miércoles, 6 de junio de 2012

Magia En Nottingham 2

  Aparcó su Renault, en el garaje.  Aquella, sería la última vez que lo haría por mucho tiempo.  Sabía que sus tías abuelas, se encontraban indignadas con su decisión ¡Pero quería hacerlo! Necesitaba respirar un poco de aire nuevo. Además, le iría muy bien aquel cambio para realizar nuevas obras. Quería exponer algo nuevo para el año siguiente. Y tenía que espabilarse pues estaban a primeros de Octubre y aún no tenía ningún cuadro empezado.


Le sabía mal, porque les debía todo a ellas. Cuando sus padres murieron en un accidente de moto, se vio sola con catorce años, en un mundo muy difícil para ella. Su vida, no iba a ser como la de cualquier niña de su clase. No, señor… Su vida, una parte  de ella estaba dominada por la mística. Tanto su padre como su madre eran brujos. ¿Quién le iba a decir, que el mundo de Harry Potter existía? Pensó con cierta ironía. Pero por suerte, no existían malvados tan malvados. Solo la magia negra. Y ella, gracias a dios, pertenecía a la magia blanca. Porque con su mala pata, para hacer hechizos no iba a ser una mala muy creíble…

Nueve años, son los que habían pasado desde que sus tías aparecieron en su casa de Orleans y se la habían llevado a Bélgica, a la ciudad de Brujas ¡Que coincidencia con el nombre! Se rió para sí… Siempre habían sido muy dulces con ella… Aún incluso, cuando comprobaron que no sabía hacer magia. Era bruja, por que al menos sabía bajar pantalones con sus ojos. Solo esperaba, no quedarse ciega por ello…

En aquellos tiempos tan modernos, todo era muy diferente a la época medieval. Gracias a dios, sino seguro que por culpa de su torpeza habría acabado en la hoguera o en cualquier mesa de tortura. Según sus tías, la magia seguía existiendo. Pero su enfoque era muy diferente al de otras épocas.  En aquella, apenas se creía en temas místicos, por lo tanto se desconocía mucho quien era bruja o no. Existía el mal, como existía el bien… Todo aquel que adorara a Satán y la magia negra, era el mal. Los únicos que conocía que fueran brujos, a parte de los miembros de su familia. Eran a un hombre muy viejo amigo de sus tías y a una anciana, también con ciertos poderes… Decía ciertos poderes, por que sabía que existían diferentes personas que su poder era otro en ésta vida. ¿Cuál? No lo sabía, sus tías nunca habían querido hablarle mucho. Que lo que quisiera sobre brujería, perfecto ¿Pero qué mas había? Nunca lo sabría. De manera, que en ésta aventura que se había dispuesto a vivir, iba a ser básicamente para conocerse a ella, es decir, su lado de bruja… ¿Sería cierto, lo que decían ellas? Que no lanzaba hechizos, por estar aun traumatizada por la muerte de sus padres. Pero sabía que no, que simplemente todo aquello era por que era una chica muy torpe. Siempre se tropezaba con las cosas, olvidaba todo encargo, siempre se manchaba la ropa con algo ¿Y sobre los hombres? Que iba a decir… Uno, el primero que tubo a sus diecisiete años en el instituto, la dejó por que cuando la fue a besar acercó su cabeza a la de él de tal forma que chocaron, provocando que éste sangrara por la nariz… Al segundo en la universidad, por que le bolló la puerta de su descapotable contra una farola. Seguía pensando, que la culpa era de él. Porque aparcó junto a ella, sino que hubiera avisado… Con tonterías como aquella, había ido quedándose sin novios. Era virgen a sus veinte y tres años, pero no porque fuera alguna norma por ser bruja.  Simplemente, porque no había conseguido aguantar a los hombres más de una semana…

El último, había conseguido subirlo a su habitación un fin de semana que sus tías no estaban, dispuesta simplemente a saber que era el sexo. Se había puesto chispita, con el champan en el bar musical y el primer chico atractivo que se le había acercado se lo había llevado  ¿Pero para qué? Si nada más tumbarse éste en su cama mientras que ella se ponía más cómoda en el baño, su gato había decidido convertirlo en un colador al clavarle las uñas por todas partes. Lo último que vio, fue al pobre chico salir corriendo escaleras abajo, con el gato clavado en su cabeza.

Por eso se iba. Ya estaba harta de todo. Incluso de los hombres, y eso que aun era virgen. Pero se marchaba para descubrirse a sí misma como bruja, si es que existía ese poder dentro de ella… De manera que nada de tías, nada de gatos y nada de hombres. Tranquilidad y armonía, lo justo necesario para poder concentrarse en sus pinturas y en su existencia mística. Que era, empollarse montones de libros sobre brujería… Puede que fuera una locura, pero hacía dos días que se había  levantado con aquella necesidad de realizar un cambio en su vida. Y parecía, que aquel trabajo la aclamaba. No sabía mucho de secretaria y conserje para un internado, pero esperaba que fuera coser y cantar.

