viernes, 21 de abril de 2017

La mujer del rey 2°




Se conocían desde hacía casi  tres décadas,  desde que ella tenía seis y él nueve. Se habían conocido casualmente, sin  siquiera imaginar el largo camino que recorrerían.
La mujer pensó fugazmente que lo había amado a lo largo de tres vidas, al inicio cuando eran niños, y no sabía quién era él, luego cuando  descubrió que era el príncipe heredero y sus caminos empezaron a torcerse y finalmente cuando fue el rey y supo que ya no podría tenerlo.
Y ahora estaba allí diciendo que había venido por ella.
Se habían visto por primera vez a la vera de un río, ella había seguido a los demás niños que habían ido a jugar allí, estaban haciendo una competencia de barcos con ramitas y estaba tan entusiasmada mirando que estuvo a punto de caer al agua; fue él quien lo impidió sujetándola torpemente de la larga trenza. En el apuro al ver resbalar a la  niña fue lo único que pudo hacer.

Él había escapado de la vigilancia de sus tutores y había sido atraído por el bullicio de los niños jugando, se había acercado al río y había visto como la pequeña, inclinada sobre el agua, perdía pie.
Evitó que cayera y a pesar de la diferencia de edad, se hicieron amigos. Volvieron juntos a la ciudad y  la acompañó hasta la pequeña posada que atendían los padres de ella. Ese fue el primer día.
Se volvieron a ver al siguiente día y al siguiente.
En ese entonces ambos gozaban de bastante libertad, los padres de ella trabajaban y durante varias horas la dejaban jugar echándole algún vistazo cada tanto.
En cuanto a él, aunque tenía muchas obligaciones, aún podía escaparse un par de horas al día de  sus vigilantes, aunque un guardia sigiloso y benevolente con sus escapadas, solía custodiarlo a la distancia. Incluso su padre daba el visto bueno, llegaría un momento o en que debería dejar de caminar entre la gente del pueblo, pero ahora le servía de aprendizaje.
Así que los dos niños se reunían cada día, o tanto como fuera posible en donde se habían conocido, luego jugaban o paseaban por la ciudad mirando espectáculos callejeros o comiendo dulces y bollos de los puestos de comida.
Después de los días de lluvia en los que no podían verse jugaban en los charcos.
Los días de calor  jugaban en los riachuelos, pescaban, hacían competencias de barcos o jugaban salpicándose agua.
Ella le había enseñado a jugar dados como lo hacían los niños del pueblo, él le enseñaba a leer.
A ella le gustaba dibujar. A él la música.
Cuando llegó el invierno se veían muy poco, pero disfrutaron sus encuentros y jugaron con la nieve.
Al volver la primavera se maravillaron al explorar rincones y encontrar flores, pájaros e insectos  mientras el mundo renacía, y ellos iban creciendo.
Con el pasar del tiempo los encuentros eran más esporádicos. Byul  había empezado a ayudar a sus padres en la posada con pequeñas tareas y Janeul cada vez tenía más  horas de estudio y entrenamiento.
Cuando ella tenía doce años, empezó a notar que su relación estaba cambiando, se habían encontrado para ir al festival de verano, llevaba semanas sin verlo y lo primero que notó fue lo mucho que había crecido Janeul. No sólo estaba mucho más alto, con quince años, parecía mucho más maduro que alguien de su edad, Byul tuvo el feroz anhelo de crecer deprisa, sólo para que él no la dejara atrás. Tuvo miedo de la distancia, tuvo miedo de alejarse, de perderlo.
Lo observó durante unos instantes con el corazón inquieto, casi con miedo, hasta que él la vio.
-¿Ya estás aquí? Pensé que me tendrías esperando hasta el atardecer – bromeó al verla y ella esbozó una sonrisa.
-Lo siento, mucho trabajo.
-¿Vamos? – ofreció él y luego, juntos, se perdieron entre las calles.
Las calles estaban adornadas con faroles coloridos , la gente se amontonaba en los espectáculos y en los puestos de comida, había música y baile.
Deambularon un rato, luego compraron carne asada y bollos  en los puestos callejeros, y por pedido de Byul  compraron dulces de miel y flores.
-Toma joven, a tu hermanita le gustarán – dijo la vendedora enfureciendo a Byul.
-No soy su hermana- dijo enfadada y Janeul se divirtió.
-Vamos , pequeña – dijo  molestándola aún más.
-No soy tu hermana.
-Lo sé, toma un dulce y deja el enfado- respondió amablemente mientras iban hacia el templo donde se desarrollaba el ritual del verano.
-¿Cómo son ellas? – preguntó sabiendo que él tenía tres hermanas.
-En realidad no las  trato como para saber mucho de ellas,  con la menor tenemos diez años de diferencia, es una niña linda, pero no  hay mucha relación. Y tampoco con las mayores ya que están casadas y lejos – explicó escuetamente.
-Me hubiese gustado tener más hermanos – reflexionó ella ya que era hija única. A su madre le había costado mucho quedar embarazada, había perdido un niño antes de tener al y otro no mucho tiempo atrás.
-Me tienes a mí para cuidarte – dijo Janeul con seriedad.
-No eres mi hermano – insistió Byul tercamente
-De acuerdo, has dejado eso claro. Pero soy tu amigo.
-Sí – respondió sin poder expresar que era mucho más que eso y que cada día cobraba más valor en su vida.
- Démonos prisa, Byul. Tengo que volver en breve – le dijo imaginando que si no estaba a tiempo para los rituales en palacio los guardias saldrían a buscarlo. Afortunadamente no sucedió, pudo disfrutar con  Byul de la ceremonia popular, incluso encendieron velas para pedir deseos y luego la acompañó a hasta casa, para después regresar a palacio justo a horario.
Sabía que no podría ocultar la verdad para siempre, o lo descubriría ella o lo descubriría su padre, sabía que estaba haciendo algo peligroso, pero no podía separarse de la pequeña Byul, no aún.
La fortuna estuvo con ellos, y les permitió seguir encontrándose en los siguientes años.
Ella fue consciente antes que él de lo que sentía, Janeul tardó un poco más. Fue en la primavera en que Byul cumplió quince cuando notó que empezaba a verla distinto, quizás porque  había cambiado su forma de vestir y sus peinado, quizás porque cuando caminaba con ella por el pueblo notaba las miradas de los demás sobre la muchacha, quizás porque simplemente había crecido y no podía dejar de pensar en lo hermosa que se estaba volviendo.



