Rompe tu promesa
Sophie vio como Andreas Charisteas
atravesaba la puerta de la biblioteca y encaraba a los dos hombres que
lo habían sacado de la fiesta para hablar con él. Era un hombre que siempre llamaría la atención en cualquier
lugar, de cabello negro, piel ligeramente dorada, cuerpo esculpido y vestido de etiqueta , parecía un Dios
moderno. Pura tentación, puro deseo, puro peligro.
Ella sabía perfectamente lo que
le iban a informar, ellos se casarían en breve, así lo habían decidido
los abuelos de ambos y también sabía que pronto presenciaría una discusión de dimensiones colosales.
Aquellos dos ancianos griegos eran las cabezas de dos imperios y tenían
una voluntad de acero, pero Andreas no se quedaba atrás, el desafío siempre
estaba presente en sus ojos dorados.
Iba a desatarse una guerra y ella deseaba poder permanecer al margen,
pero aquello no estaba dentro de sus posibilidades. Se quedó quieta sentada en
el lujoso sillón, quieta y callada mientras su vida cambiaba para siempre.
-¡¿Qué has dicho?! – le gritó Andreas a Nikos Charisteas, mientras
echaba una fugaz mirada al rincón donde estaba Sophie.
-Eres joven para estar sordo, Andreas, he dicho que vas a casarte con
Sophie.
-¿Y qué diablos te hace creer
eso?
-Esa es mi condición para nombrarte heredero…
-Has lo que quieras con tu imperio, construiré el mío – le dijo
sonriendo lobunamente.
-Bien-contestó el anciano- entonces tu primo Christos lo heredará todo.
- No puedes hacer eso …-siseó el joven.
-Puedo hacer lo que quiera, acabas de decirlo.
-No me casaré con esa…
- ¡Cuida tus palabras cuando hablas de mi nieta..! –advirtió Stefanos Tatsis.
-Yo elegiré con quien casarme, ya tengo a alguien que quiero– continuó
el joven mirando a su abuelo.
A la distancia, Sophie soltó un
leve suspiro, tal vez pudieran escaparse. Si Andreas se negaba, quizá acabaran
con aquella locura.
-Lo sé, nunca me importaron tus mujeres , pero no dejaré que te cases
con esa prostituta inglesa que tienes por amante – le contestó su abuelo.
-También ella tiene sangre inglesa – acotó el joven señalando
brevemente con la cabeza a la chica del sillón quien palideció repentinamente.
-¡ELLA ES UNA TATSIS! – rugió Stefanos y Nikos le hizo señas para que
se tranquilizara.
-Con vuestro casamiento, se establecerá la mayor fusión que se haya
visto jamás. Charisteas y Tatsis formarán una sola compañía, y tú lo manejarás
todo – dijo Nikos tentando a su nieto.
-Te odio viejo, te gusta manejar a los demás como títeres.- escupió las
palabras.
-Si lo piensas , Andreas, no eres tan diferente a mí.- le retrucó el
anciano.
-¿Manejaré todo? – preguntó el
joven ignorando a su abuelo y mirando fijamente a Stefanos Tatsis.
-No tengo heredero y Sophie no podrá hacerlo sola, tú estarás a cargo.
Pero a cambio cuidarás de ella, la
honrarás como merece una Tatsis.
-Bien – aceptó él y los dos ancianos se sonrieron mutuamente. Ninguno
de los tres hombres reparó en las manos temblorosas de Sophie, ni en el dolor
en su mirada.
-Buena decisión.- comentó Nikos.
-No te arrepentirás, mi Sophie será la mejor esposa – dijo Stefanos.
-Déjennos solos – pidió Andreas y sin embargo sus palabras sonaron como
una orden. Los dos hombres sabían que ya habían logrado su cometido, así que
asintieron y salieron de la habitación.
Sophie conocía a Andreas desde que eran niños, él era mayor que ella,
sin embargo debido a la relación que había entre sus familias lo había visto
con frecuencia a lo largo de los años.
Aun así no recordaba haber hablado demasiado con él, era demasiado
intimidante. Andreas era demasiado de todo, demasiado alto, demasiado
inteligente, demasiado audaz, demasiado bello y demasiado dominante. Lo tenía
todo y era conciente de ello. Y en aquel momento cuando caminó hacia ella,
Sophie supo otra cosa, Andreas la odiaba.
Probablemente odiaba que lo estuvieran obligando a hacer algo contra su
voluntad, pero aquel sentimiento de ira se había trasladado injustamente hacia
ella.
-¿Qué ganas con esto? – preguntó plantándose frente a ella.
-N..nada – tartamudeó bajando la mirada.
-¡Mírame cuando te hablo! Yo gano ambas empresas y tú, ¿nada?. No te
creo…¿le pediste a tu abuelo que te comprara un marido? – preguntó con crueldad
-¡Claro que no! – protestó . “¿Acaso él no sabía que era a ella a quien
acababan de vender?” Su abuelo la había dado como moneda de cambio para tener
alguien que manejara sus negocios.
-No eres mejor que ellos – le dijo él con desprecio y Sophie sintió que
no podría con tanto dolor.
Su abuelo la había amenazado con dejarla en la calle, sin nada. Eso no
le había importado demasiado, para ella el dinero no era lo más importante
,pero sí le había asustado la posibilidad de perder a su abuelo. El rudo
Stefanos Tatsis era la única familia que tenía en el mundo, él la había criado
tras la muerte de sus padres. Aun con su falta de tacto y su educación
estricta, Stefanos había cuidado de ella. Aún recordaba la calidez de la gran
mano de su abuelo sosteniendo la suya, diminuta y fría , el día del funeral .
Pero aún así , Sophie estaba dispuesta a negarse a aquella locura, no
había tenido mucho amor en su vida, y al menos quería tenerlo en su matrimonio,
pero unas semanas antes su abuelo se había descompensado y aunque él le había
quitado importancia, el médico había hablado con ella. Le había dicho que su salud era frágil y que debía cuidar que no
recibiera sobresaltos, aunque recibiera tratamiento, su abuelo venía
arrastrando una larga enfermedad cardiaca y su apariencia de hombre de acero
era sólo una carcaza que ocultaba su verdadero estado.
Ella no podía ser la responsable de que algo le pasara, si debía
casarse con Andreas para cuidar de su abuelo, lo haría. Después de todo aquel
hombre tenía el honor de los griegos,
cuidaría de ella, aunque no la amara.
Andreas era el sueño de cualquier mujer y tal vez pudieran tener una
buena relación.
- Yo no soy como ellos, tampoco
quería este matrimonio pero ya que no lo hemos podido evitar, deberíamos hacer
lo mejor por llevarnos bien…-sugirió tímidamente levantándose del sillón, las piernas le
temblaban tanto que le había costado un largo rato reunir fuerzas.
-¿Llevarnos bien? –preguntó
tomándola por los brazos con ímpetu.
- Con el tiempo…quiero decir…
-¿Nos enamoraremos y seremos felices? – le preguntó con sorna.
- Yo…
-No siento , ni sentiré nada por ti- le dijo y la mirada que le dirigió
expresaba con claridad lo poco que valía para él. La fuerza con que la agarraba
le causó dolor y trató de apartarse.
-Me haces daño…
-Entonces será mejor que lo entiendas, esto es un negocio. No hay
sentimientos y espero que jamás te creas el papel de esposa enamorada. No va a
ser un matrimonio real y ya que dices que tampoco deseas este matrimonio,
entonces mantendremos la falsa hasta que podamos ser libres de nuevo. Así como
no siento nada por ti, espero que no sientas nada por mí, sería muy engorroso
para mí.
-No te preocupes …- dijo ella y se soltó de su agarre - también yo quiero ser libre.
- Bien , entonces resiste tres años, luego te daré tu libertad y
recobraré la mía.
-Tres años , entonces…-confirmó ella y él se dirigió a la puerta.
-¡Andreas!- lo llamó Sophie .
-Sí ..- preguntó él deteniéndose y volteando levemente.
-Es una promesa. Nunca te amaré, Andreas - dijo con los puños apretados y lágrimas en
los ojos.
Él la miró por un instante, con un vestigio de sorpresa en su mirada,
luego se marchó y Sophie se dejó caer sobre la alfombra para llorar por el
futuro yermo que la esperaba.
La mujer rubia lo miró furiosa ,
mientras Andreas se servía una copa de whisky.
-¡¿Cómo que vas a casarte con otra?! – le gritó.
- Cálmate Anne, he tenido demasiado espectáculo por un día y no tengo
ganas de escuchar tus reclamos.
- ¿Mis reclamos?
-Ya te expliqué la situación, te dije que es un casamiento arreglado…-
explicó con calma, estaba cansado.
-Entonces yo debo quedarme tranquila, mientras tú te casas con la
noviecita virgen y griega que te eligió tu abuelo. ¿Tan poco valgo para ti?-
preguntó ella y por la mirada de él se dio cuenta que acababa de cometer un
gran error.
Andreas odiaba que lo forzaran, llevaba más de seis meses saliendo con
Anne. Era más de lo que había durado con cualquier mujer, incluso pasaba más
tiempo en el departamento que le había comprado a ella que en su propia casa.
Era hermosa con su largo cabello rubio, su piel dorada y su andar de gata que
lo hacía desearla cada vez que ella lo
seducía. Era verdad que sentía cosas por ella , pero también estaba cansado de
su personalidad caprichosa y superficial. Si era sincero consigo mismo , no la
amaba y si era más sincero aún, tendría que reconocer que no sabía amar. Sabía
de conquistar, pero nada más. Jamás había pensado en casarse con Anne, pero
tampoco iba a acatar dócilmente los planes de su abuelo o muy pronto se
encontraría reproduciéndose con Sophie Tatsis como si ambos fueran animales de
cría.
Por un instante, al contemplar la mirada de Anne, recordó la última
mirada que le había dirigido su futura esposa. Había entrevisto un orgullo y
una dignidad que no existían en la mirada de su amante.
Anne acababa de preguntarle cuanto valía para él y al escucharla, había
comprendido que ya se había hartado de ella.
Aún había muchas cosas que quería lograr y atarse a una mujer no era
una de ellas, aunque era muy irónico pues una semana más tarde estaría atado a
su “noviecita virgen y griega”, tal como la había llamado Anne.
-¿Sabes lo que vales para mí? – le preguntó a Anne .
-Andreas…
-Cada persona vale el precio que se pone ella misma, cariño. Tú no
pusiste un precio alto desde el inicio…así que me temo que es todo lo que puedo
darte. Puedes quedarte a mí lado, si aun lo deseas, pero ya sabes las reglas de
juego…
-No pienso ser tu amante en las sombras…
-Bien. – respondió él, tomó la chaqueta que había dejado sobre el
sillón y se marchó .
-¡Andreas! – lo llamó la mujer pensando que podría convencerlo, nunca
había sido su verdadera intención rechazarlo, pero él se había ido
definitivamente. Una vez que tomaba una decisión Andreas Charisteas no daba
marcha atrás.
Una semana más tarde , Andreas esperaba a su novia parado en el altar.
Era obvio que se habían esmerado en arreglar a la joven Tatsis para la ocasión,
pues la mujer que caminó lentamente hacia él, distaba mucho de ser la jovencita
del sillón, era una bella visión enmarcada en vaporosa tela blanca y flores. No
llevaba ni tiara, ni velo, sólo una corona de flores que ceñía los rizos de
cabello castaño , tampoco llevaba más joyas que un par de aretes colgantes.
Aquello llamó la atención de Andreas, ataviada así se veía muy joven e
inocente, no parecía una rica heredera, sino un corderito yendo al matadero. Y
cuando finalmente llegó a su lado, pudo observar que tenía los ojos levemente
enrojecidos por el llanto. Una inesperada punzada de culpa lo atacó, tomó la
mano de ella y la apretó con
delicadeza para intentar trasmitirle
valor, entonces Sophie Tatsis clavó su mirada en él. No había miedo en aquellos
ojos, sino una determinación tan resuelta como la suya propia, fuera lo que
fuera que había decidido hacer la joven, era claro que pensaba ir hasta el
final.
Un rato después, cuando se ofició la ceremonia, él tuvo una leve idea
de lo que ella había decidido. El cura no nombró la palabra amor en los votos
matrimoniales en ningún momento, no sabía si los asistentes se habían dado
cuenta, pero él sí. Ninguna de las promesas que habían hecho tenía que ver con
amarse el uno al otro y no era lo tradicional.
En algún momento , cuando le deslizó el anillo matrimonial en el dedo a
Sophie y ella hizo lo propio al ponerle el anillo a él, sus miradas se cruzaron
y en su mente resonó la promesa de la joven “Nunca te amaré”, por lo visto el
primer paso de Sophie como una Charisteas, había sido asegurarse de mantener
esa promesa. Se había asegurado que el cura no los hiciera jurar en falso
frente a Dios, y Andreas sintió algo parecido a la admiración por su joven
esposa. Era más fuerte de lo que parecía.
3 años después
Andreas se detuvo un momento en
el umbral de su casa, antes de llamar a la puerta. Le resultó curioso que el
único lugar al que había llamado hogar en toda su vida, fuera aquel en el que
vivía con una mujer que era y no era su esposa.
Una mujer que a lo largo de tres años había significado muchas cosa para
él, desde una adversaria hasta una amiga.
Aun recordaba la decepción de Sophie al comprender que debería vivir
con él y que su abuelo ya no la recibiría en su casa, ella había intentado
convencer al anciano de dejarlos vivir junto a él, pero éste se había negado
rotundamente, cosa que Andreas agradecía. No le hubiera alegrado vivir bajo el
mismo techo que Stefanos Tatsis, menos aún cuando su matrimonio era una farsa.
Habían pasado su primera noche como marido y mujer en una lujosa suite
de un hotel , cada uno en una habitación diferente y a la mañana siguiente,
durante el desayuno, Sophie había declarado que tampoco viviría en casa de los
Charisteas sino que quería una casa propia.
“También tengo mis condiciones para mantener este matrimonio” había
afirmado con falsa seguridad, mientras la voz le temblaba imperceptiblemente.
Andreas había accedido al capricho de ella, después de todo él pasaría
la mayor parte del tiempo viajando, mientras ella se quedaba en casa.
Entre los dos habían escogido aquel lugar, Sophie quería algo más
pequeño, pero él necesitaba que cumpliera con algunos requisitos, como
seguridad privada, y suficiente espacio para ser la residencia digna de los
Charisteas. Habían adquirido algo intermedio, adecuado al gusto de ella y
aceptable para él.
Sin embargo no era la casa tradicional que se esperaría de herederos
millonarios, Sophie había logrado que fuera un lugar cálido, con objetos bellos
y prácticos. No era una casa para mostrar en las revistas, era un lugar para
vivir, y al que uno deseaba arribar
cuando estaba cansado. Cosa que últimamente le sucedía con bastante frecuencia.
También meditó brevemente en la mujer que esperaba en esa casa, era
decidida y activa, le gustaba reír, era amable con todos, confiable y
bondadosa. Al principio de su matrimonio se había comportado con timidez y
cautela, pero luego había ganado
seguridad y poco a poco se había convertido en una mujer que contagiaba
vitalidad. Andreas no sabía decir con exactitud cuando había cambiado, pero
algo le decía que simplemente en algún momento Sophie había decidido dejar
atrás sus miedos y ser ella misma.
Finalmente apartó sus pensamientos y llamó a la puerta, sólo entonces
se dio cuenta de que había pasado varios minutos bajo la lluvia nocturna.
-¡¡Andreas, qué haces aquí!! No
me dijiste que volvías.– exclamó Sophie sorprendida.
-Sólo adelanté un poco mis planes…-dijo él al entrar a la casa.
-Estás empapado, quítate esa ropa mojada , te buscaré algo seco para
que te des una ducha caliente– le dijo amagando con irse.
-Espera Sophie..
-Te enfermarás Andreas.
-Sólo un segundo, tengo algo para ti…-dijo metiendo su mano bajo el
sobretodo y sólo entonces ella notó el bulto que había en el pecho de él.
-¿Qué tienes…?-comenzó a preguntar y él sacó un pequeño cachorro que
estaba tan empapado como su ropa.
-Creo que necesita más de una toalla que yo…
-¡Ohhhhhh!- exclamó ella y se acercó para tomar al perrito entre sus
brazos – hola pequeño.
- Lo vi de milagro mientras conducía hacia aquí, estaba tirado a la
vera del camino, así que pensé en traerlo. Tú siempre andas recogiendo animales
abandonados y colaborando con refugios, iré a darme una ducha caliente mientras
tú te ocupas de él .
-Gracias Andreas, se hubiera muerto si no lo traías, es tan pequeño y
está lloviendo tanto…- comentó mientras acariciaba la cabeza de cachorrillo.
-Sí, supongo que me estás contagiando tus malos hábitos.
-Andreas...
-¿Sí?
-Nada, te prepararé un café caliente para cuando salgas.
-Gracias – contestó y se marchó a bañarse.
A Sophie le encantaban los animales, así que se encargó de secar al
cachorro y luego le preparó un tazón de leche tibia y algunos trocitos de
carne, mientras le improvisaba un lecho con un cubrecama de diseño que le
habían regalado en Navidad.
-Come pequeño, te hará bien – le habló inclinada a su lado mientras
intentaba que comiera algo. El cachorrillo husmeó su mano y finalmente aceptó
lo que le ofrecía.
Ella siempre andaba rescatando animales de la calle, sin embargo no
tenía un perro propio, nunca se había animado a quedarse con uno. No estaba
segura de que Andreas quisiera tener un perro en la casa y por lo tanto evitaba
discusiones inútiles, sin embargo esta vez, era él quien había traído al
animalito.
-Puedes quedarte con éste – dijo Andreas entrando a la cocina y se
agachó junto a ella para acariciar al perro.
-¿En serio? ¿No te molesta?- preguntó sorprendida por qué él supiera
sobre su deseo.
-No, claro que no. Siempre has querido tener uno, no sé por qué no se
nos ocurrió antes.
-Has comentado muchas veces que son molestos…
-Lo son, demandan tiempo y todo eso, pero si tú quieres encargarte de
él , no veo por qué no podamos quedárnoslo.
-Los cachorros son un problema, ¿sabes? – preguntó ella tentando su
suerte mientras el olor del jabón de Andreas inundaba sus sentidos.
-Si, supongo que masticará mi mejor calzado de cuero y todo eso…en fin,
no podemos volver a echarlo a la calle y además ahora que es un Charisteas no
creo que se acostumbre a otro nivel de vida. Quiero decir, está comiendo lomo y
durmiendo en un costoso cubrecama de seda – dijo él y la hizo reír.
-¿Qué nombre le pondremos? – preguntó Sophie encantada de poder
quedarse con el cachorrito.
-¿Qué te parece Pocket*?
-Me gusta...suena mejor que abrigo o empapado… a propósito tu ropa ha de
oler a perro mojado.
- Lo sé. A perro callejero mojado – aclaró él y se incorporó.
-Bueno , mientras él come, qué te parece si me acompañas a tomar el café- la invitó
Andreas.
- Está bien -accedió ella y se sentaron ambos a tomar café en la mesa
del desayunador de la cocina. Sophie prefería aquel lugar al amplio comedor.
Era mucho más acogedor.
-¿Cómo ha estado todo por aquí? –preguntó Andreas.
-Todo tranquilo y bien, ¿y tus negocios?.¿Hubo algún problema que te
hiciera regresar antes de lo pensado?
-No , nada , sólo terminé antes de lo planeado – contestó Andreas.
Había muchas cosas que habían apresurado su regreso , pero no era el momento
para hablarlo.
-¿Seguro? – preguntó Sophie algo intrigada. Había algo extraño en
Andreas, o tal vez era que aun le duraba la sorpresa por ver llegar a su
distinguido esposo empapado en la noche, con un cachorro raza callejero
cobijado bajo su costosísimo abrigo. Aunque en el fondo Charisteas estaba lleno
de sorpresa, de hecho a lo largo de aquellos tres años ella había visto más
facetas de Andreas de las que las demás personas conocían.
Era soberbio, serio, inteligente y tozudo, pero también podía ser
gentil y divertido. Tres años atrás , jamás hubiera imaginado que llegaría un
día como aquel, donde charlaran casualmente en una cocina mientras bebían café,
sin embargo de alguna forma habían recorrido aquel largo camino. Tenían una
relación muy extraña, tanto que posiblemente ni ellos la comprendían. Sophie
suspiró y Andreas clavó los ojos dorados en ella.
-¿Tú estás bien? – preguntó sintiendo que había algo que la incomodaba.
-Sí, claro.
-¿Tus estudios van bien? – preguntó haciendo referencia a los estudios
de administración que había comenzado recientemente.
-Sí, las clases reinician en tres semanas. Supongo que sólo estoy algo
cansada- mintió ella. Necesitaba hablar sobre algo muy importante con él, pero
no era el momento.
-Ve a descansar, entonces.
-Sí, cuando acabemos el café. Es que mañana debo levantarme temprano
porque prometí ayudar al padre Leonidas en un almuerzo a beneficencia.
- ¿No puedes quedarte a descansar? Te ves agotada …-dijo él reparando
en sus ojeras y delgadez.
-No, prometí ir. Y sabes muy bien que yo siempre cumplo mis promesas ,
Andreas.
-Lo sé – dijo él bebiendo un trago de café.
Los dos terminaron de beber el café, hablaron una rato más sobre los
negocios de él y los estudios de ella .-Hora de dormir – dijo Sophie alzando al
cachorro del suelo.
-¿Te lo llevarás contigo?
-Sí, es horrible despertarse solo en un lugar desconocido. No quiero
que se asuste.
-Ese cachorro va a ser un malcriado. ¿Sophie?
- ¿Si?
-¿Alguna vez sentiste eso? –preguntó él refiriéndose a la
sensación que ella había descrito.
-Hace mucho Andreas, ya ha pasado mucho tiempo de eso.- respondió ella
y su voz tuvo un deje de nostálgico.
- Que duermas bien Sophie – le dijo tras unos segundos.
-Tú también, descansa – respondió ella y cada uno se fue a su
habitación a dormir sabiendo que si despertaban
en medio de la noche, no sería en un lugar desconocido.
Cada vez que podía Andreas la acompañaba a las actividades de
beneficencia en las que ella participaba, ya que la sola presencia de él servía para atraer más gente. Empresarios y
gente de mucho dinero capaz de cualquier cosa con tal de tener la oportunidad
de acercarse a hablar unos minutos con Charisteas, asistía a donde él estaba.
Así que él iba siempre que le era posible, aunque odiara exponerse de esa
forma.
- Ella simplemente brilla, todos
la aman – dijo el padre Leonidas a su
lado y Andreas se dio cuenta que había estado tan concentrado mirando a su esposa que no había notado la
presencia del religioso.
- Sí, así es – respondió observando como la gente rodeaba a la joven.
- Eres afortunado muchacho, cuídala bien. No la pierdas…- dijo y luego
siguió su camino para ayudar a Sophie que hacía mil cosas a la vez, sin perder
la sonrisa.
Tres horas después, Andreas conducía de regreso a casa. Cada tanto
posaba su mirada en la mujer que iba adormilada a su lado. Era obvio que estaba
agotada, hacía un mes y medio que no la veía y ella se había desmejorado
bastante en ese tiempo. Sentía que algo la preocupaba, algo lo suficientemente
importante como para hacer que no durmiera ni comiera bien.
Agarró el volante con una mano y con la otra tomó su saco para
cubrirla, llevaba un vestido demasiado liviano. Ella se arrebujó en la prenda y
pareció dormirse con más profundidad.
Él había aprendido muchas cosas sobre ella con el correr de los años,
pero había algo que nunca había descubierto y era la verdadera razón por la
cual Sophie se había casado con él.
No podía ser el dinero, ahora sabía que a ella no le importaba. Tampoco
por tener un marido rico e influyente,
sabía que ella hubiera preferido casarse por amor. Era una mujer que
necesitaba afecto, y era obvio que no
había sido porque lo amaba. También
podía descartarse un sometimiento a Stefanos Tatsis, ella adoraba a su abuelo,
pero era una mujer moderna e inteligente, nunca hubiera hecho algo contrario a
su voluntad sólo porque lo ordenaban sus mayores.
Un par de veces había estado tentado a preguntarle la razón que la
había llevado a casarse con él, pero
nunca se animaba. Aun recordaba las acusaciones que le había lanzado el día que
anunciaron su boda, también los primeros días en que eran enemigos. O mejor
dicho cuando él se había empeñado en tratarla como una adversaria, acusándola o
simplemente tratándola con una fría indiferencia…pero ella había resistido, se
había enfrentado a él en muchas ocasiones hasta que finalmente la hostilidad
entre ambos había amainado. No quería sacar a la superficie nada de eso.
Actualmente las cosas eran distintas, Sophie era su amiga, ella era…
-¿Ya llegamos? – preguntó la joven abriendo los ojos.
-Ya casi, sigue descansando.
-No, está bien. Sólo necesitaba cerrar los ojos un rato.
-Puedes dormir en casa. Por lo visto necesitas descansar.- insistió él.
-Creo que un baño me hará mejor. Gracias por tu abrigo, me temo que se
arrugó – dijo ella quitándose el saco que la cubría y haciéndolo a un lado. Por
algún motivo aquello molestó a Andreas.
-¿No vas a volver a trabajar? –preguntó ella
- No aún, me quiero tomar un par de días.
-Eso es atípico en ti – comentó ella.
-¿Te molesta?
-¿Qué no trabajes por un par de días? Andreas, tienes una adicción con
el trabajo, claro que no me molesta, sólo que es raro.
-Me he tomado días antes.
-Sí pero siempre te escapabas aunque fuera una hora a la oficina o
paseabas de un lado al otro con el teléfono móvil, dando órdenes.
-Tal vez estoy cambiando- dijo él y en aquel momento llegaron a su
casa.
Sophie necesitaba hablar con Andreas, lo había aplazado mucho y ya no
podía evitarlo por más tiempo. Aprovechó el baño de agua caliente para recobrar
fuerzas, era el momento, debía dar aquel paso.
Terminó de bañarse, se cambio de ropa, se secó un poco el cabello y fue
a buscar a su esposo.
-¿Quieres que te prepare un té? ¿O algo para comer? –preguntó él al
verla entrar a la cocina. Por un momento aquello la desconcertó, parado allí
ofreciéndose a prepararle algo, parecía ser lo más normal del mundo. Un marido
que de verdad se preocupaba por su esposa, pero aquello no era verdad. No era
que Andreas no se preocupara por ella, era alguien considerado, lo que no era
verdad era aquella situación de esposo, ellos realmente no eran marido y mujer,
parecían dos personas que jugaban a la casita y ella ya no tenía energía para
seguir aquel juego.
-Andreas…
- ¿Sí?¿Te sientes bien? – preguntó al verla tan dubitativa.
-Necesito hablar contigo.
-De acuerdo, dime – respondió él con cautela al verla tan seria.
-Quiero que nos divorciemos, Andreas.
-¿De qué hablas? – dijo él y sólo una leve variación en su tono de voz
delató lo impactado que estaba por aquel pedido.
-Ya han pasado tres años, déjame ir …por favor.
-¿Sophie? – la llamó acercándose a ella, había habido algo desgarrador en la forma en
que ella había pedido que la dejara ir.
- Quiero una vida real Andreas. Tú también la necesitas, no puedes
seguir ocultándote detrás de una esposa falsa, tienes que encontrar a alguien
que quieras de verdad.
- ¿Tú ya encontraste a alguien?
-Sí – respondió ella sucintamente y los ojos de él se oscurecieron.
Mientras estaba en Londres alguien le había comentado casualmente que
últimamente su esposa pasaba mucho
tiempo en compañía de Russel Corven y una alarma había sonado en su cerebro.
Por eso había apresurado su regreso y por lo visto era verdad, Sophie tenía un
amante.
- ¿Son amantes? – preguntó con dureza.
-¡¡Claro que no!! Soy tu esposa, aunque sólo sea un título, yo tengo
honor Andreas…no podría hacer algo así. Tampoco podría hacérmelo a mí misma, ni
a él.
-¿Entonces de qué estás hablando Sophie?
- Él dijo que me ama Andreas y yo podría amarlo también, si fuera libre
para hacerlo.
-Entonces sólo es cuestión de tiempo, quieres divorciarte para irte con
él…
-Tengo derecho a una vida real Andreas. Quiero que me amen, quiero
hijos, envejecer junto a la persona que amo…
- Si es un hijo lo que quieres, puedo darte eso. Lo podemos arreglar.-
dijo él y aunque sabía que estaba yendo demasiado lejos, no pudo detener las
palabras.
-¡Maldita sea! No puedes darme un hijo como si me concedieras un
capricho Andreas, quiero tener hijos que sean amados y esperados por sus
padres, quiero darles un hogar de verdad. Jamás convertiría a un niño en algo
que se puede negociar.
- ¿Y crees que es tan fácil? Sólo te dejo ir, ¿qué dirán nuestras
familias? ¿Y qué pasará con mi imagen cuando tú te cases con otro apenas te
deshagas de mí? Es imposible, Sophie.
-Me lo prometiste, dijiste que serían tres años y luego seríamos
libres. – dijo ella con la voz débil.
-Lo siento pero mi repuesta es no –contestó con rudeza y se alejó.
-Andreas…- lo llamó ella en un susurro y cuando él se dio vuelta, la
vio caer desmayada.
-¡¡Sophie!!- gritó y corrió hasta ella.
El médico llegó apenas unos
minutos más tarde, aunque eso no tranquilizó a Andreas puesto que Sophie aun no
recobraba la conciencia.
- ¿Tuvo algunos síntomas antes? – preguntó el médico.
- No, sólo se desmayó de repente. Aunque también estaba muy cansada,
con mucho sueño. Y no creo que esté comiendo bien.
-Muy bien Señor Charisteas, voy a revisarla.
-¿Qué tiene?
-Bueno, pueden ser muchas cosas, pero no se preocupe. Tal vez hasta
puede ser que esté embarazada – dijo el médico y aquello lo dejó sin palabras.
¿Acaso Sophie le había mentido? ¿Estaba esperando un hijo de Carver y
por eso tenía tanto apuro por lograr el divorcio? La sola idea de que aquello
fuese posible lo enloquecía. De todas formas, lo aterraba más aún que ella
estuviese enferma.
Los minutos que el médico demoró en salir le parecieron siglos.
-Ya está despierta, Señor Charisteas. No tiene nada de que preocuparse,
es simplemente agotamiento y probablemente estrés, es posible que haya estado muy tensa y eso le
provocó el desmayo.
-¿Sólo eso..?- preguntó sin animarse a cuestionar nada más. Si
preguntaba algo más, quedaría al descubierto la extraña relación que tenían con
Sophie, o al menos el hecho de que nunca habían consumado aquel matrimonio.
-No se preocupe. Con un poco de descanso estará bien.
-Gracias – contestó Andreas y luego de acompañar al medico a la salida,
fue a ver a Sophie.
No se animaba a entrar, él, que día a día aterrorizaba la gente, tenía
miedo de enfrentar a su mujer. Aún recordaba la sensación horrible al verla
desvanecida, ahora recostada en la cama, se veía tan desvalida que le
preocupaba la reacción que ella pudiera tener al verlo.
Se acercó lentamente, hasta quedar al lado de la cama.
-¿Te sientes mejor? –preguntó.
-Sí, estoy mejor…
-Lamento todo lo que dije.
- Hablemos después, por favor. No tengo fuerzas ahora…
-Sophie, ¿estar casada conmigo es lo que te está enfermando?
- La mentira me está enfermando Andreas, quiero una vida de verdad.-
dijo ella elevando la mirada y él se sentó a su lado.
-Descansa, te hace falta. Encontraremos una salida, no dejaré que
sufras.
- Estoy cansada…
-Lo sé, duerme. Todo estará bien. – dijo él y le acarició la cabeza.
Sophie estaba agotada física y emocionalmente. Él le había dicho que
todo estaría bien y ella quería creerlo, además le estaba acariciando la cabeza
como si fuese una niña pequeña, quería aceptar aquel consuelo. Era
contradictorio, era él quien le había provocado el dolor y al mismo tiempo
quien lo estaba curando. Lentamente se quedó dormida.
Andreas se quedó a su lado mientras dormía, la joven había llegado a su
límite y sólo el divorcio la haría
sentir mejor. Ella había rogado que la dejara ir, que la dejara amar a Carver,
pero él no podía hacerlo.