Suspirando por su decisión, cogió las bolsas del sillón del copiloto y se dispuso a entrar en casa de sus tías.

-¿Hola? –Preguntó al entrar y hallar la casa en absoluto silencio-. ¡Ya llegué! –Dejó el abrigo y el bolso en el perchero, y las bolsas apoyadas en la pared. Como no recibía respuesta alguna, se dirigió a la cocina porque percibía un delicioso aroma proveniente de allí. Y allí, estaba su tía abuela Amalie  -Hola… Huele muy rico.

-Hola cariño… -Sonrió un poco girándose a mirarla-. Decidí asar un cordero para calmarme por tu decisión.

-No recuerdo que compráramos cordero ayer -La miró suspicaz, notando su carácter raro.

-Bueno… -Se puso un poco colorada la mujer-. Me venía en gana –Se alzó de hombros sin darle mucha importancia a su observación.

-¿Has utilizado magia? –Preguntó achicando los ojos y cruzando los brazos.

-Sí –Admitió su tía sin culpa alguna.

-No vale –Se rió pero protestando-. Sabes que estará exquisito y comeré el doble, genial para mis michelines -Señaló con cierto fastidio.

-¡Estas delgada! –La riñó la mujer -¿Y me estas señalando con ello, que mi cocina sin magia es pésima? –Alzó una ceja inquisitiva.

-¡No! –Se puso un poco nerviosa-. Solo a veces -Se rió-. ¿Pero no habrás utilizado la magia, para ocultar algo verdad? –Cambió de tema, dudando aún de que su tía se hallara en la cocina.

-¿Perdona? –Preguntó con cierto sarcasmo.

-Que a pesar de que huele a una cena deliciosa, noto el olor a plantas… -Explicó con testarudez.

-Le eh echado al cordero un poco de  tomillo eh hinojo… -Le respondió, levantando la nariz.

-¿Y el rabo de cereza para qué? –Inquirió seria.

-¡OH! –Abrió la mujer los ojos como platos por su recién adquirido olfato fino-. Bueno, me parece que te confundes… Ya sabemos, que no eres muy buena con las plantas…

-Pero gracias a dios, mi vista sigue siendo perfecta -Comentó acercándose a ella  y quitándole algunos rabos de cereza, que se le habían quedado agarrados en la manga derecha del jersey.

-¡Giselle! –Llamó a su hermana un tanto desesperada por ser descubierta.

-Genial -se enfadó Ziria-, así que habéis hecho alguna trastada y eso que os lo advertí… -La amenazó con el dedo-. Espero tener aún mi puesto de trabajo…

-Por supuesto -Le sonrió un tanto nerviosa-. ¡Giselle!

-¡Me vas a dejar sorda! –Comentó la otra mujer mayor apareciendo en la habitación-. ¿Qué quieres, estaba en la biblioteca?

-¿Qué conjuro habéis realizado? –Preguntó directamente su sobrina.

-¿Perdona, hija? –Se hizo la despistada.

-Me refiero… -Se acercó otra vez enfadada a Amalie, y le agarró de la manga para levantársela al aire y señalar los rabos de cereza culpables-. A esto…

Giselle alzó los ojos al cielo, por tan tonto despiste. Sería mejor que dijera, que si había hecho un poquito.

-Muy bien, nos pillaste  -Admitió Giselle sentándose en una silla de la mesa-. ¡Pero no hemos hecho nada malo!

-Eso, deberé de juzgarlo yo… -Soltó en un gruñido y soltando el brazo de su tía.

-Solo hemos investigado un poco las instalaciones –Se disculpó-.  Ya sabes que el rabo de cereza lo utilizamos para ver…

-Yo quería saber como ibas a vivir… -Habló un poco atropellada Amalie, por la mentira.

-Sois imposibles –Suspiró con pesar-. No me va a pasar nada, ya habéis visto que hay mucho jardín, todo muy espacioso, una gran biblioteca…

-Pero lo encuentro triste… -Señaló Amalie-. No es muy de tu estilo…

-Voy a trabajar, no a vivir para siempre –Les señaló con voz dulce-. Siento un gran deseo de ir y conocer el lugar… -ante aquel comentario, las dos mujeres mayores se miraron-. Voy a estar bien. Por favor, quiero hacer algo diferente a mi habitual rutina.

-Muy bien… -Acabó por aceptar Giselle-. Pero déjanos ayudarte con cualquier cosa que necesites…

-Por supuesto, cualquier duda os llamo… -Mostró una dulce sonrisa.

-¡Pues todo aclarado! –Palmeó las manos su tía Giselle-. Vamos a cenar que me rugen las tripas.

-No comas tanto, que te estás engordando –Puntilleó su hermana Amalie.

-Cállate, vieja bruja… -Le sacó la lengua en respuesta Giselle.

-Como que lo soy… -Afirmó, haciendo que todas rieran por ello.

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