viernes, 14 de julio de 2017

Tan solo amor 16° -Gaby Ruiz



Marcos esperaba impaciente a que Mía saliera de la habitación.  ¿Qué tan difícil podía ser encontrar algo que ponerse e ir a su casa para tomar el té con sus padres? Él sabía que sería un poco difícil, pero no tanto. No quería que se retrasaran pero estaba seguro que si preguntaba una vez más, saldría con más que unos cuantos regaños.
– ¡Deja de caminar de esa manera, Marcos! Me pones nerviosa –escuchó que decía Mía y él puso en blanco los ojos, contando mentalmente para no replicar– ¿sigues ahí?
  Sí, Mía –suspiró con impaciencia– y si… –se detuvo, a tiempo.
– ¡¿Y si qué?! –gritó Mía exasperada y él se giró hacia la puerta.  La encontró mirándolo, con expresión divertida y él quiso matarla– ¿me esperabas?
  Estás hermosa –contestó él, porque era lo que miraba y porque no quería ninguna pelea.  La tensión del momento era suficiente.
  Gracias, Marcos –Mía sonrió, complacida. No había usado el vestido aún, porque Marcos estaba casual y ella optó por un sweater, falda y botas.
– ¿Vamos? –pidió, extendiéndole la mano.  Mía asintió y salieron hacia la reunión con los padres de Marcos, en su casa.

