Prólogo
–No pienso volver a enamorarme nunca más –gruñó la
joven de rizos negros mientras cerraba de un portazo. Su madre arqueó una ceja
ante aquella inusual muestra de enfado. Durante trece años había sido una chica
estupenda…–. Idiota –murmuró.
–Elina, ¿qué dijiste? –interrogó y los ojos grises se
abrieron sorprendidos.
–Oh, no sabía que estabas… –su voz se fue
desvaneciendo. Carraspeó–. Hola, mamá.
–¿Qué sucede, Eli?
–Nada –contestó de repente, pero caminó hasta su mamá
y la abrazó–. Lo odio.
–Lo sé, cariño.
–¿Lo sabes?
–Bueno, supongo que te refieres a un chico, ¿cierto?
–No es solo un chico, mamá.
–Supongo que no.
–Es…
–¿Especial?
–Es un idiota.
Su mamá soltó una carcajada y la abrazó con fuerza.
–Vamos cariño, no todos lo son. Además, están en una
edad difícil…
–No sé si eso justifica que… –calló y, para su
mortificación, sintió que se sonrojaba.
–Oh. ¿Qué te parece si horneamos unas galletas?
Después de todo, es Nochebuena.
–Sí, podría resultar.
Elina siguió a su madre y una hora después, el olor de
galletas recién horneadas inundaba el ambiente. Comió varias y cuando iba a
empezar a lavar las bandejas usadas, el timbre sonó.
–¿Podrías ver quién es, cariño?
–Claro, mamá
–Elina dejó un plato de galletas de chocolate intacto y caminó hasta la puerta.
Cuando abrió, frunció el ceño–. Tú. Aquí –se cruzó de brazos y él le dedicó una
sonrisa brillante–. ¡¿Qué crees que estás haciendo?! –exclamó cuando se inclinó
y depositó un beso en su mejilla–. ¡Devlin!
–Hola, Lina –su sonrisa no había disminuido–. ¿Están
horneando galletas? –preguntó al tiempo que se abría paso hasta la cocina–.
Buenas tardes, señora Carson.
–Devlin, qué gusto verte. ¿Quieres galletas?
–Por favor –tendió la mano hacia la bandeja y tomó
una, a pesar del golpe que Elina le dio en el brazo, cuando su mamá no miraba–.
¿Estás bien, Lina?
–¿Por qué…? –empezó su réplica cuando la voz de su
mamá la interrumpió.
–No, realmente. Creo que alguien le rompió el corazón.
¿Verdad, cariño?
–¡Mamá!
–¿Qué? ¿Dije algo malo? Oh. ¿Era un secreto? Pensé que
le contabas todo a Devlin. ¿No son los mejores amigos?
–No. Ya no –acotó entre dientes–. Iré a mi habitación.
–Pero, Eli… –dejó a su mamá y se encaminó con pasos
furiosos, consciente de que Devlin no tardaría en seguirla.
–Déjalo ya, Lina –habló Devlin desde el otro lado de
la puerta. Intentó abrir una vez más–. ¿No me dejarás pasar?
–No. Vete.
–¿Por qué? Sabes que no… –suspiró frustrado y Elina
habría apostado que estaba pasando la mano por el cabello, con insistencia,
pensando qué decir–. Lo siento.
–Devlin… –colocó la mano en el picaporte y, a punto de
girarlo, escuchó.
–Lina, debes entenderlo, yo tengo dieciséis años ya y
tú eres solo una niña…
–¡Vete al infierno, Devlin St. James!
***
3 años después
¿Qué era tan grandioso de tener dieciséis años?
¿Salir? ¿Amigos? ¿Novio? Todo eso ya lo había experimentado durante el año
pasado, al cumplir quince años. ¿Qué quedaba por hacer? ¿Era posible aburrirse
tan pronto? Y la llegada de la Navidad solo lo empeoraba. No había nada como
una buena época de amor y paz para recordarle a una que debía tener pareja para
disfrutarla. En verdad, solo era superada por San Valentín. Qué horror.
–¿Por qué frunces el ceño, Lina? –Devlin esbozó una
media sonrisa–. ¿Estás bien?
–Sí, solo pensaba… ¿no te cansas de hacer lo mismo una
y otra vez? ¿Cada fin de semana? ¿Cada año?
–No, me encantan los fines de semana –entrecerró los
ojos–. ¿Cada año? ¿Cómo tu cumpleaños?
–Bobo –lo golpeó riendo–. Como Navidad. O San
Valentín. O cosas así.
–No creo. Es una oportunidad para dar obsequios sin
sentido a personas que no los querrán de todos modos. ¿Por qué no lo
disfrutaría?
–Vamos, Dev, hablo en serio.
–Lina –frunció el ceño, pensativo–. ¿Qué te ocurre?
Últimamente pareces cansada. De todo. ¿Aburrida? Hmmm… ¿acaso yo te aburro?
–Solo un poco, a veces –se encogió de hombros. Él puso
en blanco los ojos ante su risita–. Nunca me aburro contigo, Devlin. Por eso me
haces falta cuando… olvídalo.
–Lina, tú eres quien no quiere salir conmigo, ¿recuerdas?
–Tú eres quien dijo que era tan solo una niña,
¿recuerdas?
–Eso fue hace tres años. ¡Rayos, Lina! Fue un error.
–Ay, Devlin. Sabes que lo complicaría todo, ¿cierto?
–Nunca me he resistido a un buen reto. Y sé que tú
eres todo lo que alguna vez quiero tener en mi vida.
–Me has tenido en tu vida por años.
–Quiero más. Lo quiero todo, Lina –cerró el espacio
entre ellos, al punto que Elina podía distinguir unas motitas doradas en sus
ojos avellana.
–Sí. Devlin… –tomó el rostro de él entre las manos y sonrió
contra sus labios–. Sí.
***
–Son buenas noticias, ¿no? –Devlin apretó sus manos
con entusiasmo. Elina se esforzó por tragar el nudo que se había formado en su
garganta y asintió–. No puedo creerlo. Iré. Con una beca. ¡Lo logré, Lina!
–Sí, lo hiciste –respondió mecánicamente.
