domingo, 11 de marzo de 2012

Pequeño Cuento: Aprendiendo A Seducir Parte XVIII


No sabía a que prestarle atención primero, si al dolor de su trasero o codos por la caída, o el sentir el pecho desnudo de Donovan contra el suyo. ¿Qué demonios había hecho, para acabar siempre mojada y medio desnuda con él? Se preguntó con gran fastidio, al recordar la vez de la manguera y la otra del grifo en la cocina. Sin apuntar, la que apareció mojada de la piscina delante de él… ¿Sería aquello un mensaje subliminal? Donde el mundo le indicaba que una posible relación entre ellos dos, tocaría aguas… Ya no sabía que pensar.
-¿Estás bien? –Preguntó con una sonrisa en sus labios el hombre, con su rostro a pocos centímetros del de ella. Y observando, como Silvia estaba con los ojos cerrados y apretados. Para en un segundo abrirlos y sonrojarse al ver lo cerca que estaban sus labios.
-Se que me duelen varias zonas –Suspiró intentando mirar a otro lugar que no fueran sus ojos-. Pero hasta que no te apartes, no podré averiguarlo bien.
-En la cabeza sabemos que no es –Dijo con un poco de rezongo-. Sigues teniendo el mismo mal carácter… -Soltó desviando un momento la mirada a la zona de sus cinturas abrazadas, para volver alzarla nuevamente y quedarse un segundo con el ceño fruncido, al pillarla a ella sacándole la lengua en un tipo de burla por su comentario-. Sigues sin aprender… -Suspiró-. No aprendes ni de lo que escribes… -Le replicó moviendo una de sus fuertes manos camino abajo, hasta llegar a su desnuda cintura. Allí, acariciando con electrizante calma su mojada piel, pudo observar como la tenía bajo su poder. Su garganta, hizo movimiento al pasar saliva. Sí, la chica se hallaba nerviosa ante el siguiente movimiento de él. Podía observar ansiedad en sus labios entre abiertos y deseo, en su nublada mirada. ¿Qué debía hacer? Una vez más, el destino le colocaba aquella joven a su disposición. Estaba seguro, que si capturaba sus labios estarían los dos atrapados en un laberinto de sensaciones. No tenían impedimento alguno, a pesar de la hora que era… Sí, la casa estaba llena de gente. Pero tenía la total seguridad de hallarse en su baño. Allí, nadie osaría entrar sin su permiso. Y también sabía, que nadie adivinaría que Silvia se encontraba en su bañera… Verdaderamente no tenían ningún impedimento, solo el de sus indecisos impulsos. Y por más que aquella muchacha le gritara a mil decibelios que no sentía interés alguno en él. Sabía que mentía… Era una mentira, que utilizaba tal vez para ocultar su fuerte deseo. No queriendo salir dañada o simplemente por llevarle la contraría, como últimamente no paraba de hacer sacándole de quicio.

Mientras su cerebro daba aquellas vueltas, sus dedos iban solos escalando sin su permiso la tersa piel de Silvia, hasta detenerse justo debajo de su busto. En aquel momento fueron los dos que cogieron aliento. Ella por el deseo creciente que iba sintiendo ante lo que él le estaba provocando, con la suave caricia de sus dedos. Y él, por encontrarse en aquel punto sin haber sido consciente de ello. Estaba a un solo paso de perder sus papeles… Sabía, que si sentía por un solo momento la suavidad de la piel que escondía aquella fina tela de encaje, era hombre perdido. Y es cuando ella conseguiría su objetivo de estudio. Tenía que ser fuerte y no dejarse embaucar por lo que él mismo había provocado. Pero le estaba siendo muy difícil… El ver sus ojos cerrados, con el rostro inclinado hacia atrás y el agua cayéndole por su melena mojada. Completamente entregada a él, lejos de mostrar el desacuerdo que le daba en un principio. Aquella imagen, es la que tantas veces había soñado. Y ahora la tenía ante él, maravillado, hipnotizado. ¡Dios, que dulce era! Pensó maravillado comiéndosela con la mirada.

¿Abría los ojos o no los abría? Dios del amor hermoso, una vez más, se encontraba a merced de Donovan. Pero aquella vez era diferente. El agua no los había separado, si no más bien unido. Era sorprendente lo que su contacto conseguía en ella. Derretirla y nublarle todo pensamiento racional. Porque a pesar de estar entregándose a sus caricias, con cierto anhelo. Su cabeza iba girando la idea de una muesca más en la cama  de aquel atractivo vaquero. Justo antes de que los labios masculinos atraparan los de ella reaccionó girando su rostro a un lado.

-No, por favor –Susurró aún con los ojos cerrados, no viendo la capa de furia que aparecía momentáneamente en Donovan. Ni tampoco el gran esfuerzo que hacia por separarse y dejarle vía libre de escape.

-Tranquila –Soltó socarrón-. Yo solo quiero ducharme… -Continuó con aquel tono burlón-. No me gusta desflorar a vírgenes fogosas.

Una vez dicho aquello, sabía que tenía que tragarse su dolor por palabras tan duras. No existía el arrepentimiento con ella. Si se lo demostraba, estaría completamente perdido. Aunque ciertamente, dudaba de no estarlo ya. Con el corazón en un puño, observó como con mirada baja ella salía de la bañera, dejando al odiado intermediante de sus disputas tirado en el suelo. Estaba claro que era un verdadero estúpido.

