Alex no podía precisar el tiempo que
se quedó ahí, mirando a la nada. ¿Qué le
estaba pasando? Solo escuchar de sus labios que se iba, él ya sentía que la
extrañaba. ¿Por qué? ¡Era tan solo Danaé! Nada nuevo. ¡Rayos! ¡Esto no podía
estar pasándole! Claro, lo que era peor, no sabía que era esto.
Caminó rápidamente para alejarse de
ahí. Necesitaba aire. Otro que Danaé no
hubiera respirado, un lugar donde no hubiera estado. Pero no sabía cuál. Ella
había estado siempre, en todos lados.
A pesar de todo, seguía escuchando en
su mente a Danaé: “Déjame ir, Alex”
Pero él no la retenía. Él no lo hacía,
¿cierto?
***
Habían sido semanas que transcurrieron
sin que apenas las notara. Cuando menos
lo imaginaba, ya era el día señalado para su viaje a Canadá. Un nuevo comienzo,
libre.
Danaé miró por última vez Italia.
Había sido su hogar toda su vida, jamás se había ido por tanto tiempo. Trató de
contener unas cuantas lágrimas porque sabía que iba a extrañar a su familia, la
seguridad de tenerlos ahí y el confort de conocer a donde pertenecía. Ya los
extrañaba…
Y no quería empezar a pensar en él. Alex.
Sus padres habían organizado una
pequeña reunión para despedirla. Como si
su madre pudiera entender el significado de pequeña reunión. Pero le encantó y no supo cuanto amaba la
calidez de su padre, el interés de su madre y el cariño de sus hermanos hasta
ese momento. Bueno, siempre lo había
sabido pero jamás había tenido la oportunidad de realmente extrañarlo.
Estaba siguiendo su sueño. Y, aún así,
una parte insignificante de ella sentía que abandonaba algo. Que dejaba atrás
algo que no debería. Pero no era su corazón, eso estaba segura. Alex no lo
quería, jamás lo había pedido siquiera. Ella debía gobernarse a sí misma, era
la única manera.
¿Qué si se había despedido de Alex?
Algo así. No lo había visto mucho por su casa desde aquella mañana en el
jardín. A la reunión de despedida, bueno, él parecía ser el mismo de siempre. Tan
seguro, atractivo, galante, encantador…
solo que, ella no sabía por qué, sintió que ya no lo conocía tan
bien. Ya no podía leer nada detrás de
sus palabras. ¿En verdad había logrado desconectarse tanto de él? Quería creer
que sí, era su única oportunidad.
Un sencillo Adiós se había desprendido de sus labios la última vez que lo miró,
al despedirse tras la reunión y ella le contestó igual. Eso había sido todo.
Adiós.
Todo estaba listo a su llegada. El
departamento esperaba por ella, naturalmente, su padre se había encargado de
ordenar todo. En realidad, seguro fue su
madre. Sí –abrió el refrigerador que no estaba vacío– sin duda había sido su
mamá, Danna. Por muy lejos que estuviera de casa, las cosas no variaban mucho aún. Eso cambiaría pronto, claro. Estaría por su cuenta, por primera vez. Vivir
por su cuenta.
Emocionante y atemorizante. Suspiró,
tomando el teléfono para llamar a su casa. Debían estar a la espera de su
llamada.
***
Las primeras semanas habían sido difíciles,
por decir lo menos. Pero ella no se daba por vencida tan fácilmente. Estaba
dispuesta a lograr un lugar por su cuenta, dejar de estar al amparo de la
empresa de su familia, aún cuando su carrera tuviera todo que ver con eso. No
descartaba la idea de retomar su trabajo ahí, pero no por el momento. No importaba
nada, amaba estar ahí, eso era todo.
Escuchó el teléfono, que interrumpió
un proyecto que estaba diseñando. Lo
tomó sin ver y contestó.
–¡Danaé! ¿Por qué no has llamado?
– ¡Marcos! Eres un exagerado… –rió
ella por el dramatismo fingido de su voz– y pésimo actor, debo añadir.
–Suerte la mía que no es a lo que me
dedicaré –rió también– ¿cómo estás? Ya serán dos meses y no hemos tenido
noticias tuyas.
–¿Cómo que no? –Danaé puso sus ojos en
blanco– he llamado, he escrito, he enviado mails. ¿Te parece poco?
–¿A todos? –preguntó Marcos con un
tono de voz… extraño.
No… no a todos –pensó Danaé.
–Claro que a todos. ¿Por qué?
–A Alex no le has enviado ni una sola
palabra. ¿Están enfadados?
–No, ¿por qué lo estaríamos? –preguntó
con cautela.
–Pensé que eran muy buenos amigos
–siguió, ignorando su pregunta– Bueno, en realidad, tú sabes que todos hemos
formado siempre un grupo muy unido. Y me
extrañó. ¡Incluso le escribiste a Daila!
–Sí, tampoco es que sea tan lejana a
mi edad.
–Danaé… –advirtió Marcos.
–¿Qué?
–Tú y yo sabemos mejor que nadie que
Daila jamás ha sido parte de nuestro grupo, quien sabe por qué, siempre ha sido
como una niña caprichosa y consentida. Pero Beth, Rose, Aurora, Christopher, André,
Alex, tú y yo siempre hemos estado en contacto, sobre todo luego de semanas
lejos ¿no?
–Eso era antes, Marcos –trató de
justificarse Danaé– pero no, si te lo preguntas, no ha pasado nada y estoy
bien. Simplemente… no ha habido nada
interesante que contar… a Alex.
–Ah… –Marcos exclamó con cansancio– no
trataré de entender…
–No te he pedido que lo hagas.
–Sí, lo sé. Pero estás diferente.
–¿Eso es malo o bueno?
–No sé hasta qué punto lo uno o lo
otro. Pero, lo que trataba de decir, es que no lo hagas tan… bueno, Alex supo
que era el único al que no le llegó nada de ti. ¿Podrías al menos escribirle
algo?
–Marcos, ¿podría saber qué demonios te
pasa? –soltó Danaé cansada– ¡es absurdo que tú te tomes la molestia de decirme
esto! Además, jamás has sido de involucrarte en la vida privada de los demás
¿cierto? ¿acaso sucede algo?
Él se quedó en silencio. Danaé sintió una extraña inquietud.
–Marcos, ¿qué pasa?
–Solo promete que le escribirás algo,
¿sí?
–Pero… –se calló y asintió–. Lo
prometo.
–Buenas noches, Danny –se despidió y
colgó.
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