Marcos esperaba impaciente a que Mía saliera de la
habitación. ¿Qué tan difícil podía ser
encontrar algo que ponerse e ir a su casa para tomar el té con sus padres? Él
sabía que sería un poco difícil, pero no tanto. No quería que se retrasaran
pero estaba seguro que si preguntaba una vez más, saldría con más que unos
cuantos regaños.
– ¡Deja de caminar de esa manera, Marcos! Me pones nerviosa
–escuchó que decía Mía y él puso en blanco los ojos, contando mentalmente para
no replicar– ¿sigues ahí?
– Sí, Mía –suspiró con
impaciencia– y si… –se detuvo, a tiempo.
– ¡¿Y si qué?! –gritó Mía exasperada y él se giró hacia la
puerta. La encontró mirándolo, con
expresión divertida y él quiso matarla– ¿me esperabas?
– Estás hermosa –contestó
él, porque era lo que miraba y porque no quería ninguna pelea. La tensión del momento era suficiente.
– Gracias, Marcos –Mía
sonrió, complacida. No había usado el vestido aún, porque Marcos estaba casual
y ella optó por un sweater, falda y botas.
– ¿Vamos? –pidió, extendiéndole la mano. Mía asintió y salieron hacia la reunión con
los padres de Marcos, en su casa.
Mía trató de reprimir la sorpresa ante la casa de Marcos. Si eso
era una “casa”, no podía imaginar cómo sería la que él llamaba la “Mansión
Ferraz”. Esta era enorme, hermosa e
imponente. ¡Estaba perdida!
– Todo estará bien –pronunció él en su oído, cuando Mía le
apretó con fuerza la mano– no dejaré que te coman viva, lo prometo –bromeó pero
ella no reaccionó.
– Creo que no es una buena idea, Marcos… –dijo en cuanto la
puerta se abrió y entraron. No lo sería, pero ya estaban ahí. Los esperaban Rose y una hermosa mujer, de
ojos y cabellos idénticos a los de Marcos. Sin duda, era su madre.
– Mamá, ella es Mía –se
acercó Marcos a hacer las presentaciones luego de saludarlas– Mía, es mi madre,
Mandy –explicó. Mía trató de componer
una sonrisa y se acercó despacio. Le
extendió la mano pero ella le dio un cálido abrazo. Mía suspiró de alivio.
– Es un gusto, señora Ferraz
–contestó Mía – gracias por la invitación.
– Tenía grandes deseos de
conocerte –dijo Mandy con una sonrisa sincera– ven, siéntate con nosotras.
Estamos esperando la llegada de mi esposo, Stefano.
– ¿Cómo estás, Mía?
–preguntó Rose, quien estaba inusualmente callada– ¿disfrutas tu estancia en
Italia?
– Bastante, gracias –asintió Mía, mirándola con interés– su país
es bellísimo.
– Lo es –intervino Marcos con orgullo– Italia es uno de los
mejores países.
– De acuerdo, pero el
mío… –empezó a decir Mía y se detuvo.
Todos miraron a la puerta y ella hizo lo mismo. Contuvo el aliento y se puso nerviosa
nuevamente. Aquel hombre guapo, frío, de
apariencia seria y arrogante, tenía que ser el padre de Marcos.
– Buenas tardes –saludó Stefano entrando con calma. Besó a su
esposa brevemente y dirigió una mirada rápida hacia Marcos y Mía. Saludó con Rose y esperó que Marcos
hablara. Él hizo las respectivas
presentaciones.
– Padre, ella es Mía –trato de evitar una mueca al sentir la
mano de Mía casi romperle la suya del apretón que le dio– Mía, él es mi papá,
Stefano.
– Mucho gusto, señor Ferraz –dijo automáticamente Mía,
extendiendo su mano ante el hombre cuya mirada fría hacía que se le helara la
sangre. Era extremadamente atractivo y
arrogante, parecía ser de las personas que miraban a todos por sobre su hombro.
Nerviosa era poco, se sentía una miniatura a su lado y eso no era bueno. Nada
bueno. ¿Qué Marcos y él tenían caracteres parecidos? ¡No podría hallar una
semejanza ni aun si su vida dependiera de ello!
– El gusto es todo mío
–contestó él, omitiendo el uso de su nombre. Se sentó junto a su esposa y no
parecía mirarla, como los demás si hacían. ¿Esperando su reacción? Bueno, no
había mucho a lo que reaccionar, sino evitar hacerlo. Evitar que le recorriera
un escalofrío y salir corriendo de ahí.
Ser evaluada por todos, de esa manera, era incómodo. Y aún más, cuando Stefano Ferraz parecía
haber decidido que la odiaba sin siquiera mirarla dos veces.
– ¿A qué te dedicas, Mía? –preguntó Mandy, tratando de aligerar
el clima que se había apoderado de la habitación.
– Soy periodista –contestó de inmediato– aunque también me he
dedicado a enseñar.
