Al despertar, Liz hizo un
recorrido rápido con la mirada por la habitación y descubrió que Cristhian
dormía en el sillón. Por lo visto se había pasado la noche allí, él odiaba los
hospitales, pero estaba ahí a su lado, cuidándola.
Suspiró, por suerte el dolor había disminuido. Aunque al intentar
acomodarse fue evidente que aún estaba postrada, su cuerpo se había convertido
en una cárcel.
Y él, él estaba allí. Eso la hizo pensar en otro tiempo en que la había
cuidado, pero esa vez había sido muy diferente, no se había sentido una
obligación a cumplir por un hombre responsable, sino una mujer querida.
Tras la partida de Cristhian durante un año y medio habían mantenido un
contacto fluido a través de cartas y teléfono, pero entonces le había llegado
el momento a ella de sufrir el dolor de perder a alguien, su abuela había
muerto. Se había quedado sola.
Le había avisado a Cristhian y él había conducido un día entero sin
dormir para llegar a tiempo al sepelio, el hombre que había llegado no conducía
una moto sino un buen auto y se lo veía levemente diferente a un año antes, pero apenas si ella pudo notar
aquellos cambios.
Estaba sumida en la tristeza. Él se encargó de la mayoría de las cosas y
la contuvo. Había pedido un permiso de diez días en el trabajo argumentando la
muerte de un familiar cercano, así que ese tiempo se quedó a su lado.
El recuerdo que Elizabeth tenía de aquellos días estaba teñido por el
color gris, simplemente se sentía agotada y
sin fuerzas, pero él había estado a su lado cada segundo.
Se había quedado en la casa con ella, la había abrazado cada vez
que el llanto era incontenible, la
había ayudado a guardar cosas, la había obligado a bañarse y a comer.
Cada noche durmió acurrucada en
sus brazos, pero no hicieron el amor, simplemente la abrazaba como si fuera un
escudo y sus caricias leves en la frente la despertaban cuando era acosada por
pesadillas. Y si se despertaba angustiada o sobresaltada, era un remanso verlo
a su lado, sentirlo como un ancla cálida y viva que la ataba al mundo.
El Cristhian de esos días había sido extremadamente gentil y paciente y
cada vez que sus miradas se encontraban ella podía leer en los ojos de él que
entendía mejor que nadie el sentimiento de pérdida y las etapas del duelo.
-¿Qué harás con la casa? – preguntó al quinto día cuando ella había recuperado un poco la compostura.
-Quiero venderla, no puedo estar aquí , sin ella. Los recuerdos duelen y
la estoy buscando todo el tiempo, será peor cuando no estés…
-Lo sé.
-Ahora entiendo que no pudieras quedarte, ahora entiendo cuánto te dolía
estar solo.- musitó ella recordando cuando él había perdido a su madre.
-No estás sola , Liz. Estoy contigo.
-Ya no tengo familia- susurró ella intentando que aquel pensamiento no
la dañara, pero era imposible, le dolía.
- Yo seré tu familia, pelirroja. Y tú la mía – dijo él y eso derritió un
poco el frío que se le había instalado dentro.
-Cristhian…
-Sólo dame un poco de tiempo, pronto volveré para quedarme, pero
recuerda que no estás sola. Aunque deba volver a irme, recuerda que me tienes a
mí.
-No desaparezcas…- dijo ella angustiada, mucha gente que amaba se había
ido en un parpadeo, no quería perderlo a él también.
-Tampoco tú. – dijo él con la misma intensidad que ocultaba el miedo a
perder a un ser querido.
En esos días vieron al abogado de su abuela para encargarle la sucesión
y buscaron una inmobiliaria que se encargara de la casa tan pronto lo legal
estuviese arreglado. En su último día en la ciudad, Cristhian la ayudó a
mudarse al dormitorio universitario aunque le aconsejó que buscara un lugar
propio para vivir.
-Si no extrañarás una casa a donde regresar, tener un lugar propio te
hará bien…- dijo y ella imagino que los día venideros serían realmente duros.
