Cuando
había llegado aquella mañana bien temprano, había tenido intención de ir
directamente del aeropuerto al trabajo.
Pero
se había abstenido, al saber que habría sido la diana perfecta para las bromas
de Elisabeth, al verlo tan impaciente por encontrarse con su vecina pelirroja.
De
modo que había indicado al taxista, que lo llevara a su casa, sintiéndose algo
desolado por no ver aún a Yola.
Tenía
que reconocer, que había sido un poco tonto al abstenerse aquellos días que
había estado fuera, de enviarle algún mensaje al móvil.
Pero
lo había hecho, para que ella no lo ligara mucho con el beso.
Aquello,
por el momento tenía que quedar como un suceso aislado en la mente de ella.
Porque
sin embargo, él ya no podía más. Necesitaba estar con ella.
Se
había enamorado como un tonto.
Cuando
había entrado en su casa, tras dejar las maletas de cualquier manera en el
recibidor, sin percatarse sus piernas lo habían conducido a su balcón.
Por
un momento se detuvo a observar las casi desaparecidas estrellas, pues en pocos
minutos saldría el sol.
Fue
entonces, cuando el leve maullido de su gato hizo que observara a su alrededor.
Y al no hallarlo, caminó hacia el balcón vecino.
Pelusa
se hallaba allí, quietecito en la estrecha apertura de la puerta corrediza del
balcón de Yola.
Lo
llamó siseando, pero éste solo supo soltar un maullido algo agudo, para después
desaparecer en el interior del dormitorio.
¡Traidor!
Masculló
entre dientes, al ver que incluso el animal prefería estar con ella.
Decidió
pasar sus piernas por encima del pequeño muro, no pudiendo detener la sonrisa
que le asomó a sus labios, sabiendo que ante aquel gesto su vecina lo
asesinaría con la mirada, tras gruñirle a su madre que era el momento de
instalar el panel divisor.
Pero
iba tranquilo, porque sabía que no chocaría con ella por allí. A lo sumo con su
madre y aquello, no le quitaba el sueño.
Además,
tampoco quería invadir su intimidad. Solo iba a pinzar al gato por el pescuezo
o por la cola, y volverse a su apartamento.
Después,
ya vería qué hacer hasta una hora prudente.
Pero
todo lo que su mente iba construyendo, se desquebrajó por completo, al ver a
Yola acurrucada bajo una ligera manta.
¡Se
había quedado dormida!
Un
momento, frunció el ceño al no cuadrarle varias cosas.
No
creía que estuviera aún allí por dormilona. No era típico de Yola. El que
estuviera encogida y tapada con una ligera manta hasta la barbilla, en pleno
mes de julio. Además, de ver ahora un par de pañuelos de papel desechados en su
mesita de noche, fue un factor que le indicó que la joven se hallaba enferma.
Tuvo
que hacer fuerza dominante sobre sus impulsos de caminar hacia ella y comprobar
como estaba, pero no sería lo correcto para la joven.
Además,
tenía que estar seguramente su madre al tanto. Así, que mejor se marchaba de
vuelta a su piso. Y hacía como que no había estado por allí.
Acababa
de pasar el muro, cuando su móvil vibraba y sonaba el sonido de una campana.
Para
que le llegaran mensajes a aquellas horas de la mañana, solo podía tratarse de
alguien del trabajo. Y apostaba a que se trataba de Elisabeth, con alguna broma
de las suyas.
Lo
extrajo con su mano derecha a la vez que hacía una mueca con sus labios,
mientras le daba a expandir al mensaje. Pero una vez más, aquella mañana volvía
a sorprenderse.
“Por favor, si estás en tu piso. Mira si
puedes acceder al de Yola. Se halla enferma con gripe y su madre, se halla de
viaje por motivos familiares. De modo que está sola y no sé cómo se está
cuidando. “
“Yo me pasé ésta
mañana, pero no debió escucharme picar al interfono o no tuvo las suficientes
fuerzas, para levantarse y abrirme.
Dime Algo, me tiene muy
preocupada”
Le
escribió veloz una afirmación, al tiempo que dirigía sus pies con paso sigiloso
al dormitorio de la chica.
La
observó por unos segundos, comprobando una vez más lo terca que llegaba a ser
ésta, al no pedirle ayuda. Ella sabía que él volvía aquel día… Oh suponía que
lo sabría por boca de Elisabeth.
Aunque
sabiendo cómo era la otra chica, seguro que había querido jugar un poco con el
factor sorpresa.
Pero
todo se le había aguado. Soltó un suspiro profundo... Se
la veía tan indefensa y tranquila.
Por
primera vez, pudo detenerse unos minutos a empaparse de ella con la total libertad,
de estar seguro de no recibir en ningún momento, la santa inquisición de las
miradas enfurruñadas que la joven le dirigía casi siempre.
Yola,
Yola… ¿Qué iba hacer con ella?
Tras
haber mirado en el baño y luego en la cocina, pudo comprobar que no había
rastro alguno de que se estuviera tomando medicamentos de forma regular. Y
menos aún, de que se hubiera preparado algo decentemente caliente.
Así,
que fue a su piso a preparar una sopa y coger algo de su botiquín. Habiéndose
tomado unos instantes, para quitarse el arrugado traje y ponerse unas bermudas y
camiseta.
Pasado
un rato, volvió a entrar en el dormitorio dejando en la mesilla los medicamentos,
para ir con el taper de sopa a la cocina y coger así, un vaso de agua.
Al
volver a su lado, se puso en cuclillas con un par de pastillas en su mano
izquierda, mientras que la derecha la apoyaba en la acalorada mejilla de la
chica, para despertarla con voz susurrada.
-Yola…
Pequeña –Empleó un tono meloso-, ábreme un segundo la boca. Debes tomar tus
medicamentos.
Con
la mano aún en el rostro de ella, fue acariciando su mejilla con el dedo pulgar
para despertar así a la joven. Quien a los segundos, abrió levemente los ojos
para mirarlo de forma perdida.
Era
obvio, que la fiebre era la causante de aquel tipo de inconsciencia.
Porque
si la joven fuera realmente consciente de quien le estaba dando medicamentos,
no creía que le sonriera como agradecimiento y volviera a cerrar los ojos de
forma tan tranquila, para seguir descansando.
Pero
tampoco iba a despertarla del todo para que viera la realidad y se pusiera a
gritarle como un demonio loco.
Ya
habría tiempo más adelante, para tener que soportar sus reproches por haberse
adentrado en su dormitorio y cuidarla sin su permiso.
Y
tenía que confesar, pensó con sonrisa de pillín, que iba a disfrutar mucho de
aquello.
Bien,
ahora llegaba el momento de buscar mudas de la cama limpias, como de dormir
para ella.
Y
aunque sus pulsaciones le gritaran en las sienes a causa de los nervios por
tener que desnudarla, iba a comportarse como un caballero.
Tras
haber cambiado la cama de limpio con ella encima, como se hacía en los
hospitales. Podía decirse que había conseguido el tiempo récord en cambiar a
una persona de muda limpia.
Pero
como ella seguía allí encogida, con cierto frío…
No
se lo pensó dos veces, en descalzarse y tumbarse junto a ella rodeándola con
sus brazos.
Más
tarde, ya miraría de cómo enfrentarse a la tormenta pelirroja.
Ja!! yo quiero que vengan a cuidarme! En serio , pienso como Thalula que es raro...pero sigo disfrutando esas escenas de paciente/cuidador, de hecho me encantan. Besos cielo y ¡QUIERO MAS!
ResponderEliminarque hermoso!
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