Bien chicas, aquí les dejo con la segunda parte de la Saga Italia de nuestra querida Gabriela Ruiz. Estoy segura, que os encantará.
Capítulo 1
Había sido una semana de duro trabajo. Si no fuera porque adoraba su trabajo… hace mucho que hubiera desistido de ir, es que su jefe era insoportable, tenía un carácter de los mil demonios, pero ella no se dejaba. Claro que no, sabía que su trabajo era importante, así que no tenía reparos en ponerle un alto. Suspiró con cansancio, el ascensor estaba dañado por lo que acababa de subir las gradas hasta el tercer piso, a su apartamento. Al acercarse por el corredor, lo vio, parado en el umbral de la puerta, aún a lo lejos era capaz de quitarle el aliento. Sabía que estaría ahí… pero aún así el temor de no volver a verlo la inquietaba todo el día hasta que, a la noche, lo volvía a encontrar, esperándole, como siempre. Con disimulo, apuró el caminar y cuando estaba a unos cuantos pasos, él notó su presencia y presuroso cortó la distancia tomando su boca con pasión.
Haciendo un gran esfuerzo se separó después de un par de minutos. Lo mejor es que entremos –exclamó en un susurro Melina.
Él asintió despacio y con cuidado la soltó, permitiendo que abriera la puerta, para inmediatamente seguirla al interior del apartamento.
¿Tienes hambre? –Diego negó con la cabeza- Yo tampoco… estoy exhausta –comentó.
Sin más él había dado vuelta y se dirigía a la puerta.
No –gritó- no te pido que te vayas. Quédate.
Esas eran las palabras que él deseaba escuchar. Lentamente Diego se acercó y empezó a besar su oreja y con vehemencia pronunció:
¡Cuanto te amo! – siempre lo decía, era una constante que se repetía en todos sus encuentros. Melina sabía que era una mentira, que todo lo que vivían era una farsa, pero no le importaba, ya no. Todo valía la pena solo por aquellas palabras salidas de sus labios, que más daba el ayer… el mañana.
A cada caricia suya sentía como poco a poco ya no podía respirar, ni pensar. Solo sentir…
Apaga la luz por favor –pidió con voz ahogada. Y Diego así lo hizo, porque ya lo sabía, era la única condición siempre.
Cerró sus ojos en el último momento antes de rendirse a él. Por un instante, cada noche, dejaba que el amor fuera ciego…
En mitad de la noche Diego despertaba y se marchaba. Depositaba una rosa de distinto color cada noche en su almohada y tiernamente le besaba la frente, creyendo que estaba dormida. Pero, nunca era así, Melina siempre sentía la dulce caricia y los pasos sigilosos al marcharse.
Ocurrió como de costumbre la puerta chirrió al abrirse y ella prendió la luz de la lámpara… ¡Roja! por supuesto, porque era viernes. Así que no fue solo un sueño –suspiró- Otra vez había pasado. ¿¿Por qué??... Solía repetirse a sí misma cada mañana que eso no volvería a suceder, que sería fuerte y rechazaría esos momentos en el paraíso porque eran una locura… Pero ¿qué más daba? Nunca era lo suficientemente valiente para negarle algo. Lo había intentado y había fracasado estrepitosamente porque se sentía perdida cada vez que miraba sus ojos, sus manos, su cabello, su sonrisa…. Poco a poco el sueño se volvió a apoderar de Melina y con un suspiro cerró sus ojos, todavía visualizando la imagen de su Diego.
Capítulo 2
Abrió los ojos cuando un rayo tenue de sol iluminó su rostro. Se levantó con la misma sensación de siempre, una mezcla de satisfacción e irritación. Aún recordaba cuando no era así. Cuando todavía era una joven con sueños de encontrar a la persona que debería amar toda la vida. Sonrío tristemente, aquello era cosa del pasado.
