miércoles, 3 de abril de 2013

Noches en el Balcón 3

Achicó con rabia sus ojos, mientras  su vecino desaparecía del dormitorio tras los pasos de su madre. Después, aspiró profundamente para tratar de calmarse ante lo ocurrido. Porque aquello no podía estar ocurriendo. Su madre, acababa de invitarlo cuando no lo conocían en absoluto, a entrar en su casa utilizando su dormitorio como la entrada principal.

-Bien… -Soltó el aire contenido.

Estaba claro, que quien iba a terminar con aquella estupidez, iba a ser ella. Decidió con gran determinación yendo hacia donde sonaban las voces, que era en la cocina.
Al entrar, se calló por un momento su madre que era lo más normal de la vida, el que llevara ella la conversación, pues no callaba ni debajo del agua. Y sonriendo, le guiñó un ojo al tal Eric, en señal cómplice.  Quien giró la cabeza por encima del hombro, para ver como cruzaba el marco de la puerta y se dirigía hacia la nevera, en busca de la leche.
-¿No quieres un café de cápsula? –Preguntó su madre, al ver que habría el mueble en donde estaba el cacao en polvo y cogía, el colorido bote.
Negó con la cabeza y se echó dos cucharadas en un vaso ancho, para volver a dejar el tarro en el mismo lugar. Después, vertió la leche poco a poco a medida que iba removiendo con la cuchara. Siendo consciente en todo momento, de la mirada de él puesta en ella. Sabiendo que le resultaba divertido el que le estuviera dando la espalda. Mientras que su madre, estaría rabiosa por dentro. Al tiempo que alzaba el vaso y le daba un trago, se daba la vuelta para apoyarse en la encimera y mirarlos con suma tranquilidad.
-¿Te apetece alguna galleta?
Le preguntó Judith, empujando el plato que había llenado con un buen surtido.
-Vale –Se alzó un momento de hombros.
Dejó su vaso de leche tras de sí, para dar un pequeño paso, alargar su brazo y coger del surtido una galleta Oreo.
-Veo que te gusta el chocolate –Habló Eric, mostrando una sonrisa.
-Es lo único dulce que verás en mí ante tu presencia –Escupió de repente algo mordaz, terminándose la galleta que había cogido de un solo bocado, para alargar nuevamente el brazo y agarrar una bañada en chocolate blanco.
-¡Yola! –La regañó su madre, algo escandalizada porque aún mantuviera aquella actitud con el chico-. Ya vale con ese comportamiento –Reprochó apenas en un gruñido.
-No pasa nada –Interrumpió Eric a su madre, sin perder aún la sonrisa-. Supongo que aún tiene en su cabeza nuestro roce.
Ante la mención de ello, Yola solo supo volver a mirarlo con los ojos entrecerrados. Cada vez que recordaba sus palabras, su enfado crecía un poco más.
-Me lo explicó –Señaló Judith riendo-. Desde luego la hiciste enfadar.
Éste, solo supo reír abiertamente molestando aún más a la joven. Quien estaba harta de que se hallara allí a sus anchas, y convirtiéndose amigo de su madre. Algo que no se explicaba, cuando ella estaba enterada perfectamente de cómo la había llamado tras haberle manchado la camiseta con el helado.
Rebufó en silencio, observando que era el momento de cortar toda aquella pantomima. El guapo vecino, tenía que comprender que allí no pintaba nada. Sus quince minutos de fama, habían finiquitado.
-Ella empezó con mancharme la camiseta, sin disculparse por ello –Dijo dando un trago a su café y dirigiendo entonces, su mirada hacia ella.
-¡Por supuesto que me disculpé!
Gruñó como una leona, avanzando un paso al frente con sus brazos estirados a cada lado de sus piernas, manteniendo los puños cerrados con gran fuerza para no darle un sonoro bofetón en la cabeza, y poder quitarle así de una vez por todas aquella estúpida sonrisa de superioridad, que tenía fija en todo momento.
-No es verdad, Yola –Se atrevió a señalar utilizando su nombre sin ningún permiso.
