martes, 2 de febrero de 2016

Nueva Lectura Prejudice Meets Pride

Después de años de ahorrar y luchar por conseguir ser aprobada en la escuela de arte, el duro trabajo de Emma Makie finalmente da sus frutos con la oferta de un trabajo de ensueño. 

Pero cuando ocurre una tragedia, no tiene más remedio que hacer una carrera a través del país mudándose a Colorado Springs para tener la custodia temporal de sus dos sobrinas.


Ella no tiene dinero, no hay perspectivas de empleo, y no tenía idea de cómo ser una madre de dos niñas, pero ella no está dispuesta a dejar que eso la detenga. 
Tampoco está a punto de aceptar la ayuda de Kevin Grantham, su guapo vecino, que parece pensar que ella es incapaz de hacer algo por su cuenta.
Prejuicio conoce a orgullo es la historia de un tipo que piensa que tiene todo resuelto y una chica que no tiene miedo de mostrarle que no lo tiene.
Se trata de aprender lo que significa confiar, descubrir cómo dar y tomar, y darse cuenta de que no todos tienen la oportunidad de elegir a la persona de quien se enamoran.
A veces, el amor los elige.



Bien, aquí os traigo una nueva recomendación, la cual me intrigó mucho. Prometo deciros en poco, que me pareció.

 Si a  alguien le interesa... 


Aquí os dejo el primer Capítulo

Si Emma recibiera un dólar por cada vez que su vida daba un giro inesperado, no un giro tan grande, tendría suficiente dinero para una mansión frente al mar en Maui. Pero la vida no funcionaba así y, en el mundo de las mansiones frente al mar, tenía más probabilidades de ser la lavandera de otra persona. En realidad, sería la criada de la dama, ya que la mayoría de la gente en el sector de servicios probablemente tenía más dinero en su cuenta bancaria que ella en este momento.

Pero, como su madre siempre decía: Si la vida te da limones, ponle un montón de azúcar y haz limonada.

Si solo los montones de azúcar no fueran tan difíciles de conseguir, sobre todo ahora, cuando la vida de Emma había tomado el giro más difícil.

Tiró con fuerza de la palanca de cambio y el Datsun de treinta años cambió de la tercera a segunda marcha, aminorando su velocidad. Mientras conducía lentamente por la tranquila carretera suburbana, contempló la luz de la tarde, buscando la casa número 311.

Cuando encontró los números en un buzón, Emma se detuvo al lado de la acera y apagó su motor, luego esperó a que el traqueteo cesara. Se habría estacionado en la entrada del garaje si Sunshine1 no dejara escapar aceite. Pero por lo menos todavía funcionaba, por lo menos la había llevado a ella y a las niñas de Ohio a Colorado y al menos la pintura amarillo mostaza enmascaraba el óxido que había conseguido.


A través de la luz regulada, Emma miró la casa. Su casa. Situada en un pequeño barrio a las afueras de Colorado Springs, se destacaba como una mala hierba en un jardín de flores en comparación con las otras casas bien cuidadas en la calle. Dientes de león prosperaban en lo que parecía ser césped muerto, la pintura estaba descascarillada tanto en la puerta del garaje como en la principal y telarañas cubrían las esquinas de las ventanas. Parecía lastimosamente cansada y descuidada, como si estuviera lista para ser sacada de su miseria por la versión de la eutanasia de los bienes raíces.

Pero Emma no creía en la eutanasia. Creía en arreglar las cosas y desgastarlas hasta el final. Hacer que pasaran o prescindir de ellas. Creía en las segundas oportunidades, que era exactamente lo que le daría a esta casa, tan pronto como encontrara trabajo y repusiera su cuenta bancaria.

Cosa fácil, trató de decirse a sí misma mientras miraba por encima del hombro a las dos niñas dormidas en el asiento trasero. Sus hermosas sobrinas ahora eran su responsabilidad, por lo menos durante el siguiente año. Cómo pensaba hacerlo seguía siendo un misterio, pero Emma encontraría una manera. Siempre lo hacía.

Alargó su brazo sobre el asiento y empujó a una de las niñas.

—Kajsa, es hora de despertar. Estamos aquí. —Dos grandes ojos azules se asomaron por debajo del ala de un sombrero de vaquera color marrón que había estado torcido, solo para desaparecer detrás de gruesas pestañas de color marrón claro. Emma le dio otro empujón—. Kajsa, ¿no quieres ver nuestra nueva casa y tu nueva habitación?

