sábado, 21 de octubre de 2017

Tan solo amor 24° - Gaby Ruiz



– Tú no sabes nada –rió finalmente él– no tienes ni idea de lo que viste.
– ¿Ah no? Eres un hombre… ¡tenías que ser un hombre!
– ¿Eso es nuevo para ti? –Marcos seguía jugando y ella empezaba a impacientarse– ¡claro que soy un hombre! ¿No era un hombre antes?
– ¡Sabes perfectamente que no me refiero a eso, Marcos! –gritó Mía con rabia– pensé que eras diferente pero… veo que no.  Y decías que me amabas…
– Tú fuiste quien me pidió que te olvidara. ¿Lo recuerdas? –Marcos señaló con calma y Mía sintió sus mejillas enrojecer– ¿lo ves? Tú querías que te dejara tranquila y yo…
– ¡Y tú buscaste a la primera modelo rubia y tonta que se cruzó por tu camino! ¿Por lo menos podía ser alguien más…? –hizo un ademán en el aire.

– ¿Menos? –Marcos arqueó una ceja– añadiré prejuiciosa a la lista. Cuida lo que dices de Alessandra, si ella te escuchara… no es ninguna rubia tonta ni modelo.  Está estudiando y será una doctora.
Mía se cruzó de brazos, sintiendo que le hervía la sangre de rabia.  ¡Aparte de escandalosamente hermosa, era inteligente!
– Te odio tanto, Marcos –ella lo miró con los ojos brillantes– ¿por qué?
El rostro de él cambió de inmediato. Le dirigió esa mirada azul que solo ella había visto y que habría reconocido en cualquier lugar.
– ¿Me escucharás ahora? –pidió él y ella asintió– Alessandra ha venido a pedirme consejo sobre André –Mía lo miró instantáneamente– es la novia de mi “tío” André.
– ¿Qué? Pero tú dijiste… ella… –Mía se dio cuenta que, efectivamente, había sacado conclusiones prematuras y ni siquiera le había dejado explicarle nada– ¿no es nada tuyo?
– No… en el sentido estricto, una amiga apreciada. Es una buena persona si te das el tiempo de mirar más allá –regañó con una pequeña sonrisa y le pasó la mano por el rostro– está preocupada, y Alex no está, quien como tú sabes, es el mejor amigo de André. Por eso, ha acudido a mí. 
– Entonces tú… –Mía suspiró aliviada– pensé que me habías olvidado. Me asustaste…
– Lo hice, Mía –Marcos le dirigió una mirada intensa– hice lo que tú me pediste.
– ¿Qué? ¿Significa que ya no me amas?
– ¿Tú me amas? –preguntó él, evitando contestar.
– Marcos, yo –Mía cerró los ojos con desesperación. ¿Y qué si él ya la había olvidado? ¿Sería tan malo que no la amara? Bueno, sería su perdición. Marcos…
– Tú… ¿qué? –inquirió él impaciente– ¿qué haces aquí Mía? Pensé que decidiste que lo mejor era seguir nuestros caminos separados.
– ¡Estaba equivocada! Claro que lo pensé pero… estaba equivocada –miró al suelo.
– ¿Equivocada? ¡Finalmente! –dijo Marcos y ella lo miró– admites que yo tenía la razón y me amabas aún antes de saberlo.
– Yo no he dicho eso… –rebatió Mía pero mientras lo hacía se acercó a él y lo abrazó. Le pasó la mano por la mejilla y suspiró– te extrañé.
– ¿Realmente? –Marcos se negaba a creer que esto fuera real… podía ser un sueño. El más maravilloso de los sueños– ¿por qué me lo dices ahora?
– Es un buen momento para hacerlo… como cualquier otro.
– ¿Eso es lo que dirás?
– ¿Decepcionado?
– Un poco… –él apoyó su frente en la de Mía.
– ¿Puedo añadir algo más?
– Siempre… –Marcos puso su mano detrás de la cabeza de ella.
– Te amo –añadió Mía y elevó sus ojos grises hasta encontrar los ojos azules de él– te amo Marcos Ferraz y pensé que tenías que saberlo.
– Lo pensaste… y acertaste –murmuró él mientras atrapaba sus labios con vehemencia.
Tomó su maleta y la llevó hasta su departamento. Tenían muchas cosas que aclarar aún y otras tantas que hablar, pero por el momento, había sido demasiado tiempo lejos y querían reencontrarse en cuerpo y alma.
– ¿Sabes que estaba a punto de perder la esperanza de que escucharía esas palabras de tus labios? –susurró Marcos con una sonrisa, pegando sus labios a la frente de Mía– te amo, Mía. Siempre te amé.
– Y yo a ti.  No puedo creer que casi te perdí…
– No más.  No lo permitiré.
– ¿Estás dispuesto a casarte conmigo?
– ¿Me estás proponiendo matrimonio? –se separó Marcos con una risita.
– ¿Qué te parece a ti?
– Qué eres tú quien debe tomar las cosas con calma ahora… –le besó la punta de la nariz y se separó– iré a prepararte algo de comer.
– ¡No quiero comer, Marcos! –se quejó Mía y él negó.
– Comerás. No parece que comieras mucho en el avión… ni en este tiempo.
– ¡Marcos, regresa! –pidió Mía y se levantó resignada, tras él– ¿por qué no puedes ser alguien normal? ¡Cómo puedes pensar en comida ahora!
– ¿Normal? ¡Por fin! ¿Ya ves? ¡No soy perfecto, Mía! –rió él.
– Claro que lo eres. Por eso mismo no eres normal, Marcos.
– Perfecto.  ¿Tendré que resignarme a escuchar eso durante nuestra vida juntos?
– Sería buena idea que te acostumbres –asintió Mía– no dejaré de repetirlo.
– ¿Por qué harías algo que me fastidia sobremanera?
– Precisamente por eso, me gusta verte enfadado.
– No, no te gustaría –bromeó él pero se encogió de hombros– estás loca, amor.
– ¿He venido dos veces a Italia sin un plan y apenas lo notas?
– No, la primera vez fue un impulso…
– Ahora no lo fue –afirmó ella– no más impulsos.
– ¿No? ¿Qué nos queda ahora? –preguntó él mirándola con cariño.
– ¿Ahora? Amor, felicidad, peleas, bromas, una vida para descubrirlo…
– Me gusta esa nueva actitud –sonrió Marcos, de aquella manera que hacía que sintiera que era la primera vez que lo veía, tan sincero que la dejaba sin aliento ni pensamiento coherente.
– Marcos…
– ¿Sí, Mía?
– Te amo –repitió y los ojos azules de él se iluminaron– me gusta decírtelo.
– Nunca dejes de hacerlo, amor…
– Eso si me gusta. No “amiga” –señaló con rabia.
– ¡Necesitaba protegerme de alguna manera! No sabía si habías venido a cerciorarte que te había dejado atrás o…
– ¿O? –inquirió Mía.
– O a contarme que me habías olvidado.
– ¿Qué? ¿Y qué tal la idea de que te amaba?
– Nunca cruzó por mi mente.  Era un sueño, un anhelo imposible pero…
– Es una realidad –ella le colocó un dedo sobre los labios– nuestra realidad, amor.
– Me gusta como lo dices.
– Te amo, Marcos –lo besó con dulzura y sonrió– creo que ahora si tengo hambre.
– ¡Justamente ahora! –se quejó él, pero siguió preparando un sándwich para ella.
– Tú me lo contagiaste. Hambre en los momentos más insólitos –rió Mía.
– Te amo, Mía. No sabes cuánto te amo –la atrapó entre sus brazos por un largo rato.

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