No podía perderla porque la amaba. Tenía que lograr que ella rompiera
su promesa y se enamorara de él, pero era posible que fuera demasiado tarde.
-No me dejes –susurró mientras
acariciaba la frente de la mujer dormida y sintió un dolor tremendo en su
interior ante la posibilidad de perderla.
“¿Cuándo se había enamorado de su esposa?”
Recordaba cosas vagas de la infancia, luego aquel día cuando le habían
hablado sobre la boda. Aún rememoraba la sensación al haberla agarrado con
fuerza, la suavidad de ella bajo su férreo agarre, la mirada dolida, la voz
temblorosa. La promesa que había sellado su destino.
También conservaba grabada en su mente, la imagen de ella avanzando hacia
el altar, la mirada desafiante.¿Había empezado a sentir algo en ese entonces?.
No podía estar seguro, tal vez sí.
Los primeros meses había tenido algunas aventuras pasajeras, el suyo no
era un matrimonio real y mientras fuera discreto no habría problema. Después de
todo era algo común, a nadie le extrañaba que un hombre como él tuviese
amantes.
Y entonces un día, una mujer lo había llamado a su casa y Sophie había
respondido.
“Te llaman” había dicho ella dándole el teléfono y al pasar a su lado
le había susurrado “si quieres seguir con este juego, sé discreto”.
No habían sido las palabras, sino el modo de decirlo, lo que lo había
hecho sentir totalmente culpable. Era verdad que él había tomado la
decisión final al aceptar aquel
matrimonio y la había arrastrado a ella, por eso le debía alguna consideración.
No podía convertirla en un hazmerreír. Inmediatamente después de aquel
incidente, él había enfermado de neumonía, el exceso de trabajo y el descuidar
su salud lo habían tenido muy grave, durante su enfermedad Sophie había cuidado
de él. Pero no había sido una enfermera resignada, había desplegado todo su
energía para sacarlo a flote. Cada vez que
lograba abrir los ojos dificultosamente, la veía allí, o escuchaba su
voz, como si fuera una cuerda que desde una distancia inconmensurable lo ataba
a la realidad.
Nadie lo había visto tan vulnerable como ella y cuando había resurgido,
dejando atrás la enfermedad, descubrió que aquellos días habían formado un lazo
particular entre ellos.
¿En esos días de convalecencia se enamoró de ella? No estaba seguro,
sólo sabía que fue en aquella época cuando comenzó a prestarle atención y, primero debido al debilitamiento y luego por respeto a ella, había dejado de ver
a otras mujeres. Nadie le creería si dijera el tiempo que llevaba de celibato,
había logrado sublimar el deseo sexual trabajando y si era sincero no recordaba
haberse sentido atraído a ninguna mujer en el último par de años. Porque
existía Sophie, la mujer que era su esposa, la mujer que deseaba y la única que
no podía tener. Por eso pasaba unos pocos días junto a ella y luego se escapaba
para atender negocios en cualquier parte del mundo hasta que su nostalgia por
aquella mujer le ganaba.
¿Cuándo había sido que ella había ganado su corazón?
Acaso al descubrir que era muy inteligente y que por desgracia
Tatsis no le había permitido desarrollar
su potencial, o al descubrir su bondad innata. Los demás siempre parecían estar
primero, las necesidades de los otros estaban antes que las suyas propias, así
era Sophie.
También tenía sentido del humor y podía ser muy testaruda, una vez él
había hecho un comentario sobre lo mucho que le gustaba el cabello largo en las
mujeres y al día siguiente, su esposa había aparecido con el cabello corto. No
comprendía por qué, pero a veces ella tenía aquellos gestos de rebelión como si
cada vez que se acercaban demasiado, le recordara la promesa que había hecho
tres años atrás.
Por suerte ahora su cabello había vuelto a crecer, le gustaba aquella
melena castaña.
No sabía con exactitud cuando se había enamorado de ella, probablemente había sido un proceso gradual,
mientras ella crecía y se convertía en una mujer maravillosa, él se había ido
enamorando, poco a poco. Y había pensado que tendría tiempo para hacer que ella
sintiera lo mismo, que cualquier día, aquella relación que parecía ser la de
dos hermanos que convivían, se podría convertir en un verdadero matrimonio.
Acababa de descubrir que no era así. No tenía más tiempo y si no hacía
algo iba perderla.
Él era Andreas Charisteas, no sabía perder, sus habilidades siempre lo
hacían ganar, esta vez no podía ser la excepción. Tenía un objetivo e iba a
lograrlo.
Cuando Sophie despertó, la luz del sol matinal le reveló que había
dormido mucho tiempo, aquello demostraba que estaba agotada. Tomar la decisión
de pedirle el divorcio a Andreas la había agotado emocionalmente, presentía que
sería una lucha devastadora. Además, tres años antes había tomado una decisión
por el bien de su abuelo y ahora, cuando él supiera sobre el divorcio era
posible que tuviera una recaída. Era una mala nieta, lo sabía, pero no podía
seguir con aquella farsa. A la larga, todos saldrían heridos.
Pocos días atrás se había encontrado en una reunión con Allyson
Vecchio, una antigua conocida, se movían en el mismo círculo y las veces que se
había encontrado con la joven había sentido mucha afinidad con ella. En ese
último encuentro Allyson le había contado que esperaba a su segundo hijo,
estaba tan feliz, tan resplandeciente, que Sophie había sentido una pequeña
punzada de envidia. Había comprendido que ella deseaba tener eso también, un
esposo que la amara locamente como Máximo amaba a Ally y la posibilidad de ser
madre. Quería una familia de verdad, aquel sueño había estado adormecido,
siempre lo había resignado por el bien
de los demás, pero ya no podía hacerlo. No quería despertarse un día y
descubrir que era una anciana sola y vacía.
Suspiró largamente, le esperaba un largo combate si quería que Andreas
entendiera su punto de vista. Bajó las piernas de la cama y enseguida sintió un
lengüetazo, Pocket estaba a sus pies y le daba los buenos días.
Por lo visto su esposo lo había traído durante la noche. Levantó al
animalito y lo abrazó contra su pecho, era bueno sentir un poco de afecto,
aunque proviniera de un pequeño cachorro.
-Bueno, pequeño, a levantarnos. Sólo los valientes ganan las batallas…o
perecen en ellas – dijo para sí misma y se levantó.
Cuando llegó a la cocina para preparar el agua para hacer el desayuno,
se sorprendió al encontrar a Andreas. Había creído que él finalmente se había
marchado a trabajar, no había escuchado ningún ruido que le indicara que se
encontraba en la casa.
-Hola..-dijo ella sin saber muy bien que decir.
-Buen día Sophie, ¿dormiste bien?
-Sí gracias.
-Hablemos …-propuso él y ella sintió que se debilitaba, algo debió
notarse en su cara porque Andreas se preocupó.
-¿Estás bien?
-Sí, sí…pero me gustaría darme un baño primero, luego podemos hablar
mientras desayunamos.
-De acuerdo…aunque preparé
varias cosas porque no sabía que deseabas comer.
-¿Preparaste el desayuno? – preguntó más sorprendida aún y se acercó a
la mesa para ver que había en las bandejas. Muchas veces él había preparado el
café, pero nunca nada como aquello. No era porque él no supiera cocinar, Sophie
solía pensar que no había nada que él no hiciera, incluso un invierno en que
ella había tejido bufandas había estado tentada a retarlo para que tejiera, sin
embargo no se imaginaba al altivo
Andreas Charisteas realizando tal actividad. Pero sin dudas, cuando quería hacer
algo se esmeraba, en la mesa había zumo de naranjas, tostadas, omeletes y otras
delicias varias.
- ¿Se te antoja algo de eso?- preguntó inseguro y ella se sonrió.
-¡¡Vaya!!, hasta me tienta sentarme a comer en lugar de darme un baño,
pero necesito despertarme- comentó y se retiró . Inmediatamente se dio cuenta
que tanto Pocket como Andreas la seguían. Lo del perro no era extraño, pero sí
lo de su marido.
-¿Dónde vas?
-Contigo.-respondió él.
-Voy a darme un baño.
-Lo sé…me quedaré cerca, y no cierres la puerta.
-¿Por qué? – preguntó extrañada.
-Porque ayer te desmayaste y sinceramente aun no te ves bien, qué pasará si te caes
allí dentro.
-¿Y piensas controlarme?
-Al menos voy a estar cerca para ayudarte y si es posible impedir que
te rompas la cabeza…
-No creo que sea necesario, estoy bien.
-No te lo pregunté, Sophie.
-Esto es muy incómodo – protestó ella.
-Pues te aguantas…
La joven hizo una mueca de disgusto y entró al baño, luego cerró la
puerta con fuerza aunque no le echó llave, algo le decía que Andreas era capaz
de derribarla.
Comenzó a quitarse la ropa y de nuevo sintió aquella sensación de
pesadez que la había invadido últimamente.
-Sophie…¿me escuchas? – le llegó la voz desde afuera e instintivamente
apretó contra su cuerpo el sostén de encaje que acababa de desabrocharse.
-Sí…-gritó ella .
-Sophie…
-¡Cielos Andreas! ¿Puedes salir de detrás de la puerta? Es muy extraño
pensar que estás del otro lado…
-Voy a quedarme aquí para asegurarme que no pase nada…
-¡¿Y acaso vas a hablar todo el
tiempo mientras me baño?!
-Sí…eso creo. Sophie…
-¡¿QUÉ?!- gritó ella mientras se terminaba de desvestir y se metía
rápido a la ducha pues había comprendido que lo mejor era apurarse. Él no iba a
cambiar de idea.
-Dame seis meses…seis meses más y luego te dejaré ir…¿me escuchas?
-Sí…te escuché.
-Bien, respóndeme cuando
salgas…aquí estaré – le dijo y Sophie fue consciente de que la voz de él resonaba a través de la puerta
sin que tuviera que elevarla. Y las palabras que acababa de pronunciar, aun
repercutían en todo su cuerpo.Se apresuró y dejó que el agua cálida le brindara
un poco de energía. Tenía que haber alguna trampa, Andreas no podía dejarla ir,
no podía pedirle sólo un poco de tiempo. Seguramente era una forma de
aplacarla, se quedó un rato allí, perdida mientras el agua resbalaba por su
piel hasta que la voz de Andreas la alertó.
-¿Estás bien? Contesta Sophie, o entraré…
-¡Estoy bien!-respondió y se dio cuenta que había pasado un largo
tiempo perdida en sus pensamientos. Salió de la ducha, se secó el cuerpo con un grueso toallón y salió.
Apenas abrió la puerta casi se chocó con Andreas que se había mantenido firme
allí, tal como había dicho.
Casi tropezó y él la tomó para los codos impidiendo que tambaleara, la
joven levantó los ojos y se encontró con la intensa mirada dorada masculina.
-Déjame ir , ahora…- pidió ella y no se refería a aquel instante.
-Dame seis meses Sophie, para organizar los negocios y todo lo
demás…también podremos ver como preparar a los viejos para que no nos coman
vivos.-agregó intentando alivianar la tensión que había entre ellos.
-No pasará nada, sabes que te has vuelto indispensable, nadie más puede
manejarlo todo como lo haces tú. Las cosas no cambiarán porque nos separemos.
-Todo cambiará Sophie, por favor, sólo dame ese tiempo. ¿Temes que él
no vaya a esperarte?
-No es eso…- respondió ella bajando la mirada.
-¿Entonces?
-¿No habrá otros seis meses después..y otros más?
-No, sólo te pido ese tiempo. Luego acabamos la farsa.
-Bien, seis meses Andreas. Después me iré aunque tú me lo impidas y aunque el mundo se
caiga…
-¿Tanto te importa ese hombre que irás a él aunque el mundo se caiga?
-No…no conozco esa clase de amor, Andreas. Ni tú ni yo…pero me gustaría
saber qué se siente y por eso, para tener una posibilidad de saberlo, debo irme.
-De acuerdo. Por lo pronto vamos a desayunar, necesitas recobrar
fuerzas.
-¿Por qué?
-¿Por qué , a qué te refieres?
-¿Por qué me cuidas tanto? – preguntó ella.
-Por todas las veces que tú has cuidado de mí…no está mal que yo lo
haga una vez, ¿verdad?. Además tampoco es tan extraño, hace mucho que dejamos
atrás lo de agredirnos, somos amigos y no me gusta verte tan débil como estabas
ayer. Eres mi esposa, ¿sabes?- le preguntó él sonriendo y ella hizo un
movimiento negativo con la cabeza.
-Está bien, desayunemos.-Acordó ella .
Sophie comía dificultosamente y la actitud relajada de Andreas la
alteraba más, era demasiado sospechoso.
-Sophie, ¿vas a comer eso o piensas seguir estudiándolo? – le preguntó
él señalando la comida que ella sostenía con el tenedor.
- ¿De verdad vas a cumplir tu palabra?
-Sí, Sophie, ya te lo dije. ¿Quieres que firme algún contrato con una
gota de mi sangre o algo por el estilo?
-Es sólo que esto de los seis meses…
-Hemos pasado juntos tres años, en comparación no creo que seis meses
más sean tan malos. Además nuestra situación actual es muy diferente a cuando
todo empezó. Así que deja de preocuparte y come por favor. Y quítate esa
expresión, me molesta que me mires como si esperaras que te clave un puñal por
la espalda.-agregó con un dejo de enfado.
-¿Y qué haremos en este tiempo?
- Lo de siempre, necesito que parezcamos una pareja estable, hasta que
cierre algunos contratos. Cualquier cambio en nuestras vidas, influirá la
estabilidad de la empresa.
-¿No será más extraño si luego nos separamos de golpe tras mostrarnos
como un matrimonio normal? Tal vez deberíamos mostrarnos distanciados o..
-Aceptaste darme los seis meses, así que lo haremos como yo diga.
-No me gusta seguir órdenes, Andreas.
-Lo sé. Sólo por una vez, confía en mí.
Al día siguiente Andreas volvió al trabajo, había muchas cosas que
quería preguntarle a su esposa sobre el tipo de relación que tenía con Rusell
Carver pero no podía hacerlo, tal vez porque había cosas que no quería oír,
palabras que si eran pronunciadas serían una sentencia. Había decidido moverse
con cuidado para llegar a su meta y ello implicaba no acosar con preguntas a la
joven.
Por lo pronto pensaba pasar tanto tiempo como fuera posible junto a
Sophie. Aunque ella no parecía tener los mismos planes.
Ambos estaban invitados a un coctel en casa de unos conocidos, pero
cuando él le recordó aquel evento ella dijo que no quería ir.
-Tenemos que ir – insistió Andreas por enésima vez.
-No tengo ganas …te dije que esto era una tontería. Te he pedido el
divorcio porque ya no tolero seguir con las mentiras y lo primero que se te
ocurre es que vayamos a un lugar donde deberemos montar el acto de pareja
feliz.
- Y yo te expliqué que es necesario seguir con esto un poco más, mucha
gente importante irá y lo mismo al Baile de Gala que darán los Timberlake en
dos semanas. No podemos faltar a estos eventos, ya sé que estoy pidiendo mucho,
pero piensa que no será mucho tiempo más…
- A ti nunca te ha importado la gente que puede ir a estos lugares,
siempre te has valido de tu propia capacidad y no de los contactos. ¿Por qué es
diferente ahora?
-Simplemente es necesario –
aseveró el evitando confesar sus
verdaderos motivos.
-¿Es que hay problemas en la empresa?
-No, no es eso …
-Entonces ve tú, me quedaré en casa. Inventa alguna excusa por mí.
-¿Él va?- preguntó Andreas y fue muy significativo que no tuviera que
aclarar a quien se refería.
- Sí.
- ¿No quieres encontrártelo estando conmigo? ¿Qué sabe él sobre nuestro
matrimonio?
-Sólo que no nos casamos por amor, no sabe nada de lo demás.
-¿No le dijiste todo? – insistió él.
-No, es algo que sólo tú y yo sabemos. Además sería muy humillante
confesar los detalles, ¿no lo crees?. Es una persona a la que le importo yo, no
mi abuelo, ni sus negocios, ni nada de eso…no quisiera decirle que me usaron de
moneda de intercambio.
- Tú aceptaste..-dijo él acusándola. Estaba cansado de ser el malo de
la historia, más aún si lo comparaban con Rusell Carver.
-Lo sé , Andreas. Tampoco puedo perdonarme a mí misma, pero aún así no
quiero andar contándolo a los cuatro vientos. Quiero empezar de nuevo y eso
significa que olvidaré todo, lo dejaré atrás…
-¿También a mí? ¿No hay ningún buen recuerdo en estos tres años?
-Sí, pero si seguimos así, todo se arruinará. Por eso quiero que lo
acabemos antes de que sea tarde.- dijo ella y en un gesto imperceptible se
llevó la mano a la sien, sin embargo Andreas lo notó y se dio cuenta de lo
agobiada que se sentía.
-Está bien Sophie, ya no discutamos. Pero vendrás conmigo al coctel.-
sentenció y salió de la habitación.
Finalmente cuando llegó el día, Sophie decidió ir al coctel. Casi no
había visto a Andreas durante los dos días pasados, había estado muy ocupado
con el trabajo y ella no podía quitarse la idea de que algo iba mal. ¿Era
posible que la empresa tuviera problemas y él de verdad necesitara asistir a
aquellos eventos sociales?. Era algo improbable que Andreas necesitara de
otros, pero no imposible. En el mundo de las finanzas las conexiones tenían
tanto peso como las habilidades, después de todo eso los había llevado a aquel
matrimonio.
Así fue como se encontró acompañándolo a aquella reunión, lo observó
cuidadosamente mientras conducía. Llevaba un traje negro, con una camisa que
era casi del mismo color dorado de sus ojos y no llevaba corbata. Estaba tan
atractivo como siempre, aunque se lo notaba tenso y ella no pudo evitar
preguntarse a qué se debía.
También ella estaba tensa, porque probablemente Rusell estaría allí y porque siempre que acompañaba a Andreas a
un evento se sentía como aquel día tres años atrás, totalmente inadecuada, una
chica que ocupaba el sillón del rincón
mientras los demás la ignoraban.
Sabía que no era fea, sus padres
habían sido muy atractivos, sin embargo no era llamativa, y
definitivamente no era la pareja ideal
para alguien como el joven Charisteas. Y en general, las demás mujeres no
dejaban pasar la ocasión de hacérselo notar.
-Sophie…
-¿Eh?
-Ya llegamos, ¿en qué pensabas?
-En nada. Vamos.- dijo ella y un
minuto después, él le abrió la puerta para ayudarla a bajar.
Llevaban un rato en el lugar y por detenerse a saludar a algunos
conocidos, Andreas había perdido de vista a su esposa.
Recorrió el salón con la vista, hasta que la vio. Estaba sonriendo y
eso hizo que él mirara quien era su acompañante, tal como imaginaba, Rusell
Carver estaba junto a ella.
Era un hombre inglés joven, atractivo y que manejaba una compañía
hotelera con bastante éxito. Las veces que se lo había cruzado le había
parecido agradable, inteligente y culto. Pero actualmente le caía mal, tan mal
que tuvo que respirar durante unos segundos para no ir a arrancarle las
entrañas.
Había tanta gente allí que Sophie se había apartado un poco para estar
cómoda. Entonces Rusell se había acercado a ella.
-Estás hermosa –había susurrado a su lado y ella casi había pegado el
salto.
-Rusell…
-Hola Sophie.¿Cómo estás?
-Bien, y tú…
-Quisiera decir que bien.- respondió él implicando más de lo que decían sus palabras.
-Por favor , Rusell, ahora no.
-¿No quieres que hablemos porque tu marido está aquí?
-No quiero hablar ahora. –pidió ella.
-Está bien, sabes que no quiero
ser quien te cause pesar. Sólo quería decirte lo bella que te ves esta noche.
-Gracias – dijo ella y esbozó una sonrisa.
-¿Quieres algo de tomar?
- Está bien- aceptó la joven que no sabía como proceder, en verdad
saber que Rusell y Andreas estaban en el mismo sitio le resultaba preocupante.
-Aquí tienes – dijo unos segundos después Carver tendiéndole una copa y
antes de verlo, Sophie percibió la presencia de su marido.
-No conoces muy bien a mi esposa, Carver – dijo Andreas al tiempo que
tomaba la copa que Rusell le tendía a ella.
-Charisteas, – saludó el otro y luego agregó – la conozco bastante
bien.
-No tanto si ibas a darle esta bebida, Sophie es alérgica a las
fresas - aclaró Andreas dejando la copa
sobre la mesa que había al lado. Luego le tomó la mano.
-Te buscaba cariño, hay un par de personas que quieren saludarte y me
preguntaban por ti.
-Yo…- musitó confusa por el enfrentamiento silencioso que se llevaba a
cabo entre los dos hombres.
-Tal vez ella no quiera ir – sugirió Rusell y Sophie sintió que Andreas
sujetaba su mano con más fuerza.
-Tal vez, pero yo quiero tenerla a mi lado.- dijo él y sin darle más
tiempo la arrastró consigo.
-Andreas…
-¿Qué diablos crees que haces coqueteando así con él? Los rumores andan
por todos lados, todos murmuran acerca de cómo él no se despega de ti.
-No hice nada y suéltame.
-No voy a soltarte, Sophie.- dijo él y en aquel momento alguien la
empujó obligándola a apoyarse en él para no caerse.
-Sabía que era mala idea venir
-dijo ella.
-La mala idea es tener a Carver cerca de ti – contestó él mirándola con
fiereza.
-Andreas, estamos en medio del salón y nos están mirando.- le
advirtió al ver como la tormenta se
formaba en sus ojos dorados.
-Bien – dijo él y la besó.
Durante aquellos años, la había besado algunas veces para guardar las
apariencias, pero habían sido caricias leves, nada como aquello. Andreas la
estaba besando con pasión, y mientras se rendía a aquellos labios que la
persuadían, Sophie supo que él también actuaba así por orgullo. Pero ni aún
sabiendo que Andreas sólo quería probar que le pertenecía, pudo detenerlo. Fue
algo breve, pero cuando él se separó de ella, se sentía totalmente atontada.
Entonces al mirar a su esposo, observó que él miraba hacia otro lado,
justo detrás de ella. La joven se volvió y descubrió a Rusell parado a muy poca
distancia, por su expresión era obvio que había presenciado la escena.
Furiosa por aquel acto infantil, intentó alejarse de Andreas pero él la
sujetó por la cintura atrayéndola contra
su propio cuerpo y en ese instante se acercó gente a saludarlos. Sophie lo miró
con hosquedad pero ya no pudo irse, y como si él fuera conciente de ello, la
tuvo agarrada de la mano con fuerza como
si reforzara con sus acciones las palabras que había pronunciado antes sobre no
soltarla.
Ella no quería estar allí más tiempo, no cuando el beso de Andreas aún
le ardía en los labios y la mirada decepcionada de Rusell aguijoneaba su
conciencia, así que le dijo a su esposo
que debían irse o que se marcharía sola.
Volvieron a la casa en silencio y recién cuando entraron, Andreas se
animó a hablarle a su esposa.
-¿No vas a decirme lo despreciable que soy?
-Si ya lo sabes, no creo que sea necesario – le dijo ella quitándose el
abrigo.
-Sophie…
- Está bien, ya que lo quieres oír, fue muy estúpido e infantil de tu
parte. No soy de tu propiedad.
-Eres mi esposa…
-No realmente , Andreas y las escenas de celos y esta actitud de ego
herido , no se corresponden con lo que tenemos .
-¡Estabas coqueteando con tu amante a mi lado!
-¡Te he dicho que no es mi amante!
-Tu enamorado o como quieras llamarlo…¿se suponía que me quedara sin
hacer nada?
-Se suponía que no me trataras como una cosa, se suponía que no me
hirieras…- musitó ella con la voz casi quebrada y él se acercó deprisa.
-Lo siento…
-Si estos seis meses serán así, no creo soportarlo.- le dijo Sophie
mirándolo con sus grandes ojos castaños.
- Lo haré mejor.
-No puedo creerte, Andreas.
-Mi palabra vale.
-No es tu palabra lo que me preocupa, es que creo que de verdad no
sabes como considerar los sentimientos de los demás. Sólo te importa lo que tú
quieres.
-Lo haré mejor, ya te lo dije. Pero mantén a Rusell Carver a distancia.
No sé como comportarme cuando él está cerca.
-Es fácil, yo lo hice bastante bien cuando tus amantes estaban cerca.-
respondió ella y se alejó.
Entonces corrió tras ella y la tomó de un brazo para volverla hacia él.
- No discutamos de esta manera. Es como si volviéramos a iniciar la
guerra de los primeros días que convivimos. No te haré daño.- prometió y ella
lo miró en una forma indescifrable.
- Está bien, me iré a dormir – dijo la joven y antes de marcharse se
paró un instante y lo miró-¿Andreas?
- ¿Sí?
-¿Cómo lo recordaste?
-¿Recordar qué?
-Mi alergia a las fresas…
-Sophie, hemos estado juntos durante tres años, es natural que sepamos
cosas uno del otro y más si es algo tan importante. ¿Acaso no recuerdas a qué
cosa soy alérgico yo?
-Los calamares -respondió ella sin dudarlo.
-¿Ves?. No se pueden borrar así como así estos años, Sophie.
-Lo sé – dijo ella bajando la mirada y se fue.
De camino a su habitación, Sophie pasó a buscar al cachorro que dormía en la cocina, lo alzó en
brazos y se lo llevó consigo.
Lo que Andreas había dicho era verdad, ella había subestimado a su esposo,
era natural que alguien tan detallista y observador como él recordara cosas
sobre ella, sólo que nunca había pensado que le prestara tanta atención. Claro
que también ella sabía mucho sobre
Andreas, había pasado tres años siendo la esposa perfecta, al menos en lo que
se refería a atender a su marido cuando estaba en casa. Conocía sus gustos tan
bien como los suyos propios y, por supuesto, que recordaba que era alérgico a
los calamares, de hecho no creía poder olvidar la forma en que lo había descubierto.
Había sido en una salida a cenar en su primer mes de casados, como
Andreas llegaba retrasado ella ordenó la
comida. Cuando llegó y les sirvieron, él ordenó con rudeza que retiraran esos
platos y pidió otra cosa distinta. Ella se había sentido herida por el desaire y por la brusquedad de él, casi no
había levantado la mirada de la mesa.
“Soy alérgico a los calamares” había explicado él repentinamente y ella lo había mirado sorprendida, era la
primera vez que él le daba alguna explicación. Después con un tono levemente
burlón había agregado
“Así que ya sabes si algún día
quieres deshacerte de mí, hazme comer calamares”, ella había respondido con una
mirada dura ante el comentario, pero él le había devuelto una sonrisa
encantadora y finalmente habían concluido la cena con bastante tranquilidad.
Ahora que lo pensaba, jamás había vuelto a comer calamares desde aquel
día y eso que le encantaban las rabas. “¿Tanta influencia tenía Charisteas en
su vida?”Claro que ahora que lo analizaba, tampoco él comía fresas, ni postres,
ni bebidas que las contuvieran. “¿Era posible que ella también hubiera influido
en la vida de él?”
Sacudió la cabeza en un intento de quitarse aquellos pensamientos, se
cambió de ropa y se metió a la cama. Y cuando cerró los ojos, le vino la imagen
del beso. También Rusell la había besado una vez tomándola desprevenida, el día
que el le había dicho que la quería, sin embrago había sido algo muy breve. No
se acercaba a la intensidad del beso de
Andreas, aún ahora recordaba la sensación, su calor, su sabor como si los
llevara grabados.
-¿Estaré enloqueciendo Pocket? – preguntó al aire, pues el animalito no
podía responder aquella duda.
Andreas se sentó en el sillón
del estudio que tenía en la casa, mientras bebía una copa, estaba seguro de que
no podría conciliar el sueño con facilidad. Tenía demasiadas cosas en la
cabeza, aún recordaba la imagen de Sophie junto a aquel hombre y las palabras
de él que dejaban en claro las intención de arrebatársela, también recordaba lo
que Sophie había dicho sobre que sólo le importaba él mismo. Sinceramente no
podía negarlo, de hecho en ese mismo instante sólo le importaba no perder a su
esposa, ni siquiera se permitía pensar en si ella sería más feliz junto a otro
hombre que con él. No pensaba dejarla ir y en eso ella tenía razón, iba a privilegiar lo que él quería y eso era
retenerla a su lado y ganar su amor.
Y aquello lo llevó a otro recuerdo
uno que afectaba no sólo su mente sino también su cuerpo, la había
besado porque estaba enojado, porque quería recordarle que era suya y no de
Carver, pero luego se había olvidado de todo. Sólo había sentido el dulce sabor
de ella y los deseos que había tenido bajo control durante mucho tiempo, se
habían desatado. La quería y no sólo quería conquistar sus sentimientos,
también la quería en su cama, quería sentirla y enseñarle los caminos de la
pasión, la idea de que fuera otro quien hubiese iniciado a su esposa en el
placer lo desquiciaba, pero creía que si ella tuviera esa clase de relación con
Rusell, ya no estaría a su lado. Sophie era demasiado íntegra como para
entregarse a alguien y aún así seguir en
aquel matrimonio. Aunque no podía evitar que la duda se colara cada tanto.
Aquella noche estaría insomne porque su cuerpo necesitaba a la mujer
que dormía tan cerca y que sin embargo era intocable para él.
Al despertarse, Sophie había descubierto que Andreas ya se había
marchado al trabajo y le había dejado un mensaje diciendo que no volvería para
almorzar, así que ella se había ido al Centro de madres solteras con el cual
colaboraba.
Estaba en el patio jugando con un par de niños cuando una de las
madres, apenas una adolescente, se acercó a ella.
-Deberías tener niños Sophie, ¿por qué no tienes hijos aún? – le
preguntó.
-Creo que aun no ha llegado el momento Hanna.
-Serán una mamá estupenda – comentó la chica expresando todo el afecto
que sentía por ella.
-Gracias – respondió Sophie y se quedó pensativa. A pesar de ser joven
aún, ni siquiera había cumplido veinticinco años, deseaba tener hijos y una familia propia. Le hubiera gustado
tener una amiga a quien contarle lo que le sucedía, pero cuando había vivido
con su abuelo no había podido tener ninguna relación cercana y ahora, a pesar
de tener mucha gente que quería y la quería, no había nadie con quien sincerarse
completamente. La gente del centro, sus conocidas, sus compañeras de
universidad, pues todas creían que era una joven felizmente casada.
Nadie conocía su verdadera situación, por un momento pensó el Allyson
Vecchio, siempre había sentido que podrían llegar a ser muy buenas amigas,
pensó que tal vez pudiera llamarla para
hablar con ella pero luego descartó la idea. Allyson jamás comprendería su
situación y además tampoco podía dejar que algo así se filtrase. A veces se
sentía terriblemente sola.
Era extraño, en realidad Andreas
era el único que por momentos había disipado aquella soledad que la había
acompañado desde la muerte de sus padres. En aquellos tres años, había sido lo
más cercano a un amigo que había tenido alguna vez. Y luego había llegado Russell,
se habían cruzado muchas veces, pero en el último tiempo habían coincidido en
muchos eventos, él incluso había dado una charla en un seminario donde ella
estudiaba y así se habían acercado. Habían hablado, salido a tomar un café y
poco a poco, algo había surgido. Ella jamás había esperado que las cosas
llegaran tan lejos, nunca lo había alentado, lo había tratado como a un buen
amigo, sin embargo él le había dicho que la quería, no como amiga, sino como un
hombre quiere a una mujer. Al principio Sophie no supo como reaccionar, pero
innegablemente se sentía halagada, nadie la había tratado así antes. Nadie le
había dicho lo bella que era ni tampoco
había creído que pudiera despertar sentimientos en alguien. Que un hombre la
quisiera sólo por ser ella misma era desconcertante.
No había esperado que así fuera, pero con las atenciones de él había
renacido su parte femenina, ella se
había olvidado de sí misma como mujer el día que se había casado con Andreas.
Al aceptar aquel matrimonio falso, había enterrado todos sus sueños románticos,
sin embargo ahora volvían de nuevo. Quería recuperar su libertad y ser feliz.
No había cometido un pecado tan atroz como para perder ese derecho, quería algo
real.
