Mía reprimió un mohín pero no se dejó intimidar. Ella necesitaba
saber ante qué se enfrentaba. ¡Cuántas
mujeres debieron ser parte de la vida de él! Es que era imposible que no fuera
así. No había manera.
– Cuando nos conocimos
–empezó Mía, sin saber bien qué decir– ¿hace cuánto tiempo no tenías una
“relación”?
– ¿Una relación? –Marcos suspiró y la miró– bien, hace meses que
no salía con ninguna mujer, si es esa tu pregunta.
Mía asintió, satisfecha. Él se sentó a su lado.
– ¿Viajas mucho?
–preguntó con tono desinteresado.
– Cuando es necesario –contestó de inmediato.
– ¿Solo?
– La mayoría de las veces.
– ¿Cuándo no?
– Cuando debo viajar
desde Italia con otra persona, por supuesto.
– Por supuesto –ella lo miró sin una pizca de humor.
– Otra persona que
pertenece a los negocios que atiendo en ese instante.
– Ah… –Mía intentó disimular el suspiro de alivio– ¿cuándo
saliste con alguien por primera vez? ¿Qué edad tenías?
– ¡Mía! –reprendió Marcos levantándose– todos tenemos un
pasado. ¿Por qué no lo dejamos así?
– ¿Por qué hacerlo? –Mía
gruñó– ¿tienes algo que ocultar?
– Estás paranoica
–contestó él con desgana– y estoy seguro que no acertarías nunca.
– ¿Qué no? –ella sonrió
ante el reto– estuviste involucrado con demasiadas mujeres y eso haría que tu
historia de amarme al instante fuera menos creíble.
Marcos inspiró, tratando de calmarse. Mía podía lograr que su
calma huyera al instante, siendo reemplazada por una increíble
impaciencia. Lo descontrolaba.
– ¿Por qué me preguntas
todo esto? ¿No confías en mí?
– ¿Por qué debería? Sé
que algo ocultas, de lo contrario…
– No oculto absolutamente nada –Marcos puso los ojos en blanco–
es que no me gusta hablar demasiado del pasado.
– Yo no tengo ningún
problema si tengo que hablarte a ti de…
– Lo sé –asintió Marcos, elevando una mano para callarla– no
necesito saber de él.
– Lo siento –Mía hizo un
gesto extraño, que él no le había visto antes.
– Bien, si significa tanto para ti… –Marcos le abrazó y ella, aunque
reticente al inicio, se dejó estrechar por él– contrario a lo que tú pareces
pensar –empezó Marcos– no he salido con demasiadas mujeres. Ni siquiera podría
decir que son varias. Mía, mis “salidas” nunca fueron muchas porque no era algo
en lo que pusiera demasiado empeño. Rara vez tenía la oportunidad y el tiempo…
solo por si llegaba a conocerte a ti.
Pero hasta la boda, no te encontré.
Ni siquiera lo habría imaginado, no pensé que existieras hasta que te vi
y supe que era lo que esperaba. Lo que quería para amar. A ti.
– Ay, Marcos –ella se giró a abrazarlo. Quería demostrarle
cuanto significaba lo que había dicho– solo que no lo entiendo. ¿Cómo es que
las mujeres no se echan a tus pies?
– ¿Tú no lo entiendes? ¡Huiste de mí! –se burló él– ¿lo olvidaste?
– ¡Me asustaste! En mi defensa, digo que no creo que vayas
diciendo a todas las mujeres que las amas ¿cierto?
– No, solo a ti –repitió él encogiéndose de hombros– ¿lo ves? No
soy nada bueno con esos temas.
– ¿Qué no? ¡No he conocido a un hombre que sepa más lo que
quiere una mujer que tú! Y que lo pueda dar. Tú lo tienes todo. ¿Cómo es que
las mujeres de Italia no lo ven?
– ¿Cómo? Efectivamente –se rió Marcos– tú eres la única que lo
ve. Además, yo no era de mucho interés junto a Alex y André.
– ¿Los conoceré esta
noche, cierto? –preguntó Mía con curiosidad.
– Así es –confirmó él– pero no te dejaré con ellos mucho tiempo
–dijo, mitad serio y mitad en broma– en Alex confiaría pero en André…
– ¿Tu propio tío? –preguntó ella con espanto y sonrió divertida. Él asintió.
– André puede ser toda mi familia que quieras pero creo que
nadie, en absoluto, le confiaría una mujer a él.
– ¿Tan malo es? ¿Y tú nunca fuiste así?
