Marcos puso en blanco los ojos mientras intentaba escuchar lo
que Danaé le decía por teléfono. Rose llegaba a ser insoportable. Muchas veces.
– Lo sé, es Rose. ¡No tengo idea que tanto dice! –Marcos rió por
lo que Danaé le había dicho– sí, yo se lo diré. ¡No creo que le haga gracia!
– ¡Si alguien más me dice duquesa, lo mato! –gritó Rose y salió
hecha una furia.
– Sí, funcionó –confirmó Marcos con una sonrisa– no muy bien,
pero mejor. Han sido meses… extraños
–dijo inseguro– no sé qué será de mí, pero es un día más resistiendo muy bien a
contestarle –él escuchó y asintió– lo sé, es lo mejor. ¡Te espero!
En unas semanas, Danaé estaría de vuelta en Italia. Era
increíble como pasaba el tiempo, y si no fuera por su regreso, él no creería
que fueran meses ya. Sin Mía, alejado de la mujer que amaba y que le había
pedido, de la manera más… bueno de una manera muy “correcta”, que se olvidara
de ella. ¡Como si eso fuera tan fácil!
¿Decía que creía en su amor pero al mismo tiempo le pedía que la
olvidara? ¡Y con cientos de mujeres nada más y nada menos! Ella sí que sabía
cómo hacer que un hombre se sintiera… ofendido.
Porque él no era así, y que ella lo pensara…
Bien, no necesitaba repasar la carta para saber que no se
refería a eso. Pero es que ella no lo
entendía. ¡Cómo podía no entenderlo! El
amor no se cambiaba así como así, y ella, de entre todas las personas, debería
entenderlo.
Después de todo, ¿estaba enamorada no? Sí, solo que no de él.
Bien, ya no dedicaría más pensamientos a eso. No podía dedicarle al menos más
que uno cada día, como le había pedido. Le dedicaba uno solo, dividido en
varios momentos del día, pero era todo.
– ¿Qué, Rose? –preguntó con impaciencia, cuando su hermana
volvía a mostrar su cabeza rubia por la puerta– ¿qué es lo que pasa?
– Tienes una visita –anunció con una sonrisa.
– ¿Una visita? –Marcos soltó extrañado– ¿quién es?
– Me ha pedido que no te diga –dijo con satisfacción.
– ¿Una visita? –repitió mientras bajaba las gradas. ¿Quién sería?
– Marcos, finalmente… –escuchó que lo llamaban y él hizo un
mohín.
– ¿Tú eres la visita? –su voz con evidente decepción– ¿qué
quieres?
– ¿Qué manera es esa de tratar a la familia? –la burla en la voz
de André era evidente– no sé a quién esperabas… –él simuló pensar– ah sí, a la
chica de ojos grises…
– No, ni de lejos –contestó automáticamente– ella no vendrá.
– Si lo sabes… ¿por qué la esperas? –dijo arqueando una ceja.
– Tú no lo entenderías –replicó Marcos– tú… realmente no lo
entenderías.
– ¿Por qué todos me dicen
lo mismo con respecto a estos temas? –André rió cínicamente– bien, no estoy
aquí para eso.
– ¿Para qué has venido, tío? –preguntó riendo también Marcos– sé
que odias que te llame así.
– ¡Soy menor que tú!
–André puso en blanco los ojos– es obvio que no me gusta que me digas así.
– Bien, André… ¿para qué has venido?
– Danaé me lo ha pedido. Cree, por alguna loca razón, que soy yo
quien debe hablar contigo.
– ¿Por ti? ¿Por mí?
– ¡No lo sé! Pero es lo que ha dicho.
– Un momento… ¿por qué la escuchas?
– ¡Es mi hermana! Siempre la escucho –soltó con impaciencia.
– No lo hubiera imaginado…
– Ya, no es gran cosa –André se dejó caer con despreocupación en
un sofá cercano– mi hermanita tiene peticiones extrañas, siempre ha sido
misteriosa –lo miró fijamente– como tú.
– Sí, pero esta vez no sé
de qué podríamos hablar. Somos tan diferentes que… ¿por qué me miras así?
– ¿Cómo es que sigues
encaprichado tanto tiempo con ella? ¡Marcos, ni siquiera la conocías bien!