Russell le ofrecía una posibilidad de realizar aquel sueño, además se
sentía cómoda con él. Era un hombre gentil y afectivo, tan diferente a Andreas
como el día y la noche. Su esposo era pura potencia, su fuerza masculina, su
dinamismo, la turbaban, en cambio Russell le daba tranquilidad. Con Russell no
se sentía tan intimidada como con el joven griego.
El día que había decidido casarse con Andreas, cuando había hecho aquel
juramento, había encontrado la fuerza para seguir adelante, para enfrentar a su
esposo sin perder terreno. Andreas tendía a dominarlo todo, y sólo el saber que
su relación no era la de un matrimonio verdadero le había infundido coraje
para seguir con aquella convivencia. Si
su relación hubiera sido otra, probablemente se habría sentido destrozada, él
era alguien que no podía poseer.
Un niño la llamó y sacó a la joven de sus reflexiones, últimamente
dedicaba mucho tiempo a reflexionar sobre su relación con Andreas, sobre ella
misma y sobre Russell, aquello era lo que la tenía agotada. Cada vez que
trataba de encontrar una salida, se perdía más en el laberinto.
Ya ni siquiera sabía quien era ella misma, a veces era la jovencita
tímida y frágil de tres años atrás y
luego era la mujer de Charisteas, madura y centrada, justo como debía
ser una esposa digna de él.
Sophie preparó la cena y esperó a Andreas, pero la comida se enfrió y
él no regresó a casa. A Sophie le gustaba cocinar, por un lado su abuelo había
insistido en que aprendiera y por otro pasaba mucho tiempo en la cocina cuando
era niña porque allí había gente que se interesaba en ella. Cuando se casó,
decidió que ella se ocuparía de la casa, tres veces por semana venía gente a
hacer la limpieza, pero ella se ocupaba de la cocina y de todo lo demás.
Aquellas tareas le daban un poco de realidad a su vida, de otra forma hubiera
enloquecido con tanto tiempo libre. Recién ese año se había animado a continuar
con sus estudios e inexplicablemente
Andreas la había alentado.
Lo esperó por mucho tiempo, pero finalmente el sueño la venció y se fue
a la cama. Un par de horas después la despertaron los ruidos que anunciaban que
él llegaba. Miró el reloj en su mesilla y vio que pasaban de las dos de la
mañana.
-Andreas…-lo llamó bajando la escalera.
-Hola Sophie, no quise despertarte. Lo siento.-saludó él y ella notó
que parecía muy cansado.
-Te dejé comida, si quieres te la caliento.
-No gracias, tengo acidez, así que sólo me iré a la cama.
- ¿Día difícil?
-Sí, hay un par de cosas que debo resolver y me mantendrán muy ocupado,
me temo que también mañana. Así que no me esperes.
-Bien, pero come algo en la oficina, no tomes sólo café. No servirá de
nada si te enfermas.
-Sí señora, intentaré comer algo. Vuelve a dormir.
-Sí, buenas noches.
-Buenas noches, Sophie – la saludó él y se quedó unos segundos
observando como se marchaba. Llevaba el pelo recogido en una trenza, un camisón
muy fino y los pies descalzos. Afortunadamente estaba muy cansado como para
pensar, sino aquella imagen lo habría mantenido despierto por un par de horas.
Cuando Sophie se levantó, frunció el ceño, Andreas se había vuelto a
marchar muy temprano y sin desayunar, al menos no había indicios de que lo
hubiera hecho. Y por lo que le había dicho, nuevamente iba a trabajar todo el
día. No era una novedad, Andreas era un adicto al trabajo, por eso tenía el
éxito que tenía, la fusión de ambas empresas familiares ocurrida tras su
matrimonio lo había convertido en el Presidente de uno de los mayores Holdings
y él lo había llevado al éxito. Parecía tener el toque de Midas, pero ella
sabía que también había trabajo duro detrás de su éxito y que por ello solía
descuidarse a sí mismo. A lo largo de aquellos años, ella era quien se había
asegurado de que se alimentara bien, de obligarlo a descansar cuando era
necesario y de quedarse en casa si estaba enfermo.
Sí, aunque nadie lo creyera Andreas Charisteas también necesitaba que
lo cuidaran, aunque ni él mismo lo reconociera y durante tres años ella había
cumplido con aquel papel.
Suspiró pesadamente, porque por un segundo pensó que se había habituado
demasiado a ese papel, tanto que estaba pensando en que él no podía seguir con
aquella rutina. Si seguía con aquel ritmo, terminaría perjudicándose y pronto
ella no estaría para evitar que la idea de
creerse todopoderoso acabara con él.
Al mediodía , Sophie se acercó a la oficina de Andreas.
-Señora Charisteas –la saludó la secretaria y ella sintió la familiar
incomodidad que sentía cada vez que la llamaban así. Se sentía como una
usurpadora, llevando un título que no era suyo.
-Buen día, María.¿Mi marido está ocupado, verdad?
-Sí, está en una reunión con unos inversionistas. ¿Quiere que lo llame?
– preguntó la mujer con inquietud y la joven imaginó que él había dado la orden
de que no lo interrumpieran.
-No, no es necesario, sólo vine a traerle esto. Asegúrese de dárselo
tan pronto tomen un descanso.- dijo pasándole una caja.
-Sí , señora.
-Gracias.- contestó ella y se marchó.
Una hora después, cuando acabó aquella reunión la secretaria le acercó
el paquete a Andreas.
-Se lo trajo la señora – le dijo, dejando la caja en el amplio escritorio.
-Gracias María- contestó él y cuando la mujer se retiró, lo abrió.
Dentro de la caja, Sophie había puesto varios recipientes con comida. Ensaladas
varias y distintos platos. También había dejado una nota.
“Por favor tómate un rato para almorzar y también come algo a la noche,
y deja de tomar tanto café”
Andreas sonrió, se sentó, tomó los cubiertos que estaban envueltos en
una servilleta y abrió los recipientes que decían “Almuerzo”. Iba a tener que
compensarle aquello a su esposa, mejor dicho iba a tener que compensarle tres
años.
Aquella tarde Sophie salió a comprar algunos libros que necesitaría
cuando recomenzaran sus clases y recibió una llamada de Russell invitándola a
tomar un café.
Tenían cosas que hablar, así que ella aceptó. Él estaba en una mesa
junto a la ventana, y por un instante , ella pensó en marcharse. Recordó la
advertencia de Andreas sobre acercarse a Russell pero luego descartó el
pensamiento. No podía dejar que él
gobernara sus acciones o estaría perdida.
-Hola Sophie –la saludó y se paró para darle un beso en la mejilla.
-Hola Russell.
-¿Pronto empiezas las clases, verdad?- preguntó él señalando los libros
que ella cargaba.
-Sí.
-Siéntate, ¿un capuchino?
-Me gustaría, gracias. Russell…
-No digas nada, Sophie. Sabes que no te he pedido una respuesta…voy a
esperarte.
-Estoy casada, Russell.
-Sophie, no puedes seguir con ese matrimonio…yo te amaría Sophie.
-Hablé con Andreas, le pedí el divorcio.
-¿Y?
-Llevará un tiempo –dijo ella
-Voy a esperar por ti, Sophie. –contestó con entusiasmo.
-No sé…
-Todo irá bien, te haré muy feliz si me lo permites – le dijo él y le
tomó las manos. Afortunadamente, minutos después, llegó la mesera con su orden
y cortó el clima que se había creado. Sophie se sentía muy incomoda con aquella
demostración de afecto en público, si alguien los viera, sería un gran
problema.
-Necesito tiempo Russell, yo no quiero que esto termine siendo algo
sórdido. Sino no tendremos una oportunidad. Tampoco quiero que Andreas se vea
envuelto en rumores.
-No sería la primera vez – dijo Russell y ella bajó la mirada.
-Nunca por mí.
-Lo siento Sophie, no debí decir eso, me molestó que lo protejas.
Charisteas no te merece.
-Pero hasta que las cosas también, él es mi marido.
-Lo sé, prometo no hacerte las cosas más difíciles.
-Gracias Rusell – le dijo sinceramente, él siempre la desarmaba con su
amabilidad. Luego terminaron el café y cada uno se fue por su lado
Aquella noche Andreas volvió a llegar tarde, pero Sophie no se
despertó. Por un momento sintió el deseo infantil de hacer ruido, sólo para
verla. No podía saber cuando había sucedido pero no sentía que había regresado
a casa si ella no estaba para recibirlo, tal vez primero sólo había sido un
hábito pero luego se había convertido en una necesidad.
-Buenos días – la saludó Andreas cuando bajó a desayunar.
-Buenos días, ¿hoy no tienes que irte tan temprano?
-No, ya terminé lo que me tenía ocupado, así que ahora puedo ir con más
tranquilidad.
-Me alegra – dijo ella con una sonrisa.
-No tendrás que molestarte en llevarme el almuerzo, pero gracias por hacerlo
ayer.
-¿Comiste lo que te llevé?
-Claro, almorcé y cené y creo que sólo tomé medio litro de café. La
comida estaba deliciosa –contestó sonriendo y ella no pudo evitar sentirse
deslumbrada por aquella sonrisa.
-Me alegra que te haya gustado.
-Te debo un almuerzo, ¿qué te parece si pasas a buscarme a la oficina y
salimos a comer algo?
-¿Por qué?
-¿Es tan raro que te invite a comer?
-Sin un motivo, sí lo es.-respondió ella.
-Lamento que haya sido tan difícil para ti.-se disculpo él y había
tanta seriedad en sus palabras que la pusieron nerviosa.
-No te preocupes, tú mismo lo has dicho Andreas. Ambos aceptamos esto.
-Almorcemos juntos, entonces.- propuso y él no pudo evitar pensar que
si bien ambos habían aceptado aquel
matrimonio no estaban en igualdad de condiciones.
-¿Sólo porque sí?- preguntó ella.
-Sólo porque sí, ya sabes me gusta hacer lo que quiero sin dar
demasiadas explicaciones – respondió con tono liviano y ella aceptó.
-Está bien, pasaré por ti. Dime a qué hora.- propuso Sophie.
- ¿A qué hora sale a almorzar la gente normal? – preguntó él y ella
río.
-Creo que cerca de las doce si queremos conseguir mesa, pero siendo tú
eso no es problema.
- Tienes razón, siempre consigo una mesa.
-Siempre consigues todo- aclaró ella.
-No siempre, Sophie, no siempre. Nos vemos más tarde – se despidió él y
se marchó.
Cuando Sophie llegó a la oficina, él estaba en una reunión como
siempre, sin embargo la secretaria le informó que había ordenado que le avisara
tan pronto ella llegara.
Unos diez minutos después lo vio salir acompañado de otros tres
hombres. Aun iban hablando sobre lo que les había quedado pendiente, la joven
miró a Andreas y a los demás. Él resaltaba entre ellos, se lo veía imponente,
su voz era segura y con el dejo que autoridad que siempre tenía. Era obvio que
los otros estaban cohibidos por él, tenía ese efecto sobre las personas.
Andreas no respetaba a los débiles, sólo a aquellos que tenían el espíritu
suficiente como para mirarlo de igual a igual. Por suerte ella lo había
comprendido temprano y había enmascarado muy bien todos sus miedos e
inseguridades, aquel fatídico día tres años atrás, había comprendido que sólo
si no flaqueaba ante él sobreviviría, si alguna vez le mostraba sus heridas
sería su final.
No era que fuera un hombre cruel, sólo que así como era duro consigo
mismo lo era con los demás.
Lentamente se acercó a ella con sus acompañantes y en el momento que la
vio, su expresión cambió. Se suavizó y sus ojos perdieron su frialdad habitual,
aquello la desconcertó.
-Caballeros, seguimos después, mi esposa vino por mí – anunció en voz
alta mientras se acercaba deprisa y ella se sintió avergonzada.
-Hola, Sophie – dijo al llegar a ella y le dio un ligerísimo beso en
los labios.
-H... hola...-contestó ella inhibida por aquella demostración en
público, no era algo común en él. Menos aún si estaban en la empresa.
-Te sonrojaste –la provocó.
-Me sorprendiste.- se justificó quitándole importancia al beso.
-No voy a disculparme por ello, vamos o se nos hará tarde.-dijo y le
pasó un brazo por la cintura mientras caminaban hacia la salida.
Había algo extraño en aquel contacto, algo que Sophie no podía
explicar. Sin embargo su toque era cálido y con un carácter posesivo, por un
instante Sophie temió que él no cumpliera su palabra y que no la dejara ir
jamás.
Extrañamente Andreas no la llevó a un lujoso restaurante de esos que
acostumbraba, sino a uno pequeño y cálido
exactamente de la clase que ella adoraba, ubicado en una callecita, con
bonita vista, un lugar donde se respiraba un ambiente familiar. Se sentaron en
una mesa en el exterior rodeados de plantas. La comida era abundante y
deliciosa, era imposible no relajarse y disfrutar del almuerzo.
Andreas se quitó el saco y la corbata, e inició una charla ligera y
agradable. Por un instante Sophie tuvo
la sensación de dolorosa añoranza que la acometía en momentos como aquellos,
deseaba algo así, comer con su marido, reír, charlar, pero quería que no fuese
parte de una charada. Aunque aquel momento fuera real, su valor se perdía en
medio de tanta mentira.
-Sophie, relájate – dijo él como si leyera sus pensamientos y ella se
dejó llevar. Tal vez no fueran en verdad marido y mujer, pero tenían una
relación, algo difícil de definir, pero que estaba allí. Finalmente dejó de
lado todas sus aprensiones y disfrutó del momento y de la compañía de Andreas.
-¿Vas a casa? – preguntó él cuando terminaron de almorzar.
-Sí, ¿tú vuelves al trabajo?
-Eso me temo, pero antes te llevaré.
-No es necesario, Andreas.
-¿Acaso trajiste auto? – preguntó él sabiendo que ella casi nunca
conducía.
-No, pero puedo tomarme un taxi.
-Vamos, yo te llevaré. Dudo que mi jefe me eche por demorarme un rato
más.- bromeó y ella pensó que aquel hombre jamás podría trabajar bajo las
órdenes de otro.
Finalmente accedió y él la llevó a la casa.
Luego de verlo partir la joven se quedó pensando en su arrogante
esposo. Al principio creyó que Andreas había aceptado sólo por ambición, luego
al conocer un poco más de su historia había entendido porque la amenaza de que
su abuelo le dejaría todo a su primo Christos había tenido tanto impacto en él,
lo suficiente para atarlo en aquel matrimonio indeseado.
El padre de Andreas había muerto antes de que él naciera, de hecho
antes de tener la oportunidad de casarse con su madre. La madre de Andreas
había aparecido ante Nikos Charisteas, embarazada de cuatro meses, clamando que
el hijo que llevaba en el vientre era su nieto, hijo de su primogénito muerto
prematuramente en un accidente.
Nikos le había creído, o al menos había decidido que el niño naciera
para tomar una decisión. El viejo
Charisteas había amado a su hijo mayor. Cuando Andreas había nacido no había
quedado duda alguna de su procedencia, igualmente los otros familiares habían
exigido análisis que probaran la filiación. Nikos había ordenado que se
hicieran las pruebas, sólo para que nadie volviera a dudar de que Andreas era
su nieto. Sin embargo, durante toda su infancia había escuchado los comentarios
venenosos dirigidos a él y su madre, la mayoría provenientes de su tío Teos y
si primo Christos. De hecho más de una vez se habían enzarzado en una pelea por
las hirientes palabras de Christos, éste
había llamado cualquiera a la madre de
Andreas en numerosas ocasiones. Aun de adultos seguían teniendo una mala
relación, Christos no perdía la oportunidad de hacer veladas insinuaciones al
origen de Andreas, por otra parte que éste fuera el favorito de Nikos
Charisteas no ayudaba en nada. Por ello Andreas, jamás permitiría que Christos
se quedara con todo, prefería morir a perder contra su él, porque además
aquello era el legado de su padre y no dejaría que un inútil como su primo lo
arruinara todo.
Era improbable que Nikos lo desheredara a favor de Christos, aunque los
Charisteas siempre cumplían su palabra y si
aquella era la única forma de forzar a Andreas a obedecerlo, era posible
que lo hiciera. Por aquel motivo el joven había doblegado su voluntad y
aceptado el casamiento.
Sophie había descubierto que, después de todo, él no era peor que ella,
cada uno tenía sus propios motivos. Sin embargo era verdad que los primeros
tiempos, él había descargado su ira en ella, jamás físicamente pero Andreas
sabía como hacer sentir a alguien miserable si se lo proponía y los primeros
días de su matrimonio se había encargado de dejarle en claro lo mucho que la
despreciaba. De la misma forma ella le había dejado en claro que el sentimiento
era mutuo, pero poco a poco la hostilidad había desparecido y se habían
resignado a aquella situación. Hasta que se habían convertido en algo parecido
a cordiales compañeros de casa.
El ladrido de Pocket reclamando atención la sacó de sus cavilaciones.
Los días siguientes se desarrollaron con bastante normalidad, el ritmo
de trabajo de Andreas disminuyó y volvió
a almorzar y cenar en la casa, junto a ella. Le anunció que tendría que
hacer un viaje rápido a Francia para arreglar algunos negocios y que de paso
aprovecharía para visitar a su madre quien vivía en Paris desde hacía mucho
tiempo. Sophie sólo la había visto un par de veces, pero le había caído muy
bien.
-Me iré pasado mañana y volveré dos días después- dijo él.
-No te preocupes, todo estará bien. Además no es como si fuera la
primera vez – dijo ella, era más el tiempo que él pasaba fuera que en el país.
-Lo sé – dijo disgustado por tener que irse, la verdad es que antes
nunca había existido la amenaza del divorcio ni la sombra de otro hombre. Pero
era algo que tenía que arreglar personalmente y no podía delegarlo en nadie
más.
También quería ver a su madre, la había visto muy poco y en una de sus
últimas vistas ella le había reprochado que hubiese aceptado aquel matrimonio
de conveniencia, quería hablar con ella nuevamente, decirle lo que realmente
sentía por Sophie y pedirle consejo. Sin embargo hubiera preferido no
marcharse.
-¿Necesitas que te ayude con los preparativos? – le preguntó Sophie.
-No, gracias. ¿Seguro que estarás bien? – preguntó
-Andreas, claro que estaré bien. Me las arreglo muy bien sola- dijo
ella y él hizo una mueca que no supo interpretar.
-De acuerdo. Mañana tengo que ir a firmar unos documentos al banco para
las transacciones que debo realizar en Francia y luego tendré que ir al
trabajo. Te veré recién en la noche.
-No hay problema, tengo muchas cosas que hacer hoy, así que aprovecharé
el tiempo. Igualmente si necesitas que te prepare algo para el viaje sólo
avísame.
-Lo haré.
Aquella mañana, cuando fue al banco, Andreas se encontró con Russell
Carver, de hecho quedaron los dos a solas en el mismo ascensor.
-Charisteas –lo saludó el inglés.
-Carver –respondió él con desagrado.
-Volvemos a encontrarnos.
-Eso parece y no puedo decir que sea un placer.-soltó Andreas con
brutal sinceridad.
-Tampoco para mí. Aunque ya que estamos aquí, me gustaría pedirte algo.
- No creo que haya nada que pueda hacer por ti.
-Déjala ir Charisteas…
-¡¿De qué demonios hablas?! Porque quiero suponer que no eres tan imbécil
para referirte a Sophie.- se exasperó ante el descaro del otro hombre.
-Sabes que hablo de ella, tú la romperás…destruirás todo lo que ella
es.
-Te recuerdo que estás hablando de mi esposa.
-Alguien como tú sólo la dañará, Sophie es demasiado frágil, ya ha
sufrido demasiado. Yo cuidaré de ella.
- Maldito seas, aléjate de ella – dijo Andreas y sin poder contenerse
se echó sobre Carver y doblando su brazo
contra el cuello del otro lo apretó contra la pared del ascensor. Iba a acabar
con él en aquel momento.
-Sabes que digo la verdad – siseó él otro respirando con dificultad.
-Ella es mía…
-No es una cosa, es una persona …-respondió Carver y Andreas lo soltó
pues si no se controlaba era capaz de matarlo en aquel mismo instante y sabía
muy bien que no valía la pena.
-No estoy dispuesto a dejarla ir. Así que aléjate de ella o yo me
encargaré de que lo hagas.- le dijo a Russell con su mirada dorada ardiendo de
furia.
-Merece que la amen, no ser sólo parte de un contrato de negocios.
-¡Y tú que sabes! Ella aceptó ese contrato...tal vez también le importa
el dinero , ¿no lo pensaste?– dijo él , aunque sabía que calumniaba a Sophie,
odiaba la seguridad del otro hombre como
si conociera a su mujer mejor que él.
- Conozco sus razones y sólo hablan de lo buena persona que es, pero no
es justo que desperdicie su vida junto a ti. Además soy rico, no tanto como tú,
pero reconozco a la trepadoras y ella no lo es. Sophie es una de las personas
más inocentes que conozco y merece que la amen.
-Y para eso estoy yo – sentenció Andreas.
-No creo que sepas amar Charisteas y por si no te has dado cuenta ella
está marchitándose junto a ti – dijo el hombre y en ese momento el ascensor
abrió sus puertas y no pudieron continuar con la charla.
Durante las negociaciones en el
banco, Andreas sólo pudo pensar en las palabras de Carver. Aquel hombre conocía
los motivos que habían hecho que Sophie
se casara con él cuando él mismo no los sabía.
Y no sólo eso, no podía olvidar aquellas palabras sobre que él
lastimaría a Sophie. No eran verdad, él no permitiría que fueran ciertas.
Aquel día estuvo especialmente desagradable en la empresa y tuvo a
todos sus empleados temblando de temor.
Cuando regresó a su casa, pensó en hablar con Sophie sobre
lo sucedido, pero al entrar la vio jugar
con Pocket. Estaba los dos tirados en una alfombra en el salón y al verlo
entrar ambos lo miraron, tenían casi la misma expresión de inocencia y Sophie
aún conservaba la sonrisa por los juegos con el cachorrito. Quiso que esa
sonrisa se debiera a su regreso, que estuviera dedicada exclusivamente a él.
Quería ser quien la hiciera sonreír y no quien la entristeciera.
-¿Llegaste?
-Sí -respondió él y se fue a
tirar sobre la alfombra junto a ellos.
-Estás creciendo deprisa, ¿eh? – dijo acariciando al cachorrito y éste
le lamió la mano con efusividad.
-¿Todo está bien? – preguntó ella.
- Sí, todo bien- confirmó y se paró para luego ayudarla a pararse a
ella.
Sophie tomó su mano para incorporarse y al levantarse quedó pegada al
cuerpo de Andreas. Por unos segundos permanecieron así, hasta que ella se
apartó deprisa diciendo que iría a preparar la comida.
- Podrías darme algún consejo – le dijo Andreas al perro y éste movió
la cola lo que le causó más frustración.
Luego de cenar Andreas le propuso que miraran una película y Sophie
aceptó. Las noches de cine, como las llamaban, se habían convertido en una
costumbre.
Un día, años atrás, él había llegado
de un viaje y la había encontrado acurrucada en un sillón, envuelta en
una manta y con un paquete gigante de palomitas de maíz, mirando una película.
Se había quedado a mirarla con ella y desde entonces solían mirar películas
juntos. Eran películas de acción o con efectos especiales, nunca nada trágico
ni romántico, él decía que era entretenimiento barato, pero aún así disfrutaban
de mirarla juntos. Después de toda la seriedad del día, siempre era bienvenida
un poco de diversión, cada uno por su lado miraba otras películas, pero cuando
estaba juntos preferían aquellas de tipo liviano. De hecho Andreas había
descubierto una buena colección de DVDs de clásicos románticos, pero Sophie
nunca veía esas películas con él.
-Yo me encargo de las palomitas – dijo él y fue a prepáralas en el
microondas. Unos minutos después trajo un cuenco lleno para cada uno.
-Gracias – le dijo Sophie acomodándose en el sillón.
-¿Qué nos toca hoy? – preguntó él y ella le mostró la caja.
-¿ Iron man 2? – preguntó él divertido.
-Sí, dicen que está muy divertida y los superhéroes siempre son
entretenidos – dijo ella y él río divertido.
-Sophie, tu gusto va empeorando. Aunque
no creo que pueda ser peor que la de la invasión extraterrestre de la
última vez.
-¿No leías historietas de superhéroes de niño? – preguntó ella
-No, creo que no. Soy griego, crecí escuchando historias sobre Hércules
y Aquiles, esos son superhéroes, no los que llevan una capa roja.
-Eso lo explica – dijo ella
-¿Explica qué?
-Tu complejo de Dios griego …- le contestó burlándose y él sonrió. En aquel momento no le
molestaría tener los poderes de un Dios griego o al menos ser el superhéroe que
ella necesitaba. Aunque paradójicamente él era el villano de quien debían
rescatarla.
-Vamos, pon la película de una vez, antes que me duerma.- le dijo y
ella puso la película y se sentó a su
lado.
Al momento de los créditos, Sophie ya estaba dormida y se había apoyado
contra él. Todos los sentidos de Andreas estaban despiertos. Sentía el peso de
ella contra su hombro, la tibieza de su piel, el aroma floral de su cabello.
Estaba seguro que la joven se espantaría si supiera lo que él estaba sintiendo
en aquellos momentos, finalmente decidió convertirse en un caballero andante y
la levantó con mucho cuidado para llevarla a su habitación.
Sophie ni se percató de que la levantaba en brazos, sólo se acurrucó
inconscientemente contra él y Andreas frunció el ceño. Sin dudas en aquel
momento estaba cercano a la divinidad, resistiendo la tentación. La cargó hasta
la habitación, la depositó con cuidado en la cama y la tapó con el cubrecama.
Los primeros meses había viajado mucho para alejarse de ella y de aquel
matrimonio, luego también había sido por poner distancia pero por motivos muy
diferentes, ahora no tenía la más mínima gana de alejarse de Sophie. Tenía muy
poco tiempo, sólo seis meses y no quería desperdiciar ni un segundo, sin
embargo, debía viajar.
Le acarició la frente y se marchó para dejarla dormir.
Al día siguiente partió a Francia.
Sophie desarrollaba muchas actividades, colaboraba con muchas
instituciones, hacía natación y se preparaba para reiniciar las clases. A pesar
de eso, aquellos tres días se le hicieron largos y sintió la ausencia de
Andreas. Cuando estaba parecía llenarlo todo, era la clase de persona que uno
no podía ignorar y cuando se marchaba parecía dejar un vacío difícil de colmar.
Sin embargo nunca antes la sensación había sido tan intensa, Sophie sentía que
las cosas habían cambiado desde la solicitud de divorcio, extrañamente él nunca
le había prestado tanta atención. La joven comprendía a la perfección que las mujeres desearan a su marido, era fascinante recibir su atención. Pero ella no iba a caer
en sus redes, no sabía lo que él se traía entre manos, pero no iba a ceder,
quería una vida propia y sólo podría tenerla lejos de él.
Al volver de Francia, Andreas no encontró a Sophie, así que la llamó
para saber donde estaba.
-¿Ya regresaste? – preguntó ella.
-Sí, ¿dónde estás?- preguntó Andreas
-Vine a inscribirme en mis clases…
-De acuerdo, pasaré a buscarte.
-Andreas, no es necesario – dijo ella pero él colgó.
Cuando iba saliendo de la universidad
una de sus compañeras las paró en la entrada.
-¡No saben el hombre que hay allí afuera! Está apoyado en un auto
deportivo y parece un modelo de revista.
Sophie no tuvo dudas de a quien
se referían.
-Estoy seguro que a ustedes les gusta más el auto que otra cosa –
comentó uno de sus compañeros.
-Créeme , ese hombre sería atractivo así manejara una bicicleta- dijo
la chica y Sophie sonrió .
Sus compañeros sabían que estaba casada, pero casi nunca hablaba de su
vida privada, siempre evadía sus preguntas indiscretas y ellos se habían
acostumbrado a no preguntar demasiado. Sin embargo ahora las cosas cambiarían y
se sintió molesta por aquello. ¿Cómo iban a entender que ella quisiera alejarse
de aquel hombre?
Andreas vio salir a Sophie
acompañada de un grupo de chicos y chicas de su edad, venía sonriendo por algo
que le habían dicho y se veía muy joven. Iba vestida con un jean, un sweater y
llevaba el cabello recogido en una coleta, tuvo la sensación de que aquella
joven era una desconocida o mejor dicho que aquella era la verdadera Sophie, la
que hubiera sido si su matrimonio no hubiese existido.
Una de sus compañeras dijo algo, señalándolo con un leve movimiento de
cabeza, entonces ella lo miró y se quedó quieta en el lugar Él la saludó con la
mano y ella correspondió el saludo, los demás empezaron a molestarla y la joven
se sonrojó. Él se dirigió hacia el grupo y pensó que no sólo Russell Carver era
una amenaza, si no era él, otro le arrebataría a su esposa.
-Hola, amor – dijo él cuando llegó hasta ella y la joven se sonrojó más
si era posible.
-Hola, Andreas –respondió ella avergonzada mientras sus compañeros la
bombardeaban a preguntas.
-¿Quién es?¿Se conocen? – preguntaban rodeándolos. Él la abrazó y
encaró a los demás.
-Soy Andreas Charisteas, el esposo de Sophie.Un placer conocerlos.
-¡WOW! Te lo tenías bien guardado – exclamó la chica que les había hablado sobre él.
Sophie hizo las presentaciones y les explicó que él acababa de llegar
un viaje lo que les sirvió de excusa para marcharse rápido.
-No era mi intención molestarte, pero según parece no te gustó que
pasara por ti – le dijo él mientras conducía de regreso a la casa.
-No es eso…
-¿No sabían que estabas casada? – preguntó él sujetando con fuerza el
volante.
-Sí, sólo que nunca hablo mucho de ello y ahora no me dejaran en paz.
-¿Es tan malo que te hagan preguntas sobre mí o tu matrimonio?
-Sí, porque me obligaría a mentir.-respondió ella y eso le quitó las
ganas de seguir preguntando, nunca hubiera pensado que él era una especie de
secreto vergonzoso. Durante toda su vida
las mujeres habían presumido de estar con él
e irónicamente, su esposa lo
negaba.
Permanecieron en silencio durante el resto del trayecto, cada uno
sumido en sus propios pensamientos.
Al entrar al salón, Sophie vio una gran caja con un lazo depositada
sobre la mesa.
-Es para ti – dijo Andreas señalando el paquete.
Ella se acercó y lo abrió, dentro había un vestido rojo de seda y terciopelo.
-Gracias – dijo con poco entusiasmo y Andreas no dijo nada más. Había
esperado que ella se mostrara más contenta, pero a decir verdad nunca parecía
muy satisfecha con los regalos que él le hacía.
-Iré a descansar, el viaje me agotó- le dijo él y ella asintió.
-También yo estoy cansada y me duele un poco la cabeza.
-¿Estás bien?- se alarmó.
-Sí, sólo necesito descansar un rato -
dio ella, tomó el paquete del vestido y se marchó.
La convivencia siguió tranquila hasta que una noche, dos días después,
Andreas le recordó que irían al Baile de Gala de los Timberlake.
-No iré – dijo Sophie.
-Ya confirmamos nuestra asistencia.
-Pues no quiero ir, ya sabes lo que sucedió la última vez.
-¿Es porque te preocupa que volvamos a encontrarnos con Russell? Él no
va a ir así que no …
-¿No va a ir? ¿Qué hiciste Andreas? – preguntó ella enfrentándolo.
-Mandé cuatro tipos a que lo golpearan y lo echaran al río…¡Quién
diablos crees que soy! El tipo se fue por viajes de negocios a Londres y no va
a asistir a la fiesta, eso es todo –dijo él y Sophie se sintió avergonzada por
haberlo acusado implícitamente.
-¿Y cómo sabes que él viajó?- preguntó nuevamente.
-Me enteré casualmente – respondió, aunque en realidad le había salido
mucho dinero crear una inversión en el principal hotel de Carver para que
Russell tuviera que irse a Londres a atender aquel asunto. Pero después de todo
era mejor que lo de hacerlo golpear y que lo echaran al río y aunque tuviera
que hacer que un contingente de
príncipes árabes fuera al hotel y solicitara la atención personalizada del
dueño, lo haría. Quería mantener a aquel tipo lejos de Sophie.
