El desprecio en la voz de Beth
dejó paralizado a Lucian. ¿Por qué tenía esa actitud? ¡Demonios, era tan solo
un número! Y así se lo hizo saber.
- No es solo un número, Lucian
–ella negó- tú no lo entiendes.
- ¿Cuál es el gran problema,
Beth? Sí, tengo 25 años y tú 30 ¿eso qué cambia eh? ¿Qué?
- Todo –dijo con convicción- lo
cambia todo. No solo eres actor… ¡eres menor que yo!
- ¡Beth! –Lucian se sentía
ofendido- ¿cuál es tu problema?
- Tú eres mi problema, Lucian.
¡Tú!
Se levantó inmediatamente. Era
la última llamada para abordar su vuelo.
- Beth, espera –Lucian atrapó su
mano antes de que se alejara más- tú no te irás así.
- Lucian, debo irme ahora –Beth
intentó soltarse- nada cambiará que…
- No te vas así –repitió él-
enfadada, no.
- Lucian, suéltame –pidió Beth
sin convicción- yo no puedo quedarme.
- Está bien, pero si te vas, te
despedirás como es debido –replicó. La atrajo hacia él de un tirón y la besó
con toda la rabia, frustración y deseo que sentía en ese instante.
Beth se resistió… por una
milésima de segundo. Rodeó con sus brazos el cuello de Lucian y lo besó con
todo el anhelo que sentía. Ya lo echaba de menos y aun estaban juntos.
Sentían el latido de sus
corazones, sus manos como un lazo indisoluble y sus respiraciones eran una
sola.
Lucian se separó de Beth con
reticencia. Esto no iba a ser nada fácil… él no la quería dejar ir. Nunca.
- Bueno… -Beth abrió sus ojos
verdes y sonrió- gracias Lucian, ha sido…
- No, no es una despedida –él la
detuvo- quiero volver a verte.
-
Pero… debo irme, Lucian –miró a sus lados- ¡perderé el avión!
- Te compraré otro boleto
–contestó y Beth sonrió- solo dime… ¿Cuándo regresas?
- No lo sé –Beth suspiró- pero
volveré -aseguró
- Yo te… -Lucian se detuvo. Beth
no quería complicaciones… él no sería quien las daría diciéndole que la
esperaría- ¿te podría pedir un favor?
- Dime… -quería grabar cada uno
de sus rasgos en su memoria.
- Si regresas… ven a verme
–Lucian sacó una tarjeta de su bolsillo y se la extendió- con esto, podrás
entrar al set de filmación. No quiero perderte nuevamente por estar en medio de
una escena.
- ¡Oh si, Mary contestó tu
teléfono! –Beth señaló con intención.
- Lo sé. A veces solo lo toma…
no me gusta eso.
Beth no pudo determinar si lo
decía enserio o en broma, pero, en cierta manera, le gustó la actitud de
Lucian.
- Es hora –pronunció Beth,
dejando su maleta para que la registraran- ha sido… un buen cumpleaños –soltó,
para sorpresa de Lucian.
- También me encantó conocerte
–sonrió él, ampliamente.
Beth asintió. Miró sus manos
entrelazadas y no pudo reprimir un suspiro. Encontró nuevamente los ojos azules
de Lucian y sonrió.
- Nos veremos pronto –se
despidió Beth.
- Así está mejor –aprobó él- hasta
pronto, Beth.
Lucian la miró hasta que la
perdió de vista entre la multitud. Giró para marcharse y podía ver en su mente
la figura de Beth, con sus grandes ojos verdes y su cabello rubio, mientras
reía. La volvería a ver. No había duda alguna de ello.
Beth buscó con su mirada a
Lucian hasta el final, aunque no hacía falta mirarlo para tener su rostro
grabado en su mente. Jamás podría olvidarlo. En tan solo unos días, Lucian
había marcado su vida y eso era algo increíble. Pero no había terminado aún. Volvería
a verlo. Ahora tenía la certeza de que así sería.
Beth
tocó la puerta de la Mansión Ferraz, la que había sido su hogar durante tantos
años y que, en un rinconcito de su corazón, aún era su casa.