–Lo hicimos. Sin ti nunca lo habría logrado. Te amo,
Lina –soltó sus manos para abrazarla con fuerza. Ella se aferró a él y, sin poder
evitarlo, se echó a llorar–. ¿Lina? ¿Amor, estás bien?
–No –susurró y negó con su cabeza, con la cabeza aún
escondida en su pecho.
–¿No? ¿Qué sucede? ¿Lina?
–Te vas, Dev. Te vas y ni siquiera miras atrás. A lo
que dejarás.
–Pero, Lina. No dejo nada. Volveré. Y… –frunció el
ceño y la alejó, para mirarla a los ojos–. ¿No pensarás que voy a dejarte a ti,
cierto?
–¿No?
–Claro que no. Te amo, Lina. ¿Cómo podría?
–¿Me amas?
–¡Uf! Claro que te amo. ¿No lo sabías?
–Nunca lo dijiste.
–No pensé que hiciera falta. No voy a dejarte. No
podría.
–Pero te irás.
–Y volveré.
–Eso…
–Siempre volvería a ti –sonrió, elevando su barbilla
con un dedo–. Pero no será necesario porque vendrás conmigo.
–¿Qué? –preguntó quedamente.
–Vendrás conmigo, Lina –al ver su confusión, Devlin
entrecerró los ojos–. Pensé que este era nuestro sueño y…
–Tu sueño, Devlin. Yo no quiero marcharme.
–¿No? ¿Por qué no? ¿Acaso no me amas?
–Sí, te amo. Pero mis sueños están aquí. Mi vida. Mi
familia. Mi futuro. Yo nunca quise marcharme. No lo haré.
–¿No vendrás conmigo?
–No puedo, Dev. No es mi sueño.
–Pensé que yo formaba parte de tus sueños. De tu
futuro.
–Has tomado tu decisión. Yo he tomado la mía
–carraspeó–. Nuestros caminos se separan aún cuando te amo. Tanto. Demasiado
–musitó.
–Voy a volver, Lina.
–Sí.
–Lo juro. Volveré por ti. No estaré lejos tanto
tiempo, ¿sabes? Estaré en casa para Navidad.
–¿Lo prometes?
–Con mi vida, Lina. Con mi vida.
Capítulo
1
Doce años
después
“(…) no, no iré
a la cena de Navidad. No insistas, mamá. No tiene sentido. Lo último que quiero
es verla. De hecho, el mejor regalo que podría recibir esta Navidad es poder olvidarla
para siempre.”
Carta de Devlin a su madre, 6 años
después de partir.
La primera Navidad desde que Devlin se marchara había
sido especialmente dura. Aún ahora, Elina la rememoraba y sentía como su
corazón se encogía ante la carta que había recibido. La que había destruido
todas sus ilusiones navideñas.
“No puedo ir,
Lina. Lo siento. Sabes que lo siento. Te amo. Ojalá pudiera hacer algo.”
Si hubiera querido, si la hubiera querido lo
suficiente, él habría podido hacer algo. Pero no lo hizo. Ni siquiera estaba
segura de por qué lo había esperado. Después de todo, Devlin se había marchado
sin mirar atrás. Sin el mínimo atisbo de duda.
Y se había quedado sola. Pero no sin esperanza. Pasada
la decepción de la primera Navidad sin Devlin, lo había anhelado cada año hasta
que él se había graduado, cuatro años después. Pero no volvió. Cuatro años sin
verlo y Devlin no volvió. Había sido una idiota. Tan idiota.
“Pensé que
vendrías a mi graduación, Lina. ¿Qué sucedió? Te extraño.”
¿Pensó que iría? ¿Para qué? Él ya no la necesitaba.
Nunca la había necesitado. La única quién había amado verdaderamente en esa
relación había sido ella. Y la cuarta Navidad marcó el final de su relación.
Definitivo. Debía continuar.
La quinta Navidad ella había accedido a darle una
oportunidad a Owen, quien una vez había sido amigo de Devlin y de ahí su
resistencia inicial. Para la sexta Navidad, ella estaba casada con Owen Miller
y ya no pensaba más en Devlin. O eso se decía siempre.
Lo cierto era que siempre había querido casarse y
tener hijos. Había sido un sueño largamente anhelado, que alguna vez había
creído que se vería realizado junto con Devlin. No podía imaginarse a otro
hombre como padre de sus hijos… eso hasta que se casó con Owen y tuvo a su
pequeña Elizabeth. Lizzie había supuesto la piedra definitiva al enterrar su primer
amor para siempre.
Al menos así había sido por cinco años. Ahora Lizzie
tenía cuatro años y Owen había muerto en un trágico accidente hacía dos años.
Era demasiado joven para ser viuda, es lo que siempre le decían, pero no se
sentía joven. Ni sola. Quizá resignada, pero casi feliz mientras pudiera tener
a su pequeña hija. Casi…
La proximidad de la Navidad la había puesto
nostálgica, por supuesto. Sería la segunda Navidad sin Owen, aunque la primera
en que estaba realmente consciente. Antes, el dolor había sido abrumador, se
había escudado en tratar de darle una Navidad perfecta para Lizzie, a tal punto
que no sintiera la falta de Owen. Quería hacer lo imposible. Como siempre.
–Eli, ¿estás bien? –su madre la miró con preocupación.
Elina suspiró–. Lo siento.
–No mamá, sé por qué lo haces pero te lo prometo.
Estoy bien.
–¿De verdad, Elina?
–Sí.
–Hmmm, está bien.
–Mamá.
–¿Sí?
–¿Qué sucede?
–¿Por qué lo preguntas?
–Tienes aquella mirada. Esa que significa que tienes
algo que decir pero no sabes por dónde empezar. ¿Qué sucede? –repitió Elina.
–Elina, debes… –su madre cerró los ojos y suspiró–.
Hay algo que debes saber.
–De acuerdo. Dilo, mamá –pidió impaciente.
–Devlin ha vuelto –soltó de repente. Elina se quedó
helada ante las palabras, por lo que casi se perdió la continuación–. Ha venido
con su prometida.
***
“(…) no puedo
esperar para verte, ha sido un largo año ¿sabes? Pero está bien, porque sé que
esta será la mejor Navidad de la historia. Juntos al fin. Te amo, Devlin. No
olvides tu promesa… Ven a casa para Navidad.”
