Marcos
regresó al salón en silencio. Repasaba
cada una de sus palabras y no podía evitar sentirse totalmente idiota por haber
dicho lo que su corazón sentía. Cada
palabra… equivocada. ¿Por qué había
creído que lo difícil sería encontrar a la persona correcta? No, no estaba ni
cerca. Lo difícil sería convencer a esa
persona que él no estaba loco o mintiendo, que sus sentimientos eran tan firmes
como los de personas que han amado por años.
Simplemente porque era cierto, él la había esperado toda su vida. Toda su vida… solo por ella.
Y
no, no había cambiado de idea. Era Mía y
solo lo sabía. No podía explicarlo, solo
necesitaba que ella también lo creyera.
Claro que, si estaba comprometida y enamorada, eso sería bastante
difícil de lograr. ¿Imposible? No lo
sabía. Dependería de cuanto creía amar a
ese otro hombre. Porque no podía amarlo
¿cierto?
O…
¿sí? ¿Qué tal si ella amaba a ese hombre y él a ella? Nunca lograría amarlo a
él, ni siquiera lo escuchaba. ¡No, no
podía estar equivocado! Entonces… ¿cómo lograría convencerla que era él a quien
amaría toda su vida? Con cada respiración, con cada latido, con cada mirada…
tal y como él la amaba a ella.
Si
alguien pudiera leer sus pensamientos… si Alex y André pudieran hacerlo, no lo
dejarían en paz en cientos de años. ¡Si
de por sí era una burla para ellos! ¿Qué pensarían si les dijera que había
encontrado a la mujer que amaría el resto de su vida pero ella no quería saber
nada de él porque estaba enamorada de otro? ¡Buena historia esa! Solo a él…
–
¿Marcos? –él miró a Mía– yo solo… lamento todo eso –no sabía que decir.
Él
asintió y se giró, dándole las espaldas.
Mía se puso frente a él, nuevamente.
–
¿Sí? –preguntó Marcos, cuando ella se quedó mirándolo– ¿Mía?
¿Cómo
no había notado lo guapo que era ese hombre? Era casi demasiado perfecto.
– ¿Tienes algún secreto? –su tono de voz
desconfiado– no puedes ser así.
– ¿Qué? –Marcos rió, sorprendido por la
pregunta– ¿así cómo?
– Así –ella repitió, abarcando con sus manos el
espacio entre ellos– eres tan…
Marcos
arqueó una ceja. Sonrió, sin saber por
qué, solo… sonrió. Mía contuvo el aliento, una vez más, ese hombre sabía cómo
hacer que una mujer olvidara todo lo que había planeado decir.
– ¿Tan? –él preguntó curioso.
– No lo sé… –Mía apoyó su dedo en la mejilla–
es solo que…
–
¿Qué? –inquirió impaciente.
– No puedes ser real… –Mía negó lentamente–
cada palabra tuya, se repite en mi cabeza como si la siguieras diciendo. ¿Por qué? ¿Qué me hiciste?
– ¿Yo? –Marcos rió con inocencia– yo no te hice
nada, Mía. No sé a qué te refieres…
– ¿No? –ella fijó sus ojos en los de él. Se sorprendió de lo azules que eran y como la
cautivaban de inmediato. Él tembló y
ella notó, complacida, que ella tenía el mismo efecto en él con sus ojos grises–
¿qué es esto?
– ¿Qué es? –Marcos soltó incrédulo– pensé que
habías dicho que no había “nada”.
– ¡No lo hay! –Mía afirmó vacilante– es que no
puede ser…
– ¿Por qué no? –él tomó su rostro entre las
manos– dame una razón válida para que no pueda ser.
– No siento nada por ti… –intentó Mía.
– Aja –sonrió él.
–
Bien… no te conozco.
– Eso tiene solución. Aunque la sensación de
que ya me conoces es… ¿abrumadora no?
– El amor no es así –Mía no contestó lo
anterior y apuntó esto.
– ¿No es así? ¿Y cómo es?
– ¿Cómo es? –Mía sonrió nerviosa– ¿a qué te
refieres? ¿Acaso no te has sentido enamorado antes? –soltó con una pizca de
incredulidad.
