martes, 13 de marzo de 2012

Ocultándose Al Amor Cp.-5


Al llegar a su hotel, dejó la moto estacionada en la plaza que le tocaba, se quitó el casco y emprendió marcha hacia su dormitorio. Pero por el camino, observaba con gesto nervioso a todo aquel que fuera piloto. Por el momento, eran rostros conocidos. Con paso aún ligero, rebuscó dentro de su mini bolso el móvil, sin bajar en ningún momento la mirada. Cuando lo extrajo, con dedos veloces marcó la tecla primera que le re-direccionaba la llamada a su padre. Sonaron cinco tonos, al sexto saltó el buzón de voz indicándole que dejara un mensaje y más tarde él procuraría ponerse en contacto. Maldiciendo por lo bajo, colgó y le dio a rellamada. Ya quedaban pocos metros para llegar a la que era su habitación, cuando volvió a saltar el buzón de su padre. Era obvio, que en aquel momento se hallaba ocupado para poder atenderla. Con gran impaciencia, introdujo la tarjeta en la cerradura y abrió la puerta, para cerrarla veloz con cierta desesperación en ello.


Soltó el bolso, la llave y la bolsa con el libro allí mismo, dejándolos caer al suelo en un golpe sordo por la moqueta de éste. Después, fue ella la que arrastró su espalda hacia abajo por toda la puerta, hasta acabar sentada en el suelo con las piernas encogidas.
Pensaba en mucho y a al vez en nada. Su mente, en aquel momento era un caos. Todo se le mezclaba. Pensaba en su padre, recordaba la imagen de Santino observándola y luego saludándola, con aquella sonrisa… Y también pensaba, si sería un movimiento correcto el llamar a su madre. Tal vez, por casualidad su padrastro supiera algo de su presencia allí.

¿Sería posible? Suspiró con gran fuerza, ante la pesadilla que se le venía encima. Santino Vizenzo, allí en Alemania en la misma ciudad y posiblemente, en la misma competición. Tenía que ser aquel el único motivo. No se le ocurría nada por lo que él anduviera por aquellas calles. Su coche de carreras pertenecía a una casa italiana, de modo que no venía a buscar ningún recambio. Y de todos modos, no creía que viniera él por ello. Ya tenían a gente como ella o su padre, para encargarse de esas cosas. Por lo tanto, no había que dar más vueltas. Si Santino Vizenzo se hallaba en Alemania, es porque iba a participar en la competición de motores V8.

Varios sentimientos contradictorios afloraron con aquella posibilidad. Admiración por el nuevo reto que buscaba el hombre. Iba a ser algo emocionante de presenciar. Y terror al saber que lo iba a ver todos y cada uno de los días, que durara aquella competición.

Entonces, no había servido de nada. El decepcionar a su padre, en dejarlo plantado con lo de Italia. Utilizar el apellido de su padrastro. Y lo más importante, huir como una cobarde a otro país. Para nada. Él se hallaba allí para satisfacción del destino. Que idiota había sido, al pensar que ella, una joven de veinte y un años iba  a engañar al destino.

Mejor se daba una relajante ducha, para refrescarse la cabeza. Había llegado el momento de afrontar las cosas con seriedad y madurez.


Volvía al hotel completamente frustrado. Había dado un par de vueltas más, pero ni rastro de la joven. Su comportamiento había sido el de un completo jilipollas. Desde un principio, tendría que haber hecho caso a su instinto. Seguirla desde una distancia prudente, conocer en donde habitaba y luego, tranquilamente avanzar poco a poco en conocerla. No que la había asustado como a un conejo, cuando se topaba con los faros de un coche en la oscuridad de la carretera. Pero sinceramente, estaba más que sorprendido con aquello. Era la primera vez, que una mujer ponía distancia con él de una forma tan veloz y peligrosa. Normalmente las mujeres eran las que se le acercaban, sin tener que molestarse él mucho en conquistarlas.

Pero aquel día y aquela joven, habían despertado en su interior un deseo que creía muerto. Y estaba seguro, que era ella. ¿Cuándo la simple visión del cabello y los brazos de una mujer, le habían dado tan fuerte en la lívido? Por ello que estaba de aquel humor de perros. Tenía que encontrarla, la necesitaba. Ponía la mano en el fuego, que era ella. Después de tanto tiempo perdida, parecía que el destino volvía a darle una pista más. Pero tenía que ser la última, no más semanas que pasaran a convertirse en meses solitarios, con un enorme vacio interior.

