– ¿Por qué tardaste tanto? –entró Rose, haciéndolo a un lado y
él puso los ojos en blanco– ¿aún duermes?
– ¿Es muy tarde?
–preguntó él, notando demasiado tarde el desastre de la sala que, obviamente,
su perspicaz hermana ya había visto– imagino que estaba cansado. Por eso es que
no fui al concierto.
– ¡Ni empecemos con eso! –siseó Rose con furia– por tu culpa, he
tenido que soportar al fastidioso de Ian Torrenti. ¡Odio a ese pomposo conde!
– Duque –corrigió Marcos y ella lo asesinó con la mirada– ¿qué
pasó?
– ¡No hagas que te
cuente! –Rose gruñó y a continuación esbozo una sonrisa perversa– ¿qué ha
pasado aquí hermanito?
– Nada que te incumba,
hermanita –retrucó él con una mirada de advertencia.
– ¿Aún sigue aquí? –Rose rió y empezó a mirar alrededor– ¿quién
es? –sus ojos se clavaron en la puerta de la habitación de él– ¿está en tu
habitación?
– Rose, detente –Marcos la sostuvo cuando ella caminaba hacia
ahí– es mi departamento y es mi vida. ¿Puedes respetar eso?
– Puedo –asintió ella– pero no lo haré. ¡Por eso me evitabas! Tienes a alguien aquí y
tú no querías que nadie más lo supiera ¿por qué?
– Hermanita –Marcos estaba
a punto de perder la paciencia pero contó mentalmente hasta tres y continuó–
¿por qué si tuviera a una mujer aquí haría que ella esté en mi habitación y yo
en la sala?
– Exacto –concordó Rose omitiendo el sarcasmo de Marcos– ¿por
qué lo harías? ¿Quién es ella?
– ¡No es nadie, Rose!
–Marcos empezó a perder la compostura– realmente estás insoportable. ¿Por qué
no interrogas a tu duque y me dejas tranquilo?
– ¡No seas idiota, Marcos! –gritó Rose con enfado– no es mi
duque y… –se calló al mirar la cara de Marcos. Escuchó que la puerta se
deslizaba de vuelta a su lugar, cerrándose con un clic. Giró para mirar quien
era.
Mía había estado durmiendo como no recordaba dormir en años. Sin
pesadillas, sin sueños extraños ni recuerdos tristes. Simplemente con un
descanso que no había sentido antes. Era una sensación deliciosa, que se vio
interrumpida por los gritos de alguien. En realidad, al principio pensó que
estaba soñando. Se levantó, desorientada.
No tenía la menor idea de donde estaba ni de quien era esa habitación. ¿Qué
hacía ahí?
De a poco, abrió los ojos completamente y se le aclaró la
mente. Marcos… Había ido a buscar a
Marcos a Italia. Estaba en su departamento. ¡En su habitación! –se alarmó Mía–
¿qué hacía ella en su habitación? No había pasado nada ¿verdad? Ella no
recordaba nada que… Solo quedarse
dormida en el sofá. Y él, al parecer, le había cedido su cama. Porque ella estaba segura que su sueño no fue
interrumpido, por tanto él debía estar en la sala. Porque la voz que escuchaba
era de Marcos. La otra voz… femenina.
¿Acaso Marcos tenía una novia? ¿Le había mentido? Porque de lo
contrario, ¿quién iría tan temprano a su departamento y, para colmo, gritaría?
Mía sintió que repentinos temblores le recorrían y sus ojos se
inundaban de lágrimas. Marcos no podía
haber mentido tan descaradamente ¿cierto? Él no. No podía.
Respiró profundamente y decidió que lo mejor era salir a
confrontarlo. Si él estaba jugando con ella y alguien más, tenía que saberlo y
que la otra mujer también lo supiera.
¡Lo sabía! Marcos de ninguna manera podía ser tan perfecto.
Se colocó los zapatos y abrió con sigilo la puerta. Salió y
cuando miró la escena frente a ella, supo, por la mirada de Marcos, que él
deseaba que ella no saliera de ahí. Tanto peor para él, debía afrontar las
consecuencias de lo que hacía. ¡Cómo había podido confiar en él! Un completo desconocido.
La mujer que hablaba con él se calló de inmediato ante la
expresión de sus ojos y giró, sus rizos rubios volaban alrededor de su cabeza y
sus ojos celestes se clavaron en ella.
Mía abrió la boca de la sorpresa y la cerró con fuerza. Una y otra vez. Trataba de pensar con claridad pero no
podía.
Esa mujer no podía ser la novia de Marcos ni nada de esa clase.
Sin duda alguna. Era idéntica a él. Sus facciones eran muy similares a las de
Marcos, a excepción de los ojos y el cabello. Tenía que ser su hermana. ¡Su
hermana gemela, podría jurar!
Y, en ese instante, Mía se dio cuenta de la situación. De la
terrible y vergonzosa situación. Estaba
en el departamento de Marcos, una mañana, saliendo toda desarreglada de la
habitación de él. Solo había una impresión que daría eso y, a juzgar por la
mirada de la mujer, ella también llegó a la misma conclusión. ¡Magnífico!
