viernes, 27 de marzo de 2015

Noches En El Balcón 22


Cuando había llegado aquella mañana bien temprano, había tenido intención de ir directamente del aeropuerto al trabajo.

Pero se había abstenido, al saber que habría sido la diana perfecta para las bromas de Elisabeth, al verlo tan impaciente por encontrarse con su vecina pelirroja.

De modo que había indicado al taxista, que lo llevara a su casa, sintiéndose algo desolado por no ver aún a Yola.
Tenía que reconocer, que había sido un poco tonto al abstenerse aquellos días que había estado fuera, de enviarle algún mensaje al móvil.




Pero lo había hecho, para que ella no lo ligara mucho con el beso.

Aquello, por el momento tenía que quedar como un suceso aislado en la mente de ella.

Porque sin embargo, él ya no podía más. Necesitaba estar con ella.

Se había enamorado como un tonto.

Cuando había entrado en su casa, tras dejar las maletas de cualquier manera en el recibidor, sin percatarse sus piernas lo habían conducido a su balcón.

Por un momento se detuvo a observar las casi desaparecidas estrellas, pues en pocos minutos saldría el sol.

Fue entonces, cuando el leve maullido de su gato hizo que observara a su alrededor. Y al no hallarlo, caminó hacia el balcón vecino.

Pelusa se hallaba allí, quietecito en la estrecha apertura de la puerta corrediza del balcón de Yola.

Lo llamó siseando, pero éste solo supo soltar un maullido algo agudo, para después desaparecer en el interior del dormitorio.

¡Traidor!

Masculló entre dientes, al ver que incluso el animal prefería estar con ella.


Decidió pasar sus piernas por encima del pequeño muro, no pudiendo detener la sonrisa que le asomó a sus labios, sabiendo que ante aquel gesto su vecina lo asesinaría con la mirada, tras gruñirle a su madre que era el momento de instalar el panel divisor.


Pero iba tranquilo, porque sabía que no chocaría con ella por allí. A lo sumo con su madre y aquello, no le quitaba el sueño.

Además, tampoco quería invadir su intimidad. Solo iba a pinzar al gato por el pescuezo o por la cola, y volverse a su apartamento.

Después, ya vería qué hacer hasta una hora prudente. 
Pero todo lo que su mente iba construyendo, se desquebrajó por completo, al ver a Yola acurrucada bajo una ligera manta.

¡Se había quedado dormida!

Un momento, frunció el ceño al no cuadrarle varias cosas.

No creía que estuviera aún allí por dormilona. No era típico de Yola. El que estuviera encogida y tapada con una ligera manta hasta la barbilla, en pleno mes de julio. Además, de ver ahora un par de pañuelos de papel desechados en su mesita de noche, fue un factor que le indicó que la joven se hallaba enferma.


Tuvo que hacer fuerza dominante sobre sus impulsos de caminar hacia ella y comprobar como estaba, pero no sería lo correcto para la joven. 

Además, tenía que estar seguramente su madre al tanto. Así, que mejor se marchaba de vuelta a su piso. Y hacía como que no había estado por allí.

Acababa de pasar el muro, cuando su móvil vibraba y sonaba el sonido de una campana.

Para que le llegaran mensajes a aquellas horas de la mañana, solo podía tratarse de alguien del trabajo. Y apostaba a que se trataba de Elisabeth, con alguna broma de las suyas.

Lo extrajo con su mano derecha a la vez que hacía una mueca con sus labios, mientras le daba a expandir al mensaje. Pero una vez más, aquella mañana volvía a sorprenderse.

Por favor, si estás en tu piso. Mira si puedes acceder al de Yola. Se halla enferma con gripe y su madre, se halla de viaje por motivos familiares. De modo que está sola y no sé cómo se está cuidando. “

“Yo me pasé ésta mañana, pero no debió escucharme picar al interfono o no tuvo las suficientes fuerzas, para levantarse y abrirme.
Dime Algo, me tiene muy preocupada”

Le escribió veloz una afirmación, al tiempo que dirigía sus pies con paso sigiloso al dormitorio de la chica. 

La observó por unos segundos, comprobando una vez más lo terca que llegaba a ser ésta, al no pedirle ayuda. Ella sabía que él volvía aquel día… Oh suponía que lo sabría por boca de Elisabeth.

Aunque sabiendo cómo era la otra chica, seguro que había querido jugar un poco con el factor sorpresa.

Pero todo se le había aguado. Soltó un suspiro profundo... Se la veía tan indefensa y tranquila.

Por primera vez, pudo detenerse unos minutos a empaparse de ella con la total libertad, de estar seguro de no recibir en ningún momento, la santa inquisición de las miradas enfurruñadas que la joven le dirigía casi siempre. 

Yola, Yola… ¿Qué iba hacer con ella?

Tras haber mirado en el baño y luego en la cocina, pudo comprobar que no había rastro alguno de que se estuviera tomando medicamentos de forma regular. Y menos aún, de que se hubiera preparado algo decentemente caliente.

Así, que fue a su piso a preparar una sopa y coger algo de su botiquín. Habiéndose tomado unos instantes, para quitarse el arrugado traje y ponerse unas bermudas y camiseta.

Pasado un rato, volvió a entrar en el dormitorio dejando en la mesilla los medicamentos, para ir con el taper de sopa a la cocina y coger así, un vaso de agua.

Al volver a su lado, se puso en cuclillas con un par de pastillas en su mano izquierda, mientras que la derecha la apoyaba en la acalorada mejilla de la chica, para despertarla con voz susurrada.

-Yola… Pequeña –Empleó un tono meloso-, ábreme un segundo la boca. Debes tomar tus medicamentos.


Con la mano aún en el rostro de ella, fue acariciando su mejilla con el dedo pulgar para despertar así a la joven. Quien a los segundos, abrió levemente los ojos para mirarlo de forma perdida. 


Era obvio, que la fiebre era la causante de aquel tipo de inconsciencia.

Porque si la joven fuera realmente consciente de quien le estaba dando medicamentos, no creía que le sonriera como agradecimiento y volviera a cerrar los ojos de forma tan tranquila, para seguir descansando.

Pero tampoco iba a despertarla del todo para que viera la realidad y se pusiera a gritarle como un demonio loco.

Ya habría tiempo más adelante, para tener que soportar sus reproches por haberse adentrado en su dormitorio y cuidarla sin su permiso. 

Y tenía que confesar, pensó con sonrisa de pillín, que iba a disfrutar mucho de aquello.

Bien, ahora llegaba el momento de buscar mudas de la cama limpias, como de dormir para ella.

Y aunque sus pulsaciones le gritaran en las sienes a causa de los nervios por tener que desnudarla, iba a comportarse como un caballero.

Tras haber cambiado la cama de limpio con ella encima, como se hacía en los hospitales. Podía decirse que había conseguido el tiempo récord en cambiar a una persona de muda limpia.

Pero como ella seguía allí encogida, con cierto frío…

No se lo pensó dos veces, en descalzarse y tumbarse junto a ella rodeándola con sus brazos.
Más tarde, ya miraría de cómo enfrentarse a la tormenta pelirroja. 



2 comentarios:

  1. Ja!! yo quiero que vengan a cuidarme! En serio , pienso como Thalula que es raro...pero sigo disfrutando esas escenas de paciente/cuidador, de hecho me encantan. Besos cielo y ¡QUIERO MAS!

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