-¿Por eso tú andas de un lugar a otro? – le preguntó dolida de que él no
tuviera un lugar a donde regresar, n una casa propia. Algún día quería darle
eso.
-Por eso no quiero que tú lo hagas.- respondió con aquella seguridad característica
Luego le dio un beso y se despidió una vez más. Pero tras subir al auto,
asomó la cabeza por la ventanilla.
-Yo tengo una casa a donde regresar, ¿no lo sabes? Mi casa eres tú,
Elizabeth – dijo calmadamente y con
seriedad, sin embargo esas palabras dichas tan simplemente le aceleraron el
corazón a ella y debió contenerse para no salir corriendo y rogarle que no se
fuera. En cambio le sonrió, la primera sonrisa genuina después de la muerte de
su abuela, con ese mínimo gesto intentó decirle lo que sentía por él, lo que
significaba para ella.
Una vez más se iba, si lo pensaba bien su relación estaba llena de idas
y regresos, y cada vez que sucedía, ambos habían cambiado un poco.
Cada vez regresaba a ella un Cristhian distinto y muy en el fondo de su corazón le daba miedo,
sentía que llegaría un momento en que lo
perdería.
Aunque por otro lado, ella había amado a muchas versiones diferentes de
Cristhian, seguramente también lo haría en el futuro.
En el presente, Liz sintió
compasión por aquella joven que había sido. De alguna forma había esperado que hubiera
un final feliz, pero ahora era una adulta,
una que estaba enfadada con la vida y
había dejado de creer en sueños color de rosa.
Una que estaba en una cama de hospital.
-¿Despertaste? – preguntó Cristhian y se dio cuenta que la estaba
observando preocupado, acabar de
despertar también.
-Sí…
-¿Te duele aún?
-No, ya no duele. ¿No deberías ir a tu trabajo o algo?
-Soy el Presidente de la empresa, no van a despedirme – respondió él y ella pensó esta
era la versión de él que más desconocía, no sólo los separaban los años
separados sino que parecía un abismo. El empresario, el hombre convencido de su
poder, el que conocía su lugar en el mundo.
-¿Cuando me darán el alta? Quiero irme de aquí…
-Podrás irte hoy, más tarde. Más precisamente luego de una sesión con la
psiquiatra..
-¡¿Qué?! Tuve un maldito accidente, no estoy loca…
-No sólo los locos van al psiquiatra, sino también personas que han
sufrido un accidente como tú. No estás loca, pero necesitas ayuda…
-No necesito ayuda. Sólo sácame de aquí, maldita sea.
- Después de que hables con la psiquiatra.
-No.
-¡Diablos Elizabeth! ¿Eres consciente del estado en que estás?
-Mejor que tú seguro, sé que no puedo caminar.
- Los médicos tiene esperanza de que con rehabilitación puedas volver a caminar,
pero tú no, prefieres estar deprimida y enojada. Por eso necesitas ayuda, para
descubrir por qué diablos no quieres volver a caminar.
-Vete al infierno Kensington.
- Me mandas allí seguido, creo que ya sé la dirección de memoria. Por lo
pronto me iré a trabajar como dices, tú verás a la psiquiatra y a la noche
vendré por ti. Trata de no ser tan violenta con la doctora, pelirroja, no te
gustaría estar en un manicomio.
-¡Estúpido! – le gritó ella mientras se marchaba. Odiaba no tener
opción.
Se quedó pesando en la palabras de él, quizás era cierto, no quería
hacer la rehabilitación, le habían explicado que con mucho esfuerzo podría
volver a caminar pero no a bailar , no como profesional , al menos.
No tenía ganas de luchar batallas perdidas.
Al perder a sus padres había tenido a su abuela, al perderla a ella
había estado Cristhian y cuando lo había perdido a él, sólo le había quedado el
baile. Ahora que había perdido el baile, sentía que no le quedaba nada.
No le importaba caminar porque simplemente no tenía donde ir.
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