jueves, 25 de diciembre de 2014

Estaré en casa para Navidad de Gabriela Ruiz

Nuestra querida Gaby nos trae esta dulce historia de Navidad como regalo, espero que la disfruten tanto como yo. Gracias a ella por tan bello regalo.



Prólogo
–No pienso volver a enamorarme nunca más –gruñó la joven de rizos negros mientras cerraba de un portazo. Su madre arqueó una ceja ante aquella inusual muestra de enfado. Durante trece años había sido una chica estupenda…–. Idiota –murmuró.
–Elina, ¿qué dijiste? –interrogó y los ojos grises se abrieron sorprendidos.
–Oh, no sabía que estabas… –su voz se fue desvaneciendo. Carraspeó–. Hola, mamá.
–¿Qué sucede, Eli?
–Nada –contestó de repente, pero caminó hasta su mamá y la abrazó–. Lo odio.
–Lo sé, cariño.
–¿Lo sabes?
–Bueno, supongo que te refieres a un chico, ¿cierto?
–No es solo un chico, mamá.
–Supongo que no.
–Es…
–¿Especial?
–Es un idiota.

Su mamá soltó una carcajada y la abrazó con fuerza.
–Vamos cariño, no todos lo son. Además, están en una edad difícil…
–No sé si eso justifica que… –calló y, para su mortificación, sintió que se sonrojaba.
–Oh. ¿Qué te parece si horneamos unas galletas? Después de todo, es Nochebuena.
–Sí, podría resultar.
Elina siguió a su madre y una hora después, el olor de galletas recién horneadas inundaba el ambiente. Comió varias y cuando iba a empezar a lavar las bandejas usadas, el timbre sonó.
–¿Podrías ver quién es, cariño?
 –Claro, mamá –Elina dejó un plato de galletas de chocolate intacto y caminó hasta la puerta. Cuando abrió, frunció el ceño–. Tú. Aquí –se cruzó de brazos y él le dedicó una sonrisa brillante–. ¡¿Qué crees que estás haciendo?! –exclamó cuando se inclinó y depositó un beso en su mejilla–. ¡Devlin!
–Hola, Lina –su sonrisa no había disminuido–. ¿Están horneando galletas? –preguntó al tiempo que se abría paso hasta la cocina–. Buenas tardes, señora Carson.
–Devlin, qué gusto verte. ¿Quieres galletas?
–Por favor –tendió la mano hacia la bandeja y tomó una, a pesar del golpe que Elina le dio en el brazo, cuando su mamá no miraba–. ¿Estás bien, Lina?
–¿Por qué…? –empezó su réplica cuando la voz de su mamá la interrumpió.
–No, realmente. Creo que alguien le rompió el corazón. ¿Verdad, cariño?
–¡Mamá!
–¿Qué? ¿Dije algo malo? Oh. ¿Era un secreto? Pensé que le contabas todo a Devlin. ¿No son los mejores amigos?
–No. Ya no –acotó entre dientes–. Iré a mi habitación.
–Pero, Eli… –dejó a su mamá y se encaminó con pasos furiosos, consciente de que Devlin no tardaría en seguirla.
–Déjalo ya, Lina –habló Devlin desde el otro lado de la puerta. Intentó abrir una vez más–. ¿No me dejarás pasar?
–No. Vete.
–¿Por qué? Sabes que no… –suspiró frustrado y Elina habría apostado que estaba pasando la mano por el cabello, con insistencia, pensando qué decir–. Lo siento.
–Devlin… –colocó la mano en el picaporte y, a punto de girarlo, escuchó.
–Lina, debes entenderlo, yo tengo dieciséis años ya y tú eres solo una niña…
–¡Vete al infierno, Devlin St. James!
***
3 años después
¿Qué era tan grandioso de tener dieciséis años? ¿Salir? ¿Amigos? ¿Novio? Todo eso ya lo había experimentado durante el año pasado, al cumplir quince años. ¿Qué quedaba por hacer? ¿Era posible aburrirse tan pronto? Y la llegada de la Navidad solo lo empeoraba. No había nada como una buena época de amor y paz para recordarle a una que debía tener pareja para disfrutarla. En verdad, solo era superada por San Valentín. Qué horror.
–¿Por qué frunces el ceño, Lina? –Devlin esbozó una media sonrisa–. ¿Estás bien?
–Sí, solo pensaba… ¿no te cansas de hacer lo mismo una y otra vez? ¿Cada fin de semana? ¿Cada año?
–No, me encantan los fines de semana –entrecerró los ojos–. ¿Cada año? ¿Cómo tu cumpleaños?
–Bobo –lo golpeó riendo–. Como Navidad. O San Valentín. O cosas así.
–No creo. Es una oportunidad para dar obsequios sin sentido a personas que no los querrán de todos modos. ¿Por qué no lo disfrutaría?
–Vamos, Dev, hablo en serio.
–Lina –frunció el ceño, pensativo–. ¿Qué te ocurre? Últimamente pareces cansada. De todo. ¿Aburrida? Hmmm… ¿acaso yo te aburro?
–Solo un poco, a veces –se encogió de hombros. Él puso en blanco los ojos ante su risita–. Nunca me aburro contigo, Devlin. Por eso me haces falta cuando… olvídalo.
–Lina, tú eres quien no quiere salir conmigo, ¿recuerdas?
–Tú eres quien dijo que era tan solo una niña, ¿recuerdas?
–Eso fue hace tres años. ¡Rayos, Lina! Fue un error.
–Ay, Devlin. Sabes que lo complicaría todo, ¿cierto?
–Nunca me he resistido a un buen reto. Y sé que tú eres todo lo que alguna vez quiero tener en mi vida.
–Me has tenido en tu vida por años.
–Quiero más. Lo quiero todo, Lina –cerró el espacio entre ellos, al punto que Elina podía distinguir unas motitas doradas en sus ojos avellana.
–Sí. Devlin… –tomó el rostro de él entre las manos y sonrió contra sus labios–. Sí.
***
–Son buenas noticias, ¿no? –Devlin apretó sus manos con entusiasmo. Elina se esforzó por tragar el nudo que se había formado en su garganta y asintió–. No puedo creerlo. Iré. Con una beca. ¡Lo logré, Lina!
–Sí, lo hiciste –respondió mecánicamente.
–Lo hicimos. Sin ti nunca lo habría logrado. Te amo, Lina –soltó sus manos para abrazarla con fuerza. Ella se aferró a él y, sin poder evitarlo, se echó a llorar–. ¿Lina? ¿Amor, estás bien?
–No –susurró y negó con su cabeza, con la cabeza aún escondida en su pecho.
–¿No? ¿Qué sucede? ¿Lina?
–Te vas, Dev. Te vas y ni siquiera miras atrás. A lo que dejarás.
–Pero, Lina. No dejo nada. Volveré. Y… –frunció el ceño y la alejó, para mirarla a los ojos–. ¿No pensarás que voy a dejarte a ti, cierto?
–¿No?
–Claro que no. Te amo, Lina. ¿Cómo podría?
–¿Me amas?
–¡Uf! Claro que te amo. ¿No lo sabías?
–Nunca lo dijiste.
–No pensé que hiciera falta. No voy a dejarte. No podría.
–Pero te irás.
–Y volveré.
–Eso…
–Siempre volvería a ti –sonrió, elevando su barbilla con un dedo–. Pero no será necesario porque vendrás conmigo.
–¿Qué? –preguntó quedamente.
–Vendrás conmigo, Lina –al ver su confusión, Devlin entrecerró los ojos–. Pensé que este era nuestro sueño y…
–Tu sueño, Devlin. Yo no quiero marcharme.
–¿No? ¿Por qué no? ¿Acaso no me amas?
–Sí, te amo. Pero mis sueños están aquí. Mi vida. Mi familia. Mi futuro. Yo nunca quise marcharme. No lo haré.
–¿No vendrás conmigo?
–No puedo, Dev. No es mi sueño.
–Pensé que yo formaba parte de tus sueños. De tu futuro.
–Has tomado tu decisión. Yo he tomado la mía –carraspeó–. Nuestros caminos se separan aún cuando te amo. Tanto. Demasiado –musitó.
–Voy a volver, Lina.
–Sí.
–Lo juro. Volveré por ti. No estaré lejos tanto tiempo, ¿sabes? Estaré en casa para Navidad.
–¿Lo prometes?
–Con mi vida, Lina. Con mi vida.



