sábado, 20 de mayo de 2017

Tan solo amor 12° - Gaby Ruiz



– ¿Por qué tardaste tanto? –entró Rose, haciéndolo a un lado y él puso los ojos en blanco– ¿aún duermes?
  ¿Es muy tarde? –preguntó él, notando demasiado tarde el desastre de la sala que, obviamente, su perspicaz hermana ya había visto– imagino que estaba cansado. Por eso es que no fui al concierto.
– ¡Ni empecemos con eso! –siseó Rose con furia– por tu culpa, he tenido que soportar al fastidioso de Ian Torrenti. ¡Odio a ese pomposo conde!
– Duque –corrigió Marcos y ella lo asesinó con la mirada– ¿qué pasó?
  ¡No hagas que te cuente! –Rose gruñó y a continuación esbozo una sonrisa perversa– ¿qué ha pasado aquí hermanito?

  Nada que te incumba, hermanita –retrucó él con una mirada de advertencia.
– ¿Aún sigue aquí? –Rose rió y empezó a mirar alrededor– ¿quién es? –sus ojos se clavaron en la puerta de la habitación de él– ¿está en tu habitación?
– Rose, detente –Marcos la sostuvo cuando ella caminaba hacia ahí– es mi departamento y es mi vida. ¿Puedes respetar eso?
– Puedo –asintió ella– pero no lo haré.  ¡Por eso me evitabas! Tienes a alguien aquí y tú no querías que nadie más lo supiera ¿por qué?
  Hermanita –Marcos estaba a punto de perder la paciencia pero contó mentalmente hasta tres y continuó– ¿por qué si tuviera a una mujer aquí haría que ella esté en mi habitación y yo en la sala?
– Exacto –concordó Rose omitiendo el sarcasmo de Marcos– ¿por qué lo harías? ¿Quién es ella?
  ¡No es nadie, Rose! –Marcos empezó a perder la compostura– realmente estás insoportable. ¿Por qué no interrogas a tu duque y me dejas tranquilo?
– ¡No seas idiota, Marcos! –gritó Rose con enfado– no es mi duque y… –se calló al mirar la cara de Marcos. Escuchó que la puerta se deslizaba de vuelta a su lugar, cerrándose con un clic. Giró para mirar quien era. 
Mía había estado durmiendo como no recordaba dormir en años. Sin pesadillas, sin sueños extraños ni recuerdos tristes. Simplemente con un descanso que no había sentido antes. Era una sensación deliciosa, que se vio interrumpida por los gritos de alguien. En realidad, al principio pensó que estaba soñando.  Se levantó, desorientada. No tenía la menor idea de donde estaba ni de quien era esa habitación. ¿Qué hacía ahí?
De a poco, abrió los ojos completamente y se le aclaró la mente.  Marcos… Había ido a buscar a Marcos a Italia. Estaba en su departamento. ¡En su habitación! –se alarmó Mía– ¿qué hacía ella en su habitación? No había pasado nada ¿verdad? Ella no recordaba nada que…  Solo quedarse dormida en el sofá. Y él, al parecer, le había cedido su cama.  Porque ella estaba segura que su sueño no fue interrumpido, por tanto él debía estar en la sala. Porque la voz que escuchaba era de Marcos.  La otra voz… femenina.
¿Acaso Marcos tenía una novia? ¿Le había mentido? Porque de lo contrario, ¿quién iría tan temprano a su departamento y, para colmo, gritaría?
Mía sintió que repentinos temblores le recorrían y sus ojos se inundaban de lágrimas.  Marcos no podía haber mentido tan descaradamente ¿cierto? Él no.  No podía.
Respiró profundamente y decidió que lo mejor era salir a confrontarlo. Si él estaba jugando con ella y alguien más, tenía que saberlo y que la otra mujer también lo supiera.  ¡Lo sabía! Marcos de ninguna manera podía ser tan perfecto. 
Se colocó los zapatos y abrió con sigilo la puerta. Salió y cuando miró la escena frente a ella, supo, por la mirada de Marcos, que él deseaba que ella no saliera de ahí. Tanto peor para él, debía afrontar las consecuencias de lo que hacía. ¡Cómo había podido confiar en él! Un completo desconocido.
La mujer que hablaba con él se calló de inmediato ante la expresión de sus ojos y giró, sus rizos rubios volaban alrededor de su cabeza y sus ojos celestes se clavaron en ella.  Mía abrió la boca de la sorpresa y la cerró con fuerza.  Una y otra vez.  Trataba de pensar con claridad pero no podía. 
Esa mujer no podía ser la novia de Marcos ni nada de esa clase. Sin duda alguna. Era idéntica a él. Sus facciones eran muy similares a las de Marcos, a excepción de los ojos y el cabello. Tenía que ser su hermana. ¡Su hermana gemela, podría jurar!
Y, en ese instante, Mía se dio cuenta de la situación. De la terrible y vergonzosa situación.  Estaba en el departamento de Marcos, una mañana, saliendo toda desarreglada de la habitación de él. Solo había una impresión que daría eso y, a juzgar por la mirada de la mujer, ella también llegó a la misma conclusión.  ¡Magnífico!