La pequeña boca de la niña se abrió en un bostezo, revelando una gran brecha donde habían estado una vez sus dos dientes de leche. Con casi seis años y medio, los dientes permanentes habían empezado a tomar el relevo.

—¿Finalmente estamos aquí? —Sus ojos perdieron su sueño y una gran sonrisa reemplazó al bostezo.

Después de un largo viaje de dos días desde la antigua residencia de su hermano en Ohio, Emma podía entender el sentimiento. Finalmente estaban en el lugar que podrían empezar a llamar casa. Al menos por ahora.

—Vamos, saca tus cosas —dijo Emma—. Llevaré a Adi dentro.

Aunque Adelynn solo era catorce meses más pequeña que Kajsa, era más propensa a las rabietas, en especial cuando estaba cansada, así que Emma no se atrevió a despertarla. Todavía no de todos modos. Bajó del auto y estiró sus brazos detrás de su espalda, relajando los músculos de sus doloridos hombros y espalda. El final de la tarde calurosa de agosto se cerró a su alrededor como una manta eléctrica demasiado caliente. Esperaba que la casa tuviera aire acondicionado o al menos un refrigerador a vapor. La puerta trasera chirrió mientras la abrió para ayudar a Kajsa a recoger sus cosas. Luego levantó cuidadosamente a Adelynn, quien parecía haber ganado cinco kilos desde ayer.
Pateando la puerta del auto, la cerró tras ellas, se dirigió hacia el porche delantero, dándose cuenta demasiado tarde que probablemente debería haber abierto la puerta antes de recoger a Adelynn para entrar. Torpemente, buscó en su bolso con una mano y sus dedos finalmente se cerraron alrededor de sus llaves. Introdujo la llave en la cerradura y le dio un enérgico giro, rezando porque funcionara y que un sofá la estuviera esperando al otro lado de la puerta para relevarla de su carga. La cerradura se atascó por un momento y luego dio vuelta.

—Kajsa, ¿podrías abrir la puerta por mí, por favor? —dijo.

Kajsa asintió y giró el pomo, empujando la puerta y abriéndola. Chirrió quejándose, como si tuviera una rabieta propia por haber sido despertada. En el interior, un sofá parecía abrirle los brazos y Emma se tambaleó pasando a Kajsa, dejando con gratitud a Adelynn abajo. Un puf de polvo llenó el aire alrededor de la niña mientras sus ojos se abrían, ojos que no se veían ni un poco somnolientos.

La mirada de Emma se estrechó.

—Has estado despierta todo este tiempo, ¿verdad?

Una sonrisa frunció los adorables labios de Adelynn mientras asentía y reía.

—Tramposa —dijo Emma, haciéndole cosquillas en las costillas.

Otra risita sonó y no pudo evitar sonreír a cambio. Cuando cualquiera de las niñas se reía, se derretía. 
El sonido era demasiado lindo.

—¿Esta es nuestra nueva casa? —dijo Adelynn, moviendo esos grandes ojos de cachorro en el espacio alrededor de ellas.

Las dos niñas tenían el grueso cabello rubio oscuro de su padre y ambas lo tenían largo. Aparte de sus diferentes colores de ojos y altura, podrían perfectamente pasar por gemelas. Pero ahí era donde la similitud entre ambas terminaba. Kajsa era cien por cien una marimacha aventurera, mientras Adelynn era una princesa al ciento diez por cien. Pero de alguna manera, eran amigas íntimas.

Emma le tendió la mano a la niña para que la tomara.

—Vamos, miremos alrededor y veamos nuestra nueva casa. —No tomó nada de persuasión para que Adelynn saltara del sofá y gritara:

—¡Sí!

Mano con mano, las tres se embarcaron en un tour guiado por la casa vacía de la tía abuela de Emma, Maude, ahora fallecida. A través de una abertura en arco fuera de la habitación del frente, encontraron una pequeña cocina y un pequeño rincón pintoresco para el comedor. Una gruesa capa de polvo cubría todo, haciendo a Emma ansiosa por limpiar todo y descubrir las superficies ocultas debajo. Tan pronto como pudiera, derribaría el muro que cerraba la cocina de la sala de enfrente y abriría todo. Una gran isla encajaría perfectamente en su lugar; ya podía verse a sí misma estirando la masa o cortando las verduras, mientras las niñas coloreaban o trabajaban en sus tareas escolares.