Lo peor de todo había sido la reacción de ella, no había dudado en
acusarlo si se trataba del bienestar de Carver.
-Aún así , vaya o no Russell yo no iré.-insistió Sophie.
-¿Por qué?
-No tengo ganas de ir a esa clase de evento, no quiero jugar a ser la
señora Charisteas durante toda la noche, ni quiero ir a comprar un vestido, ni
nada de lo que involucra ir al Baile de los Timberlake.
-¿Comprar un vestido has dicho? Tienes cantidad de vestidos de fiesta
que nunca has usado, los que yo te he regalado durante estos años, jamás los
has usado, ponte uno de ellos y listo.
-Yo no voy a usar esos vestidos, Andreas.
-¡¿Por qué, también lo prometiste?! ¿Qué no usarías nada que yo te
regalase? –preguntó enfadado, sentía que perdía el control.
-No soy como tus amantes a las que puedes contentar con vestidos y
joyas, no soy así…no voy a lucir como
condecoración un vestido que eligió tu secretaria, o pero aún, que me trajiste
a mí porque no pudiste dárselo a otra. Me queda algo de decencia.
-¡Lo que te queda es estupidez!
Ven conmigo – dijo él enfurecido y la tomó de la mano.
-¿¡Qué haces?! Suéltame – protestó ella, pero él no la soltó y la llevó
hasta la habitación.
La dejó caer sobre un sofá y luego abrió el vestidor y comenzó a sacar
uno a uno los vestidos que le había regalado.
-Ése te lo compré porque viste uno parecido en una película de Audrey
Hepburn y te encantó, me enseñaste el póster de la película una vez – dijo
arrojando un vestido a los pies de Sophie. Ella lo miró atónita.
-Éste otro es igual al que lució una actriz en la entrega de los Oscar,
aquella vez dijiste que parecía de cuento.- dijo arrojando otro.
-Éste es del diseñador que conocimos en uno de tus eventos de caridad,
lo encontré en una reunión y me dijo que pasara a buscar un vestido para
ti…creí que era el que mejor se adecuaba a tu estilo y él estuvo de acuerdo,
dijo que era juvenil , inocente, y lleno de belleza como tú – dijo arrojando otro.
-Éste tiene lirios bordados, que son tus flores favoritas si mal no
recuerdo.
-Andreas…-musitó ella intentando detenerlo pero él no la escuchó y
siguió sacando los vestidos.
-Éste me recordó la túnica de una Diosa griega – comentó arrojando un
vestido verde plisado
-Yo no soy una diosa …-dijo ella con la voz temblorosa.
-Pero llevas el nombre de una, tu segundo nombre es Artemisa…aunque
nunca lo menciones..Éste otro ..
-Detente Andreas, por favor detente – dijo ella y se levantó para
tomarle el brazo y evitar que siguiera sacando la ropa.
-Los compré para ti Sophie. Jamás en mi vida elegí un regalo para una mujer,
a mis amantes, como dices, sólo les daba el dinero para que compraran lo que
quisieran. Nunca me tomé la molestia de elegir algo, pensando en lo que les
gustaría. No tuve que adivinar sus talles o aguantar las preguntas indiscretas de
las vendedoras, tampoco me pasó que viera algo en una vidriera y pensara que
era perfecto para ellas. Estos vestidos que tanto desprecias los elegí para ti,
no mi secretaria, sino yo…cada uno de ellos.
-Lo siento, no lo sabía… – se disculpó conmovida.
-Y por si lo olvidas Sophie, tengo suficiente dinero para no tener que
traerle a mi esposa una sobra de lo que compré para mi amante. Puedo pagar
regalos para ambas –dijo y salió colérico de la habitación.
Unos minutos después, Sophie sintió arrancar al auto de Andreas, él se había ido y por
primera vez en mucho tiempo se largó a llorar.
Cuando las lágrimas se detuvieron observó el remolino de vestidos que
había debajo de ella. Nunca hubiera pensado que
verdaderamente fueran un regalo para ella, en realidad eran hermosos,
hechos de las más bellas telas y siempre había creído que eran propios de una
princesa y no de sí misma.
Tomó uno de ellos y sintió la suavidad del tejido, ésta vez él tenía razón para estar enojado, no estaba
acostumbrado a que lo despreciaran y ella acaba de repudiar los regalos que le
había hecho, que había elegido para ella.
Se levantó y tomó la caja con el vestido francés que había dejado en un
rincón el día anterior. Lo sacó de su
envoltura y al hacerlo cayó una caja pequeña. Dentro había unos pendientes de
rubíes y una nota. Era de la madre de Andreas.
“Querida Sophie:
Andreas eligió el vestido para ti y yo quise regalarte estos pendientes.
Él me ha dicho que no te gustan las joyas y que sólo usas los pendientes de
zafiro que te regaló tu mamá. Yo no soy ella, pero espero que aceptes mi regalo
y que los uses pues te los envío con todo mi cariño”
Las lágrimas volvieron a acumularse en sus ojos tras leer la nota. Acababa de pasar por una
situación sumamente violenta, pero también acababa de descubrir que había sido
muy injusta. No sabía cómo arreglaría aquello. Y entonces recordó las últimas palabras de
Andreas, siempre había imaginado que había otra mujer en su vida, había habido
muchas al comienzo de su matrimonio, pero escuchar aquella confirmación de su
boca le molestaba, con qué derecho él la juzgaba a ella y a Carver si él tenía
una amante. Finalmente no importaba lo
que sucediera entre ellos, en seis meses cada uno seguiría con su propia vida.
Andreas regresó a la casa después de un par de horas, sabía que había
perdido el control y que había asustado a su esposa, pero no había podido
contenerse cuando ella lo había acusado de tener amantes. Sabía que no debería
haber pronunciado las últimas palabras que dijo, pero en ese instante había
querido herirla de la forma en que lo estaba él, luego de analizarlo con
frialdad se había percatado que venía arrastrando aquella ira desde el día de
su encuentro con Carver, ojala le hubiera dado un golpe al maldito, así no
hubiese descargado su malhumor sobre Sophie. Después de todo, ella no tenía por qué saber sobre los
vestidos, nunca se lo había dicho, sólo le había entregado el paquete casi como
si fuera algo que hacía por compromiso.
Fue a la habitación de ella para disculparse, la encontró dormida,
abrazada al vestido que le había traído de Francia y con rastros de lágrimas en
su cara. Andreas se maldijo a sí mismo por hacerla llorar.
Se acercó y le dio un leve beso en la frente, luego se fue a su cuarto,
pensando que después de todo Carver tenía razón. Él sólo sabía lastimar a
Sophie.
Ella estaba preparando el café cuando Andreas apareció, los dos se
miraron es silencio un momento, finalmente fue él quien habló.
-Lamento lo que sucedió anoche, no debí perder el control de esa forma.
- Yo…gracias por los vestidos Andreas, son preciosos. Sé que es tarde
para decirlo, pero gracias.
-Me voy a trabajar, nos vemos después –dijo él visiblemente incómodo.
-¿No desayunarás? – preguntó ella.
-Tomaré algo en la oficina…
-Andreas…-lo llamó Sophie.
-Dime.
-Iré contigo al Baile de los Timberlake – dijo ella y él asintió con un
gesto de la cabeza. Ambos temían que al decir algo más
caerían en una situación desagradable.
Sin embargo, Sophie se sintió aliviada de que él hubiera dormido en la
casa y que se hubiera disculpado con ella por lo sucedido. Era totalmente
inusual que él se disculpara.
El día del Baile, Sophie se quedó sin aliento al ver a Andreas vestido
de gala. Seguramente cuando describían a los protagonistas de novelas, las
autoras imaginaban a hombres como él, el esmoquin estaba hecho a su medida y
sabía llevarlo con elegancia, su andar felino le daba un aire peligroso y
sensual, y sus ojos dorados hablaban de peligros que ella ni se atrevía a
imaginar. Era demasiado atractivo, estaba segura que todas las miradas femeninas se posarían en él
aquella noche.
Ella había decidido usar el vestido que Andreas le había traído de
Francia, tenía los hombros al descubierto y el corpiño estaba formado por un
volado plisado de seda roja, luego el terciopelo de un color bordó aparecía en
forma envolvente desde su cintura, cayendo en
pliegues , la textura y los colores semejaban los de un pétalo de rosa.
El vestido se ajustaba perfecto a su figura, lo que le recordó que había sido
elegido para ella, completó el atuendo con los aretes de rubíes que le había
regalado la madre de Andreas.
-Te queda muy bien – dijo él que en realidad estaba fascinado por la
visión de su esposa.
-Andreas, ¿en qué pensaste cuándo elegiste este vestido? – preguntó
ella recordando las razones que le había dado para elegir los demás.
-En que te verías hermosa con él y no me equivoqué – le dijo ayudándola
a ponerse el abrigo y la joven no supo como responder al cumplido, salvo
sonrojándose.
Al entrar al Baile todas las
miradas se posaron en ellos, parecían una pareja de cuento, jóvenes y bellos.
Andreas era ideal, con su cabello oscuro, sus ojos de felino, sus rasgos
cincelados y su cuerpo atlético, por su parte el vestido rojo se Sophie
destacaba sus curvas y la belleza que había adquirido al crecer. Antes había
sido sólo una jovencita, ahora era una
mujer sobresaliente que emparejaba perfectamente con el joven Charisteas, y más
de un hombre quedó deslumbrado al verla entrar.
Los Timberlake se acercaron a saludarlos, darles la bienvenida y
comentarles cosas varias.
-Sophie, te ves preciosa. Ese vestido es exquisito.- la halagó la
señora Timberlake
- Andreas es el de buen gusto, él me lo regaló – dijo la joven y él
sintió satisfacción por aquel reconocimiento.
-Encima tiene buen gusto para elegir ropa, hay pocos como él querida,
eres muy afortunada – dijo la mujer.
-Gracias, Señora Timberlake, pero yo soy el afortunado por tener a una
esposa como Sophie – dijo él y le tomó
la mano. Luego la atención de los jóvenes fue requerida por otros invitados.
-Ya buscaremos un rincón tranquilo, donde no nos molesten – le prometió
Andreas en un susurro y al hacerlo se inclinó sobre ella rozando su hombro y su
cuello, Sophie se estremeció por el contacto.
Afortunadamente se encontraron con los Vecchio, lo que la distrajo.
Andreas y Máximo solían hacer negocios juntos.
- Me enteré que debo felicitarte
por tu futura paternidad - le dijo Andreas a Máximo después de que
saludaran.
- Gracias, aunque Allyson llevará la parte más dura – respondió con una
sonrisa.
- No lo creas cariño, a ti te
tocará cumplir con mis antojos -dijo
Allyson sonriéndole a su marido y él la acercó a sí pasando un brazo por su
cintura.
-Será un placer – le contestó él.
Andreas observó a Sophie y se dio cuenta que más allá de la incomodidad
por los mimos de la pareja, su mirada estaba cargada con algo más cuando
observaba sus demostraciones de cariño. Era anhelo, aquello era lo que Sophie
deseaba para sí misma, quería un matrimonio como el que tenían ellos y Andreas
deseó concederle aquel deseo.
-¿Qué tal si les traemos algo de beber? – preguntó Máximo y las dos
jóvenes aceptaron.
-Recuerda…-dijo Allyson y Máximo le guiñó un ojo.
-Lo sé, nada de alcohol…- los dos hombres se marcharon y la joven Vecchio se volvió divertida hacia Sophie.
-Estoy segura que es una excusa para poder hablar de negocios.
-Sí, me temo que sí –contestó ella riendo.
-Aunque seguramente traerán algo
para que bebamos.
- ¿Y cómo te sientes? – preguntó Sophie haciendo referencia al
embarazo.
-Maravillosamente, creo que será niño esta vez. Además Máximo me mima
tanto que no puedo quejarme.
- Ustedes dos hacen que se vea tan fácil – dijo la joven con un dejo de
tristeza en la voz y la otra mujer la miró atentamente. Allyson era muy
intuitiva, pero no quería incomodar a Sophie con sus preguntas. Sólo podía
darle algún consejo.
-No es fácil Sophie, de hecho fue bastante difícil, pero creo que lo
que vale la pena merece un poco de esfuerzo, así que sigue adelante – le dijo
con una sonrisa y ella se la devolvió.
Máximo y Andreas observaba a sus esposas a cierta distancia.
-No puedes quitarle los ojos de encima, ¿eh? – provocó Chariteas a
Vecchio.
-Tampoco tú puedes dejar de mirar a tu esposa.
-Supongo que no. ¿Máximo puedo preguntarte algo?
- ¿Tú preguntándome algo? ¿Tan humildemente? Eso es una novedad.
-Córtala ya…sólo que parece que tu matrimonio es perfecto, ¿cómo haces?
-En realidad fui el peor marido
del planeta, pero existen los milagros, Andreas, y el amor. Y Allyson es ambas
cosas para mí. ¿La quieres?
-Sí.
-También eso es una novedad, el que estés enamorado.
-Lo sé – respondió Andreas que aún no sabía como tratar con los
sentimientos que le despertaba Sophie.
-Entonces no te preocupes, encontrarás la forma de arreglarlo. Créeme
si yo pude lograrlo, tú lo harás. Nunca dejas que te gane en nada.- agregó en
broma.
-Mejor llevémosles la bebida.
-Sí, mejor, antes que se les acerque algún buitre, ya hay un par
rondando – musitó Máximo y su mirada se
dirigió amenazante hacia un par de
hombres que se habían acercado a hablar con Allyson y Sophie.
Los dos se acercaron y los otros hombres se alejaron percibiendo el
peligro. La actitud corporal de Vecchio y Charisteas dejaba en claro su
desagrado.
Máximo se acercó y le dio la copa con jugo de frutas que había
conseguido, luego la abrazó por la cintura dejando que sus manos
descansaran posesivamente en el vientre
de Allyson donde crecía su hijo.
Por su parte, Andreas le dio una copa de champagne a Sophie.
-Andreas, sabes que no tengo mucha tolerancia al alcohol.-protestó
ella.
-Es sólo una copa Sophie, y si te emborrachas yo cuidaré de ti – dijo
él y ella lo miró ceñuda, sin embargo la bebida era deliciosa, dulce,
burbujeante y embriagadora.
Por un segundo ella sintió que toda la noche tenía el mismo efecto que
esa copa de champagne.
-Bailemos – dijo Andreas una vez que ella terminó de beber.
-No soy buena bailando…-se excusó ella.
-Pero esto es un baile, Sophie, deja que te guíe.-dijo él tendiéndole
la mano y ella aceptó.
Minutos después estaba en brazos de Andreas, moviéndose al ritmo de la
música, tenía la sensación de que se deslizaba por la pista, aunque sólo podía
ser consciente del calor del cuerpo masculino, de lo bien que se ajustaban el
uno al otro a pesar de las diferentes estaturas. Tuvo la extraña sensación de
estar donde pertenecía y aquello la sobresaltó. Él percibió su súbita tensión y
la ajustó más a su cuerpo, pero con delicadeza para no asustarla.
-Tranquila Sophie, sólo muévete con la música y confía en mí…-le dijo
pegando su frente a la de ella y la joven sintió que se sumergía en sus ojos
dorados. Sí, estaba embriagada, no con el champagne sino con él y aquello era
muy peligroso. Sin embargo, su cuerpo
hizo caso omiso de las advertencias y se acomodó en brazos de Andreas
para seguir bailando, hasta que la magia acabara y la realidad se impusiera.
Permanecieron un par de horas más en la fiesta y luego volvieron a su
casa.
Sophie entró con los tacones en la mano, había bailado mucho y estaba
cansada, Andreas se quitó la chaqueta y él se deshizo el moño mientras
entraban.
-¿No fue tan malo, verdad? – preguntó él.
-No, no lo fue. La música era buena, los Vecchio son un encanto, la
comida deliciosa, el champagne dulce…– respondió ella con una sonrisa cálida.
Se veía deslumbrante, feliz, cansada y terriblemente tentadora.
-Sophie …- musitó él acercándose a ella y alzó la mirada hacia él.
Andreas se perdió en sus ojos , enredó su mano en el cabello de la joven,
deshaciendo su peinado y la acercó a él, luego bajó la cabeza y la besó.
Ella se sorprendió pero inmediatamente fue persuadida por los labios
cálidos e invitantes, él con delicadeza la urgió a darle entrada para ahondar
la caricia, profundizó el beso incrementando la pasión y por primera vez Sophie
entendió lo arrebatador que podía ser aquel contacto. Antes de darse cuenta se
abrazó al cuello de él para aceptarlo y responderle, y sumida en aquel ensueño
no se dio cuenta de que la levantaba y la llevaba a la habitación.
Con cuidado la depositó en el suelo. La mano de Andreas se deslizó por
la espalda de la joven para bajar el cierre del vestido sin dejar de besarla,
la piel de ella era tan suave como el tejido que se deslizó hasta el suelo con
facilidad, dejándola expuesta ante él.
Al sentir el aire, ella se dio cuenta de que estaba casi desnuda en
brazos su esposo, sólo una prenda diminuta impedía que su desnudez fuera total.
-Andreas…-protestó medio atontada cubriéndose los senos con las manos.
-Sophie…- respondió él con la voz pesada por el deseo y con suavidad
quitó las manos de ella y las reemplazó
por su boca, lo tomó por el cabello para alejarlo pero cuando su lengua se posó
en su pezón realizando ligeras caricias, se aferró a él para no caerse. El
calor, las sensaciones, la invadían
nublándole la razón, apenas podía sostenerse en pie, así que fue un
alivio cuando la levantó en brazos para depositarla en la cama.
Él tenía la impresión de que aquello era una quimera, no podían dejar
que despertasen así que con rapidez se quitó la camisa y se unió a ella, para
seguir besándola y acariciándola.
La joven nunca se había sentido tan inerme en toda su vida, el deseo crecía como un remolino que
la llevaba consigo, las manos de Andreas en su cuerpo, sus labios, no le daban
tiempo para reaccionar, cuando algún pensamiento aparecía en su mente, él hacía
que se diluyera en una ráfaga de placer.
Sin embargo cuando la mano de él llegó al centro de su cuerpo, cuando
lo sintió acariciarla íntimamente mientras quitaba la última prenda e intentaba
acomodarse, reaccionó. El ensueño se rompió en mil pedazos y llegó la
consciencia, estaba por entregarse a
Andreas, iba a dejar que él le hiciera el amor.
-¡No!- gritó y en un movimiento brusco se acurrucó contra el respaldo
de la cama empujando a su esposo lejos de ella. La reacción lo tomó por
sorpresa.
-¿Sophie? – llamó alargando una mano hacia la joven.
-Detente…detengámonos – dijo ella.
-Sophie…tranquila –dijo él y se estiró para besarla pero ella apartó la
cara.
-No podemos seguir – dijo ella.
-¿De qué hablas? Me deseas tanto
como yo a ti.- insistió confuso, pasar del placer a aquella situación lo tenía
desconcertado.
-No..sí…pero no puede pasar – dijo ella y tiró del cubrecama para
cubrir su desnudez. Él se apartó y la dejó levantarse.
-No lo entiendo…-musitó aun sentado en la cama, necesitaba recuperar el
control.
- Cuando esto pase, cuando haga
el amor con alguien quiero que haya amor…no quiero esto.- intentó explicarse
ella.
-¡¿Y qué diablos es esto?!- preguntó enfadado.
-Deseo, Andreas, sólo eso.
-Tú me respondiste – la acusó él sabiendo que era verdad.
- Yo…soy mujer también. Has sido encantador toda la noche, y ninguna
mujer humana se podría resistir si tú te propones seducirla Andreas, pero no
puedes ser tú…si dejo que suceda, te odiaría mañana y me odiaría mucho más a mí
misma.
-¿Y no importa lo que yo siento?
-Tú y yo sabemos bien que sólo quieres usar el juguete antes de que lo
haga otro, nunca cruzamos este límite, Andreas, pero ahora quieres marcarme
como una posesión tuya.
-¡Maldición Sophie! –gritó él, se incorporó y la tomó de un brazo, la
joven retrocedió asustada sosteniendo el cubrecama contra su cuerpo con su mano
libre.
-Me haces daño …-le dijo.
- Lo que acabas de decir es horrible, haces que lo que pasó suene tan
sucio…sólo te necesitaba – le dijo él.
-No, no me necesitas a mí…-respondió ella y él la soltó.
-¿Entonces quieres decir que puedo buscar a otra para que calme mis
necesidades?
-Nunca antes pediste mi permiso – respondió ella.
-¿Y tú irás con Carver?
-Sólo sé que jamás podrás ser tú – le respondió y salió de la habitación
deprisa.
-¡MALDICIÓN! – gritó él golpeando la puerta lleno de frustración. Claro
que la necesitaba y a ella, sólo a ella. Cuando Sophie había respondido, había
sentido que tocaba el cielo, por supuesto que era suya y que deseaba tenerla,
pero jamás por la fuerza o contra su voluntad. La quería como la había tenido
momentos antes, entregándose, respondiendo paso a paso, perdida en sus
caricias. Un rato atrás habían estado sólo ellos dos en el mundo, y aun así ella acababa de rechazarlo, incluso le
había dicho que podía tener a otra mujer. Si fuera posible, si pudiera desear a
otra como la deseaba a ella, su vida sería mucho más fácil, pero
lamentablemente, incomprensiblemente, sólo necesitaba a Sophie. Pero el vestido
rojo tirado en el suelo le recordaba que no la tendría fácilmente, porque
además cuando ella había dicho que nunca sería él quien le hiciera el amor,
había tenido la misma decisión en la mirada que el día que había prometido no
amarlo.
Ella no sabía como lo enfrentaría al día siguiente, se había dado un
baño intentando borrar el rastro de Andreas en su cuerpo, pero cuando se había
mirado al espejo aún tenía los labios inflamados por los besos y las mejillas
sonrosadas. El agua no era suficiente para borrar lo sucedido, porque además, ella
había permitido que sucediera, ella había querido que pasara. Toda la noche
había sido extraordinaria, el baile, las caricias, simplemente cuando él la
había besado con pasión había sido natural que el deseo siguiera su curso. Era
verdad lo que le había dicho a él, ninguna mujer podría resistirse si Andreas
Charisteas decidía seducirla, era como
querer detener al sol, era imposible.
Además últimamente su femineidad adormecida había despertado, era
normal que una mujer de su edad respondiera a los estímulos sexuales, Andreas
era hermoso, sexy, un amante experto y ella era una presa demasiado fácil en
sus manos. No era tan extraño que las cosas hubieran llegado tan lejos, por
suerte un segundo de cordura la había rescatado, evitando que cometiera el peor
error de su vida.
Sin embargo, no sabía como seguir ahora. Sólo de recordar que él la
había visto desnuda, que la había tocado, se avergonzaba. ¿Cómo volverían a ser
los de siempre, después de aquello? Se acostó pero permaneció despierta por
mucho tiempo sin poder encontrar respuestas a sus inquietudes y sin poder
acallar la protesta de su cuerpo por el deseo insatisfecho.
Al levantarse descubrió aliviada que no tendría que lidiar con ello
aún, Andreas se había marchado, dejando una nota que decía que viajaba. Sólo
eso, no informaba ni a dónde ni por cuánto tiempo.
Cinco días después, Sophie seguía sin saber demasiado sobre Andreas, él
sólo había hecho que su secretaria le informara que estaba en Nueva York, pero
sin darle mayores precisiones. En viajes anteriores llamaba para saber como
estaba ella o para contarle cosas, ahora parecía querer poner la mayor
distancia entre los dos, la joven ya no sabía que era lo mejor.
Fue al club de equitación para distraerse un poco, pasó por el establo
que tenían a buscar a su caballo favorito para dar un paseo.
-Hola Niké –saludó al caballo negro acariciándolo, el animal había
bajado su cabeza apenas la había visto entrar.
-¿Van a dar un paseo? – preguntó el mozo de cuadra.
-Sí, Lucio, ¿él está bien?
-Cada día mejor, señora.
-Lo tomaremos con calma – dijo ella y tomó las riendas del animal.
Pasear con Niké significaba que ambos caminarían un rato, el caballo había
sufrido un grave accidente un año antes y era posible que nunca más sirviera
como montura pero a ella le alegraba verlo mejor.
Sophie recordó el accidente. Ella montaba a Niké cuando un ruido lo
espantó, ambos cayeron al suelo y Andreas que cabalgaba a poca distancia corrió
hasta ellos. La joven se había golpeado con bastante fuerza y estaba aturdida,
los gritos de él la hicieron reaccionar. Cuando pudo incorporarse vio a Niké
caído luchando por levantarse. Uno de los cuidadores dijo que se había quebrado
una pata y que deberían sacrificarlo, ella gritó que no, pero Andreas la alejó
maldiciendo al caballo y recordándole que podría haberle costado la vida.
“No lo mates, no fue su culpa” rogó ella una y otra vez entre lágrimas.
Pero él estaba decidido, además le recordó que era un caballo de carreras pura
sangre, si no podía correr, no servía para nada y pagar un tratamiento sería
desperdiciar dinero. Sophie se culpó a ella misma y su poca pericia como jinete
y usó mil argumentos que él ignoró.
“Es una vida , Andreas. No tiene que ver con que sirva o no, es algo
sagrado. Y no me importa si es inútil, puede recuperarse, por favor , deja que
viva, hazlo por mí” pidió sin cesar,
pero él no pareció escucharla, sólo insistía en llevarla al hospital para una
revisión.
La joven estuvo enfadada durante semanas con él, sin siquiera dirigirle la palabra. Finalmente con todo el
dolor del alma, había vuelto al club de equitación porque tendría que celebrar
un almuerzo para beneficencia allí. Entonces el mozo de cuadra la había visto y
le había dicho que el caballo mejoraba, ella lo había mirado desconcertada sin saber a qué se refería.
“¿De qué caballo habla?” había preguntado.
“De Niké por supuesto, su esposo pidió que buscáramos al mejor
veterinario del país para él. No volverá a correr pero está recuperándose” le
había explicado el hombre y ella había corrido a las caballerizas para ver al
animal. Aquella vez casi no había podido creer que Andreas hubiera salvado a
Niké por ella, pero así había sido. Y cuando ella le había agradecido, había minimizado el hecho. Lo conocía,
probablemente mejor que nadie y aún así no acababa de descubrir que clase de
hombre era Andreas. Tampoco sabía lo que estaba pensando en aquellos momentos,
no podía descubrir si se había marchado para darle tiempo o sólo porque estaba
enfadado por lo sucedido.
El caballo bajó la cabeza y le golpeó el hombro levemente, estaba
protestando porque Sophie sumida en sus recuerdos lo ignoraba. Se habían
detenido junto a una cerca a descansar un rato. Ya había pasado un año y él
estaba muy bien.
-Lo siento Niké, pero él no es malo, ¿no lo crees? – le preguntó al animal
mientras lo acariciaba.
Entonces la joven recordó otro hecho, mucho tiempo atrás, al comienzo
de su matrimonio, había asistido a una muestra en una galería y allí se había
encontrado con Anne, la mujer que era novia de Andreas antes de su casamiento.
La rubia se había acercado a ella
y le había dicho en voz baja
“Señorita Tatsis, debe ser agradable
tener dinero, tener lo suficiente como para comprar a un marido como Andreas
Charisteas, aunque dudo que le alcance para tenerlo de verdad”, luego de pronunciar
aquellas palabras se había marchado sin siquiera darle tiempo a responder.
Aunque en realidad Sophie se había quedado sin palabras. Ya no sabía quien
había comprado a quién pero el hecho era que no había amor entre ellos, era
sólo un negocio y pocas noches atrás, ella lo había olvidado en los brazos de
Andreas. De golpe se sintió angustiada y las lágrimas le llenaron los ojos.
-¿Sophie?-llamó alguien a sus espaldas y oyó piafar al caballo. Al
darse vuelta vio a Russell Carver parado a su lado.
-Russell…-alcanzó a decir antes de largarse a llorar, el joven se
apresuró a abrazarla y ella lloró desconsoladamente hasta que ya no le quedaron
lágrimas.
- ¿Me dirás que sucedió? ¿Charisteas te hizo algo?– preguntó él cuando
ella se calmó.
-No, no es eso…
-¿Entonces?
-No lo sé, estaba recordando el accidente de Niké y supongo que me
entristeció –mintió ella.
-¿Niké?
-El caballo – dijo señalando al animal.
- Ya veo, Niké…como la
Victoria…Con ese nombre no deberías preocuparte por él.
-Creo que no – dijo la chica e intentó sonreír.
-Vamos Sophie, te llevaré a tomar algo.
-No, sólo quiero ir a casa. No te preocupes.
-Está bien, pero yo te llevaré, no te dejaré marcharte sola en ese
estado. No sabes lo mucho que lamento haberme tenido que ir a Londres.
-Russell, por favor…
-Lo sé. Pero por lo menos, deja que hoy sea tu amigo Sophie. Vamos – le
dijo y se marcharon juntos con Niké.
Russell la llevó hasta su casa.
-Sophie, si quieres contarme qué te sucede llámame – le dijo antes de
despedirse, dejando en claro que no había creído sus excusas.
Entró a la casa, confirmó que no hubiera mensajes en el contestador y
luego se dejó caer en el sofá. Estaba emocionalmente agotada, el cachorro salió
a recibirla y Sophie lo alzó.
-Uno me hace llorar y el otro me consuela…no es tan difícil elegir,
¿verdad Pocket? – preguntó ella y el perro ladró.
- Lo sé, lo sé…él te trajo a casa – dijo ella acariciándole la cabeza.
Ya llevaba más de una semana lejos, pero en realidad no tenía el coraje
para volver y encontrarse con Sophie. Andreas se quedó mirando las luces de la
ciudad mientras reflexionaba sobre qué paso dar a continuación, había querido
ir despacio porque sabía que Sophie jamás le creería si le decía que la amaba,
pero así era. Había planeado conquistarla, enamorarla de a poco, hacer que ella
se diese cuenta de lo valiosa que era para él, hasta lograr que lo viera como a
un hombre, pero entonces Russell había aparecido en escena y ella había pedido
el divorcio. Todo eso lo había hecho ser impulsivo y ahora Sophie creía que actuaba
movido por su ego herido, ella no era una posesión que alguien pudiera
arrebatarle, era la mujer que amaba y por ello se enfurecía al pensar que
pudieran alejarla de su lado. Y ni siquiera quería contemplar la idea de que
ella se entregara a otro, pero tampoco le valía tener su cuerpo sin tener su
corazón…lo quería todo, pero la vieja promesa era un murallón infranqueable
entre los dos.
Sin embargo estar tan lejos no era buena idea, debía volver y encontrar
un modo, aunque imaginaba que la tortura sería peor al tenerla tan cerca y recordar los sucesos recientes.
-¿Ya te decidiste a volver a tu casa? – preguntó una voz a sus
espaldas.
-En eso estaba pensando hasta
que decidiste interrumpirme-contestó Andreas a su amigo Alexandro Angellis y
éste sonrió burlonamente
- Sinceramente no sé que haces en Nueva York, Andreas. Porque lo de los
negocios son excusas…no tenías nada urgente que requiriera tu atención
personal.
-Ya no molestes Alexandro.
-¿Molestar? Eres tú quien ha estado de un humor de perros desde que
llegaste.
-Entonces, cuida que no te muerda…
-Noooo, sólo ladras. Lo que me gustaría saber es por qué, estás
actuando bastante raro últimamente, qué te tiene tan molesto.¿Quieres algún
consejo? - le preguntó con un brillo divertido en sus ojos verdes.
-Juro que me encargaré de que tu naviera tenga problemas si sigues con
esto.
-Está bien, está bien…¿sabes? , creo que tienes que volver a tu casa,
encerrarte con Sophie por un par de meses y eso arreglaría todo.-le dijo
mirándolo especulativamente.
-¡Qué diablos! – exclamó Andreas, odiaba ser tan obvio.
-No hay nada que yo no sepa – dijo Angellis.
-En algún momento te tocará a ti, Alexandro y en ese momento voy a
divertirme mucho.
-De acuerdo, pero ahora es mi turno –dijo Angellis con una sonrisa
traviesa y Andreas gruñó en respuesta.
Cuando regresaba de noche de un viaje, tocaba el timbre, ya que una vez
había abierto la puerta y Sophie se había asustado pensando que era un ladrón,
sin embargo esta vez Andreas dudó sobre qué hacer.