El único fallo, que sabía que no iba a poder emplearse a fondo en aquella competición. Mucho de su tiempo, iba a ser utilizado en encontrarla. Y aquello, no iba hacerle mucha gracia a los patrocinadores. Estaba entrando en la zona de aparcamiento, topándose con Sandro. Quien al verlo llegar alzó la mano para que se dirigiera hacia donde estaba. Iba a dejar el coche en la plaza libre que él le indicaba, cuando se hallaba girando el volante hacia la derecha para introducirlo en el hueco, que la visión de la moto estacionada a la izquierda provocó que anduviera un poco más, causando que su amigo tuviera que saltar encima del maletero del coche que había estacionado, al tiempo que él marcaba frenos y paraba a un centímetro del coche que quedaba a su lado.

¡Era su moto! Sus ojos se abrieron como platos, mientras que sus labios mostraban una enorme sonrisa, al saber que ella se hallaba allí.

-Ya estas quitando esa sonrisa –Masculló Sandro, apareciendo a su lado y tapándole la visión de la moto-. ¿Acaso quieres dejarme fuera de la competición? –Preguntó medio enfadado-. ¿Qué diantres te ha ocurrido para cometer ese fallo tan idiota?

-La moto que tienes tras de ti –Dijo con buen humor, echando marcha atrás para estacionar de forma correcta el vehículo,  bajarse y andar hacia ella.

-¿Qué tiene de especial una scooter del hotel?

-¡Pertenece al hotel! –Lo miró completamente esperanzado-. ¿Cómo lo sabes?

-¿Qué demonios te ocurre? –Frunció el ceño_ Desapareces en cuanto llegamos, sin siquiera avisarme a mí. Y ahora, por culpa de una moto casi me aplastas las piernas. Esa pegatina pequeña de la matricula, indica que es de alquiler del hotel, como la que lleva tu coche…

-¡Entonces esta aquí! –Exclamó completamente extasiado, yendo hacia el ascensor para subir a recepción.

-¿Quién esta aquí? –Lo siguió Sandro sin comprender.

-Ella –Le guiñó un ojo.

-Así que se trata de una mujer –Sonrió su amigo con picardía-. Vaya, vaya… -Se frotó las manos-. Ya vuelves a mover ficha.

-Ella tiene que ser mi destino –Confesó entrando en el ascensor.

-¡Como! –Se detuvo  fuera su amigo-. Un momento Santino… -Las puertas comenzaban a cerrarse obligándole a dar un salto y entrar dentro del elevador donde su compañero mostraba un brillo en la  mirada de completa felicidad-. ¿Cuándo dices destino, te refieres al nombre de tu carta?

-Sí –Respondió con impaciencia por la lentitud con la que ascendían.

-¿Cómo es eso? –Preguntó también animado pro aquel descubrimiento.- ¿Te han presentado, o has escuchado llamarla a alguien? Dime, dime…

-Estoy seguro que es ella Sandro –Comenzó a explicarle con felicidad-. No sabes el hormigueo que sentí por todo mi cuerpo en cuanto la vi. Nunca lo había sentido de aquella manera… Solo quería estar junto a ella, tenerla pegado a mí y no soltarla nunca.

-Santino… -Soltó un profundo suspiro su amigo, odiaba aplastarle la euforia que sentía en aquel momento-. Cálmate un poco, no quiero que te emociones mucho.

-¿Por qué? –Frunció el ceño, al tiempo que salía del ascensor y se dirigía al mostrador de recepción.

-Todo eso que me estas contando, me alegra mucho –Sonrió con amabilidad-. ¿Pero y si no resulta ser ella?

-Es ella –Aseguró con obstinación y no aceptando la sugerencia de su amigo.

-No lo sabemos –Siguió hablando con calma-. Puede que estés un poco confundido –se alzó de hombros-, y sea una simple atracción. ¿Cuánto hace que no estas con una mujer? Mucho.

-Tu no lo comprendes –Se detuvo a explicarle en un susurro-. Se lo que sentía cuando estaba con una mujer. Pero el anhelo que tuve hoy… -Cerró un segundo los ojos, recordando a la mujer y lo que su cuerpo le pedía-. Solo ansío estrecharla en mis brazos. Acariciar su sedoso cabello y besar su suave piel.

