viernes, 27 de diciembre de 2013

Heridas de amor 8




Era una noche fría y llovía mucho cuando Cristhian fue a buscar ayuda de su padre, mientras ella y su abuela quedaban cuidando a su madre.
Nunca supo bien los detalles de lo que sucedió, sólo lo que él dijo después “Me echaron como un perro”, recordaba verlo volver empapado al hospital, justo a tiempo para que su madre muriera en sus brazos sin que él pudiera hacer nada.

Recordaba abrazarlo mientras él tenía el cuerpo tenso, recordaba su rostro pétreo y la forma en que su mirada había cambiado, como sus ojos oscuros habían perdido calidez y reflejaban un dolor rayano en la locura. Y el odio, Cristhian tenía un aura de odio contenido que a veces la asustaba, no por ella porque a pesar de su condición seguía tratándola igual, sino que la asustaba por él.
Sin su madre, no tenía donde ir, así que se quedó con ellas, en aquella época fueron familia, pero sabía que él había cambiado.
Había empezado un trabajo temporal para ayudar con los gastos, pues se sentía mal de que lo mantuvieran.
Tras un breve descanso había regresado a la escuela pues era su último año,  pero cada vez que Liz se detenía a mirarlo tenía la sensación de estar frente a una bomba de tiempo y tanto ella como su abuela se miraban resignadas, sabiendo que no había nada que pudieran hacer.
Pasaba tanto tiempo como pudiera junto a él, aunque fuera sentarse a su lado en silencio, mientras Cristhian miraba hacia la nada. Lo sacaba de situaciones incómodas en la escuela cuando alguien se le acercaba a darle el pésame, se encargaba de que comiera aunque no tuviera ganas y cada tanto ponía música y se ponía a bailar a s alrededor porque en esos momentos la mirada de él cambiaba levemente, como si se encendiera alguna chispa de calidez dentro de él.
Pero así como lo amaba, sabía que algo se había roto dentro de él y que el Cristhian que había conocido, había dejado de existir, y aunque hacía todo lo que estuviera a su alcance por preservarlo, no estaba segura de qué sucedería.
Al finalizar el año, llegó lo que temía. Cristhian había cumplido 18 años, tenía su título de secundaria, y había decidido irse.
Su abuela intentó convencerlo de que no lo hiciera, que se quedara con ellas y comenzara la Universidad, pero no hubo caso.
-¿Por qué? ¿Por qué no puedes quedarte? – le preguntó ella la noche que se marchaba. Su abuela los había dejado solos en la puerta y él se había negado que lo acompañaran a la estación de autobuses, ni siquiera estaba seguro de hacia dónde iba. Así que el adiós era allí, en el mismo lugar donde se habían conocido.
-Lo siento, Liz. Pero hay cosas que quiero hacer, que tengo que hacer.
-Puedes hacerlas aquí, puedes estudiar…puedes…
-Cueste lo que cueste, voy a hacer mucho dinero, y algún día, ellos golpearán a mi puerta…-dijo él como si hablara más para sí mismo que para ella.
-¿Ellos? ¿Cristhian? – preguntó sin entender del todo, aunque interiormente imaginaba que hablaba de su padre
-Estaré bien, no te preocupes.
-Pero, no voy a verte…
-Escribiré, y llamaré cuando pueda- le dijo y ella se enjugó las lágrimas tratando de ser valiente.
-¿Lo prometes?
-Si…tendrás que portarte bien y cuidarte mucho mientras no esté, ¿de acuerdo?. Nada de fiestas, ni chicos…
-Tú tampoco – dijo ella seria y lo vio sonreír.
-Volveré por ti , pelirroja. Espérame – dijo él y la besó. Esta vez fue un beso en serio, no como la primera vez, era más que una caricia suave, era una promesa y un recordatorio de que ella era de él.
Después se fue.
Durante los primeros meses hubo cartas continuas donde le contaba de los lugares que visitaba, los trabajos que realizaba, luego fueron más escasas y para cuando ella terminó la secundaria ya no sabía nada de él.