Capítulo 1
Doce años después
“(…) no, no iré a la cena de Navidad. No insistas, mamá. No tiene sentido. Lo último que quiero es verla. De hecho, el mejor regalo que podría recibir esta Navidad es poder olvidarla para siempre.”
Carta de Devlin a su madre, 6 años después de partir.
La primera Navidad desde que Devlin se marchara había sido especialmente dura. Aún ahora, Elina la rememoraba y sentía como su corazón se encogía ante la carta que había recibido. La que había destruido todas sus ilusiones navideñas.
“No puedo ir, Lina. Lo siento. Sabes que lo siento. Te amo. Ojalá pudiera hacer algo.”
Si hubiera querido, si la hubiera querido lo suficiente, él habría podido hacer algo. Pero no lo hizo. Ni siquiera estaba segura de por qué lo había esperado. Después de todo, Devlin se había marchado sin mirar atrás. Sin el mínimo atisbo de duda.
Y se había quedado sola. Pero no sin esperanza. Pasada la decepción de la primera Navidad sin Devlin, lo había anhelado cada año hasta que él se había graduado, cuatro años después. Pero no volvió. Cuatro años sin verlo y Devlin no volvió. Había sido una idiota. Tan idiota.
“Pensé que vendrías a mi graduación, Lina. ¿Qué sucedió? Te extraño.”
¿Pensó que iría? ¿Para qué? Él ya no la necesitaba. Nunca la había necesitado. La única quién había amado verdaderamente en esa relación había sido ella. Y la cuarta Navidad marcó el final de su relación. Definitivo. Debía continuar.
La quinta Navidad ella había accedido a darle una oportunidad a Owen, quien una vez había sido amigo de Devlin y de ahí su resistencia inicial. Para la sexta Navidad, ella estaba casada con Owen Miller y ya no pensaba más en Devlin. O eso se decía siempre.
Lo cierto era que siempre había querido casarse y tener hijos. Había sido un sueño largamente anhelado, que alguna vez había creído que se vería realizado junto con Devlin. No podía imaginarse a otro hombre como padre de sus hijos… eso hasta que se casó con Owen y tuvo a su pequeña Elizabeth. Lizzie había supuesto la piedra definitiva al enterrar su primer amor para siempre.
Al menos así había sido por cinco años. Ahora Lizzie tenía cuatro años y Owen había muerto en un trágico accidente hacía dos años. Era demasiado joven para ser viuda, es lo que siempre le decían, pero no se sentía joven. Ni sola. Quizá resignada, pero casi feliz mientras pudiera tener a su pequeña hija. Casi…
La proximidad de la Navidad la había puesto nostálgica, por supuesto. Sería la segunda Navidad sin Owen, aunque la primera en que estaba realmente consciente. Antes, el dolor había sido abrumador, se había escudado en tratar de darle una Navidad perfecta para Lizzie, a tal punto que no sintiera la falta de Owen. Quería hacer lo imposible. Como siempre.
–Eli, ¿estás bien? –su madre la miró con preocupación. Elina suspiró–. Lo siento.
–No mamá, sé por qué lo haces pero te lo prometo. Estoy bien.
–¿De verdad, Elina?
–Sí.
–Hmmm, está bien.
–Mamá.
–¿Sí?
–¿Qué sucede?
–¿Por qué lo preguntas?
–Tienes aquella mirada. Esa que significa que tienes algo que decir pero no sabes por dónde empezar. ¿Qué sucede? –repitió Elina.
–Elina, debes… –su madre cerró los ojos y suspiró–. Hay algo que debes saber.
–De acuerdo. Dilo, mamá –pidió impaciente.
–Devlin ha vuelto –soltó de repente. Elina se quedó helada ante las palabras, por lo que casi se perdió la continuación–. Ha venido con su prometida.
***

“(…) no puedo esperar para verte, ha sido un largo año ¿sabes? Pero está bien, porque sé que esta será la mejor Navidad de la historia. Juntos al fin. Te amo, Devlin. No olvides tu promesa… Ven a casa para Navidad.”

