miércoles, 4 de octubre de 2017

Embaucando A Mí Princesa 2

Y media hora después aproximadamente, de haber escuchado a su padre, llegaba al puerto marítimo para encaminarse al club náutico, al que también pertenecía Gerard.
Suponía que había logrado escaquearse, gracias a la gran cantidad de gente que había en los juzgados principales. Bien podía decirse, que prácticamente, se hallaba el noventa de la población.
Y nadie la miraba raro, al verla tan elegante.
Pero, aun así, tenía que ir mirando por encima del hombro, por si veía alguno de los guardaespaldas de la casa real. Encontraba algo extraño, que no la tuvieran extra vigilada.
Las puertas correderas se abrieron, dando paso al enorme vestíbulo del lugar, donde pudo vislumbrar al jefe encargado de allí, quien, al verla frunció por un segundo el ceño, para instantáneamente hacer un leve gesto de inclinación de cabeza.
Decidió acercarse a él, sabiendo que era persona de confianza.
-Su alteza, a qué debemos el honor de su presencia –Habló pomposamente Marc.
-Déjate de tonterías, Marc –Le sonrió con un guiño de ojos-. Me hallo sola y no hay cámaras.
-Dime pequeña –Habló con tono cariñoso, al conocerla desde bebé-. ¿Qué haces aquí, qué no estás con la familia?
-Vengo en una misión secreta –Dijo en apenas un susurro y expresión divertida-. Todos los participantes de la regata, están en algún sitio determinado, o en su propio embarcadero.
Marc, alzó una ceja inquisitiva.
-En su embarcadero –Alzó su brazo izquierdo, para comprobar la hora en su reloj de pulsera-. Aproximadamente, saldrán en posiciones dentro de una hora. De modo, que, en breve, empezaran a llegar los participantes que faltan, dado el acontecimiento de hoy –volvió alzar una ceja inquisitiva-. Se hallan con su familia.
-Genial –Sonrió nerviosa, mirando por un segundo por su alrededor.
- ¿Buscas a los tripulantes de la casa real? –Preguntó con tono dudoso.
-No –Respondió veloz y segura-. Busco la embarcación de Gerard Garnier.
-El señor Garnier, se halla en éstos momentos en los vestuarios –Carraspeó un poco incómodo-. Me comentó que iba un rato al jacuzzi y después, a la sauna. Necesitaba relajarse un poco para la competición. Venía algo fuera de sí –Confesó con cierta mueca.
-Apuesto que sí –Respondió con cierto sarcasmo.
-Quiere que le informe de su presencia aquí –Se ofreció amablemente.
- ¡No! –Lo interrumpió exaltada-. Quiero decir, que no hace falta –intentó mostrar una sonrisa confiada y relajada-. Podrías decirme por favor, dónde se halla su embarcación, para acercarme yo allí y esperarlo tranquila.
El hombre, aspiró profundamente, para después realizar un gesto negativo de cabeza.
-Algo me dice, que nadie sabe de tú presencia aquí, pequeña –Sonrió con cariño y un guiño divertido-. ¿Me equivoco?
-No –Se atrevió a ser sincera, con cierta mueca nerviosa de labios y retorcimiento de los dedos de su manos-. Pero no quiero que nadie lo sepa, ni el propio Gerard, por favor Marc –Le suplicó, como cuando de pequeña le pedía a escondidas, algún caramelo de la tienda, sin que sus padres lo supieran.
-El príncess, se halla en el muelle ocho, lado izquierdo –Reveló soltando un profundo suspiro.
- ¿Has dicho, príncess? –Preguntó entre confundida y sorprendida.
-Sí, pequeña –Respondió con mirada inquisitiva-. ¿Ocurre algo, pequeña?
-No, no –Volvió a sonreírle, para acercarse a él, darle un beso en la mejilla y encaminarse al muelle.


