Aún seguía sorprendida por estar allí delante, que no reparó cuando Eric apagó el motor de la moto y le pidió amablemente que bajara de ella. Lo hizo, cuando sintió un golpe seco en su casco. Logrando que cerrara la boca y lo mirara sorprendida, sin poder articular palabra.
¿Qué diantres se proponía al ir allí? Pero si no tenía edad ni titulo alguno, para entrar a formar parte de aquella plantilla.
Su cabeza seguía dando vueltas y más vueltas a diferentes posibilidades, que tubo que ser él quien acercara sus manos al cierre de seguridad del casco y se lo desabrochara, para poder extraerlo con un pequeño tirón hacia arriba. No pudiendo evitar el reír, al ver la confusión que presentaba la joven.
Guardó los cascos y cogió la carpeta, para seguidamente asirla del brazo y conducirla hacia el interior de aquellas torres de cristal.
Si desde fuera ya se veían imponentes, desde el interior te extraían el aire de los pulmones. Aquel lugar era como un sueño para ella. El vidrio y el acero, hacían un conjunto sobrio, robusto… Dominante.
Definitivamente, una joven de dieciséis años no estaba cualificada para moverse por un lugar como aquel, con gran soltura como lo estaba haciendo su vecino, quien había abierto ciertas puertas con una acreditación y la llevaba por un pasillo que terminaba en un gran ascensor.
-Espero que no me lleves al sótano, donde vayan a utilizarme como rata de laboratorio –Dijo, cuando el chico tuvo que darle un suave empujón para que entrara en el aparato.
Eric volvió a reírse, apoyando su espalda en una de las paredes y observándola atentamente.
-Haber si consigo lograr que cambies la opinión tan baja que te hiciste de mí –Señaló con cierto suspiro resignado.
-Fácil –Dijo cruzándose de brazos, no sin antes haber mirado un momento el panel digital, donde indicaba que estaban ascendiendo-. Cámbiame el apodo y respeta mí intimidad.
-Pero lo de pequeño demonio rojo, me gusta –Hizo un puchero con sus labios y cierto punto de humor.
-Pues a mí no –Respondió alzando una ceja para mostrar su inconformidad.
Calló cuando el ascensor paró y abrió sus puertas, mostrando una planta donde había varias mesas con ordenadores.
-Ven…
Dijo volviendo agarrarla del brazo, para conducirla a través de todas aquellas mesas hasta el final, donde había una puerta. Allí éste se detuvo, y antes de dar dos golpes suaves con el puño, le guiñó un ojo como gesto para infundirle ánimos.
Después, abrió la puerta sin esperar permiso al tiempo que ella cogía aire profundamente, y entraba tras su tirón de brazo al despacho para toparse con la mirada de una mujer joven.
-Buenas tardes, Elisabeth –Saludó cordialmente y gran confianza, al acercarse al escritorio donde estaba la chica, y sentarse en una de las sillas libres que había dispuestas enfrente.
Ésta lo miró con el ceño fruncido, tras haber mirado por un segundo la hora en el reloj de pulsera de oro que llevaba en su muñeca izquierda.
-Hola Eric, se supone que cogías un par de días de vacaciones –Soltó con cierto tono recriminatorio-. Necesitas descansar.
-¿Tú horario no es hasta las seis de la tarde? –Habló defendiéndose con otra acusación, sin abandonar en todo momento su mirada sonriente.
La chica, entrecerró por un momento la mirada. Cogió aire de forma exagerada y volvió hablarle con cierto retintín.
-Cierto –Hizo una mueca-. Pero cumplo con mis vacaciones y siempre procuro no exceder me más de un par de horas –Alzó una ceja-. Si mal no recuerdo, tuvieron que darte una patada en el trasero el otro día, cuando llevabas seis horas de más.
Ante aquello, Eric solo supo encogerse un momento de hombros y mostrar una vez más su sonrisa deslumbrante.
-Así que si no has venido por algo importante –Volvió a mirar la pantalla del ordenador-, ya estas levantando tu trasero de esa silla y largándote por tres días como mínimo.
-Eres como un chihuahua –Rió metiéndose con la chica.
-Y tú, mi penitencia en ésta vida –Rió también volviendo a prestarle atención-. ¿Qué tengo que hacer, para que me dejes tranquila? –Se reclinó hacia el respaldo de su silla, llevándose el bolígrafo a los labios.
-Vine por ella.
La señaló con un gesto de cabeza, quien en todo momento había permanecido de pie a un lado, observándolos atentamente sin mediar palabra alguna.
-¡Demonios! –Gruñó Elisabeth con una sonrisa y chasqueando los dedos-. Por un momento, salté de alegría al pensar que mis más bajos deseos se hicieron realidad. Y una chica del más allá, venía hacerte la vida imposible. Iba a señalar que no la veía, para que fueras directo al sanatorio.
-Ha, Ha, Ha –rió con sarcasmo Eric-. Sigue echando leña al fuego.
