Alex eligió el traje que llevaría esa
noche y no supo bien que fue pero le remitió a la fiesta de 16 años de Aurora. Cuando
él había tomado tanto que no recordaba la mitad de lo sucedido. Sí, ahí había
terminado su afición al alcohol sin siquiera haber realmente nacido. Suspiró
con tristeza, pensando que tal vez esa había sido la única vez que sintió tan
cerca a Aurora. Sí, la única vez que fue imaginaria.
Todo había sido un sueño y nada más.
Tan real y todo un producto de su imaginación, de su desesperado corazón. Seguía
pareciéndole estúpido ese sentimiento llamado amor pero él no era quien para
negar su existencia. Había convivido con
él por más de una década y seguía contando; simplemente había cosas que uno no
llegaba a alcanzar jamás.
Desde aquel día, él supo que Aurora
jamás lo tomaría en serio. Bueno, al
menos no en ese sentido. Tal vez porque ella misma amaba a alguien más… y sí,
al pensar en eso se sentía furioso porque en su mente solo cabía Christopher. Él
no lograba entender que era lo que tenían juntos, de donde nacía tanta
complicidad. Porque era evidente que entre ellos no existía un noviazgo ni nada
parecido, su relación era más estrecha que eso, más inexplicable y él… él se
sentía aún peor sabiendo que jamás podría competir con eso. Aún si llegara a
convencer a Aurora de darle una oportunidad, Christopher estaría ahí y ¡esto
era imposible!
Trató de concentrarse en recordar cada
una de las palabras de Aurora. Las había
memorizado, no por gusto, sino porque su caprichosa mente no podía pensar en
nada más que en los momentos con ella. Por muy efímeros que fueran, estaban
grabados a fuego en su mente.
Nunca le habló de amor, solo de un
inmenso cariño. El mismo que los unía a todos por haber crecido juntos y conocerse
de toda la vida.
Los días posteriores a aquel “recuerdo
nunca sucedido” habían sido bastante curiosos. Él intentó pensar que si “un
sueño” había provocado algo en él y no fue Aurora, podía encontrar a alguien más. Por primera vez lo pensaba, pero era más
fácil pensarlo que hacerlo. Él había empezado a salir con Desiré, la pelirroja
de la fiesta. Aurora, misteriosa como de costumbre, salía con chicos pero él
jamás la veía “enamorar” a uno. Ellos caían solos en su encanto pero nadie tenía
el privilegio de llamarla novia. André seguía saliendo con la rubia amiga de
Desiré y Danaé había empezado un primer noviazgo largo y serio con Kyle, el
chico canadiense, amigo de Marcos.
Salían mucho por ese entonces, en
pareja. Recordaba como las primeras
veces, desde que Kyle se hiciera novio de Danaé, él le dirigía miradas raras. No
sabía bien por qué y la verdad nunca se lo preguntó, pero había tenido tanta
curiosidad. Nunca llegó a saberlo, tal vez simplemente se atenuaron o él empezó
a ignorarlas. Exactamente dos años después, recordaba él, cuando ya salía con
otra chica, una joven de cabello rubio que tenía un aire a Aurora, solo Dios
sabía por qué él había llegado a esa conclusión; entonces, Danaé terminó su
relación con Kyle. Imaginó que era porque pronto se separarían pero las miradas
extrañas de él volvieron. Y se preguntó de nuevo: ¿qué rayos le pasaba?
Tras unas semanas, Kyle se fue de
Italia y él respiró de nuevo. Pensó que tal vez lo miraba con burla porque
adivinó sus sentimientos hacia Aurora.
Pero ¿cómo? Nadie le conocía tan bien. Nadie lo sabía.
Esta vez, él iría solo. No se le
antojaba ningún tipo de compañía además que su madre le había prácticamente
obligado a última hora, por lo que nadie estaría disponible para acompañarle. Sonrió
con satisfacción, eso era mentira. Con una llamada, él ya tendría a muchas
mujeres bien dispuestas a ser sus acompañantes y más en algo familiar. Pero, él
no quería eso. Quería a quien no podía tener. Solo a Aurora.
Respiró hondo dirigiéndose a su auto
para pasar por su madre y su hermana. Seguro ya lo esperaban.
***
Danaé miraba su imagen en el espejo
con mirada reprobadora. Ese vestido era extremadamente largo y en su intento de
parecer misteriosa y jugar con su madre, no había permitido que le ajustaran a
su medida. ¿Qué podía hacer? Nada más que usar tacones. Su rostro reflejó una
mueca mientras iba por unas sandalias altísimas que su madre le había comprado,
un par de tantas que tenía ahí guardadas. Suspiró con resignación, al final su
madre siempre obtenía lo que quería.
Su peinado había sido sencillo a pesar
de la insistencia de su madre en traer a una estilista. Pidió que lo cepillen y
lo dejen suelto. No quería nada más, además era la noche de Beth. ¿Por qué
alguien se fijaría en ella? ¡Era absurdo como la mente de su madre funcionaba a
veces!
Al girar para comprobar la caída del
vestido, se fijó en un sobre que había sobre su escritorio. Correspondencia.
Tomó rápidamente la carta para mirar al remitente. La escuela de Diseño a la
que había aplicado.
Cerró los ojos, sin atreverse a
abrirla. Ni siquiera sabía que haría si era aceptada porque, en un impulso,
había mandado la solicitud y ahora realmente podría estar dentro. O no.
De cualquier manera, pensó que lo mejor
era abrirla a su regreso. Si hubiera sido rechazada, no podría disimular su
decepción y ahí sí que sería blanco de varias miradas.
Por lo tanto, no. La guardó en su
cajón junto a sus escritos, bajo llave, y se dirigió al recibidor de la mansión
para esperar a todos.
No tuvo que esperar por mucho tiempo,
Leonardo y Danna bajaron las gradas inmediatamente, al igual que André. Ella
sonrió cuando su padre le alabó por lo bella que lucía, diciéndole que era su
padre y no contaba porque siempre la veía así. Danna sonrió aprobadora a su
hija menor y su hermano André le ofreció el brazo para salir hacia el auto.
Danaé apenas escuchaba la conversación
que se desarrollaba en el auto. Por
alguna razón, se sentía ansiosa… Bien, ella sabía por qué; pero debía dejarlo
porque no quería que nadie preguntara. No aún. Y, si era totalmente sincera,
ese agujero en el estómago, siempre lo sentía. La anticipación de saber que lo
vería. Suspiró.
–¿Estás bien, Danny? –preguntó André
mirándola curioso.
Danaé lo miró con sospecha. Entrecerró
los ojos y respondió:
–Perfectamente, hermanito –sonrió un
poco– al parecer, tú no –habló bajo, para que solo él la escuchara. André
desvió la mirada.
–No lo sé –contestó, despacio– es solo
que –se detuvo– bueno, en realidad no sé que es –exclamó desorientado.
–Ah –Danaé observaba la cabeza de su
hermano, quien miraba por la ventana– ¿es la misma chica de la mañana no?
–¿Por qué lo sería? –preguntó
enfadado.
–Porque es la única por la que te he
visto reaccionar así –hizo un ademán como si eso lo explicara todo. Así…
–No sé que es –repitió– pero no me
gusta nada. Ella no es nada –soltó enfadado–. No me hagas caso –la miró con una
sonrisa encantadora– a veces creo que no soy tu hermano mayor.
–Lo sé –Danaé lo dejó estar. Ya lo interrogaría
más tarde.
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