Fuiste pertinente de joven, sigues siéndolo y lo serás toda tu vida –Le soltó para darse la vuelta-. Por mí, como si te pierdes y no apareces más por aquí.
Expulsando un suspiro, soltó el bolígrafo de su mano con cierta frustración, debido a que le era imposible concentrarse en los informes que tenía delante de sí. Se recostó hacia atrás en su cómodo sillón de piel negra, al tiempo que daba un giro sobre sí mismo de ciento ochenta grados, para quedar enfrente del ventanal y poder disfrutar, de la vista nocturna cubierta por la capa de nieve.
Ésta, ya había cubierto las calles, las copas de los árboles y de los coches estacionados. Pero al parecer, no era suficiente. Ya que aún seguía cayendo de forma continúa los pequeños copos.
¿Cuánto rato hacía que se había marchado ella? Se preguntó apartando hacia atrás el puño de su camisa, para comprobar la hora en su reloj plateado… ¿Las once de la noche? Abrió los ojos de forma desmesurada, ante el asombro de las horas que habían transcurrido desde la partida de la joven.
Incrédulo, bostezó notando el cansancio que le venía de sopetón. Era mejor largarse a su piso. Se puso en pie, desperezándose un poco al levantar los brazos al aire, y estirar así toda su musculatura.
Algo molesto, se sentía de estar hasta tan tarde allí. Pues no había servido para nada, dado que la mayoría de tiempo había sido perdido en pensar en Ashes.
¿Qué estaría haciendo aquellas horas? ¿Dormía o estaba disfrutando de una compañía masculina? Fuera lo que fuera, de seguro que no perdía el tiempo en pensar en él. Y sí lo hacía, era para insultarlo o criticarlo, como siempre había sido costumbre en ella.
Desde que los presentaran, que habían distado en sus ideas. Ashes, era una joven feliz, alegre sin grandes responsabilidades en aquel momento de su vida. Sin embargo, al poco tiempo de conocerse él tuvo que cambiar. Coger las riendas de su vida, para que su familia pudiera seguir como siempre.
Ya no tenía tiempo para ir con ella al cine, a dar una vuelta o lo que fuera. El que se llevaran tres años de diferencia, no importaba mucho. Ashes decía que él era joven y tenía que disfrutar. Había insistido bastantes veces los primeros meses, pero sin salir victoriosa. La diversión para él en aquella época, estaba en los libros. Alguna vez, le había reprochado que estudiara un poco más. Consiguiendo que ella lo mirara enfadada y se fuera de marcha con sus amigos, hasta altas horas de la madrugada.
Desde entonces, prácticamente podían considerarse polos opuestos. Pero con todo lo que implicaba ello. Sabían que sentían atracción mutua. Pero se negaban aceptarlo. El intentar una cosa como aquella era de locos, de seguro que se tiraban los trastos a la cabeza.
Por ello, que estaba deseando que su madre volviera lo más pronto posible de sus cortas vacaciones. Tenía miedo de que ocurriera algo que fuera completamente irreversible.
Aunque no era tonto, pensó chasqueando la lengua al tiempo que agarraba su americana del perchero, se la colocaba rápido y seguidamente hacía lo propio con su abrigo. Sabía muy bien lo que estaban tramando aquellas dos viejas pellejas. Por ello, que tenía que imponerse y ser duro con sus próximas decisiones, aunque se enfadaran con él.
Apagó la luz del despacho, cerró la puerta y se fue en dirección al ascensor, para bajar al parquin en busca de su coche. Necesitaba descansar, si quería estar bien alerta para la reunión importante del día siguiente.
Con el bol en las manos y la pala de varillas, se acercó a contestar la llamada de teléfono sin dejar de remover en ningún momento la masa anaranjada que estaba haciendo.
Aquellas horas, solo podía ser su tía y Maude que la llamaban desde el dormitorio del balneario. Un tanto más calmada, accionó el botón del manos libres y se sentó en el taburete que había allí, removiendo la masa con ritmo ligero.
-Tan aburrido es el balneario, que me tenéis que llamar para entreteneros –Habló con cierto tono risueño, y escuchando como su tía reía.
-¡Que va! –Señaló Ellois-. Es solo que Maude no podrá divertirse, ni dormir –Comentó con cierto tono frustrado-, si no se asegura de que aún sigues de una sola pieza. Y todo marcha medianamente bien.
Dejó de remover, para probar con un dedo el dulzor de aquella masa. Mientras se sorprendía, por la intuición de aquellas dos mujeres. ¿Acaso era coincidencia, que llamaran aquel mismo día tras la última discusión?
No creía que hubiera nada malo, por contarles la verdad. Se hallaban a bastantes kilómetros de distancia. Y era tontería, que interrumpieran todo a mitad de viaje por el insufrible James. Tampoco, iban a ser estúpidas de contarle a Karol, que él se hallaba nuevamente solo.
-Podéis estar tranquilas, que seguimos de una sola pieza –Informó con cierta mueca-. Pero no significa, que no haya habido momentos de desear aniquilarlo –Rebufó.
-¿Pero va por el momento todo bien? –Preguntó Ellois, con cierto tono de esperanza.