Por un lado era tarde y por otro no estaba preparado para ver a su
esposa, no sabía que decirle. “¿Debía pedirle perdón o que terminaran lo que
habían comenzado aquella noche, más de una semana atrás?”
Frunció el ceño al recordar las burlas de Alexandro y las acusaciones
de cobardía y finalmente llamó a la
puerta.
Sophie parpadeó un par de veces al abrir, estaba medio dormida y le
resultó sorpresivo ver a Andreas parado en la entrada. Él también la miraba
confuso mientras sostenía un pequeño bolso de viaje.
-Hola, ¿puedo entrar? – dijo él finalmente sonriendo.
-Ohhh, pasa – dijo ella dándose cuenta de que estaba bloqueando la
entrada.
-Gracias – dijo él y al pasar a su lado le llegó el aroma de su piel
como si fuera un golpe. La había extrañado de una forma que la joven jamás imaginaría.
Sophie estaba adormilada, con el cabello desordenado, con una bata ridículamente gruesa y llena de
corazoncitos, sin embargo nunca le había parecido más bella.
-No sabía que regresabas hoy – comentó ella restregándose los ojos.
-Ni yo – respondió él con un deje de sarcasmo que ella no captó.
-¿Quieres algo?
-No gracias, comí en el avión. Vuelve a dormir, yo me daré un baño y
veré si puedo descansar un poco.
-Está bien – asintió ella y en ese momento apareció Pocket dando
pequeños ladridos de alegría.
Andreas se agachó para acariciarlo.
-Vaya, parece que me has extrañado…ya has crecido de nuevo. Creo que un
día llegaré y parecerá un oso – le comentó a Sophie con una sonrisa.
-Tal vez …-dijo ella y lo miró como si fuera a agregar algo más pero no
lo hizo.-Me voy a dormir entonces.
-Bien, nos vemos mañana – le dijo él y ella asintió levemente.
A la mañana siguiente Sophie lo encontró esperándola en la cocina. Al
verlo su mente de llenó de imágenes de lo sucedido y se sonrojó, estuvo tentada
a salir corriendo de allí, pero Andreas habló antes de que tuviera tiempo.
-Tenemos que hablar Sophie, ven siéntate.
-Yo…
-Sophie, no podemos seguir huyendo. Siéntate .- insistió él y ella se
sentó .
-Andreas.
-Sólo pasó Sophie, tal vez fue porque como dijiste esa noche del Baile
fue perfecta, o lo que sea, pero lo
mejor será aceptar que pasó y…
-Dejarlo atrás – dijo ella decidida y Andreas no tuvo más remedio que
asentir aunque pensara totalmente lo opuesto.
-Hemos vivido muchas cosas en estos tres años, dejemos que esa noche
sea una más de las cosas que vivimos y
sigamos adelante. No quiero que esto haga que nos escondamos uno del
otro por los próximos seis meses, somos un hombre y una mujer , alguna vez
tenía que pasar. –dijo él finalmente.
-Pero no pasará nuevamente –dijo ella con seriedad.
-Me quedó claro la última vez, no te preocupes. Sólo quiero que
volvamos a tratarnos como antes de que sucediera. No era tan malo, ¿verdad?.
-No, cuando no peleamos, está bien.
-Entonces haremos eso. Pero Sophie, antes de que dejemos esto en el
pasado hay algo que quiero que te quede claro.
-Dime.
-Lo que dijiste sobre mis motivos, estabas equivocada. Nunca te usaría
de esa manera, no te haría el amor por una cuestión de orgullo herido. Vales
más que eso para mí. Te deseaba esa noche, Sophie, no busques motivos ocultos.
-Yo…-dijo ella totalmente confusa. No sabía como reaccionar. Acababan
de acordar dejar atrás lo que había pasado, pero ahora las palabras de Andreas
volvían a reflotar todo. No estaba segura de sentirse aliviada, porque cuando
él le había confesado que la había deseado, mirándola con aquellos expresivos ojos
dorados, sus latidos se habían agitado.
- Por favor, Andreas.
-Sólo quería que lo supieras. Ahora podemos olvidarlo todo –le dijo él
y se paró para marcharse a trabajar. No
se atrevió a tocarla pues temía no poder controlarse, sólo pasó a su lado y se
fue.
Sophie se quedó sentada un largo rato
tras la partida de su esposo, necesitaba ordenar sus emociones.
Él había dicho que olvidarían todo y que volverían a la normalidad,
pero temía que no fuera posible. Aún sin que la tocara podía recordar la
sensación de sus cuerpos juntos, de sus caricias, de la intimidad que había
descubierto con él. Y aunque Andreas dijera que no tenía malas intenciones, no
podía evitar sentir que estaba jugando con ella.
Con el correr de los días las reservas de Sophie se disolvieron,
Andreas la trataba con la cordialidad de siempre, sin traspasar los límites,
incluso le daba la sensación de que era una hermanita menor para él.
Estaba pensando en eso cuando se le ocurrió una pregunta para su
marido. Ella estaba sentada en un sillón leyendo y él en otro trabajando en su
laptop.
-Andreas..-dijo ella captando su atención inmediatamente.
-¿Sí?
-¿Te hubiera gustado tener hermanos?
-Mmm, no lo sé. Tal vez.
-Supongo que no hermanos mayores, porque no eres bueno para seguir
órdenes – agregó ella imaginando la situación.
-Es verdad, ya con Nikos tengo bastante – dijo él refiriéndose a su
abuelo.
-Creo que hubieras sido un buen hermano mayor – le dijo y en verdad lo
creía, Andreas era duro pero tenía una veta protectora y podía ser muy amable
cuando se lo proponía, seguramente se hubiera entrometido en la vida de sus
hermanos pero también hubiera velado por su bienestar.
-¿En verdad lo crees? – preguntó él ya que aunque fuera un mínimo
halago de Sophie le resultaba grato.
-Sí,de verdad.
-¿Y a ti, te hubiera gustado tener hermanos? – le preguntó él a su vez.
-Sí, me hubiera sentido menos sola cuando crecía y probablemente
también hubiera podido hablar con ellos sobre mis padres. Mi abuelo nunca habló
de ellos después de su muerte.
-Sabes que puedes hablar conmigo de ellos – dijo él y ella lo miró con
curiosidad.
-En realidad lo he hecho, durante estos años he hablado contigo sobre
ellos. No me había dado cuenta antes, gracias Andreas.
-También yo te he hablado a ti de mis padres.
-No me has dicho mucho.-expresó ella.
-Créeme Sophie, eres la persona a la que más cosas le he contado, la
que más sabe sobre mí.-le confesó él y ella lo miró sorprendida. Andreas era
muy reservado, nunca había creído que le hubiera contado a ella cosas que no
hablaba con los demás, pero si lo analizaba, él decía la verdad. Durante
aquellos años habían hablado mucho, ninguno parecía tener a nadie más, así que
se habían escuchado mutuamente.
Era muy extraño, pero paradójicamente, aquel hombre era la persona más
cercana que tenía. Y también quien más dolor le había causado.
También recordó que aún debía agradecerle a la madre de Andreas los
pendientes, pero tal vez no tuviera oportunidad de hacerlo, no tenía sentido
entrar en contacto con ella cuando pronto se separaría de Andreas.
Repentinamente Sophie notó la mirada de Andreas y fue conciente de que
una vez más se había perdido en sus pensamientos.
-¿Terminaste con el trabajo? – le preguntó intentando disimular.
-Sí, lo terminé. En realidad tenía algo que proponerte -dijo él .
-¿Algo que proponerme?
-Sí. En un par de semanas tú empezarás tus clases y yo he tenido un
tiempo bastante complicado en el trabajo, ¿qué te parece si hacemos un viaje
antes?
-¿Un viaje? –preguntó totalmente sorprendida, dado como estaban las
cosas entre ellos no creía que fuera una buena idea. Por lo visto, Andreas
estaba aficionándose demasiado a viajar últimamente, sólo que era la primera
vez que le proponía que viajaran juntos, sólo por diversión.
- Necesitamos un descanso, y también mejorar un poco nuestro humor.
Algo así como una tregua.
-No creo que sea una buena idea…
-Últimamente han pasado muchas cosas, nos hará bien relajarnos –
insistió él. Ella lo dudó un rato, pero tal vez tuviera razón, tal vez cambiar
de ambiente y pasar tiempo con Andreas en otra situación, le aclararía un poco
la mente.
-Está bien. ¿Y dónde iremos?
-Singapur.- dijo él con una sonrisa y ella lo miró extrañada.
-¡¿Singapur?! – preguntó, había esperado algún destino más tradicional
y acorde a las preferencias de él, no un lugar tan exótico
-Sí, tengo ganas de relajarme Sophie, de ser un turista ...¿qué te
parece?.
-No estoy segura..-respondió ella con sinceridad y él río mientras
volvía a prender su laptop.
-¿Seguirás trabajando?
-No, haré las reservas de
pasajes y en el hotel.- contestó entusiasmado y Sophie sintió que se le formaba un nudo en el estómago.
-¿Cuándo iremos? – preguntó ella
-Mañana.
-Andreas, no puede ser mañana, hay muchas cosas que organizar, por
ejemplo tenemos que buscar quien cuide a Pocket.
-Sophie, existen las guarderías caninas.
-Pero se sentirá muy solo si no conoce a nadie.- dijo ella.
-Sé lo que haremos, contrataremos a la señora esa que hace la limpieza
con la cual se encariñó para que cuide de él hasta que regresemos, serán sólo
unos días Sophie.
-Está bien – acordó ella no de muy buena gana.
-Y en cuanto al equipaje no tenemos que preocuparnos, llevaremos lo
mínimo necesario y lo demás lo compramos allá.- afirmó él y ya no discutieron
más sobre ello.
Dos días después, llegaron a Singapur. A pesar de tener un avión
privado, Andreas había preferido que utilizaran un vuelo comercial, quería que
fuera diferente a cualquier viaje que hubieran hecho antes.
-Sophie, dame tu alianza – le dijo antes de que abordaran el taxi que
los llevaría al Hotel Shangri –La.
-¿Qué?
-Tu alianza, Sophie, dámela. Reservé habitaciones separadas. ¿No te
parece que sería muy raro que un matrimonio utilice habitaciones diferentes?
Pensarán que estamos locos –le dijo mientras se quitaba la de él. La joven le
alcanzó su anillo de matrimonio y él guardó ambos en su bolsillo.
-¿Qué somos entonces? – preguntó ella. Comprendía que él hubiera
reservado habitaciones separadas, pero en verdad complicaba un poco las cosas,
cómo se presentarían a los demás. En otras oportunidades habían utilizado una
suite con dos cuartos.
- Somos novios – dijo él
sonriendo y le tomó la mano para llevarla hasta el taxi mientras Sophie
lo miraba sorprendida.
Un rato después se registraron en el hotel, era un maravilloso lugar
con todos los lujos, situado en medio de fastuosos jardines. El hotel estaba
lleno de encanto y si aquello era una muestra de lo que les esperaba en
Singapur, sería un viaje increíble, acomodaron sus cosas en las habitaciones y
Andreas la invitó a pasear.
-¿Dónde iremos? – preguntó ella.
- No lo sé. Recorreremos la ciudad, compraremos un par de cosas y
disfrutaremos del viaje, vamos – dijo y le volvió a tomar la mano. Tomaron un
taxi para que los acercara a la zona comercial
de Orchard Road y empezaron a caminar. Ella estaba segura de que era la
primera vez que él salía sin tener un plan previo y parecía disfrutarlo mucho.
-Ya puedes soltarme – dijo ella intentando soltarse de la mano de él.
-Estamos en un país desconocido, hay mucha gente y no quiero perderte,
así que no voy a soltarte –contestó Andreas y para reafirmarlo le sujetó la
mano con más firmeza pero sin hacerle daño. Sophie se resignó y dejó que el
calor de la mano de él envolviera la suya, no era tan malo después de todo.
Singapur tenía tiendas de las mejores marcas del mundo, sin embargo no
entraron a ninguna de ellas, fueron a un
centro comercial donde él sugirió que compraran ropa para los próximos días ya
que prácticamente habían viajado con lo puesto.
-Elige ropa para mí, Sophie.- le propuso y entraron a una tienda de
ropa masculina
-Pero…
-De todas formas no recuerdo cuando fue la última vez que compré una
camisa o una corbata para mí, lo has hecho tú todo este tiempo.
- Es parte de mis deberes, después de todo. Y no es lo mismo elegir
trajes que ropa casual –contestó ella y a él no terminó de agradarle aquella
respuesta. Era verdad, durante aquel tiempo Sophie había cumplido con el papel
de la Señora Charisteas,
haciendo todo lo que se esperaba que hiciera. Pero esta vez,él quería algo
distinto.
-Vamos Sophie, es tu oportunidad. Siempre dices que tengo complejo de
Dios griego, búscame algo para que me vea más normal. –le dijo en broma.
-Como si eso fuera posible …- murmuró ella y lo hizo reír. En realidad
Sophie no creía que Andreas pudiera verse “normal”, él destacaba siempre. En
aquel momento llevaba un pantalón claro liviano y una camisa y aun así parecía
un Dios griego. Por donde iban las mujeres
lo miraban.
-Vamos, elige algo para mí, odio comprar ropa.
-Pero te pondrás lo que yo elija…
-Sí Sophie, así que intenta no ser cruel…nada de colores extravagantes
ni con animalitos, por favor – le dijo y ella no pudo evitar reír.
Comprar ropa juntos era más divertido de lo que hubieran creído, ella
le mostraba modelos horribles y él
fingía espantarse, o cuando Sophie dudaba entre un par de modelos, lo
obligaba a probárselos para decidirse y Andreas aceptaba resignado, ella sabía
elegir ropa que le gustara incluso un par de veces eligieron la misma prenda
del perchero.
Finalmente eligió unas tres
camisas de manga corta, una de ellas con un bordado en la espalda, un par de
remeras de hilo y varias camisetas, además de un pantalón negro de tela
liviana. También compró unos jeans y Andreas eligió unos pantalones cortos y
dos pantalones largos de verano con un corte moderno y llenos de bolsillos,
totalmente diferentes a los pantalones de traje que usaba habitualmente.
Completaron las compras con un sweater y dos chaquetas ligeras, aunque
hacía mucho calor, era probable que refrescara de noche.
-Ahora es tu turno – dijo él y entraron a una tienda de ropa femenina.
Sophie eligió un par de vestidos, algunas remeras y unos pantalones
cortos.
-¿Sólo llevarás eso?- preguntó él sorprendido.
-Sí, no necesito tanta ropa para pocos días.
-Sophie, eres única. Una mujer nunca tiene suficiente ropa – le dijo y
la llevó a buscar más prendas. Él eligió unos vestidos frescos y juveniles, y
unas blusas que le encantaron a Sophie. La chica pudo comprobar que en verdad
Andreas conocía su talle y que tenía un gusto excelente.
Al terminar, él había elegido el doble de ropa de lo que ella misma se
había comprado.
Cuando Andreas entregó su tarjeta para pagar la vendedora la miró con
una sonrisa y Sophie se sonrojó, sabía que la chica pensaba que tenía suerte
por estar con un hombre tan generoso, aunque ella sabía muy bien que el dinero
nunca había sido un problema. Sin embargo, era verdad que esta vez había sido
diferente.
Finalmente él pidió que enviaran sus compras al Hotel, ya que el Centro
comercial ofrecía aquel servicio y les permitiría seguir paseando sin tener que
cargar los paquetes. Luego insistió en entrar a un comercio de electrónica,
donde compró una cámara digital.
-Ya tenemos cámara – dijo ella.
-Sí, pero la dejamos en casa. Y quiero que saquemos fotos, es lo que se
acostumbra, ¿verdad?
-Andreas…- protestó ella pensando que
no tenía sentido conservar fotos de aquel viaje, eso se hacía cuando uno
quería atesorar un momento, para volver a verlo después. Entre ellos no habría
después.
-Sonríe, Sophie – le dijo Andreas repentinamente y sacó una foto. Sin
embargo cuando la miró, notó que la sonrisa no le llegaba a la mirada, ella
tenía una expresión triste.
Su madre le había dado un único consejo cuando habían hablado en
Francia. “Crea tantos recuerdos como puedas, es una forma de entrar en su
corazón”, le había dicho y le había explicado que tras la muerte de su padre, ella
se había aferrado a los recuerdos que tenía con él y que eso la había ayudado a
seguir.
Más allá de lo que sucediera, él quería crear buenos recuerdos entre
ellos, sabía que había habido muchos malos momentos en el pasado y quería
borrarlos con momentos felices. Volvió a tomar la mano de Sophie y empezó a caminar.
-¿Dónde vamos ahora? – preguntó ella.
-Donde quieras. Es tu oportunidad, dime que cosas has querido hacer
siempre y lo haremos.
-¿Lo dices en serio? – preguntó y su rostro se iluminó.
-Lo que quieras, Sophie.
-Pero dijiste que querías relajarte del estrés del trabajo, también hay
cosas que debes querer hacer.¿Qué planeaste?- le dijo ella cambiando de
expresión.
- Mi plan, era no tener plan, sólo disfrutar el momento, tú eres mejor
para esto que yo, Sophie, haremos lo que quieras.
-Bien -aceptó ella con una sonrisa y sacó de su bolso una guía y
folletos que había pedido en el hotel.
Fueron a recorrer la zona colonial, allí almorzaron y saborearon
exquisitas comidas típicas que eran una mezcla de comida india, malaya y china.
Probaron arroz frito llamado Nasi ayam goreng y
omelettes de ostras, entre otras cosas.
Luego siguieron paseando, era un lugar maravilloso, muestra de la
pujanza económica y la modernidad pero al mismo tiempo con un mágico toque
oriental que cautivaba.
-No tenemos que recorrer todo hoy, tenemos más días – dijo Andreas a
Sophie al ver que ya estaba cansada.
-Pero hay tanto para ver,
¿sabías que hay un parque de mariposas? Quiero ver eso – comentó ella mientras
estudiaba uno de los folletos.
-Lo haremos mañana, ahora volveremos al hotel a descansar, entre el
viaje y lo que recorrimos hoy me preocupa que cuando nos acostemos no nos
levantaremos hasta dentro de una semana.
-Lo siento, creo que me entusiasmé demasiado – dijo ella.
-No te preocupes, eso no me molesta, sólo no quiero que te agotes en
nuestro primer día. Vamos a descansar un poco – dijo y le pasó la mano por los
hombros para ir a buscar un taxi que los llevara de regreso al hotel. Era
verdad que estaba cansada, mientras viajaban en el auto, Sophie sintió que se
adormilaba, la caminata, el calor, estaban haciendo efecto.
-Descansa unos minutos – le dijo Andreas y la obligó a apoyar su cabeza
en su hombro.
Llegaron al hotel, subieron a sus habitaciones a darse un baño y
cambiarse y él la invitó a cenar en el restaurante del hotel.
-Gracias, tenías razón. Creo que necesitábamos esto – le dijo ella
cuando terminaron de comer.
-El placer es mío, lamento que no se me haya ocurrido antes.
-Bueno supongo que es porque
siempre viajas mucho.- comentó Sophie.
-Sí, pero creo que es mi primer viaje de esta clase.- le dijo y era
cierto. Acostumbraba viajar por negocios a las principales ciudades del mundo y
conocía los lugares más destacados,
también Sophie, pero nunca habían hecho un viaje donde disfrutaran del turismo, sin planes
previos. De hecho ni siquiera habían hecho viaje de Luna de miel, debido a la
naturaleza de su relación. Andreas deseó poder hacer un viaje de ese tipo con
ella, uno donde fueran una pareja de verdad, donde no tuviera que preocuparse
por su reacción cada vez que le tomaba la mano o se le acercaba. No quería
jugar a ser enamorados, quería que fuera real.
- ¿En que piensas? – preguntó Sophie.
-En nada, vamos a dormir, así mañana salimos temprano y podemos ver tu
parque de mariposas.- le dijo y ella asintió.
A la mañana siguiente, Sophie se despertó con una llamada de teléfono a
su habitación.
-¿Sí?- atendió medio dormida.
-Vamos Sophie, deja de dormir. Estoy esperándote en recepción, te doy media hora. Apúrate cariño
o se nos volaran las mariposas, y ponte ropa cómoda. Treinta minutos es lo
máximo que tienes.– le dijo Andreas y colgó. Sophie creyó que aún estaba medio
dormida, pues él la había llamado cariño, claro que si estaba haciendo la
llamada desde el lobby del hotel era natural que utilizara aquel tratamiento
cariñoso. Se dio una ducha rápida, se puso unos pantalones cortos y una
camiseta blanca con breteles finos que había comprado el día anterior y bajó
deprisa, Andreas odiaba esperar.
Lo buscó con la mirada, pero no lo encontró, hasta que volvió a mirar
al hombre alto que estaba esperando. Era Andreas, pero se veía tan diferente
que le había costado reconocerlo, no quedaba nada del magnate griego, era un
joven de 29 años totalmente devastador.
Iba vestido con una de las camisetas que ella le había comprado, sólo
que le quedaba más ajustada de lo que había imaginado al adquirirla, llevaba
unas bermudas de jean y una gorra de béisbol haciendo juego.
Ella había pensado que no había nada más tentador que Andreas
Charisteas vestido formalmente, sin embargo aquel Andreas vestido con ropa
informal y actitud relajada, era terriblemente peligroso. Parecía un felino al
acecho, sexy y despreocupado. Sophie se quedo detenida un momento observándolo,
hasta que él la vio y se acercó a ella.
-Aquí estás – le dijo sonriendo.
-Sí, ¿nos vamos?
-Claro, espera un momento – le dijo poniéndose frente a ella y le puso
una gorra blanca que llevaba en la mano- Ahora sí, así evitaremos que el sol te
haga mal.
-Soy griega Andreas, estoy acostumbrada al sol.
-También yo, pero mejor prevenir que curar. Ahora vamos – dijo y le
tomó la mano una vez más. Esta vez ella no se sobresaltó, sólo se agarró fuerte
a él.
Fueron al Butterfly Park donde vieron las mariposas de Sophie, Andreas
aprovechó a tomar muchas fotos, sobre todo quería captar la expresión de
fascinación de ella cuando aquellas etéreas criaturas la rodeaban o se posaban
ligeramente en sus manos extendidas.
Luego volvieron al centro de la ciudad y comieron cangrejo picante,
después de descansar un rato recorrieron uno de los mercadillos de artesanías y
antigüedades. Cenaron en la zona de Clarke Quay a orillas del río y decidieron
dar un paseo en barco al día siguiente. Finalmente cerca de la medianoche
regresaron al hotel.
Al día siguiente pasearon en barco, tal como habían planeado, por el
río Singapur hasta Clifford Pier y One Fullerton, donde la estatua del Merlion,
el símbolo nacional, se yergue presidiendo la desembocadura.
-Parece una deidad, ¿verdad? – preguntó ella admirando al ser mitad
león y mitad pez y uno de los otros pasajeros que iba en el barco les explicó
que era representaba el nombre de Singapur ya que significaba Ciudad de los
Leones en sánscrito y al mismo tiempo su vinculación histórica con el mar.
Andreas se colocó detrás de Sophie y la abrazó.
-Tal vez debas pedirle un deseo…- le susurró bajando la cabeza, pero
inmediatamente se arrepintió porque sabía muy bien que el deseo de ella era
librarse de él. Por las dudas, él también pidió un deseo y puso su confianza en
la sabiduría de aquel ser de piedra. Si Singapur les había dado aquella efímera
felicidad, tal vez también podía convertirla en algo cierto y duradero.
- No creo en pedir deseos, Andreas – le dijo ella y él sintió culpa. Él
había contribuido a ello, lo sabía pues tres años atrás, en un pequeño salón
había visto como los sueños de ella morían por culpa de sus palabras.
-Tal vez deberías creer de nuevo – le dijo y ninguno volvió a decir nada
hasta que descendieron del barco.
Siguieron recorriendo la ciudad y Andreas la convenció de ir al cine.
-Hemos visto muchas películas en casa, pero nunca hemos ido al cine,
además está en inglés así que la entenderemos sin problemas - le dijo ya que
ambos dominaban el idioma y un rato después estaban en la fila con un gran vaso
de popcorn cada uno.
Al entrar, él la rodeó con sus brazos para evitar que la empujaran y,
súbitamente, Sophie recordó lo que se sentía ser abrazada por él en medio de la
pasión. Sin embargo, se apartó tan pronto ingresaron a la sala y ella recobró
la compostura.
Lo que no pudo hacer a un lado fueron las palabras que él le había
dicho al llegar a Singapur, al pedirle su alianza, le había dicho que serían
novios, y curiosamente esa era la sensación que ella tenía. Parecía que cada
día tenían una cita. Ella jamás había tenido un novio o salido en una cita,
primero había estado muy protegida por Stefanos y ocupada en sus estudios,
luego se había casado con Andreas.
Ir al cine, de compras, caminar tomados de la mano, todo aquello era
una novedad y le generaba mucha aprehensión, porque le resultaba muy fácil
dejarse llevar.
Por suerte la película era muy entretenida y pudo concentrarse en ella,
dejando a un lado sus dudas.
Cuando salieron del cine, fueron a ver un espectáculo al aire libre.
Había tantas cosas para ver y hacer en Singapur que Sophie solía pensar que
nunca regresarían a su casa.
-¿Cuándo nos vamos? – le preguntó a Andreas.
-¿No lo estás pasando bien?
-No es eso, sólo que pensé que nos quedaríamos dos o tres días.
-Una semana, nos quedaremos una semana entera. ¿Ya te has aburrido de
Singapur…o de mi? –preguntó él mirándola con intensidad.
-No, no es eso. Aún hay muchas cosas que ver. Sería una pena marcharnos
ahora..-dijo ella evitando comentar algo
sobre él.
- Bien, ¿dónde iremos mañana? – preguntó Andreas con una sonrisa
aligerando el clima que se había creado entre ellos.
Aquel día Sophie había planificado una visita a un gran templo
cultural futurista construido a la orilla
de la bahía, era el emblema cultural de la ciudad ya que albergaba museos,
galerías de arte y salas de concierto. Y a la noche Andreas había propuesto que
fueran a cenar y bailar a alguno de los famosos clubes nocturnos.
Sophie estaba preparándose para la salida cuando una llamada de Rusell
le cambió el humor. Cuando le contó que estaba con Andreas en Singapur, él se
enojó y puso en palabras lo que ella
había estado pensando una y otra vez que su esposo estaba manipulándola para
hacerla desistir del divorcio.
-¿Estás bien? –preguntó Andreas cuando se reunieron.
-Sí, supongo que el calor me ha afectado un poco – le mintió pues aún
tenía presente su charla con Carver.
-Podemos quedarnos…- propuso él al ver la tensión que ella irradiaba.
-No, está bien. Después de todo
estaremos en un espacio cerrado y climatizado, estaré bien.
- De acuerdo.
Finalmente recorrieron el inmenso complejo y ella pudo distraerse,
aquel lugar obraba magia, porque la chica se negaba atribuírselo a su esposo,
porque aunque lo negara, Andreas también tejía redes de encanto que lograban
distraerla.
Sin embargo, dijo que estaba cansada y se excusó de la salida nocturna.
No tenía ánimo para seguir a Andreas a algún club, nunca se sentía adecuada, él
se desenvolvía con naturalidad como en cualquier situación, pero ella se sentía
torpe. Y tampoco podía olvidar lo que había hablado con Russel, cada vez le era
más difícil recordar que era una farsa y estar juntos en una salida nocturna no
ayudaría mucho.
-Está bien, quédate a descansar en el hotel, ya saldremos en otro
momento- dijo él con gentileza cuando la joven se excusó.
-Puedes salir tú, si quieres – sugirió ella.
-No Sophie, no me interesa ir sin ti. Creo que aprovecharé para hacer
un poco de ejercicio en el gimnasio del hotel o tal vez nadar un rato en la piscina.
-No puedes quedarte quieto, ¿verdad?. No estás acostumbrado a descansar
- comentó ella. En aquellos días no lo había visto utilizar su celular ni la
laptop, le parecía increíble que él no estuviera trabajando.
-No mucho, necesito gastar mi energía- contestó él y evitó decirle que
ella era la principal responsable de su inquietud. Necesitaría nadar unas diez
vueltas a la piscina si quería acallar el deseo que sentía por ella y seguir
manteniendo el control. Llevarla a un lugar lejano y compartir todos los días
con la mujer que quería había sido una gran idea y, al mismo tiempo, la más
estúpida que había tenido. Pero aunque debiera poner todo su autocontrol en
juego, no iba a actuar en forma imprudente, ya había cometido suficientes
errores como para dos vidas, era momento de que hiciera las cosas bien.
En el pasado había tenido distintas amantes, pero jamás había querido a
alguien como para esperar por ella, sólo Sophie podía provocar eso en él. Sólo
ella le importaba tanto.
Finalmente se despidieron y cada uno fue a su habitación.
Les quedaban sólo tres días más en Singapur, así que aprovecharon para
ir al famoso parque de pájaros y a un precioso acuario, entre otros lugares.
Andreas no volvió a mencionar las salidas nocturnas, prefería caminar sobre
terreno seguro.
Sophie había vuelto a relajarse y Andreas estaba contento de verla
mirar el mundo con aquel deleite casi infantil, había comprendido que ella
tenía la capacidad de contagiarle aquel sentimiento. Las cosas se veían diferentes
cuando estaba con ella. Había sido así en los pasados tres años, Sophie
señalando algún detalle en una obra de arte, mirando alguna escena cotidiana
como si fuera un milagro, contemplando a los niños con una sonrisa distraída,
jugueteando con Pocket o disfrutando de una comida que le gustara, ella podía
transformarlo todo con su mirada. Por un segundo, Andreas se preguntó si
también podría transformarlo a él, si alguna vez podría mirarlo con amor, si alguna vez podrían dejar atrás el pasado.
-Andreas, mira – dijo Sophie y él detuvo el fluir de sus pensamientos.
Aún le quedaba más tiempo junto a ella en aquella tregua que se había
concedido, iba a aprovechar el tiempo. La joven le había señalado unas cometas
que volaban por el cielo, por lo visto había una especie de competencia en un
parque, fueron caminando hacia allí y contemplaron el colorido espectáculo.
La joven contempló sesgadamente a su marido, estaba disfrutando al ver
volar las cometas, su expresión era diferente a la habitual, más suave, menos
seria. Sophie pensó que tampoco él había tenido una infancia normal. No había
conocido a su padre, y encima de eso había tenido que ocupar su lugar y
aguantar que las expectativas que habían
tenido para Leandros Charisteas, se las traspasaran a él. Su madre había sido
muy joven e insegura y por ello le había cedido la custodia a Nikos, el abuelo
de Andreas, y había dejado al niño a su cuidado. Lo había hecho creyendo que
era lo mejor para él, y luego de estar un par de años juntos, se había marchado
a Francia. Sin dudas había actuado de esa forma para protegerlo de las
habladurías, creyendo que al irse ella, su hijo quedaría libre de los
malintencionados comentarios sobre su nacimiento ilegítimo, pero no había
resultado así y él sólo se había sentido solo y abandonado.
De hecho, de las veces que Sophie había visto a Andreas durante la
infancia y principio de la adolescencia, recordaba a un niño serio y callado,
no recordaba haberlo visto reír o jugar. Luego se había convertido en un
jovencito bastante tenaz y orgulloso, y después en un hombre ante el que todos
retrocedían, incluso ella.
Sin embargo, ahora parecía ser un hombre diferente, de una forma en que
ella no alcanzaba a comprender.
Cuando terminó la demostración de cometas siguieron caminando por el
parque y Andreas concentró su atención en unos jóvenes que hacían rollers.
-Noooooooo, ni se te ocurra – protestó Sophie al imaginar lo que él
pensaba, pero sólo sonrió y un rato después ambos estaban calzándose los
patines roller que él le había comprado a los jóvenes, por un precio muy
superior a lo que deberían costar nuevos.
- No tengo buen equilibrio, voy a caerme – dijo ella sin querer
levantarse del banco en el que se había sentado.
-Vamos, Sophie, tú eres valiente – dijo él tendiéndole una mano.
Andreas, jamás antes había practicado aquel deporte, pero obviamente lo hacía a
la perfección como si llevara toda la vida haciéndolo, ¿es que nada era
imposible para él? Podía construir un imperio financiero o andar en patines
como si hubiera nacido para ello.
