Takeshi
era un interlocutor muy interesante una
vez que podía sacarlo de su obsesión por las frases cortas. Aquello que contaba
se volvía algo vívido y no era monótono sino que hacía que el relato fuera
ameno e interesante, la joven sintió que él dejaba entrever su verdadero ser
hablando de Japón, en sus palabras se colaba cierta pasión que no salía a
relucir usualmente.
Ella
siguió haciendo preguntas sobre el idioma japonés, historia y las costumbres,
él contestó amablemente.
Y
también le contó sobre los nuevos avances y el crecimiento de la economía
debido al desarrollo de diversos sectores.
En
ese momento, ella supo que también él era un hombre de dos épocas diferentes,
por un lado apegado a la tradición y por otro con una favorable visión de
futuro.
Aquel
viaje no era tan largo, era un día de
trayecto hasta llegar a Utsunomiya donde deberían descender y quedarse dos días hasta tomar otro
tren que los acercara hasta su destino final.
-¿Cómo habla tan
bien inglés?- preguntó ella casi a punto
de quedarse dormida.
-Lo aprendí.
-Pero no le gustan
los ingleses.
- Necesito hablar
inglés para encargarme de los negocios de mi familia y además para asegurarme que
nadie me engañe, ¿no le parece?
-Tendré que aprender
japonés- dijo ella somnolienta y él sonrió en forma condescendiente.
-No va a necesitarlo,
Gaijin, no se quedará el tiempo suficiente –
dijo pero ella ya estaba dormida. Durante varios minutos, Takeshi se
quedó observando a la joven. Casi con sorna hacia sí mismo, pensó que ella no
era la única que había heredado la insensatez familiar.
A la mañana, luego
de desayunar, Anna volvió al ataque con las preguntas.
-¿Sabe usar espadas
como los samuráis de los que me habló? – preguntó.
-Katanas, se llaman
Katanas, de hecho son sables. Y el arte de la esgrima es el Kenjutsu.
-Entonces, ¿lo hace?
-Sí, fue parte de mi
educación – respondió él – ¿Va a seguir haciéndome preguntas hasta que
lleguemos?
-Puede preguntar
usted. Aunque supongo que no hay nada que le interese.
-No me interesa
Inglaterra, pero hábleme de su casa.- accedió y Anna empezó a contarle cosas
del lugar donde vivía.
El tiempo pasó
rápido y después del almuerzo llegaron a
Utsunomiya.
Una vez más, Takeshi
se encargó de buscar el alojamiento, aunque fue un poco más dificultoso. Al
primer lugar al que fueron no los recibieron y cuando Anna le preguntó
el motivo, él tuvo que confesarle que no aceptaban occidentales.
El segundo lugar
estaba completo , finalmente dieron con un sitio que cumplía con las exigencias
de Izumi y que aceptaban a ingleses.
Era un lugar más
pequeño y menos lujoso que la casa de la Señora Matsumoto, pero podrían descansar
cómodamente los dos días que tendrían de espera.
A la noche, aprovechando
la quietud y el silencio, Anna se quedó sentada mirando las estrellas, en una
plataforma de madera que había en el exterior.
Recordando el
repudio y las habladurías que generaba en algunos lugares se puso a pensar en
su abuela.
Sintió la presencia
de Takeshi , antes de verlo.
-¿Qué hace aquí? –
preguntó acercándose a la joven. Ella dio unas palmaditas en el lugar a su lado
para invitarlo a sentarse y automáticamente él lo hizo. Ninguno de los dos fue
consciente de aquellos gestos tan bien sincronizados.
-Pensaba en mi
abuela. No hubiera sido fácil para ella vivir aquí, ¿verdad? No la habrían
aceptado.
-Algunos sí y otros
no, pero la verdad es que no hubiera sido fácil. Vaya a dormir, no tiene caso pensar en lo que pudo
haber sido.
-¿No cree que
hubiera resultado, verdad?
-No, de una forma u
otra no habría terminado bien- dijo y no sonó como algo que criticara sino más
bien como si le causara pesar. Anna se levantó y antes de entrar se detuvo un
momento.
-Mañana…Sé que es
pedir demasiado, pero ¿cree que podría acompañarme a dar un paseo? No quiero
quedarme encerrada aquí, y me gustaría conocer y hacer algunas compras. Iría
sola, pero…
-Está bien, la
acompañaré – le dijo y ella sonrió levemente. Iba a agradecerle, pero ya lo
había hecho tantas veces que temía que sonara como una frase vacía.
-Hasta mañana,
entonces.
-Hasta mañana – se
despidió él.
Al día siguiente
desayunaron y se dispusieron a salir.