Carta de Elina a Devlin, mes previo a
la primera Navidad.
Devlin se llenó los pulmones con una larga espiración,
la primera en doce años. Nunca habría imaginado que estaría tanto tiempo fuera,
sin mirar atrás. ¿Por qué lo hacía ahora? ¿Y por qué precisamente tan cerca de
Navidad?
No ayudaría. Nada lo haría. El hecho de que estuviera
de vuelta en su ciudad natal, con su familia y antiguos amigos, solo le
recordaba lo mucho que había cambiado y lo extraño que se sentía en un lugar
que antes había sido su hogar. ¿Dónde estaba aquel sentimiento que esperaba
encontrar? ¿Qué había añorado? ¿Por qué ya no estaba ahí?
De pronto, una imagen familiar tomó forma en su mente.
Hacía años que no pensaba en ella… o, al menos, que trataba de no pensar en
ella. De no pronunciar su nombre. De no leer sus cartas. Elina Carson.
Solo que ya no era Elina Carson, sino Elina Miller. Y
la había perdido para siempre. Quizá fuera lo mejor. Él no era el hombre que
ella recordaba, ni el que hubiera elegido si hubiera visto en qué se convirtió.
Los dos ya no pertenecían al mismo mundo.
–Devlin, tienes una llamada –al notar su distracción,
su asistente carraspeó–. Urgente.
Él se limitó a arquear una ceja pero se puso el
teléfono al oído. Habló con precisión y un toque de irritación. ¿Acaso no podía
irse un par de días sin que todo se viniera abajo? ¡Maldición!
–Devlin St. James, cuida tu lenguaje en mi casa –lo
regañó su madre. Ni siquiera había notado que estaba ahí. Él colgó y la miró–.
¿Qué, Devlin?
–Mamá, era una llamada importante. De negocios
–recalcó.
–¿Y?
–No puedes hablarme así frente… –soltó un bufido–.
Eres extraordinaria, mamá.
–¿Por qué? ¿Por qué nadie se atreve a hablarte así?
–Exacto.
–Devlin –clavó sus ojos brillantes en él–. Yo también
te he extrañado, hijo.
Devlin estrechó a su madre entre los brazos y dirigió
una dura mirada por sobre su hombro a la mujer que le servía de asistente.
Había sido un idiota por haberla traído. Como si Karine estuviera dispuesta a
ayudar desinteresadamente.
–Mamá, debo hablar con mi asistente. ¿Puedo usar el
despacho de papá?
–Por supuesto, Dev. Ve y les prepararé algo de beber.
¿Qué te gustaría?
–No te molestes, mamá –dijo Devlin, al mismo tiempo
que Karine respondía:
–Agua natural.
–¿Agua? –murmuró y puso los ojos en blanco. Devlin reprimió
una risita, confirmando la suposición que siempre había hecho. Karine le
disgustaría profundamente a su madre cuando la conociera–. Devlin.
–¿Sí, mamá? –se acercó y depositó un impulsivo beso en
su mejilla. Ella sonrió.
–¿Aún te gustan las galletas de jengibre?
–Aún –confirmó.
–Deberías visitar la pastelería “Dulce Navidad”. No te
arrepentirás.
–Mamá…
–Ve, tu “asistente” te espera impaciente.
–Ella no... –Devlin suspiró– no es quien tú piensas.
–Ve, Devlin –insistió y se encaminó a la cocina. Él
guió a Karine al despacho.
–No debiste contarle a mi mamá aquello –frunció el
ceño con ferocidad. Karine se encogió de hombros, despreocupada–. No hubo nada…
no, realmente. Ahora ha asumido que tú eres… –se le formó un nudo en la
garganta.
–Tu prometida –completó, indiferente–. ¿Cómo iba a
imaginar que no les habías dicho que rompiste con Christine? Bueno, que ella
huyó y tuviste que cancelar la boda…
–Un día te voy a despedir, Karine. Ni siquiera sé por
qué aún eres mi asistente.
–Porque soy de las poquísimas personas que te
soportan, querido –replicó con una risita–. Ahora, espero recibir un buen bono
navideño por venir en estos días contigo, a tu casa.
Devlin asintió con sequedad y se dispuso a ponerse al
día con las llamadas de negocios que tenía pendientes, ignorando la acuciante
necesidad de acudir a la pastelería que su madre había mencionado tan casualmente. Creía saber lo que
encontraría, y si era así, primero se congelaría el infierno antes de que él la
visitara.
Capítulo
2
“(…) Pero,
¿casarte? Elina Carson, ¿en qué estabas pensando? Sé que es una broma, solo
puede ser eso. Porque tú eres mía. Porque cada fibra de tu ser me pertenece…
porque yo soy tuyo. ¿Recuerdas? Únicamente tuyo… Lina, dime que no es cierto.”
Carta no enviada de Devlin a Elina,
después de saber de su boda.
Devlin había vuelto. Cielos, apenas podía contener las
variadas emociones que surgieron ante aquella noticia. Qué horror pensar que
tras doce años, un matrimonio y una hija, ella no pudiera dejar de sentir un
escalofrío ante la idea. No sabía qué sentimiento exacto acompañaba a ese
escalofrío pero estaba ahí. Sin duda, era una idiota. Más que idiota. No tenía
remedio.
–Ah –dijo, solo por no quedarse en silencio. Su madre
asintió, distraída.
Y, fue cuando registró el resto del mensaje. Apenas.
Su prometida. Viene con su prometida. ¿Devlin iba a
casarse?
–¿Prometida?
–Así parece. Es lo que reveló en la última carta a su
madre. Escasamente, ya sabes lo reservado que es –su madre frunció el ceño–. No
entiendo qué le pasa a ese muchacho últimamente.
–¿Últimamente? No lo hemos visto en siglos –replicó
Elina, de repente cansada con la conversación–. Pero es igual, no tiene por qué
importarnos. Ven, vamos a hornear galletas con tu nueva receta, ¿quieres?