Sophie aceptó su mano, pero apenas intentó deslizarse perdió el
equilibrio y sólo los rápidos reflejos de él impidieron que cayera al suelo.
Andreas la atrapó abrazándola a sí.
-Es injusto …- se quejó ella separándose un poco.
-¿Injusto?
-Que seas tan bueno en todo, no importa lo que hagas, lo haces
naturalmente bien…-dijo ella y él iba a sonreír cuando se dio cuenta que no era
un halago sino una protesta.
-¿De verdad te molesta? – preguntó sorprendido
-Sí – respondió ella con sinceridad bajando un poco la mirada y luego
siguió- es agotador que seas tan bueno en todo, es imposible estar a tu nivel.
Sophie se sintió muy mezquina por decir eso, pero era como en realidad
se sentía, con Andreas siempre tenía la sensación de ir detrás de él,
corriendo en vano pues no podía seguirle
el paso. Sí, él era semejante a un sol brillante al que no se podía mirar de
frente. Mientras más perfecto era, más lejano estaba.
-Nunca lo pensé así .Tengo mucha gente a mi cargo, Sophie, dependen de
mí. No puedo equivocarme, necesito ser el mejor en lo que hago, es la única
forma de en que puedo encargarme de los demás. De no ser así, por ejemplo, te
hubieras caído hace un rato sin que yo pudiera evitarlo. Pensé que era algo que
me hacía confiable, no que fuera un defecto.- explicó él y ella se dio cuenta
que había muchas cosas que no comprendía sobre aquel hombre.
-Yo…
-Lo sé. Para ti no es lo mismo, porque tú no me necesitas…siempre has
sido autosuficiente, nunca me has pedido nada, dependes de ti misma. Las únicas
veces que me pediste algo fue cuando Niké se accidentó y también en alguna que otra ocasión para que participara
de las obras de caridad, pero no era algo para ti misma. Tú nunca has dependido
de mí.- dijo él y ella se dio cuenta que era verdad, desde él día de su casamiento
había decidido valerse por sí misma, no había nadie en quien confiar, sólo se
tenía a sí misma.
-Andreas…
-Creo que uno no siempre es lo que los demás piensan, Sophie, tú eres
más fuerte de lo que pareces. Y también eres la única que me ha visto en mis
peores momentos. Es raro que tú creas que no tengo debilidades cuando eres una
de las pocas personas que me ha visto enfermo o agotado de cansancio.
Una vez más, ella se dio cuenta
que lo que él decía era verdad, ella lo
había cuidado cuando estaba debilitado por la enfermedad y más de una vez lo
había obligado a descansar cuando se había quedado dormido sobre su escritorio
agotado por las extensas jornadas de trabajo. Si, después de todo, él también
tenía debilidades pero ella no podía dejar de verlo como al soberbio heredero
Charisteas, siempre con un aura de poder
a su alrededor.
Andreas se deslizó un poco y Sophie temerosa de caer se aferró a él
nuevamente.
-Tranquila, te llevo conmigo – le dijo y tomándola por la cintura
patinó con lentitud hacia atrás arrastrándola con él. Ella se dejó guiar, hasta
que por no mirar, Andreas chocó contra
alguien que pasaba, perdió el equilibrio y cayeron los dos, ella sobre él.
-Bueno, parece que no soy tan perfecto – bromeó mientras aún estaban en el suelo juntos.
-Pero aún así evitaste que me golpeara – le dijo ella mirándolo a los
ojos. Valiéndose de sus rápidos reflejos, él se había asegurado de cubrirla
para que ella no se golpeara, aún tenía una de sus manos en la cabeza de ella
tal como la había tenido durante la caída.
-Evitaré que te lastimes, siempre que pueda …-dijo él con un tono de
voz susurrante y ella se dio cuenta de lo comprometedora que era la posición en
la que estaban, se incorporó de prisa, ignorando las palabras que acababa de
pronunciar. No podía creerle cuando sus
mayores heridas estaban relacionadas con
él.
Finalmente se quitaron los patines y regresaron al hotel, Andreas
insistió que abandonaran la caminata y
regresaran en taxi por si se había hecho daño, aunque quien había recibido lo
peor del impacto era él mismo.
La última noche en Singapur, Andreas invitó a Sophie a una fiesta que
se hacía en los jardines del hotel, la joven no tuvo excusa alguna así que
aceptó.
Se puso un vestido largo de gasa
que había comprado en uno de los mercados, era ligero y multicolor, como
las alas de una mariposa, se maquilló muy suavemente, se soltó el cabello y fue
a reunirse con su esposo.
Los jardines del Hotel Shangai-La eran fabulosos y habían construido un
arco con flores que hacía de entrada a la fiesta. Al llegar, Sophie se quedó
quieta bajo el arco, con ganas de salir corriendo, Andreas estaba a pocos pasos
de ella.
Iba vestido con un pantalón de vestir y una camisa negros, ya no era el
hombre joven vestido informalmente con el que había recorrido Singapur en los
días anteriores, no era aquel a quien le había agarrado la mano
despreocupadamente mientras paseaban, no quedaba nada de esa persona en el
hombre que la observaba fijamente.
Ese Andreas era totalmente letal, con aquella ropa era inalcanzable de
nuevo, era el que podía acabar con alguien con una sola mirada, era el que
podía seducir a cualquier mujer, parecía un felino al acecho y ella le temía. Temía lo que ese hombre era capaz
de lograr.
-Llegaste...-dijo él acercándose y la joven comprendió que se estaba
comportando en forma ridícula y que ya no podía irse.
-Es precioso – comentó ella refiriéndose al lugar. Lo cierto era que
las flores, los farolitos, la música suave, contribuían a crear un clima
mágico.
-Sí, lo es –respondió él suavemente
y cuando ella levantó la mirada vio que Andreas tenía clavados sus ojos en
ella. Sophie intentó apartarse, pero él la enlazó por la cintura.
-Baila conmigo Sophie – le dijo mientras su mano descansaba en su
cintura y ella sentía el calor de su contacto a través de la suave tela. La
joven no pudo evitar que los recuerdos la invadieran, había habido otra noche
donde un baile la había llevado a los brazos de Andreas, se ruborizó y su mente
se volvió un caos pensando en como liberarse de la tentación, pero antes de que
pudiera reaccionar él la guiaba en una danza lenta.
Sophie sintió que el aire se volvía pesado, el aroma de las flores se
mezclaba con una esencia más turbadora, era el perfume de Andreas, de su piel.
-¿Estás bien? – preguntó él entornando sus ojos dorados y ella se dio
cuenta que había retenido la respiración por un instante. Asintió levemente y
se dejó llevar por la música, por la música y por él.
Aquel hombre tenía la capacidad de hacer que ella fuera diferente, que
se sintiera distinta. Así había sido como la jovencita tímida se había vuelto
dura y desafiante para luchar con él y ahora estaba provocándole sensaciones
que nadie jamás le había provocado. Con Russel ella se sentía cómoda, en cambio
con Andreas se sentía amenazada continuamente y ahora tenía una leve idea de
por qué, él podía ser un oponente peligroso, pero también tenía una sensualidad
que le hacía despertar su propia femineidad
En sus brazos podía olvidarse de todo y ser conciente únicamente del
contacto masculino.
De hecho ni siquiera se había dado cuenta de que ya no había música
sonando, aún así seguían moviéndose como si bailaran en un ritmo propio, su
cuerpo seguía lentamente al de él y Andreas sonreía complacido. Sophie bajó su
mano hasta la de él, que permanecía en su cintura para quitarla de allí y
apartarse, pero cuando lo hizo Andreas la apretó más contra sí y la besó.
Calor y suavidad, recorrieron sus labios y luego la caricia se tornó
fuego apasionado que alertó cada sentido de su ser. Un beso no podía causar tanto
estrago, pero lo hacía, y fue aquel impacto el que la alertó. Había descubierto
lo que un beso de aquel hombre podía provocar y ella no estaba dispuesta a que
volviera a pasar, no había luchado tanto tiempo para echarlo todo por la borda,
no quería que él la retuviera con cualquier artimaña, quería su libertad. Y
sabía que si lo dejaba seducirla, jamás podría marcharse.
Lo empujó por los hombros y se apartó.
-¿Sophie?- preguntó él y, por su tono de voz, la joven tuvo la
impresión de que estaba tan impactado por el beso como ella.
-No, no hagas esto.-dijo alejándose un paso y él volvió a acercarse a
ella.
-No he cometido un crimen, quería besarte y tú me respondiste…-dijo él
levemente irritado.
-Por favor, Andreas, dijiste que nunca te he pedido nada para mí,
entonces sólo cumple con este pedido. No hagas esto…-pidió ella angustiada y él
le tomó la mano.
-Déjame ir – pidió una vez más y se marchó.
Andreas estuvo a punto de ir tras ella, de volver a besarla y beso tras
beso vencer su resistencia, pero no podía olvidar el tono de suplica de la
joven, ni su mirada. Aunque había respondido a sus caricias, ella quería
apartarse de él.
Sophie corrió hasta su habitación, cerró la puerta como si la
persiguieran mil demonios y se apoyó contra la pared con el corazón
palpitándole con fuerza.
Aunque sabía muy bien que Andreas estaba usando todos sus trucos para
retenerla y evitar el divorcio, ella no sabía como actuar frente a él, porque
aunque su mente se negaba a rendirse, su cuerpo la traicionaba. Ella había
aprendido a lidiar con él cuando estaba enojado o cuando la ignoraba con fría
indiferencia, incluso cuando se comportaba con la familiaridad de un compañero
de cuarto, pero no sabía como tratar con el Andreas hombre que la besaba o la
arrastraba en el camino de la pasión.
Sin embargo, no iba a caer en su trampa
puesto que jamás se perdonaría a sí misma. Tres años atrás había seguido
los deseos de su abuelo y del propio Andreas, pero jamás se entregaría a sí
misma, no dejaría que su cuerpo fuera un trofeo.
Y aunque estaba decidida a ganar su libertad, cuando se acostó sintió
que la amplia cama le quedaba demasiado grande y que la soledad la envolvía en
una frialdad innombrable, aunque una mirada de intensos ojos dorados la
perseguía incluso en sus sueños.
Sophie se despertó muy tarde, casi al mediodía cuando la llamaron de
recepción para recordarle que casi era la hora de su partida. Había dormido muy
mal y tenía ojeras que atestiguaban sus inquietudes, se dio un baño y luego
buscó su equipaje.
Un empleado del hotel bajó sus maletas mientras ella lo seguía con paso
cansino, al llegar al vestíbulo vio a Andreas esperándola.
Iba vestido con un traje gris claro y una camisa blanca, parecía el de
siempre, el empresario exitoso y distante y ella tuvo la sensación de que los
días en Singapur eran una quimera que se desvanecía a medida que avanzaba hacia
él.
También ella se había puesto una falda y una blusa que le daban un aire
elegante, como si la ropa pudiera ser un escudo. Volvía a ser la Sophie que jugaba a ser la
señora de Charisteas y no la
Sophie que jugaba con mariposas.
Por un instante pareció que Andreas iba a tomarle la mano, pero el
gesto quedó en la nada y sólo caminó a su lado hasta el taxi mientras los
botones llevaban el equipaje de ambos.
Hicieron el viaje en taxi en silencio, hasta que llegaron al
aeropuerto, entonces él le dirigió una breves palabras mientras realizaban los
trámites de embarque.
Antes de abordar el avión, él la llamó.
-Sophie – dijo tomándola de un hombro y cuando ella se dio vuelta le
agarró la mano y le volvió a poner el anillo que le había quitado cuando
llegaron a Singapur.
Sophie se lo quedó mirando, luego
vio que él también llevaba el anillo nuevamente y sintió una extraña
opresión en el pecho, lo que para los demás era un símbolo de unión a ella le
recordaba que estaba presa en un matrimonio de conveniencia. También recordó
que al quitárselo, él le había dicho que serían novios y, al pensar en aquellas
palabras, sin razón alguna, los ojos se le llenaron de lágrimas.
-Sophie, ¿estás bien?.
-Sí, sí – respondió ella parpadeando para disimular.
-No te preocupes por nada, volvemos a casa –dijo él con seriedad y ella
comprendió que era su forma de decir que dejarían atrás lo que había pasado
aquella última noche en Singapur.
Asintió levemente con un gesto de cabeza y lo siguió para ocupar sus
asientos.
Durante la mayor parte del viaje, la joven fingió dormir y Andreas
fingió creerle.
Cuando arribaron a Grecia, había un auto con chofer esperando para
llevarlos a casa. Andreas sentía que era su última oportunidad que si no la
retenía ahora, ya no podría hacerlo, pero también percibía el muro invisible
que se había interpuesto entre ellos. Nunca se había sentido tan impotente, si
la presionaba la perdería y si no lo hacía, también. Aunque era un hombre
inteligente y acostumbrado a manejar con habilidad situaciones complicadas, no
podía encontrar ninguna salida, así que optó por quedarse en silencio como
ella. Y al observarla mirar por la ventanilla del auto hacia fuera, no pudo
evitar el deseo de encontrar un camino hacia la mente y el corazón de aquella
mujer que a pesar de estar a su lado, se encontraba inexorablemente lejos.
-Llegamos – dijo Andreas al atravesar el umbral y aunque por un
instante estuvo a punto de decir “llegamos a casa”, no pudo pronunciar las
últimas palabras.
Para recibirlos estaba la señora que hacía la limpieza y que había
cuidado de Pocket durante su ausencia, le habían avisado que llegarían así que
incluso les había preparado una cena ligera.
Tanto Sophie como Andreas le agradecieron y luego él la acompañó hasta
el mismo auto que los había traído del aeropuerto para que la llevara a su
casa, mientras la joven recibía los lengüetazos de bienvenida de Pocket que no
paraba de saltar y ladrar.
Volver a la casa también significaba que volvían a su rutina, pero
ahora ambos se sentían incómodos y perdidos, sin saber como proceder.
-¿Vas a cenar? – preguntó finalmente Sophie intentando volver a la
normalidad..
-No, creo que sólo me iré a dormir. Quiero ir temprano a la oficina.
-Sí, claro. Yo también iré a dormir luego de darme un baño.
-Bien, llevaré tus maletas a la habitación.
-Está bien, no es necesario…
-Sophie, son pesadas. Te las dejaré en la puerta.
-Gracias.
-No es nada, que descanses.
-Tú también – respondió ella y cada uno tomó un rumbo diferente.
Al día siguiente retomaron su ritmo cotidiano, ambos intentaron
comportarse como siempre y con un poco de torpeza lo consiguieron. Lograron
representar la antigua camaradería que habían construido en los tres años de
convivencia, lejos estaban de pensar que un par de días después añorarían
aquella situación.
Andreas supo que algo había sucedido cuando sus empleados lo miraron de
un modo extraño y cuando su asistente personal entró a la oficina y se paró
dubitativamente en la entrada, como midiendo su distancia, estuvo seguro de que
había algún problema.
-Suéltalo ya – le dijo a su asistente.
-Señor…
-Dime que sucede de una vez por todas, porque tanto misterio sólo me
pone más nervioso y no es una buena idea.
El hombre avanzó aún cohibido, depositó una revista en el escritorio y
retrocedió de prisa. Andreas leyó el titular.“¿El fin del matrimonio
Charisteas?”
Aquel título le alteró la sangre pero las fotos fueron peor. En la
portada había una foto de él junto a
Anne en una fiesta en Nueva York. Había habido muchas personas allí, incluso
Alexandros Angellis, se había cruzado con ella de casualidad y se habían
saludado, sin embargo la foto sólo los mostraba a ellos y parecía ser una
situación íntima. Andreas maldijo, pero al menos él podía explicar aquella
circunstancia, no estaba seguro de que Sophie pudiera explicar las otras dos
fotos que aparecían en la misma portada.
En una ella estaba en una confitería con Carver y a pesar de la
distancia y que la foto había sido tomada desde el exterior, se notaba
claramente que él le sostenía las manos. En la otra estaban abrazados, y aunque
era en un lugar abierto, ya que Andreas reconocía el campo de equitación, no
cambiaba el hecho de que Sophie estaba abrazada a Russell como si fuera lo único
que le importaba en el mundo.
-Hay periodistas llamando – dijo en voz baja el asistente y Andreas
levantó la mirada. Había olvidado que no estaba solo, había olvidado que todos
habían visto aquellas imágenes.
-Comunícame con la dirección de la revista e ignora el resto de las
llamadas- ordenó con calma, pero era tal la intensidad de su mirada que su
asistente salió tan rápido como pudo de aquella oficina.
Alguien había hecho aquello a propósito, parecían querían acelerar el
divorcio que él intentaba evitar. Sabía que Anne jamás lo haría, lo conocía
demasiado bien como para jugar así con él y además lo suyo había quedado
totalmente en el pasado. Y aunque Sophie quería alejarse de él, no era tan
retorcida para hacer aquello, sabía que era incapaz de algo así, sin embargo
había alguien tan interesado como ella en que se divorciaran y esa persona era
Russell Carver. Andreas estaba casi seguro de que era el responsable.
Habló con la gente de la revista, pero aunque los amenazó con una
demanda, no pudo obtener información. Luego se comunicó con Alexandros para
pedirle que averiguara algo más, ya que estaba en Nueva York, donde le habían
tomado la foto con Anne, sería más expeditivo si Angellis trabajaba en ello.
Ahora le quedaba hablar con Sophie, había una forma muy simple de
esfumar los rumores y era hacer alguna
aparición pública juntos, sin embargo no pensaba exponerla a ello. Ella odiaba
aquellas representaciones, así que buscaría otra manera de acabar con los
rumores, maldijo en voz baja mientras se iba de la oficina, parecía que el
tiempo se acortaba. Él intentaba acercarse y cada vez estaban más separados.
Sophie recibió un par de llamadas de distintos medios periodísticos,
pero no entendió a que se referían hasta que un mensajero llamó a su puerta y
le entregó un ejemplar de una revista.
Firmó el recibo, aunque no había un remitente y luego, al despedir al
mensajero y entrar a su casa miró la tapa. Entonces comprendió porque el
teléfono no dejaba de sonar. Inmediatamente recibió en el celular un mensaje de
Andreas que le pedía que no saliera a ningún lado y que esperara que él
llegara.
La joven se quedó unos minutos congelada mirando aquellas fotos y el
titular que hablaba del divorcio.
Luego leyó el contenido, allí hablaba de la escapada del joven Charisteas
a Nueva York para reunirse con su amante y de que su esposa aprovechaba su
ausencia para reunirse a su vez con su novio. Hablaba también de las
complicadas relaciones maritales de los jóvenes millonarios, de la infidelidad,
la hipocresía y otras cosas más que ella ni siquiera quiso leer.
Todo aquello sonaba tan sórdido, pero al mismo tiempo no podía negar la
verdad que se ocultaba tras las palabras y las imágenes.
Ellos no eran un matrimonio de verdad.
Ahora ella descubría a qué había ido Andreas a Nueva York, había vuelto
a reunirse con Anne, incluso se había dejado fotografiar junto a ella.
En un movimiento casi autómata, desconectó el teléfono y luego se sentó
en el sillón a esperar.
Cuando Andreas llegó, encontró al salón sumido en penumbras y apenas
pudo distinguir la silueta de Sophie acurrucada en un sillón. Tuvo una horrible
sensación de dejá vu, la postura de la joven, la sensación que transmitía, le
hizo recordar a la chica que años atrás
había estado en un rincón sentada en un sillón mientras tres hombres decidían
su vida.
Se acercó despacio a ella.
-Sophie…- la llamó y ella levantó su mirada hacia él como si acabara de
volver de un lugar distante.
-Llegaste.- dijo llanamente como si no tuviera nada más que decirle.
-Puedo explicarlo, no es lo que parece…-empezó a decir, pero ella lo
interrumpió.
-No necesito que te expliques. Ella es la mujer que dijiste que amabas,
con quien te hubieras casado si nuestros abuelos no hubiesen intervenido. Tú
mismo lo dijiste aquel día. No me tienes que explicar nada, no es algo que me
incumba. – dijo con tanta serenidad que Andreas se sintió indignado.
-¿Eso significa que tampoco tú vas a darme explicaciones?- preguntó
enfadado.
-No hay nada más de lo que se ve, Andreas. Y esto sólo demuestra que es
hora de acabar con la farsa.
-Entonces qué propones, ¿damos
una entrevista diciendo que cada uno tiene un amante y que vamos a
divorciarnos?
-¡Él no es mi amante!
-Tampoco ella – dijo él con fiereza y Sophie sintió un alivio
inexplicable.
-Igual ya es tarde…dejemos que acabe.
-No así. Te dije que te dejaría libre, pero no dejaré que sea por medio
de un escándalo de este tipo y no pienso darle el gusto a quien urdió esto.
-¿De qué hablas? – preguntó Sophie.
-Olvídalo – dijo Andreas ya que sin pruebas no valía la pena mencionar
sus sospechas sobre la intervención de Carver.
- Ya no podemos revertir esto Andreas, tampoco tiene caso intentarlo.
-¡¿Me estás diciendo que de verdad quieres quedar como una mujer
infiel?! –preguntó totalmente enfadado.
-¡¿Qué importa?! Tú y yo no tenemos esa clase de relación…-dijo ella y
su discusión fue interrumpida por el celular de Sophie. La chica vio el número
de quien llamaba y atendió, era inútil
negarse a una llamada de Stefanos Tatsis.
-Abuelo – dijo la joven y aún a la distancia Andreas escuchó los gritos
del anciano. Le hizo señas a ella de que le pasara el teléfono pero ella negó
con la cabeza.
-Sophie…-insistió Andreas al ver que la mano femenina que sostenía el
teléfono temblaba, pero ella se alejo un par de pasos.
-Es verdad, vamos a divorciarnos – dijo la chica a su abuelo y éste
cortó inmediatamente la comunicación.
-¿Qué has hecho? – preguntó Andreas sorprendido.
-Acabar con esto de una vez…-respondió ella y se dejó caer nuevamente
en el sillón.
-¡Diablos Sophie! – protestó él y en ese momento fue Nikos Charisteas
quién lo llamó. Andreas se fue al estudio para atender a su abuelo e intentar
calmar los ánimos, el suyo propio incluido. No podía creer que Sophie hubiera
actuado de tal modo. ¿Estaba tan desesperada por librarse de él?
Después de hablar con su abuelo se quedó un rato en su estudio, no
estaba muy seguro de poder actuar fríamente con su esposa y no quería decir
nada que causara un daño irreparable.
Sin embargo media hora más tarde, se alarmó al sentir un grito proveniente
del salón, salió corriendo y encontró a Sophie pálida como un fantasma
sosteniendo el teléfono.
-Mi abuelo…mi abuelo tuvo un ataque – musitó ella con una voz que no parecía ser la suya.
-¿Sophie? –preguntó acercándose a ella y le quitó el teléfono de la
mano al tiempo que la abrazaba a sí. La empleada que le había avisado a Sophie,
aun seguía al otro lado del teléfono, así que él le preguntó rápidamente lo que
sucedía y luego cortó.
-Sophie..- la llamó nuevamente él y se dio cuenta que ella estaba apoyada
contra su cuerpo porque no podía sostenerse por sí misma- Sophie, él está
internado, va a estar bien, es muy fuerte.
-Yo lo hice – dijo ella elevando su mirada y Andreas vio tanta
desesperación en sus ojos que sintió el
dolor de la joven en carne propia.
- No, no fue tu culpa – dijo él.
-Sí, sí lo fue.
-Vamos, Sophie, te buscaré un abrigo e iremos a ver a tu abuelo- le dijo y la ayudó a sentarse mientras él iba
a buscar el abrigo.
Sophie parecía haber perdido su voluntad, así que él la guió hasta el auto,
le abrochó el cinturón de seguridad y luego hicieron todo el camino en
silencio. El joven tuvo la sensación de que recién recuperaron la capacidad de
respirar al llegar a la clínica y escuchar las palabras de los médicos.
Si bien el estado de Tatsis era delicado, tenía muchas posibilidades de
salir adelante. A Sophie le permitieron pasar unos minutos a verlo y cuando
salió, se derrumbó a llorar en una de las sillas que había en el pasillo.
Andreas siempre se sentía impotente al ver a una mujer llorar, pero con
Sophie era distinto, era mucho peor. Al verla llorar a ella sentía ganas de
llorar él también porque le destrozaba el alma verla así y no poder hacer nada.
Se sentó junto a su lado y la abrazó.
-Tranquila, Sophie. Él estará bien…es un hombre muy fuerte.
-Es mi culpa – dijo ella entre lágrimas.
-También es culpa mía entonces, también yo salgo en esa revista – dijo
él intentando razonar con la joven.
-No, a mi abuelo no le importan tus amoríos, pero sí mis fotos con
Carver y encima le dije que íbamos a divorciarnos, yo hice esto.
-Sophie, deja de culparte, tú no sabías que esto iba a pasar.
-Sí lo sabía. Sabía que él estaba enfermo. Estaba tan cansada, que no
pensé en ello, me casé contigo para que algo así no sucediera y aún así lo
provoqué, fui totalmente egoísta…- dijo ella limpiándose las lágrimas. No
sentía que tuviera derecho a llorar después de lo que había provocado
-¿Qué dijiste? ¿Te casaste conmigo por esto?
-Hace tres años, el médico me contó sobre el estado de mi abuelo, me
dijo que no podía recibir disgustos, por eso acepté el casamiento. No quería
que nada le pasara, es la única familia que tengo…
-¿Te casaste conmigo porque Stefanos estaba enfermo? – preguntó un poco
sorprendido por aquella revelación, jamás había barajado aquella posibilidad.
-Yo sólo quería protegerlo, es todo lo que tengo en el mundo, y sin
embargo, ahora, he causado esto.-explicó ella y sus ojos volvieron a llenarse
de lágrimas.
Andreas volvió a abrazarla y la chica no opuso resistencia, se dejó
consolar.
Sophie se sentía muy mal, la preocupación por la salud de su abuelo no
la dejaba ni pensar, tampoco podía dejar de sentir la culpa por haber causado
aquella descompensación. No podía comprenderse a sí misma, tres años atrás
había renunciado a sus sueños para evitar que algo así sucediera y sin embargo
ahora había tenido tal necesidad de escapar de su falso matrimonio que no había
pensado en el impacto que tendría la noticia en Stefanos Tatsis. Sólo había
visto la oportunidad de escapar y la
había tomado, era inexplicable que quisiera tanto huir de Andreas y sin
embargo, abrazada a él se sintiera segura y con fuerzas para afrontar el mal
momento. No era algo que quisiera explicar, sólo se aferró a él hasta que su
llanto amainó.
Se quedaron allí, esperando noticias.
-Toma, necesitas beber algo- dijo Andreas que había ido a buscar un
poco de café para ella.
-Gracias.- respondió más tranquila.
Un par de horas más tarde, el médico les informó que Stefanos tenía una leve mejoría y
ambos sintieron que les sacaban un peso de encima.
-Lo mejor es que vayas a descansar un poco, lo necesitas – dijo él al
ver lo demacrada que estaba su esposa, pero ella no quiso.
-Me quedaré a su lado, quiero estar aquí cuando despierte. Puedes irte
si quieres.
-No voy a ir a ninguna parte, Sophie- le dijo y se sentó a su lado
nuevamente.
Finalmente, la tensión y el agotamiento la vencieron y se quedó
dormida contra el hombro de Andreas. Él
la acomodó sobre su regazo y la cubrió con su propio abrigo. Estuvo tentado a
llevársela de allí para que descansara apropiadamente, pero sabía que ella no
lo aprobaría y no se atrevió a moverla mucho para no despertarla, necesitaba
descansar aunque fuera poco tiempo. Se quedó cuidando su sueño y rezando porque
Stefanos mejorase pronto, no recordaba haber rezado desde niño, pero era lo
único que podía hacer por la mujer que amaba.
Dos horas después el médico se acercó a decirle que Stefanos había
despertado y que lo trasladarían a una habitación común, Andreas despertó a
Sophie con mucho cuidado para no alarmarla, aún así ella despertó sobresaltada
como si esperara lo peor.
-Está bien Sophie, él está mejor, van a llevarlo a una habitación común
y podrás verlo – le informó.
-Gracias a Dios – exclamó ella aliviada y él le agarró la mano para
darle fuerza.
-Ve a lavarte la cara y arreglarte el cabello, si te ve así se
preocupará por ti.
-Sí, eso haré – dijo y cuando intentó levantarse trastabilló, por suerte Andreas la agarró por
un brazo impidiendo que cayera.
-¿Estás bien?
-Sí, es por haber dormido así. Ya estoy bien.
-¿Segura?
-Sí, Andreas, puedo caminar, no te preocupes. –dijo ella y él la soltó.
La joven fue a arreglarse y
luego volvió para ver a su abuelo.
-Te esperaré aquí – le dijo Andreas y ella asintió. Respiró profundo,
pues necesitaba valor para enfrentar a Stefanos.
-Sophie…-dijo el anciano en voz baja cuando la vio.
-Abuelo, ¿cómo estás?
-He tenido días mejores – le dijo y ella medio sonrió.
- Abuelo, me alegra que estés bien-
expresó y se sentó junto a él para tomarle la mano.
-Lamento haberte preocupado, niña.
-Oh abuelo, yo soy quien lo lamenta, yo…
-¿Tan infeliz has sido? – le preguntó él y ella lo miró de tal forma que Stefanos pudo leer
la respuesta.
- No te preocupes abuelo, haré lo que tú quieras, pero por favor
quédate conmigo…
-Ay, Sophie, hace tres años temí que te quedaras sola, temí que no
hubiera nadie que cuidase de ti si yo no estaba…
-Abuelo..
-Y creí que estaría bien si era él, pensé que todo iría bien para ti si
era Andreas Charisteas.- explicó él con seriedad y la joven se largó a llorar.
Stefanos le acarició la cabeza intentando calmarla.
Un rato después ella salió de la habitación.
-¿Todo bien? – preguntó Andreas preocupado.
-Él quiere verte.
-¿A mí?
-Sí.
-Está bien, espérame aquí. – le dijo y entró.
Andreas se sintió extraño al ver a Stefanos Tatsis en aquella cama,
tanto él como su propio abuelo siempre le habían parecido titanes invencibles.
Era difícil verlo en aquel estado, sin embargo el hombre le dirigió una mirada
que trasmitía toda la fuerza que lo caracterizaba.
-¿Estás mejor?- le preguntó sentándose a su lado.
-Creo que viviré un poco más. ¿Ahora dime que piensas hacer con mi
nieta?- le soltó de golpe y Andreas lo miró confuso.
- Voy a hacer todo lo que pueda por lograr que se quede a mi lado.
-¿Y esa mujer?- preguntó Stefanos.
-No hay nada entre nosotros, fue todo un malentendido…
-¿Y el tipo ése?
-Está tras ella, pero conoces a Sophie mejor que yo, no haría nada incorrecto.
-¿Entonces no van a divorciarse?
-No si puedo evitarlo.- aseveró Andreas con ferocidad.
-¿Por la empresa?
-Por ella, Stefanos, sólo por ella.
-Bien, ve. Y haz que descase un poco, está agotada.- le dijo el anciano
y Andreas sonrió, ni aún en aquel estado podía dejar de dar órdenes.
- No te preocupes, yo cuidaré de ella. Stefanos…-lo llamó mientras se
marchaba
-¿Sí?
-Ni se te ocurra morirte y hacer que ella se sienta culpable por ello
el resto de su vida. No te lo perdonaré jamás si lo haces.
-¿Y qué harás, demandarás a mi fantasma?- le preguntó Tatsis
desafiante.
-Si es necesario – contestó él y el anciano lo miró divertido. Antes de
que el joven abriera la puerta, lo llamó.
-Andreas, ¿sabes por que te di a Sophie?
-¿Por qué hay pocos que puedan manejar tus negocios como yo?
-Porque hay pocos que amenazarían a un anciano enfermo sólo para evitar
que su esposa sufra…-contestó Stefanos con una leve sonrisa de aprobación. Y
Andreas movió su cabeza en un gesto de comprensión., antes de marcharse.
Al salir de la habitación vio que Sophie estaba sentada con la cabeza
apoyada en las manos, como si estuviera al borde de sus fuerzas.
-Vamos a que comas algo y luego a descansar –le dijo
-No quiero irme, me quedaré aquí.
