jueves, 9 de noviembre de 2017

Aprendiendo A Seducir 39

Alex, se acercó con las manos en los bolsillos y cierta sonrisa traviesa, a su primo y Patrick, quienes lo miraban con el ceño fruncido.
- ¿A qué vienen ésas caras de enfado? –Les solicitó con toda calma.
-Acabas de joderme la boda –Siseó Donovan con la mirada estrecha-. Me parece suficiente motivo, para romperte la nariz.
-Donovan –Lo calmó Patrick, dejando caer el peso de una mano en su hombro izquierdo-. Te veo muy relajado, hijo –Se alzó de hombros-. Demasiado, confiado... -Siguió señalando, con cierto tono de curiosidad.
-No me vengas con tonterías, Donovan –Se encogió aquella vez él, de hombros-. Puedes irte al pueblo, mañana temprano y pedirle al juez que te case o al alcalde –Volvió alzarse de hombros y guiñándole un ojo a su futuro suegro-. Y más adelante, formalizar una preciosa boda con Patrick.
-Es una buena sugerencia –Aceptó sin enfado alguno-. No viviréis en pecado-. Sonrió con cierto fastidio-. Dado que pecar, pecar... -Marcó una divertida mueca-. Ya lo habéis hecho...
Donovan, volteó los ojos con cierto fastidio, mientras resoplaba resignado.
- ¿Y qué ocurre con la boda de Margaret? –Preguntó con mirada inquisitiva hacia el párroco.
-Ya es muy tarde, para que vaya oficiando boda alguna –Resopló fuerte-. Lo mejor, es que os vayáis todos a casa a dormir y pensar, adecuadamente con vuestra almohada.
-Hablando de irse a casa –Rio nervioso Alex, mirando al párroco con cierta mueca nerviosa al morderse los labios, quién ante aquel gesto, frunció el ceño, sabiendo que algo se le venía encima-. Sabéis de los siete días que me ha dado Mandy, verdad –Señaló suspirando con fuerza y rascando su cabeza, aún más nervioso que segundos atrás.
-Escupe hijo –Demandó con mirada inquisitiva-. Porque miedo me dan ésos siete días... -Chascó la lengua-. Porque más que crear el mundo, vosotros os lo vais a cargar.
-Muy buena –Rio Donovan, llevándose una colleja de Patrick. 
-Tú también te callas, que tampoco es que me tengas muy contento –Lo regañó con humor, para volver a centrarse en Alex-. Qué quieres pedirme.
-Acepté intentar mostrarle en ésos siete días, que su lugar es junto a mí –Hizo cierta mueca nerviosa con los labios-. Pero ella, sin comprenderme bien, creo –rio pretencioso-, aceptó ésos siete días, con sus veinte cuatro horas.
-No te entiendo –Frunció el ceño Patrick-, y que sepas, que te adentraste en toda una odisea. Te deseo mucha suerte, hijo –Soltó con gran sinceridad.
-Estás cavando tú tumba, loco –Rio Donovan, comprendiendo por dónde iba dirigida la petición de su primo.
-Verá... -Aspiró nervioso, mientras se rascaba tras la cabeza-. Me gustaría tener libertad, para poder quedarme ésta noche en su casa –rio algo histérico, mientras se mordía el labio-. En la habitación con Mandy –Alzó veloz sus manos-. Por supuesto que dormiría en el suelo.
-Por supuesto –Soltó bromista Donovan, aguantando las ganas de romper en carcajadas, ante la expresión del hombre mayor, y ganándose un rebufo de su primo, por el poco apoyo que estaba recibiendo. - Fastidiaste mi boda –Siseó casi en silencio, solo para Alex.
-Idiota –Volteó la vista, sin poder ocultar la sonrisa que se le asomó a las comisuras, por todo lo que estaban pasando aquella noche y día, no había que olvidar, la jugarreta de maniatarlo-. Estamos empatados, por lo de tú prometida.
-Acaso, quieres encerrarte en el dormitorio con ella, como se hace con los gatos y perros desde pequeños, para que hagan un vínculo –Alzó las cejas sorprendidos, para comenzar a reírse divertido-. No sabes lo que estás haciendo, joven.
- ¿Pero me deja? – Preguntó expectante con cierta esperanza-. Puedo quedarme...
-Claro –Alzó un dedo riéndose-. Pero todo mueble roto, sale de tu bolsillo y ya me encargo yo, de poner la llave a la puerta –Meneó la cabeza con gesto negativo-. Será una noche entretenida en ruidos –Suspiró con fuerza-. Pues, cada uno a su cueva.
-Nos manda a casa, después de aceptar que él se quede –Demandó enfurruñado Donovan-. No puedo quedarme en su cómoda y acogedora cocina, con unos ricos cafés –Alzó su muñeca izquierda-. Según lo miremos, son casi las cuatro de la mañana –Silbó divertido-. Las tres horas que nos pongamos para dormir, entre que lleguemos, nos cambiemos y pillemos sueño, nos suena el despertador...
-Quiero intimidad –Frunció el ceño Alex, con mirada reprobadora hacia el vaquero.
-Patrick –Hizo una mueca como un niño pequeño-. Ésa petición no ha sonado, a que vaya a dormir en el suelo.
-Deja de fastidiarme, Donovan-Soltó sulfurado. 

