lunes, 26 de septiembre de 2011

Pequeño Cuento; Aprendiendo A Seducir Parte VIII



-¿Vienes a qué te castre? –Bramó en un gruñido, completamente acalorada por el enfado y la frustración de verse nuevamente cogida con las manos en la masa. Por que lo que era allí dentro imposible, dado que en el despacho y salón tenían aire acondicionado.

-¿Es lo que ibas hacerle a él y por eso lo tenías agarrado? –Achicó los ojos en espera de una respuesta completamente consternado por lo que había visto.

-Pues mira por donde no…. –Rió malévola-. Como por tu culpa no puedo continuar con mi trabajo, decidí eliminar un poco mi aburrimiento y stress. ¿Algo en contra?

-Pequeña tonta… -Señaló por lo bajo Donovan, para girarse un momento a Peter y ver como el pobre se sentía completamente incómodo-. Ya que según tú soy tu culpable, creo que esa tarea me correspondería a mí. ¿Verdad Peter?

-Qué… Bueno… -Tosió un poco, sin mirar del todo a la joven-. ¿Te duele la mano Silvia? Yo solo venía a buscar unos albaranes… -Carraspeó ahora sin mirar tampoco a Donovan-. Si me los dieras, yo podría marcharme ya… Y vosotros os aclaráis y todo eso…

-Me toca ahora la siguiente toma –Al ver el bochorno del hombre, ella también volvió a sentirlo nuevamente notando como sus mejillas se acaloraban-. Solo me duele un poco… ¿Qué albaranes quieres? –Le habló a su amigo, ignorando por entero el comentario del otro.

-Para esquilar la lana de las ovejas… -Pidió con voz poco segura.

-Un momento… -Miró con dureza a Donovan y se movió de la ventana en dirección al armario.
Allí resopló un poco, cuando comprobó que con una sola mano no era tan rápida para levantar todos los blocs, hasta llegar al indicado. Y solo consiguió enfadarse un poco más, sabiendo que no iba a ser rápido el echar de allí aquellos dos. Cerca de cinco minutos después, consiguió encontrar lo que buscaba y sacarlo de la pila de donde estaba guardado. Con el pequeño montón de hojas en su mano, se dio la vuelta mostrando una enorme sonrisa por su rápido triunfo, quedándose al momento ésta congelada. Allí, dentro del despacho se encontraba Donovan pasando al muñeco por la ventana a un Peter completamente apurado a no cogerlo. Viéndose obligado entonces a tirárselo a la cara con consternación, y casi sacándole un ojo al hombre en el proceso con la parte más solida del muñeco.

-¡Joder! –Se quejó éste, agarrando al trozo de plástico y arrojándolo al suelo con gran enfado.

-Serás burro… -Susurró Donovan.

-¡Pero qué puñetas hacéis! –Soltó en un chillido histérico, acercándose a él completamente sorprendida-. ¿Me habéis engañado con estos albaranes para robarme? –Preguntó completamente indignada.

-No, yo… -Intentó protestar un Peter totalmente perdido por lo que se estaba presentando allí-. Ha sido él –Lo señaló rehúsente.

-Maldito chivato cobarde… -Sonrió un Donovan divertido, poco antes de arrancarle de sus manos los albaranes y tirárselos a Peter por la ventana-. Gracias, sí hacen falta. Y tú, tira lo que ya sabes y lárgate a casa. Buenas noches Peter… -Soltó todo a la carrerilla antes de levantar sus brazos, bajar la ventana y cerrar las cortinas con aire satisfecho.
No sabía que hacer. Estaba completamente bloqueada. Todo había ido demasiado rápido. En un momento estaba sola y tranquila en su despacho, como que en menos de cinco minutos se encontraba en el mismo lugar encerrada con Donovan, que la miraba de forma intensa poniéndola más nerviosa de lo que ya estaba. Aquello no le gustaba… Tenía que salir de allí cuanto antes. Miró un momento hacia la puerta, contando mentalmente la distancia para poder llegar a ella.

-No lo lograrías –Adivinó éste sonriente, dando un paso adelante.

-No se a que te refieres –Se hizo la inocente, retrocediendo también hacia allí.

-Vaya, ahora ya no eres tan valiente pequeña… -Aunque ella retrocediera, las piernas largas de él iban acortando cada vez más la distancia.

-¿Valiente? Lo que ocurre, es que simplemente te estoy evitando el que acabes con las piernas rotas –Su espalda tocó al fin con la madera de la puerta.

