martes, 25 de abril de 2017

Tan solo amor 8° - Gaby Ruiz



Se sentía como un completo idiota.  Incluso había tenido la esperanza de que Mía le dijera que sí, que quería verlo. No, no se había atrevido a imaginar tanto. Pero tan solo un ¡gracias! Y él hubiera sido feliz. Más no había sido el caso. Los primeros días había esperado con emoción e impaciencia.  Así la primera semana.  A la siguiente, ya no tanto.  La punzada de decepción se hizo aún más presente aquella mañana, el inicio de la tercera semana. 

Le había enviado rosas rojas, un ramo cada semana.  En el primero había enviado su carta, sin respuesta. El siguiente solo lo envió porque quiso. Nada.  Ni una sola palabra.  Temía preguntar por ella, el ridículo había sido suficiente al preguntar su dirección, escribirle y buscar desde el otro lado del mundo un lugar donde ordenar un ramo de rosas. ¡Quién lo viera! Además que era un trabajo de tiempo completo evadir a Rose cuando era tan complicado conseguir una florería en ese distante lugar en el que ella vivía. Solo Dios sabía por qué Mía se había recluido ahí. ¿Qué haría? –se preguntó más de una vez.  Porque no había mucho que pudiera hacer.  ¿A qué se dedicaría? ¿Se mudaría ahí por el hombre que amaba? ¿Él había visto las rosas? ¿Nunca le llegaron?
Muchas historias extrañas se había inventado su mente para evitarle el dolor de enfrentar que Mía, probablemente, ni lo recordaba. Lo encontraba molesto y atrevido, dado su despedida.  Se sentía desolado y no iba a negarlo.  ¿Para qué?
Sonrió con tristeza mientras miraba por la ventana. Amaba el lugar en el que había nacido y agradecía la familia que tenía.  Pero en cuanto al amor, no le había sonreído hasta que encontró a Mía. Si, Mía que irónicamente, nunca sería suya. 
Recordaba cada palabra de la carta, como si las acabara de escribir. Como si aún las estuviera escribiendo.  Casi como si estuvieran siendo concebidas en ese mismo instante. Porque había querido ser muy cuidadoso, evitar asustarla pero sin ocultar sus sentimientos. Le había llevado horas… en vano.
Cerró los ojos mientras apoyaba la cabeza en el cristal.  Quería pensar que existía una explicación, increíble y mágica. Una que no implicara que ella no sentía nada por él. Que no lo recordaba.  Que no pensaba en él.  Que… no lo amaba.
Quizás ese era el problema. Había dejado mucho de sí en esa carta como para que Mía no se asustara.  Probablemente aún le daba vueltas a contestarle o no.  Quizás tan solo no quería ser cruel y darle esperanzas. 
Pero él quería esperanzas. Un haz de luz en ese mar de incertidumbre.  ¿Por qué le negaba un consuelo así? Quería entenderla.  El amarla no hacía que él entendiera por qué era así.  Tal vez ahí estaba el centro de todo.
Él la amaba.  Con todo su ser. Con todo lo que era y, aun cuando ella no lo creyera, la seguiría amando con todo lo que iba a ser. 
Su futuro era Mía. Y lo seguiría siendo aun cuando ella se negara a aceptarlo.  Él lo sabía. No pretendía entenderlo, solo lo sabía.
La amaba.  Tan simple y complicado como eso. Y ella… no.
Repasó una vez más las palabras en su cabeza, sabía que no debería pero lo hizo.