-Veo que te ha dado fuerte –Dijo soltando una pequeña mueca-. Solo deseo, que tengas esa suerte y sea ella. No quiero verte sufrir más por ese maldito sobre –Gruñó un poco, ya parados delante del mostrador de recepción en donde les fue atender una mujer mayor.

-Buenos días caballeros –Sonrió con amabilidad-. ¿En qué puedo ayudarles?

-Buenos días –Saludó sonriendo Santino-. Verá, me preguntaba si ustedes podrían facilitarme el nombre o habitación, de una mujer que llevaba hoy una moto de las vuestras. La matricula es….

-Lo siento mucho, pero eso es información confidencial caballero.

-¿Confidencial? –Frunció el ceño-. Pero si solo deseo saber, quien llevaba hoy la moto numero ocho.

-¿Le ha ocasionado algún percance esa moto? –Preguntó la recepcionista, consiguiendo una respuesta diferente de los dos hombres.

-No –Dijo Santino.

-Sí –Dijo Sandro.

-Ya comprendo… -Sonrió la mujer, al tiempo que soltaba un suspiro-. Lamentablemente como le dije antes, la política del hotel es preservar la intimidad de todos sus huéspedes.

-¿Seguro? –Preguntó Sandro, poniendo un billete de cincuenta euros encima del mostrador al tiempo que le guiñaba un ojo ala mujer.

-Como ya le dije… -Soltó un gruñido  al tiempo que entrecerraba los ojos y miraba un segundo a Sandro-. No se nos permite diferir ninguna información de cualquier huésped. Ni tampoco aceptar sobornos.

-Y me parece perfecto –Volvió hablar Sandro guiñándole un ojo y apoyándose en el mostrador con los codos, justo antes de haber empujado una vez más el billete de forma disimulada-. ¿Pero no ayudaría usted a un posible amor?

-No me hagan volver a repetir la normativa caballeros –Dijo aquella vez entre dientes la mujer y empujando el billete de vuelta-. Más les vale volver por donde han venido, antes de verme obligada a llamar a los de seguridad.

-Tampoco hicimos nada malo para que nos trate de esa manera –Protestó Sandro achicando también los ojos.

-No se hagan los inocentes –Sonrió con cierta mofa la mujer-. Se que son pilotos italianos, una buena mezcla para las jóvenes… Buenos días caballeros –Se despidió, yendo atender a otra persona al final del mostrador.

-Será posible –Soltó Sandro sorprendido-. Menuda vieja bruja… -Dijo con los brazos en jarra-. ¿Y ahora qué? –Se giró a mirar a su amigo quien llevaba con el ceño fruncido un buen rato.

-Creo que voy a darme una vuelta por el hotel –Informó comenzando a caminar hacia las instalaciones exteriores.

-Te acompaño –Se puso a su lado en un par de zancadillas-. Prometo solo echar un vistazo y dejarte solo, si la encuentras… -Dijo con tono de burla.



¿Acaso esperaba hallar una respuesta en el espejo? Se replicó así misma, soltando un profundo suspiro al tiempo que cogía su cepillo del pelo del neceser y comenzaba a peinarse, tras llevar por lo menos unos diez minutos allí quieta mirándose sin pensar en nada. El darse una ducha, solo había servido para refrescarse. Su cerebro no se había aclarado para nada. Y tampoco creía que lo fuera hacer en aquel día.

Su padre, aún no le había devuelto la llamada. Y por el momento, había descartado la llamada a su madre. No quería provocarse una taquicardia, al saber la impaciencia que le crearía la mujer al ver que se hallaba allí Santino. Ya tenía suficiente con las que se provocaba así misma, al decidir que hacer… Además, por mucho que lo pensara. No podía quedarse en aquella habitación encerrada. Era ridículo. Su tío la esperaba para trabajar codo con codo.

Acabó de desenredarse el cabello y decidió hacerse una trenza al lado izquierdo, sin secarse anteriormente el cabello. Así al día siguiente le quedaría un ondulado suave. Salió del baño hacia el dormitorio, y decidió vestirse con unos shorts negros y una camiseta de manga corta, color verde botella. Era un conjunto práctico, por si al acercarse a su tío éste decidía ir a las pistas hacer alguna cosa. Aunque siendo la hora que era, lo mas seguro que quisiera bajar a comer al restaurante.

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