Sus ojos, en un mundo diferente habrían lanzado un par de rayos aniquilándolo en apenas un segundo. Pero no era un mundo de fantasía, era un mundo donde todo parecía ir de alguna manera en contra de ella. De modo, que lo único que le quedaba era mirarlo con ojos de loca, esperando que captara la amenaza que contenían.
Pero era más que obvio, que no iba a ser así. Cuando el maldito niñato volvió acusarla, sin bajar la elevación que tenía en la comisura de sus labios.
-En vez de disculparte, recuerda que volviste  a mancharme la camiseta –Le reprochó-. Tuve que volver a mí casa, para poder cambiarme por tercera vez en lo que iba de mañana.
-Pobrecito –Rió con sarcasmo, cruzando sus brazos por debajo de su pecho.
¿Un momento, acaso había escuchado reírse de fondo a su madre? Pensó frunciendo el ceño, para girarse hacia su dirección y descubrir, que los estaba mirando con ojos risueños y una mano cubriendo sus labios… Sí, al parecer la mujer se estaba divirtiendo, al ver que sentía gran empatía hacía el vecino.
Pero al verse descubierta, se destapó los labios carraspeando un poco y cruzando sus largas manos, por encima del mantel de la estrecha mesa que tenían en la cocina.
-Lo siento mucho Eric –Comenzó diciendo con tono nervioso, al ver como se mordía por un momento el labio inferior-. Pero si te manchó por segunda vez, tuviste que provocarla a conciencia. Conozco el carácter de mi hija.
¡Sí! Exclamó extasiada para sí, orgullosa porque su madre saliera en su defensa. ¡Bien! Al parecer, aún no estaba todo perdido.
-Creo que mí hija, me comentó algo en referencia al color de su cabello –Señaló con una sonrisa asomándose nuevamente a sus labios.
¡Increíble! Volteó los ojos con fastidio, al comprender que su madre no se hallaba de parte de ninguno. Simplemente, se estaba divirtiendo un poco con aquello. Por lo visto, sentía gran curiosidad por como iba a terminar toda aquella trama.
-Cierto… -Sonrió él, rascándose la cabeza con sentimiento de culpa-. Pero todo era con tono de broma.
Yola, alzó una ceja dudando de aquella respuesta.
-¿Así? –Preguntó Judith.
-Es solo que ella –Giró un momento a mirarla y guiñarle un ojo con cierto descaro-, se enciende muy rápido. Y digamos que es una gran tentación provocarla…
-Idiota –Siseó en un gruñido.
Fue lo primero que se le ocurrió decir, ante tal socarronería en sus palabras y actitud. ¿De modo que era un objeto de diversión? Esperaba que a su madre, no le hubiera gustado aquella respuesta.
-¡Yola! –La amonestó una vez más, en el poco rato que llevaba en la cocina.
-¡Ho, vamos! –Alzó las manos al techo, mostrando su exasperación por todo aquello-. A mí modo de ver, él también me ha insultado.
Una vez que protestó, achicó sus ojos al ver como su madre comenzaba hacer un gesto negativo con la cabeza. Aquello, no significaba nada bueno.
-Yola –Dijo Judith, exhalando con fuerza el aire-. Sabes que eso es cierto. No hace falta mucho, para provocarte en lo que se refiera a tu cabellera. Debes aprender a controlarte, y no dejar que te afecte tanto, los comentarios que puedan decirte. Y tampoco veo bien –se giró a mirarlo a él-, ese tipo de comentario. Pueden llegar a herir los sentimientos de alguien.
-Tienes toda la razón –Aceptó con sinceridad-. Pido disculpas si llegué hacerle daño. No era mi intención. Simplemente me dejé llevar por el encontronazo –Se giró a ella-. Pero quiero que sepas, que encuentro que tienes una hija muy bonita, con un cabello fascinante.
Por unos instantes, en la cocina solo reinó un silencio algo incomodo. En donde las dos miraban fijamente al chico, pero con actitudes diferentes.