–
No –negó firmemente y ella sintió que su boca se deslizaba de la sorpresa.
–
¿No? ¿Cómo qué no?
– No, te dije que te he esperado toda la vida.
– ¿Cómo sabes que me amas si nunca amaste
antes?
– Nunca me he sentido igual… y sé que no
sentiré de esta manera nunca más.
– No puedes estar tan seguro –negó Mía– es
absurdo.
– ¿El amor es lógico? –preguntó Marcos– dices
que no nace así y que no puede ser absurdo.
¿Entonces cómo es?
– ¿Cómo es? –Mía abrió la boca y la cerró de
golpe– ¿cómo es?
– Sí, tú dices amar ¿cierto? ¿Cómo es?
– No… –Mía se quedó mirándolo– no lo sé.
– Deberías saberlo –Marcos le tocó el dedo, que
aún tenía en la mejilla– si realmente hubieras amado, sabrías como es.
– ¿Por qué? –Mía se alejó– ¡claro que lo sé!
Solo que… no se puede explicar.
– ¿Por qué no?
–
Porque es difícil. Solo se siente…
–
Exacto –asintió Marcos– solo se siente –apoyó la mano de Mía en su corazón.
– ¿Qué quieres decir?
–
Siéntelo, Mía –él puso su mano sobre la de ella– no necesitas pensarlo
más.
Mía
cerró sus ojos y sintió los latidos del corazón de Marcos bajo la mano, y el
calor envolvente de su mano sobre la suya. Suspiró.
– No es posible… –susurró Mía, maravillada y
confundida– solo no.
– ¿No? –Marcos sonrió con tristeza– si no lo
crees, no será.
– No te alejes –pidió Mía, angustiada, sin
saber por qué cuando él quitó la mano de ella de su pecho– ¡espera aquí!
– No puedo –Marcos fijó sus ojos azules en su
rostro– duele demasiado.
–
¿Por qué Marcos? Tú no…
– Lo sé.
No te conozco, no puedo amar a quien no conozco y no puede dolerme la
indiferencia de alguien que jamás había visto en mi vida. Lo sé –repitió.
–
Yo… no quise dañarte.
– No lo has hecho intencionalmente, pero no
puedes evitarlo.
– Pero quiero hacerlo –insistió Mía, intentando
acercarse.
– Pero no puedes –susurró Marcos y levantó su
mano hacia el rostro de ella. Mía cerró
los ojos, esperando el contacto pero él retiró su mano y se alejó. Dejándola ahí, sola.
–
Marcos… –pronunció Mía en un suspiro mientras él se alejaba con paso firme, sin
mirar atrás. Y no entendía como, esto
jamás le había pasado antes, aquella sensación persistente de ser los únicos en
el mundo. De que no le importara nada si
alguien la miraba o no. Estaban los dos
solos. Él se alejaba y ella quería
desesperadamente que no fuera así.
Quería cambiarlo.
Pero
no lo hizo. Se quedó ahí, parada, con la
mirada fija en el lugar en el que Marcos había estado. Y ya no.
Se había ido. Sabía que no podía
importarle, tan solo era un capricho del momento, quien sabe por qué, había
sentido.
Como
le había dicho a Marcos, eso no podía ser nada.
¿Amor? ¡No, mucho menos! No lo conocía, no sabía nada de él. ¡Podía estar efectivamente loco! Y…
Sintió
el mismo impulso del jardín recorrerle, cuando había ido detrás de él. Aún tenía la sensación de las manos de él
sobre su rostro, el suave masaje de sus dedos y su mirada azul y penetrante. ¡No!
Eso
no estaba bien. Ella no podía sentir
nada como eso. ¿Le habían lavado el cerebro? Tenía que huir de eso, borrarlo,
eliminarlo… ¡lo que fuera! Y si era amor…
Si
era amor, la historia era diferente. Si
realmente era amor, ella tenía que hacer de cuenta que jamás pasó. Porque ella no estaba dispuesta a amar a
nadie, nunca. No de nuevo. No otra vez.
Su
corazón se estrujó, sintió leves resquebrajaduras de heridas antiguas. No más.
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