Ser despertado en la mañana por la
mandona voz de tu padre, no era precisamente el despertar ideal para
nadie. Menos para Alex. Su padre, Sebastien Lucerni, era un hombre de
encantador carácter… con las mujeres. Sacudió su cabeza e intentó concentrarse
en lo que estaba diciendo, pero él aún seguía sumido en las profundidades de su
sueño. Casi soltó un suspiro. ¡Esto no podía seguir así!
–¡Alex! ¿Me estás escuchando? –una
grave voz inquirió por el teléfono–
Siento si te desperté pero imaginé que estarías ya en la oficina, ¿no?
–¿Oficina? –dijo soñolientamente–. ¿De
dónde me estás llamando papá?
–De la matriz en… –se calló abruptamente.
–¡Aquí son las seis de la mañana del
sábado! –exhortó Alex a su padre que se había quedado en silencio–. ¿Ya lo
notaste no? –ironizó.
–Verdaderamente lo siento –contestó
Sebastien al otro lado de la línea, y en su voz no se escuchaba ni una pizca de
remordimiento– es importante el asunto y no puede esperar hijo. Además que no te vendría nada mal madrugar –rió
con malicia.
–¿Nunca cambiarás, verdad padre? Estoy
empezando a creer que disfrutas torturando a tus hijos –revoleó los ojos Alex.
–¿A mis hijos? No escucho que Daila se
queje –contestó con notable buen humor.
–No veo que a ella la trates así –Alex rió negando con su cabeza y preguntó–
¿Ha mejorado tu humor de pronto?
–Yo siempre estoy de buen humor –espetó
con naturalidad– es parte de ser un encantador conquistador…
–Y eso tú lo sabes muy bien
–nuevamente movió su cabeza en gesto reprobador Alex.
–Y tú también hijo, no tengo ninguna
duda –habló con algo de ¿censura? en su voz.
–¿Qué diablos se supone significa eso?
–Alex inquirió con impaciencia– Pero a
estas horas no estoy para juegos padre…
–Alexandre Lucerni no me hables así –el
tono duro de su padre lo sorprendió. Él
nunca le había hablado de esa manera– Esto no es un juego, hijo. Te lo podrá parecer, pero no es así –dijo
enigmáticamente.
–¿A qué exactamente te refieres? –confuso
preguntó.
–Tú lo sabes perfectamente y puedes
aplicarlo en los puntos de tu vida que te plazca –Sebastien ignoró dar una
respuesta directa y continuó– ¿Ahora podemos hablar?
–¿Y que se supone hemos estado
haciendo hasta ahora? –Alex contestó insolentemente.
–Alex, aún eres un niño –soltó un bufido Sebastien– Espero que ya
crezcas, aunque si eres tan parecido a mí como dicen aún te tomará un largo
tiempo…
Los dos rieron, dos risas
exquisitamente ricas y masculinas. No
cabía duda, Alex era el vivo retrato de su padre. Un seductor, adinerado e imponente
hombre.
–Entonces no tienes que quejarte ya
que fue tu herencia, padre –bromeó Alex.
–Sí, no lo niego. Estoy orgulloso de mi casi copia perfecta –rió
y añadió– excepto…
–… el cabello –dijeron al unísono y sonrieron. Alex recordaba aún a su padre bromeando con
su madre sobre el “pequeño fallo de color” que se había dado. Su cabello,
dorado como el oro, contrastaba evidentemente con el negro cabello de su padre.
–Ese sí lo heredaste de tu madre –su padre
habló con un toque dulce en su voz–. ¿No sabías que estaba aquí? –preguntó de
pronto.
–Evidentemente, ¿por qué lo sabría
padre? Tú vives viajando de Los Ángeles a Italia y viceversa.
–Estoy aquí hace más de una
semana… –reprochó él.
–¿Tanto? –se extrañó Alex. Su padre viajaba
mucho sí, pero por un par de días como máximo o siempre llevaba a su madre,
Dome, con él.
–No has ido por la casa estos días,
adivino –el tono sarcástico de la voz de
su padre fue muy efectivo en hacerlo sentir culpable. Siempre lo era.
–No. He estado muy ocupado con mis
asuntos.
–Tú generalmente estás ocupado con tus
asuntos pero no dejas de visitar a tu madre.
¿De qué huyes, hijo? –Sebastien
murmuró.
–¿Huir? –Alex se puso nervioso. Su padre lo conocía tan bien, en todas sus
conversaciones, Alex siempre tenía la impresión que su padre sabía mucho más de
lo que decía– Te equivocas padre, solo he estado con más trabajo de lo normal. Es
todo.
–Está bien, Alex. Pero no olvides que hay prioridades en esta
vida… hasta más tarde –y colgó sin darle tiempo a despedirse. Así era
Sebastien, impredecible y sorprendentemente razonable. ¿Entendería alguna vez a
su padre?
Se levantó y ¿qué había sido tan
importante para despertarlo? Su padre, lo
había olvidado. Sí, como no. Sebastien Lucerni olvidando algo… esa era una
escena posible solo cuando el infierno se congelara.
–¡Maldición! –espetó Alex a su reflejo
en el espejo. Su padre lo había hecho a
propósito. ¿Por qué? ¿Qué es lo qué quería averiguar?
Fue a prepararse algo rápido de
desayuno. Ya que estaba levantado,
aprovecharía para ir a visitar a su madre y preguntarle de la misteriosa
llamada de su padre. ¿Sería que ella se
lo pidió?
Repasó rápidamente la inútil y
sinsentido charla anterior. ¿De qué
huyes? Esa pregunta aún se le clavaba en
la mente. No, no huía de nada… de… ¿ella?
¿Acaso su padre sospechaba algo de Aurora? ¡No, imposible! Sebastien era muy perspicaz, pero él había
sido cuidadoso siempre.
Debido a que su amor por Aurora surgió
tempranamente en él, Alex había aprendido a disimular muy bien sus
sentimientos… a fingir muy bien sentimientos que no tenía también. Él estaba prácticamente seguro que nadie,
absolutamente nadie sospechaba de su amor por Aurora. Nadie lo podía conocer
tan a fondo, nadie podía estar tan al pendiente como para notarlo.
Si había alguien que podía predecir
alguna conducta de Alex, esa persona era Danaé.
Ella reflexionaba sobre esto mientras mordisqueaba un pedazo de pastel
de chocolate. A esa hora era poco usual
que alguien estuviera despierto, pero ella por sus pesadillas, no era muy dada
a quedarse en cama. Por lo tanto, era
madrugadora por regla general. Y ya en
la casa, todos conocían ese extraño hábito y ya no hacían preguntas. Danaé solía tomarse ese tiempo para escribir
algo o simplemente acurrucarse en su sofá favorito y mirar pasar las horas.
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