Obvio, que su madre con un brillo deslumbrante  en sus ojos, con sonrisa orgullosa por ser ella la causante de ello. Y esperaba o rezaba, que no aflorara ningún sentimiento a partir de aquella confesión. Sin embargo, su reacción había sido totalmente contraria a la de su madre. Había sentido temor ante aquellas palabras. Pues en verdad, era la primera vez que un chico le decía que era guapa. Pero aquel sentimiento lo había descatalogado rápido de su cuerpo, al recordar que todo aquello solo era palabrería. Un modo de disculpa hacia su madre, y de fomentar amistad con sus vecinos.
-Vaya… -Silbó algo digno de un chico, sabiendo que su madre se horrorizaría aún más-. El curso de peloteo a distancia, te ha ido muy bien –Habló con cierto arrastre en sus palabras y marcando lo máximo el sarcasmo en ellas.
Y así fue, cuando ésta se puso en pie de un brinco soltando un gran resoplido. Aquello era señal de enfado. Vio como dejó su vaso en el interior del fregadero, para encaminarse hacia la salida de la cocina.
-Eso, no ha sido peloteo –Defendió al chico-. Es muy cierto que eres una chica guapa. Y tu melena, es la envidia de muchas chicas. Voy a mirar un momento si tu hermano quiere merendar, y de paso  asegurarme que el gato se halla todavía con vida.
Una vez que la puerta de la cocina se hubo cerrado, se cruzó de brazos para quedarse mirándolo con cierta rabia en su expresión. Sin decir ni una sola palabra. Importándole un comino, si aquella actitud era propia de una niña pequeña.
Pero a Eric, parecía darle igual las vibraciones negativas que le enviaba. Pues aún así, siguió dispuesto a entablar conversación y amistad con ella.
-Venga, admítelo de una vez –Demandó con seguridad sobre sí-. Admite, que tienes ese humor hacía mí a causa de ello. No estas acostumbrada a que un chico, te haga cumplidos…
Primero se rió de forma forzada, para después mirar un segundo la puerta de entrada a la cocina por si aparecía su madre. Al asegurarse de no escuchar ningún sonido de pasos, se acercó a él para encararlo con cierta furia contenida, al golpearle con su dedo índice en su pecho repetidas veces.
-¿Llamas cumplido a tomate inmaduro y pequeño demonio rojo? –Inquirió dándole un par de golpes más al centro de su fuerte tórax-. Realmente, se puede decir que no son los habituales cumplidos para alagar la belleza de una chica. No quiero saber lo que le dirías a una chica, si resulta que ésta te gusta de verdad –Se mofó de él, volteando los ojos y soltando una pequeña risa.
Eric, solo supo volver a soltar una fuerte carcajada ante sus palabras, al tiempo que movía la cabeza con gesto negativo y se alzaba de la silla cuan largo era.
Tuvo que tragar con cierta dificultad, al reparar lo cerca que se hallaba de ella y lo alto que resultaba éste. Prácticamente le sacaba dos cabezas. A parte, de no comprender el salto que daba su corazón, cuando se hallaba a escasos centímetros de su cuerpo.
-Ahí me muestras una vez más lo inocente que eres aún –Señaló mirándola fijamente a los ojos con cierta seriedad-. Sino, habrías comprendido esos cumplidos y aceptado el que seas una adolescente guapa.
Tras aquel nuevo insulto, dejó de lado las sensaciones que le provocaba la proximidad de sus cuerpos, para alzar sus brazos y apoyarlos en el pecho masculino, con sus palmas abiertas. Quería darle un fuerte empujón, pero no salió como ella había deseado. Pues al ser cogido desprevenido, no fue rápido en sus reflejos para proyectar fuerza con sus piernas, y no caer nuevamente en la silla cuando perdió el equilibrio. Solo que aquella vez no se sentó solo.
El muy estúpido había alargado sus manos para intentar sujetarse a ella, al cogerla por la cintura. Pero como tonta, había dado un pequeño respingo por aquel contacto cálido en su cuerpo, causando que sus piernas se enredaran con las de él y acabara encima de Eric.