Carta de Elina a Devlin, mes previo a la primera Navidad.

Devlin se llenó los pulmones con una larga espiración, la primera en doce años. Nunca habría imaginado que estaría tanto tiempo fuera, sin mirar atrás. ¿Por qué lo hacía ahora? ¿Y por qué precisamente tan cerca de Navidad?
No ayudaría. Nada lo haría. El hecho de que estuviera de vuelta en su ciudad natal, con su familia y antiguos amigos, solo le recordaba lo mucho que había cambiado y lo extraño que se sentía en un lugar que antes había sido su hogar. ¿Dónde estaba aquel sentimiento que esperaba encontrar? ¿Qué había añorado? ¿Por qué ya no estaba ahí?
De pronto, una imagen familiar tomó forma en su mente. Hacía años que no pensaba en ella… o, al menos, que trataba de no pensar en ella. De no pronunciar su nombre. De no leer sus cartas. Elina Carson.
Solo que ya no era Elina Carson, sino Elina Miller. Y la había perdido para siempre. Quizá fuera lo mejor. Él no era el hombre que ella recordaba, ni el que hubiera elegido si hubiera visto en qué se convirtió. Los dos ya no pertenecían al mismo mundo.
–Devlin, tienes una llamada –al notar su distracción, su asistente carraspeó–. Urgente.
Él se limitó a arquear una ceja pero se puso el teléfono al oído. Habló con precisión y un toque de irritación. ¿Acaso no podía irse un par de días sin que todo se viniera abajo? ¡Maldición!
–Devlin St. James, cuida tu lenguaje en mi casa –lo regañó su madre. Ni siquiera había notado que estaba ahí. Él colgó y la miró–. ¿Qué, Devlin?
–Mamá, era una llamada importante. De negocios –recalcó.
–¿Y?
–No puedes hablarme así frente… –soltó un bufido–. Eres extraordinaria, mamá.
–¿Por qué? ¿Por qué nadie se atreve a hablarte así?
–Exacto.
–Devlin –clavó sus ojos brillantes en él–. Yo también te he extrañado, hijo.
Devlin estrechó a su madre entre los brazos y dirigió una dura mirada por sobre su hombro a la mujer que le servía de asistente. Había sido un idiota por haberla traído. Como si Karine estuviera dispuesta a ayudar desinteresadamente.
–Mamá, debo hablar con mi asistente. ¿Puedo usar el despacho de papá?
–Por supuesto, Dev. Ve y les prepararé algo de beber. ¿Qué te gustaría?
–No te molestes, mamá –dijo Devlin, al mismo tiempo que Karine respondía:
–Agua natural.
–¿Agua? –murmuró y puso los ojos en blanco. Devlin reprimió una risita, confirmando la suposición que siempre había hecho. Karine le disgustaría profundamente a su madre cuando la conociera–. Devlin.
–¿Sí, mamá? –se acercó y depositó un impulsivo beso en su mejilla. Ella sonrió.
–¿Aún te gustan las galletas de jengibre?
–Aún –confirmó.
–Deberías visitar la pastelería “Dulce Navidad”. No te arrepentirás.
–Mamá…
–Ve, tu “asistente” te espera impaciente.
–Ella no... –Devlin suspiró– no es quien tú piensas.
–Ve, Devlin –insistió y se encaminó a la cocina. Él guió a Karine al despacho.
–No debiste contarle a mi mamá aquello –frunció el ceño con ferocidad. Karine se encogió de hombros, despreocupada–. No hubo nada… no, realmente. Ahora ha asumido que tú eres… –se le formó un nudo en la garganta.
–Tu prometida –completó, indiferente–. ¿Cómo iba a imaginar que no les habías dicho que rompiste con Christine? Bueno, que ella huyó y tuviste que cancelar la boda…
–Un día te voy a despedir, Karine. Ni siquiera sé por qué aún eres mi asistente.
–Porque soy de las poquísimas personas que te soportan, querido –replicó con una risita–. Ahora, espero recibir un buen bono navideño por venir en estos días contigo, a tu casa.
Devlin asintió con sequedad y se dispuso a ponerse al día con las llamadas de negocios que tenía pendientes, ignorando la acuciante necesidad de acudir a la pastelería que su madre había mencionado tan casualmente. Creía saber lo que encontraría, y si era así, primero se congelaría el infierno antes de que él la visitara.


Capítulo 2

“(…) Pero, ¿casarte? Elina Carson, ¿en qué estabas pensando? Sé que es una broma, solo puede ser eso. Porque tú eres mía. Porque cada fibra de tu ser me pertenece… porque yo soy tuyo. ¿Recuerdas? Únicamente tuyo… Lina, dime que no es cierto.”

Carta no enviada de Devlin a Elina, después de saber de su boda.