-Últimamente pierdes mucha fuerza por esa boca –Dijo él apenas a tres pasos de ella-. Y ni se te ocurra levantar ese pestillo –Susurró ya delante de ella y mirándole a los ojos.

-¿También pierdo fuerza por los puños, verdad? –Se burló con descaro-. Y levantaré ese pestillo si me da la gana… Pero tranquilo, no soy ninguna cobarde… Yo no entro ni salgo de los sitios ha hurtadillas como un cobarde ladrón. Es la segunda vez que me robas a mi querido acompañante.

-Si te comportaras como persona normal, no haría tanto el idiota –Puso los brazos en jarra tras expulsar aire.

-Mira imbécil, yo no me comporto de forma anormal –Se cruzó de brazos nuevamente encendida-. Eres tu el que tiene una mente enferma con todo lo que me envuelve.

-Perdona, pero no es lo que te envuelve… -Habló con sarcasmo-. Es con lo que te envuelves.

-Todo por trabajo Donovan –Lo miró con los ojos entrecerrados-. Y si no lo utilizara por trabajo, tampoco seria malo que me envolviera con ello. Hay muchas mujeres que lo hacen.

-Tu lo has dicho, mujeres –Sonrió.

-Ya empezamos con la música de que si soy jovencita –Volteó los ojos con gran fastidio.

-No me refería a eso… Ahora sabes de sobras que no te veo como una jovencita –Señaló con voz ronca.

¿Aquello iba por el magreo de aquella mañana? Ahora como se suponía que tenía que ver lo ocurrido…

-¿Me estas llamando algo Donovan? –Inquirió levantando una ceja.

-¿Qué? –Frunció el ceño sin comprender a lo primero-. No, por dios… ¿Por qué siempre me interpretas del revés?

-Pues como tú también me interpretas mal a mí, respecto a… -Se calló y frunció el ceño-. ¿Pero por qué diantres te estoy dando explicaciones? –Resopló y apartándose de la puerta-. Más bien eres tu quien me debe explicaciones… Y comienza por el hecho de decirme que no soy mujer, según tú…

-Sigues sin comprenderme –Volvió a sonreír-. Yo me refería, que aún no eres mujer para tener un juguete como ese… Dado que no…

-¡OH! –Exclamó comprendiendo al fin. Donovan estaba refiriéndose a su virginidad… Pero como podía resultar aquel hombre tan exasperante-. Imbécil… -Lo insultó con sequedad.

-Hoy te estas pasando con tanto insulto… Al final me lo tomaré todo como una provocación por tu parte –Le advirtió sin perder la sonrisa en todo momento

-¡Ves! –Alzó las manos-. Si tu solito te lo cueces todo. Yo no hice nada y ya sacaste algo de tus mangas, para poder soltarme tal amenaza. Yo me hallaba muy tranquila escribiendo mi historia –Sollozó-. ¿Por qué acepté hacer algo erótico? –Siguió lamentándose-. Jamás habría ocurrido la situación de ir contigo a la ciudad a comprar el maldito muñeco y libro.

-No me creo que te vaya tan mal, para que tengas que utilizar ese plástico –Se cruzó de brazos y frunció el ceño-. Me niego a creer, que el juego que estabas empleando con él antes, fuera por tu libro.

-Solo tienes que dar dos pasos y comprobarlo por ti mismo –Le hizo un gesto con su brazo en dirección al ordenador-. Adelante… Puedes sentarte y leer, justamente estoy en la escena donde tiene que haber un buen acto de seducción… Una provocación por parte del hombre… Lee y verás como voy…

Donovan la miró sorprendido, porque lo dejara leer su trabajo. ¿Era aquello buena señal? Para él, aquello era un punto de confianza a pesar del puñetazo de la mañana.

Lo hizo. Se acercó a la mesa, cogió el sillón y se sentó a leer lo que había en la pantalla…

“Hacía demasiada calor a pesar de que aún no había asomado la primavera. Sería por estar allí… ¿Pero qué demonios hacía allí? ¿Cuándo había perdido la cabeza y había aceptado ir al apartamento de Gio? Acaso no sabía que sucedería aquella situación… Los dos sentados en el sofá, bien juntos mientras él operaba en su portátil que no paraba de estropearse por mala suerte suya. De lo nerviosa que estaba, se había tragado cuatro galletas de golpe que ahora sentía atascadas en su garganta. Mientras que la taza de café que le había servido Gio no le ayudaba en nada.

-Necesito café… -Dijo con voz ahogada y apresurada al tiempo que se incorporaba del sofá-. ¿Quieres más café? –Soltó poco antes de desaparecer en la cocina, para llenarse un poco más su taza y darle un buen trago escupiéndolo todo al momento al acordarse de que no llevaba nada de azúcar.