¿Calidez, seguridad? Fueron las primeras sensaciones que le vinieron a la mente, al sentirse arropada por los brazos masculinos, cuando su cuerpo hizo tope con el de él. Sabía que era reacción automática, el que la tuviera abrazada con sus brazos por detrás de su espalda, casi llegando a la curva de sus caderas. Sino, seguro que habría acabado resbalando al suelo de bruces. Pero aún así, no le gustaba el que todo su bello corporal se hubiera erizado. Tenía que poner distancia entre los dos y mejor que fuera rápido, antes de que su madre entrara en la cocina y se llevara una impresión equivocada.
Como sus manos reposaban cerca de los hombros masculinos, las deslizó hacía allí para poder tener un punto de apoyo seguro y alzarse. Lo que no contaba, era con la poca colaboración por parte de él. Quien al notar su intento de incorporarse, hizo algo de más presión con sus brazos.
Soltando un resoplo por sus fosas nasales, inclinó su rostro un poco hacia atrás para poder dedicarle una mirada de las suyas… ¡Craso error! Con aquel gesto, sus rostros quedaban separados apenas por dos centímetros.
Su primer impulso, fue fijarse en los carnosos labios, durante aproximadamente dos segundos. Pero fue el suficiente tiempo, para comprender que aquello no era correcto y podía ser interpretado mal. Completamente abochornada, elevó su mirada más arriba, hasta topar con la de él.
¡Mierda! Gritó mentalmente, al ver que él la miraba fijamente. ¡Que vergüenza, por el amor de dios, la había pillado! Completamente acalorada, comenzó a revolverse de su abrazo con movimientos toscos, para intentar recuperar la libertad de su cuerpo.
-¡Suéltame! –Ladró en un fuerte gruñido, consiguiendo que aflojara la presión de los brazos y pudiera incorporarse libre, para encararlo enfadada-. Idiota…
Lo insultó, al ver como sus labios volvían a mostrarle aquella maldita sonrisa insolente. Estaba claro que se reía de ella, que su actitud le había parecido algo entretenido.
¡Ho, que ganas de propinarle un buen bofetón! Pensó entrecerrando la mirada.
-Ni lo intentes pequeña –La alertó él alzando un dedo en actitud amenazante, al leerle sus deseos.
-¡Deja de tratarme como una niña! –Le escupió con gran rabia-. Ni que tu fueras un adulto –Señaló con cierta ironía, cruzándose de brazos.
Eric se puso en pie nuevamente, sin perder para nada su sonrisa.
-¿Cuántos años crees que tengo? –Le preguntó sin darle tiempo abrir la boca-. Te saco cinco años Yola…
¡En serio! Pensó sorprendida. Aquello no podía ser cierto, si aparentaba tener solo dos años más que ella.
-En el mes de Octubre, cumplo los veinte un años y se que tú, según me dijo tu madre, haces los dieciséis en el mes de Septiembre –Aspiró con fuerza-. Hay una pequeña diferencia, que no digo que seas una niña Yola… Pero esa separación existe. Eres una chica madura para tu edad, no lo niego. Pero digamos, que aún se te escapan algunas cosas.
Frunció el ceño, al no comprender muy bien que trataba de decirle. Notando como la frustración volvía aparecer en su interior, por no poder responder bien ante aquello.
Por suerte, su madre hizo acto de presencia en aquel momento con su hermano Nico y el gato, evitando que tuviera que responder ante aquella señalización de Eric.
-Bien, aquí traigo a éste campeón a merendar su papilla de frutas –Canturreó su madre sonriente, ajena por completo a lo que ocurría entre ellos dos-. Que le entregará el gatito a Eric, para poder comer mejor su papilla –Explicó con tono dulce, sentando al niño en su silla y quitándole al pequeño animal, para dárselo al dueño.
-¡Gatito! –Demandó con un pequeño quejido Nico, juntando las cejas en un gesto de desacuerdo, al ver que le arrebataban su nuevo amigo.
Su madre, sonrió al tiempo que cogía un bote de papilla de la nevera, y se acercaba a dárselo diciéndole que no era suyo.
