Estaba
sentado delante del ordenador, intentando concentrarse en los números que tenía
plasmados en la pantalla, pero en verdad por más que volviera a mirar aquellas
cifras, no conseguía leer nada.
¿Se
habría despertado ya? ¿Le haría falta ayuda? ¿Se habría dado cuenta de todo?
Aquellas
preguntas no paraban de meterse en su subconsciente, interponiéndose en su
concentración para las cifras de porcentajes en el producto nuevo.
¡Y
ahora su móvil!
Frustrado
por no conseguir sentirse aislado en su piso, agarró el aparato y descolgó al
ver que se trataba de Elisabeth. Pero apenas tuvo tiempo de soltar las sílabas
primeras de un saludo, cuando casi se quedó sordo por los gritos de la chica.
-¡Corre,
es Yola! –Alertó asustada-. Estábamos hablando, cuando escuché cristal romperse
y no me respondió más.
Ni
se molestó en responder. Solo soltó el aparato electrónico encima del
escritorio sin mirar si había colgado la llamada, para salir corriendo hacía el
piso de sus vecinas.
Pasó el muro que dividía los dos edificios a gran velocidad, para entrar como un bólido en el dormitorio de la joven y hallarlo vacío.
Allí, sus pulsaciones adquirieron más nervio por comenzar a notar cierto temor, al saber que a la joven le podía haber ocurrido algún daño.
Tras cruzar el dormitorio y salir al pasillo casi en penumbra, puso el oído dejando en un segundo plano el retumba de su corazón.
Reinaba el silencio absoluto.
Tenía que tomar una decisión, izquierda al comedor y cocina o derecha, al cuarto de baño.
Tal
vez por instinto, que decidió ir hacia la cocina, acertando al hallar a la
joven en medio de un caos de cristales rotos.
Aquel
fue su primer chequeo. El segundo, comprobar que no se veía sangre alguna,
señal que por el momento a simple vista no había cortes alarmantes en el
cuerpo. Y el tercero, ver que no había reparado aún en su presencia porque es
como si estuviera en shock.
-¿Estás
bien? –Preguntó en tono consolador, dando pasos cortos hacia ella.
De
seguida, que captó la atención de ella en él. Pero ya no había rastro alguno de
aquella mirada perdida.
Ahora,
solo había furia. Y sabía, que era solo para él.
-¡Pero
quién te crees que eres! –Vociferó mostrando aquella vez el auténtico carácter
que siempre se determina al cabello pelirrojo.
Y
por primera vez, se quedaba sin palabras para excusarse ante ella.
Era
culpable, lo admitía y lo sabía. Se había saltado la primera norma que Yola le
había puesto.
Había
violado por así decirlo, su intimidad. Iba a ser difícil arreglar aquella
situación. Pero sus pensamientos quedaron a un lado, cuando vio como ella
avanzaba descalza entre los cristales.
-¡Espera!
–Gritó alarmado, llegando en un momento a su lado, para alzarla por la cintura
y sacarla del desastre.
Después,
podía decirse que lo que vino tras aquel gesto, no se lo hubiese esperado
nunca.
Yola,
lo cogió bien desprevenido al darle una fuerte bofetada, en cuanto sus pies
tocaron suelo.
-¡No
me toques! –Vociferó entre dientes con ojos vidriosos.
Dolerle,
le dolía la mejilla, porque mentir… Pero lo que más le dolía, era el ver a Yola
así por su culpa.
Iba
a resultar más que difícil, el volver a ganarse su confianza.
-Yola,
yo…
-¡Ni
me hables! –Volvió a gruñir con lágrimas resbalando por su rostro-. Ni te me
acerques… -Tragó saliva-. Quiero que te marches ahora –Rogó destrozada.
-Antes
dame la oportunidad –Intentó volver a tomar la palabra, pero no le dejó avanzar
más.
-Déjame
por favor –sollozó-, ahora mismo me hallo muy confusa, para poder asimilar
ninguna oportunidad –Imploró-. Creo que no hay excusa, para haber llegado a
tanto –Alzó su mirada-. Puede que estés acostumbrado a ver el cuerpo desnudo de
una mujer, como te deja siempre que quieres tu amiga Laia –Soltó con gran
recelo y logrando que él resoplara-. Pero yo no te di para tanto…
Ahí
tenía su respuesta, pensó Eric. Tenía que haberle cedido aquello a Elisabeth y
él, dar dos pasos atrás.
Ella,
era toda inocencia. Y le acababa de costar caro su gesto.
Estaba
claro, que tenía que haberse marcado por la distancia. Y es lo que iba hacer,
como también se lo pedía ella.
