domingo, 30 de agosto de 2015

Heridas de amor 18°

Me está costando mucho escribir estos días, pero prometo ir retomando las historias poco a poco. Aquí va otro capi de Cristhian  y Liz...



Los días siguientes fueron difíciles, no sólo por el inicio de la rehabilitación sino porque la ausencia de Cristhian se hizo demasiado notoria.
Liz había intentado mantener su distancia y pensar fríamente en aquella convivencia inesperada, pero ahora que él no estaba, era plenamente consciente de lo importante que había sido volver a estar juntos bajo el mismo techo.
Lo extrañaba, pero  incluso a pesar de haber hecho el amor, no podía estar segura de lo que sentían el uno por el otro. Sus vidas estaban tan unidas, y enredadas, desde el inicio, que era complicado pensar con claridad sobre el vínculo que los unía.
También tenía en claro que si existía una posibilidad de volver a estar juntos, antes debía recuperarse, no se sentía segura de ella misma y no podría librarse de los fantasmas a menos que volviera a caminar.

Estaba llena de contradicciones y su estado de ánimo variaba con demasiada brusquedad. Y al final de sus reflexiones siempre había dos cosas, el baile y Cristhian.
Y cuando los ejercicios la agotaban, cuando se sentía frustrada porque creía que nunca podría volver  a levantarse de aquella silla, cuando su mente bajaba las defensas y recordaba las manos de él recorriendo su piel, reconocía que incluso el baile era secundario. Muy dentro suyo existía una verdad que por más que intentaba acallar, seguía siempre allí, había empezado a amar el baile porque a él le gustaba verla bailar.
Era feliz bailando delante de él porque él era feliz viéndola, cuando era una niña, cuando había bailado  cubierta con una sábana o desnuda, aún cuando había bailado en grandes escenarios en los recientes años, aunque Cristhian ya no estuviera en su vida, había seguido bailando para él.
Ahora todo eran piezas sueltas, su cuerpo, sus recuerdos y sus sentimientos. Esperaba poder volver a reunirlas y que todo volviera a tener sentido.

Tampoco fueron días fáciles para Cristhian Kensington, se había alejado de Elizabeth para darle un poco de espacio para que respirara y recobrara fuerzas. Además ya había cometido muchos errores a lo largo de los años y no quería volver a hacerlo.
Y tenerla cerca era demasiada tentación, porque estando cerca sólo quería recuperarla, dejar atrás los malos entendidos, las heridas que se habían hecho mutuamente y sólo estar juntos.
Pero no era nada fácil, Elizabeth necesitaba concentrarse en ella misma para después poder verlo a él. Porque necesitaba que lo viera, que supiera que sus decisiones del pasado, que su trabajo o las mujeres que habían pasado por su vida, no lo definían. Si había algo que lo definía, algo que era su misma esencia era ella, la Elizabeth niña que había tomado su mano y a la que no podía dejar ir.
No importaba lo que sucediera con ellos, ni los años transcurridos, Liz era parte de él.

Aquella mañana había sido especialmente agotadora para Elizabeth, le había tocado hacer su terapia en el hospital y tras un mes de mucha ejercitación tenía que intentar caminar en la barra paralela sosteniéndose con sus brazos. Sólo necesitaba dar unos pocos pasos, pero era una obra casi titánica, estaba segura que dar sus primero pasos en la infancia no había sido tan complicado como esto. Quizás, cuando uno era adulto, empezar de nuevo era demasiado doloroso.
Se sostuvo con fuerza y no pudo evitar un recuerdo abrumador del tiempo que había pasado en la barra de baile, horas y horas elongando su cuerpo y ensayando pasos  que luego desplegaría grácilmente sobre el escenario.
Ahora se trataba de dar un pequeño paso, respiró profundo, se concentró e intentó avanzar, pero después de un mínimo avance, los brazos comenzaron a temblarle y las piernas no le respondieron, aún así se esforzó en dar otro paso y antes de poder evitarlo, cayó al suelo.
Los ojos se le llenaron de lágrimas, se sentía frustrada y agotada. Sintió que la ayudaban a levantar, y el toque familiar la puso alerta, antes de poder ver a quien la estaba asistiendo, su cuerpo lo reconoció. Era Cristhian.
-¿Estás bien?
-¿Qué haces aquí? – preguntó ella al mismo tiempo. En su último encuentro, Cristhian había sido muy claro y desde entonces no la había contactado. Pero ahora que estaba caída, sintiéndose un completo fracaso, él estaba allí poniéndola de pie.
-Estoy bien- dijo  y se apoyó en la barra para soltarse del agarre masculino –No respondiste, ¿qué haces aquí?
-Tenía algunas cuestiones de negocios aquí.
-¿En el hospital?
- Sólo pasaba por aquí , Liz. ¿De verdad es necesario un interrogatorio? – preguntó y se lo veía cansado, Elizabeth dejó de hacer preguntas, sobre todo porque no se atrevía a preguntar lo que en verdad le importaba, quería saber si había ido hasta allí por ella.
-Ya puedes irte, estoy bien.
-Ha hecho un gran progreso pelirroja, no te fuerces a ti misma tanto. Ya sabes si te caes puedes levantarte de nuevo.
-Pero no bailar – sentenció ella
-¿De verdad es tan importante? ¿No puedes ser más importante tú que el baile? – preguntó
-No, no quedará mucho de mi si no puedo bailar.
-¡Se acabó Liz!¿No lo entiendes? No importa lo que hagas, ya no será como antes, nunca podrás  bailar como antes…y tienes que aceptarlo.- estalló Cristhian dejando de lado la sutileza. Estaba harto de verla lastimarse a sí misma, de sumergirse en aquella auto conmiseración como si no pudiera ser feliz si no volvía a bailar.
-¡Noo! – le gritó enfadada. No quería resignarse.
-Daría cualquier cosa por cambiar esta situación, pero aunque lo he intentado todo no se puede, ésta es la realidad y debes vivir con ella.- dijo él con sinceridad. Lo que más le dolía era no poder hacer nada para ayudarla.
-No puedo, es mi sueño, eres tú quien no lo entiende. Todos estos años, fue la danza lo que me salvó,¿cómo viviré sin ella?
-Lo más importante es que estás viva, encuentra otro sueño…
-Hace mucho soñé otras cosas, pero el baile fue lo único que me quedó.
-Dime lo otro que deseas Liz, lo conseguiré para ti, lo que sea..pídeme lo que quieras y lo haré realidad pero no puedes rendirte.
-No creo que puedas darme lo que quiero Cristhian, el dinero y el poder no pueden comprarlo todo. Sólo vete, déjame afrontar esto sola tal como prometiste que lo harías.
-De acuerdo- dijo y una vez más ella lo vio marcharse.
Cuando Kensington dejó la sala, su médico se acercó.
-¿Estás bien Elizabeth? Descansa un rato, ha sido mucho por hoy.
-No, voy a hacerlo, voy a volver a caminar – dijo ella y sus ojos brillaron con el mismo fuego de antaño.








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