-Mira –alzó las manos el hombre mayor-, lo mejor, es que vayamos a reunirnos con el resto –Se dirigió a Alex-. Tú, podrás subir al dormitorio, porque no creo que mi hija esté debajo de cháchara... -Suspiró con pesar-. Pero antes, espera a que te entregue de la llave de su dormitorio, y os encerráis dentro.
-Huele a pecado –siseó un Donovan divertido, consiguiendo que su primo le alzara el dedo corazón por ello.
-Suerte tienes –le alertó Patrick-, que es una casa antigua y tengan cerradura todas las estancias de ella, y que nosotros seamos de mente abierta.
-No sabe lo mucho que le agradezco esto, Patrick –Dijo emocionado.
-Y lo acepto –soltó con cierto pesar-, porque me gustas y sé, que le gustas a mí hija. Pero no creas que no temo por tú pellejo, muchacho.

Cruzaron la puerta principal, con cierto sigilo. Dónde los dos hombres jóvenes, observaron como Patrick, abría un armario pequeño y de él, extraía una llave de hierro con forma ornamental. Para después, entendérsela con profundo suspiro al joven veterinario.
-Que la fuerza te acompañe –Soltó el hombre mayor, causando que los dos hombres jóvenes, se echaran a reír.
-Ya vemos, que le gusta la guerra de las galaxias –Rio Donovan, llevando su mano al hombro del cura.
-No creo que sea muy conveniente, en lo que va hacer, que le diga... Vaya con dios –Soltó el hombre con humor, alzándose un segundo de hombros-. Anda, vamos a ver todos los demás, mientras éste decide entregar su pellejo a mí hija.


Sin un minuto que perder, Alex, subió las escaleras por segunda vez en aquel día, para ir en busca de su amada. Sabiendo que ésta vez, debía actuar veloz y con cautela, una vez que empleara la llave con la cerradura.
Detuvo sus pies, enfrente la puerta, para poner en ella por un segundo el oído. Pudiendo escuchar aquella vez, cierto ruido en el dormitorio. Sí, estaba allí dentro. Y no, no iba a darle tiempo a saltar por la ventana. 

Aspiró con fuerza, alargó su mano derecha mirando por un segundo, como en la izquierda, tenía la antigua llave, que iba a conseguir darle un rato a solas con ella. Y tras contar hasta tres, giró la manija sin llamar antes.
-Mamá, no quiero hablar... -Escuchó como protestaba la joven chica, de espaldas a él, buscando algo en un cajón de la cómoda larga, color blanco.
No se detuvo a observarla por más tiempo, giró su cintura hacia la izquierda, para ver como la llave encajaba perfectamente en la cerradura y sonaba un leve chasquido, al hacer funcionar el abandonado engranaje.
Y después, tras observar como no había nada atado a la ventana, sí que se giró a mirarla, quien, a su vez, ya lo estaba mirando con ojos abiertos como platos.