Mía trató de reprimir la sorpresa ante la casa de Marcos. Si eso era una “casa”, no podía imaginar cómo sería la que él llamaba la “Mansión Ferraz”.  Esta era enorme, hermosa e imponente.  ¡Estaba perdida!
– Todo estará bien –pronunció él en su oído, cuando Mía le apretó con fuerza la mano– no dejaré que te coman viva, lo prometo –bromeó pero ella no reaccionó.
– Creo que no es una buena idea, Marcos… –dijo en cuanto la puerta se abrió y entraron. No lo sería, pero ya estaban ahí.  Los esperaban Rose y una hermosa mujer, de ojos y cabellos idénticos a los de Marcos. Sin duda, era su madre.
  Mamá, ella es Mía –se acercó Marcos a hacer las presentaciones luego de saludarlas– Mía, es mi madre, Mandy –explicó.  Mía trató de componer una sonrisa y se acercó despacio.  Le extendió la mano pero ella le dio un cálido abrazo. Mía suspiró de alivio.
  Es un gusto, señora Ferraz –contestó Mía – gracias por la invitación.
  Tenía grandes deseos de conocerte –dijo Mandy con una sonrisa sincera– ven, siéntate con nosotras. Estamos esperando la llegada de mi esposo, Stefano.
  ¿Cómo estás, Mía? –preguntó Rose, quien estaba inusualmente callada– ¿disfrutas tu estancia en Italia?
– Bastante, gracias –asintió Mía, mirándola con interés– su país es bellísimo.
– Lo es –intervino Marcos con orgullo– Italia es uno de los mejores países.
  De acuerdo, pero el mío… –empezó a decir Mía y se detuvo.  Todos miraron a la puerta y ella hizo lo mismo.  Contuvo el aliento y se puso nerviosa nuevamente.  Aquel hombre guapo, frío, de apariencia seria y arrogante, tenía que ser el padre de Marcos.
– Buenas tardes –saludó Stefano entrando con calma. Besó a su esposa brevemente y dirigió una mirada rápida hacia Marcos y Mía.  Saludó con Rose y esperó que Marcos hablara.  Él hizo las respectivas presentaciones.
– Padre, ella es Mía –trato de evitar una mueca al sentir la mano de Mía casi romperle la suya del apretón que le dio– Mía, él es mi papá, Stefano.
– Mucho gusto, señor Ferraz –dijo automáticamente Mía, extendiendo su mano ante el hombre cuya mirada fría hacía que se le helara la sangre.  Era extremadamente atractivo y arrogante, parecía ser de las personas que miraban a todos por sobre su hombro. Nerviosa era poco, se sentía una miniatura a su lado y eso no era bueno. Nada bueno. ¿Qué Marcos y él tenían caracteres parecidos? ¡No podría hallar una semejanza ni aun si su vida dependiera de ello!
  El gusto es todo mío –contestó él, omitiendo el uso de su nombre. Se sentó junto a su esposa y no parecía mirarla, como los demás si hacían. ¿Esperando su reacción? Bueno, no había mucho a lo que reaccionar, sino evitar hacerlo. Evitar que le recorriera un escalofrío y salir corriendo de ahí.  Ser evaluada por todos, de esa manera, era incómodo.  Y aún más, cuando Stefano Ferraz parecía haber decidido que la odiaba sin siquiera mirarla dos veces.
– ¿A qué te dedicas, Mía? –preguntó Mandy, tratando de aligerar el clima que se había apoderado de la habitación.
– Soy periodista –contestó de inmediato– aunque también me he dedicado a enseñar.
– ¡Que interesante! –comentó Mandy enviándole una mirada tranquilizadora– ¿y qué prefieres hacer? ¿Ejercer periodismo o enseñar?
– No lo sé –respondió con sinceridad– imagino que el periodismo. Es un trabajo serio que alcanza a más personas. Aun cuando enseñar, es una tarea más personalizada y, por tanto, de mayores responsabilidades.
  Eres una joven muy inteligente –sonrió Mandy y Mía le agradeció.
  Lo es –interrumpió Marcos, con una mirada de agradecimiento a su madre– además se mantiene por su cuenta.  Es muy independiente.
– Eso siempre es positivo –Rose participó en la conversación, aun cuando parecía faltarle su habitual jovialidad– no hay nada como vivir por tu cuenta.
  Sí, uno valora más las cosas de esa manera –añadió Mía.
  Sin duda alguna –Stefano soltó con tono neutro– ¿valora lo que gana? –preguntó.
– ¡Stefano! –reprendió Mandy.
– Papá, por favor… –empezó Marcos pero Mía elevó su mano con levedad.
  Sí señor.  Lo valoro mucho, porque me cuesta ganármelo –contestó Mía, tratando de sostener su intimidante mirada. ¿Cómo podía un hombre tan atractivo ser tan repelente a la vez?
  Exactamente –afirmó él– cuando algo es difícil, uno lo valora más.  Si ha luchado por algo –miró efímeramente a Marcos– ¿cuánto tiempo piensa quedarse en Italia?
Marcos parecía dispuesto a saltar al cuello de su padre.  Mía le dio unas palmaditas en la mano que sostenía, mientras intentaba ella misma mantener la calma.  No quería pensar que él estuviera insinuando lo que ya había pensado que hacía.
– He venido de vacaciones –aclaró ella con seguridad– en cuestión de días, regresaré a mi hogar –y eso era cierto. No había sabido cómo decírselo a Marcos, pero esta no era la forma que había planeado hacerlo. En algún momento, debía saberlo.
– ¿No piensa establecerse en Italia? –Stefano arqueó una ceja con incredulidad– ¿por qué no? Es un bello lugar para vivir ¿no le parece? –su voz era afilada, como el acero y Mía no estaba dispuesta a dejarse herir por ella.
  Hermoso, pero no es mi hogar –contestó concisamente– mis planes no han cambiado.
  ¿Quiere decir que sus planes al venir aquí no incluían el encontrar a mi hijo? –Stefano elegía las palabras correctas para decir todo y a la vez no ofenderla directamente.
– De hecho, no –Mía trataba de mantener la calma.  Se sentía como si fuera una prisionera siendo interrogada– mis planes eran exactamente encontrar a Marcos.
  ¿Por qué? –Stefano la miró directamente, sus ojos fríos– ¿qué es lo que busca?
– ¡Basta, papá! –estalló Marcos y se levantó– Mía no tiene por qué contestar tus interrogatorios ni los de nadie.  Ella es a quien yo elegí y eso debería bastar para ahorrarte todas las preguntas.  Yo sé quién es, yo la conozco y la amo. No sé qué buscas, pero no lograrás nada.
– A mí no me hablas así, Marcos. Siéntate –ordenó Stefano, con calma– trataba de ser amable, conversando con tu invitada.
– Con mi novia, padre –corrigió él impaciente– y creo que es mejor que nos retiremos.
– No, hijo –pidió su madre, levantándose– tu padre se comportará –dijo con una mirada gélida dirigida a su esposo– lamentamos mucho los inconvenientes –se disculpó viendo a Mía– no hemos tenido un buen día –añadió.
– No hay ningún problema –Mía asintió y cuando Marcos insistía en irse ella negó. Él se sentó, obedientemente y ella le sonrió.  Él respiró hondo– nos quedamos.
– Gracias, Mía –Mandy pidió que les sirvieran el té y no hablaron por un largo rato. 
Mía no sabía que había esperado, pero ese trato por parte del padre de Marcos era demasiado. ¿Acaso pensaba que era una caza fortunas o algo así?  Porque de ninguna manera le interesaba el dinero de Marcos, ni siquiera se fijaría en eso.  Solo en él, en lo que Marcos era, y si su padre no lo veía, no merecía al hijo que tenía. Marcos era maravilloso por sí solo, como para que alguien pensara siquiera en saltar sobre él y dirigirse directamente a su dinero.  No era posible y ni siquiera le interesaba si tenía fortuna o no. Ella era totalmente independiente, como bien Marcos había dicho, y no aceptaría dinero de él. Ni de nadie. 
Marcos se sentía irritado. Molesto y con intensas ganas de gritar y golpear todo lo que se pusiera a su paso. ¿Por qué su padre se comportaba así? ¡Mía no era ninguna mujer interesada en su dinero! Ella era la mujer que él amaba y estaba seguro de conocer. Pero, al parecer, eso no parecía bastarle. Desconfiaba de todo, como siempre. ¿Por qué?

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