Se colocó debajo del chorro de agua y dejó que recorriera con lentitud su cuerpo. Por un momento podía desterrar los remordimientos que cada mañana la asaltaban. Vivía en una mentira, para sostener la farsa mentía a todos, familia, amigos… Mentir ya era una rutina y todo por Diego. Con solo pensar en él temblaba, su cuerpo era invadido por una corriente que la sacudía por completo. ¿Por qué no tenía una vida normal? Ella no había escogido amar al hombre equivocado ¿o si?
Secó su cuerpo con la toalla y sin poder evitarlo, dirigió su mirada hacia la almohada. Allí reposaba aquella rosa roja, mudo testigo de la pasión de anoche. La tomó entre sus manos y una vez más aspiró su aroma. El aroma de la mentira.
Unos toques en su puerta interrumpieron sus pensamientos. Terminó de colocarse una sudadera y se encaminó a la sala.
- Mel, ¿estás lista para irnos?
- Si, solo tomo la llave.
- Ok, ve –contestó Doménica sonriendo- y lleva dinero también –ante la mirada de Mel ella explicó- para que me invites a desayunar.
- ¿Por qué supones que aún no he desayunado?
- Oh, vamos Mel, es temprano y no creo que hayas madrugado a cocinar ¿me equivoco?
- No para nada –río Mel- Ya me conoces, así que mejor ahí lo dejamos.
- Seguro, con solo pronunciar cocina, se te ponen los pelos de punta…
- No lo dudes –aseguró la puerta Mel aún riendo por el comentario de su amiga. Dome sabía, al igual que la mayoría, que para ella no era ningún placer cocinar, aunque no lo hacía mal.
- Ves, tu nunca cambias –comento Dome.
- ¿Cómo así? Por supuesto que acepto cambios.
- Si, como no, por eso ya vas 4 años con el mismo jefe gruñón, con el mismo apartamento, el mismo corte, el mismo estilo, el mismo gusto…
- Ya, ya entendí –se volteó a mirarla y cambió de tema- ¿Cómo está Alex?
- Inquieto –sonrió comprensivamente Mel- Está en casa de mis padres –dijo Dome moviendo la cabeza- últimamente me trae loca –alzó los ojos al cielo en una muda súplica.
- ¿Por qué? ¿Sigue en la etapa de preguntas incómodas?
-Dome afirmó con la cabeza suspirando cansada- Pero ahora es peor…
- ¿Por qué? Acaso pregunta…
- Por su padre –concluyó la idea Dome sonriendo tristemente por un instante fugaz- Vamos -empezó a correr ante Mel que no reaccionó sino un tiempo después.
- Eso no es justo –protestó mientras intentaba alcanzarla- Llevas la delantera -se quejó mientras oía las risas de su amiga-.
Al llegar al árbol que señalaba el final de la carrera, Mel por poco había alcanzado a Dome, sin embargo no importaba, solo lo hacían por diversión… desde siempre -recordó sonriendo.
- Quien solo se ríe… -dijo Dome con intención y rieron.
- ¡Qué va! -negó Melina- Trataba de recordar desde cuando lo realizamos.
- ¿La carrera? -ella afirmó y Dome se quedó pensativa- Desde que éramos unas niñas -se miraron mutuamente- y de eso ya hace mucho.
- Si, bastante -confirmó Mel perdiéndose un momento en el pasado.
- Por cierto -comentó en tono casual Doménica- esta noche tengo unos planes perfectos en los que…
- No, gracias. Yo pasó -dijo Melina cortando a su amiga.
- Y ¿quién te dijo que te incluyen a ti? -replicó un poco molesta.
- Entonces, ¿no me incluyen? -comentó con una mezcla de arrepentimiento y acusación.
- Este… si te incluyen -su amiga hizo una mueca- si me escucharas Melina… esta vez es distinto, debes venir.
- Siempre es distinto Doménica -le reprochó suavemente- para ti, pero al final resulta lo mismo para mí y no hay más que decir.
- Maldito Diego -murmuró entre dientes y Melina la miró agudamente.
- ¿Qué dijiste?
- Nada, Mel -dijo inocentemente- pero… tú sabes que los hombres te parecen iguales por “él”, desde que lo conociste, cambiaste.