Al final del pasillo, descubrieron tres dormitorios, un baño, un pequeño lavadero y mucho más polvo. Dado que las niñas necesitaban un lugar limpio para dormir, despojó rápidamente las camas y metió las sábanas en una antigua lavadora. Puso un poco del viejo jabón con costra que encontró en el armario, lo tiró dentro y rezó para que la empresa de servicios públicos hubiera cumplido con su promesa de poner el agua hoy. Afortunadamente, cayó en la máquina y comenzó a agitarse.

Sonrió, sintiendo como si acabara de añadir una cucharada de azúcar a su limonada ahora no del todo tan amarga.

—¡Quiero esta habitación! —gritó Kajsa, corriendo hacia una habitación en el vestíbulo y saltando sobre una cama matrimonial. Una ventana dejaba ver la encantadora bahía daba al patio delantero.

—No, ¡Yo quiero esta habitación! —argumentó Adelynn, tratando de sacar a su hermana de la cama.

—Yo lo dije primero.

Adelynn volvió sus grandes y tristes ojos a Emma y sus labios temblaron.

—Pero quiero esta habitación.

Reprimiendo una sonrisa, Emma se agachó junto a las niñas, poniendo un brazo alrededor de cada una de ellas y tirando de ellas más cerca.

—Esta es realmente una habitación grande. ¿Qué piensan niñas de compartirla? Podríamos pintar las paredes amarillas y…

—Pero quiero las paredes verdes —intervino Kajsa.

—¡Y yo las quiero rosas! —agregó Adelynn. Uy. ¿Ahora qué? Emma pensó rápidamente.

—¿Qué pasa si las pintamos verde y rosa? Ambas como Tinkerbell, ¿verdad? Podríamos convertir esta en una habitación de hadas. —Kajsa frunció el ceño, viéndose dispuesta a discutir, por lo que Emma precipitó—: Puedo pintar un árbol grande en aquel rincón y podemos colgar un columpio del techo con una enredadera alrededor de las cuerdas. Habrá hadas rosadas y azules y verdes y amarillas en todas partes, y podemos poner estrellas que brillen en la oscuridad en el techo, de modo que al apagar las luces, se vean como si estuvieran fuera, tendidas en el césped. ¿Qué piensan de eso? —Contuvo el aliento esperando su respuesta.

Ambos fruncidos de ceño de las niñas se convirtieron en sonrisas y sus risitas adorables sonaron. Emma dejó escapar un suspiro de alivio. Ahora todo lo que tenía que hacer era seguir adelante con esa promesa, después que encontrara trabajo. Esperaba que las niñas pudieran ser pacientes.

—Muy bien —dijo Emma—. Ahora que eso está arreglado, ¿qué dicen de sacar las cosas del auto, encontrar mi teléfono y llamar a papá?

—¡Sí! —Ambas aplaudieron mientras corrían hacia la puerta.

Las vio irse, deseando algo de su energía. Después de dos días en el auto, quería derrumbarse en uno de los polvorientos colchones y cerrar los ojos.

En cambio, siguió a las niñas fuera. No tomó mucho tiempo para desempaquetar el pequeño baúl que contenía sus escasas pertenencias y pronto se acurrucaron juntas en el sofá, esperando la llamada por chat.

Noah respondió después del segundo timbrazo y su delgado rostro llenó la pantalla. Sus ojos parecían cansados, con el cabello despeinado y su rostro estaba cubierto de todo un día de crecimiento. Se veía de la forma en que Emma se sentía.

—¡Papá! —exclamaron ambas niñas al unísono—. ¡Te echamos de menos!

—Yo también las echo de menos, pequeñas. —La expresión de anhelo en su rostro decía lo mismo, no era que Emma hubiera pensado lo contrario. Cuando se trataba de ser padre, su hermano era el mejor. Era la parte de proveer la que siempre presentaba el desafío—. Así, ¿qué tal la casa? ¿Huele como a bolas de naftalina? —preguntó Noah.

—¿Qué es una bola de naftalina? —Adelynn hizo una mueca, al parecer sin gustarle el sonido de eso.

—Vamos a compartir habitación —interrumpió Kajsa, sonando a punto de estallar—. La tía Emma va a pintar un árbol grande en la pared y a colgar columpios y…

—¡Y habrá un montón de hadas! —insertó Adelynn, con las bolas de naftalina en el olvido.

—¡Y estrellas! —agregó Kajsa.