Devlin había vuelto. Cielos, apenas podía contener las variadas emociones que surgieron ante aquella noticia. Qué horror pensar que tras doce años, un matrimonio y una hija, ella no pudiera dejar de sentir un escalofrío ante la idea. No sabía qué sentimiento exacto acompañaba a ese escalofrío pero estaba ahí. Sin duda, era una idiota. Más que idiota. No tenía remedio.
–Ah –dijo, solo por no quedarse en silencio. Su madre asintió, distraída.
Y, fue cuando registró el resto del mensaje. Apenas.
Su prometida. Viene con su prometida. ¿Devlin iba a casarse?
–¿Prometida?
–Así parece. Es lo que reveló en la última carta a su madre. Escasamente, ya sabes lo reservado que es –su madre frunció el ceño–. No entiendo qué le pasa a ese muchacho últimamente.
–¿Últimamente? No lo hemos visto en siglos –replicó Elina, de repente cansada con la conversación–. Pero es igual, no tiene por qué importarnos. Ven, vamos a hornear galletas con tu nueva receta, ¿quieres?
Una hora más tarde, Elina caminaba hacia el centro infantil en que su hija estaba. Los ensayos para el programa navideño tomaban un tiempo considerable, pero su Elizabeth estaba tan feliz y llena de energía cuando salió, que Elina suspiró de alivio. Una distracción bienvenida de la inevitable ausencia de Owen.
–¿Qué dices, cariño? ¿Quieres probar una de las nuevas galletas de la abuela?
–Sí –confirmó entusiasmada, halándola en dirección a la pastelería. Elina reprimió una leve sonrisa–. He prometido que traería galletas para todos los niños. ¿Está bien, mami?
–Claro, cariño. Será una Navidad grandiosa ¿eh?
–Un poco –respondió, tímida de pronto–. Excepto por papá. Lo extraño –musitó.
–Oh, cariño. Lo sé. Yo también lo extraño, Lizzie –se puso a su altura y la envolvió en sus brazos–. Yo también.
Elina tomó su pequeña mano y siguieron hasta la pastelería. Le sirvió un vaso de leche junto con las galletas y se quedó mirándola en silencio, deseando con todas sus fuerzas hacer algo por su hija. Por verla sonreír completamente de nuevo, por una vez. Ojalá supiera cómo.
La dejó en el mostrador y se dirigió a sacar unas galletas del horno. Escuchó que la puerta se abría, pero imaginó que se trataría de su madre o algún cliente que se había retrasado de su horario habitual. De cualquier manera, Lizzie sabía qué hacer y ella no tardaría en salir.
Al hacerlo, se quedó petrificada por un momento que se le antojó eterno. No era nadie conocido… o al menos, nadie que ella hubiera esperado ver nuevamente. Casi un desconocido. Un desconocido al que su hija había le ofrecía una galleta y, más desconcertante aún, lo hacía con una sonrisa radiante.
Cuando él desvió la mirada hacia ella, clavando los ojos avellana en su rostro, sintió que se quedaba sin aire. No se había equivocado, por supuesto. Era Devlin St. James en persona. En su pastelería. Con su hija.
***
“(…) no sé cómo decírtelo, Devlin. Necesito que vuelvas a casa. Porque te extraño, aún más en Navidad. Si lo haces, si vuelves, yo (…) pero, si no vienes, lo entenderé. Sabré lo que significa. No te esperaré más. No insistiré. Devlin… solo vuelve, por favor.”
Última carta de Elina a Devlin, 10 de diciembre del cuarto año.

¿Cómo era posible que hubiera terminado en el último lugar de esa ciudad en el que debía estar? ¡Maldición, debió preguntarle a su madre la dirección de la pastelería esa! Sí, debió hacerlo y así evitar aquella calle como si su vida dependiera de ello. Casi lo sentía así, su integridad dependía de no verla.
O, más concretamente, eso había pensado hasta que había sucedido. Por la otra calle, Elina apareció de la mano de una pequeña. Habló con ella, la abrazó y entraron a la pastelería. Dios, como le dolió el corazón. Aun a distancia, notó el increíble parecido entre ellas. Era como volver a ver a Elina cuando niña, sonriendo y rondando a su alrededor, adorándolo… siempre.
Cerró los ojos y trató de girar en la dirección contraria pero no pudo. Tenía que verla. Debía… irse, pero no lo haría. Quería verla. De alguna manera, en un segundo, se volvió vital. Necesitaba estar en esa pastelería, oler las galletas recién horneadas y cerciorarse de que no se había equivocado.
La hija de Elina. La preciosa pequeña que debió ser suya. Su hija.
¡Demonios! Debía parar. Se detuvo en el umbral, a punto de girar para irse deprisa.
–¿Galletas? –inquirió la pequeña después de tomar un trago de leche–. Está en el mejor lugar, señor.
–Yo… ¿de verdad? –Devlin se acercó, hechizado por los familiares ojos grises–. ¿Son las mejores galletas?
–Sí, las mejores de la ciudad –confirmó y bajó la voz–. Yo diría que del mundo entero.
–Oh –él también bajó la voz, como si fuera un secreto–. Entonces, debo probarlas. Las mejores del mundo entero, ni más ni menos. Además, tú no mentirías, ¿cierto?
–Nunca –dijo con solemnidad–. Debo ser una buena niña si quiero que mi deseo de Navidad se cumpla.
–¿Sí? ¿De qué se trata ese deseo?
La niña dudó, miró a su alrededor y suspiró cansada. Él la miró extrañado.
–No sé si deba decirlo…
–¿Por qué no? Prometo no decirle a nadie.
–Es mamá. Necesita alguien que cuide de ella. Que la ame.
–¿Tu padre no…?
–Murió.
–Oh, lo siento –Devlin se encogió ante la tristeza en la mirada de la pequeña. Decidió cambiar de tema–. Esas galletas se ven deliciosas…
–Lizzie.
–Lizzie –asintió él–. ¿Te importaría compartir una conmigo?
–Son nuevas. Y sí que están muy buenas a pesar de no ser de chocolate.
–¿Ah sí? Entonces, ¡debo probarlas! –Devlin se puso una mano en el corazón– si casi pueden compararse con unas de chocolate…
Sonrió. La niña le sonrió y le ofreció una galleta que él aceptó gustosamente. A punto de darle un gran mordisco, se encontró con el rostro que había añorado durante tanto tiempo y sintió que iba a atragantarse. La añoranza, la soledad y la estupidez se juntaron en un nudo en su garganta.
Hermosa no era suficiente para definirla. Solo no tenía palabras, no alcanzaban. Elina era indescriptible y perfecta. Siempre perfecta. ¿En qué demonios había estado pensando cuando no huyó de ahí? Era tarde. Lo supo al mirarla a los ojos. Ya no había lugar a donde huir.

Capítulo 3

“(…) ¿Qué? ¿Elina, es en serio? Quiero que vengas. Te necesito. Te amo como siempre… ¿es que tú ya no me amas? Si es así, lo entenderé y seguiré adelante (como tú pretendes hacer). Pero si aún me amas, si aún sientes que podemos lograrlo… no lo abandones. Ven a pasar Navidad conmigo, Lina. El lugar no importa, si estamos juntos, ese será nuestro hogar.”
Carta de Devlin a Elina, 15 de diciembre del cuarto año. Sin respuesta.

