jueves, 16 de junio de 2016

Reencuentro Dorado 5

Todo había quedado por fortuna en un buen susto.

Cierto, que habían tenido que intervenir a Sandro quirúrgicamente a causa del daño sufrido en el hombro, pero no hubo nada grave salvando una costilla también rota y los moratones correspondientes del accidente.


Aquel año, el chico iba a perderse ciertas competiciones. Pero era mejor así, que no poder volver a correr nunca en ninguna.

Cuando lo habían subido ya  al dormitorio que iba a ocupar por un día, casi todo el equipo se había marchado. Tranquilos al saber que no había nada que lamentar… Mientras que algunos, habían decidido quedarse para saludarlo de parte de todos y entregarle algún regalo.

Y entre el susurro tranquilo, relajado y sonriente de algunos. Volvió a escucharse la voz de Santino, encarando a Regina con su tono de voz de mando que tanto molestaba últimamente a Jaimie.

-Tú, vas a ser la última que entre. Pero no lo harás ni loca sola –Soltó aún con gran desconfianza hacia la mujer-. Antes, quiero saber si…

No acabó de hablar, cuando una voz que los pilló por sorpresa, habló tras ellos.

-Ella va a ser la primera y única, que va  a entrar hoy ahí –Dijo Sandro, con rostro pálido en la puerta del dormitorio, acompañado por una enfermera joven que lo miraba con malas pulgas por estar de pie-. Tranquilo hermano, gracias por tu apoyo –Soltó un profundo suspiro-. Me hallo con fuerzas para saber qué ocurre –Mostró una débil sonrisa-. Prometo pasarte veloz informe.


Jaimie, sonrió por la actitud fuerte y valiente del chico al encararse con su futuro. Sabía, o mejor dicho, sospechaba que todo iba acabar bien. Solo había que mirarlos a la cara, para ver como se comían con la mirada de forma mutua. Por ello, que alzó sus brazos para agarrar a su marido de la cintura y empujarlo fuera de allí con sumo cariño y una sonrisa tierna. Era cabeza cuadrada, pero por defender a sus seres queridos. 


Cerró la puerta de la habitación, bajo la atenta mirada del joven, con el corazón en un puño. Pues había llegado el momento, de decir toda la verdad y ver qué había ocurrido en verdad… Pero al darse la vuelta y toparse con sus ojos, notó como su cuerpo se sonrojaba de forma violenta, por sentir como el hombre la desnudaba con la mirada.

-Veo que sí eres tú, pero ahora toda una mujer – Habló con tono necio-. No pienso disculparme por ello. Tengo todo el derecho del mundo, a mirarte de la forma que…

-Minuciosa, prepotente y lasciva… -Se aventuró a intervenir ella, logrando que éste alzara un poco el labio en un amago de sonrisa.

-Es lo que hay, chica –Chascó la lengua-, cuando se desaparece por nueve años tras haber hecho apestosas promesas –Soltó un suspiro-. Tú, me has podido ver en la tele y revistas, sabiendo de mi vida.

Regina, se cruzó de brazos y lo miró con mal humor.

-Si vas a estar con esa actitud pedante, por todo el rato que trate de hablar contigo y averiguar qué ocurrió… Solo vas a conseguir quedarte solo y que me vuelva a marchar, pero para el resto de nuestras vidas –Amenazó achicando los ojos, para infundir más seguridad a sus palabras-. Y créeme, que lo lamentarás tras saber un dato importante que seguro tu amigo te dirá, porque yo no pienso hacerlo, a no ser que me trates con respeto y me des, un punto de duda.

-Está bien –Aceptó con dolor en sus ojos y palabras-. Ilumíname, dime porque debo aceptarte aquí, tras éstos nueve años. Y porque debo aceptar, que me haya llegado el puñetero destino dorado y salgas tú en él –Soltó con un gruñido de enfado-. Porque ahora mismo, no te tengo mucho aprecio que digamos.

Aquella confesión, hizo que la chica abriera los ojos pro sorpresa.