Una hora más tarde, Elina caminaba hacia el centro
infantil en que su hija estaba. Los ensayos para el programa navideño tomaban
un tiempo considerable, pero su Elizabeth estaba tan feliz y llena de energía
cuando salió, que Elina suspiró de alivio. Una distracción bienvenida de la
inevitable ausencia de Owen.
–¿Qué dices, cariño? ¿Quieres probar una de las nuevas
galletas de la abuela?
–Sí –confirmó entusiasmada, halándola en dirección a
la pastelería. Elina reprimió una leve sonrisa–. He prometido que traería
galletas para todos los niños. ¿Está bien, mami?
–Claro, cariño. Será una Navidad grandiosa ¿eh?
–Un poco –respondió, tímida de pronto–. Excepto por
papá. Lo extraño –musitó.
–Oh, cariño. Lo sé. Yo también lo extraño, Lizzie –se
puso a su altura y la envolvió en sus brazos–. Yo también.
Elina tomó su pequeña mano y siguieron hasta la
pastelería. Le sirvió un vaso de leche junto con las galletas y se quedó
mirándola en silencio, deseando con todas sus fuerzas hacer algo por su hija.
Por verla sonreír completamente de nuevo, por una vez. Ojalá supiera cómo.
La dejó en el mostrador y se dirigió a sacar unas
galletas del horno. Escuchó que la puerta se abría, pero imaginó que se
trataría de su madre o algún cliente que se había retrasado de su horario
habitual. De cualquier manera, Lizzie sabía qué hacer y ella no tardaría en
salir.
Al hacerlo, se quedó petrificada por un momento que se
le antojó eterno. No era nadie conocido… o al menos, nadie que ella hubiera
esperado ver nuevamente. Casi un desconocido. Un desconocido al que su hija
había le ofrecía una galleta y, más desconcertante aún, lo hacía con una
sonrisa radiante.
Cuando él desvió la mirada hacia ella, clavando los
ojos avellana en su rostro, sintió que se quedaba sin aire. No se había
equivocado, por supuesto. Era Devlin St. James en persona. En su pastelería.
Con su hija.
***
“(…) no sé cómo
decírtelo, Devlin. Necesito que vuelvas a casa. Porque te extraño, aún más en
Navidad. Si lo haces, si vuelves, yo (…) pero, si no vienes, lo entenderé.
Sabré lo que significa. No te esperaré más. No insistiré. Devlin… solo vuelve,
por favor.”
Última carta de Elina a Devlin, 10 de
diciembre del cuarto año.
¿Cómo era posible que hubiera terminado en el último
lugar de esa ciudad en el que debía estar? ¡Maldición, debió preguntarle a su
madre la dirección de la pastelería esa! Sí, debió hacerlo y así evitar aquella
calle como si su vida dependiera de ello. Casi lo sentía así, su integridad
dependía de no verla.
O, más concretamente, eso había pensado hasta que
había sucedido. Por la otra calle, Elina apareció de la mano de una pequeña.
Habló con ella, la abrazó y entraron a la pastelería. Dios, como le dolió el
corazón. Aun a distancia, notó el increíble parecido entre ellas. Era como
volver a ver a Elina cuando niña, sonriendo y rondando a su alrededor,
adorándolo… siempre.
Cerró los ojos y trató de girar en la dirección
contraria pero no pudo. Tenía que verla. Debía… irse, pero no lo haría. Quería
verla. De alguna manera, en un segundo, se volvió vital. Necesitaba estar en
esa pastelería, oler las galletas recién horneadas y cerciorarse de que no se
había equivocado.
La hija de Elina. La preciosa pequeña que debió ser
suya. Su hija.
¡Demonios! Debía parar. Se detuvo en el umbral, a
punto de girar para irse deprisa.
–¿Galletas? –inquirió la pequeña después de tomar un
trago de leche–. Está en el mejor lugar, señor.
–Yo… ¿de verdad? –Devlin se acercó, hechizado por los
familiares ojos grises–. ¿Son las mejores galletas?
–Sí, las mejores de la ciudad –confirmó y bajó la
voz–. Yo diría que del mundo entero.
–Oh –él también bajó la voz, como si fuera un
secreto–. Entonces, debo probarlas. Las mejores del mundo entero, ni más ni
menos. Además, tú no mentirías, ¿cierto?
–Nunca –dijo con solemnidad–. Debo ser una buena niña
si quiero que mi deseo de Navidad se cumpla.
–¿Sí? ¿De qué se trata ese deseo?
La niña dudó, miró a su alrededor y suspiró cansada.
Él la miró extrañado.
–No sé si deba decirlo…
–¿Por qué no? Prometo no decirle a nadie.
–Es mamá. Necesita alguien que cuide de ella. Que la
ame.
–¿Tu padre no…?
–Murió.
–Oh, lo siento –Devlin se encogió ante la tristeza en
la mirada de la pequeña. Decidió cambiar de tema–. Esas galletas se ven
deliciosas…
–Lizzie.
–Lizzie –asintió él–. ¿Te importaría compartir una
conmigo?
–Son nuevas. Y sí que están muy buenas a pesar de no
ser de chocolate.
–¿Ah sí? Entonces, ¡debo probarlas! –Devlin se puso
una mano en el corazón– si casi pueden compararse con unas de chocolate…
Sonrió. La niña le sonrió y le ofreció una galleta que
él aceptó gustosamente. A punto de darle un gran mordisco, se encontró con el
rostro que había añorado durante tanto tiempo y sintió que iba a atragantarse.
La añoranza, la soledad y la estupidez se juntaron en un nudo en su garganta.
Hermosa no era suficiente para definirla. Solo no
tenía palabras, no alcanzaban. Elina era indescriptible y perfecta. Siempre
perfecta. ¿En qué demonios había estado pensando cuando no huyó de ahí? Era
tarde. Lo supo al mirarla a los ojos. Ya no había lugar a donde huir.
Capítulo
3
“(…) ¿Qué?
¿Elina, es en serio? Quiero que vengas. Te necesito. Te amo como siempre… ¿es
que tú ya no me amas? Si es así, lo entenderé y seguiré adelante (como tú
pretendes hacer). Pero si aún me amas, si aún sientes que podemos lograrlo… no
lo abandones. Ven a pasar Navidad conmigo, Lina. El lugar no importa, si
estamos juntos, ese será nuestro hogar.”