– ¡Que interesante! –comentó Mandy enviándole una mirada
tranquilizadora– ¿y qué prefieres hacer? ¿Ejercer periodismo o enseñar?
– No lo sé –respondió con sinceridad– imagino que el periodismo.
Es un trabajo serio que alcanza a más personas. Aun cuando enseñar, es una
tarea más personalizada y, por tanto, de mayores responsabilidades.
– Eres una joven muy
inteligente –sonrió Mandy y Mía le agradeció.
– Lo es –interrumpió
Marcos, con una mirada de agradecimiento a su madre– además se mantiene por su
cuenta. Es muy independiente.
– Eso siempre es positivo –Rose participó en la conversación, aun
cuando parecía faltarle su habitual jovialidad– no hay nada como vivir por tu
cuenta.
– Sí, uno valora más las
cosas de esa manera –añadió Mía.
– Sin duda alguna
–Stefano soltó con tono neutro– ¿valora lo que gana? –preguntó.
– ¡Stefano! –reprendió Mandy.
– Papá, por favor… –empezó Marcos pero Mía elevó su mano con
levedad.
– Sí señor. Lo valoro mucho, porque me cuesta ganármelo
–contestó Mía, tratando de sostener su intimidante mirada. ¿Cómo podía un
hombre tan atractivo ser tan repelente a la vez?
– Exactamente –afirmó él–
cuando algo es difícil, uno lo valora más.
Si ha luchado por algo –miró efímeramente a Marcos– ¿cuánto tiempo
piensa quedarse en Italia?
Marcos parecía dispuesto a saltar al cuello de su padre. Mía le dio unas palmaditas en la mano que
sostenía, mientras intentaba ella misma mantener la calma. No quería pensar que él estuviera insinuando
lo que ya había pensado que hacía.
– He venido de vacaciones –aclaró ella con seguridad– en
cuestión de días, regresaré a mi hogar –y eso era cierto. No había sabido cómo
decírselo a Marcos, pero esta no era la forma que había planeado hacerlo. En
algún momento, debía saberlo.
– ¿No piensa establecerse en Italia? –Stefano arqueó una ceja
con incredulidad– ¿por qué no? Es un bello lugar para vivir ¿no le parece? –su
voz era afilada, como el acero y Mía no estaba dispuesta a dejarse herir por
ella.
– Hermoso, pero no es mi
hogar –contestó concisamente– mis planes no han cambiado.
– ¿Quiere decir que sus
planes al venir aquí no incluían el encontrar a mi hijo? –Stefano elegía las
palabras correctas para decir todo y a la vez no ofenderla directamente.
– De hecho, no –Mía trataba de mantener la calma. Se sentía como si fuera una prisionera siendo
interrogada– mis planes eran exactamente encontrar a Marcos.
– ¿Por qué? –Stefano la
miró directamente, sus ojos fríos– ¿qué es lo que busca?
– ¡Basta, papá! –estalló Marcos y se levantó– Mía no tiene por
qué contestar tus interrogatorios ni los de nadie. Ella es a quien yo elegí y eso debería bastar
para ahorrarte todas las preguntas. Yo
sé quién es, yo la conozco y la amo. No sé qué buscas, pero no lograrás nada.
– A mí no me hablas así, Marcos. Siéntate –ordenó Stefano, con
calma– trataba de ser amable, conversando con tu invitada.
– Con mi novia, padre –corrigió él impaciente– y creo que es
mejor que nos retiremos.
– No, hijo –pidió su madre, levantándose– tu padre se comportará
–dijo con una mirada gélida dirigida a su esposo– lamentamos mucho los
inconvenientes –se disculpó viendo a Mía– no hemos tenido un buen día –añadió.
– No hay ningún problema –Mía asintió y cuando Marcos insistía
en irse ella negó. Él se sentó, obedientemente y ella le sonrió. Él respiró hondo– nos quedamos.
– Gracias, Mía –Mandy pidió que les sirvieran el té y no
hablaron por un largo rato.
Mía no sabía que había esperado, pero ese trato por parte del
padre de Marcos era demasiado. ¿Acaso pensaba que era una caza fortunas o algo
así? Porque de ninguna manera le
interesaba el dinero de Marcos, ni siquiera se fijaría en eso. Solo en él, en lo que Marcos era, y si su
padre no lo veía, no merecía al hijo que tenía. Marcos era maravilloso por sí
solo, como para que alguien pensara siquiera en saltar sobre él y dirigirse
directamente a su dinero. No era posible
y ni siquiera le interesaba si tenía fortuna o no. Ella era totalmente
independiente, como bien Marcos había dicho, y no aceptaría dinero de él. Ni de
nadie.
Marcos se sentía irritado. Molesto y con intensas ganas de
gritar y golpear todo lo que se pusiera a su paso. ¿Por qué su padre se comportaba
así? ¡Mía no era ninguna mujer interesada en su dinero! Ella era la mujer que
él amaba y estaba seguro de conocer. Pero, al parecer, eso no parecía bastarle.
Desconfiaba de todo, como siempre. ¿Por qué?
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