-¿Te ha llegado el sobre? –Repitió en un hilo de voz-. Yo no lo sé –Se alzó de hombros-. Dudo que mi familia me lo diera, si me llegó viviendo en aquella jaula… -Confesó con sinceridad y dolor en sus palabras.

La estudió por unos segundos en silencio. Viendo reflejada en aquella preciosa mujer, a su Regina inocente de dieciocho años, por conocer el mundo a su lado. Logrando, que dejara sus prejuicios de lado y hablara como persona adulta que era.

-Me llegó en casa de Santino y Jaimie, cuando volvieron de su luna de miel –Confesó sin dejar de mirarla a los ojos, no teniéndole miedo a demostrarle así sus sentimientos-. No sabes los nervios que sentí al tenerla en mis manos. No quería abrirla –Gruñó con rabia-. Para mí, tú eras mi destino dorado. No quería que nadie más lo fuera –Sonrió levemente-. Pero por motivos ridículos, me vi obligado abrirla y sorprenderme´, al aparecer tu nombre. Allí, mi corazón, por más que me resultara difícil de creerlo, volvió a desquebrajarse más de lo que ya se hallaba. Pues quedaba demostrado, que siempre habíamos tenido razón. Que no éramos dos adolescentes, cegados por su primer amor y separados, por la opinión social de sus familias. Pero pensé, que el destino me la había dado tarde por error –Confesó, con tono apesadumbrado-. Y resulta que no, que tú estás aquí… Que por lo visto, ha llegado el momento de que vengas a mí –Volvió a resoplar con fuerza para menear la cabeza con gesto negativo-. Dime Regina, por qué apareces ahora. Qué ocurrió en verdad, para que no lo hicieras en la estación, ni por estos nueve años transcurridos –La joven, había bajado la mirada a causa de las lágrimas que caían por sus ojos-. Dime porque tengo qué hacerle caso al destino dorado y tenderte la mano.

-Me mantuvieron por tres días, encerrada en la bodega –Comenzó a explicar, viendo como Sandro fruncía el ceño a causa del mal humor por aquel dato.

-Lo siento –Dijo con apesadumbrado-, pero aún no comprendo, como averiguaron nuestros planes, cuando prácticamente nos íbamos con lo puesto –Aún se denotaba en su timbre de voz, cierta desconfianza-. Nadie sabía de nuestra huida, ni nuestros amigos…

Regina, se limpió las lágrimas una vez más bajo su atenta mirada, triste al saber que los dos habían sido víctimas de su manipuladora familia, arrebatándoles en cierta medida una felicidad que el destino aún apostaba, porque les pertenecía.

Ahora, prácticamente eran dos desconocidos.

-Yo, hubo una cosa que sospechaba por aquel entonces y que no te había contado… -Se hallaba muy nerviosa, si ya veía el dolor que él había sufrido por su separación, cuando supiera que era padre de un magnifico chaval, idéntico a él y que se había perdido todos aquellos años de su existencia, iba a ser un golpe fuerte-. Quería comprobarlo contigo, cuando nos halláramos lejos de mi familia y casados… -Cogió aire-. Pero Florencia, el ama de llaves se dio cuenta y corrió a mi padre…

Sandro, fruncía el ceño intentando aceptar lo que había descifrado en las palabras de la mujer.

-Tú… -Vocalizó con mirada fija en su vientre plano-. Te dejé embarazada –Señaló incrédulo por lo que acababa de descubrir.

Regina, con un mar de lágrimas, asintió con gran energía con su cabeza.

-¡Hijos de puta! –Bramó con gran furia, bajando las piernas de la cama y acercándose a la mujer, para acariciarle la mejilla, con sumo cuidado como hacía antaño-. Nunca debí creerles, tendría que haber ido averiguar si era verdad… -Confesó rabioso por todo el dolor que habían sufrido cada uno por su cuenta, sin el apoyo del otro-. Pero les creía, tu tío simuló muy bien el dolor de tu perdida. Creí que nunca más volvería a verte por mí culpa, por no querer esperar a que tuvieras los dieciocho… Supongo, que te hicieron abortar pequeña, metiéndote en la cabeza que no quería al bebé, que solo me importaban los coches… -Supuso apoyando la mano buena, en el hombro de la chica, para observar como ésta se quedaba un momento paralizada y después, le entregaba una enorme sonrisa.