Carta de Devlin a Elina, 15 de
diciembre del cuarto año. Sin respuesta.
Un hogar. Devlin le había ofrecido un hogar en su
última carta y ella se había rehusado. No creía que su hogar estuviera en
cualquier otro lugar que no fuera ahí, en esa ciudad en la que había nacido. No
podía haber estado más equivocada. Aquello lo comprendió al ser madre, pues su
hogar siempre estaría con su familia, sin importar el lugar.
Buscó en su memoria algo que decir, lo que fuera que
pudiera tener algún significado.
–Hola, Lina –rompió el silencio. Ella intentó esbozar
una sonrisa sincera.
–Hola, Devlin –cerró la boca al notar que su voz no
estaba todo lo firme que hubiera deseado. Se sintió avergonzada y torpe.
Inspiró con fuerza–. ¿Puedo ayudarte en algo?
–Lizzie ha compartido conmigo una galleta
extraordinaria. ¿Me darías un paquete de estas excelentes galletas a pesar de
no ser de chocolate? –guiñó un ojo en dirección a Lizzie, que soltó una risita
divertida por su tono serio.
–Bien, apenas estamos horneando de esas pero si
esperas… –se calló. ¿Qué estaba diciendo? ¡Lo que debía procurar era que se
marchara!–. Puedo enviarlas a la casa de tu familia. ¿Está bien?
–Sí, gracias –Devlin parecía querer decir algo más. En
realidad, en su rostro pasaron un sinfín de emociones pero se decidió por
repetir–. Gracias.
Elina asintió. Devlin avanzó hasta ella con pasos
decididos y abrió la boca, pero fue interrumpido por la llegada de una mujer.
–¿St. James? ¿Por qué tardas tanto? –miró a su
alrededor y chasqueó la lengua–. No sabía que fueras aficionado a los dulces.
–No, Karine. No realmente, pero… –Devlin replicó y fue interrumpido por un
bufido de incredulidad procedente de Elina–. ¿Qué?
–¿No realmente? ¡Eso es mentira, Devlin! –moderó su
tono al notar que había dado demasiado énfasis a lo que decía–. Es decir,
solían encantarte las galletas. Incluso me ayudabas a hornearlas –murmuró.
–¿Devlin St. James horneaba? –la mujer preguntó
incrédula y parecía decidida a reprimir a una risita inoportuna–. ¡Increíble!
–Karine, no permitiré que en la oficina…
–¿Te preocupa la oficina? –Karine puso en blanco los
ojos y se adelantó hasta Elina–. Soy Karine, la asistente de Devlin.
–Elina –respondió y se preguntó si su madre no habría
estado equivocada. ¿O la asistente de Devlin también era su prometida?–. Pensé
que…
–¿Sí? –inquirió Karine.
–Nada. Devlin estaba por marcharse…
–¿De verdad tiene que marcharse? –la vocecita
decepcionada de Lizzie captó la atención de los tres adultos, aunque ella solo
miraba a su madre.
–Sí, cariño. Devlin ha venido a pasar Navidad con su
familia y debe ir con ellos.
–Lina –interrumpió Devlin la protesta de la pequeña
niña. Ella lo miró y asintió a la muda súplica en sus ojos. Se sorprendió al
notar que confiaba en él. Al menos en aquella situación, confiaba ciegamente.
Y las palabras que surgieron de Devlin la dejaron
bastante sorprendida.
***
“(…) se me
rompe el corazón cada vez que rememoro tu carta y pienso si no me equivoqué al
ignorarla y dejarla sin abrir hasta este día, la víspera de mi boda. Pensé que
hacerlo hoy me ayudaría a darle un cierre a lo nuestro, a dejar atrás lo que
nunca será pero vuelvo a preguntarme, dudosa… ¿y si me equivoqué?”
Borrador
de la carta de despedida que Elina
quiso enviar a Devlin una y mil
veces.
–¿Te gustaría tomar una taza de chocolate caliente en
mi casa? Sé que a mi madre le encantará tener una compañía tan adorable –Devlin
esbozó una media sonrisa al observar como los ojos de Lizzie se iluminaban–.
Están invitadas, en cuanto tengan las galletas por supuesto –añadió bromista.
–Sí, iremos –confirmó Lizzie de inmediato. Miró a
Elina–. ¿Verdad, mamá?
–Claro, cariño –musitó Elina y carraspeó–. Si no te
importa…
–Al contrario, nos encantaría tener más compañía en la
cena de esta noche. Si pueden acompañarnos… –agregó Devlin, sin querer
presionar pero consciente de que no quería desaprovechar esa oportunidad única
de encontrar un cierre a aquella relación.
Karine observaba el intercambio en silencio, con
mirada especulativa. Devlin podía imaginar lo que estaba pensando pero, por
primera vez, no le importó. Nada importaba más que el par de mujeres frente a
él, una niña y su madre, quienes sospechaba podían significar aquello que
faltaba… ese vacío provocado por el obligado adiós que había dado al amor y su
oportunidad de ser feliz.
Pero no lo había hecho por gusto. No había tenido otra
opción. Y si tuviera que volver a elegir, lo volvería a hacer todo de nuevo,
por muy doloroso que fuera. Había sido necesario, primero por decisión propia y
luego una elección inevitable.
Lejos de Elina y su ciudad había olvidado lo que era
necesitar tanto a alguien, amar con locura y vivir apasionadamente… o, al menos
la lejanía de esos años había atenuado muchas emociones, disfrazándolas e
intentando sustituirlas con trabajo y una falsa ilusión de compromiso que no
había sido. Nunca una realidad, no de verdad.
–Ahí estaremos –reafirmó Elina y lo sacó de sus
pensamientos. Devlin asintió y salió acompañado de Karine.
–Hmmm –murmuró ella.
–¿Qué? Ahora, ¿qué? –Devlin miró a Karine.
–Nada, es solo que pensaba… –frunció el ceño,
dubitativa–. Es ella, ¿verdad?
–¿Ella? ¿Es quién?
–Ella. La única. “Tu” ella.
–Qué manera absurda de decirlo –gruñó sin ánimo.
Karine sonrió levemente–. Ella no…
–¿No?