En casa. Una hora después de aquel encontronazo con Donovan, por llamarlo de alguna manera. Volvía a respirar calma a medias. Pero era su terreno, un punto de más seguridad para sí. Aunque dudaba que de ahora en adelante, ella y Donovan mantuvieran el mismo trato. De modo, que su vida sería más tranquila de lo que había sido hasta el momento.
Sentada en su despacho, enfrente al ordenador pensaba que se calmaría al ponerse a escribir un poco. Pero no tenía ganas. Su cerebro no quería pensar, solo sentir… Sentir sus caricias, su voz, su casi beso. Lágrimas asomaron a sus ojos, al no poder evitar de pensar en él incluso después de haberle hecho daño con sus palabras. Pero es lo malo que tenía el amor. Los sentimientos que podía sentir uno, no eran conducidos por la cordura. Mejor salía a dar una vuelta a caballo, decidió apagando el ordenador.

Ya estaba oscureciendo, cuando volvía a las cuadras encontrándose allí fuera a Peter. El verlo, le infundo un poco más de animo. Él, al menos tenía un amor que era correspondido.

-Hola preciosa –Le dio un beso en la mejilla, una vez que ella se bajó y puso en el abrevadero a su caballo-. ¿Has estado toda la tarde fuera? –Preguntó con el ceño fruncido al ver tristeza en sus ojos-. ¿Y eso? –Suspiró-. Donovan te ha estado buscando toda la tarde.

-¿Y qué quieres decirme con ello? –Se alzó de hombros momentáneamente, sin querer mirar al hombre a la cara.

-¿Por casualidad te has dejado el móvil? –Siguió preguntando, sin ver que comenzaba a molestarla con aquel interrogatorio.

-Lo llevo encima –lo miró un momento-, sabes que nunca me lo dejo –Se cruzó de brazos y seguidamente empleó un poco de dureza en sus palabras-. ¿A dónde quieres llegar Peter?

-¿Qué te ocurre conmigo? –Preguntó con ternura-. Hasta hace pocos días, compartíamos secretos –Resopló apoyando las manos en la cadera-. Y ahora, me han informado eh incluso lo eh visto, que compartes confidencias con Alex.

-Creía que estabas de lado de Donovan –Rebufó achicando su mirada.

-¡Ah no! –Se defendió veloz-. Aquel día me sentí atrapado entre los dos… -Dio dos pasos hacia ella, para alzar sus manos y apoyarlas en los delicados hombros de la chica-. ¡Maldita sea Silvia! Sabéis que recibo ostias por parte de los dos… ¿Cuándo vais a dejar de ser tan cabezones y arregláis vuestra pequeña discordia?

Lágrimas no le quedaban, había derramado todas en la tarde sentada en una colina. Pero necesitaba la calidez de Peter, él la comprendía. Le daría el cariño que le hacía falta en aquel momento. Por eso dejó caer su cuerpo contra su pecho al tiempo que lo abrazaba por la cintura. Soltando un suspiro, cuando sintió los brazos del hombre rodearla y besarle la cabeza. Él lo sabía. Sabía que necesitaba por aquel momento aquella paz. No le dijo nada, solo la abrazó durante unos minutos sin pedirle explicación alguna.

-No hay nada que arreglar –susurró con su rostro apoyado en el hombro masculino-. Lo único que ocurre, es que no nos llevamos bien. Solo que hasta ahora, no lo habíamos visto porque nunca habíamos estado más de media hora juntos.

-¡Pero que idiotez me estas contando! –Gruñó apartando a la joven lo justo de sí, para poder escrutarle el rostro. Apenas les salvaban unos diez centímetros-. ¿De verdad te crees esa chorrada? –Preguntó con el ceño fruncido.

-Hazme caso, se lo que digo –Lo miró a los ojos, mostrándole el dolor que arrastraba consigo-. Hoy mismo me ha dicho la verdad.

-Silvia, creo que estas confundida –La interrumpió-. Quiero que me hagas caso en una cosa.

Tan absorta estaba con su dolor y las palabras de Peter, que no vio la llegada de Donovan al lugar en donde estaban ellos. Ni tampoco, como desaparecía la desesperación de su rostro al encontrarla después de buscarla todo el día, para remplazarla por celos al verlos tan juntos.
Fue tan fuerte la rabia que sintió en aquel momento, que bajó del caballo para acercarse a hasta ellos sin molestarse en saludar.

-¡Donovan! –Exclamó en un gemido ahogado Silvia separándose de Peter.

Pero él no dijo nada, simplemente avanzó hasta pararse enfrente de ella, cargarla en sus hombros sorprendiéndolos y después, lanzarla dentro del abrevadero asustando al pobre caballo que se alejó un poco.

Cuando ella emergió, fue cuando se dignó hablar el hombre.

-Creo que te hacía falta. Se te veía muy acalorada –Dijo con voz dura, para alzarse el stetson a modo de despedida y volver alejarse hacia su caballo.

-¡Esto no acaba aquí! –Exclamó furiosa Silvia-. ¡Me tienes hasta las narices! ¡Déjame vivir como quiera!

Soltó todo aquello raviosa y con nuevas lágrimas. No sabiendo si él la había oído al alejarse de allí montado a caballo. 

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