Terminaron de comer y Marcos acompañó a Mía a instalarse en el
mismo hotel de la vez pasada. Él le afirmó que tendrían lugar para ella, aun
cuando temía que no por la falta de reservación.
– ¿Eso fue problema antes? –preguntó Marcos con una sonrisa
segura y ella negó– ¿por qué te preocupa ahora?
– No lo sé. Supongo que
no había pensado en eso… es un hotel muy bonito –dijo.
– Lo es –confirmó él girando el auto a la derecha.
– Marcos…
– ¿Sí, amor?
– Acaso tú… ¿eres dueño del hotel o algo así? –bromeó ella.
– Algo así… –evadió y continuó con la vista al frente.
– ¿Cómo? –Mía abrió los ojos– yo estaba bromeando… ¿no lo dices
en serio, verdad?
– ¿Qué tendría que ver con nosotros? –contestó divertido.
– Nada… pero ¿tienes mucho dinero? –soltó Mía haciendo un mohín.
– ¿Eso sería un problema?
– No, claro que no. Pero… no sé. Si tienes un hotel así, ¿cuánto
dinero será?
– ¿Importa? –Marcos parecía renuente a hablarlo y se encogió de
hombros– además, no es mi hotel, en todo el sentido…
– ¿A qué exactamente te refieres? –Mía entrecerró los ojos.
– Bueno, no todo al menos.
– ¿No todo? Pero una gran parte…
– Sí, eso sería más preciso… –puso en blanco los ojos.
– ¡Marcos! –gruñó Mía– no me gusta esta desigualdad entre
nosotros.
– ¿Cuál desigualdad? –contestó él con la mayor tranquilidad que
pudo– ¿a qué te refieres tú ahora amor?
– ¡El dinero! –Mía se cruzó de brazos– yo no quiero tu dinero,
Marcos.
– Está bien, no te daré nada con él –rió.
– ¡Marcos, no es una broma! –resopló Mía.
– Bien… ¿qué quieres que te prometa? ¿Qué no lo usaré contigo? ¿Qué
no te compraré absolutamente nada? –Marcos parecía a punto de volver a estallar
en carcajadas.
– Muy gracioso –Mía giró su rostro, molesta– no quiero que
parezca lo que no es, eso es todo. ¡Todo! –elevó sus manos al aire.
– Aja…
– ¿Por qué eres así? –Mía suspiró.
– ¿Por qué? No lo sé, pero así te enamoraste de mí…
– ¡Y no tienes idea de cuánto, Marcos!
Él sintió una cálida sensación extenderse por todo su cuerpo,
como si pudiera estallar de felicidad en cualquier momento. Mía lo amaba.
Ella lo amaba. Era una realidad y no podía estar más feliz, era
imposible.
– Llegamos –él se bajó a abrirle la puerta– ¿esto si me es
permitido? –rió.
– ¡No bromees, Marcos! Hablaremos muy seriamente de tus bienes
porque no quiero que nuestra boda se…
– ¡Boda! ¿Mía estás bien? –él la miró con asombro– no eres tú.
– ¡Claro que soy yo, Marcos! –ella lo abrazó– y ahora entiendo
lo que sentías, solo es eso. Realmente
lo entiendo.
– Mía…
– ¿Si amor? –dijo ella, mientras dejaban las maletas en la
habitación que le habían asignado.
– Te amo –soltó él tomándole el rostro entre las manos– te amo
demasiado, Mía.
– Y yo te amo, Marcos.
– ¿Sabes algo? No tenemos que esperar…
– ¿Qué, Marcos? ¿Qué no tenemos que esperar?
– A casarnos, Mía –contestó él y le besó con pasión– cásate
conmigo, amor.
– ¿Cómo? –Mía abrió los ojos con sorpresa.
– No tenemos nada que nos detenga, deberíamos casarnos lo más
pronto posible.
– Pero Marcos… todo sería tan precipitado y habría que planear
pronto y…
– ¿Y qué? ¿Podrías hacerlo? ¿Cuánto tiempo? ¿Qué tan grande
quieres la boda?
– Podría hacerlo, dame un mes y solo me interesa que sea
contigo… lo demás es secundario –contestó ella a todas sus preguntas y él
sonrió.
– No podría desear nada más en el mundo que tú, Mía… Finalmente,
mía –apoyó su frente en la de ella y sonrió.
– Esa sonrisa… con esa sonrisa tú me conquistaste, Marcos.
– Sonreiré toda la vida si es necesario para tenerte a mi lado…
siempre.
– Siempre –prometió Mía y
le estrechó con fuerza. Lo amaba y no
podía pensar en algo que se sintiera tan bien.
Las siguientes semanas en Italia, fueron un sueño para los dos.
Amar y ser correspondido es una dicha que parece no tener fin. Visitaron los posibles lugares para la
ceremonia, que sería íntima. Marcos le
compró un anillo de compromiso sencillo, con un único diamante y una
inscripción en su interior que le repitió mientras se lo colocaba.
– “Mía para siempre” –susurró en cuanto le puso el anillo en su
dedo, besándole levemente la mano y sonrió– ahora sí, estás lista para la cena
con mis padres.
– No sé si en algún momento estaré lista para eso –suspiró Mía
teatralmente y él sonrió con amor– adoro que me mires así.
– No puedo evitarlo. Te amo –contestó él con sencillez y ella lo
besó.
– ¿Estás totalmente seguro que no puedo evitarlo? –pidió Mía con
un atisbo de esperanza en sus ojos grises.
– No lo creo, amor. Estará toda la familia.
– ¡Pensé que era una cena íntima! –Mía se lamentó.
– Es toda mi familia y los amigos más cercanos, como siempre ha
sido Mía –Marcos la abrazó, pasando su mano por el cabello de ella– estará
bien, lo prometo.
– ¿Y si no les agrado? ¿Qué tal si me odian?
– Eso no sería posible. Tú eres… –Marcos la miró largamente y
sonrió– no hay manera que no le agrades a alguien.
– Tú dices eso porque me amas y no es justo –se cruzó de brazos
y él sonrió más.
– Te amo y por eso te digo la verdad –retrucó él mientras Mía
hacía “ese gesto” que le hacía temblar– me asustas cuando te pones así.
– Deberías Marcos. No me gusta que no me hayas dicho que era una
cena así.
– No fue mi culpa, amor.
Mis padres lo planearon para anunciar nuestro compromiso. ¿Podemos
darles ese gusto?
– Lo haré, pero es la segunda vez que quedas en deuda
conmigo. Tendrás que asistir a otra
fiesta de fin de año con mi familia o de navidad –Mía lo dijo, sintiendo como
un involuntario escalofrío le recorría.
– Repetiré la pregunta… ¿tan mal me irá? –Marcos sonrió y Mía se
echó a sus brazos.
– Tú eres encantador. No
creo que te vaya tan mal.
– ¿Un poco mal? –bromeó él y ella asintió.
– Solo un poco –aprobó con una sonrisa.
– Así está mejor –Marcos deslizó su mano por la mejilla de Mía y
sonrió– te amo.
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