-¿No es así? –Hizo un puchero, no sin antes guiñarle un ojo a Yola-. ¡Espera! –Se inclinó hacia delante, aún mostrando tono bromista-. Quieres que te traiga un test de embarazo porque no supiste…
-¡Elisabeth! –Trató de reprenderla pero no pudo evitar que se le escapara la risa, al ver como la pequeña pelirroja abría los ojos como platos y su cuerpo, comenzaba adquirir aquella tonalidad sonrojada que tanto le fascinaba.
-Oye, todo es posible –Seguía sonriendo-. La chica es muy mona.
-Vas abochornarla aún más –Señaló él-. ¿Sigue aún libre el puesto de ayudante de Alberto?
-Parece mentira que preguntes eso, conociendo como es de cascarrabias ese maldito ogro –Apuntó con ironía.
-Bien, supongo que aún se hallará por abajo del todo –Inquirió con tono serio y gran interés.
-¿En serio? –Frunció el ceño mientras se detenía a estudiarla detenidamente-. Estas loco Eric –Gruñó entre dientes-. Se la va a comer de un solo bocado.
-No lo creo –Apuntilló mirando por un momento a la tímida de su vecina.
-Si es tu amiga, no se como le haces eso –Habló negando con la cabeza.
-¿Alguna vez has dudado de mi lógica? –Preguntó divertido poniéndose en pie.
-¿De veras quieres que responda a eso? –Inquirió aguantándose una carcajada.
-Estas cavando tu propia tumba –Se burló de ella.
-¡Que va! –Soltó la carcajada-. Tú acabas de cavarla bien a fondo, si bajas a visitar a Alberto. Calculo que veré salir tu moto del recinto en menos de cinco minutos.
-¿Qué te apuestas a que vuelves a verme? –Apostó sonriendo, mientras abría la puerta.
-El que pierda, paga por un mes el café del desayuno –Expuso alzando una ceja algo inquisitiva, con sonrisa burlona.
-Hecho –Aceptó Eric, empujando fuera de allí a su vecina.
Volvieron a entrar en el ascensor, con un Eric animado silbando una alegre melodía, que por el momento no conocía o no sabía reconocer en labios de él.
Mientras que ella, iba algo callada y más nerviosa al saber que iba a conocer al tal Alberto, quien al parecer resultaba ser un tanto ogro. Ahora, si que comenzaba a dudar de las buenas intenciones de su vecino.
-Relájate –Recomendó sonriendo divertido, al observar como se hallaba confusa y nerviosa-. No hagas mucho caso a Elisabeth, tú solo compórtate como lo haces conmigo.
-¿Estás seguro? –Frunció el ceño algo dudosa.
-Bueno, menos la mirada constante de asesinato –Bromeó, para intentar tranquilizarla un poco.
-Para ti es sencillo decirlo –hizo un puchero-, tú ya llevas un tiempo trabajando aquí y los conoces –Con gesto nervioso, se llevó un mechón de cabello a los labios-. Yo no los conozco, soy muy joven y verán claramente, que no pinto nada aquí –Intentó justificarse-. ¿Por cierto, que trabajo tienes aquí? –Preguntó con sumo interés.
-Bueno… -Se rascó un tanto nervioso la nuca-. La verdad es que suelo hacer un poco de todo.
-¿Si consigo ser la ayudante de Alberto, estaremos juntos alguna vez? –Quiso saber algo esperanzada al momento, sabiendo que por el momento podría contar con el apoyo de su amistad.
-Lo veo difícil –Se mordió el labio-. Yo suelo trabajar en el otro edificio. El tuyo sería éste, el “A”.
Salieron del ascensor, para pasar por unos cuantos corredores y al final, bajar por unas escaleras de acero que te conducían ante otra planta subterránea, donde había la mayor biblioteca jamás vista, salvo que sus estanterías no contenían libros. Más bien eran diferentes tamaños de cajas de plástico semitransparente.
De pronto, algo abrumada sí que se sintió.
-No te preocupes, que te vendré a ver siempre que pueda –Le guiñó un ojo, al ver como se había quedado clavada en el lugar por la impresión de ver lo que tenía delante.
-Sí hombre –Respondió con cierto tono de cascarrabias-. Lo que me faltaba a mí ahora, es verte hasta en la sopa.
Eric la miró un momento en silencio, para después reírse a carcajadas, cuando ella se dio cuenta que no estaban los dos solos. A pocos metros de ellos, había un hombre mayor ataviado con una bata blanca y una carpeta en sus manos, que la observaba atentamente.
-Por fin vuelvo a ver a mí pequeño demonio rojo –volvió a guiñarle el ojo, mientras acortaba la distancia que lo separaba del otro hombre-. Buenas tardes Alberto –Saludó extendiéndole la palma de la mano para que se la estrechara.
-Creí escuchar, que habías cogido vacaciones –Señaló alzando una ceja y estrechando la mano del chico.
-Tan poco me queréis, que no paráis de echarme de aquí –Rebufó volteando los ojos con humor.
-Es más bien todo lo contrario hijo –Sonrió, prestándole entonces total atención a ella-. ¿Qué vienes a presentarme a tú chica?
