sábado, 20 de agosto de 2016

No puede ser amor 10° - Gaby Ruiz



Era una tarde de primavera en la que Danaé paseaba por los jardines de la mansión Ferraz. Le gustaba estar caminando, perdida en sus pensamientos mientras enlazaba versos en su mente. Había pensado muchas veces que una ilusión infantil no era nada que no pudiera superar. Y había tratado de probárselo una y otra vez pero nada ni nadie funcionaban. Porque no eran él.
Trató de sacudirse aquellos pensamientos tristes porque ese día no podía empañarse con lágrimas, a menos que fueran de felicidad y no era el caso. En definitiva, Aurora cumplía dieciséis años y la fiesta en la mansión Cabalganti había sido planeada hacía meses.

Ella no estaba tan entusiasmada, no porque no le gustaran las fiestas o no le agradara Aurora; todo lo contrario, adoraba a su prima porque era una persona transparente, segura y decidida desde siempre. El problema era usar ese vestido que su madre le había comprado. Sí, como se había negado a comprarse nada, Danna se había tomado la libertad de comprarlo ella misma con todos los accesorios incluidos zapatos de fino tacón. Si tan solo pudiera huir… o no.
No, no lo haría.  La razón de que ella esperara con ansias cada una de las reuniones “privadas” de su familia era tan simple que no necesitaba poner en palabras lo que sentía, un suspiro era más que suficiente para pronunciar con el alma su nombre: Alex Lucerni.
Sintió un escalofrío recorrerle tan solo susurrar su nombre, imaginarlo frente a ella, en un hermoso sueño como siempre. Extendiendo su mano para pedirle un baile… un baile que duraría toda la eternidad. ¿Por qué sus sentimientos hacia él eran tan fuertes? ¡Esto no podía ser real!
Así lo pensaba su mente racional, pero su corazón latía desbocadamente con solo imaginar aquella escena mágica.  Tal vez la realidad sería distinta pero ella no sabía si alguna vez podría probarla. Si tan solo Alex supiera que ella existía…
Alex imaginaba la belleza etérea de Aurora y podía creer que tocaba el cielo con las manos. A sus veintiún años, él sabía que en Aurora había encontrado la mujer de su vida. Solo podía ser ella. Se sentía tan bien, tan correcto… tan real. Soñaba con extender su mano y tocar su cabello negro mientras su sonrisa alcanzaba sus ojos grises. Era bellísima y su eterna expresión de sobriedad le daba un aire de misterio impenetrable.  Él estaba fascinado y no era nada pasajero ni reciente. Él podía asegurar que había amado a la misma mujer toda su vida, sin dudarlo siquiera. ¿Sería que esto era lo que llamaban destino?  No podía entender como algo que nunca había sido podía sentirse tan bien.
Se anudó la corbata que llevaba para aquel baile de gala que celebraba los dieciséis años de Aurora. ¡Increíble como pasaba el tiempo!  La niña que le causaba enorme ternura había desatado un amor incontrolable en él.  Con una mirada, él sentía que podía dárselo todo. Y ella… ella siempre tan inalcanzable.
Sí, su frustración crecía cada vez más. Y la diferencia de edad no era lo que le molestaba, ni era tanta a considerar porque Aurora se veía siempre mucho más madura que la edad que realmente tenía. Ese sentimiento de hastío se debía a que no lograba que ella lo mirara como lo que era, un hombre más que la veía bellísima. Porque, efectivamente, no era el único y eso era bien sabido. Por si fuera poco, la competencia no solo era “externa” sino también con Christopher, que a pesar de ser mayor que él, tenía una cercanía con Aurora que él envidiaba. Sí, no podía más que admitir que tenía celos de esa relación.  Él quería a Aurora solo para él, no la quería con nadie más.  Solo suya.
