Era una
tarde de primavera en la que Danaé paseaba por los jardines de la mansión
Ferraz. Le gustaba estar caminando, perdida en sus pensamientos mientras
enlazaba versos en su mente. Había pensado muchas veces que una ilusión
infantil no era nada que no pudiera superar. Y había tratado de probárselo una
y otra vez pero nada ni nadie funcionaban. Porque no eran él.
Trató de
sacudirse aquellos pensamientos tristes porque ese día no podía empañarse con
lágrimas, a menos que fueran de felicidad y no era el caso. En definitiva,
Aurora cumplía dieciséis años y la fiesta en la mansión Cabalganti había sido
planeada hacía meses.
Ella no
estaba tan entusiasmada, no porque no le gustaran las fiestas o no le agradara
Aurora; todo lo contrario, adoraba a su prima porque era una persona transparente,
segura y decidida desde siempre. El problema era usar ese vestido que su madre
le había comprado. Sí, como se había negado a comprarse nada, Danna se había
tomado la libertad de comprarlo ella misma con todos los accesorios incluidos
zapatos de fino tacón. Si tan solo pudiera huir… o no.
No, no lo
haría. La razón de que ella esperara con
ansias cada una de las reuniones “privadas” de su familia era tan simple que no
necesitaba poner en palabras lo que sentía, un suspiro era más que suficiente
para pronunciar con el alma su nombre: Alex Lucerni.
Sintió un
escalofrío recorrerle tan solo susurrar su nombre, imaginarlo frente a ella, en
un hermoso sueño como siempre. Extendiendo su mano para pedirle un baile… un
baile que duraría toda la eternidad. ¿Por qué sus sentimientos hacia él eran
tan fuertes? ¡Esto no podía ser real!
Así lo
pensaba su mente racional, pero su corazón latía desbocadamente con solo
imaginar aquella escena mágica. Tal vez
la realidad sería distinta pero ella no sabía si alguna vez podría probarla. Si
tan solo Alex supiera que ella existía…
Alex
imaginaba la belleza etérea de Aurora y podía creer que tocaba el cielo con las
manos. A sus veintiún años, él sabía que en Aurora había encontrado la mujer de
su vida. Solo podía ser ella. Se sentía tan bien, tan correcto… tan real.
Soñaba con extender su mano y tocar su cabello negro mientras su sonrisa
alcanzaba sus ojos grises. Era bellísima y su eterna expresión de sobriedad le
daba un aire de misterio impenetrable.
Él estaba fascinado y no era nada pasajero ni reciente. Él podía
asegurar que había amado a la misma mujer toda su vida, sin dudarlo siquiera.
¿Sería que esto era lo que llamaban destino?
No podía entender como algo que nunca había sido podía sentirse tan
bien.
Se anudó
la corbata que llevaba para aquel baile de gala que celebraba los dieciséis
años de Aurora. ¡Increíble como pasaba el tiempo! La niña que le causaba enorme ternura había
desatado un amor incontrolable en él.
Con una mirada, él sentía que podía dárselo todo. Y ella… ella siempre
tan inalcanzable.
Sí, su frustración
crecía cada vez más. Y la diferencia de edad no era lo que le molestaba, ni era
tanta a considerar porque Aurora se veía siempre mucho más madura que la edad
que realmente tenía. Ese sentimiento de hastío se debía a que no lograba que
ella lo mirara como lo que era, un hombre más que la veía bellísima. Porque,
efectivamente, no era el único y eso era bien sabido. Por si fuera poco, la
competencia no solo era “externa” sino también con Christopher, que a pesar de
ser mayor que él, tenía una cercanía con Aurora que él envidiaba. Sí, no podía
más que admitir que tenía celos de esa relación. Él quería a Aurora solo para él, no la quería
con nadie más. Solo suya.
Tomó su
auto y se dirigió a la mansión Cabalganti donde la gran cena tendría lugar. Él
tan solo anhelaba el instante en que sus ojos se cruzarían con los de Aurora. En
ese momento todo tendría el sentido que debía tener. Aquellos ojos grises
cálidos que tanto soñaba.