–soltó André de pronto.
– ¿Qué? ¿Encaprichado? ¡André, yo la amo!
– Eso es lo que tú dices,
si así quieres llamarle, adelante. No seré yo quien te lo impida pero… estás
mal.
– ¿Mal? ¿Por amar a alguien? ¡Sin duda palabras así solo podrían
provenir de ti!
– No, no por eso. Puedes amar a quien tú quieras pero no puedes
agobiarle con eso. ¿No lo ves? Es bastante básico –André le señaló el sofá
frente a él para que Marcos se sentara– lo que se repite demasiado, al final
pierde el valor.
– Deberías empezar a poner en práctica tus consejos –soltó
burlón Marcos.
– ¡Cállate y escucha! –dijo con impaciencia– tú eres un hombre…
extraño, por decir lo menos. Siempre lo fuiste, demasiado… considerado. ¿Te ha
servido de algo? ¡No! Igual has terminado con el corazón roto, esperando a una
mujer que te ha dicho que la superes.
¿Te dijo eso verdad?
– ¿Cómo podrías saber eso? –Marcos hizo un mohín y se puso una
nota mental de sacudir muy fuertemente a Danaé en cuanto llegara– ¿por qué lo
dices?
– Es fácil, Marcos. Tú eres demasiado transparente en lo que
sientes y eso no es bueno, porque no todos sienten como tú, no a la misma
velocidad. Debes aprender a calmarte…
¿apuesto a que le dijiste que la amabas el mismo día de conocerla cierto?
– No… –Marcos odiaba que
alguien pudiera leer en él– ¿por qué lo haría?
– ¡Exacto! ¿Por qué lo harías? –André asintió enérgicamente,
como para acentuar su punto– cuando conoces desde el principio como terminará
todo, se pierde el interés. No vale la
pena luchar. ¿Para qué? ¡Tú le diste lo
que quería!
– ¡Ella no quiere que la amen! Ese es el problema.
– ¿Por qué lo haces entonces? ¿Te pidió que la olvides? ¡Hazlo!
Solo dale ese gusto.
– ¿Qué? ¡No es tan fácil! Yo no voy por ahí, enamorando mujeres
y diciéndoles lo que quieren escuchar para tenerlas a mis pies. ¡No soy así!
– Yo no las engaño, Marcos –soltó con lentitud André– ellas
saben cómo soy y eligen creerme… o no.
– ¿Tú realmente crees eso? –Marcos sonrió irónico– cuando tú
amas a alguien y te dice lo que quieres escuchar, no importará en qué tono lo
diga, porque tú confías en esa persona, en que su interés en ti es legítimo.
– Tienes un gran problema, Marcos. Tú necesitas aprender a
calmarte y verlo todo en perspectiva… no te tomes demasiado en serio.
– Y tú necesitas tomarte más en serio –retrucó él– y lo
necesitas, ya.
– Solo ten en cuenta lo que te he dicho, Marcos. Lo que no
cuesta, no vale la pena. Necesitas aprenderlo, porque solo así ella valorará tu
amor.
– ¿Qué puedo hacer? ¿Qué, André? ¿Salir con cientos de mujeres
como tú?
– No, con unas cuantas para empezar –sonrió él, mostrando con su
tono que lo decía muy en serio.
– Estás loco –negó Marcos.
– Loco o no, deberías hacerlo. No hay nada más tentador que lo
que uno no puede tener.
– No te prometo nada más que pensarlo… –Marcos lo miró– pero tú,
también debes empezar a darte cuenta que no puedes jugar toda la vida.
– No juego… –se quejó André.
– Lo haces. Y todo vuelve, tarde o temprano…
– Pues que vuelva cuando quiera. No me arrepiento de lo que he
hecho. He vivido, muy feliz, si puedo añadir.
– Espero que sea siempre así, André. No te arrepientas de nada
–dijo Marcos y se despidieron, cada quien sumido en sus pensamientos.
Marcos empezaba a asustarse del sentido que repentinamente
adquirían las palabras de André. ¡Era André! ¿Cómo podía tomarlo en serio? Pero
lo estaba haciendo y eso… era más que preocupante.
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