—Suena como la habitación perfecta para mis hijas —dijo él—. Estaré muy contento de verla en Navidad.

—Si está para entonces —bromeó Emma, haciéndoles cosquillas a las niñas y provocando que rieran.

—¿Cómo es el vecindario? —preguntó Noah.

—Está bien —dijo Emma—. Esta casa es la única monstruosidad en la calle. Es mucho más pequeña que el resto, está en mal estado y el patio es horrible. Los pobres vecinos probablemente están deseando que alguien la arregle.

Noah se rió entre dientes.

—Con tu creatividad, estoy seguro de que lo tendrás arreglado en muy poco tiempo.

Si tuviera dinero a su nombre, estaría de acuerdo, pero en este momento estaba más preocupada por cómo iba a permitirse comida o comprar más pañales para Adelynn, que aún se orinaba en la cama la mitad de las veces.

—Te envié un cheque, Emma. Cámbialo, ¿de acuerdo? ¿Por favor?

—Está bien —respondió Emma, sabiendo que nunca lo haría, o al menos, con la esperanza de nunca hacerlo.

Ese había sido el trato. Él ganaría mucho dinero, le enviaría algo y luego trataría de ahorrar el resto cuanto más pudiera. Pero Emma quería que guardara algo más que el resto. Con dos niñas por criar, lo necesitaría con el tiempo. Ella, por su parte, solo tenía que conseguir pasar el año.

Noah miró su reloj y ahogó un bostezo.

—Perdón por hacer esto tan rápido niñas, pero es tarde aquí y tengo que estar despierto a primera hora. Hablaré más tiempo con ustedes mañana. —Colocó dos dedos en sus labios y luego los plantó en la cámara—. Besos a mis niñas. Las quiero y las extraño a ambas.

—¡Yo también te quiero, papá! —exclamaron ellas.

—Oye, ¿Emma?

—¿Sí? —Emma hizo una pausa, su pulgar se cernió sobre el botón de finalizar llamada.

—Gracias —dijo él.

—No hay problema. —Emma cerró la laptop con un chasquido.

Miró a su alrededor, sintiendo el peso de la responsabilidad aterrizar sobre sus hombros como una pesada manta. Si tuviera más energía, metería a las niñas de nuevo en su auto y saldría a la tienda de comestibles esa noche, pero no podía hacerlo. Necesitaba un descanso del auto y ellas también. Además, ya habían comido una hamburguesa y patatas fritas para la cena y podían sobrevivir con los pocos bocados restantes hasta la mañana. Tal vez incluso podría hacer tortitas o algo así, cualquier cosa, además de cereales fríos.

Obligando a sus hombros a moverse hacia atrás, Emma se enderezó. Podía hacer esto. De algún modo habían pasado las dos últimas y agotadoras semanas, casi habían logrado llegar hasta hoy y sobrevivirían hasta mañana. En poco tiempo, las cosas se verían mejor.

Pero eso fue antes que les prometiera a las niñas un baño y pronto se dio cuenta que se había olvidado encender el calentador de agua.


El sol se hundió tras el horizonte, cubriendo el mundo, en un misterioso crepúsculo gris que pasaba a ser el menos preferido de Kevin. Todo se sentía como indeciso y sombrío hasta que el cielo se encendía mientras la tinta azul de la farola y la casa parpadeaba a la vida de nuevo. Odiaba la indecisión.

Presionó el acelerador, disfrutando de la forma en que el viento azotó su rostro mientras su nuevo Lexus IS rojo convertible respondía de inmediato. De cero a 60 mph en 5.8 segundos era nada menos que impresionante. No es que condujera con regularidad de esa manera, pero lo había probado una o dos veces.

Después de pasar diez años de clases y prácticas en solo ocho años, la práctica dental pediátrica de dos años ahora prosperaba y este auto era su recompensa. A la edad de veintiocho años, su vida estaba en el camino correcto, como debía estar. Había trabajado duro para llegar a este punto.

Dio vuelta en su calle y frenó cuando vio un viejo y desconocido auto de un enfermizo amarillo al lado de la carretera. Al acercarse, se dio cuenta que estaba estacionado delante de la vieja casa abandonada al lado de la suya. Redujo su auto hasta detenerse y miró más allá del espantoso Datsun a la casa, donde una luz brillaba detrás de la cortina que colgaba en la ventana del frente, como si alguien estuviera viendo la televisión. Con la casa descuidada como telón de fondo, el auto parecía un ajuste perfecto.

