miércoles, 22 de junio de 2016

No puede ser amor 2° -Gaby Ruiz



Ser despertado en la mañana por la mandona voz de tu padre, no era precisamente el despertar ideal para nadie.  Menos para Alex.  Su padre, Sebastien Lucerni, era un hombre de encantador carácter… con las mujeres. Sacudió su cabeza e intentó concentrarse en lo que estaba diciendo, pero él aún seguía sumido en las profundidades de su sueño.  Casi soltó un suspiro.  ¡Esto no podía seguir así!
–¡Alex! ¿Me estás escuchando? –una grave voz inquirió por el teléfono–  Siento si te desperté pero imaginé que estarías ya en la oficina, ¿no?
–¿Oficina? –dijo soñolientamente–. ¿De dónde me estás llamando papá?
–De la matriz en…  –se calló abruptamente.
–¡Aquí son las seis de la mañana del sábado! –exhortó Alex a su padre que se había quedado en silencio–. ¿Ya lo notaste no? –ironizó.

–Verdaderamente lo siento –contestó Sebastien al otro lado de la línea, y en su voz no se escuchaba ni una pizca de remordimiento– es importante el asunto y no puede esperar hijo.  Además que no te vendría nada mal madrugar –rió con malicia.
–¿Nunca cambiarás, verdad padre? Estoy empezando a creer que disfrutas torturando a tus hijos –revoleó los ojos Alex.
–¿A mis hijos? No escucho que Daila se queje –contestó con notable buen humor.
–No veo que a ella la trates así  –Alex rió negando con su cabeza y preguntó– ¿Ha mejorado tu humor de pronto?
–Yo siempre estoy de buen humor –espetó con naturalidad– es parte de ser un encantador conquistador…
–Y eso tú lo sabes muy bien –nuevamente movió su cabeza en gesto reprobador Alex.
–Y tú también hijo, no tengo ninguna duda –habló con algo de ¿censura? en su voz.
–¿Qué diablos se supone significa eso? –Alex inquirió con impaciencia–  Pero a estas horas no estoy para juegos padre…
–Alexandre Lucerni no me hables así –el tono duro de su padre lo sorprendió.  Él nunca le había hablado de esa manera– Esto no es un juego, hijo.  Te lo podrá parecer, pero no es así –dijo enigmáticamente.
–¿A qué exactamente te refieres? –confuso preguntó.
–Tú lo sabes perfectamente y puedes aplicarlo en los puntos de tu vida que te plazca –Sebastien ignoró dar una respuesta directa y continuó– ¿Ahora podemos hablar?
–¿Y que se supone hemos estado haciendo hasta ahora? –Alex contestó insolentemente.
–Alex, aún eres un niño  –soltó un bufido Sebastien– Espero que ya crezcas, aunque si eres tan parecido a mí como dicen aún te tomará un largo tiempo… 
Los dos rieron, dos risas exquisitamente ricas y masculinas.  No cabía duda, Alex era el vivo retrato de su padre.  Un seductor, adinerado e imponente hombre. 
–Entonces no tienes que quejarte ya que fue tu herencia, padre –bromeó Alex.
–Sí, no lo niego.  Estoy orgulloso de mi casi copia perfecta –rió y añadió– excepto…
–… el cabello  –dijeron al unísono y sonrieron.  Alex recordaba aún a su padre bromeando con su madre sobre el “pequeño fallo de color” que se había dado. Su cabello, dorado como el oro, contrastaba evidentemente con el negro cabello de su padre.
 –Ese sí lo heredaste de tu madre –su padre habló con un toque dulce en su voz–. ¿No sabías que estaba aquí? –preguntó de pronto.
–Evidentemente, ¿por qué lo sabría padre? Tú vives viajando de Los Ángeles a Italia y viceversa. 
–Estoy aquí hace más de una semana…  –reprochó él.
–¿Tanto? –se extrañó Alex. Su padre viajaba mucho sí, pero por un par de días como máximo o siempre llevaba a su madre, Dome, con él.
–No has ido por la casa estos días, adivino  –el tono sarcástico de la voz de su padre fue muy efectivo en hacerlo sentir culpable.  Siempre lo era.
–No. He estado muy ocupado con mis asuntos.
–Tú generalmente estás ocupado con tus asuntos pero no dejas de visitar a tu madre.  ¿De qué huyes, hijo?  –Sebastien murmuró.
–¿Huir? –Alex se puso nervioso.  Su padre lo conocía tan bien, en todas sus conversaciones, Alex siempre tenía la impresión que su padre sabía mucho más de lo que decía– Te equivocas padre, solo he estado con más trabajo de lo normal. Es todo.
–Está bien, Alex.  Pero no olvides que hay prioridades en esta vida… hasta más tarde –y colgó sin darle tiempo a despedirse. Así era Sebastien, impredecible y sorprendentemente razonable. ¿Entendería alguna vez a su padre?
Se levantó y ¿qué había sido tan importante para despertarlo?  Su padre, lo había olvidado.  Sí, como no.  Sebastien Lucerni olvidando algo… esa era una escena posible solo cuando el infierno se congelara.
–¡Maldición! –espetó Alex a su reflejo en el espejo.  Su padre lo había hecho a propósito.  ¿Por qué?  ¿Qué es lo qué quería averiguar?
Fue a prepararse algo rápido de desayuno.  Ya que estaba levantado, aprovecharía para ir a visitar a su madre y preguntarle de la misteriosa llamada de su padre.  ¿Sería que ella se lo pidió?
Repasó rápidamente la inútil y sinsentido charla anterior.  ¿De qué huyes?  Esa pregunta aún se le clavaba en la mente.  No, no huía de nada…  de… ¿ella?  ¿Acaso su padre sospechaba algo de Aurora?  ¡No, imposible!  Sebastien era muy perspicaz, pero él había sido cuidadoso siempre. 
Debido a que su amor por Aurora surgió tempranamente en él, Alex había aprendido a disimular muy bien sus sentimientos… a fingir muy bien sentimientos que no tenía también.  Él estaba prácticamente seguro que nadie, absolutamente nadie sospechaba de su amor por Aurora. Nadie lo podía conocer tan a fondo, nadie podía estar tan al pendiente como para notarlo.
Si había alguien que podía predecir alguna conducta de Alex, esa persona era Danaé.  Ella reflexionaba sobre esto mientras mordisqueaba un pedazo de pastel de chocolate.  A esa hora era poco usual que alguien estuviera despierto, pero ella por sus pesadillas, no era muy dada a quedarse en cama.  Por lo tanto, era madrugadora por regla general.  Y ya en la casa, todos conocían ese extraño hábito y ya no hacían preguntas.  Danaé solía tomarse ese tiempo para escribir algo o simplemente acurrucarse en su sofá favorito y mirar pasar las horas.

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