domingo, 7 de septiembre de 2014

Heridas de amor 11



Desayunaron en silencio, y antes de irse a trabajar, él  le preguntó qué quería hacer.
-¿Quieres quedarte un rato más aquí? ¿Hago que traigan la silla de ruedas para que puedas andar por tu cuenta?
-Llévame  a la habitación, quiero descansar.
-Liz...
-Por favor, Cristhian. Quiero leer algo o mirar una película, necesito un poco de tranquilidad.
-De acuerdo, por esta vez – dijo y nuevamente la cargó en brazos para llevarla hasta la cama.
-Intentaré regresar temprano.
-No tienes que hacerlo, de hecho preferiría verte lo menos posible.
-Lo sé, pero las cosas no siempre salen como uno quiere, ¿verdad? –  dijo y luego se marchó sin darle tiempo a responder, apenas unos minutos después entró Margueritte para preguntarle en qué podía ayudarla.
-¿Hay algo que pueda leer? – preguntó.
-Sí, señorita hay una buena biblioteca en la sala.¿ Le traigo alguno?
-Sí.
-¿Algo en particular?
-Cualquiera....- respondió y era verdad , nada le interesaba demasiado, sólo se trataba de dejar pasar el tiempo y distraer su mente. También quería calmar la ansiedad, la ansiedad que  le producía su nueva situación y sobre todo la presencia de Cristhian Kensington en su vida. Cada vez que lo tenía cerca el pasado y el presente se confundía y la sumergía en un torbellino de emociones que no estaba preparada para enfrentar.
Leyó un par de libros, luego miró algunos programas de televisión al azar, pero se sentía irritada. Pensó en contactar a Robert o a sus conocidos, pero sinceramente no quería verlos. Ver la lastima en sus miradas era más de lo que podía soportar.
Finalmente se quedó dormida, dormir parecía ser la mejor opción, sumirse en el olvido y la inconciencia. Y tal vez tener un sueño donde podía bailar de nuevo.
Cristhian había trabajado extra para poder volver temprano a la casa, había sido un día de locos para todos en la empresa pero no habían tenido más remedio que apegarse al ritmo infernal de su jefe. Sin embargo él no había perdido su energía y el cansancio se había evaporado ante la idea de que Elizabeth estaba en la casa.
Se sintió desilusionado cuando la encontró dormida. Pensó en despertarla para que comiera, pero finalmente decidió dejarla descansar, el accidente aún era reciente y era comprensible que ella necesitara tiempo para aceptar lo sucedido. Pero estaba preocupado, la veía encerrarse, levantar muros y eso no era bueno. Jamás habría imaginado un reencuentro así, de haber sabido , hubiera tomado otras decisiones.
Le quitó el cabello de la frente y la cubrió bien con las mantas, quisiera ella o no, esta vez iba a quedarse a su lado hasta que volviera a ser la brillante Elizabeth. Se lo debía tanto a ella como a él mismo.

Liz despertó con la voz de Cristhian llamándola.
-Liz, ¿estás durmiendo?
-Lo estaba hasta que me despertaste....-musitó y se cubrió la cabeza con la manta.
-No podré desayunar contigo, surgió algo en la empresa y debo irme...duerme un poco más...
-¿Qué hora es?
-Las seis de la mañana...
-Vete al diablo Kensington, es la madrugada...
-Tú eres la remolona, pero descansa, sólo quería saludarte antes de irme. Más tarde te traerán el desayuno, asegúrate de comer. Llamaré para asegurarme que lo hayas hecho.
-¿Y si no? ¿Mandarás un grupo de mercenarios para que me alimenten?
-Tal vez...
-Eres odioso, despiertas a alguien que dormía sólo para fastidiar, vete de una vez.
-Duerme pelirroja, está lloviendo así que duerme un poco más – le dijo y ella lo escuchó marcharse. Entonces también escuchó el ruido de la lluvia. Y con aquel sonido volvió el pasado.

Habían pasado tres meses desde que Cristhian estaba de regreso en la ciudad, se veían casi todos los días. A veces comían juntos, a veces apenas pasaba unos minutos para verla y se marchaba pues estaba trabajando. Cuando él tenía tiempo libre paseaban juntos de la mano, charlaban, reían, se besaban.

Incluso cuando se lo había presentado a sus amigos, él había dicho que era su novio, lo que la había hecho inmensamente feliz.

- ¿De verdad eres mi novio? – le había preguntado ella y él la había mirado fijamente.

-Por supuesto, ¿qué creíste que éramos?

-Tú y yo –respondió ella simplemente y él sonrió.

-Me gusta eso, pero prefiero tener título oficial de novio, así los demás saben que estás conmigo. He esperado muchos años para poder llamarte novia, pelirroja.¿Por qué te ríes?

-  Porque soy feliz y porque creo que soy capaz de ponerte un sello en la frente que diga mío, yo soy la que más te esperó.¿Lo sabes, verdad?

-Sí- dijo abrazándola.

Así habían transcurrido los días, juntos, enamorados y felices. Después de muchos ruegos, Cristhian había aceptado llevarla al lugar donde vivía.

Era un departamento pequeño, bastante destartalado y oscuro.

-De verdad es feo...- dijo ella y él largó la carcajada. Era un lugar que sólo usaba para dormir, se pasaba la mayor parte del día trabajando y era solo un alojamiento de paso, no valía la pena invertir dinero ni tiempo en él. Sin embargo se sintió un poco apenado con ella, a Elizabeth le gustaban las cosas hermosas, de hecho merecía cosas hermosas, vivaces y alegres como ella.

