lunes, 18 de julio de 2016

No puede ser amor 5°



–No es una diferencia enorme, Danny –continuó Danna amorosamente– Daila es solo un año menor que tú.
–Sí, pero su actitud es mucho menor que eso –se quejó cruzando los brazos.
–No es precisamente tu mejor actitud la de ahora –observó Danna el berrinche de su hija menor.
–Mamá… –Danaé reprimió una sonrisa y le abrazó– tienes razón, es que ya no quiero ser la pequeña de papá y tú…
–Mi niña –sonrió Danna y se disculpó– lo siento, es que siempre serás nuestra pequeña Danaé. Además, tu estatura…

–Yo que tú no empezaría con eso, mamá –Danaé se rió abiertamente y caminaron abrazadas hasta la entrada posterior de la casa–. Gracias, eres la mejor siempre mamá. ¿Cuántos años pasarán hasta que pueda pensar como tú?
–Muchos… –Danna sonrió dándole un golpecito a su hija– y no hablemos de edades. Además, venía a buscarte porque tu padre nos espera.
–¿Ha pasado algo? –preguntó Danaé extrañada.
–Nada de qué preocuparse. Al menos para nosotras… –Danaé le interrogó con la mirada– Beth ha decidido organizar una cena. Presentará a tu padre su novio.
Danaé dibujó un ¡oh! con su boca al recibir la noticia.  Ella ya había escuchado de Lucian varios años, como todos ahí, pero Beth se había obstinado en que mientras no fuera algo “serio” nadie de la familia debía conocerlo.  Así que él siempre fue un nombre sin rostro y nada más…
–¿Está noche, entonces? –preguntó Danaé saliendo de su ensimismamiento.
–Sí, hija. Supongo que iremos de compras, ¿verdad?
Danaé hizo un mohín porque sabía el significado de esas “compras”. Tacones, vestidos, joyas. Miró al techo emitiendo un resoplido al escuchar la risa de Danna.
–¿Estás bien, pequeña? –preguntó su padre acercándose a tocarle su cabeza como cuando aún era, efectivamente, pequeña.
–Mamá ha dicho que debo ir de compras con ella.
Leonardo le miró con extrañeza. Danaé era su hija menor, la más expresiva en sus lazos de cariño hacia él; algo así como lo había sido una vez Beth hace muchísimos años.  Ahora Danaé era su princesita, solo que nunca había sido una princesita convencional.  ¿Por qué? Porque no le gustaban los cuentos tradicionales, los vestidos hermosos y anchos, los elaborados peinados; no, ella era una niña que prefería su cabello suelto, vestido sencillo y libros clásicos que Danna no dudaba en compartir con ella.  Por eso, aún recordaba, que su cuento favorito no era ninguno de princesas, siempre fue “Cuento de Navidad”.  Era una niña hermosa pero jamás se perdía en banalidades como en su tiempo lo hizo Beth, y ahora Daila. Diferente como ahora lo demostraba, Danna era una gran fanática de las compras junto con Beth, Danaé no. Sobre todo si de ocasiones formales se trataba. Él nunca llegaría a entender completamente la compleja personalidad de su pequeña hija pero la adoraba con todo el corazón.  Y estaba muy orgulloso de ella. Sonrió con dulzura.
–Papá, dime que no debo ir –escuchó Leonardo que Danaé decía.  Antes que pudiera siquiera pensar una palabra, Danna le envió una mirada asesina que hizo que él se encogiera de hombros.
–Lo siento pequeña pero debes ir –respondió Leonardo automáticamente– tú eres quien puede controlar ese potencial desastre –dijo abarcando con las manos un amplio tramo de aire.
Danaé rió con fuerza y lo abrazó.  Su padre siempre le había entendido un poco más allá de los demás.  Ella no sabía a qué podía atribuirle.  Tal vez a que era un gran observador, o el cariño que se tenían… lo que era cierto sin duda alguna, era que él parecía conocer más allá de lo que los demás percibían como sus “diferencias”. Su padre las conocía con total claridad y las aceptaba con igual felicidad. 
–Lo haré por ti, pero eso te costará… –rió al ver el gesto de tribulación de él.  Fingido, claro. Él sabía que ella no le “costaba” mucho. Un libro, un paseo al aire libre, algo totalmente sencillo y que hacía que fuera totalmente feliz.
–Son unos exagerados –Danna negó con severidad– Beth irá encantada conmigo –y antes que Danaé ampliara la sonrisa añadió– pero tú no te librarás de ello.  Vamos a ir las tres y nadie se irá hasta que TODAS hayamos comprado algo para esta noche –sentenció.
Danaé contuvo el aliento con exageración y fastidio. El énfasis en TODAS había sido rotundo. Le esperaban cuatro horas, mínimo, de infantil prueba de ropa.
***
Alex camino a grandes pasos el tramo que le separaba de la entrada principal de la Mansión Lucerni, tras estacionar su auto.  Se sentía algo culpable aún por no haber visitado a su madre, pero tampoco podía quitarse de la mente el por qué de la llamada de su padre.  Sí, algún motivo oculto debía tener.
Abrió la puerta y se encontró todo en silencio.  Su madre siempre se levantaba temprano así que no cabía la posibilidad que estuviera durmiendo.  Entró con sigilo y la encontró parada en un rincón de la sala, mirando hacia el exterior.
–Hola mamá –saludó Alex apoyándose en la columna de entrada– ¿Me esperabas?
–Algo por el estilo –se giró Dome mirándolo de frente– ¿tu padre te ha llamado supongo?
–Sí… –había algo que no iba del todo bien y eso le preocupó.  ¿Pasaba algo malo?–. ¿Está todo bien?
–No has venido en estos días, Alex. ¿Por qué? –interrogó con su voz delicada Doménica.
–He estado algo… ocupado –pronunció inseguro. Es que él a pesar de que hacía varios años había decidido vivir en un departamento independiente de su familia, jamás dejaba pasar una semana sin ir a comer, a cenar o algo de ese estilo.
–Lo imagino –asintió Dome–. ¿Cómo estás hijo?
–Francamente… no lo sé –replicó Alex– estaba bien pero, ¿hay algo que quieren decirme?
Doménica apretó los labios y esquivó la mirada sentándose.  Su madre era excepcionalmente bella, una mujer decidida y extraordinariamente fuerte, que parecía tan vulnerable en ese instante.  Alex pensó que había estado perdiéndose algo muy grande, ¿pero qué?

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