Un hogar. Devlin le había ofrecido un hogar en su última carta y ella se había rehusado. No creía que su hogar estuviera en cualquier otro lugar que no fuera ahí, en esa ciudad en la que había nacido. No podía haber estado más equivocada. Aquello lo comprendió al ser madre, pues su hogar siempre estaría con su familia, sin importar el lugar.
Buscó en su memoria algo que decir, lo que fuera que pudiera tener algún significado.
–Hola, Lina –rompió el silencio. Ella intentó esbozar una sonrisa sincera.
–Hola, Devlin –cerró la boca al notar que su voz no estaba todo lo firme que hubiera deseado. Se sintió avergonzada y torpe. Inspiró con fuerza–. ¿Puedo ayudarte en algo?
–Lizzie ha compartido conmigo una galleta extraordinaria. ¿Me darías un paquete de estas excelentes galletas a pesar de no ser de chocolate? –guiñó un ojo en dirección a Lizzie, que soltó una risita divertida por su tono serio.
–Bien, apenas estamos horneando de esas pero si esperas… –se calló. ¿Qué estaba diciendo? ¡Lo que debía procurar era que se marchara!–. Puedo enviarlas a la casa de tu familia. ¿Está bien?
–Sí, gracias –Devlin parecía querer decir algo más. En realidad, en su rostro pasaron un sinfín de emociones pero se decidió por repetir–. Gracias.
Elina asintió. Devlin avanzó hasta ella con pasos decididos y abrió la boca, pero fue interrumpido por la llegada de una mujer.
–¿St. James? ¿Por qué tardas tanto? –miró a su alrededor y chasqueó la lengua–. No sabía que fueras aficionado a los dulces.
–No, Karine. No realmente, pero…  –Devlin replicó y fue interrumpido por un bufido de incredulidad procedente de Elina–. ¿Qué?
–¿No realmente? ¡Eso es mentira, Devlin! –moderó su tono al notar que había dado demasiado énfasis a lo que decía–. Es decir, solían encantarte las galletas. Incluso me ayudabas a hornearlas –murmuró.
–¿Devlin St. James horneaba? –la mujer preguntó incrédula y parecía decidida a reprimir a una risita inoportuna–. ¡Increíble!
–Karine, no permitiré que en la oficina…
–¿Te preocupa la oficina? –Karine puso en blanco los ojos y se adelantó hasta Elina–. Soy Karine, la asistente de Devlin.
–Elina –respondió y se preguntó si su madre no habría estado equivocada. ¿O la asistente de Devlin también era su prometida?–. Pensé que…
–¿Sí? –inquirió Karine.
–Nada. Devlin estaba por marcharse…
–¿De verdad tiene que marcharse? –la vocecita decepcionada de Lizzie captó la atención de los tres adultos, aunque ella solo miraba a su madre.
–Sí, cariño. Devlin ha venido a pasar Navidad con su familia y debe ir con ellos.
–Lina –interrumpió Devlin la protesta de la pequeña niña. Ella lo miró y asintió a la muda súplica en sus ojos. Se sorprendió al notar que confiaba en él. Al menos en aquella situación, confiaba ciegamente.
Y las palabras que surgieron de Devlin la dejaron bastante sorprendida.
***
“(…) se me rompe el corazón cada vez que rememoro tu carta y pienso si no me equivoqué al ignorarla y dejarla sin abrir hasta este día, la víspera de mi boda. Pensé que hacerlo hoy me ayudaría a darle un cierre a lo nuestro, a dejar atrás lo que nunca será pero vuelvo a preguntarme, dudosa… ¿y si me equivoqué?”
Borrador de la carta de despedida que Elina
quiso enviar a Devlin una y mil veces.

–¿Te gustaría tomar una taza de chocolate caliente en mi casa? Sé que a mi madre le encantará tener una compañía tan adorable –Devlin esbozó una media sonrisa al observar como los ojos de Lizzie se iluminaban–. Están invitadas, en cuanto tengan las galletas por supuesto –añadió bromista.
–Sí, iremos –confirmó Lizzie de inmediato. Miró a Elina–. ¿Verdad, mamá?
–Claro, cariño –musitó Elina y carraspeó–. Si no te importa…
–Al contrario, nos encantaría tener más compañía en la cena de esta noche. Si pueden acompañarnos… –agregó Devlin, sin querer presionar pero consciente de que no quería desaprovechar esa oportunidad única de encontrar un cierre a aquella relación.
Karine observaba el intercambio en silencio, con mirada especulativa. Devlin podía imaginar lo que estaba pensando pero, por primera vez, no le importó. Nada importaba más que el par de mujeres frente a él, una niña y su madre, quienes sospechaba podían significar aquello que faltaba… ese vacío provocado por el obligado adiós que había dado al amor y su oportunidad de ser feliz.
Pero no lo había hecho por gusto. No había tenido otra opción. Y si tuviera que volver a elegir, lo volvería a hacer todo de nuevo, por muy doloroso que fuera. Había sido necesario, primero por decisión propia y luego una elección inevitable.
Lejos de Elina y su ciudad había olvidado lo que era necesitar tanto a alguien, amar con locura y vivir apasionadamente… o, al menos la lejanía de esos años había atenuado muchas emociones, disfrazándolas e intentando sustituirlas con trabajo y una falsa ilusión de compromiso que no había sido. Nunca una realidad, no de verdad.
–Ahí estaremos –reafirmó Elina y lo sacó de sus pensamientos. Devlin asintió y salió acompañado de Karine.
–Hmmm –murmuró ella.
–¿Qué? Ahora, ¿qué? –Devlin miró a Karine.
–Nada, es solo que pensaba… –frunció el ceño, dubitativa–. Es ella, ¿verdad?
–¿Ella? ¿Es quién?
–Ella. La única. “Tu” ella.
–Qué manera absurda de decirlo –gruñó sin ánimo. Karine sonrió levemente–. Ella no…
–¿No?
–No… olvídalo –Devlin cruzó los brazos–. ¿Por qué no le has dicho que eres mi prometida?
–¿Debía mentir? Además, pensé que había quedado claro que no querías que sacara a relucir nuestro asunto pasado.
–Hmmm.
–Sí, buena respuesta, St. James. Tan elocuente.
–Deja de presionarme, Karine. Estoy lo suficientemente nervioso sin que tú…
–¿Qué? ¿Nervioso? –abrió los ojos, sorprendida–. Cualquiera diría que estás enamorado y esperando la cita decisiva.
–Deja de ser absurda –destrabó la puerta del auto con fuerza– y vamos a casa ya.