Al menos, la tensión de sus hombros había desaparecido, pero la de su mandíbula, era otra cosa.
Cada vez, que sus retinas volvían a repetir la imagen preciosa de Harmonie, su mandíbula se apretaba de forma inconsciente de rabia.
Nada servía con ella, nunca podía controlar sus nervios. Siempre lograba sacarlo de sus casillas. Bien fuera, por algo importante como algo irrelevante. Y aquello, hacía que aún se enfadara más consigo mismo.
Se había alejado de Mónaco, por un largo tiempo, yendo como corresponsal de guerra a grandes conflictos, pero siempre acababa volviendo, en busca de su mirada de odio o su fría sonrisa, que guardaba especialmente para él.
Pero ahora, ya tenía que ser duro consigo mismo. Había llegado el momento, que tanto tiempo había temido.
Al casarse Jacqueline, ella era libre de ser cortejada. Y aquel mismo día, ya había visto el acercamiento de un primer pretendiente.
Y sabía, que iba a ser el observante en primera línea, al tener la amistad que tenía con la familia real, su revista así se lo iba a demandar.
Y aquello, no iba a poder soportarlo. Temiendo mostrarse en completo ridículo, ante ella y ante sus amistades.
Tenía que ser fuerte y poner punto final, a la tentación.
Las opciones eran limitadas. O bien ponía tierra de por medio nuevamente, pero hasta que ella, se comprometiera con algún indeseado. O era él, quien seleccionaba de entre sus amigas con derecho a roce, para dar un paso de forma oficial.
 Pero el paso, tenía que hacerlo ya. No podía demorarse más tiempo.
 Pasaba por el vestíbulo del club, cuando le pareció ver a Marc, despedirse de dos hombres, que, si no se equivocaba, los había visto más de una vez como protectores a la casa real. Aquello le confundió un poco. Era raro, que, en aquel día, hubiera alguien de la casa real rondando por aquel lugar.
Con paso decidido, se acercó al hombre.
-Hola, nuevamente Marc –Saludó, observando como el hombre mayor, se exaltaba un poco.
-Señor Garnier –Se giró, mostrando una nerviosa sonrisa-. ¿Ha ido todo bien?
-Sí –Respondió agradecido-. ¿Ésos hombres, preguntaban algo especial?
-Nada importante –Se alzó de hombros-. Solo querían saber información exacta, sobre la regata. 
-Pero trabajan para la casa real –Dijo inquisitivo.
-Así es –Respondió con cierto brillo en su mirada-. Le recuerdo, que también participa en la regata.
-Cierto, pero sabe si lo hará algún miembro de la familia, de forma directa –Volvió a preguntar.
-No puedo ayudarle mucho más –Se volvió a encoger de hombros-. Solo preguntaron por el equipo.
-Bien –Respondió soltando un poco el aire contenido-. Pues, nos vemos en unos días –Sonrió, ofreciendo su mano, para estrechársela al hombre mayor.


-Le deseo toda la suerte del mudo –Le comunicó, pero algo en la mirada divertida del hombre, le dejaba inquieto.


Casi una hora después, el ruido de la gente en el muelle, al dar la salida a la regata, le subía las pulsaciones a mil por hora, por la fuerte emoción de emprender aquella carrera de cinco días en alta mar.
Pero aquella vez, a pesar de haber gente, se notaba, que la mayoría se hallaba de celebración, junto con la familia real. Por ello, que por mucho que buscase por el muelle, no iba a toparse con su mirada fría.
En aquellos momentos, de seguro que estaba bailando con algún atractivo y adinerado directivo, o similar en la escala social.
Pero aquellos cinco días en alta mar, estando solo, le iban a servir para pensar qué hacer con su futuro. Dónde mudarse o qué hacer con su estado civil.
Una hora después, ya tenía el rumbo fijado y no se molestaban ninguna embarcación de las que participaban. Fue el momento, que decidió bajar al camarote, para ir un momento al baño.
Bajó los peldaños, y al pie de éstos, agarró su mochila de mano, que había lanzado al subirse a la embarcación, para no perder tiempo. Habiendo dejado todo su equipaje un día antes.
Pero tras abrir la puerta de su camerino, o de la única habitación que había allí, se llevó la mayor sorpresa de su vida.
En su lecho, yacía dormida con el mismo vestido de gala, la mujer de sus pensamientos. Aquello, lo dejó completamente descolocado, acercándose a ella con dos zancadas recelosas para sentarse en el lecho junto a ella, y observar, el rostro relajado de su princesa dulce.
¡Joder! Estaba en un buen lío.
Iba a pasar cinco días, a solas con ella.




Empezó a tomar consciencia, notando un leve dolor de cabeza.
Vaya, nunca le había ocurrido aquello, nada más despertar. Además, parecía como si su cama tuviera un ligero baile de balanceo.
¡Mierda!
Expresó mentalmente, abriendo los ojos como platos y levantando su cuerpo hasta la cintura. Comprobando, que estaba dentro de un velero… ¿Pero era el de Gerard?
-No, no –Susurró asustada, moviendo su cuerpo a cuatro patas por la cama, para acercarse a la ventana y poder ver, de forma terrorífica, como se hallaba en medio del océano.
Recordaba, haber llegado a la embarcación de Gerard, haber ascendido a ella de forma difícil, con aquel maldito vestido. Pero cuando iba a bajar por las escaleras, notó una presencia tras ella que la agarraba con suavidad por el cuello, para taparle la nariz y boca con un trapo empapado, suponiendo que fue de cloroformo, para haber caído inconsciente y por tanto rato.
Ahora, tenía que rezar, que no fuera que estuviera secuestrada por alguna gente.
Era estúpida, no tenía que haberse alejado de allí, sin avisar a nadie. Bueno, pensó airosa, tenía la suerte de que Marc, del club náutico, sabía dónde quería ir.
Rezaba pro estar en la embarcación de Gerard. Para no tener que darle la razón al maldito, de lo que siempre la acusaba. De ser una descuidada y confiada, de ir sin escolta.
Se acercó a la puerta, cuando su mente también pensó en algo.
¿Y si era la embarcación de Gerard, qué diantres hacía allí dormida? ¿A qué venía aquel propósito?
Si mal no recordaba, había escuchado a su padre, como acusaba a Gerard de traición…
Mierda, mierda…
Tenía que salir y averiguar, qué estaba ocurriendo.


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