En
silencio, se dio media vuelta y salió de aquel piso, sin saber cuándo volvería.
Al
verlo alejarse, fue cuando se derrumbó del todo, dejándose caer al suelo y
llorando por ser tan estúpida al haberle pegado.
Ahora,
sentía vergüenza por dos cosas. Su desnudez y el haberle pegado.
***
El
reloj de cuco que tanto le gustaba a su madre, marcaba la media noche con su
peculiar música. Y ella, aún seguía sentada en el sofá del comedor sin ganas de
nada. Su cabeza, solo hacía que recordar la expresión de sorpresa y
incredulidad de Eric, al darle la bofetada.
Sabía
que había hecho mal, pero es que él… La había puesto en una situación comprometida
para ella. ¿Cómo iba actuar ahora? Puede que él fuera más adulto y
acostumbrado. Puede que él no le diera suma importancia, que lo viera como si
fuera un día de playa.
Pero
ella no. Es como si aparte, también sintiera un poco de decepción, pero no
comprendía bien el motivo.
Además,
no sabía cómo iba a ir la cosa entre ellos ahora. Puede que él, también se
sintiera decepcionado con su actitud, pues a más de haberle abofeteado le
escupió con gran rencor, acusaciones que no eran de su incumbencia.
Lo
que él hubiese hecho e hiciese con su amiga Laia, no era de su importancia.
Ella no era nadie, para reprocharle sus acciones. Cada cual era libre de hacer
con su vida y cuerpo lo que quisiera.
Que
bien le iría tener a su madre allí. Sabía que podría llamarla, pero no quería
preocuparla con sus asuntos. Podía esperar el tiempo que ella tardara en venir.
Suspirando
con gran profundidad, se levantó del sofá y con pasos aletargados arrastró su
cuerpo a su dormitorio para tumbarse en su cama a oscuras. No quería dar
ninguna pista de que se hallaba allí, por si acaso él decía pasarse.
Aunque
después de su vergonzosa actitud, dudaba que éste quisiera saber algo de ella,
después de que se hubiese preocupado en cierta medida, lo había tratado como un
bicho raro sin darle tiempo a explicarse.
Mejor
intentaba dormir, para levantarse pronto e ir a trabajar al día siguiente. Pues
no se veía capaz de tener cara, para presentarse en su casa y que la llevara
él. Cogería el autobús.
Eran
las cinco y media de la mañana, cuando salía del parquin del edificio con su moto.
Si ya le costaba dormir de forma habitual, aquella vez ni lo había logrado
cinco minutos. Su cerebro, había repetido mil y una veces lo ocurrido con la
joven. Mientras luchaba contra sus impulsos de acercarse e intentar hablar con
ella. Y luego, sentado en un rincón de su terraza, había escuchado de forma
débil la alarma de la chica y momentos siguientes, la pequeña luz de su mesita
de noche había iluminado de forma tenue el dormitorio. Obvio, que iba a
trabajar.
Que
ganas de enviarle un mensaje al móvil, diciéndole que la llevaba él. Pero sabía
que si ella no había dado el paso, mejor no hacer nada.
Pero
aún así, tenía que saber cómo estaba la situación entre ellos. De ese modo,
sabría cómo actuar en el trabajo.
Condujo
la moto a quince por hora por la carretera, sabiendo que en breve aparecía por
detrás de él, el autobús que tenía que coger ella.
Y
así fue. Cuando se hallaba a unos quince metros de la parada del bus, detuvo su
moto y se quitó el casco.
Ella lo había visto.
Pero
podía decirse que se hallaba con los ojos abiertos de sorpresa, mostrando
también una gran duda. No sabía qué hacer…
Se
miraron en silencio, pero ella no dio muestra de avanzar hacia él, más bien al
revés, pudo apreciar como dio un pequeño paso atrás. Y al segundo, notó pasar
el transporte público por su lado, y ver como esta bajaba la cabeza al suelo
para subirse de seguida.
Bien,
ya tenía la respuesta que andaba buscando durante toda la noche.
Con
gran rabia, se puso el casco y arrancó su moto adelantando al autobús por su
lado a gran velocidad.
Ohhhhhhhhhhhhhhhhhhh m ha dado pena este capi pero todo estará bien, ¿verdad? Besos y gracias
ResponderEliminaresto... mmmmm... cómo decirte la verdad...
EliminarPues puede que vengan un par de capos algo, diferente a lo acostumbrado con estos dos. Pero todo,es para pasar a la siguiente fase de la historia.
jejejeje