-No lo preguntaba, Sophie, o vienes conmigo por tu voluntad o vienes conmigo por la fuerza.- dijo él con el
mismo tono que ordenaba en su empresa.
-Quiero estar a su lado…
-Si sigues así, estarás a su lado, pero internada. Lo más importante
para Stefanos es que tú estés bien, no será de ayuda para nadie que te enfermes
por no comer ni dormir. El medico ya dijo que está recuperándose. Y sólo iremos
hasta la confitería de la clínica, cualquier cosa estaremos cerca.
-Pero…
-Sin peros…-dijo él y
la tomó de los hombros para llevársela. Se aseguró que la joven comiera, y ella
intimidada por la mirada de él tragó todo lo que le sirvieron por miedo a que
Andreas se dedicara a alimentarla personalmente tal como la había amenazado
cuando llegaron allí.
-Ahora será mejor que
descanses un poco…-dijo apenas salieron de la confitería.
-¿No entiendes el
idioma, Andreas? No voy a irme del lado de mi abuelo.
-Conseguí una
habitación para ti a poca distancia de la de él, duerme un rato y si sucede
algo estarás a su lado de inmediato.-expuso pausadamente y ella se detuvo un
instante para mirarlo sorprendida.
-¿Una habitación en
la clínica?
-Sí, somos
accionistas de aquí, así que no hubo problemas-respondió.
-Andreas…
-No me mires así,
Sophie. Juro que no hice echar a ningún enfermo, ni nada por el estilo. Estaba
desocupada y la pedí para que tú puedas descansar y estar cerca de Stefanos.
-Gracias.-dijo
simplemente ella, él asintió con la cabeza y luego le tomó la mano para
llevarla hasta la habitación.
Al entrar,
Sophie vio que había dos camas y que su bolso pequeño de viaje
estaba sobre una de ellas, sobre la mesa estaba la laptop de Andreas, y unas
carpetas. Lo miró en forma interrogativa.
-Pedí que te trajeran
un cambio de ropa de casa y mis cosas, así podremos quedarnos, al menos por
hoy, sin pensar en nada más. Ahora ve a darte un baño y luego échate a dormir
un rato – dijo él y ella asintió, aún se
sentía confundida, no por la eficacia de su esposo, sino por su amabilidad. Él
había pensado en cada detalle para que ella estuviera lo mejor posible.
Se dio una ducha
rápida, se cambió la ropa y se metió a la cama vestida por si debía salir
apresurada. Andreas estaba sentado en la
cama de al lado, trabajando.
-¿No dormirás?-
preguntó, sabiendo que él estaba tan cansado como ella misma.
-No, estaré atento
por si algo pasa, además no tengo sueño. Descansa, Sophie.
-Sí…-musitó ella ya
medio adormilada, pero antes de dormirse completamente hizo una pregunta que ni
siquiera supo que había salido de sus labios- ¿Qué somos?
-No lo sé …-
respondió él mirándola con intensidad pero la joven ya estaba dormida y no
escuchó su respuesta.
Varias horas después, Sophie despertó y descubrió que Andreas no estaba
en la habitación, se sintió inquieta por su ausencia. Inmediatamente fue a ver
a su abuelo, asustada de que algo malo hubiera sucedido, sin embargo se
encontró con la enfermera que le dijo que
todo estaba bien e incluso le informó que Andreas había ido a hablar con
la prensa que estaba fuera de la clínica. Ella no lo había pensado, pero era
obvio que la internación de Stefanos Tatsis atraería la atención de la prensa y
más aún con las últimas noticias que habían circulado sobre ella y Andreas.
Volvió a sentirse superada por la situación, tenía la sensación de
estar caminando sobre hielo, un paso en falso y caería. Volvió a la habitación
y unos minutos después su esposo entró.
-¿Te despertaste? – preguntó él con un dejo de preocupación en la voz.
-Sí, ¿hablaste con ellos?
-Sí, les informé que Stefanos estaba mejorando y les pedí que se
retiraran.
-¿Preguntaron por nosotros…?
-Sí, lo hicieron pero no les respondí nada. La prensa ya no va a
molestar. Ahora lo importante es tu abuelo, luego nos ocuparemos de lo demás,
luego Sophie.- contestó y se sentó en la otra cama, apoyó su espalda sobre la
pared y cerró los ojos un breve instante. Se lo veía exhausto.
-¿No dormiste nada?- le preguntó.
-No.-respondió él sin dar más explicaciones. Sophie se levantó sin
pensarlo y le acarició el cabello oscuro que le caía en la frente, no se había
dado cuenta que lo tuviera tan largo. Al percibir su contacto, Andreas abrió
los ojos inmediatamente y concentró su mirada en ella, la joven retrocedió, los
ojos de él eran dos llamas doradas y el efecto que le causaron fue devastador.
-Deberías descansar –alcanzó a decir con la voz baja y temblorosa.
-No te preocupes por mí – le dijo él y el ardor de su mirada se apagó.
La joven tuvo la sensación de que aquella intensidad dorada no había estado
dirigida a ella, él nunca la había mirado así, como si todas las máscaras de
civilización cayeran y quedará sólo un sentimiento crudo y primitivo. Tal vez
pensaba en alguien más y medio adormilado, al sentir su toque, se había
confundido. O tal vez ella estaba muy cansada e imaginaba cosas.
-Voy a buscar algo de café y luego iré a ver al abuelo.¿No irás a
trabajar hoy?-dijo con intención de despejar un poco su mente.
-No me quedaré contigo, mañana iré. Te acompaño – dijo y se levantó
para ir con ella a la confitería.
Los días siguientes Andreas se quedó con ella, aunque fue un par de
horas a la oficina, el resto del tiempo se aseguró de que comiera y descansara
lo necesario.
Sophie también recibió un par de llamadas de Rusell, preocupado por la
salud de su abuelo y por ella, pero la joven a pesar de agradecer su gesto, le
pidió que no volviera a llamarla hasta que ella le dijera. Apenas si habían
podido superar la crisis de las fotos en la revista como para que sucediera otra,
además ella sabía que antes de comenzar una nueva vida con Rusell o con quien
fuera, debía solucionar su situación con Andreas y en aquellos días no tenía
fuerzas para pensar en ello.
Algunas veces, cuando
reflexionaba sobre la forma en que él la había apoyado en el momento de
más necesidad, sentía una opresión en el pecho, era tan fácil apoyarse en él,
dejarse cuidar, y sin embargo no era algo que pudiera permitirse. Algún día
serían dos extraños, se preguntaba qué sucedería entonces, ¿se saludarían al encontrarse
por casualidad o se ignorarían como si aquellos años nunca hubieran existido?
Cuando aquellas preguntas venían a su mente, Sophie trataba de alejarlas con
rapidez, lo único importante era la salud de su abuelo.
Afortunadamente, Stefanos se recuperó en una forma sorprendente, a
pesar de que renegaba con las instrucciones médicas y los horarios. Sophie,
respaldada por Andreas, impidió que su abuelo recibiera visitas y sólo Nikos
Charisteas pasó un par de horas con él.
Al cabo de una semana, le dieron de alta y Sophie fue con él a su casa
para cuidarlo no obstante Stefanos no la dejó permanecer más de cinco días a su
lado. El anciano, argumentó que ya había perdido muchos días de clases por
cuidar de él y que debía regresar a su hogar, sin importar cuanto protestó
Sophie, fue imposible convencerlo. Tatsis había recobrado su salud y también su
testarudez y dado que ella no quería
alterarlo con discusiones inútiles, finalmente cedió y regreso a su casa.
Pocket era el único que estaba allí para recibirla porque Andreas estaba trabajando para reintegrar todo el
tiempo que había perdido en los días anteriores.
-Hola pequeño, te extrañé- le dijo Sophie al cachorro mientras le
acariciaba la cabeza. Había crecido bastante en el último tiempo y ella recordó
con una nostálgica sonrisa lo pequeño que había sido el día que Andreas lo había llevado bajo su abrigo.
Las cosas cambiaban de prisa, tanto que ya no sabía que era lo que
quería, por ejemplo, en ese instante hubiera deseado que él estuviera en casa,
porque el lugar se sentía terriblemente vacío sin su presencia y porque había
algo perturbador en regresar después de varios días y que él no estuviese allí.
Usualmente era ella quien permanecía allí y Andreas quien iba y venía, esta vez había sido al revés y retornar a una casa
vacía era agobiante. En algún momento esperar que él volviera, o verlo al
llegar se había convertido en algo importante, casi tranquilizador.
Para entretenerse se puso a
organizar sus actividades de la universidad, necesitaba ponerse al día.
Andreas llegó muy tarde y se encontró con la sorpresa de su esposa
dormida sobre uno de los sillones del salón, tenía un libro apretado contra su
pecho y había un par más caídos en el suelo y el perro estaba echado junto a
ellos.
Se acercó despacio para no despertarla, Pocket ni siquiera ladró porque
sabía que era él, Andreas le acarició la cabeza y luego se agachó junto a su
esposa para observarla.
-¿Qué haré contigo Sophie? ¿Cuál es el camino para llegar hasta tu
corazón? – preguntó en un susurro.
Sinceramente Andreas nunca se había sentido tan perdido, los días que
ella había estado en casa de los Tatsis cuidando de Stefanos había entendido
que no soportaría que ella estuviera fuera de su vida, sin embargo, Sophie
seguía decidida a dejarlo, quería “una vida real” y ni siquiera se le ocurría
darle una oportunidad a su matrimonio. Nunca antes había amado a alguien, nunca
antes había necesitado ganar el amor de
una mujer, simplemente la experiencia previa que tenía no le servía con ella. Era dura para luchar
por lo que quería, podía ser decidida y testaruda si tenía que enfrentarlo y a
la misma vez, podía ser tan frágil, tan inconsciente de su propia
vulnerabilidad, que lo desarmaba.
Ni siquiera era capaz de seducirla, las veces que se había acercado a
ella, su cuerpo había respondido, pero Sophie había puesto una barrera que no
lo dejaba ir más allá.
No podía persuadirla, ni comprarla, ni seducirla, ¿qué podía hacer
entonces? Se pasó la mano por el cabello en un gesto de impotencia. La observó
unos minutos más y, luego buscó una manta y la cubrió, no la llevó a la
habitación porque no quería arriesgarse a despertarla ya que no sabía como
proceder, no quería que ella lo viese tan confundido, no quería sentirse así.
Sophie retomó sus cursos en la universidad, no le costó mucho ponerse
al día y trató de dejar atrás todas sus preocupaciones para concentrarse en sus
estudios. La salud de su abuelo estaba estable y un par de días antes habían
tenido una charla en la que él la había
liberado de cualquier atadura.
-Una vez que pase el tiempo que aceptaste darle, has lo que te haga
feliz Sophie – había dicho Stefanos como al pasar y la joven había comprendido
que eso significaba que él aprobaría la decisión que tomara respecto a su
matrimonio con Andreas. Sin embargo incluso en aquellas palabras, le había
recordado que le había dado seis meses de plazo a Andreas, así que la joven
dejó que el tiempo pasara. Mientras su abuelo se recuperaba, mientras se
preparaba para los exámenes, mientras averiguaba qué haría con su vida cuando
aquel tiempo pasase.
Andreas había vuelto a ser “su compañero de cuarto”, es decir convivían
tranquilamente sin interferir demasiado en los asuntos del otro. Aunque también
era cierto que había algo distinto, por ejemplo, se había ofrecido a ayudarla
con sus exámenes y ella había aceptado porque extrañamente quería pasar más
tiempo con él. Era muy bueno para
explicar y le recordaba cuando había empezado a estudiar.
En una ocasión se había pasado un día entero intentando resolver un
problema matemático y finalmente, con toda la vergüenza del mundo, había
acudido a él para pedirle ayuda, y le había explicado en forma sencilla y sin
la arrogancia que lo caracterizaba. Su esposo había dicho que nunca le había
pedido ayuda, pero no era cierto, si lo pensaba había acudido a él muchas veces
pero por cosas que tal vez no parecían tener tanta trascendencia y por eso él
no las tenía en cuenta.
¿Aquellos instantes compartidos le pesarían cuando recuperase su
libertad? Las dudas seguían asaltándola, pero tampoco podía olvidar el día que
se había pactado su matrimonio, de hecho ni siquiera habían vuelto a hablar
sobre las fotos que habían aparecido en la revista. Andreas había dicho que no
tenía nada con Anne, pero eso no significaba nada. Era mejor alejarse antes de
que otra mujer apareciese en la vida de
él.
Ella ya estaba bastante confundida y la visita de Rusell la confundió
aun más. Estaba en un recreo en la universidad cuando él apareció buscándola.
-Sophie.
-Hola Rusell, ¿qué haces aquí?
-Vamos a la confitería y te cuento-
le propuesto él y fueron a tomar un café.
-No creo que sea buena idea.-dijo ella cuando se sentaron.
-Lo sé. Sé que me pediste que respetara tus tiempos, pero quería verte,
aunque esa no es la razón por la que estoy aquí. Me enteré de algo y quise
decírtelo- explicó él y Sophie tuvo un estremecimiento, por un segundo quiso
pedirle que no dijera nada, no importaba lo que fuera, ella no quería saberlo,
sin embargo la verdad no podía negarse por siempre.
-Dime.
- Su compañía está por cerrar un trato millonario, muy, pero muy
importante Sophie. De eso se trata todo, sabes que cualquier conflicto, incluso
personal, puede poner en jaque este tipo de negociación, por eso Charisteas te
pidió tiempo y está tan decidido a retenerte. No puede permitirse un divorcio
ahora, no hasta que cierren el contrato. Entiendo que quieras cumplir con tu
palabra, pero no puedes confundir los motivos, se trata de un negocio, sólo de
eso.
-Russell…
-Puedes investigar o pregúntale si quieres, te digo la verdad.-
insistió él.
-Gracias, gracias por decirme, pero yo nunca confundí los motivos
Russell. Sólo dejaré que pase el tiempo, ya sea por el bien de mi abuelo o de la Empresa, y seré libre. Y
luego podré dejar todo atrás, sin arrepentimientos.-dijo ella sintiendo que
algo en su interior se endurecía como roca. Estaba mintiendo, a Russell y a
ella misma, le dolía terriblemente que volviera a tratarse de dinero, incluso las palabras de su abuelo le
resultaban falsas. También él le había pedido que respetara aquel plazo. Ella
nunca sería lo más importante para nadie.
-Sophie…
-Debo volver a clases.
-Lo sé, pero si alguna vez…quiero decir, puedes venir a mí, contar
conmigo cuando lo necesites.
-Gracias, Russell. De verdad muchas gracias – respondió ella con calidez.
Era posible que aquel hombre fuera el único que la valoraba.
No podía preguntarle directamente a Andreas, pero igualmente hizo
algunas averiguaciones que le confirmaron las palabras de Carver. Era verdad
que la empresa estaba por cerrar un trato multimillonario con el gobierno,
y no podían dar ningún paso en falso.
Pero el peor golpe para ella llegó una semana después, llegaba a su
casa de regreso de la universidad cuando oyó la voz de Andreas, casi estaba
gritando. Se acercó a su estudio, y a través de la puerta entreabierta escuchó
la conversación que mantenía por teléfono con Nikos Charisteas.
-¡Déjame en paz, Abuelo! Se muy bien lo que tengo que hacer…claro que
no voy a dejarla ir – dijo él y ella sintió como si la golpearan físicamente.
Andreas le había mentido, no estaba dispuesto a acabar con aquella farsa.
Incapaz de moverse, siguió escuchando.
-…haré lo que tenga que hacer, cualquier cosa con tal de que no se
vaya. Así que deja de entrometerte, es mi problema.- continuó él y sin poder
evitarlo ella lanzó una exclamación, las palabras “cualquier cosa” y “problema”
refiriéndose a ella, la habían herido más de lo imaginable. No podía seguir
allí. El sonido que hizo, alertó a Andreas, que cortó la comunicación y se dio
la vuelta para ver a su esposa, parada en la puerta, totalmente pálida y con
una mirada acusadora.
-Sophie…- dijo acercándose a ella.
-Me mentiste, no ibas a dejarme
ir…
-No es lo que crees, no sé lo que escuchaste, pero no es lo que
piensas…- dijo él y maldijo en su interior. Si ella había escuchado la
conversación, o al menos sus palabras, era seguro que había malinterpretado
todo. Su abuelo se había enterado por Stefanos de la situación entre ellos y
tras hacerlo confesar cuanto amaba a su esposa, le estaba diciendo que no la
perdiera. Y Sophie había malinterpretado todo. Intentó acercarse a ella, pero
estaba totalmente alterada.
-¡Mentiste!
-Sophie, escúchame – insistió tomándole una mano, pero ella lo apartó.
-Esto se acaba aquí y ahora – dijo ella.
-¿Qué estás diciendo? – preguntó pero ella salió hacia el salón, tomó
la mochila que traía al volver de la universidad, luego su chaqueta y se
dirigió a la puerta.
-¿Qué haces?- preguntó él.
-Me voy, Andreas. Ya no voy a esperar, me des el divorcio o no, me voy.
-¡¿Te vas con él?!- preguntó enfadado, la situación lo estaba haciendo
perder el control.
-Sí. Ya no aguanto seguir a tu lado.¡Te odio!
-Eres mi esposa aún. ¿Vas a irte a vivir en pecado con él? – preguntó y
a él mismo, sus palabras le sonaron absurdas pero no pudo evitar decirlas.
-Estar en un matrimonio donde no hay amor, es el verdadero pecado,
Andreas – contestó Sophie y se marchó, él ni siquiera intentó retenerla. Las
palabras de ella habían impedido que la siguiera, ella lo odiaba y ambos
estaban demasiado alterados.
Una hora después, Andreas seguía sin tener noticias, ya la había
llamado muchas veces pero el celular estaba apagado, incluso había llamado a
Stefanos para preguntar disimuladamente
si ella estaba allí, pero no. No quería creerlo pero era probable que
hubiese ido con Carver. Podía poner de cabeza a toda la ciudad buscándola, pero
eso crearía un gran escándalo, sólo le restaba esperar.
Para peor de males cerca de la medianoche, comenzó a llover
furiosamente y Pocket se puso a aullar casi como llorando. La espera lo estaba
volviendo loco, así que decidió salir a buscarla, así tuviera que ir a la casa
de Carver personalmente.
Fue a buscar las llaves del auto y cuando abrió la puerta, casi se cae
de la sorpresa. Sophie estaba parada allí, empapada, llorando y con la mano en un gesto detenido como si no se
hubiera animado a golpear la puerta.
-¿Sophie…?- preguntó él pero ella pareció no reaccionar. La tomó de los
hombros y la arrastró adentro. Las lágrimas seguían cayendo por su cara,
mezclándose con las gotas de lluvia que
caían de su cabello-¿Dónde fuiste? Sophie…-Ella seguía sin responder y
Andreas estaba a punto de zarandearla.
-Russell…-musitó ella y él supo que venía de encontrarse con Carver.
-¡Sophie, dime qué pasó! ¿Qué te hizo? ¿Te acostaste con él? – le
preguntó y aquello pareció hacerla reaccionar, levantó la mirada hacia él.
-¿Es lo único que te importa? – preguntó la joven con en tono
acusatorio.
-¡Maldición, Sophie! Sólo quiero saber si te hizo daño.
-Él…él fue quien hizo publicar las fotos. Por su culpa mi abuelo casi
muere – contestó ella entre lágrimas.
-¿Sólo eso, Sophie? ¿no pasó nada más?
-Lo sabías…-dijo ella de pronto.
-Sí, Sophie, lo sabía. Pero jamás ibas a creerme.- dijo y ella comenzó
a llorar profusamente mientras hablaba en forma entrecortada.
-No tenía donde ir, no hay nadie, nadie en quien pueda confiar. Todos
juegan conmigo…
-Tranquila, tranquila. Vas a enfermarte si sigues así, te ves peor que
Pocket el día que lo traje.– intentó bromear él porque de verdad estaba
asustado, ella se veía tan desolada que no sabía que hacer. No parecía tener
voluntad ni para moverse, así que le quitó la chaqueta, luego le sacó el
sweater, la remera que llevaba e incluso le quitó el pantalón, mientras ella se
dejaba desvestir como si fuera una
muñeca. Le dio su propia camisa para cubrirla, después la dejó unos minutos y
regresó con una bata gruesa para abrigarla y un
par de toallones.
-Ven- dijo y después de quitarle los zapatos, la frotó con el toallón
para secarla, le quitó la camisa reemplazándola por la bata y le envolvió el
cabello. Ella estaba temblando.
-Yo…- empezó a decir ella, pero
él no la dejó continuar.
-Tranquila, Sophie.- le dijo y la levantó en brazos para llevarla a la
cama. La cubrió bien con las mantas y se retiró para volver unos minutos después
con una taza de té.
-Bébelo, necesitas entrar en calor- le indicó.
-Gracias – musitó la joven y tomó la taza. Ya había dejado de llorar y
parecía estar reaccionando.
-Sophie, necesito saber qué sucedió, ¿entiendes?- le dijo con el tono
de voz más suave que pudo para no inquietarla.
-Dijo que si lo necesita fuera, y luego de la pelea entre nosotros…fui
a verlo, al principio todo estuvo bien, pero él creyó que yo…
-¿Qué tú?
-Que yo…que aceptaba ser algo más de lo que éramos…yo lo detuve y se
enfadó…
-¿Él...? – Andreas ni siquiera quería preguntar.
-No, no, pero me dijo que no me comprendía, que me amaba y que yo aún
seguía atada a ti, entonces me dijo que
él había hecho todo lo posible por liberarme. Me dijo que había hecho sacar y
publicar esas fotos…que así aceleraría el divorcio y yo no tendría que…
-¿Seguir conmigo? – completó él.
-Y me enfadé, porque mi abuelo pudo haber muerto, porque yo no le pedí
que hiciera algo así y porque en verdad tampoco él me quiere de verdad. Si lo
hiciera, no me presionaría, no….
-Ya pasó. Tranquila Sophie.
-No me acosté con él, yo no ...
-Lo sé, tranquila.- respondió él y le quitó la taza vacía de las manos para poder abrazarla. Ella
se acurrucó en sus brazos y sin poder evitarlo la besó con mucha suavidad. Ella
lo miró con una expresión tan anhelante
que él tuvo que detenerse porque sabía que no era el momento.
-Andreas…- susurró ella, aunque no se podía distinguir cuál era el
pedido que se escondía en sus palabras, si quería alejarlo o retenerlo.
-Duerme ahora, Sophie. Necesitas descansar. Créeme, si algo pasa me
odiarás mañana.- le dijo , recordándose a sí mismo que no podía aprovecharse de
la debilidad de ella.
-Es bueno…-dijo ella medio adormilada entre sus brazos.
-¿El qué?
-Que no pueda amarte a ti….-contestó ella y él no comprendió que rayos
tenía de bueno.
-Duerme…- insistió y agotada emocionalmente no tardó en quedarse
completamente dormida. Maldición…-
susurró él. No podía creer que estuviera consolando a su propia esposa por
haber sido herida por su amante, al menos si
Carver no era su amante en el estricto sentido de la palabra, sí era el
hombre por el que lo había dejado y ahora él la estaba cuidando, sin siquiera
atreverse a tocarla como deseaba. Si alguien quería acabar con su reputación,
aquello bastaría, era una situación tan absurda que ni él la entendía, aunque
en el fondo lo único que importaba era que Sophie había vuelto a él y estaba
segura entre sus brazos, a pesar de haber dicho que no lo amaba.
En la mañana, Sophie despertó
sola, le costó ordenar sus recuerdos para recordar lo que había pasado la noche
anterior. Tras unos instantes de confusión, recordó la pelea con Andreas, la
discusión con Russell, la decepción, el vagar bajo la lluvia hasta llegar al
único lugar que tenía, los cuidados del hombre que la había hecho escapar. La
joven dejó escapar un gemido y se volvió a cubrir con las mantas. Tras unos
minutos para reunir coraje, se destapó dispuesta a enfrentar el nuevo día,
entonces vio la nota de Andreas junto a la almohada.
Sophie:
Descansa, tómate
el día libre y desayuna bien. Hablaremos luego, tengo cosas de las que
ocuparme.
Por
favor, quédate en casa.
Andreas
Sí, eso iba a hacer, descansar y esperar, y definitivamente no iba a
huir. No de nuevo, era vergonzoso salir corriendo como animal herido para
después volver a pedir refugio. La noche anterior Andreas había dicho que
estaba peor que Pocket, y así se había sentido, como un cachorrillo indefenso y
no querido buscando un poco de afecto, un lugar donde lamer sus heridas. Y lo
último que quería recordar era la forma en que se había acurrucado contra él,
buscando el calor de sus brazos y la seguridad que Andreas le ofrecía. Odiaba
que él dominara su destino y sin embargo la noche anterior, tras su estúpido
intento de rebelión, había vuelto a él contando con aquella veta dominante que
la hacía sentir protegida. ¿Cómo podía ser tan contradictoria?
Andreas había dejado durmiendo a Sophie, pues tenía cosas que resolver
.Entró al lugar como un torbellino.
-¿Ésta es la oficina de Carver? – preguntó a la secretaria.
-No puede pasar, necesita una cita…-dijo la mujer intentando frenarlo,
pero ya era tarde, Andreas había entrado y cerrado con fuerza la puerta tras de
él.
-¡¿Qué haces aquí?! –preguntó sorprendido Carver desde atrás del
escritorio donde estaba, pero antes de que pudiera reaccionar, Andreas avanzó
hasta él y le dio un puñetazo que lo tiró al suelo.
-¿Qué diablos..? – preguntó Russell llevándose la mano a la mandíbula,
pero antes de poder incorporarse Andreas estaba sobre él agarrándolo de las
solapas del saco.
- No vuelvas a acercarte a ella – gruñó con los ojos dorados echando
fuego.
-¡Suéltame! –gritó Russell desprendiéndose de Andreas con
violencia y levantándose, pero el joven
Charisteas volvió a empujarlo contra una pared, haciendo que un par de objetos del escritorio cayeran al
suelo.
- No voy a perdonarte que la
hayas lastimado, vas a pagarlo Russell- dio en un tono bajo que destilaba
ira.
-Tú le has hecho más daño que yo…- le contestó Carver
devolviéndole el golpe y cuando Andreas levantó el puño para golpearlo
de nuevo, llegó el personal de seguridad para detenerlo.
-¡¡Si te acercas a Sophie, acabaré contigo, tu hotel y todo lo que te
importa y sabes que puedo hacerlo!!- lo amenazó a los gritos mientras tres guardias lo arrastraban fuera del
edificio.
Andreas se dirigió a su empresa en su auto, mientras se enjugaba la
sangre que le goteaba del labio, tenía que llamar a su abogado para evitar que
su exabrupto pudiera perjudicar a la
gente que lo rodeaba. Aunque la amenaza que le había hecho a Russell era
absolutamente verdadera, si se acercaba nuevamente a Sophie, usaría todo su
poder para dejarlo fuera del negocio. Después de todo era Andreas Charisteas, y
pocos hombres podían oponérsele, definitivamente Russell Carver no era uno de
ellos. No había querido jugar rudo
porque quería ser un mejor hombre para Sophie, pero después de ver el estado en
el que ella había llegado la noche anterior, Russell tenía suerte de estar
vivo, porque en el fondo Andreas sabía que él también era culpable de haberle
destrozado el corazón a la joven.
De hecho aquel conocimiento de su propia culpa, era lo que le impedía correr hasta ella y decirle
lo mucho que la amaba. Porque también sabía que
no la merecía, que sin importar lo mucho que pudiera hacer por ella, él
era quién la había hecho sentir que no era digna de afecto. El hecho de que
Sophie creyera que todos jugaban con ella era tanto culpa de Carver como de él
y de sus abuelos. No había nadie tan apta para dar y recibir amor como ella,
sin embargo era posible que nunca pudiera curar las heridas del pasado, ¿cómo se le devolvía a alguien las
ilusiones que se le habían arrebatado? ¿Cómo la convencía de que su amor no era una farsa?
Andreas recién pudo regresar
casi de noche, durante todo el camino, temió que ella ya no estuviera
allí, pero al llegar la encontró mirando por la ventana. Muchas veces la había
encontrado mirando hacia fuera y había deseado preguntarle qué pensaba.
-No importa…– dijo ella de pronto sin darse la vuelta, él se sobresaltó
porque había pensado que no lo había oído entrar.
-¿Sophie?
-Lo que oí cuando hablabas con tu abuelo.
-Malentendiste todo – dijo él y ella se dio vuelta para mirarlo.
- No importa el motivo, Andreas. La empresa o lo que sea, sólo me
quedaré hasta que pasen los seis meses, luego me iré…no con Russell, ni con
nadie. Sólo quiero que esta inquietud en la que vivo sumida acabe, quiero
volver a ser yo misma…- dijo con decisión.
- Está bien. Así será –dijo él y antes de que se marchase ella notó su
herida en el labio.
-¿Qué te pasó? – lo interrogó acercándose.
-Nada, digamos que sólo fue una negociación dura.
-Andreas…-dijo ella sabiendo que había algo que le estaba ocultando.
-No es nada, de verdad, no te preocupes.- la tranquilizó.
-¿Tú no habrás…? – intentó preguntar mientras una terrible sospecha se
le colaba en los pensamientos.
-Vamos a comer, Sophie.-
respondió dando por acabada la conversación.
Todo retomó su cauce y, por si hiciera falta una muestra, a la noche
siguiente ambos asistieron a una cena a la que habían sido invitados. Sin
embargo fue algo tranquilo y se retiraron temprano, Andreas presentó excusas
tan pronto acabó la comida y se la llevó de allí.
-¿Por qué? – preguntó ella mientras conducían de regreso a casa.
-Porque no es necesario que te fuerces, Sophie. En lo que queda de
tiempo trataremos que sea lo más fácil para ambos, dijiste que odiabas
fingir ser un matrimonio feliz. No te
obligaré a hacerlo…aunque…
-¿Aunque?- preguntó ella con impaciencia.
-No somos tan distintos a los demás. Quiero decir, probablemente
compartimos más que el resto de la gente y nos conocemos mejor. No me mires
así, Sophie. No intento involucrarte en nada, sólo era un comentario- le dijo
al ver la expresión de ella.
-Bueno, probablemente no seamos peores que muchos – reconoció ella.
Después de todo era verdad que muchas de las parejas que conocía o que
incluso de las que habían estado aquella
noche en la cena, tampoco eran matrimonios felizmente enamorados. De repente
recordó a los Vecchio, tan enamorados el uno del otro. Aquello le dio una
punzada de envidia y luego inmediatamente rememoró los días en Singapur…su
vista se desvió de la ventana y contempló a Andreas. Iba conduciendo
concentrado en el camino y por un segundo, ella deseó volver el tiempo atrás,
poder ver nuevamente al otro Andreas Charisteas, y sobretodo, poder volver a
sentirse como lo había hecho en sus vacaciones en el exótico país.
-Estamos por llegar – dijo él pensando que ella estaba cansada.
-Sí – contestó ella brevemente y cerró los ojos, hasta que llegaron a
su casa.
Sophie había estado terriblemente inquieta durante toda la clase sin
saber muy bien por qué, así que tan pronto salió de la Universidad, fue a las
oficinas de Andreas.
-Lo siento señora Charisteas, él recibió una llamada hace un par de
horas y salió…-le dijo la secretaria.
-¿Una llamada? ¿No sabe dónde fue?
-No, pero se lo veía preocupado.
La joven intentó llamar a Andreas pero no atendía su teléfono.
“¿Dónde había ido Andreas y qué clase de llamada había recibido?”
Sophie estaba cada vez más preocupada, se le ocurrió que algo podría haberle pasado a su abuelo,
pero llamó a Stefanos y estaba bien. Por último llamó a Nikos Charisteas y allí
se enteró lo que había sucedido. Christos Charisteas, primo de Andreas, había
tenido un gravísimo accidente que lo tenía al borde de la muerte. Sin embargo,
Nikos le informó que Andreas no estaba en la clínica con la familia.
Aquel suceso obviamente lo había afectado, por su historia con su
primo, porque también su padre había muerto en un accidente de aquel tipo,
Sophie no tenía idea de donde estaba él, pero si recordaba a donde había ido
ella cuando se sintió perdida.
Sophie llegó a la casa, las luces estaban apagadas y no había señales
de nadie, Pocket llegó hasta ella y movió su cola en señal de recibimiento.