-Dime que no acabas de cerrar con llave –Pero la sonrisa socarrona del hombre, ya le sirvió como respuesta-. ¡Papá, vete olvidando que tienes una hija! –Gritó a todo pulmón, esperando ser oída en la planta baja o tras la puerta, dónde fuera que estuviera el hombre-. Y tú, eres hombre muerto –alzó su dedo índice-, como no me abras en menos que canta un gallo.
-No puedo –Respondió divertido, suspirando con satisfacción, mientras caminaba hacia el lecho y se sentaba al filo de éste-. Hiciste una promesa, y es lo que te toca aguantar.
-No he prometido acostarme contigo, idiota –Gruñó, mientras caminaba hacia la puerta y la intentaba abrir.
-Pero sí me diste siete días, para convencerte –Le guiñó un ojo. - Empezó el tiempo, allí abajo... Y siete días, con sus veinticuatro horas de cada uno de ellos. De modo cariño, que vamos a pasar tiempo juntos. ¿Qué te parece, empezando por dormir juntos?
- ¡Vete al demonio! –Exclamó en un alarido, yendo a tirarle lo primero que vio por el suelo, que fue una zapatilla de tacón-. No pienso acostarme contigo.
-Claro que lo vas hacer –Amenazó con tono serio, alzándose del lecho y yendo hacia ella, para apresarla contra la madera de la puerta-. Has prometido una cosa y la vas a cumplir. Vamos a dormir los dos juntos, solo vas a estar junto a mí, sintiéndome... ¿O te tienes miedo a ti misma? –Bromeó socarrón, antes de alzarla por sorpresa de ella y lanzarla al lecho de malas maneras.
-Arg –Gruñó Mandy, quitándose el cabello del rostro, para posicionarse de rodillas veloz y buscarlo con la mirada-. Acaso eres idiota –Lo insultó justo a tiempo de ver, como se hallaba éste a su lado y alargaba un brazo, para sujetarle la cabeza por detrás y empujarla hacía su pecho y caer juntos en el mullido colchón.
-Schhh –La intentaba callar con cierta sonrisa pilla en los labios-. Calma, gatita, calma... -Le acarició el cabello con su mano grande, observando como el rostro de la joven se tornaba como la grana, poco antes de ser tirado de la cama por un fuerte empujón de ella-. Vaya –Rio desde el suelo-, hay que tratarte ésa forma arisca que tienes conmigo.
Mandy, respiraba con pesadez por el esfuerzo hecho al empujarlo, que solo pudo alzarle el dedo corazón, en respuesta.
-No me saques la uña tesoro, que solo me dan ganas de agarrártela y morderla –Dijo con voz sensual, apoyando los brazos en el colchón y alzando su cuerpo del suelo-. Vamos, deja que te acaricie tras la oreja y verás, como acabas ronroneando a gusto.
- ¡AH! – Soltó histérica-. ¡Déjate de idioteces y ábreme la puerta!
-En unas tres horas la abriré –Confesó, estirando su largo cuerpo en el colchón, tras quitarse las botas marrones, bajo la atenta mirada de la joven-. Pero, qué te parece descansar un poco, antes de que el día se abra, con todo su ajetreo.
-Muy bien –Soltó tosca, yendo a sentarse en la silla que había en un rincón-. Pienso esperar aquí, ésas tres horas –Dijo con gran convicción y cruzándose de brazos.
- Ésa silla, no es de gran valor, ¿verdad? –Preguntó con curiosidad Alex, consiguiendo que ésta frunciera el ceño.
- ¡Para qué quieres saber el valor! –Soltó con tono arisco, observando como el hombre se bajaba de la cama, se acercaba a ella, la levantaba sin esfuerzo alguno con la silla incluida, para dejarla caer a ella en el lecho y a la silla por la ventana.
-Bueno, empieza la suma –Habló con toda calma, tras el asombro de la chica-. Creo que ahí iban unos 120 dólares.

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