-Cierto, que me dijeron que tú no querías cargas, ahora que querías empezar un futuro en las carreras –Sus ojos brillaban alegres-. Y les creí… Fui tonta e inocente. Pero Sandro… No consiguieron que abortara.

-¡Qué! –Exclamó sorprendido, mirando a la mujer a los ojos.

-Conseguí poner al doctor de mi parte, no aborté –Una pequeña sensación de esperanza, le hizo sonreír con cariño-. A pesar, de que fuera un bebé rechazado por ti y mi familia –Sandro fue a protestar, pero ella alzó una mano, para detenerlo y que la dejara continuar-. Confieso, que a veces no te odiaba, comprendiendo que un hijo te habría quitado tus sueños. Mírate, lo conseguiste…

-¡Porca miseria! –Bramó a pleno pulmón Sandro, yendo accionar el botón de llamada, para que se acercara alguna enfermera, mientras la mujer veía, como intentaba arrancarse el cable del suero-. ¡Quiero conocerlo! –Se detuvo un momento frustrado-. Cómo pudiste pensar, que prefería los coches a ti y un hijo nuestro…. –Volvió al ataque con los cables-. ¡Dios, por vosotros dos me abría tirado desde un precipicio si hubiese hecho falta! Sin remordimientos por no estar en las carreras… -Una enfermera entró sonriente, para al instante siguiente correr horrorizada a él-. Avise al doctor, que quiero el alta inmediatamente.

-Pero… -La chica, miraba a los dos intentando comprender lo qué ocurría-. No puede…

-¡Poder puedo! –La fulminó con la mirada-. Que no deba, es algo que me atañe solo a mí… ¡Traiga al doctor, por favor!

-Ahora vengo –Dijo la joven, saliendo de allí apresurada.

Regina, aún seguía bloqueada por la actitud del piloto.

-No creo que debas salir hoy –Dijo en un hilo de voz, consiguiendo que se girara a mirarla con enfado.

-¡Ni hablar! –Se pasó su mano no encabestrillada, por el pelo con cierta desesperación-. Tengo que verlo, necesito verlo… Quiero que sepa que yo… -Frunció el ceño-. ¿Sabe quién soy?

Regina, negó con la cabeza.

-Nunca le dije nada malo de ti –Le sonrió para calmar sus miedos-. Solo que por cosas de la vida, tuviste que marcharte –Allí, Sandro volvió a gruñir en desacuerdo-. Pero estamos aquí, porque Max pidió conocer a su padre…

-Max… -Pronunció su nombre con calidez y una sonrisa-. Recuerdo, que una vez dije que me gustaba ése nombre si llegábamos a tener un niño –La miró agradecido-. Gracias y perdóname.

Ella, se alzó de hombros.

-Acabamos de descubrir –Dejó caer una lágrima-. Que no tenemos nada que perdonar. Solo que éramos jóvenes y nos manipularon…

-Tienes razón –Se mordió el labio con rabia.

-Que te parece, si mañana te recojo yo cuando te den el alta médica –Habló con voz suave-. Y te llevo a conocer a tu hijo… Déjame  el día de hoy, para contarle toda la verdad.

Sandro, aceptó de inmediato. Sabiendo que era lo mejor.

-Aún me quedan dos horas, antes de recogerlo donde lo dejé –Dijo con cierto miedo y duda de ser rechazada-. ¿Quieres que te traiga algo, o te busque algo?

-Quiero que te quedes aquí conmigo, quiero volver a conocerte.


1 comentario:

  1. OHHHHHHHHHH QUE HERMOSA SORPRESAA!! Añoraba esta historia, lo sabes. Precioso reencuentro y qué bueno que no haya malosentendidos...Ahhhh, ahora quiero verlso con sus niños y que si alguien se interpone le pasen por arriba con el auto

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