Tomó su auto y se dirigió a la mansión Cabalganti donde la gran cena tendría lugar. Él tan solo anhelaba el instante en que sus ojos se cruzarían con los de Aurora. En ese momento todo tendría el sentido que debía tener. Aquellos ojos grises cálidos que tanto soñaba.
Entró y saludó a Mel, la mamá de Aurora. Intentó localizar algún rostro familiar en la gran estancia pero había bastantes personas ahí. De pronto, las luces se atenuaron y dieron paso a una cálida iluminación de las escaleras. Aurora descendía con un vestido gris que le calzaba a la perfección. Sobria, bella, segura, ella era todo lo que él soñaba en una mujer.  La amaba.
La miró con ansiedad, esperando el anhelado contacto pero este no llegó.  Sus ojos se iluminaron y tomaron brillo cuando le extendió la mano a Christopher para su primer baile. Alex contuvo la rabia que le embargaba y se tragó todo su orgullo. ¿Cuándo iba a entender que Aurora jamás lo vería así? Necesito respirar hondo para no desatar todo un huracán que bien podía destruir la mansión desde sus cimientos.
No pudo evitar notarlo. A Danaé se le nublaron los ojos cuando notó la rabia de Alex, desfigurando su apuesto rostro y dándole un toque de siniestra tensión. No podía imaginar los pensamientos exactos que recorrían su cabeza pero sabía que era lo que causaba tal reacción.  No, no había nada que ella pudiera hacer para obtener una reacción así por su parte.  Porque la única persona que podía ponerlo así, tan anhelante, enfadado y destrozado era Aurora. Solo ella.
Danaé no necesito mirar. Es que no quería mirar a Aurora ni fue lo que llamó su atención cuando entró en la estancia. Lo primero que vio era un tenue rayo de luz que brillaba sobre Alex. Como un ángel caído, la vista era maravillosa para ella. Desde la expresión de ensueño de su rostro hasta la altiva y a la vez expectante postura de su cuerpo.  Sin duda, Alex era el hombre más guapo de esa estancia, de toda Italia.
Trató de contener una risita y un sollozo a la vez. Sí, así eran sus sentimientos junto a Alex. Tan contradictorios como la noche y el día, tratando de expresarse al mismo tiempo y fracasando estrepitosamente. En definitiva, si lograba superar su “etapa Alex” cuerda, era más que suficiente motivo para dar gracias a los cielos.
Se acercó a tocar su hombro para saludar, sabía que distraerse le ayudaba a pasar el mal momento. Le sonrió mientras Alex le saludaba con un afectuoso beso en la mejilla. Danaé estuvo a punto de llevarse la mano a la mejilla pero se detuvo a tiempo, antes que él lo notara. Trató de animarlo con bromas hasta que finalmente, logró arrancarle una sonrisa aunque bastante reacia al principio. André se acercó a ellos, llevando del brazo a una rubia bastante hermosa y una chica de brillante cabello rojo que los acompañaba.  A tiempo, Aurora se acercó a saludarlos y a recibir las felicitaciones respectivas. Christopher también se unió al grupo y más tarde llegaron Beth con Marcos y Rose, que eran los hijos gemelos de su hermano mucho mayor Stefano. Estaba completo el grupo, aunque había algunas personas “sobrantes” –pensó para sí Danaé mientras la pelirroja coqueteaba descaradamente con Alex– totalmente predecible la situación, pero eso no disminuía el toque de celos que le invadía, sobre todo porque Alex parecía disfrutar de la atención y, lógicamente, no se quedaba atrás en técnicas de flirteo.
Danaé suspiró exasperada hacia André, que no entendió el por qué, cuando Alex se llevó a la chica esa a bailar. André también fue con su rubia, Christopher parecía algo renuente a dejar a Aurora pero lo hizo y ella bailó con uno de sus compañeros de colegio. Marcos, su “sobrino” aunque era mayor que ella le pidió que le acompañara porque había quedado con unos amigos y estaban por llegar. Rose había desaparecido en la pista de baile junto con Beth.

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