Capítulo 4
“(…) La Navidad ha sido maravillosa, a pesar de que te he extrañado cada segundo. Sé que pronto estaremos juntos pero no puedo esperar para estrecharte entre mis brazos. Curiosamente, esa es la sensación que más extraño, el tenerte cerca en cualquier momento, rodeado del característico aroma de galletas recién horneadas que se desprende de ti. No puedo dejar de asociarlo a la Navidad a tu lado. Nuestra Blanca y Dulce Navidad.”
Carta de Devlin a Elina, enero del segundo año de su partida.

Parada frente a la puerta de Devlin St. James, Elina se sintió transportada al pasado. Por un momento, perdió la noción del tiempo pasado. Eso fue hasta que sintió el apretón de la mano de su hija, urgiéndola a que tocara. Tomó aire y lo hizo, siendo recibida por la madre de Devlin.
–¡Lina, qué gusto verte! –la señora St. James sonrió de oreja a oreja–. Y nada más y nada menos que con tu preciosa hija. ¿Cómo estás, Lizzie?
–Señora St. James –saludó Lizzie con una pequeña sonrisa–. Galletas –le ofreció.
–Estoy segura que nos encantaran. Devlin no ha dejado de hablar de ellas.
–¿De verdad? –sus ojos se iluminaron y lo buscó detrás de la mujer. Ella rió.
–Al parecer, tu pequeña ha caído en las redes de mi encantador hijo –bromeó mirando a Elina, quien suspiró resignada.
Bebieron chocolate caliente mientras charlaban de cosas intrascendentes. Elina intentó, con fuerza, ignorar las miradas que Devlin le dirigía. Eran especulativas, curiosas, quizá hasta amables o… diferentes. Tan diferentes de lo que había esperado, aunque no había esperado nada así que… no sabía. Solo estaba confusa.
–¿Y tus padres organizarán la cena Navideña, Lina? –preguntó la señora St. James. Elina asintió, aunque no se le pasó por alto la nada sutil petición–. ¿Ah sí?
–Sí. Devlin –lo miró–, estás invitado junto con… tu asistente.
–Gracias pero yo no estaré aquí –contestó rápidamente Karine, con una sonrisa satisfecha dirigida hacia Devlin–. Voy a casa para Navidad.
Elina y Devlin se dirigieron una mirada cargada de recuerdos y, por un momento, todo desapareció, dejándolos suspendidos en el tiempo. Un tiempo largamente olvidado y pasado. Elina fue la primera en romper el contacto.
–Qué gran idea –aplaudió la señora St. James con una enorme sonrisa, la que Karine correspondió de inmediato.
–No, no es una gran idea –Devlin frunció el ceño, contrariado–. ¿Cómo que te marchas? ¿A qué te refieres?
–A eso, Devlin. Yo también tengo una familia a la que quiero ver. Y si quieres, puedes despedirme –se encogió de hombros, indiferente. Devlin apretó la mandíbula.
–Sabes que no voy a despedirte –murmuró–. No podría cuando yo también he dejado todo por ir a casa para Navidad –y, al decirlo, no pudo dejar de contemplar a Lina. Porque sí, era ella, su hogar. Su amor. Su familia, si aceptara.
–Debemos marcharnos –Elina se puso de pie y tomó a su hija en brazos–. Se hace tarde, cariño. Despídete de todos, Lizzie.
–Pero, mamá –la niña miró a Devlin– me prometió que podría contemplar el recorrido del tren navideño de su árbol. ¿Verdad, señor St. James?
–Devlin –pidió él, poniéndose a la altura de Lizzie–. El señor St. James es mi padre y no querríamos que nos confundas. ¿No me vas a cambiar tan pronto, eh Lizzie?
La niña sonrió ampliamente y, tomando la mano que Devlin le ofrecía, lo siguió hasta el pequeño salón. Karine se excusó para irse a empacar y la señora St. James también se separó discretamente. Elina se encontró a solas con Devlin, pues su hija se había concentrado en seguir el tren y los intrincados rieles.
–Es adorable –musitó Devlin mirando cálidamente a Lizzie. Elina asintió, pues tenía un nudo en la garganta ante la emoción tan evidente de él–. Eres tú.
–¿Cómo dices? –se esforzó por preguntar con voz normal. Él ladeó una sonrisa conocedora, como si aún pudiera identificar cada una de sus emociones solo por la sutil variable de su voz.
–Es como te recuerdo, casi como volver a verte –Devlin negó lentamente–. Tan pequeña y tan molesta conmigo porque insistía en que eras una niña.
–Y sí que era una niña.
Devlin rió y giró para mirarla de frente. Dejó de reír.
–Lina, si quieres golpéame luego, pero esto no puedo evitarlo.
Y la tomó entre sus brazos, estrechándola con fuerza. Elina se puso rígida pero, por mucho que lo intentó, no pudo evitar que la calidez del cuerpo de Devlin rodéandola la ablandara poco a poco. Se aferró a él, como había soñado durante tanto tiempo cuando se había marchado.
Sí, ese era el abrazo que había imaginado. Tan lleno de emoción, tibieza y ardor. Sencillo pero a la vez revelador. Solo de ellos, como siempre.
Miró hacia el techo y observó un ramo de muérdago que colgaba. Suspiró y se alejó de él, quien pareció reacio a dejarla ir, pero lo permitió.
–Creo que te debo una despedida, Devlin St. James –se puso de puntillas y besó su mejilla–. Adiós, Dev.
–No puedo, Lina.
–Devlin, yo pensé que…
–No quiero una despedida.
–¿Entonces, qué quieres?
–A ti. Y a tu hija. ¿Permitirás que vuelva a casa para Navidad?
–¿Permitir? Devlin, ya estás en casa.
–No. ¿Acaso no lo ves? –acarició su mejilla con suavidad–. Mi hogar eres tú, Lina.
***
“(…) Dulce Navidad será el nombre de la tienda de galletas, y como de costumbre, tú has sido mi inspiración Devlin St. James. ¿Qué dices, estarás en casa para Navidad esta vez? Espero que sí, que cumplas finalmente tu promesa y que no te marches jamás. Me perteneces. Te pertenezco. Cuando algo es tuyo, no lo dejas atrás ni lo olvidas. Y yo soy tuya. Siempre tuya…”
Carta de Elina a Devlin, febrero del segundo año de su partida.