-¿Estas bien Nata? –Preguntó el hombre justo detrás de ella asustándola.

-Sí –Respondió dando un brinco y sin dejar de mirar la pica-. Solo me quemé... –Mintió.

-Nata… -Susurró éste como siempre había sabido que susurraría en un momento así. Ahora sí que le podía suceder algo. Estaba segura que en cualquier momento podía tener un fallo cardiaco si éste no se alejaba de ella unos cuantos pasos. O mejor aún, salía ella de allí. Sí, eso haría… Se dio la vuelta tan veloz que no le dio tiempo a él apartarse, provocando que sus cuerpos chocaran y el vaso que él llevaba en sus manos cayera al suelo rompiéndose en unos pocos trozos.

-¡No!… Lo siento… -Se quejó agachándose a coger los trozos. Aún no lo había mirado.

-Déjalo, ya lo hago yo. No quiero que te cortes y…

-¡Ay! –Se quejó al segundo, al tiempo que en uno de sus dedos aparecía un hilo de color rojo.

-Te lo dije… -Susurró con voz dulce agarrándola del brazo para incorporarla y poder inspeccionar su dedo.

-Tranquilo no es nada –Intentó retirar la mano, pero él no la dejó.

-Eso lo decidiré yo –Dijo al tiempo que sus manos fuertes sujetaban la suya y miraban el corte con mucha suavidad-. Suerte tienes de que no sea profundo, ese vaso era de cristal grueso…

-Te dije que no era nada –Volvió a señalar ya mirándolo a la cara-. Me devuelves la mano…

-¿Ahora la quieres? –Soltó con aire risueño-. Hace mucho tiempo que me la concediste…

-Ya empiezas con tus frases raras… -Frunció el ceño sin dejar de mirarlo.”

-Voy a tomar el analgésico –Interrumpió Silvia la lectura, acercándose a la puerta y abriéndola. Pero como si no hubiera dicho nada. Donovan apenas asintió con la cabeza sin apartar los ojos de la pantalla. Aquello era de chiste. Hacía unos momentos no le dejaba abrir el cerrojo y ahora ni le hacia caso… ¿Y porqué se lamentaba de aquello? ¿Acaso quería que la volviera a perseguir? Se estaba volviendo loca… Él la estaba volviendo loca.

“-¿Qué te ocurre, llevas toda la tarde inquieta? –Preguntó sin devolverle la mano.

-Nada –Trató de dar un tirón, pero no dio resultado. Simplemente notó que él estaba aún más cerca de ella. Aquello no le hizo gracia, de manera que retrocedió un paso chocando su trasero con la pica-. ¿Volvemos al ordenador?

-No te sentirás allí aún más nerviosa –Sugirió sonriente.

-¿Perdona? –Alzó una ceja sin comprender de que hablaba.

-Querida Nata, llevas toda la tarde en tensión esperando cuando llega el momento en que decida saltar sobre ti… -Dijo al fin con humor.- Me siento como el lobo sobre la caperucita roja.

-¡Qué! –Exclamó completamente acalorada por tener toda la razón-. Que tonterías estas soltando ahora… Yo…

-Tienes toda la razón en estar alerta, salvo que no me gusta atacar por la espalda. Me gusta hacerlo de frente, que vean mis intenciones… -Señaló con voz completamente ronca, poco antes de dar un tirón a su mano sujeta para acercarla a él completamente oprimida a su pecho y capturar así sus labios en un apasionado encuentro.

Solo pudo gemir un segundo por la sorpresa de tal gesto. Después no quiso luchar. Llevaba mucho tiempo esperando aquella magia. Aquella suavidad, aquella pasión… Era como si conociera aquellos labios. Realmente, era como si su cuerpo hubiera anhelado aquel abrazo. ¿Por qué le daba miedo aquella añoranza? Era como si su cuerpo le intentara decir algo, pero que su mente se negara aceptar.

-Nata, querida… -Susurró Gio bajando sus labios a la base de su cuello, tras apartar con gesto delicado su larga melena. Ahí tenía la oportunidad de apartarse… Pero no podía. Había algo que no la dejaba. Era una fuerza que no comprendía… Solo quería rendirse ante ella. Y es lo que hizo… Gimió por el placer de sus labios en su cuello y dejó caer la cabeza hacia atrás con los ojos cerrados-. Pequeña mía… -Volvió a susurrar complaciente el hombre, poco antes de alzarla y sentarla en la pica del fregadero.