La estaba esperando  en el arroyo que frecuentaban en aquella estación, estaba recostado en las rocas cálidas cuando la vio llegar y se quedó observándola, disfrutando de la vista.
-¿Llegaste? – preguntó torpemente sin saber qué decir.
-Sí- dijo ella suspirando y luego se encaminó hacia él, dejó sus zapatos a un lado y  pasó de largo hasta meterse al  agua vestida.
-Byul, qué pasa – preguntó sorprendido y la muchacha  se dejó caer y flotar en el agua como si no lo escuchara.
-¡Byul!- insistió preocupado y ella se incorporó. Se acercó a la roca donde él estaba y habló en voz baja, angustiada.
-Mi madre empezó a hablar de casamiento, de que deberán buscar a alguien para mí pronto. Dije que aún no quiero casarme- explicó y él se sintió inquieto. No había pensado en eso, pero ahora que ella lo mencionaba era lo normal, sus hermanas habían tenido la edad de Byul o  un par de años más cuando las habían casado.- Dije que no quiero, no todavía. ¿Has pensado alguna vez en casarte?- le preguntó a él.
-No lo pensé. Aunque tendré que casarme, en el futuro – dijo y su voz sonó desanimada, como si hablara de alguna tarea desagradable. Luego  volvió  a concentrarse en el momento y vio a la chica que lo observaba triste y empapada.
-Sal de allí o enfermarás – le dijo y  cuando ella salió , la cubrió con la lujosa túnica que usaba como abrigo.
-Gracias- dijo ella arrebujándose en la prenda, se había sentido tan desesperada cuando su madre había hablado sobre matrimonio. Afortunadamente su padre había  mencionado que aún era muy joven y ella había dicho que aún no quería casarse, pero aquel futuro se había cernido sobre ella como una sombra. Y sólo había deseado algo, correr hacia Janeul. Pero al llegar allí, se había sentido aún más triste. Sabía que él era hijo de un funcionario, por la ropa que usaba imaginaba que su familia era rica, de  repente lo había sentido muy lejos de su alcance, y su corazón se había hundido en la desesperación. Se había dirigido al agua fresca para recuperar su claridad mental, para sacudirse de todas las extrañas sensaciones.
- Me asustaste- dijo aún preocupado.
- SI intentan casarme con alguien que no quiero, me ayudarás, ¿verdad? –preguntó temblorosa y Janeul la abrazó.
-Te ayudaré - dijo y la sensación de que algún día debería dejarla ir y verla casarse, se le instaló dentro como una roca aplastándolo.
Tomó de la mano a la muchacha.
-Vamos, mientras te secas,  hay un lugar al que quiero llevarte – dijo y ella lo miró con curiosidad.
-¿Dónde?
-Al viejo templo de los cipreses.
-Está abandonado.
-Lo sé, pero debería haber algo que quiero mostrarte – insistió y hacia allí se encaminaron.
Janeul la ayudó a trepar por el muro, y entraron a hurtadillas, el lugar estaba deshabitado pero en lugar de transmitir la decadencia de lo abandonado se sentía una extraña paz, como si los años en que hubiese sido lugar de refugio y oraciones se hubiesen impregnado en el aire.
-Por aquí - dijo él  guiándola  hasta que llegaron a un estanque, estaba lleno de flores de loto.
-Es hermoso…- exclamó ante aquel tesoro escondido.
-Mi madre solía venir aquí cuando necesitaba consuelo- explicó y ella recordó que la madre de Janeul había muerto cuando él era niño, la madre de su hermana pequeña era la segunda esposa de su padre.
-Gracias por mostrarme este lugar – le dijo.
-Ahora es tuyo también, si algún día necesitas consuelo y no estoy cerca puedes venir aquí – le dijo intentando confortarla. Se quedaron un rato allí, bajo el sol hasta que Byul estuvo en condiciones de regresar.
Aquella noche la joven pensó que él había dejado entrever la posibilidad de que algún día no estuviese a su lado y eso volvió a entristecerla.


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