– No, Mía –Marcos se puso serio– yo siempre quise a alguien a
quien amar. No me interesaba lo demás si
no tenía a quien amar. Por eso es que tú eres tan importante para mí. ¿Algo más, amor?
Ella negó, incapaz de hablar.
Amaba a Marcos. Sabía que lo amaba, aun cuando no pudiera ponerlo en
palabras. Dejó que él tomara sus labios
y deseó que él pudiera adivinar cada uno de sus pensamientos no expresados.
– Marcos… –Mía abrió los ojos, tras varios minutos en silencio,
para mirarlo– no respondiste a mi pregunta, aún.
Él trató de componer una sonrisa, pero ella sabía que no estaba
feliz que ella retomara el interrogatorio. Sonrió.
– ¿Ahora qué, Mía?
–suspiró irritado– pensé que era un tema cerrado.
– Nunca será un tema cerrado, Marcos –negó ella inocente– pero
una más, por este día.
– Bien, ¿cuál será ahora?
–inquirió, rindiéndose.
– ¿Cómo supiste del sabor del helado? –Mía interrogó con
entusiasmo– y las rosas. Además siempre
sabes que decir, que hacer, que no hacer. ¿Cómo es posible?
– Es una exageración –le
restó importancia– no siempre lo sé –respondió, evasivo. Cuando salía el tema
del pasado de Mía con Sean, por ejemplo. Él se sentía totalmente incómodo y
molesto. Nunca tenía palabras que decir
ni ánimo de escuchar nada. Solo pensar que Mía lo amaba a él, que quizás nunca lo
olvidaría porque los recuerdos no perdían fuerza… solo se hacían más perfectos
con el pasar de los años.
– ¿Marcos? ¿No me responderás?
– Ah sí –volvió al presente. Intentó recordar la pregunta y
asintió– imagino que todo se refiere a la manera en que me crié. Siempre
rodeado de mujeres, Mía. Beth, Danaé,
Aurora, Rose e incluso Daila. Al contrario de a muchos hombres, incluidos
André, Alex y varias veces Christopher, a mí no me parecían aburridas o
superficiales sus charlas. Eran muy educativas –sonrió él ante la mirada de
ella– te dije que te decepcionaría, Mía.
Porque no soy ningún mujeriego que aprendió sus “tácticas” de miles de
mujeres que pasaron por sus brazos. Al contrario, siempre las quise como mi
familia y aprendí mucho de ellas. Como
tratar a una mujer, muchas veces fallé en saber que decir pero otras tantas lo
supe muy bien. Eran mis amigas y las
apreciaba y respetaba tanto como a mis amigos, hombres. Es sencillo. Una mujer necesita ser escuchada
con interés, como todo ser humano. No ser
subestimada.
– ¿Cómo, en verdad, es que nadie te apartó de mi camino? –Mía lo
miró con admiración– no sabes cuánto admiro lo que eres. Cuanto aprecio tus
palabras y…
– Lo sé –sonrió Marcos
con tristeza– me admiras, me aprecias y quieres. ¿Eso es todo, cierto? –se
encogió de hombros, y cambió de tema– lo del sabor de helado no fue difícil. Te
había observado durante la fiesta, en la boda.
Además, una tarde que llegué a la Mansión Ferraz, casa de Danaé –explicó–
estaba reunida con Beth, Aurora y Rose. Las
saludé e iba a retirarme educadamente, pero me pidieron que me quedara. Querían una perspectiva masculina decente,
según me dijeron. Sonreí y les seguí el juego. De un momento a otro, una de las
cosas que hablaron fue de sus sabores favoritos. Discutieron y entre risas,
Beth dijo que el chocolate, que un hombre no podría equivocarse si elegía
chocolate y se lo daba a una mujer. Aurora asintió y añadió que vainilla,
porque era todo un clásico. Así que hubo un consenso general que chocolate y
vainilla nunca decepcionaban. Yo me
divertía escuchándolas y, cuando ya era demasiado para mí, soy solo un hombre a
fin de cuentas, me despedía y me iba. Siempre reflexionando lo que había
escuchado –sonrió divertido por la expresión que mantenía Mía.
– No, realmente no eres real –Mía se acercó a abrazarlo– no
puedes ser real.
– Lo soy –contestó
estrechándola en sus brazos– y estoy contigo.
– Nunca me dejes. ¿Lo
prometes?
– No podría. Es imposible
siquiera considerarlo.
– Sí, es imposible –Mía lo miró a los ojos– ¿sabes? Eres un
sueño. Mi sueño.
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