Con
pisadas fuertes, Mandy observó al hombre caminar hacia la parte trasera de la
barra y agarrar su teléfono móvil.
Acto
seguido, vio como éste con gran enfado marcaba un número y soltaba una
acusación de forma directa.
-No
tiene gracia alguna, quiero tu culo en el restaurante en menos que canta un
gallo –Habló con tono amenazante.
Realmente
era impresionante.
Verlo
allí parado, con su camiseta negra de manga corta, marcando su buen cuerpo.
Nada abultado de músculos, sino un cuerpo fibroso y perfecto. Con un cálido
color moreno natural de herencia, y no de ir al solárium de un gimnasio.
No
podía evitarlo. Su cuerpo aún lo deseaba de forma ardiente, a pesar de que éste
la mirara con la misma temperatura que tenía un iceberg.
No
se creía que un espécimen como aquel, llevara cierto tiempo de abstinencia
hasta hallar a su fémina ideal.
Por
favor, si hasta ella misma tenía la necesidad de experimentar orgasmos de tanto
en tanto.
Algo,
que por mala suerte no abundaba en su agenda de actividad social últimamente, o
más bien, una semana después de que bailara con Adam.
Aquello,
iba rondando ya cerca a los ocho meses de que nadie le bajara las bragas.
¡Maldita
sea!
Además
de un Martini, acababa de recordarse, que también necesitaba un buen revolcón
de sábanas.
Pero
la culpa era de ella misma. Unas veces, por demasiado trabajo. Y en otras,
porque últimamente los comparaba a todos los sujetos con éste maldito engreído.
Aquella
sequía tenía que tocar su fin. He iba a ser, aquel mismo día. Se auto-convenció
con cierta determinación.
Estaban
a Viernes, el día perfecto donde los bares musicales estarían a rebosar de
testosteronas.
Para
nada, se tumbaría en su sofá con chocolatinas a mirar películas, aunque se
hallara cansada. No señor, cogería su vestido negro escotado y sus zapatos de
tacón rojo, y saldría al ataque.
Aquella
noche, iba a sacarse las telarañas de sus partes bajas. Pero para ello, tenía
que comprender que demonios ocurría con las llaves.
De
modo, que volvió a prestar suma atención a las palabras que vociferaba el
hombre.
-¡A
mí no me engañas! –Volvió a escupir-. Se lo que intentas, y quiero recordarte
que pierdes el tiempo –Cogió aire-. De modo, que dad media vuelta y abrir la
maldita puerta –Vio como resoplaba y achicaba seguidamente su mirada-. ¡No me
toquéis las pelotas! Sabes que me hallo muy liado y es más, necesito que me
eches una mano… -Vio como callaba y sus labios, formaban una línea recta que no
duró apenas unas décimas de segundo-. ¡Vete al infierno y a ellas también! –Vociferó
lo último, colgando y tirando de malas formas el aparato, encima del mostrador.
Obvio
que estaba muy pero que muy enfadado. Así que mejor se callaba y esperaba, a
que fuera él quien iniciara nuevamente la conversación.
Pero
tras un minuto, éste movió la cabeza con gesto negativo, para soltar el aliento
y tras mirarla un segundo, se encaminó a la cocina dejándola allí fuera.
Confusa, decidió quedarse un momento allí sin
seguirlo. Suponiendo, que a lo mejor habría ido por un segundo a comprobar alguna
cosa. Pero cuando transcurrieron cerca de diez minutos, y éste no daba señales
de aparecer por allí, decidió que era momento de aventurarse averiguar qué
ocurría.
Con
pasos algo inseguros, se dirigió al refugio del atractivo cocinero. Sintiéndose
algo cohibida, por ser la primera vez que entraba allí y encima sin permiso del
dueño.
Y
lo que vio, la dejó pasmada.
El
muy idiota, se hallaba en medio de la cocina trabajando en una larga y ancha
mesa de acero inoxidable, con una gran masa blanca del mismo tamaño de una
pelota de futbol.
¡Estaba
trabajando!
¿Y
a ella, se suponía que le tenían que dar por saco?
Ahora,
sus pasos si que fueron determinantes. Para nada hubo inseguridad, cuando se
puso en frente de él con las manos en las caderas y mirada inquisidora.
-¿Y
bien? –Escupió sin emplear ningún tono amigable.
Adam,
amasó por unos segundos más y luego, alzó su mirada. Y como siempre, ésta iba
cargada de reproche hacia ella.
-Estoy
trabajando –Se encogió de hombros-. Acaso no lo sabes ver, Mandy.
Respondió
con cierto sarcasmo, logrando exasperar aún más a la mujer por aquella actitud
dirigida exclusivamente hacia ella.
-No
soy idiota ni adivina –Respondió con tono seco.
-Sobre
lo primero, permíteme que tenga mis reticencias –Dijo con cierta ironía y mueca,
en sus carnosos labios sin dejar de amasar aquella enorme bola blanca, con sus fuertes
manos.
-Idiota
–Siseó con cierta fuerza y rabia, permitiendo que él la escuchara sin problema
alguno.
-Vaya,
yo sí lo soy –Alzó una ceja con diversión-. Que mundo tan injusto –Chascó la
lengua, para alargar uno de sus brazos y agarrar la barra de amasar.
-¿Qué
ocurre con las llaves? –Fue directa al grano, evitando que así tuvieran un
nuevo enfrentamiento.
-Pues
que no las tenemos en nuestro poder, como podrás observar –Respondió sin alzar
su mirada de la mesa.
-¿Pero
viene Prieto abrir? –Siguió con sus preguntas, igual de confusa que al
principio.
Adam,
se detuvo de amasar para soltar una sonora carcajada forzada y clavar, la
mirada en ella.
-Oh,
sí –Se rió con las comisuras-. De venir tendrá que venir él –Se alzó de hombros
por un segundo-. Lo que no se sabe, es cuando le dará la gana de hacerlo.
-Perdona
–Dijo con las cejas juntas-. No comprendo lo que me estas diciendo –Mostró algo
de exasperación en su tono.
-Y
yo tampoco logro ver, si te estas haciendo la tonta o es en serio –Soltó tajante
y molesto.
-¡Te
estas pasando de la raya! –Gruñó con gran mosqueo, dando un paso al frente con
las manos cruzadas-. Juro que si conociera algún sicario, lo contrataba para
darte una puñetera paliza y me dejaras en paz, de una vez por todas.
Completamente
frustrada, soltó un gruñido al aire, para darse media vuelta y volver a la
barra del bar en busca de su bolso.
hasta ahora he podido leerlo y a verrrrrrrrrrrr.....ponteeeeeeeeee a escribirr lo que sigue pequeñaja.....quiero más, cómo lo dejas así?
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