Entró y
saludó a Mel, la mamá de Aurora. Intentó localizar algún rostro familiar en la
gran estancia pero había bastantes personas ahí. De pronto, las luces se
atenuaron y dieron paso a una cálida iluminación de las escaleras. Aurora
descendía con un vestido gris que le calzaba a la perfección. Sobria, bella,
segura, ella era todo lo que él soñaba en una mujer. La amaba.
La miró
con ansiedad, esperando el anhelado contacto pero este no llegó. Sus ojos se iluminaron y tomaron brillo
cuando le extendió la mano a Christopher para su primer baile. Alex contuvo la
rabia que le embargaba y se tragó todo su orgullo. ¿Cuándo iba a entender que
Aurora jamás lo vería así? Necesito respirar hondo para no desatar todo un
huracán que bien podía destruir la mansión desde sus cimientos.
No pudo
evitar notarlo. A Danaé se le nublaron los ojos cuando notó la rabia de Alex,
desfigurando su apuesto rostro y dándole un toque de siniestra tensión. No
podía imaginar los pensamientos exactos que recorrían su cabeza pero sabía que
era lo que causaba tal reacción. No, no
había nada que ella pudiera hacer para obtener una reacción así por su
parte. Porque la única persona que podía
ponerlo así, tan anhelante, enfadado y destrozado era Aurora. Solo ella.
Danaé no
necesito mirar. Es que no quería mirar a Aurora ni fue lo que llamó su atención
cuando entró en la estancia. Lo primero que vio era un tenue rayo de luz que
brillaba sobre Alex. Como un ángel caído, la vista era maravillosa para ella.
Desde la expresión de ensueño de su rostro hasta la altiva y a la vez
expectante postura de su cuerpo. Sin
duda, Alex era el hombre más guapo de esa estancia, de toda Italia.
Trató de
contener una risita y un sollozo a la vez. Sí, así eran sus sentimientos junto
a Alex. Tan contradictorios como la noche y el día, tratando de expresarse al
mismo tiempo y fracasando estrepitosamente. En definitiva, si lograba superar
su “etapa Alex” cuerda, era más que suficiente motivo para dar gracias a los
cielos.
Se acercó
a tocar su hombro para saludar, sabía que distraerse le ayudaba a pasar el mal
momento. Le sonrió mientras Alex le saludaba con un afectuoso beso en la
mejilla. Danaé estuvo a punto de llevarse la mano a la mejilla pero se detuvo a
tiempo, antes que él lo notara. Trató de animarlo con bromas hasta que
finalmente, logró arrancarle una sonrisa aunque bastante reacia al principio.
André se acercó a ellos, llevando del brazo a una rubia bastante hermosa y una
chica de brillante cabello rojo que los acompañaba. A tiempo, Aurora se acercó a saludarlos y a
recibir las felicitaciones respectivas. Christopher también se unió al grupo y
más tarde llegaron Beth con Marcos y Rose, que eran los hijos gemelos de su
hermano mucho mayor Stefano. Estaba completo el grupo, aunque había algunas
personas “sobrantes” –pensó para sí Danaé mientras la pelirroja coqueteaba
descaradamente con Alex– totalmente predecible la situación, pero eso no
disminuía el toque de celos que le invadía, sobre todo porque Alex parecía
disfrutar de la atención y, lógicamente, no se quedaba atrás en técnicas de
flirteo.
Danaé
suspiró exasperada hacia André, que no entendió el por qué, cuando Alex se
llevó a la chica esa a bailar. André también fue con su rubia, Christopher
parecía algo renuente a dejar a Aurora pero lo hizo y ella bailó con uno de sus
compañeros de colegio. Marcos, su “sobrino” aunque era mayor que ella le pidió
que le acompañara porque había quedado con unos amigos y estaban por llegar.
Rose había desaparecido en la pista de baile junto con Beth.
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