-Antes me tiro por esas escaleras que ser su novia –Renegó al segundo Yola, sin percatarse que lo había dicho en voz alta. Pero ante la mirada expectante de los dos, supo de su error-. ¿Fue en voz alta? –Preguntó apurada mordiéndose el labio inferior.
Y para su sorpresa, aquel que decían ser un ogro, rompió en exageradas carcajadas junto con Eric.
-Se trata de mí nueva vecina –Explicó, una vez se había calmado-. Me preguntaba si te interesaba tenerla como ayudante…
Yolanda, irguió la espalda algo tensa a causa de lo que Elisabeth había dicho. Asegurándose de no intentar abrir la boca, más de lo que fuera necesario. No quería volver a meter la pata.
-¿En serio? –Alzó el hombre las dos cejas asombrado.
-Es joven, con carácter, lista pues me informé de sus calificaciones a través de su madre –Hizo caso omiso del ceño fruncido que puso ella, ante aquel nuevo conocimiento-. Quiere estudiar farmacología y para ser una joven de dieciséis años, tiene una mente bien centrada. Ningún pajarito que la distraiga de sus deberes…
Calló, cuando ella lo interrumpió ciertamente algo molesta por como la estaba describiendo.
-Solo me falta, dar un paso al frente y mostrar mí dentadura –Gruñó-. Me estas vendiendo como una esclava o peor, me acabo de sentir como una mula de carga.
-Ves –Rió otra vez Eric, tras haberla observado un momento callado-, no se la va ha comer nadie. Más bien, ella será quien se los coma a todos –Señaló caminando hacia ella, para revolverle el cabello con gran ánimo-. Es tu mini clon.
Éste, solo supo volver a reírse a carcajadas. Llegando a confundirla respecto a los comentarios de Elisabeth. ¿Acaso le habían tomado el pelo, respecto al carácter del hombre? ¿Ho era cierto, y en aquel caso, Eric la estaba llamando a ella ogro? Si era así, que se diera por muerto.
Pensó algo enfadada. Decidiendo hablar por sí misma.
-Se que tengo dieciséis años, pero también es cierto que puedo estar más capacitada que un joven de dieciocho años, para trabajar. No soy nada holgazana. Siempre me gusta estar haciendo algo, por eso busco un trabajo para éste verano.
-Eric, espero que no me traigas a una obsesa del trabajo como tú –Se giró el hombre con cierta duda.
-Prometo cumplir con mi horario –Suplicó Yola, conteniendo el aliento.
Éste la miró un momento serio, para después acercarse a ella y estrecharle la mano.
-Tres días de prueba, es lo que te doy pequeña. No me decepciones…
Cedió con tono amable y mirada agradable.
-Gracias –Respondió con los ojos brillantes de alegría.
Entonces, no supo como pero de repente se vio envuelta por los brazos de Eric, dispuesto a darle un fuerte achuchón para celebrarlo.
-¡Que bien, lo conseguiste!
Rió divertido, sin ver como los ojos de la chica se convertían en una fina línea y sus manos, se cerraban en un puño.
-¡Quita pervertido!
Exclamó echa una leona, dándole tal empujón al chico que casi lo tiró por las escaleras de acero.
Pero aquello, no pareció importarle a él nada. Que simplemente volvió a romper en risas con Alberto. Quien se hallaba doblado por la cintura a causa del dolor abdominal, de tanta risa.
-Es perfecta –Sollozó entre risas.
-Te lo dije –Se volvió acercar Eric a ella sin ningún miedo, para pasarle un brazo por los hombros-. Venga pequeño demonio, vayamos hacerle una visita a Elisabeth, para que nos prepare lo necesario…
-De acuerdo, pero se ir solita… - Habló entre dientes, al tiempo que le propinaba un pistón quedando así libre de su agarre.
-¡AUCH! –Se quejó éste sin dejar de sonreír-. Tampoco hace falta ser tan…
-¡Voy subiendo! –Exclamó al tiempo que casi salía corriendo hacia las escaleras-. Gracias Alberto, hasta luego.
-Hasta luego… -Calló dubitativo para girarse hacia Eric-. ¿No creo que su nombre sea pequeño demonio rojo, cierto? Preguntó sonriente.
-Se llama Yolanda –Indicó Eric, al ver que la joven lo esperaba en lo alto de las escaleras.
-Y si no me equivoco –Lo miró con interés-, no sabe exactamente cual es tu función en ésta empresa, ni el tamaño de tu cerebro por así decirlo.
-Correcto –Sonrió ampliamente por la intuición acertada del hombre.
-Me gusta –Afirmó con gesto de cabeza-. Me da buenas vibraciones –Entonces volvió a reír-, pero a ti te tiene cruzado.
-No importa –Se alzó de hombros-. Me lo paso mejor así –Señaló al tiempo que le daba un apretón en el hombro-. Me marcho antes de que me taladre desde ahí arriba con su mirada –Rió.
-Bien, pero tomate esos tres días –Recalcó Alberto.
-No te preocupes –Se despidió alzando un brazo y subiendo las escaleras.
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