Marcos parecía querer hablar pero no se decidía a hacerlo. Rose se había quedado en silencio, totalmente
sorprendida pero a la vez esperando eso. ¿Pero quién era? Estaba segura de no
haberla visto nunca antes. ¿Qué hacía
con Marcos ahí? Bueno, eso era algo que ella no iba a ponerse a especular. Su
intromisión llegaba al límite cuando se veían asuntos demasiado privados de su
hermano y que ya se le hacían raros, incluso a ella. Carraspeó, mirándolo significativamente. ¿Esperaba que ella hablara?
– Rose –habló Marcos con frialdad– ella es Mía –a continuación,
la miró con mortificación y ella estaba sonrojada– Mía, mi hermana Rose
–añadió.
– Lo imaginé –contestó Mía con voz monótona, sin realmente saber
que decir. Se sentía incómoda en extremo y solo quería salir corriendo de ahí–
mucho gusto, Rose.
– Soy su gemela –explicó con una risita Rose– ¿no se ha notado
verdad?
– Ni un poco –asintió Mía riendo un poco y sonando tensa– estoy
de vacaciones en Italia –dijo, sin saber realmente que hacer en una situación
así. Jamás pensó que estaría en una situación así.
– Un buen lugar –soltó
Rose con aparente interés– Italia es hermosa en esta época del año y en todas
–confirmó.
– Si, eso me han dicho –Mía trató de sonreír pero el efecto se
veía estropeado por el intenso rubor que sentía subir por sus mejillas– ha sido
un gusto, Rose.
– Oh sí, todo un gusto para mí también –sonrió ella y por
primera vez en su vida, hizo algo prudente y dio por entendida la indirecta–
adiós hermanito, Mía –salió por la puerta, sin poder evitar echarle una última
mirada.
Mía escuchó cerrarse la puerta a sus espaldas y entró en la
habitación de Marcos con un portazo. Se echó contra la pared y sintió intensas
ganas de llorar. ¡Qué humillación! ¿Qué iba a pensar de ella la hermana de
Marcos? ¿Su familia?
Escuchó como Marcos tocaba la puerta pero se sentía demasiado
mortificada como para abrirle. O notar
que esa era su habitación y él tenía todo el derecho de entrar sin llamar. Suspiró y trató de pensar con claridad. Lo primero era irse de ahí.
– Mía, lo siento tanto
–dijo Marcos apenas abrió. Ella asintió–
realmente no pensé que esto pasaría. Rose es algo imprudente… ¿a dónde vas?
– Me voy a casa –pronunció Mía recogiendo sus cosas– no sé que
estoy haciendo aquí, Marcos. No
pertenezco aquí.
– ¿Por qué? ¡Mía espera! –Marcos le tomó del brazo e hizo que lo
mirara– ¿Por qué dices esas cosas? Está bien, fue una situación incómoda pero
¡no debes irte por eso!
– No es por eso –mintió
Mía aunque, muy dentro de sí, sabía que existía algo más– es que no sé qué
hacer, Marcos. Tú, sabes lo que sientes y lo que quieres. Yo aún no sé qué hago ni mucho menos lo que
quiero…
– ¿Ni siquiera me
escucharás? –él buscó una señal de que ella estuviera mintiéndole, pero no
encontró ninguna– ¿no significo nada para ti?
– No lo sé Marcos. Y ese es el problema ¿sabes? No quiero jugar
contigo, jamás quisiera. Pero quizás mis
sentimientos nunca cambien. Quizás siempre ame a otro hombre y tú…
– Y yo no puedo luchar contra eso porque él es perfecto ¿verdad?
–dijo con rabia.
– ¿Qué? –Mía lo miró con sorpresa– ¿por qué dices eso? Jamás
querría que tú lucharas con él. Sean es
solo… –se mordió el labio.
– ¿Lo ves? Aún hablas de
él en presente –Marcos se encogió de hombros– no sé qué hacer Mía. Me has dicho que no recibiste mi carta sino
hasta mucho después y por eso pensaste que debías venir. Lo has hecho ya, gracias por la respuesta,
creo.
– Marcos, nunca quise
dañarte… debes creerme –Mía lamentó haber escuchado a su impulsiva idea de ir a
Italia. Tenía miedo de lo que iba a encontrar, pero más debió temer lo que no
iba a encontrar. Pensó que no
encontraría a un hombre enamorado de ella, sino un capricho pasajero que ya se
le habría pasado. Pero Marcos parecía sufrir. Y ella se sentía culpable– yo no quisiera… si
tan solo… –se calló– lo siento.
– No tienes que sentirlo, Mía –respondió Marcos– como te dije,
nosotros podemos elegir todo menos a quien amar. Está bien, lo entiendo. Tú no me amas. Ni siquiera sientes algo por mí, lo entiendo
pero eso no hace que duela menos… –él la soltó y se giró. Mía se quedó quieta,
sin saber qué hacer. ¿Debía seguir ahí o irse y evitar más daño? Marcos… ¿por
qué tenía que ser tan difícil todo?
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