Capítulo 3
- Pero tú dijiste que nunca cambio, o ¿no? –bromeó sin una pizca de humor- mismo jefe, mismo apartamento...
- Si, si lo dije. Pero me refiero al pasado. Cuando éramos unas adolescentes ¿lo recuerdas? Eras una chica soñadora, solíamos conversar de cómo sería encontrar al hombre ideal, al príncipe al que rescataríamos –sonrieron con añoranza- Porque no necesitábamos que nos rescataran…
- Pasado, tú lo has dicho, pero despertamos a la realidad.
- Y de qué manera –afirmó Dome- Pero eso no quiere decir que debamos resignarnos porque ¿te gusta tu vida actual?
- Si, claro.
- ¿Todos los aspectos?
- No, todo ser humano tiene ciertas inconformidades.
- Sabes a lo que me refiero -terció Dome inconforme. Como todos los días con aquel tema, nunca llegaban a nada, solo daban vueltas al problema.
- Dome, no nos lleva a ningún lado…
- Diego -pronunció ante cualquier negativa.
- Dome basta…
- Diego intentó hundirte y tú…
- Doménica ¡basta!
- Tú no hiciste nada… era como si no te importara.
- ¡Ya es suficiente! -Melina tenía los ojos inundados de lágrimas- No me gusta recordar… es humillante.
- Entonces ¿por qué no lo dejas? -replicó duramente Dome- Por favor abre los ojos -susurró consolándola- aún lo tienes en tu vida aunque ya no esté físicamente…
El último comentario le provocó una punzada de culpabilidad que se reflejó en sus ojos claros como la luna.
- ¿Por qué está en el pasado, verdad Mel? –pronunció con convicción aunque con un ligero temor, hasta que ella lo confirmó ligeramente con la cabeza gacha.
- Por un instante temí que él hubiera vuelto a tu vida –comentó con un escalofrío recorriéndole con la sola idea.
- No, eso sería absurdo ¿no? -respondió con un deje de amargura, emprendiendo la caminata hasta la cafetería de costumbre.
***
Al entrar buscaron una mesa para las dos, lo suficientemente apartada para poder conversar a pesar de la gente a su alrededor.
- Melina, yo no… -empezó Doménica al mirar el rastro de lágrimas en la cara de su amiga.
- Acepto Dome –pronunció ignorando las palabras de ella- Voy a salir contigo -Dome sonrió y de inmediato quiso contarle sus planes de aquella noche- Pero que conste que será la última vez que te permito hacer de Cupido y roguemos que esta vez sea distinto.
- Lo será -afirmó Doménica con un brillo de esperanza en la mirada
***
En cuanto se despidieron, Melina entró pensativa a su apartamento. Había aceptado salir, una vez más, con Dome ¿había hecho lo correcto? ¿cómo se lo iba a decir a Diego?... ¡Diego! Lo extrañaba tanto… Tonta, tonta y mil veces ¡tonta!... Por él, no podía tener la vida que quería; por él, no podía tener la relación que soñaba; por culpa de él, habían fracasado sus intentos de romance; por culpa de Diego, ella se conformaba con las migajas que él estaba dispuesto a darle… -suspiró lentamente- Era absurdo, lo quería lejos y cerca, lo deseaba y aborrecía, lo amaba y odiaba… todo a la vez. Si, su vida debía cambiar… por su bien.
Tomó el teléfono… un timbre, dos, tres, cuatro… La contestadora…
- Hoy no –pronunció y cortó la comunicación bruscamente. Era una suerte que él no hubiera contestado porque de otra manera…
Su móvil empezó a sonar. No, no iba a contestar, así que lo arrojó al escritorio. De pronto cesó. Se acercó con temor. Un mensaje corto y conciso: ¿Por qué?
Había tantas respuestas, pero de corazón, solo una hubiera deseado que fuese real, tan solo un: porque no quiero verte.
Es bueno ver otra historia de nuestra Gaby aquí, y espero que haya muchas, incluidas sus más recientes creaciones. Besos
ResponderEliminar