–¿Yo? Devlin, han sido doce años. ¡Doce! ¿Qué pretendes? –Elina lo miró incrédula–. No puedes solo volver y hacer de cuenta que nada ha sucedido… tantas cosas han pasado y tú… y yo… no soy la misma. Ni tú.
–Lina, eso lo sé. Pero quiero redescubrirte. Eres la misma y a la vez no, pero eso solo lo vuelve más… –Devlin cerró la boca, sintiéndose estúpido. ¿Qué estaba diciendo? ¡Ni siquiera tenía sentido!
–Devlin, ahora no. No puedo. Es demasiado –se separó de él–. Lizzie, nos vamos.
–Mamá…
–Ahora –hizo que se incorporara–. Adiós, Devlin. Gracias por todo.
–De nada –las acompañó hasta la puerta y, al estrechar la mano de Elina, le deslizó una nota–. Buenas noches, Lina.
Decir que Devlin esperaba que Elina asistiera sería impreciso. De hecho, estaba seguro que había arrojado su nota sin siquiera echarle un vistazo. Y quizás se lo merecía tras tantos años de ausencia. Porque, ¿qué derecho tenía él de perturbar la vida de Lina? Ninguno, no realmente. No había hecho nada para retenerla, para apreciarla y amarla cuando había tenido oportunidad. Oh, los remordimientos eran lo peor para un corazón solitario y, sospechaba, locamente enamorado. Como de costumbre.
–No creí que vinieras.
–No pensé que lo haría –contestó Lina arrebujándose en su abrigo–. Podías elegir un lugar más confortable, ¿no te parece?
–¿No te parece un lindo lugar? –miró el parque en el que se encontraban, la familiar banca y la fuente cercana. Todo cubierto de una capa de espesa nieve.
–Estoy a punto de congelarme, Devlin. No puedo encontrarle nada lindo.
–Aquí –señaló Devlin parándose a unos pasos de ella– compartimos nuestro primer beso, Lina.
–No es cierto.
–Sí, lo es.
–No –Lina negó y una sorprendente sonrisa traviesa se dibujó en sus labios–. Nos besamos antes, por un desafío en aquel campamento de verano. ¿Recuerdas?
–No, de ninguna manera. No cuenta –negó firme. Ella rió.
–Sí, cuenta.
–Lina, no. ¿Cómo pretendes que…? ¡Éramos unos niños!
–Ay, Devlin. Siempre fuiste tan… –suspiró– pero no interesa más. Ya no.
–Lina, siéntate –colocó su chaqueta para que ella se sentara. Arqueó una ceja pero lo obedeció–. Quería privacidad, es por eso que te he pedido que vinieras. ¿Dónde está Lizzie?
–Con sus abuelos paternos. Pasará la noche con ellos.
–Ya veo. Realmente es extraordinaria ¿eh?
–Sí, lo es. Solo ha estado algo triste desde que murió… su padre –concluyó.
–Y tu esposo.
–Sí.
–¿Duele mucho?
–Cada día.
–Lo siento.
–Gracias.
–No pude volver, Lina. Al principio fue decisión pero después… no pude. Tú eres y siempre serás el amor de mi vida. No podía imaginarte con otro hombre. Aún no puedo. Este dejó de ser mi hogar cuando supe que tú no estarías aquí para mí.
–Yo estuve aquí para ti, Devlin. Pero tú no volviste. Después de cuatro años esperando, cuatro Navidades sola, supe que debía dejarte ir.
–Tres que debí dejar lo que fuera y volver. Lo sé, pero el primer año tuve una dificultad en los estudios y al segundo año conseguí un trabajo estupendo, una gran oportunidad y para el tercer año…
–Serías socio si te quedabas, lo sé, lo recuerdo, Devlin.
Sonaba tan cansada. Devlin sentía que la iba perdiendo y se alejaba poco a poco. De nuevo. No, no podía permitirlo.
–Sí, y lo logré –su voz sonó amarga.
–Sí, felicidades.
–Lina, debí volver pero…
–Cuatro años, Devlin. La cuarta Navidad prometiste volver y empezar tu negocio aquí, volver a mí pero no lo hiciste. Te quedaste.
–Iban a despedirme si dejaba el trabajo.
–¡De todos modos pensabas renunciar! ¿No? ¿O nunca lo planeaste? ¿Solo lo dijiste para engañarme y que esperara como una idiota algo que no llegaría? –resopló furiosa–. ¡Tu padre estaba enfermo y ni siquiera viniste a verlo!
–De hecho, estaba muy enfermo.
–¡Lo sé, estuve ahí! –y tú no. Eso estaba implícito.
–Lo sé. Mamá me lo contó. Me contó todo.
–Owen también ayudó. Qué irónico que la enfermedad de tu padre me acercara a tu amigo, ¿eh, St. James?
–¿Te acercara? ¡Él me quitó lo único que yo…!
–Owen no te quitó nada. Tú lo perdiste porque no era importante para ti. Nunca lo fui.
–Sí, lo fuiste. Pero tuve que desistir de volver. Mis padres necesitaban el dinero, Lina. ¿Acaso no te preguntaste quién pagaba todas esas costosas facturas? El dinero del seguro se acabó demasiado pronto y mi padre necesitaba varias operaciones… yo tuve que hacerlo, Lina. Tuve que renunciar a ti y elegir continuar con mi empleo.
–¿Por qué no me lo dijiste? –susurró.
–¿Para qué? De todos modos sonaba a una nueva excusa y…
–No lo había creído –concluyó por él.
–No, no creo que lo hubieras entendido en aquel entonces.
–Pudiste volver después.
–No podía. No cuando sabía que te estaba perdiendo y no había nada que pudiera hacer. Aquella quinta Navidad yo había planeado volver. Tenía mis pasajes de avión y recibí la carta de mamá en la que me decía que tú estabas saliendo con Owen. Decidí postergar, nuevamente, mi regreso. Y casi sin pensarlo, era una nueva Navidad y tú estabas casada. Te había escrito tantas cartas pero tú no respondiste y… fui un idiota. Debí luchar pero tenía miedo de perder… sí, eso era. Regresar y ver que te había perdido. Cielos, Lina, cómo duele… –cerró los ojos para tomar valor– no deje de amarte. No he dejado de hacerlo y sé que nunca podré.
–Devlin, es demasiado tarde.
–Nunca es tarde.
–Devlin…
–No, Lina. Nunca será tarde para lo nuestro. Te amo. Sé que no me bastará la vida entera para dejar de amarte y que no quiero hacerlo, no realmente. Eres mi vida. Mi hogar. Tú lo eres todo.
–Devlin, no puedes hablar en serio. Yo tengo una hija y este es mi hogar.
–Lo sé. Y por eso no solo he venido a casa para Navidad. He venido para siempre.
–¿Harás eso por mí?
–Lo haré por mí. Y por nosotros, si me puedes dar una esperanza de futuro.
–¿Y si no te la doy?
–De todos modos volveré. Porque ese es mi sueño ahora. Estar cerca de ti.
–Devlin, yo no sé qué decir.
–No digas nada aún, Lina –la abrazó y besó sus labios suavemente–. Feliz Navidad.