–No… olvídalo –Devlin cruzó los brazos–. ¿Por qué no
le has dicho que eres mi prometida?
–¿Debía mentir? Además, pensé que había quedado claro
que no querías que sacara a relucir nuestro asunto pasado.
–Hmmm.
–Sí, buena respuesta, St. James. Tan elocuente.
–Deja de presionarme, Karine. Estoy lo suficientemente
nervioso sin que tú…
–¿Qué? ¿Nervioso? –abrió los ojos, sorprendida–.
Cualquiera diría que estás enamorado y esperando la cita decisiva.
–Deja de ser absurda –destrabó la puerta del auto con
fuerza– y vamos a casa ya.
Capítulo
4
“(…) La Navidad
ha sido maravillosa, a pesar de que te he extrañado cada segundo. Sé que pronto
estaremos juntos pero no puedo esperar para estrecharte entre mis brazos.
Curiosamente, esa es la sensación que más extraño, el tenerte cerca en
cualquier momento, rodeado del característico aroma de galletas recién
horneadas que se desprende de ti. No puedo dejar de asociarlo a la Navidad a tu
lado. Nuestra Blanca y Dulce Navidad.”
Carta de Devlin a Elina, enero del
segundo año de su partida.
Parada frente a la puerta de Devlin St. James, Elina
se sintió transportada al pasado. Por un momento, perdió la noción del tiempo
pasado. Eso fue hasta que sintió el apretón de la mano de su hija, urgiéndola a
que tocara. Tomó aire y lo hizo, siendo recibida por la madre de Devlin.
–¡Lina, qué gusto verte! –la señora St. James sonrió
de oreja a oreja–. Y nada más y nada menos que con tu preciosa hija. ¿Cómo
estás, Lizzie?
–Señora St. James –saludó Lizzie con una pequeña
sonrisa–. Galletas –le ofreció.
–Estoy segura que nos encantaran. Devlin no ha dejado
de hablar de ellas.
–¿De verdad? –sus ojos se iluminaron y lo buscó detrás
de la mujer. Ella rió.
–Al parecer, tu pequeña ha caído en las redes de mi
encantador hijo –bromeó mirando a Elina, quien suspiró resignada.
Bebieron chocolate caliente mientras charlaban de
cosas intrascendentes. Elina intentó, con fuerza, ignorar las miradas que
Devlin le dirigía. Eran especulativas, curiosas, quizá hasta amables o…
diferentes. Tan diferentes de lo que había esperado, aunque no había esperado
nada así que… no sabía. Solo estaba confusa.
–¿Y tus padres organizarán la cena Navideña, Lina?
–preguntó la señora St. James. Elina asintió, aunque no se le pasó por alto la
nada sutil petición–. ¿Ah sí?
–Sí. Devlin –lo miró–, estás invitado junto con… tu
asistente.
–Gracias pero yo no estaré aquí –contestó rápidamente
Karine, con una sonrisa satisfecha dirigida hacia Devlin–. Voy a casa para
Navidad.
Elina y Devlin se dirigieron una mirada cargada de
recuerdos y, por un momento, todo desapareció, dejándolos suspendidos en el
tiempo. Un tiempo largamente olvidado y pasado. Elina fue la primera en romper
el contacto.
–Qué gran idea –aplaudió la señora St. James con una
enorme sonrisa, la que Karine correspondió de inmediato.
–No, no es una gran idea –Devlin frunció el ceño,
contrariado–. ¿Cómo que te marchas? ¿A qué te refieres?
–A eso, Devlin. Yo también tengo una familia a la que
quiero ver. Y si quieres, puedes despedirme –se encogió de hombros,
indiferente. Devlin apretó la mandíbula.
–Sabes que no voy a despedirte –murmuró–. No podría
cuando yo también he dejado todo por ir a casa para Navidad –y, al decirlo, no
pudo dejar de contemplar a Lina. Porque sí, era ella, su hogar. Su amor. Su
familia, si aceptara.
–Debemos marcharnos –Elina se puso de pie y tomó a su
hija en brazos–. Se hace tarde, cariño. Despídete de todos, Lizzie.
–Pero, mamá –la niña miró a Devlin– me prometió que
podría contemplar el recorrido del tren navideño de su árbol. ¿Verdad, señor
St. James?
–Devlin –pidió él, poniéndose a la altura de Lizzie–.
El señor St. James es mi padre y no querríamos que nos confundas. ¿No me vas a
cambiar tan pronto, eh Lizzie?
La niña sonrió ampliamente y, tomando la mano que
Devlin le ofrecía, lo siguió hasta el pequeño salón. Karine se excusó para irse
a empacar y la señora St. James también se separó discretamente. Elina se
encontró a solas con Devlin, pues su hija se había concentrado en seguir el
tren y los intrincados rieles.
–Es adorable –musitó Devlin mirando cálidamente a
Lizzie. Elina asintió, pues tenía un nudo en la garganta ante la emoción tan
evidente de él–. Eres tú.
–¿Cómo dices? –se esforzó por preguntar con voz
normal. Él ladeó una sonrisa conocedora, como si aún pudiera identificar cada
una de sus emociones solo por la sutil variable de su voz.
–Es como te recuerdo, casi como volver a verte –Devlin
negó lentamente–. Tan pequeña y tan molesta conmigo porque insistía en que eras
una niña.
–Y sí que era una niña.
Devlin rió y giró para mirarla de frente. Dejó de
reír.
–Lina, si quieres golpéame luego, pero esto no puedo
evitarlo.
Y la tomó entre sus brazos, estrechándola con fuerza.
Elina se puso rígida pero, por mucho que lo intentó, no pudo evitar que la
calidez del cuerpo de Devlin rodéandola la ablandara poco a poco. Se aferró a
él, como había soñado durante tanto tiempo cuando se había marchado.
Sí, ese era el abrazo que había imaginado. Tan lleno
de emoción, tibieza y ardor. Sencillo pero a la vez revelador. Solo de ellos,
como siempre.
Miró hacia el techo y observó un ramo de muérdago que
colgaba. Suspiró y se alejó de él, quien pareció reacio a dejarla ir, pero lo
permitió.
–Creo que te debo una despedida, Devlin St. James –se
puso de puntillas y besó su mejilla–. Adiós, Dev.