-No te preocupes Nico –Le guiñó un ojo Eric-, si te portas bien te vendrá a ver más de una vez. ¿Vale?
Fue gracioso ver su expresión, al quedarse con el ceño fruncido mientras pensaba las palabras que le había dicho él. Para después, afirmar repetidas veces con la cabeza que aceptaba aquella propuesta. Pero no era momento de enternecerse con aquello. Tenía que actuar, para ello había acudido ala cocina. De modo que se giró hacia su madre con cierta determinación en su tono de voz, y tratando de ignorar la mirada de su vecino puesta en ella.
-¿Mamá, sabes donde se guardó la cinta métrica?
Su madre, dejó suspendida en el aire la cuchara que dirigía a la boca de Nico, para quedarse un momento pensando.
-Ahora mismo no recuerdo –Frunció el ceño-. ¿Qué quieres medir?
No le respondió rápido, pues también estaba pensando en donde se había podido guardar. Cuando su mirada topó con la de Eric, logrando darle una idea.
-¿Cuánto mides exactamente Eric?
Intentó emplear un tono desenfadado, pero aún así captó la atención de ellos dos con sumo interés.
En tres palabras, desconfiaban de ella.
-¿Para qué te interesa saberlo? –Se atrevió a preguntar dudosa su madre.
-Supongo que debes medir unos… -Dio los pasos que la separaban de él, hasta quedar apenas a medio palmo.
Era tonta, estar  tan cerca suyo no era muy recomendable para su salud. Cada vez que lo hacía, notaba como su sistema nervioso se alteraba. Y algo de aire escaseaba por  sus pulmones. Alzó la cabeza y al topar sus miradas, no pudo evitar que sus mejillas adquirieran cierta tonalidad rosada, provocando que éste  sonriera divertido por la nueva exposición de colores en su cuerpo.
-¿Cuánto calculas? –Inquirió dejando escapar una suave sonrisa de sus labios, alzando una ceja y sin dejar de mirarla a los ojos directamente.
Sí, era condenadamente atractivo. Y no era resistente ante él, como se lo acababa de confirmar el vuelco en el estomago que había tenido, ante aquella mirada lobuna que le dedicaba solo a ella.
¡Dios, que también se hallaba allí su madre! ¡Un momento! Puede que fuera ella, la única que entreveía aquel significado en los gestos de Eric. Al estar nerviosa, por ser el primer chico que le provocaba tales reacciones a su cuerpo, por su enorme atractivo.
-Unos treinta y pocos centímetros de más… -Dijo, teniendo que tragar saliva con cierto esfuerzo-. Debes rondar cerca del metro ochenta. ¿Me equivoco?
-No –Sonrió otra vez de forma sexy. O eso creía ella… -Mido un metro ochenta y uno.
De repente, su madre se puso en pie y encaminándose hacia ellos, se paró en medio de los dos para encararla con los brazos en jarra.
-Dime, para qué quieres saber exactamente lo que mide –Inquirió con cierta sospecha.
-Para determinar la altura, que deberá tener mi panel divisor –Admitió con sinceridad y valentía.
-¡No! –Negó su madre con gran rotundidad, mirando un momento a Eric y sonrojándose, al ver que el chico las miraba curioso por saber de que hablaban.
Era obvia la frustración que llevaba encima Judith, al no comprender porque aquella actitud negativa con el chico. ¿Habían tenido su roce? Muy bien, pero era más que obvio lo buen chico que era. Podían confiar en él. Además, tenía buenas vibraciones de ellos dos. Meditó un segundo. Sabía que llegarían a forjar una buena amistad…
-¡Como que no! –Enfatizó furiosa.
También puso los brazos en jarra como su madre, en un símbolo de no hallarse para nada de acuerdo. Se hallaba completamente consternada, ante aquel cambio tan repentino de decisión.
-Te recuerdo, que la semana pasada bien querías ir al centro de bricolaje. Para comprar el panel divisor a juego con una mesa y sillas.