Marcos parecía querer hablar pero no se decidía a hacerlo.  Rose se había quedado en silencio, totalmente sorprendida pero a la vez esperando eso. ¿Pero quién era? Estaba segura de no haberla visto nunca antes.  ¿Qué hacía con Marcos ahí? Bueno, eso era algo que ella no iba a ponerse a especular. Su intromisión llegaba al límite cuando se veían asuntos demasiado privados de su hermano y que ya se le hacían raros, incluso a ella.  Carraspeó, mirándolo significativamente.  ¿Esperaba que ella hablara?
– Rose –habló Marcos con frialdad– ella es Mía –a continuación, la miró con mortificación y ella estaba sonrojada– Mía, mi hermana Rose –añadió.
– Lo imaginé –contestó Mía con voz monótona, sin realmente saber que decir. Se sentía incómoda en extremo y solo quería salir corriendo de ahí– mucho gusto, Rose.
– Soy su gemela –explicó con una risita Rose– ¿no se ha notado verdad?
– Ni un poco –asintió Mía riendo un poco y sonando tensa– estoy de vacaciones en Italia –dijo, sin saber realmente que hacer en una situación así. Jamás pensó que estaría en una situación así. 
  Un buen lugar –soltó Rose con aparente interés– Italia es hermosa en esta época del año y en todas –confirmó.
– Si, eso me han dicho –Mía trató de sonreír pero el efecto se veía estropeado por el intenso rubor que sentía subir por sus mejillas– ha sido un gusto, Rose.
– Oh sí, todo un gusto para mí también –sonrió ella y por primera vez en su vida, hizo algo prudente y dio por entendida la indirecta– adiós hermanito, Mía –salió por la puerta, sin poder evitar echarle una última mirada.
Mía escuchó cerrarse la puerta a sus espaldas y entró en la habitación de Marcos con un portazo. Se echó contra la pared y sintió intensas ganas de llorar. ¡Qué humillación! ¿Qué iba a pensar de ella la hermana de Marcos? ¿Su familia?
Escuchó como Marcos tocaba la puerta pero se sentía demasiado mortificada como para abrirle.  O notar que esa era su habitación y él tenía todo el derecho de entrar sin llamar.  Suspiró y trató de pensar con claridad.  Lo primero era irse de ahí. 
  Mía, lo siento tanto –dijo Marcos apenas abrió.  Ella asintió– realmente no pensé que esto pasaría. Rose es algo imprudente… ¿a dónde vas?
– Me voy a casa –pronunció Mía recogiendo sus cosas– no sé que estoy haciendo aquí, Marcos.  No pertenezco aquí.
– ¿Por qué? ¡Mía espera! –Marcos le tomó del brazo e hizo que lo mirara– ¿Por qué dices esas cosas? Está bien, fue una situación incómoda pero ¡no debes irte por eso!
  No es por eso –mintió Mía aunque, muy dentro de sí, sabía que existía algo más– es que no sé qué hacer, Marcos. Tú, sabes lo que sientes y lo que quieres.  Yo aún no sé qué hago ni mucho menos lo que quiero…
  ¿Ni siquiera me escucharás? –él buscó una señal de que ella estuviera mintiéndole, pero no encontró ninguna– ¿no significo nada para ti?
– No lo sé Marcos. Y ese es el problema ¿sabes? No quiero jugar contigo, jamás quisiera.  Pero quizás mis sentimientos nunca cambien. Quizás siempre ame a otro hombre y tú…
– Y yo no puedo luchar contra eso porque él es perfecto ¿verdad? –dijo con rabia.
– ¿Qué? –Mía lo miró con sorpresa– ¿por qué dices eso? Jamás querría que tú lucharas con él.  Sean es solo… –se mordió el labio.
  ¿Lo ves? Aún hablas de él en presente –Marcos se encogió de hombros– no sé qué hacer Mía.  Me has dicho que no recibiste mi carta sino hasta mucho después y por eso pensaste que debías venir.  Lo has hecho ya, gracias por la respuesta, creo.
  Marcos, nunca quise dañarte… debes creerme –Mía lamentó haber escuchado a su impulsiva idea de ir a Italia. Tenía miedo de lo que iba a encontrar, pero más debió temer lo que no iba a encontrar.  Pensó que no encontraría a un hombre enamorado de ella, sino un capricho pasajero que ya se le habría pasado. Pero Marcos parecía sufrir.  Y ella se sentía culpable– yo no quisiera… si tan solo… –se calló– lo siento.
– No tienes que sentirlo, Mía –respondió Marcos– como te dije, nosotros podemos elegir todo menos a quien amar.  Está bien, lo entiendo.  Tú no me amas.  Ni siquiera sientes algo por mí, lo entiendo pero eso no hace que duela menos… –él la soltó y se giró. Mía se quedó quieta, sin saber qué hacer. ¿Debía seguir ahí o irse y evitar más daño? Marcos… ¿por qué tenía que ser tan difícil todo?

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