–No puedo, Lina.
–Devlin, yo pensé que…
–No quiero una despedida.
–¿Entonces, qué quieres?
–A ti. Y a tu hija. ¿Permitirás que vuelva a casa para
Navidad?
–¿Permitir? Devlin, ya estás en casa.
–No. ¿Acaso no lo ves? –acarició su mejilla con
suavidad–. Mi hogar eres tú, Lina.
***
“(…) Dulce
Navidad será el nombre de la tienda de galletas, y como de costumbre, tú has
sido mi inspiración Devlin St. James. ¿Qué dices, estarás en casa para Navidad
esta vez? Espero que sí, que cumplas finalmente tu promesa y que no te marches
jamás. Me perteneces. Te pertenezco. Cuando algo es tuyo, no lo dejas atrás ni
lo olvidas. Y yo soy tuya. Siempre tuya…”
Carta de Elina a Devlin, febrero del
segundo año de su partida.
–¿Yo? Devlin, han sido doce años. ¡Doce! ¿Qué
pretendes? –Elina lo miró incrédula–. No puedes solo volver y hacer de cuenta
que nada ha sucedido… tantas cosas han pasado y tú… y yo… no soy la misma. Ni
tú.
–Lina, eso lo sé. Pero quiero redescubrirte. Eres la
misma y a la vez no, pero eso solo lo vuelve más… –Devlin cerró la boca,
sintiéndose estúpido. ¿Qué estaba diciendo? ¡Ni siquiera tenía sentido!
–Devlin, ahora no. No puedo. Es demasiado –se separó
de él–. Lizzie, nos vamos.
–Mamá…
–Ahora –hizo que se incorporara–. Adiós, Devlin.
Gracias por todo.
–De nada –las acompañó hasta la puerta y, al estrechar
la mano de Elina, le deslizó una nota–. Buenas noches, Lina.
Decir que Devlin esperaba que Elina asistiera sería
impreciso. De hecho, estaba seguro que había arrojado su nota sin siquiera
echarle un vistazo. Y quizás se lo merecía tras tantos años de ausencia.
Porque, ¿qué derecho tenía él de perturbar la vida de Lina? Ninguno, no
realmente. No había hecho nada para retenerla, para apreciarla y amarla cuando
había tenido oportunidad. Oh, los remordimientos eran lo peor para un corazón
solitario y, sospechaba, locamente enamorado. Como de costumbre.
–No creí que vinieras.
–No pensé que lo haría –contestó Lina arrebujándose en
su abrigo–. Podías elegir un lugar más confortable, ¿no te parece?
–¿No te parece un lindo lugar? –miró el parque en el
que se encontraban, la familiar banca y la fuente cercana. Todo cubierto de una
capa de espesa nieve.
–Estoy a punto de congelarme, Devlin. No puedo
encontrarle nada lindo.
–Aquí –señaló Devlin parándose a unos pasos de ella–
compartimos nuestro primer beso, Lina.
–No es cierto.
–Sí, lo es.
–No –Lina negó y una sorprendente sonrisa traviesa se
dibujó en sus labios–. Nos besamos antes, por un desafío en aquel campamento de
verano. ¿Recuerdas?
–No, de ninguna manera. No cuenta –negó firme. Ella
rió.
–Sí, cuenta.
–Lina, no. ¿Cómo pretendes que…? ¡Éramos unos niños!
–Ay, Devlin. Siempre fuiste tan… –suspiró– pero no
interesa más. Ya no.
–Lina, siéntate –colocó su chaqueta para que ella se
sentara. Arqueó una ceja pero lo obedeció–. Quería privacidad, es por eso que
te he pedido que vinieras. ¿Dónde está Lizzie?
–Con sus abuelos paternos. Pasará la noche con ellos.
–Ya veo. Realmente es extraordinaria ¿eh?
–Sí, lo es. Solo ha estado algo triste desde que
murió… su padre –concluyó.
–Y tu esposo.
–Sí.
–¿Duele mucho?
–Cada día.
–Lo siento.
–Gracias.
–No pude volver, Lina. Al principio fue decisión pero
después… no pude. Tú eres y siempre serás el amor de mi vida. No podía
imaginarte con otro hombre. Aún no puedo. Este dejó de ser mi hogar cuando supe
que tú no estarías aquí para mí.
–Yo estuve aquí para ti, Devlin. Pero tú no volviste.
Después de cuatro años esperando, cuatro Navidades sola, supe que debía dejarte
ir.
–Tres que debí dejar lo que fuera y volver. Lo sé,
pero el primer año tuve una dificultad en los estudios y al segundo año
conseguí un trabajo estupendo, una gran oportunidad y para el tercer año…
–Serías socio si te quedabas, lo sé, lo recuerdo,
Devlin.
Sonaba tan cansada. Devlin sentía que la iba perdiendo
y se alejaba poco a poco. De nuevo. No, no podía permitirlo.
–Sí, y lo logré –su voz sonó amarga.
–Sí, felicidades.
–Lina, debí volver pero…
–Cuatro años, Devlin. La cuarta Navidad prometiste
volver y empezar tu negocio aquí, volver a mí pero no lo hiciste. Te quedaste.
–Iban a despedirme si dejaba el trabajo.
–¡De todos modos pensabas renunciar! ¿No? ¿O nunca lo
planeaste? ¿Solo lo dijiste para engañarme y que esperara como una idiota algo
que no llegaría? –resopló furiosa–. ¡Tu padre estaba enfermo y ni siquiera
viniste a verlo!
–De hecho, estaba muy enfermo.
–¡Lo sé, estuve ahí! –y tú no. Eso estaba implícito.
–Lo sé. Mamá me lo contó. Me contó todo.
–Owen también ayudó. Qué irónico que la enfermedad de
tu padre me acercara a tu amigo, ¿eh, St. James?
–¿Te acercara? ¡Él me quitó lo único que yo…!
–Owen no te quitó nada. Tú lo perdiste porque no era
importante para ti. Nunca lo fui.