-Lo siento...Prometo que algún día te llevaré a una casa hermosa, llena de ventanas y con jardín.

-No importa..

-¿Qué?

-Si estás tú , no importa – dijo ella.

En los días siguientes Elizabeth se dedicó a llevar cosas para arreglar el lugar. Primero apareció con cortinas, luego almohadones y telas coloridas, pintó las paredes  y aquel día en particular había llegado con una lámpara y flores.

-Sólo no se te ocurra pintar el lugar de color rosa o algo por el estilo, ¿de acuerdo? – la molestó él al verla llegar.

-Se ve mucho mejor, ¿no es verdad? – preguntó ella entusiasmada.

-Estás mojada.

-Está lloviendo.

-No debiste venir, entonces.

-Ayer trabajaste todo el día y te extrañé, quería verte. Además había cortado estas del jardín de la abuela y se marchitarás- dijo señalando las rosas que traía.

-No creo que tenga un jarrón...

-Oh...- exclamó confundida.

-Espera – dijo él y trajo una botella plástica que había partido en medio.

-Servirá – dijo Liz y puso las flores.

-Ya está, misión cumplida. Te llevaré a casa, es tarde.- dijo él.

-Llueve, quiero quedarme – dijo ella.

-No.

-¿Por qué? ¿No quieres que me quede?

-Me tienta demasiado la idea, pelirroja, pero eso no vas a quedarte- respondió él.

- No te entiendo.

-Mejor...

-¡Cielos Cristhian! Somos novios, quiero quedarme...quiero hacer el amor contigo...

-¡Liz!

-¡¿Qué?! ¿Está mal que diga lo que siento?

-No, pero no estás lista aún. Te dije hace tiempo que esperaría pero ti, que no te apuraras. Me iré en unos meses Liz...

-De acuerdo. Tienes razón. Sigues viéndome como una niña, y además te irás. Entendí, buscaré a alguien más, alguien que me vea como mujer, que me haga el amor y que...- dijo ella enfadada y se dirigió hacia la puerta.

Cristhian la detuvo abrazándola por la espalda.

-No puedes ir con alguien más, eres mía- dijo y ella se giró en el círculo de sus brazos para enfrentarlo.

-No importa si te quedas un día o  tres meses más, no me eches de tu lado...te amo y quiero estar tan cerca como pueda, quiero...- dijo mirándolo llena de anhelo.

-¡Diablos pelirroja, trato de cuidarte, de ser un caballero, pero nunca me dejas opción! – dijo y la besó. El beso se hizo más apasionado y Liz se pegó a él instándolo a continuar. Y luego hubo otro beso y otro más, mientras las prendas de ropa de ambos iban siendo apartadas.

Y durante  aquel tiempo eterno en que se amaron por primera vez, Elizabeth escuchó la voz de él susurrando palabras tiernas, los latidos acelerados de ambos y la lluvia caer sobre el tejado.

Cristhian le hizo el amor lentamente, cuidándola paso a paso, demostrándole lo mucho que le importaba, aunque jamás dijo que la amaba. Le dijo que era hermosa, que lo enloquecía y una letanía de palabras dulces mientras le enseñaba la pasión, pero nunca dijo “te amo”. Ella se lo dijo incontables veces mientras se entregaba y se aferraba a él.

-¿Estás bien? – le preguntó mucho después cuando recuperaron el aliento.

-Sí – dijo Liz acurrucándose en los brazos masculinos. Había sufrido las molestias típicas de la iniciación, pero habían sido  barridas por el placer de entregarse a él.

-¿Segura? – insistió preocupado abrazándola cálidamente

-Sí, muy bien.

-Quería que fuera de otro modo, tu primera vez, en otro lugar, más romántico.

-Yo sólo quería que mi primera vez fuera contigo, así que ha sido perfecto.- respondió con seriedad.

-Eres una provocadora, pelirroja. Pequeña, valiente, seductora, pelirroja.

-¿Ahora eres mío? Preguntó ella incorporándose un poco para mirarlo a los ojos.

-Siempre he sido tuyo, Elizabeth, sólo que ahora estoy completamente perdido – respondió y le dio un beso suave antes de envolverla de nuevo en su abrazo para dormir.


Era el presente, pero aún ahora cuando escuchaba llover recordaba aquella primera noche , recordaba el cuerpo de Cristhian, su calidez al hacerle el amor.  Y aún ahora recordaba que él jamás le había dicho que la amaba, ni en ese momento ni en los que siguieron después.
En el pasado había creído entender que él tenía miedo a decirlo, había aceptado que se lo demostrara con hechos sin palabras, había creído que la ternura y la pasión cuando le hacía el amor eran más importantes que una frase gastada.
Ahora no estaba tan segura, le quedaban sólo recuerdos y hubiera deseado que entre esos recuerdos hubiera un “te amo”.
Suspiró y se quedó acurrucada escuchando el repiqueteo de la lluvia, hasta que la enfermera y Margueritte llegaron.









2 comentarios:

  1. Me ha encantado, Nata. Extrañaba mucho a esta historia y quiero leer más. ¡Qué hermoso es (fue) su amor!
    Un abrazo y gracias.

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  2. Que bonito, Nata. Me ha gustado mucho jijiji. Espero con ansias el próximo capítulo.
    Besitos

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