Reprochó con gran energía, al sentir como el enfado le recorría por todo el cuerpo. Observando, como por unos segundos el rostro de su madre tomaba un cierto color carmesí, ante aquella verdad descubierta. Sorprendiéndose aún más, cuando Eric rompió a reír de forma escandalosa.
Dejó de prestar atención a su madre, para mirarlo a él con ceño fruncido. Aquel chico, no estaba muy bien de la cabeza… Y solo conseguía sacarla de sus casillas. Pensó soltando un fuerte resoplo, y cruzando los brazos al tiempo que golpeaba el suelo de forma repetida, con la punta de su pie derecho y sus cejas se arqueaban en espera de una explicación, ante aquel incomprendido ataque de risa, que inclusive le resbalaba alguna que otra lágrima por su rostro.
-¿Qué diantres encuentras tan gracioso?
Escupió con tono brusco y mirada asesina.
-Yola… -La amonestó una vez más su madre, con cierto resignamiento por su actitud.
Pero la ignoró. En ningún momento dejó de mirar al chico, en espera de una respuesta. Aquella era su casa. Demonios, era él quien debía ser más cuidadoso con sus modales.
-Nada malo pequeña –Respondió sonriendo y mirándola con gran diversión-. Simplemente me hizo gracia, el ver como tú madre se sonroja igual que tú.
Confesado aquello, se alzó de hombros mirándolas a las dos con las manos dentro de sus bolsillos delanteros. En espera de ver qué decían…
-Ho –Sonrió aquella vez su madre, dándole una suave palmada en el brazo al joven-. Que buen observador que eres.
No pudo evitar el voltear los ojos con fastidio, al ver la camaradería que volvía a surgir entre ellos dos. Era obvio, que había cantado victoria muy pronto.
-Si os soy sincero –habló él con tono risueño-, yo también había pensado lo mismo en su día, respecto al balcón. Pero conociéndoos a las dos, ahora no temo por mí intimidad y seguridad.
-Pues te puedes creer, que yo siento todo lo contrario –Soltó con cierta mofa-. Aunque ahora, aún temo más por mi intimidad.
-¿De verdad? –Preguntó con humor.- No fuiste tú la primera en invadir la mía, al saltar la otra noche.
Le indicó con algo de burla.
-¡Fue por una causa! –Protestó entre dientes-. Sin embargo, tu intromisión si que puede considerarse una violación a…
-¡Ya basta! –Ordenó tajante su madre, volviendo a tomar asiento, para continuar con la merienda de su hermano. Quien había comenzado a protestar por ser ignorado-. ¿Qué te ocurre? Nunca había visto tanta obstinación en ti… Por el momento, no se pondrá ningún panel divisor.
-Pero…
Fue a protestar, pero la determinación en el tono de voz de su madre, hizo que callara y la mirara por unos segundos con cierto resentimiento.
-¡No hay peros! –La calló-. Quiero que pasen unos días, para que te calmes y medites el asunto. Sabes tan bien  como yo, que Eric es persona de confianza.
Calló un segundo, observando el silencio y obstinación de su hija. Al estar ésta, con la vista fija en el suelo y moviendo la cabeza de izquierda a derecha, en señal de su desacuerdo en todo aquello.
-Además, estaré mucho más tranquila al saber que Nico y tú, no estaréis del todo solos…
-¡No me hace falta un idiota por canguro!
Bramó con furia, levantando la cabeza para buscar la mirada de su madre.
-Por favor –Volteó ésta la vista-. ¡Mira que llegas a ser cabezona!
-Haced lo que queráis –Indicó con cierto enfado-. Veo que no se me va ha tener en cuenta.
Dicho aquello, le dio la espalda a su madre y pasó por al lado de él, sin mirarlo. Necesitaba estar sola, para calmar el enfado que llevaba encima. Pero cuando abrió la puerta de su dormitorio, comprendió que no era un buen lugar para refugiarse. Él tenía que pasar por allí…
¡Genial! Ya ni podía resguardarse en su habitación. La intimidad se había acabado para ella. Agarró sus llaves y el móvil, para dirigirse a la puerta de entrada.
Iría a caminar por el paseo marítimo.

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