Epílogo
“(…) Eres parte de mi tarea, Elina Carson. Debo escribir una carta de felicitación navideña a mi mejor amigo y creo que ese título lo tienes tú. No me parecía posible aunque… creo que solo te la enviaré a ti y escribiré otra para mi tarea. ¿Qué clase de chico tiene como mejor amiga a una niña? ¡Ugh!”
Carta de Devlin a Elina, respondida con un golpe
y una negativa a hornear galletas por una semana.

–Aún no es Navidad, Devlin –musitó contra sus labios. Él se encogió de hombros.
–Lo es para mí, ahora que estás a mi lado.
–No tan rápido, Devlin. Yo no puedo prometerte nada.
–Solo quiero tiempo, Lina. Dame tiempo. Sé que probablemente no lo merezco pero quiero un tiempo de ti, para descubrirte nuevamente, para que me conozcas. Para que decidas si podría construir un futuro para ti, el futuro que siempre quise darte y no me decidí a luchar por hacerlo realidad. Debí, pero no lo hice. Me rendí pero no más. No de nuevo. Dame tiempo, Lina –repitió.
–¿Y si no funciona?
–¿Y si funciona?
–Si funciona, genial, viviremos felices para siempre ¿no? Pero eso no es lo que interesa Devlin. ¿Y si no funciona? ¿Te irás? ¿Desaparecerás de mi vida y la de Lizzie como si nunca hubieras existido?
–No. No desapareceré. Estaré aquí, seré tu amigo si eso es lo que quieres. Y me gustaría estar con Lizzie también. Creo que le agrado ¿no?
–Sí, de hecho, no había sonreído en tanto tiempo que pensé que lo había olvidado…
–Lina, lo haré bien. Esta vez ni siquiera necesito prometerlo con palabras porque tú misma lo verás. Te amo. Tanto que yo haría lo que sea por ti. Solo por ti.
–Debo pensarlo. Es demasiado, Devlin.
–Gracias. Por considerarlo –esbozó una tímida sonrisa–. ¿Te llevo a casa?
–Es lo menos que puedes hacer, Devlin –bromeó, tomó la chaqueta de él y se la pasó por los hombros, arrebujándose en ella. No pudo evitarlo. Debía hacerlo ahora que Devlin había vuelto a casa y estaba a su alcance. Finalmente, en casa para Navidad.
***
“(…) He esperado dieciseises años que me notaras. ¿Por qué crees que daría por vencida ahora, tan solo porque nos separaran unos cuantos miles de kilómetros? Nunca. Te amo, Devlin St. James.”
Nota de Elina a Devlin, deslizada en su bolsillo antes de su partida.
Creo que he llegado a casa.
Ese fue el primer pensamiento que tuvo Devlin cuando encontró a Elina y Lizzie en su puerta en la mañana de Navidad. Si era un sueño, esperaba no volver a despertar.
Para su sorpresa, la pequeña Lizzie se arrojó a sus brazos y lo besó en la mejilla cuando él la alzó y estrechó. Era una chiquilla adorable en verdad. Y la amaría como si fuera su hija, solo porque era de su Elina.
–Feliz Navidad, Devlin –Elina sonrió y esa sonrisa iluminó y llenó de calor su alma. No necesito palabras, porque lo sintió. Y agradeció a Dios por la aceptación que Elina le estaba concediendo tácitamente. No había hombre más feliz en la Tierra que él en ese instante. Lo tenía todo. Todo lo que había soñado alguna vez…
Y más. Mucho más.
No pensaba volver a perderlo. Finalmente había vuelto a casa por Navidad y se quedaría para siempre. Porque su hogar estaba en el lugar en que estaba su corazón y ese siempre estaría con Elina. Y con la familia que formarían de ahora en adelante.
Así que Devlin sabía que como cada Navidad tendría a aquellas dos mujeres en su vida, miraría al cielo y murmuraría un enorme y sentido ¡Gracias!

Fin

¡Feliz Navidad 2014!
Gracias Gaby!!!



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