Mía:
¿Me recuerdas? Sí, no es la mejor manera de iniciar una carta pero no sabes lo difícil que ha sido hacerlo.  Decidirme a escribir fue fácil, el ponerme a hacerlo… ha sido más complicado que simplemente desear hacerlo con todo mi corazón.  Porque te escriben mis manos pero solo guiadas por mi corazón.  Que sigue latiendo por ti, solo por ti.  Desde el momento en que te vi, no he dejado de pensar en ti.  ¿Difícil de creer? ¿Imposible? Deberías decírselo a mi corazón que no quiere entenderlo.  Y me hace difícil el día a día, los minutos y segundos… las horas no pasan.  El tiempo se ha detenido.
Y si notas, he repetido muchas veces que ha sido difícil.  Pero no es la palabra correcta.  Imposible… esa es.  Porque todo lo que otros piensan y llaman IMPOSIBLE me ha ido sucediendo a mí. Todas y cada una de las circunstancias. Desde enamorarme de alguien que no “conozco” (¿eso era imposible cierto? ¿Amar a quien no conoces?) Hasta elegir escribir una carta en lugar de algo más práctico.  Como una llamada o una visita.
Pero no me veo capaz Mía. No sé si podría expresártelos de una manera más clara de la que lo haré aquí, por este medio escrito. De mi puño y letra, sintiendo cada una de las palabras, pensándolas, no demasiado para que pierdan su sentido ni dejándolas a la ligera para que sean malinterpretadas.
Estoy divagando, lo sé. En mi cabeza, la estructura era mejor, créeme. Y generalmente, soy más ordenado con lo que escribo.  Pero esta vez, sencillamente no lo logro. Cada palabra no expresa mi sentir, ni en lo más mínimo. No existen suficientes letras ni palabras.  Ni tinta, ánimo o fortaleza para hacerlo. Para decírtelo con la más absoluta claridad, como tanto me habría gustado cuando he decidido iniciar.
El día que nos despedimos, así como el día que nos conocimos, permanecerán en mi memoria para el resto de mi vida.  Creo que aún antes de conocerte, ya soñaba contigo y solo esperaba el momento de reencontrarte para recordarlo todo.  No he dejado de pensar en ti. Ni un minuto. Porque dejarte en aquel aeropuerto fue lo más difícil que hice en mi vida.  Esa decisión que aún mi corazón me cuestiona, hace que piense si me rendí demasiado pronto.  ¿Lo hice? ¿Fue incorrecto dejarte? ¿Entiendes lo que digo?
Espero que sí, que para ti sea más claro el panorama de lo que es para mí.  Lo único que quiero saber es si estás dispuesta a contarme esa historia tuya, realmente quiero saberla. A partir de ahí, si quieres escucharme, estaré feliz de intentar convencerte que tan solo te amo, de que siempre lo haré y puedo ser el hombre que tú amas, sin saberlo siquiera.
¿Me das esa oportunidad? ¿Me permites visitarte un día? O puedes venir a Italia.  Mi dirección es donde te remito (sí, sé que pido demasiado pero ¿no empezaron los grandes logros de la vida siendo tan solo sueños imposibles?)  Te espero. Siempre te esperaré.
Con todo mi… cariño,
Marcos.
Pd: ¿Sabes lo difícil que es encontrar la dirección de dónde vives? ¡Casi me rendí! (Lo sé, eso ni yo me lo creí).
Pd1: Te amo (pensé que sería buena idea repetirlo, por si lo he pasado por alto).

Mía sintió que empezaba a sonreír como una total tonta mientras sus ojos recorrían la pulcra letra de Marcos. Sintió la textura del papel entre sus manos, mientras pensaba que le encantaría mirar como escribía, como pasaban sus emociones por su rostro mientras las plasmaba ahí.  No podía creer cuanto había tardado en encontrarlo. Y sus ojos se humedecieron de emoción.  Y miedo. 
¿Sería demasiado tarde? ¿Podía ser demasiado tarde para ellos?
No quería tener más miedo. Necesitaba averiguarlo y lo haría ahora. Cuanto antes.  Estaba decidida. Lo que tenía que decir, lo diría en persona.
¿Tendrían vuelos para Italia esa misma noche? –pensó sonriendo ampliamente y disipando todas las dudas que sentía. 
Averiguó en la aerolínea que solía volar siempre. Tan solo necesitaba su pasaporte y estaba lista para viajar.  Ni siquiera tenía que deshacer su maleta.
Hizo las llamadas necesarias, dejando para el final la llamada más importante de todas.  A Eliane, su hermana.  Ellos debieron darle su dirección a Marcos y necesitaba saber exactamente qué había dicho él. Sí, la carta había sido escrita con precisión pero ¿y si sus sentimientos habían cambiado?
No, debía darle más crédito a Marcos ¿no? Por alguna razón estaba considerando muy seriamente la idea de ir hasta Italia. Y no, no era exclusivamente por él.  Había mucho más en su decisión.  Lo hacía por ella. Tenía que saberlo. 
¿Podía ser real?  ¿Podía?
Después de Sean, ella había jurado no amar a nadie, nunca más. No creía que fuera capaz, siempre lo amaría a él. Por eso iba a casarse con él. Se sentía segura, feliz, realizada… y de pronto, todo terminó.
Era irónico como la vida te podía dar todo y quitártelo de un solo golpe. ¿Lo había esperado? ¡Jamás! Sean era joven, un par de años mayor que ella pero aun así, demasiado joven. Pensó que tenían toda la vida por delante, para disfrutarla juntos y, se había ido. Y ella se quedó destrozada.
No podía retomar su vida desde donde él la había dejado. Comenzó todo de nuevo, le parecía lo más racional en ese momento.  A solo semanas de su inminente boda, tuvo que cambiar su vestido de novia por un traje para el funeral de Sean. 
Un fatal accidente, le habían dicho, y realmente no quiso más detalles.  Ya era lo suficientemente doloroso saber que no estaría más con él y que, podía haber estado ahí ella también.  Pero su trabajo se lo impidió. Y se quedó sola.  Sola…
Su familia estuvo pendiente de ella todo el tiempo que le llevó sanar y volver a ellos.  Aun así, no desistió de su idea de mudarse a ese pueblo y emplearse de maestra que, aun cuando no recibía el sueldo que tenía, le alcanzaba para mantenerse y ahorrar un poco. Eso era suficiente.  Seguía siendo suficiente, o así había sido hasta él. 
Marcos había cambiado toda su perspectiva de vida. Con tan solo dos encuentros, él le había mostrado un mundo nuevo, mejor y que podía ser mágico.  Lleno de amor.  ¿Ella estaba dispuesta a creerle? ¿Podría hacerlo? Al menos, lo iba a intentar.  Se lo debía a sí misma, al recuerdo de Sean y… a Marcos.

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