- ¡Beth! –escuchó que su hermana
la llamaba desde atrás del ama de llaves, que le abrió la puerta- ¡qué gusto
verte!
- Danaé –la estrechó en sus
brazos- estás preciosa… y pequeñita.
- Malvada –Danaé entrecerró sus
ojos- malvadísima –rió, encogiéndose de hombros- ¿cómo estás? ¿y tu cumpleaños?
- Bien… y en cuanto a eso…
- ¡Felicidades, por cierto! –la
interrumpió con una sonrisa.
- Gracias –Beth puso en blanco
los ojos- ¿me torturas sabiendo que odio hablar sobre los cumpleaños verdad?
- Por supuesto –asintió Danaé e
hizo un ademán con el brazo- ¿pasas?
- Finalmente. Creo que Danna se
desmayaría ante tus modales.
- Ay hermanita… sé que no me
acusarás –aseguró.
- Claro que no –negó y paseó una
breve mirada por la estancia- ¿dónde están todos?
- Papá está en su despacho. Mamá
pronto bajará a desayunar, de seguro. Y André, debe estar durmiendo…
- ¿Durmiendo? –Beth se pasó una
mano por los ojos- ah sí, el cambio de horario. Es lo único que detesto de
viajar.
- Sí, siempre te ha gustado
viajar. Espero que pronto me lleves contigo en uno de esos viajes misteriosos…
- Nada de misteriosos –se
encaminó al despacho de su padre- voy por negocios. Es todo, nada misterioso.
- Si… ¿y también celebraste tu
cumpleaños allá por negocios? –se burló.
- Danaé… -le advirtió- no quiero
hablar.
- ¿Por qué no? –le picó un
momento más. Beth le dirigió una mirada aún más dura- está bien, Beth. No
vienes de buen humor.
-
¿Quién no está de buen humor? –se escuchó la alegre voz de Danna, que descendía
por las escaleras- ¡Beth, que gusto verte!
- Danna –se acercó y le besó en
la mejilla- estoy de vuelta, en casa.
- Me alegro tanto hija mía
–sonrió con cariño- tu padre está loco por verte.
- Y yo a él. Estaba a punto de
ir…
- Pues ve, cariño –animó. Beth
retomó su camino al despacho mientras su madrastra Danna y su hermana Danaé
iban a desayunar.
Beth golpeó despacio y la puerta
cedió. Los ojos grises de su padre se levantaron del periódico que tenía entre
sus manos y se iluminaron al mirarla. Beth sonrió y Leonardo se levantó para
abrazarla.
- Finalmente hija, estás en casa
–pronunció y Beth asintió. Sí, estaba en casa y… lo necesitaba.
Leonardo y Beth se reunieron,
después de algunos minutos, con Danna y Danaé en el comedor. Desayunaron y
esperaron que Beth les contara como había sido su fiesta de cumpleaños en
Estados Unidos.
Beth sonrió y relató todo. Bien,
casi todo. La parte más importante de la noche, aquella en que la perspectiva
de todas sus convicciones había girado un poco, se la guardó para sí. No era el
momento. Aún no se sentía capaz de pronunciar el nombre de Lucian y no conjurar
sus ojos azules, como si estuvieran ahí, mirándola burlones. No podía.
En dos días, organizó todo para
su siguiente viaje. Esta vez, su destino era España y, a pesar de que siempre
había amado estar en Italia, esta vez no era así. Irónicamente, todo lo
recordaba a Lucian.
Totalmente irónico porque él
nunca había estado en Italia. Lucian…
Sonrió cuando recordó el mohín
que dominó sus facciones un día que ella le había dicho que Lucian sería
Luciano en italiano y que le sentaba bien. Su expresión no tenía precio. Aún
podía escuchar su propia risa.
Debía recordarlo. No podía
decirle Luciano… a menos que realmente lo mereciera. Y ahora mismo, lo estaba
mereciendo. Tres días en Italia y él, ni siquiera le había llamado para
preguntarle si había llegado. ¡Hombres!
Y no. No que lo necesitara.
Faltaba más. ¿Ella a Lucian? ¡Ja!
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