–Sí, lo fuiste. Pero tuve que desistir de volver. Mis
padres necesitaban el dinero, Lina. ¿Acaso no te preguntaste quién pagaba todas
esas costosas facturas? El dinero del seguro se acabó demasiado pronto y mi
padre necesitaba varias operaciones… yo tuve que hacerlo, Lina. Tuve que
renunciar a ti y elegir continuar con mi empleo.
–¿Por qué no me lo dijiste? –susurró.
–¿Para qué? De todos modos sonaba a una nueva excusa y…
–No lo había creído –concluyó por él.
–No, no creo que lo hubieras entendido en aquel
entonces.
–Pudiste volver después.
–No podía. No cuando sabía que te estaba perdiendo y
no había nada que pudiera hacer. Aquella quinta Navidad yo había planeado volver.
Tenía mis pasajes de avión y recibí la carta de mamá en la que me decía que tú
estabas saliendo con Owen. Decidí postergar, nuevamente, mi regreso. Y casi sin
pensarlo, era una nueva Navidad y tú estabas casada. Te había escrito tantas
cartas pero tú no respondiste y… fui un idiota. Debí luchar pero tenía miedo de
perder… sí, eso era. Regresar y ver que te había perdido. Cielos, Lina, cómo
duele… –cerró los ojos para tomar valor– no deje de amarte. No he dejado de
hacerlo y sé que nunca podré.
–Devlin, es demasiado tarde.
–Nunca es tarde.
–Devlin…
–No, Lina. Nunca será tarde para lo nuestro. Te amo.
Sé que no me bastará la vida entera para dejar de amarte y que no quiero
hacerlo, no realmente. Eres mi vida. Mi hogar. Tú lo eres todo.
–Devlin, no puedes hablar en serio. Yo tengo una hija
y este es mi hogar.
–Lo sé. Y por eso no solo he venido a casa para
Navidad. He venido para siempre.
–¿Harás eso por mí?
–Lo haré por mí. Y por nosotros, si me puedes dar una
esperanza de futuro.
–¿Y si no te la doy?
–De todos modos volveré. Porque ese es mi sueño ahora.
Estar cerca de ti.
–Devlin, yo no sé qué decir.
–No digas nada aún, Lina –la abrazó y besó sus labios
suavemente–. Feliz Navidad.
Epílogo
“(…) Eres parte
de mi tarea, Elina Carson. Debo escribir una carta de felicitación navideña a
mi mejor amigo y creo que ese título lo tienes tú. No me parecía posible
aunque… creo que solo te la enviaré a ti y escribiré otra para mi tarea. ¿Qué
clase de chico tiene como mejor amiga a una niña? ¡Ugh!”
Carta
de Devlin a Elina, respondida con un golpe
y una
negativa a hornear galletas por una semana.
–Aún no es Navidad, Devlin –musitó contra sus labios.
Él se encogió de hombros.
–Lo es para mí, ahora que estás a mi lado.
–No tan rápido, Devlin. Yo no puedo prometerte nada.
–Solo quiero tiempo, Lina. Dame tiempo. Sé que
probablemente no lo merezco pero quiero un tiempo de ti, para descubrirte
nuevamente, para que me conozcas. Para que decidas si podría construir un
futuro para ti, el futuro que siempre quise darte y no me decidí a luchar por
hacerlo realidad. Debí, pero no lo hice. Me rendí pero no más. No de nuevo.
Dame tiempo, Lina –repitió.
–¿Y si no funciona?
–¿Y si funciona?
–Si funciona, genial, viviremos felices para siempre
¿no? Pero eso no es lo que interesa Devlin. ¿Y si no funciona? ¿Te irás?
¿Desaparecerás de mi vida y la de Lizzie como si nunca hubieras existido?
–No. No desapareceré. Estaré aquí, seré tu amigo si
eso es lo que quieres. Y me gustaría estar con Lizzie también. Creo que le
agrado ¿no?
–Sí, de hecho, no había sonreído en tanto tiempo que
pensé que lo había olvidado…
–Lina, lo haré bien. Esta vez ni siquiera necesito
prometerlo con palabras porque tú misma lo verás. Te amo. Tanto que yo haría lo
que sea por ti. Solo por ti.
–Debo pensarlo. Es demasiado, Devlin.
–Gracias. Por considerarlo –esbozó una tímida
sonrisa–. ¿Te llevo a casa?
–Es lo menos que puedes hacer, Devlin –bromeó, tomó la
chaqueta de él y se la pasó por los hombros, arrebujándose en ella. No pudo
evitarlo. Debía hacerlo ahora que Devlin había vuelto a casa y estaba a su
alcance. Finalmente, en casa para Navidad.
***
“(…) He
esperado dieciseises años que me notaras. ¿Por qué crees que daría por vencida
ahora, tan solo porque nos separaran unos cuantos miles de kilómetros? Nunca.
Te amo, Devlin St. James.”
Nota de Elina a Devlin, deslizada en
su bolsillo antes de su partida.
Creo que he llegado a casa.
Ese fue el primer pensamiento que tuvo Devlin cuando
encontró a Elina y Lizzie en su puerta en la mañana de Navidad. Si era un
sueño, esperaba no volver a despertar.
Para su sorpresa, la pequeña Lizzie se arrojó a sus
brazos y lo besó en la mejilla cuando él la alzó y estrechó. Era una chiquilla
adorable en verdad. Y la amaría como si fuera su hija, solo porque era de su
Elina.
–Feliz Navidad, Devlin –Elina sonrió y esa sonrisa
iluminó y llenó de calor su alma. No necesito palabras, porque lo sintió. Y
agradeció a Dios por la aceptación que Elina le estaba concediendo tácitamente.
No había hombre más feliz en la Tierra que él en ese instante. Lo tenía todo.
Todo lo que había soñado alguna vez…
Y más. Mucho más.
No pensaba volver a perderlo. Finalmente había vuelto
a casa por Navidad y se quedaría para siempre. Porque su hogar estaba en el
lugar en que estaba su corazón y ese siempre estaría con Elina. Y con la
familia que formarían de ahora en adelante.
Así que Devlin sabía que como cada Navidad tendría a
aquellas dos mujeres en su vida, miraría al cielo y murmuraría un enorme y
sentido ¡Gracias!
Fin
¡Feliz Navidad 2014!
Gracias Gaby!!!
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