-¿Qué quiere
comprar? – preguntó el joven para saber dónde llevarla.
- Algo de ropa. Me temo
que viajar con poco equipaje tiene sus
desventajas- admitió ella.
-Supongo, pero creo
que no la habría auxiliado si cargara pesadas maletas con cosas inútiles –
bromeó sorprendiéndola gratamente.
-Entonces debo estar
orgullosa de mi practicidad con el equipaje – contestó sonriendo y luego
salieron a recorrer la ciudad.
Takeshi le
explicó las características de las
prendas de vestir femeninas y los diferentes significados que tenían según sus
colores y modelos, variaban de acuerdo al estatus de la mujer y su estado
civil, así como también de acuerdo a la ocasión en que se usaría el traje.
Si bien a partir de
la Restauración Meiji muchos sectores habían empezado a usar ropa occidental,
las mujeres, en su mayoría seguían usando ropa tradicional, mucho más en
ciudades y pueblos alejados de la capital.
Durante el paseo,
Anna descubrió un par de cosas.
En primer lugar que
Takeshi Izumi impresionaba a las mujeres en general y no sólo a ella, fuera
Inglaterra o Japón ella podía reconocer las reacciones de las mujeres jóvenes
frente a un hombre atractivo. Fue consciente de las miradas y sonrisas que le
dirigían, así también como del sonrojo
que producía en algunas muchachas más tímidas.
Era lógico, pues era
muy atractivo, sin embargo le resultó perturbador ser testigo de aquellas
reacciones, mientras a ella la ignoraban Y más perturbador fue el trato que
recibió en un par de tiendas en las que entraron. No habían sido abiertamente
hostiles, pero había muchas formas de demostrar la animadversión y Anna las
sintió.
Takeshi, tan
sensitivo como era para aquellas situaciones, la sacaba inmediatamente del
lugar si sentía que no eran bienvenidos.
Finalmente dieron
con una tienda tan encantadora como su
dueña, quien los recibió gentilmente.
Anna se sumergió
gustosa en la selección de ropa, las telas, sobre todo las sedas, eran
maravillosas, así como los colores y los diseños.
Takeshi se quedó a
su lado ejerciendo de traductor, lo que hizo el acontecimiento mucho más
memorable. Aquel hombre tan sobrio metido entre dos mujeres entusiasmadas por
las telas y la ropa, era un espectáculo digno de contemplar.
La mirada de Anna
expresaba su diversión y eso lo hacía ser mucho más parco, era notorio lo
impropio de la tarea y lo incómodo que se sentía. Aún así desarrolló su rol a
la perfección.
La joven eligió un
par de kimonos de seda sencillos llamados Komon y un par de yukatas de algodón.
No se preocupó por su equipaje, pues eran prendas sencillas y livianas,
totalmente opuestas a los elaborados vestidos occidentales.
Y gracias a su
abuela, tampoco debía preocuparse por el dinero.
La dueña insistió en
que se probara uno de los kimonos, para
enseñarle además como usarlo y cómo poner la faja que lo ceñía, el hombre
esperó pacientemente a que ella se cambiara.
La señora Asano, tal
el nombre de la propietaria, la ayudó a vestirse y a peinarse. También le dio el
calzado típico que acompañaba a aquella ropa, unas pequeñas sandalias de
madera.
No parecían muy
cómodas, pero su calzado había hecho grandes daños a sus pies, así que estaba
dispuesta a probar algo nuevo.
La textura de la
seda en su piel era una delicia, y los colores vivaces le aligeraban el ánimo. Además,
la peinaron con el cabello recogido, despejándole las delicadas facciones y le
adornaron el peinado con unas peonías similares a las del kimono.
La prenda se ceñía a
su cuerpo mucho más que sus vestidos abultados. La hacía sentir mucho más
femenina.
Cuando terminaron,
la mujer le dirigió unas palabras, que si bien no las entendió literalmente sí
pudo captar el significado de halago y admiración. Además, la mirada satisfecha
de la mujer expresaba que se veía bien en su nuevo atuendo.
Y antes que pudiera evitarlo,
la tomó por los hombros y la llevó hacia donde estaba Takeshi esperando.
Anna se sintió
tímida de repente y bajó la mirada, temía ver la reprobación en él. Sin embargo,
lo escuchó carraspear y levantó la cabeza. Sus ojos se encontraron con los de él y eso la dejó
estática en su lugar.
Nadie la había
mirado así antes.
Ni Thomas, ni nadie.
Los oscuros ojos de
Takeshi expresaban admiración,
satisfacción al verla y algo mucho más descarnado, que le era desconocido, pero
la abrumaba haciéndola sentir plena.
Le sonrió.