Genial, simplemente genial. Dejó caer la cabeza hacia atrás contra el reposacabezas y frunció el ceño. Hacía dieciocho meses, había comprado su primera casa en una hermosa calle suburbana. La casa junto a la suya no era espectacular, pero Maude había hecho lo mejor que pudo para mantener el ritmo y el patio se había visto realmente agradable. Pero desde que había fallecido, era como si la casa hubiera muerto con ella y nadie había venido a reclamarla.

Hasta ahora.

Un golpecito en su hombro lo hizo saltar.

—Hola, Kev —dijo su vecina Becky, quien vivía en al otro lado de la calle de la monstruosidad.

La mitad de su corto cabello rubio estaba recogido en una cola de caballo, con el resto escapando porque no alcanzaba el elástico. Una mancha de tierra empañaba su mejilla.

—Hola, Beck. —No tuvo que forzar el cuello para mirarla. Su altura coincidía con la longitud de su cabello. Baja—. Parece que has estado trabajando en tu jardín de nuevo.

—¿Cómo lo sabes? —bromeó ella.

Hizo un gesto hacia su mejilla.

—Tienes un poco de algo allí. Es demasiado pronto para ser chocolate, así que tiene que ser tierra.

Ella no se molestó en tratar de limpiarla.

—Nunca es demasiado temprano para el chocolate.

Él se rió entre dientes.

—Aun así creo que es tierra. Ningún patio puede verse tan bien sin algún daño residual. Tus rodillas están embarradas también.

—Está bien, Sherlock, ¿puedo entender también que has notado que tenemos algunos nuevos vecinos? —Asintió en dirección al auto feo, sonriendo como si solo le hubiera dado una gran noticia.

Pero no era una gran noticia. No le sorprendería que se despertara con una exhibición ostentosa de flamencos rosados repartidos por toda la tierra de los dientes de león. Aunque no había movimiento de camiones todavía, así que tal vez no. Se iluminó. Tal vez estaban aquí para limpiar la casa y poner un letrero de venta. Entonces, tal vez, algunas personas que realmente se preocuparan un poco acerca de las apariencias se mudarían en su lugar.

—Sí, me ya di cuenta —dijo Kevin—. Es un poco difícil no hacerlo. Ese auto, eh... definitivamente hace una declaración.

Becky se rió y apoyó la cadera contra la puerta del auto, probablemente dejando marcas de manchas. 
Cruzó los brazos sobre su pecho.

—No puedo esperar a conocerlos. Esa casa ha estado vacía demasiado tiempo.

—¿Crees que están aquí para quedarse? —Por favor, no.

—Espero que sí. Se veían como una pequeña linda familia y necesitamos más niños en esta calle.

—¿Niños? —Grandioso.

Disfrutaba de los niños y todo, eran parte de su trabajo; pero las visiones de triciclos, tiza y juguetes esparcidos alrededor de la hierba frágil entraron en su cabeza. Sí, conocía bien el rastro de destrucción que dejaban atrás. La mesa de Lego en su sala de espera le había enseñado mucho.

—Dos niñas —dijo Becky—. Eran adorables.

—Pensé que no las habías conocido todavía.

—No lo he hecho —respondió Becky—. Estaba en la cocina cuando se presentaron y no pude evitar mirar furtivamente.

—Oh, ¿así que ahora eres Sherlock? —comentó secamente.

Becky golpeó juguetonamente su hombro.

—Mañana, después del trabajo, les llevaré la cena para poder conocerlas. Tal vez lleve a Sam. Sería una gran niñera si alguna vez necesitan una.

Kevin negó ante Becky.

—No hay una camioneta de mudanza. Mi conjetura es que no están aquí para quedarse.

Becky se apartó de la puerta y le dio un toque a su auto.

—Sigue y cree lo peor, si lo deseas. Yo, por el contrario, les llevaré la cena mañana y esperaré lo mejor.

Pero eso era todo. Kevin esperaba lo mejor.

—Sí, haz eso, Beck. Te veré luego.

Su pie golpeó el pedal del acelerador una vez más y, mientras sacaba su auto, esperó a que la puerta de su garaje se abriera. El cielo se había oscurecido lo suficiente como para hacer que la farola parpadeara encendiéndose.

Una pequeña sonrisa apareció en sus labios cuando entró en su prístino garaje.
Sin camioneta de mudanza, sin nuevos vecinos.

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