Sus ojos se encontraron por un momento. Él preguntando y ella dudando aún un poco… Pero no quiso perder la magia y volvió a capturar los suaves labios de ella. Sabía que si se detenía, ella pensaría y aquello no era bueno…

Pocos segundos después ella ya volvía a estar entregada a él, de manera que se atrevió a quitarle por la cabeza el jersey que llevaba, sin dejar de besar sus labios, mejillas y cuello… Miró un segundo a su cuerpo, y notó como su amada se sonrojaba por mostrarse de aquella manera ante él.

-Mi bella dama… -Susurró con pasión tras capturar sus labios nuevamente, tras dejar que ella viera su gran deseo en su mirada. “

Y ahí se había detenido Silvia. ¿De verdad que no sabía avanzar desde aquel punto? ¿Estaba bloqueada en un momento como aquel y por eso tiraba de un maldito muñeco de plástico? Ciertamente, si tenía que reflejarse un poco de erotismo en aquella historia, de momento lo que había escrito era muy light… Pero de ir bien encaminada lo iba, solo tenía que soltarse un poco… Y él sabía como hacerlo… Sonriendo de forma traviesa se levantó y se encaminó a la cocina en donde le dijo que estaría.



Y ahí estaba, de espaldas a la puerta que comunicaba al salón machacando con dos cucharas las dos pastillas que tenía que tomarse para calmar el dolor que estaba comenzando a sentir. Lo reconocía. Pensó con fastidio al tiempo que apretaba bien las dos cucharas con su pulgar. Era malísima para tragarse una pastilla, y aún peor cuando eran tan grandes como aquellos dos analgésicos.

Retiró una de ellas, y observó por unos segundos el polvo blanco en el que habían quedado reducidas tras su presión. ¿Sí qué tardaba Donovan en leer? ¿A lo mejor la estaba esperando allí? Pues lo tenía claro que fuera en su búsqueda, no pensaba quedarse en una habitación pequeña con él. Levantó resignada la cuchara y se la acercó a los labios, para introducirse en su boca el polvo de los analgésicos. Después, dio un buen trago al vaso de agua que tenía preparado. ¡Dios, no era suficiente que amargor! Volvió abrir el grifo y lo llenó nuevamente para darle otro buen trago.

-¿Te duele mucho? –Preguntó tras su espalda Donovan, consiguiendo que tosiera al atragantarse con el agua por el susto y que soltara el vaso cayendo este al suelo y haciéndose añicos-. Perdón… -Se acercó a ella y le dio dos palmadas en la espalda.

-Acaso eres imbécil –Logró pronunciar al fin, y levantando la palma de su mano para indicarle que parara de darle golpes. Sus pulmones volvían a trabajar con normalidad.

-¿Se puede saber cuando vas a parar de insultarme? –Inquirió un poco exasperado.

-Pero si no paras de provocarme, que quieres que haga –Se alzó un instante de hombros para mostrar disculpa. Luego se agachó al suelo para empezar a recoger los trozos del vaso.

-Deja que coja el recogedor y la escoba, así solo vas a conseguir cortarte con algún trozo –Le advirtió él.

-Es un momento… ¡Ay! –Se quejó rápido llevándose un dedo a la boca para succionar la poca sangre que manaba de él.

-Te lo dije… -Se acercó a él y le dio un tirón a su mano para poder inspeccionar bien el corte-. ¡No hagas eso! –La riñó-. Antes hay que mirar si puede haber algún trozo minúsculo de cristal incrustado –En aquel momento solo se escuchaba silencio y la respiración nerviosa de Silvia, tras sentir los dedos de él acariciarle la mano suya con suavidad-. Vamos a ponerlo en remojo en el agua –Abrió el grifo y empujó su mano allí-. Es un corte insignificante… -Al ver que ella no decía nada, se giró a observar para al momento empezar a reír a carcajada limpia.

-¿Y ahora por qué te ríes? –Preguntó ella confundida y mirándolo.

-¿No lo ves? –Preguntó él soltando su mano y cerrando el grifo.

-¿El qué? –Juntó las cejas sin comprender.

-Esto… -Acto seguido la sorprendió al agarrarla por la cintura y sentarla en la pica del fregadero, para colocarse él entre sus piernas-. ¿Y ahora no te suena a algo?

-¡OH! –Su novela, exclamó sorprendida-. ¡Ni se te ocurra Donovan! –Comenzó alertarlo, pero fue en vano. Él tuvo mucha práctica en silenciarla con sus labios una vez más.

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