El salón que había elegido Beth era
discreto, elegante y amplio. Había más
espacio del que Danaé había supuesto, pero imaginó que estarían también amigos
y familiares del novio misterioso. La cena que pensó íntima contaba con más de
cuarenta invitados y apenas pasaban diez minutos de la hora fijada en la
tarjeta enviada.
Se observó con fastidio en uno de los
grandes ventanales. No encontraba que estaba mal con ella que varias personas
la miraban. Una mirada extraña. Se sentía
incómoda y su padre que había desaparecido. André, bien, él había encontrado a
una rubia que lo acompañaba ya, embobada, una más a la amplia lista. Su madre estaba con Beth, así que estaba
sola. ¿Y el novio? ¿Y los demás
invitados? Y… ¿Alex?
Sacudió la cabeza. ¿Cuándo se lo iba a
sacar de la mente? ¡Claro, como si decidiéndolo en cuestión de horas lo iba a
lograr! Imposible, era la única palabra que se le venía a la mente.
Siguió mirando fijamente a la ciudad
que se extendía ante ella. Tal vez sería
de las últimas veces que la veía… tal vez ya estaría lejos en cuestión de días.
Y no supo si eso la hizo sentir bien o no.
En cuanto él llegó, Danaé lo supo. ¿Qué
podía hacer si su corazón se ponía a latir como
un loco con su sola presencia? ¡No, no y no! Esto ya era una locura y
miró a través del salón. No encontró a
Alex por ninguna parte. Era oficial ¡se
estaba volviendo loca!
Todos se encontraban ahí, porque el
brindis empezaría en menos de un minuto. Beth y su novio Lucian (era guapo,
tenía que admitirlo) estaban en la parte frontal del salón, junto a la que
suponía la madre de Lucian y sus padres, Danna y Leonardo. Se quedó mirándolos
por largo rato, sin entender lo que decían. Ni siquiera notó que tenía una copa
al terminar el brindis. No PODÍA concentrarse…
ella podía jurar que era Alex quien estaba ahí. Tenía que ser Alex.
Necesitaba salir de ahí. Lo
necesitaba.
***
Alex estacionó su auto con desgana. Lo
que menos quería era estar en una fiesta con una sonrisa pegada en su cara
mientras Christopher y Aurora intercambiaban miradas. No, no era su ideal pero
tenía que hacerlo. Solo Dios sabía que él jamás le diría que no a su madre, eso
sí que era un imposible. Su mamá, que había viajado inusualmente callada
durante todo el trayecto. Solo Daila ocupó el silencio con su charla y eso era
algo, por decir lo menos, molesto. Él no quería saber del cabello de su amiga o
de lo guapo que era alguien de su Universidad. Realmente pensaba que no podían
ser hermanos, en algún lado había perdido la poca lógica con la que había
nacido. Sabía que era duro, pero él no
podía evitarlo tras 45 eternos minutos de que hablara sin interrupción.
Puso los ojos en blanco mientras se preguntaba
para qué estaba ahí. Algo de Beth, no podía recordar qué. ¿Qué más daba? Ya
estaba ahí y debía hacer acto de presencia junto a su madre o le esperaría un
gran problema. Claro que él no pasaba por alto la gran pregunta, ¿dónde
demonios se encontraba su padre?
Pensó en llamar a su padre pero no era
posible que atendiera. Estaba en L.A. según sabía ¿cierto? Sí, así le parecía.
No podía haber llegado tan pronto a Italia.
Bueno, si podía. Pero ¿por qué lo
haría? ¿Por qué…?
Su corazón se detuvo. Sintió que se
saltó varios latidos hasta que finalmente se detuvo. Abrió desmesuradamente sus
ojos, intentando enfocar a la persona al otro lado del salón pero no pudo. No
sabía quién era y había demasiadas personas. Estaba de espaldas a uno de los
ventanales y él se desesperó. Porque no estaba ciego. Porque sintió vértigo en
su ser. Porque no podía dejar de verla y… ¡Rayos! Porque ella NO era Aurora.
Giró rápidamente en busca de las
escaleras que conducían al balcón superior en que tendría una gran vista del
salón y de la mujer en cuestión. ¿Quién
era? ¿Sería posible que no la conociera y aún así sentir…? ¿Cómo podía, después
de años sin emoción alguna por otra mujer que no fuera Aurora, sentir “algo así”
al ver la espalda de una desconocida? ¡No! Tenía que ser un error –pensó
mientras subía aprisa.
Tenía la mejor vista aunque estaba
escondido entre tenues luces. No estaba seguro que alguien pudiera verlo. Pero
¡no era su día de suerte! Habían iniciado el brindis y como él estaba en el
balcón de la parte posterior, solo podía ver a la preciosa mujer de espaldas.
Porque alguien con ese cabello perfectamente castaño, como chocolate derretido
a fuego tenía que ser bellísima. ¡Y él que no se consideraba superficial! Pero
es que la caída de ese vestido turquesa, ajustado a la esbelta figura hacía que
se quedara sin aliento. No podía pensar,
él no podía pensar y por primera vez en años, sus ojos no buscaban a
Aurora. Porque no podía… sentía como si
su vida dependiera de mirarla. Ella…
Tenía que ir por ella. Necesitaba saber quién era ella.
¿Cuánto se había tardado? No encontró
a aquella mujer por ningún lado. ¿Dónde
estaba? Miró alrededor y…
Dos personas captaron su
atención. Aurora… y, su padre,
Sebastien.
Se sintió dividido. Él no sabía qué hacer. Solo que esta vez, Aurora no era la razón. Si
bien, su preocupación aumentaba a grados alarmantes, él tenía que hacer lo que
su corazón pedía. A gritos.
Un balcón exterior. Vio un tenue
brillo turquesa pasar. La mujer.
Ni siquiera lo notó, pero avanzaba a
grandes zancadas a través del salón.
Sebastien intentó alcanzar a su hijo
Alex, al ver su rubia cabeza avanzar pero no lo logró. Demasiada gente que
dificultaban su caminar, aunque él sabía que estaba retrasando el asunto que
tenía que tratar. ¡Ay, él y su cabezota! –había dicho Danna. Seguro tenía
razón, las mujeres siempre la tenían en esos asuntos. Inspiró hondo, y aunque se resistía, él sabía
que no podía tardar en encontrar a quien buscaba. Doménica. Aún con cientos o
miles de personas, él habría localizado esos cabellos rubios y esa presencia
magnética. Y, a pesar de todo, solo podía pensar en una cosa: ¡cómo había
extrañado a su esposa!
Esbozó una descuidada sonrisa mientras
avanzaba hacia ella, que giró de inmediato, sorprendida. Sus ojos expectantes y
a la vez furiosos. ¡Cuánto la amaba!
Realmente, podría tomarla en sus brazos y… Estaba seguro que ella le golpearía
con lo primero que tuviera a mano.
–Amor –Sebastien tomó su cintura y le
dio un breve pero intenso beso– ¿no me extrañaste?
Dome sonrió lentamente. La idea de quedarse viuda realmente le
parecía más y más atractiva con cada segundo que pasaba.
–Sebastien –se acercó a él, simulando
besarlo pero se alejó de inmediato– no… –clavó su mirada– no es el momento,
querido.
Sebastien no perdió la sonrisa. Las personas que minutos antes charlaban con
Dome, se excusaron y los dejaron solos, en mitad de un salón atestado de
personas.
–¿Te parece si vamos a un lugar más…
privado? –pidió entre dientes.
–Me gusta la idea –arqueó una ceja
Sebastien– como en los viejos tiempos
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