Los días siguientes fueron difíciles, no sólo por el inicio de la rehabilitación
sino porque la ausencia de Cristhian se hizo demasiado notoria.
Liz había intentado mantener su distancia y pensar fríamente en aquella
convivencia inesperada, pero ahora que él no estaba, era plenamente consciente
de lo importante que había sido volver a estar juntos bajo el mismo techo.
Lo extrañaba, pero incluso a
pesar de haber hecho el amor, no podía estar segura de lo que sentían el uno
por el otro. Sus vidas estaban tan unidas, y enredadas, desde el inicio, que
era complicado pensar con claridad sobre el vínculo que los unía.
También tenía en claro que si existía una posibilidad de volver a estar
juntos, antes debía recuperarse, no se sentía segura de ella misma y no podría
librarse de los fantasmas a menos que volviera a caminar.
Estaba llena de contradicciones y su estado de ánimo variaba con
demasiada brusquedad. Y al final de sus reflexiones siempre había dos cosas, el
baile y Cristhian.
Y cuando los ejercicios la agotaban, cuando se sentía frustrada porque creía
que nunca podría volver a levantarse de
aquella silla, cuando su mente bajaba las defensas y recordaba las manos de él
recorriendo su piel, reconocía que incluso el baile era secundario. Muy dentro
suyo existía una verdad que por más que intentaba acallar, seguía siempre allí,
había empezado a amar el baile porque a él le gustaba verla bailar.
Era feliz bailando delante de él porque él era feliz viéndola, cuando
era una niña, cuando había bailado
cubierta con una sábana o desnuda, aún cuando había bailado en grandes
escenarios en los recientes años, aunque Cristhian ya no estuviera en su vida,
había seguido bailando para él.
Ahora todo eran piezas sueltas, su cuerpo, sus recuerdos y sus
sentimientos. Esperaba poder volver a reunirlas y que todo volviera a tener
sentido.
Tampoco fueron días fáciles para Cristhian Kensington, se había alejado
de Elizabeth para darle un poco de espacio para que respirara y recobrara
fuerzas. Además ya había cometido muchos errores a lo largo de los años y no
quería volver a hacerlo.
Y tenerla cerca era demasiada tentación, porque estando cerca sólo
quería recuperarla, dejar atrás los malos entendidos, las heridas que se habían
hecho mutuamente y sólo estar juntos.
Pero no era nada fácil, Elizabeth necesitaba concentrarse en ella misma
para después poder verlo a él. Porque necesitaba que lo viera, que supiera que
sus decisiones del pasado, que su trabajo o las mujeres que habían pasado por
su vida, no lo definían. Si había algo que lo definía, algo que era su misma
esencia era ella, la Elizabeth niña que había tomado su mano y a la que no
podía dejar ir.
No importaba lo que sucediera con ellos, ni los años transcurridos, Liz
era parte de él.
Aquella mañana había sido especialmente agotadora para Elizabeth, le
había tocado hacer su terapia en el hospital y tras un mes de mucha
ejercitación tenía que intentar caminar en la barra paralela sosteniéndose con
sus brazos. Sólo necesitaba dar unos pocos pasos, pero era una obra casi
titánica, estaba segura que dar sus primero pasos en la infancia no había sido
tan complicado como esto. Quizás, cuando uno era adulto, empezar de nuevo era demasiado
doloroso.
Se sostuvo con fuerza y no pudo evitar un recuerdo abrumador del tiempo que
había pasado en la barra de baile, horas y horas elongando su cuerpo y
ensayando pasos que luego desplegaría
grácilmente sobre el escenario.
Ahora se trataba de dar un pequeño paso, respiró profundo, se concentró
e intentó avanzar, pero después de un mínimo avance, los brazos comenzaron a
temblarle y las piernas no le respondieron, aún así se esforzó en dar otro paso
y antes de poder evitarlo, cayó al suelo.
Los ojos se le llenaron de lágrimas, se sentía frustrada y agotada.
Sintió que la ayudaban a levantar, y el toque familiar la puso alerta, antes de
poder ver a quien la estaba asistiendo, su cuerpo lo reconoció. Era Cristhian.
-¿Estás bien?
-¿Qué haces aquí? – preguntó ella al mismo tiempo. En su último
encuentro, Cristhian había sido muy claro y desde entonces no la había
contactado. Pero ahora que estaba caída, sintiéndose un completo fracaso, él
estaba allí poniéndola de pie.
-Estoy bien- dijo y se apoyó en
la barra para soltarse del agarre masculino –No respondiste, ¿qué haces aquí?
-Tenía algunas cuestiones de negocios aquí.
-¿En el hospital?
- Sólo pasaba por aquí , Liz. ¿De verdad es necesario un interrogatorio?
– preguntó y se lo veía cansado, Elizabeth dejó de hacer preguntas, sobre todo
porque no se atrevía a preguntar lo que en verdad le importaba, quería saber si
había ido hasta allí por ella.
-Ya puedes irte, estoy bien.
-Ha hecho un gran progreso pelirroja, no te fuerces a ti misma tanto. Ya
sabes si te caes puedes levantarte de nuevo.
-Pero no bailar – sentenció ella
-¿De verdad es tan importante? ¿No puedes ser más importante tú que el
baile? – preguntó
-No, no quedará mucho de mi si no puedo bailar.
-¡Se acabó Liz!¿No lo entiendes? No importa lo que hagas, ya no será
como antes, nunca podrás bailar como
antes…y tienes que aceptarlo.- estalló Cristhian dejando de lado la sutileza.
Estaba harto de verla lastimarse a sí misma, de sumergirse en aquella auto
conmiseración como si no pudiera ser feliz si no volvía a bailar.
-¡Noo! – le gritó enfadada. No quería resignarse.
-Daría cualquier cosa por cambiar esta situación, pero aunque lo he
intentado todo no se puede, ésta es la realidad y debes vivir con ella.- dijo
él con sinceridad. Lo que más le dolía era no poder hacer nada para ayudarla.
-No puedo, es mi sueño, eres tú quien no lo entiende. Todos estos años,
fue la danza lo que me salvó,¿cómo viviré sin ella?
-Lo más importante es que estás viva, encuentra otro sueño…
-Hace mucho soñé otras cosas, pero el baile fue lo único que me quedó.
-Dime lo otro que deseas Liz, lo conseguiré para ti, lo que sea..pídeme
lo que quieras y lo haré realidad pero no puedes rendirte.
-No creo que puedas darme lo que quiero Cristhian, el dinero y el poder
no pueden comprarlo todo. Sólo vete, déjame afrontar esto sola tal como
prometiste que lo harías.
-De acuerdo- dijo y una vez más ella lo vio marcharse.
Cuando Kensington dejó la sala, su médico se acercó.
-¿Estás bien Elizabeth? Descansa un rato, ha sido mucho por hoy.
-No, voy a hacerlo, voy a volver a caminar – dijo ella y sus ojos
brillaron con el mismo fuego de antaño.
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