-Iba –Admitió con sinceridad, encogiendo los hombros un momento. Sabiendo las quejas que vendrían a continuación por su decisión.
Pero justo en aquel momento, el temporizador del horno comenzó a sonar en la estancia, indicándole que las galletas ya se hallaban hechas. Logrando que su tía adivinara algo, por el mero hecho de estar cocinando.
-¿Eso ha sido el horno? –Preguntó Ellois con cierto pavor en la voz-. Dime que no estas haciendo magdalenas o galletas –Acusó con cierta desesperación.
-Yo…
Estaba nerviosa por lo que iba ha desatarse a continuación con su confesión. Lo admitía, a veces ellas dos juntas daban más miedo que James.
-Lo es –Se adelantó su tía-. Por dios, Ashes que ha ocurrido.
Se acercó al horno, para bajar la temperatura un poco, pues aún tenía que meter la siguiente tanda. Cogiendo unos paños, abrió el horno y extrajo las dos bandejas con galletas de diferente variedad. Sabiendo, que tenía que decirlo. No había marcha atrás. Tarde o temprano, iban a enterarse.
-Hice todo cuanto pude. Sabíamos que era cosa difícil, pero hoy fue el colmo –Se sacó los guantes con cierto enfado.- Discutimos y él mismo, me ordenó que no fuera más –Abrió un armario, para sacar los moldes de las magdalenas.
Cuando extrañada, frunció el ceño al no escuchar al otro lado del altavoz, ninguna queja por parte de las mujeres.
-¿Hola? Tía Ellois, Maude…
Nada.
Increíble, se acercó a colgar el aparato sin salir de su asombro, al comprobar que le habían colgado la llamada. Era obvio, que se habían llevado una desilusión con todo aquello. Pero era algo de esperar.
Ya la llamarían nuevamente, cuando tuvieran pensado algo sobre el asunto. Les gustaba hacerlo todo bien, y no dejar ningún cabo sin atar.
La carretera se hallaba casi solitaria en aquellas horas, y más con la nieve que había en la calzada y calles.
Todo el mundo debía estar en sus casas, con su familia ante la chimenea o sentados en el sofá, junto a su pareja viendo la televisión. Como su hermana Karol, quien llevaba dos años felizmente casada con Richard.
Lo admitía. Llevaba un buen tiempo, envidiando su felicidad. El llegar a su solitario y frío piso, sin nadie que le diera la bienvenida hacía, que cada vez le fuera gustando menos el ir allí temprano. Comenzaba a tener la necesidad de poner el trabajo en segundo lugar. Y lo iba hacer, una vez que cerrara aquel último trato con los coreanos.
Siempre había tenido razón, la muy pícara. El éxito, no te daba lo más preciado en la vida. Que era el calor de una familia. Pero él, para que muchos pudieran tener a día de hoy aquel calor, había tenido que sacrificar bastante su juventud.
Pero sí que era cierto, que ya estaba harto de aquella representación de despiadado en los negocios. Ya no era ningún jovencito que se tenía que hacer respetar ante los trabajadores. Y tampoco quería acabar consumido como le ocurrió a su padre.
No quería que su vida solo estuviera formada por la empresa. De acuerdo, que no se había recluido como un monje. Pero, toda relación que había mantenido siempre había sido muy fría. Solo había durado el tiempo necesario, para satisfacer sus deseos básicos.
Porque para él, no existía mujer perfecta para estar a su lado y compartir una feliz vida, sino era con Ashes. Ella, lo era todo para él desde siempre.
Aunque, él para ella no. No había que ser muy listo, para saber cual era el sentimiento que le profesaba aquella joven.
El mismo con el que él la trataba, desde hacía muchos años. Dolido, por saber que también había perdido para siempre la amistad, que habían tenido los primeros meses tras conocerse. Antes de la muerte de su enfermo padre. Después, todo cambió para él cuando el mundo de los negocios se le vino encima a la temprana edad de veintiún años.
Por ello, que tenía un carácter tan despectivo con ella. No quería toparse con ella en su día a día, para poder evitar el hallarse con una escena cariñosa hacia otro hombre, que no fuera él.
Aquello, sería como clavarse un puñal en el corazón. Al igual, que lo era tener que verla cada día durante los próximos treinta días.
Si pudiera, mataba a su madre y Ellois, por darle aquel sufrimiento.
Fue entonces, cuando los altavoces del coche emitieron el pitido de una llamada entrante, al tiempo que en la pantalla del navegador salía el número de su madre.
Que coincidencia, pensó con cierto sarcasmo. Dándole la orden de aceptar la llamada, con el botón que había en el salpicadero.
-Me parece que ya estáis más que descansadas, si os halláis despiertas a éstas horas –Dijo como a modo de saludo.
-Nunca pensé que fueras tan idiota –Gruñó Maude, en respuesta a su saludo.
James sonrió divertido, ante el fuerte carácter de su querida madre.
Vale, lo se... Hoy es lunes. Debería haber un capi. Pero em dejé el lápiz usb en casa!!!!!!!
ResponderEliminarIdiota, mema... Ya me insulté yo misma. Mañana os subo el resto de la novela. Pido mil y una disculpas.
BEsos