-¿Ha estado aquí? – le preguntó al perro angustiada y cuando él corrió
hacia el interior, guiándola hacia las habitaciones, sintió que se desvanecía
su angustia.
La habitación estaba a oscuras, pero él estaba allí, sentado al borde
de la cama, envuelto en una bata, con el pelo aun mojado, y sosteniéndose la
cabeza con las manos como si no quisiera pensar en nada.
-Andreas…-lo llamó ella y él levantó su cabeza. Nunca había visto una
mirada tan atormentada en aquel hombre.
-Sophie…-susurró él como si apenas creyera en verla allí.
-¿Qué te pasa?
-Christos…
-Lo sé, me dijo tu abuelo. Pero hay que esperar lo mejor, es un hombre
joven y fuerte.- dijo llegando a su lado.
-Yo…lo he odiado tanto tiempo – dijo con una sonrisa que carecía
completamente de humor.
-Andreas, no es tu culpa. No importa lo que hayas sentido por él, nunca
deseaste su muerte.
-Cuando me llamaba bastardo, o insultaba a mi madre…
-Eras un niño entonces. Pero tú no eres esa clase de hombre, eres una
buena persona. – le dijo y lo abrazó.
-Es curioso que tú lo digas…
-Todo va a ir bien. Deberías ir a la clínica -le dijo y le acarició el
cabello húmedo.
-No creo que tenga derecho, probablemente mi tío me echará si voy…
-Está bien, pero sal de aquí, vístete, toma algo, no me preocupes- dijo
ella y lo tomó de la mano para levantarlo.
-Sophie…-la llamó él con la voz enronquecida y ella se quedó detenida
por aquella voz y por la mirada dolorida. Estaba herido, probablemente eran
viejas heridas que salían a la luz y a ella le dolía verlo así.
Él la jaló hasta acercarla a sí y entonces la besó. Ella intentó
apartarse pero las palabras de él la detuvieron más que cualquier acción.
-No te vayas, quédate...
-Vamos.- insistió ella apartándose, pero él se incorporó y la rodeó con
los brazos.
-Sophie…Sophie…te necesito-repitió él y su nombre dicho en aquel tono bajo y angustiado sonaba
a un ruego. Ella sólo levantó su cara y Andreas se apoderó de sus labios, con
suavidad, como si probara el grado de aceptación hasta que fue incrementando la
intensidad. Sophie no podía retirarse, no podía dejarlo, no cuando él decía
necesitarla, no cuando los besos le quitaban las ganas de resistirse, no cuando
el calor de él la atravesaba hasta hacerla temblar. Y sobre todo, no cuando
sentía que la tristeza desaparecía de los ojos dorados a medida que ella
respondía a sus caricias.
-Sophie…- repitió él como una letanía y sus manos ágiles le empezaran a
quitar la ropa, mientras no dejaba de depositar besos en su rostro, sus labios, su cuello…besos que
la persuadían. Podía negarse a un Andreas exigente, pero no a aquel hombre que
parecía necesitarla como al mismo aire. Le rodeó el cuello con los brazos,
aferrándose a él, a su agarre. Él la levantó en brazos y la llevó hasta la
cama, sin dejar de repetir su nombre como si fuera un hechizo para retenerla.
Sus esbeltos dedos masculinos quitaron el sostén de encaje y acariciaron sus
pechos, hasta que su boca ocupó el lugar mientras terminaba de desvestirla con
presteza. Sophie no podía pensar, sólo sentir, era como estar envuelta en la
calidez del terciopelo, sus caricias, su lengua estimulando sus pezones con
delicadeza, sus manos recorriendo su cuerpo en una ardiente exploración que la
dejaba sin aire. Aquello era algo que habían empezado mucho tiempo atrás y su
cuerpo clamaba porque lo finalizaran, no podía pensar, no podía ser racional,
su mundo se había convertido en una amalgama de sensaciones, donde el placer
subyugaba a todo lo demás.
Ella estiró sus manos para
acariciarlo, y con una sonrisa él la ayudó a quitarle la bata que era lo único
que aún los separaba, luego fue todo piel contra piel.
Cada centímetro de ella estaba en contacto con él, donde ella era
suave, él era fuerte como el acero, Sophie exploró con timidez los músculos
tensos de su espalda, hasta que el recorrido que estaba haciendo Andreas depositando besos en su estómago, alrededor
de su ombligo, en su vientre, en sus muslos, le quitó el aliento y se entregó
totalmente a la seducción de aquel hombre sin pensar en nada más. Ella sólo
podía emitir suaves gemidos que hablaban de su total indefensión ante a la
maestría de él, porque además había una reverencia en aquel acto que ella no
hubiera creído posible.
-Andreas…-musitó arrebatada por la pasión y con fluidez él se acomodó entre sus piernas .La joven se
puso un poco nerviosa al sentir su masculinidad contra ella pero Andreas volvió
a susurrar su nombre y se sintió hipnotizada por aquella voz cargada de deseo,
por aquellos ojos dorados que se habían vuelto llamas, y él siguió
acariciándola con lentitud, sus dedos la exploraron con delicadeza, prepararon
su cuerpo mientras una sensación de placer
in crescendo se iba formando en su interior.
No pudo evitar gemir por la enormidad de la sensación, nunca había
sentido aquello, el ritmo que Andreas había creado con sus dedos mientras la
acariciaba, la estaba llevando a un lugar desconocido. Entonces todo
desapareció bajo aquel espiral de placer que él había creado, tuvo que cerrar
los ojos y aferrarse a sus hombros para no perderse en el abismo, unos minutos
o una eternidad después, lentamente se
recuperó y abrió los ojos.
Observó el rostro de Andreas, la tensión en sus músculos, sus ojos
oscurecidos y lo sintió empujar contra ella.
Supo que el orgasmo anterior sólo había sido un preludio para prepararla
para su completa posesión.
-Sophie …-dijo antes de besarla e inmediatamente después la penetró.
La joven sintió un dolor agudo cuando entró en ella y tuvo el leve
pensamiento de que todo lo relacionado con él, invariablemente, le causaba
dolor. Sin embargo, se quedó quieto en su interior, permitiéndole acostumbrarse
a aquella novedosa intrusión. Sólo su respiración agitada hablaba del esfuerzo
que le costaba aquella contención.
-Lo siento…-musitó él y ella
sintió que los ojos se le cargaban de lágrimas, aunque no sabía si por el dolor
de la penetración en su cuerpo virginal
o por el tono de ternura de él. Andreas se movió con mucha lentitud y el placer
de aquella fricción eclipsó las molestias que sentía, poco a poco se deslizó
dentro y fuera de ella con un ritmo lento y profundo. De la misma forma ella
comenzó a responderle hasta que por instinto se vio impulsada a elevar las
caderas hacia él para sentirlo más adentro, invitándolo a poseerla
completamente. Sophie se vio envuelta en una febril vorágine, en algo más allá
de su imaginación, mientras pensaba que aquello era igual a ser abrasada por el
sol, a arder en el propio fuego mientras el placer se expandía por todo su ser.
Lo único que importaba era el movimiento de sus cuerpos, los latidos que
retumbaban en su pecho, la forma en qué
él la llenaba, la completaba. Sólo estaba Andreas, su piel, su roce, su
poderosa invasión, los sonidos roncos que se escapaban de su garganta mientras
la tomaba y aquella mirada de oro que
expresaba sensaciones primigenias que no podían ponerse en palabras.
El ritmo se fue incrementando, los embates se hicieron más rápidos, más
fuertes, ella volvió a sentir el nacimiento del orgasmo en su interior hasta que todo su cuerpo se estremeció en
éxtasis y sintió a Andreas impulsarse con fuerza en ella un par de veces más
hasta vaciarse en su interior y caer exhausto sobre su cuerpo tembloroso. Se
apoyó contra ella unos segundos, el sentir su peso sobre ella le provocó
bienestar, pero inmediatamente se giró para no aplastarla y la llevó con él
acunándola contra su pecho.
Estaban tan agotados y satisfechos que ninguno dijo nada, también para
no destruir el momento. Él le besó la frente y ella se apretó más a su cuerpo,
mientras Andreas la envolvía en sus brazos.
Sophie apenas creía haber sobrevivido a aquella intensidad, se había
perdido en la sensualidad de él y no sabía como su ser podía cobijar las placenteras
sensaciones que había descubierto, porque además comprendía que sólo él la podía llevar a aquel estado, que sólo con
él ella podía reaccionar como lo había hecho. Finalmente sólo se rindió al
calor que el cuerpo masculino le transmitía y se quedó dormida.
Andreas ni siquiera era capaz de moverse por temor a que fuera un sueño
y se desvaneciera, hacer el amor con Sophie había sido una experiencia
diferente a cualquiera que hubiera tenido antes, nunca había creído que el amor
pudiera cambiar tanto el acto físico, pero así había sido, cada beso, cada
toque había tenido una nueva dimensión para él. Saber que era Sophie la mujer
que gemía entre sus brazos había multiplicado su placer, sentirla responder a
su pasión había sido más de lo que imaginaba.
Durante un largo rato la observó dormir, verla saciada y confiada en sus brazos era una imagen que
quería grabar en su memoria, hasta que finalmente él también se durmió
guardándola con su cuerpo como al más valioso de los tesoros.
Andreas abrió los ojos con dificultad, nunca antes había dormido tan
profundamente, los parpados aun le pesaban, se movió con lentitud y sólo
entonces notó que estaba solo en la cama. Aún sentía el peso de Sophie en sus
brazos, pero ella ya no estaba allí. Se incorporó alarmado con una terrible
sensación estrujándole el pecho, el sueño había acabado.
Había una pequeña nota junto a
la almohada donde le decía que su primo estaba fuera de peligro y nada más.
Andreas arrugó la nota y maldijo, se alegraba de que Christos estuviera
a salvo, pero la mujer que amaba acaba de escapársele sin que se diera
cuenta. Usualmente él huía de sus
amantes a la mañana siguiente, la
primera vez que había deseado despertar junto a alguien y ella había
huido sin pensárselo dos veces. Esa mujer iba a acabar con él.
Sin siquiera vestirse recorrió la casa para ver si había rastro de
ella, eran pasadas las nueve de la mañana pero Sophie no estaba, por las dudas
revisó la habitación de su esposa y se aseguró que su ropa estuviera aún allí,
de repente el perro apareció y Andreas
lo miró desconcertado.
-Pudiste avisarme que ella se iba, ladrar o algo que me alertara. Yo fui quien te
rescató, ¿sabes? – le dijo al animal y luego se reprendió a sí mismo por hablar
con un perro. Se fue a duchar y vestir rápidamente y salió a buscarla.
Sophie había despertado en brazos de Andreas y entonces había entrado
en pánico, sólo había pensado en escapar. Había cruzado el último límite que se
había puesto, se había entregado a Andreas, verlo tan vulnerable había
derribado todas sus barreras y simplemente se había dejado llevar por el deseo
que él le despertaba sin considerar lo que pasaría después.
Salió de la casa tan deprisa como pudo, no sabía donde ir, así que
finalmente se dirigió a la casa de su abuelo.
Allí se dio un baño, aun llevaba el aroma de Andreas prendido en su
piel, aun podía sentir la sensación de sus manos recorriéndola y del vaivén de
él en su interior. Involuntariamente su cuerpo se estremeció al recordar la
noche pasada, era como si toda ella aún ansiara el contacto de aquel hombre.
Siempre había sabido que él era un seductor, pero sólo ahora comprendía de
verdad lo peligroso que era, Andreas como amante era adictivo.
Pero también sabía que lo que había pasado entre ellos había sido debido a los últimos
acontecimientos y que no podía dejar que él lo usara en su contra. Era el
momento de terminar con todo.
Tras hacer un par de llamadas telefónicas, Andreas llegó a la mansión
Tatsis.
-Vengo a ver a mi esposa – dijo simplemente y se dirigió hacia la
habitación que Sophie ocupaba cuando estaba allí.
-¡Andreas! – exclamó ella al verlo entrar. De repente la habitación
pareció pequeña y el aire se volvió pesado, la presencia de él dominaba todo el
lugar.
-¡¡Qué diablos crees que estás haciendo!! – gritó él.
- Christos está bien, yo…
-¡Soy yo quien está a punto de pasar al otro mundo! – le replicó él e
intentó controlar sus emociones.
-Olvida lo de los seis meses, Andreas. Lo nuestro termina hoy, luego
buscaré mis cosas y…
-¿Perdón? – preguntó él que había pasado de la alegría al escuchar sus
primeras palabras a la completa desazón al escuchar las últimas.
-Vamos a divorciarnos ahora.
-Sophie, ¿después de lo de anoche aún quieres divorciarte? Eres mi
mujer ahora…
-Andreas, una noche de sexo no cambia nada- le respondió ella y él se
apoyó en el escritorio para no caer. No podía creer que ella estuviera diciendo
aquello.
-¿Una noche de sexo? ¿Eso fue para ti?
-Yo…te deseaba, tú a mí. Y en la condición en que estabas
ayer…simplemente quería hacerte sentir bien y pasó, sólo eso.
-¿Me entregaste tu virginidad sólo porque querías consolarme? –le
preguntó él totalmente incrédulo.
-Te deseaba también, pero eso no hace que lo nuestro sea algo más, y tú
lo sabes…
-¡Maldición claro no lo sé, Sophie! Eres mi mujer…
-Yo no soy de nadie, y tú mejor que nadie lo has de saber, que haya
algo físico entre un hombre y una mujer no implica nada más y por una noche no
voy a sacrificar mi vida. Quiero mi libertad, ya sea que quieras o no dármela.
-¡Maldita sea tu libertad!
-Deja de maldecir y sé un poco más racional – dijo ella.
-¿Quieres que sea racional? Bien. ¿Entonces qué pasará si estás
esperando un hijo mío? No me cuidé anoche, ¿aún entonces acabarás con todo?- le
preguntó acudiendo a la última carta que tenía.
-Eso no es posible…
-Sophie.
-Estaba tomando pastillas, no va a haber un hijo que te ate a mí.- le
explicó ella. Por suerte, había tenido que tomarlas para regularizar su ciclo y
por ello no existía aquel peligro.
-¿Pastillas? ¿Por qué rayos una virgen tomaría…?- Empezó a preguntar él
y de pronto se detuvo, sus ojos se oscurecieron.
-Se me había olvidado que ibas a acostarte con Carver, ¿fui un
reemplazo? – le preguntó y ella sin pensárselo avanzó hasta él y lo abofeteó.
-¡Te odio, Andreas! ¿Por qué siempre tienes que ser tan retorcido?
-¡¡¿Y qué quieres que piense?!!- le dijo tomándola del brazo
-Déjame ir, esto me está lastimando…- rogó ella y él la soltó aunque
sabía que ella no se refería a su agarre.
-Haz lo que quieras…- le dijo enfadado y salió de la habitación. No
podía creer que ella aun deseara el divorcio, que redujera lo que había
sucedido entre ellos a “una noche de sexo” y menos aún que rechazara la idea de
tener un hijo de él cuando era la primera vez que había olvidado tomar
precauciones. Él mejor que nadie sabía lo que era ser un hijo ilegitimo, así
que jamás se había expuesto a un embarazo no deseado, se había cuidado para no
embarazar a nadie durante todas las relaciones que había tenido a lo largo de
su vida, sólo con Sophie no se había
preocupado por ello. Con ella en sus brazos no le había quedado ni una pizca de
lógica para pensar en nada que no fuera amarla con todo su ser. Y ahora, ella
le decía que no valía de nada, que aún quería marcharse de su lado.
Bajó las escaleras enfurecido, tenía que hablar con ella cuando
estuviera más tranquilo. Al llegar abajo se encontró frente a frente con
Stefanos Tatsis.
-Hablemos…-dijo solamente el anciano y caminó hacia su estudio,
esperando que Andreas lo siguiera. Era obvio que había escuchado la discusión.
-Stefanos.
-Dale el divorcio, Andreas.- dijo llanamente.
-¡Claro que no!
-¿La amas, verdad?
-Sabes que sí.
-También yo la amo, Andreas y sin embargo nunca pude hacerla feliz. Tú
tampoco puedes, tu amor la está hiriendo, así como mi intención de protegerla
la metió en este matrimonio. Sabes que ella merece más que esto. Yo he sido un
mal abuelo y tú has sido un mal esposo para ella. Si la amas como dices, déjala
irse para que tenga una posibilidad de ser feliz…quiero saber que ella es
feliz…- expresó con cansancio.
-No lo haré…- respondió él y se marchó.
Andreas avisó que no iría a la oficina, después de todo había perdido
más de medio día, y además necesitaba pensar.
Él no quería perder a Sophie, pero no sabía que más hacer. Ni siquiera
hacerle el amor la había acercado a él,
sólo había salido corriendo. Sin importar que hiciera, Sophie nunca creería en
su amor. Había fracasado porque ella nunca
lo amaría, podía seguir intentándolo, pero Stefanos decía la verdad.
Aquello sólo la heriría aun más. Y si algo tenía en claro es que él no quería
lastimarla, siempre se había preguntado qué hacer con Sophie, ahora sabía la
respuesta, aunque era lo último que deseaba en el mundo. Iba a dejarla ir.
Dos días después llamó a Sophie para encontrarse en algún terreno
neutral. Ella llegó en punto a la confitería en que se habían citado.
-Hola – dijo Andreas.
-Hola - respondió ella sentándose frente a él.
-Toma…-le dijo sin más pasándole un sobre con papeles.
-¿Qué es?
-Los papeles del divorcio…tuve que apresurar un poco al abogado, yo ya
los firmé. Tú puedes firmarlos y llevarlos cuando quieras.
-¿De verdad?- preguntó ella sorprendida.
-Sí, Sophie, de verdad.
-Yo…gracias, Andreas.
- Los términos del divorcio puedes arreglarlos con mis abogados.
-Yo no quiero nada – dijo ella.
-Pero quiero asegurarme que estés bien.
-Andreas, puedo cuidar de mí misma.
-Sé que eres una Tatsis y que no
va a faltarte nada, pero aún así es lo que corresponde.
-No cuando no es algo real. Y además pienso trabajar para mantenerme,
también me iré a vivir sola.
-Quédate en la casa, yo iré a otro lugar.
-No, no puedo.
-Es tu casa Sophie, siempre fue más tuya que mía.
-Prefiero ir a otro lugar – dijo ella bajando la mirada.
-¿Sin recuerdos, verdad? Está bien, si vas a empezar de nuevo es lo
justo, ordené que llevaran todas tus cosas a casa de tu abuelo y también a
Pocket. Con suerte, ha de estar mordiendo los zapatos de Stefanos.
-¿Está bien que me quede con él?- preguntó ella.
- Es tuyo, ¿creer que yo puedo cuidarlo?
-Gracias.- respondió ella.
-Bueno, eso es todo. Tienes lo que quieres- le dijo él sin develar sus
emociones.
-Andreas, ¿vas a estar bien, verdad?
-Claro. Cuídate y ten una buena vida, Sophie. – dijo sin más, se paró y
se fue sin siquiera mirar atrás.
Los empleados vivían en un constante estado de alerta, en los últimos
dos meses Andreas Charisteas no mostraba
piedad alguna ante los errores, si antes había sido un adicto al trabajo, ahora
era implacable. La mayoría intentaba mantenerse tan lejos de él como fuera
posible, aquel hombre estaba planeando matarse trabajando y arrastrarlos a
ellos en el proceso.
Andreas intentaba estar tan ocupado como fuera posible,
preferiblemente tanto como para
llegar agotado y arrastrarse hasta la
cama medio dormido, porque de otra forma pensaba en Sophie. Y la extrañaba
tanto que deseaba poder deshacerse hasta de su propia piel para no sentir aquel
vacío doloroso que le causaba su ausencia. Se había mudado a un departamento
porque tampoco él soportaba recordar, había cerrado la casa porque llegar a
ella sin que Sophie estuviera para recibirlo era volver eternamente a un
desierto. Estaba empezando a sospechar que amar sin ser correspondido era un
castigo de los dioses por su soberbia, porque
vivir con Sophie metida en su mente, en su cuerpo, en su alma sin poder
tenerla, dolía. Más de lo que hubiera podido creer. Sin embargo, ella estaba
bien lejos de él, había conseguido trabajo y según le había contado se la veía
muy bien. Él había mantenido la distancia, sólo una vez había cedido a la
tentación y se había acercado a su Universidad para verla desde lejos, hasta
estaba convirtiéndose en un acosador.
Aquella noche llegó un poco más temprano a su departamento porque
necesitaba encontrar unos documentos viejos, se puso a revisar unas cajas y
encontró las fotografías de Singapur.
Sophie estaba sonriendo feliz, no sólo cuando jugaba con las mariposas,
sino también en las otras, incluso en una en que él la abrazaba.
Tal vez, tal vez Stefanos Tatsis estuviera equivocado, existía una
posibilidad de que ella fuera feliz a su lado, porque además Dios era testigo,
él no podía ser feliz sin tenerla.
Había sido un día largo y estaba muy cansada, luego de comprar los
ingredientes para la cena, fue a su departamento. Estaba intentando abrir la
puerta mientras apoyaba el paquete de las compras en su cadera, cuando sintió
una voz que la sobresaltó.
-Sophie – pronunciaron y aun en medio del peor bullicio ella hubiera
reconocido la voz de Andreas. Se dio la
vuelta inmediatamente y lo vio salir de entre las sombras para pararse junto a
ella.
-Andreas..- dijo ella creyendo ver una ilusión, hacía tanto que no lo
veía. Parecía más delgado pero era tan impactante como siempre.
-Hola, quería hablar contigo, ¿puedo pasar?- preguntó él con suavidad.
-Sí…-respondió ella en un susurro y él se acercó para quitarle la bolsa
de las manos, para que pudiese abrir la puerta con comodidad.
Apenas entró, el perro se le tiró encima para darle la bienvenida,
había crecido bastante, ya no quedaba nada del perrito que había llevado un día
bajo el abrigo.
-¿Dónde dejo esto? – preguntó él mientras ella encendía las luces.
-Por allí…-le contestó señalando la mesa.
Andreas dejó la bolsa sobre la mesa y echó un rápido vistazo, el lugar
era pequeño pero muy acogedor.
-Quítate el abrigo y ponte cómodo, ¿quieres algo de beber? – preguntó
ella yendo hacia la cocina.
-No,está bien.
-Dime lo que querías -le dijo
ella mientras se ponía a acomodar las compras, dándole la espalda a Andreas.
-Sophie, rompe tu promesa – le dijo él y ella se giró a verlo.
-¿De qué hablas?
-Rompe la promesa que hiciste tres años atrás, Sophie.
-Andreas, no sigas con esto. Ya todo acabó – dijo ella y sólo un leve
temblor en sus manos delataba lo nerviosa que estaba.
-Podemos ser un matrimonio de verdad, Sophie…
-Sabes que no.
-Nos conocemos.
-Eso no alcanza para construir una relación.
-Sabes más de mí que nadie, ¿cuál es mi color favorito?- preguntó él.
-No empieces con ese juego, el que sepamos cosas el uno del otro no
cambia nada. De hecho tú eres extremadamente observador, así que el que sepas
de mí no me hace diferente a los clientes de los que sabes cada dato.
-En realidad no sé de ellos las
cosas que sé de ti. Eres alérgica a las fresas, te gusta el color azul, amas a
los animales, dejaste de leer el libro La metamorfosis porque te resultaba asfixiante,
sabes de memoria los diálogos de algunas películas, sólo usas los pendientes de
zafiro que te dejo tu madre porque es una forma de sentirla cerca, sueles
quedarte horas mirando por la ventana y nunca he sabido en que piensas, juegas
con tu cabello cuando estás nerviosa y bajas la mirada cuando mientes, aunque
nunca mientes, tienes miedo al dentista y a las arañas, te gusta tejer en
invierno, tarareas canciones sin darte cuenta cuando estás feliz, tienes un
lunar en la cintura que parece una pequeña estrella…-dijo él y ella lo
interrumpió.
-No hagas esto, estoy intentando una nueva vida –dijo ella conmovida.
-Si pudiera volver el tiempo atrás y cambiar un solo día en mi vida,
¿sabes cuál sería?
-Andreas…
-De chico hubiera elegido el día de la muerte de mi padre, hubiera
impedido que subiera al auto. Hubiera querido conocerlo, pero ya no. El día que
cambiaría es cuando nuestros abuelos me hablaron del matrimonio. Diría que no,
que no acepto el ofrecimiento, que no quiero tener las compañías de ambos a
cambio de un matrimonio arreglado.
-Ya pasó, no sigas…
-No aceptaría ese trato, Sophie. Sin embargo me arrodillaría ante
Stefanos y le ofrecería todo lo que tengo y todo lo que soy a cambio de que me
permita ser tu esposo. Evitaría que me odiaras, evitaría que pronunciaras
aquellas palabras y cuidaría de ti desde el principio. Pero no puedo, no puedo
borrar mis acciones, no puedo cambiar el pasado. Dijiste que nunca te
entregarías a mi, que esperabas el amor y sin embargo lo hiciste…así como
volviste sobre tus palabras aquella noche en que hicimos el amor, rompe tu
promesa ahora e intenta quererme, no pido que me ames como yo te amo a ti, pero
…
-¿Qué dijiste?
-Que rompas tu promesa…
-Eso no, ¿qué sientes por mí Andreas?
-Te amo Sophie, te amo tanto que estoy enloqueciendo. Te amo tanto que
es una maldición y por amarte sin que tú sientas lo mismo creo que estoy
pagando crímenes que aun no he cometido.
-Es mentira…es una farsa...un negocio…no me amas- susurró confundida
-Te amo Sophie –insistió él acercándose y ella levantó la mirada. Antes
había creído ver la desesperación en su mirada, lo que había visto en los ojos
de él el día del accidente de su primo, no era nada comparado con lo que veía
ahora.
-Dices la verdad…-dijo ella incrédula.
-Es la mayor verdad de mi vida, la única verdad de mi vida que he
ocultado tras una mentira.- dijo él y se dio cuenta que ella lloraba.
-Sophie, por favor, por favor, inténtalo, si me das una oportunidad
puedo hacerte feliz. No importa si soy el que ama, el único que ama mientras
estés a mi lado. Rompe tu promesa y ven a mí.
-No puedo…-dijo ella sin poder dejar de llorar.
-Sophie -dijo angustiado y las agarró por los hombros.
-No puedo romper una promesa que rompí hace mucho tiempo, tal vez
incluso antes de hacerla …-le confesó y él sintió que era liberado de la
oscuridad.
-¿Tú…?
-Aún cuando no quise, aún cuando no debía, te he amado y te amo Andreas
Charisteas.-aseveró ella.
-Pero…
-Quizá yo tampoco lo sabía, quizá intenta sobrevivir porque amarte sin
que me quisieras podía destruirme – le explicó ella.
-¿Me amas?- preguntó él atontado aún por la idea de ser correspondido y
ella sólo asintió .No necesitaba ninguna otra señal, bajó la cabeza y la besó,
la besó como para sellar sus palabras con sus labios.
-Cielos… te he extrañado tanto- dijo él.
-Y yo – le respondió Sophie y sin perder un segundo Andreas la levantó
en brazos para llevarla a la habitación.
-¡Qué haces!
-Hacerte el amor, y esta vez no tendrás duda de que te estoy amando y
no sólo teniendo sexo contigo Sophie, voy a decirte cuanto te amo una y otra
vez mientras te bese y te toque y no voy a dejarte salir de esa cama hasta que
reconozcas que lo que pasa entre nosotros es más que deseo, o que una noche.-
le dijo aun dolido por las palabras de ella.
-Está bien –dijo la chica y se agarró fuerte a su cuello mientras la
llevaba.
-¿No vas a luchar?
-No, lamento lo que dije antes, pero para mí fue algo especial y creía
que para ti no había significado lo mismo.
Fallé miserablemente al intentar apartarme de ti, no podía también
exponer lo que sentía.
-Bueno, todo eso va a cambiar, ahora mi amor – le dijo él y la depositó
en la cama.
Y durante largas horas de pasión, Sophie pudo comprobar que las
palabras de Andreas eran verdad y que ya no había nada que temer porque la amaba
tanto como ella a él. Lo supo en cada instante que él acarició su piel, lo supo
cuando le susurró que era bella, que era suave y que la deseaba con locura, lo
supo en cada beso dulce y en cada beso desbordante de pasión, lo supo mientras
sus manos exploraban su cuerpo marcándola a fuego, lo supo cuando lo tuvo
moviéndose en su interior.
-¿Qué haces? – preguntó ella cuando yacían uno abrazado al otro y
Andreas entrelazó sus manos con las de ella y
la sujetó a él.
-Me aseguro de que estarás aquí cuando despierte.
-No voy a irme a ningún lado…ya no necesito huir, no ahora que me amas-
dijo ella con una sonrisa.
-Bien, porque no puedes retractarte ahora, te perseguiría hasta el
rincón más alejado del mundo y un poco más allá también. Y sabes de lo que soy
capaz. Imagínate lo que puedo llegar a hacer si estoy enamorado, es algo nuevo
para mí y me vuelve bastante impredecible.
-¿Desde cuándo me amas?- preguntó ella.
-No lo sé, pero sí sé por cuanto tiempo, por siempre – le dijo
besándola.
-Sabes, aun recuerdo cuando te vi por primera vez…-comentó la joven
rememorando el pasado.
-¿Cuándo fue eso? Debemos haber sido niños…
-Era la recepción después del funeral de mis padres, yo estaba llorando
bajo el escritorio de mi abuelo. Tú abriste la puerta y me viste, en ese
momento llegó Stefanos preguntando por mí y dijiste que yo no estaba allí, él
se fue, tú me sonreíste y cerraste la puerta para darme privacidad. Cuando salí
una hora después, aún estabas afuera haciendo guardia…- le contó sin confesar
que desde ese día él se había convertido en alguien muy importante para ella.
-Fui un estúpido entonces.
-¿Por qué?
-Debí abrazarte fuerte y decirte que todo estaría bien. ¿Me creerás si
te lo digo ahora?
-Sí – contestó ella abrumada por los sentimientos que sentía por aquel
hombre.
-Bien, porque voy a asegurarme de que así sea…
-Y tú eres Andreas Charisteas – le dijo ella bromeando pero se le quitó
la risa cuando en un rápido movimiento él la tuvo bajo su cuerpo y comenzó a
besarla con aquella sensualidad que la desarmaba.
Epílogo
-Sophie Tatsis, ¿jura amar a su marido, respetarlo y honrarlo durante
todos los días de su vida, amándose mutuamente día tras día, amándolo y
dejándose amar por él?
-Sí, es una promesa – respondió ella y sonrió. El sacerdote prosiguió
con la ceremonia.
-Andreas Charisteas, ¿jura amar
a su esposa , respetarla y honrarla, amándola..- el sacerdote lo miró un
instante y Andreas hizo una seña leve para que prosiguiera- y amándola y
amándola y amándola y dejándose amar y amar y amar por ella mientras vivan. Y
darle hijos que sean amados y formar una familia donde haya amor cada día?
-Sí, es una promesa – dijo él y luego de las indicaciones le puso el
anillo a su esposa y la besó.
Dado que era Andreas Charisteas nadie objetó que deseara casarse de
nuevo con la misma mujer, ni tampoco ningún invitado, a excepción de sus
abuelos, pareció notar las particularidades de los votos matrimoniales.
-¿Qué fue eso de la ceremonia? –preguntó Sophie cuando estuvieron a
solas, el corazón no dejaba de latirle por la emoción de ser en todo sentido
esposa de Andreas. Ya no habría miedos, ni malos entendidos, ambos eran
guardianes del corazón del otro, eran amigos, compañeros, amantes y se sentían
seguros, sabiendo que cada uno cuidaría del otro siempre.
-Sólo quería dejar claro mi punto y compensar lo de la vez anterior…
-Creo que ha quedado claro- dijo ella divertida al recordar las
incontables veces que el sacerdote había mencionado la palabra amor a lo largo
de la ceremonia.
-Mejor así - dijo él besándola y
ella pensó que mucho más tarde le devolvería la sorpresa diciéndole que el
amado hijo ya estaba en camino.
-Andreas…
-¿Sí? – preguntó él.
-Cumple tu promesa.
-Siempre.- respondió él y ella supo que ambos lo harían durante el
resto de sus vidas.
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