Los médicos entraron a la habitación y la sacaron del pasado, para traerla a un presente que era aun más doloroso.
-Hemos decidido darle el alta en un par de días.- le avisaron
-¿Tan pronto? – preguntó sorprendida. Estaba harta de estar allí, pero no se sentía segura de volver al mundo exterior.
-Sí, sus heridas pueden ser tratadas en forma ambulatoria y sólo queda esperar para ver la viabilidad de una rehabilitación. Lo psicológico influye mucho, y estar aquí no parece hacerle bien. Con su guardián pensamos…
-¿Mi guardián? ¿Cristhian?
-Sí, el Sr. Kensington – dijo el médico y ella bufó ante la mención de su apellido
-Yo soy mi propia guardiana, él no tiene derecho alguno y usted no puede tratar nada referido a mi salud con él.
-Lo siento señorita, pero fue él quien firmó los papeles en su ingreso y la autorización para los tratamientos. Tendrán que discutir eso entre ustedes. De todas maneras, salir e intentar retomar su rutina podría hacerle bien.
-¿Mi rutina? ¡De qué rutina me habla! ¡Toda mi vida está destruida! ¡Váyase! ¡Déjeme en paz! – les gritó y por lo visto estaban bien entrenados por Cristhian porque no le discutieron sino que se retiraron discretamente. Aquello la indignó más, pensar en el poder que él había logrado y la influencia que tenia sobre los demás, odiaba esa faceta de él.
Y odiaba sentir que estaba en sus manos.

Dos días después, Cristhian Kensington apareció cuando le dieron el alta.
-¿Estás lista? – le preguntó al entrar a la habitación Una enfermera había guardado todas sus cosas en un bolso y el empleado de él se llevó el equipaje mientras Cristhian se detenía frente a ella que se había negado a dejar la cama y que la pusieran en la silla de ruedas.
.-No, no quiero irme de aquí, y menso contigo. ¿Dónde está Robert?
-Trabajando supongo, ya te dije que con mucho alivió dejó que yo me hiciera cargo. Bien , lista o no, nos vamos de aquí. A ninguno nos gustan demasiado los hospitales así que ya deja de hacer pataletas..
-No iré en esa maldita silla, no me iré de aquí…
-De acuerdo – dijo él y sin más la levantó en brazos y la sacó de la habitación.
-¡Cristhian!
-Deja de portarte como una cobarde Elizabeth, no va contigo – le dijo y ella avergonzada se calló ya era demasiada vergüenza que él la llevara cargada a través del hospital de esa manera. La gente no dejaba de mirarlos, no tuvo más remedio que dejarse llevar y esconder la cara contra su hombro. Llegaron al auto y sin soltarla,  ayudado por el chofer, con extremo cuidado, entró en la parte de atrás.
Ella quedó sentada sobre la falda de él mientras la sostenía y sus piernas extendidas en el asiento.
El asistente de él iba sentado delante, Liz lo había alcanzado a ver guardar la silla en ruedas en el baúl, pero no quería pensar
-Vamos – ordenó Cristhian y se pusieron en marcha. Liz hubiera deseado que además de inmóvil pudiera estar insensible, porque era plenamente consciente del cuerpo de él al de ella.- Relajate y descansa hasta que lleguemos – indicó el hombre y ella estuvo tentada de insultarlo. Como si fuera posible relajarse, toda su vida estaba dando vueltas y él era un tornado que arrasaba con todo, con su sentido común, con su corazón, con su alma.
¿Cómo iba a hacer esta vez para escapar de él cuando sus piernas no le respondían?

2 comentarios:

  1. Me encantó esa despedida y la promesa. Quiero saber más. ¿Qué sucedió? ¿Por qué Cristhian no volvió o sí?
    Gracias por el capítulo Nata! :)

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  2. opino igual que la chiquitina Gaby!!!! quiero saber que ocurrió entre ellos, me lo estas dando a cucharaditas y no es justo jejeje

    Me gusta, él dominante y delicado a la hora de llevarla ne brazos. Espero que julito no sea celoso, de enamorarme de tus personajes y de los de J.J

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