-Se ve bien – dijo
él y recobró la compostura. Su mirada se volvió inescrutable nuevamente. Y la
emoción que ella había vislumbrado pareció ser un espejismo.
-Entonces los
llevaré, dele las gracias por mí, por favor- pidió Anna y luego le pagó a la
mujer por las prendas.
Quizás la dueña
había pensado que había algo entre ellos, porque se mostró sorprendida cuando
fue la muchacha quien pagó y no él. Tanto Takeshi como ella fingieron no notar
aquella reacción de sorpresa.
Una vez hechas las
compras siguieron su paseo por la ciudad.
-¿Qué es eso? –
preguntó ella señalando un bello edificio.
-Un teatro-
respondió.
-¡Oh! ¿Y qué tipo de
teatro?
- Kabuki, una forma
teatral japonesa tradicional…- empezó a explicarle pero Anna lo interrumpió
entusiasmada.
-¿Hay función hoy?
¿Podemos verla?
-No creo que…
-¡Por favor! ¿Podría
averiguar si hay función? ¿Cree que me dejen entrar? – insistió y se la veía
tan entusiasmada como una criatura. Takeshi no pudo, ni quiso, resistirse. Sólo
estarían allí dos días, y pronto cada uno llegaría a su destino. Además la
había visto replegarse herida por los prejuicios y quería resarcirle un poco
por el mal trago.
Quería verla
sonreír.
El destino parecía
ayudarlos porque justo esa tarde habría función, así que decidieron volver a su
alojamiento y descansar unas horas para luego ir a presenciar la obra.
Anna fue muy
cuidadosa para no desarmar su cuidado peinado ni desordenar su nueva ropa.
Pensó que era mucho mejor ir vestida así que con su ropa occidental, no quería
llamar tanto la atención, quería, por un día, relajarse y disfrutar.
-¿Está cómoda así? –
preguntó él cuando se reunieron para ir a la función.
-Sí. ¿Le parece
inadecuado? – preguntó dudosa.
-No, está bien.
¿Vamos?
La joven no podía
contener su entusiasmo y al entrar al recinto todas sus preocupaciones se
esfumaron.
Anna iba
frecuentemente al teatro y a la opera en Inglaterra, pero aquello era distinto
a cualquier cosa que hubiera visto antes.
El arte ya fuera
teatro, música o pintura, tenía la maravillosa cualidad de trascender fronteras
e idiomas, así que la joven pudo disfrutar el espectáculo más allá de las
diferencias culturales.
Seguía con atención
cada movimiento de los actores, quería verlo todo, guardar en su memoria
aquella experiencia.
Cada tanto, junto el
resto del público soltaba alguna exclamación o se le dibujaba una sonrisa en el
rostro.
Y Takeshi parecía
estar disfrutándolo tanto como ella. Incluso lo había escuchado reír.
Era extraño, los
actores estaban maquillados y usaban disfraces representando a distintos
personajes, y Anna sentía que tanto el joven japonés como ella estaban, por una
vez, despojados de sus máscaras.
Esa noche, sólo eran ellos mismos, disfrutando
de un momento feliz.
Cuando salieron ya
había anochecido, el clima era cálido y con el aroma de la primavera, caminaron
de regreso tranquilamente, disfrutando el paseo.
-¡Me ha encantado! –
Exclamó ella entusiasmada – Supongo que para usted es algo habitual, pero para
mí ha sido mágico…
-De hecho es la
primera vez- dijo Takeshi tímidamente y ella lo miró.
-¿La primera vez?
¿Nunca había visto una obra de estas? –preguntó asombrada.
-No, nunca antes
había visto una – respondió.
-¡Vaya! Por lo visto
eso de ser parte de la familia Izumi es una tarea más absorbente de lo que
pensé, o quizás usted sea demasiado aburrido.
- Supongo que estoy
más ocupado de lo que usted cree, y para ser sincero, nunca se me ocurrió ver
una ni tenía quien me acompañara a verla.
-Me gusta eso – sentenció ella y él elevó una
ceja a modo de interrogación para que ella se explicara mejor- Me gusta que
hayamos visto juntos por primera vez una
obra kabuki. Eso lo hace más memorable.
Y supongo que si alguna vez vuelve a ver
otra obra, se acordará de mí…
- Y cuando usted
recuerde este momento, ¿se acordará de mí? – preguntó Takeshi y ella
simplemente asintió. Había una tensión casi tangible entre ambos, pero más allá
de eso, el pensar que un día todo sería un recuerdo, le resultó doloroso.
Las palabras que
ambos habían pronunciado casi sin pensarlas, quedaron flotando en el aire. Eso
los hizo caminar en silencio el resto del trayecto.
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