–Buen día, hija –contestó Leonardo al
tiempo que se encogía de hombros– ¿acaso no vigilas el departamento creativo
también? –sonrió al recibir un beso de una de sus hijas mayores.
–Yo vigilo todo –Beth contestó con
petulancia pero al reír, arruinó el efecto– ¿A qué se debe tanta actividad tan
temprano? Todos a punto de desayunar y he visto a André saliendo. Lucía algo
molesto…
Danaé sofocó una risita porque Beth
había pronunciado el humor de André mirándola directamente a ella.
–Yo no sé nada –advirtió Danaé negando
con fuerza– tendrás que satisfacer tu curiosidad preguntándole a él.
–¿A André? Si alguna vez lo encuentro
solo… –murmuró y Leonardo alzó la vista.
–¿Qué pasa, hija? ¿Molesta por la vida
de tu hermano?
–No estoy “molesta” –señaló Beth– solo
que es incómodo que toda mujer que conozco haya tenido un… “encuentro” con
André…
–Exageras –restó importancia su padre.
–Sí, tienes razón. Un “encuentro” con André… o con Alex
–completó logrando que todos carraspearan un poco. Así era Beth, directa, muy directa.
–Eres malvada –murmuró Danaé mirándola
con fijeza– Alex no ha tenido que ver en esta conversación…
–Ahí vas de nuevo… –bromeó Beth, provocando
un intercambio de miradas entre Danna y Leonardo que mostraban claramente su
extrañeza.
–Eres imposible, Beth… –rió Danaé
abrazándola y salió rápidamente. Escuchó
con alivio como la conversación rápidamente derivaba a temas de la empresa
familiar.
Recorrió el jardín imaginando lo que
Beth quería decir. Bueno, no era nada
nuevo que ella notara su “defensa” a Alex, pero, con el paso del tiempo había
logrado atribuirle a la gran amistad que los unía. Beth era perspicaz y había notado el notable
cariño de Alex hacia Danaé. Tal como
trataba a Daila –había dicho– como otra hermanita menor. Eso le incomodaba
sobremanera, por la sencilla razón que ella jamás sentiría a Alex como sentía a
André. No, ni por un instante. Aún así,
ella no tenía más remedio que aceptar lo que Alex podía ofrecerle. Porque nunca habían existido promesas, nunca
nacieron esperanzas de su comportamiento, nunca Alex fue el causante de sus
sueños rotos, al menos no de manera consciente.
Todo el
día Danaé había pasado feliz, saltando de un lugar a otro, aferrada firmemente
a su cuento de navidad. Sonrió, recordando las diferentes entonaciones de voz
que Alex hacía para imitar a los fantasmas de la navidad pasada, presente…
Frunció
el ceño, considerando seriamente pedirle que volviera a leer para ella. Él
había asentido pero podía recordárselo. Los hombres suelen olvidar las cosas,
había escuchado que su tía Mel decía una vez…
Escuchó
las voces de su tía Mel que precisamente llegaba junto con Daniel, su esposo y
su prima Aurora. Los saludó sonriendo y
siguió en su búsqueda de Alex…
–Danaé
espera –siguió Aurora detrás– ¿no vamos a jugar? Me dijo tía Danna que querías
verme pronto. ¿André dañó las piezas que armamos la última vez del rompecabezas
de nuevo?
–No
Aurora, es algo mucho más importante –susurró Danaé despertando la curiosidad
infantil de su prima.
–Te
escucho, Danny –pronunció con una sonrisa. A veces Danaé sentía que Aurora era
mayor que ella, a pesar de tener la misma edad, Aurora tenía un aire de madurez
tan inusual, tan impropio de la edad.
–Es… –Danaé
soltó el aire que contenía– Alex…
–¿Alex?
–preguntó extrañada Aurora.
–Hola,
niñas –saludó Alex a espaldas de Aurora– ¿me llamaban?
–Hola,
Alex –correspondió con una sonrisa Aurora– ¿tú también eres parte de la
travesura?
–¿Yo?
–Alex sonrió maliciosamente pero negó– no sé a qué te refieres.
–Danny
estaba por contarme –Aurora la miró– dime…
–Hummm… –Danaé
miró sobre su hombro a Alex, aún atento a ellas y se encogió de hombros–. Has
acertado Aurora –sonrió– al inicio, cuando dijiste sobre nuestro rompecabezas.
André lo ha vuelto a hacer.
–Lo
imaginaba –negó Aurora frunciendo el ceño– André disfruta fastidiando nuestros
juegos.
–Yo no he
tenido nada que ver –sonrió bastante angelicalmente Alex– de verdad –afirmó
ante la incredulidad de Aurora.
–Ya
veremos, niño Lucerni –Aurora le pasó la mano por el cabello y fue en búsqueda
de André.
Alex
suspiró. Sí, Danaé escuchó como Alex
contenía el aliento y de súbito, lo soltaba todo. Eso era un suspiro. Ella, no
podía entenderlo pero su corazón se apretó con fuerza como si alguien lo
metiera en una caja, demasiado pequeña para contenerlo. Aurora se encontró en el camino con
Christopher, Alex frunció el ceño y se alejó sin mirarla. Ella no lo sabía, no podía saber ni dar
nombre a ese “sentimiento” incipiente… eran tan pequeños. Pero la escena de su
niñez marcaría el patrón que seguirían las vidas de los cuatro en adelante.
El paso de los años daba sabiduría a
quien los sabía apreciar. Danaé se había
grabado aquella escena, con tanto cuidado como lo había hecho con la escena de
la lectura de su cuento. Por más de una
razón, esencialmente porque, a pesar de no entender lo que su tierno corazón
gritaba, ella sabía que lo sucedido era importante. De alguna manera, había anhelado que Alex se
quedara con ella, hablara con ella, quisiera leer para ella… pero eso hizo que
notara que no iba a ser posible. Que, a
pesar de sus intentos, Alex nunca querría estar a su lado como con Aurora, tan
feliz jugando con ella. Escuchándola y,
una vez más, sintió que era la “bebé” de la casa. A pesar de contar con la misma edad de
Aurora… ella era la nena de la que todos cuidaban, que excluían de cosas que “no
podía entender”. Aún era así. Solo
bastaba escuchar a Alex, Aurora, André, incluso el mismo Christopher
refiriéndose a ella. La nena, la pequeña
que no maduraba a la misma altura que ellos.
Todos eran “serios” y ella… ella seguía soñando. Así de simple.
–¿Está todo bien, mi niña? –preguntó
Danna acercándose a su hija, quien miraba atenta un rosal.
–Sí, mamá… –Danaé sonrió– es solo que,
a veces siento que nadie me toma en serio.
Como si aún fuera una niña –hizo un gesto de capricho–. Algunas
ocasiones llego a sentirme ¡menor que Daila!
Danna sonrió mientras acariciaba con
ternura la cabeza de su hija. Aún no
podía creer como habían pasado los años y lo que habían hecho por ella… como
las perspectivas de la vida iban cambiando.
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