Eran las once de la noche, cuando apagaba la luz de su dormitorio y trataba de dormirse con una enorme sonrisa en el rostro. Aún se sentía excitada, tras relatar a su madre su nuevo trabajo.
Estaba impaciente por trabajar en aquel lugar. Le transmitía buenas vibraciones desde un principio. Y estaba completamente segura, que Alberto no era un ogro como lo pintaban.
Además, había tenido suerte de coger el turno de mañana. Pues al finalizar su jornada a las dos de la tarde, tenía bastantes horas por delante, para disfrutar de la playa.
¡OH, demonios! No tenía que ponerse a darle vueltas a su cabeza ahora, pues lo único que conseguiría sería tener menos horas de sueño. Y tenía que tener mucho ojo con aquello, pues debía levantarse a las seis de la mañana, para coger el autobús que la dejaba cerca de la empresa.
Cerró los ojos, soltando un profundo suspiro para tratar de calmar sus nervios y su respiración acelerada, cuando los volvió abrir de sopetón al notar unos pequeños pasos cerca de sus pies.
¡El gatito venía a dar un paseo!
Aquel pensamiento la inquietó un poco, al mirar hacia la puerta abierta de su balcón. Notando como toda su excitación había desaparecido, para ser sustituida por una pequeña inquietud.
¿Estaría él fuera en el balcón, tomando el fresco o estaría durmiendo ya?
¡No se atrevería a entrar, para buscar al pequeño animal!
Pensó alarmada, tapándose un poco más el cuerpo con la fina sábana. No lo creía, pero tampoco se fiaba del todo. De modo, que con cierto fastidio agarró su móvil y lo buscó en la agenda de sus contactos, para hacerle llegar un mensaje.
Una cosa, era agradecerle que le hubiera conseguido un trabajo. Y otra muy distinta, que se tomara gran familiaridad como la tenía con su madre. Primero, tenía que pasar cierto tiempo...
Su móvil pitó con la llegada de una respuesta a su mensaje enviado.
"Gracias por avisarme. Si te molesta, puedo ir a cogerlo. Por lo visto, le has caído bien!
¿Ir a buscarlo?
Frunció el ceño en completo desacuerdo. Ni pensarlo, se dijo completamente resuelta. Se hallaba en la cama y con su viejo camisón. ¡Y le daba igual que ya la hubiera visto vestida con él! Aquello era su dormitorio, su espacio, su intimidad...
Con cierta rabia, tecleó su respuesta.
"No me molesta. Supongo que ya volverá a tú piso. Aunque comprendo sus preferencias"
Con sonrisa satisfecha, acarició la pequeña cabeza del animal que había acabado por hacerse una bola en su barriga y dejó el móvil en su mesita de noche, cuando éste volvió a pitar con el aviso de otra respuesta.
"Buenas noches, pequeño demonio rojo. Suerte mañana"
¡Dios que rabia! Pensó soltando el aparato nuevamente encima de la mesilla de noche, al ver que él tenía que tener siempre la última palabra. Era imposible que ahora le respondiera, no resultando ser grosera después de que él fuera el punto clave, para la felicidad de aquel día.
Era domingo por la noche. Se hallaba a punto de irse a la cama, pero en un último impulso había decidido salir a su terraza a comerse un cucurucho de nata.
Se sentía pletórica.
Había pasado sus días de prueba con sobresaliente, según le había comentado Elisabeth, cuando la llamó para que subiera a firmar su contrato temporal. quedándose muda al ver cual iba a ser su sueldo. Aquello, era el triple de lo que tenía pensado que iba a cobrar. Pero no pensaba quejarse, ya que le iba a venir de perlas aquel dinero.
Miró un momento hacía la derecha, para ver que aún seguía oscura y solitaria, la terraza vecina. Algo de lástima sintió por aquel hecho, pero frunciendo al momento el ceño al no comprender bien aquel nuevo sentimiento que la embargaba, cada vez que hallaba solitaria aquella terraza.
Desde su entrevista en el trabajo, que no veía a su vecino. De aquello, ya hacían más de diez días.
¡No es que lo echara en falta! Se dijo rotundamente, con un movimiento negativo de cabeza. Pero si que se hallaba un poco intrigada con algunas cosas del trabajo, y le hubiera gustado verlo para preguntarle y salir de dudas.
Cierto que tenía a Alberto, con quien se llevaba de maravilla. Pero no quería agobiarlo a preguntas, dado que su respuesta a sus curiosidades era siempre la misma. Todo a su debido tiempo.
Su labor era sencilla y mecánica. Ir ordenando en su lugar todo medicamento que se traía, como también preparar los pedidos para las farmacias y hospitales de la ciudad. Comprendiendo, el porque decían que su encargado era un ogro.
No pudo evitar reír. Pues ella también había tenido que adoptar aquel papel, al ver como todo aquel que entraba ajeno a su área de trabajo, no colocaba las cosas como las había encontrado. Suponía, que aquella actitud había sido lo que Eric vio como punto perfecto para compañera del hombre mayor.
Dio el último bocado a la galleta de su cucurucho, y volvió a mirar hacia su derecha. No, aquella noche tampoco iba a ver al gatito...
¡Riiiiing, riiiing!
Eran las seis de la mañana, cuando alargó su brazo completamente dormida para agarrar su teléfono y silenciar la alarma. Se dio la vuelta, para quedarse un rato mirando el techo y desperezarse un poco, antes de ponerse en pie y dirigirse a la ducha.
Una ducha de agua fría, que apenas duró cinco minutos pues iba intentando hacer el menor ruido posible, para no despertar a su madre y hermano.
Abrió la mampara y agarró una toalla, para cubrirse y volver hacia su dormitorio a vestirse. Cuando al abrir la puerta de su cuarto, sus pies se quedaron clavados por un momento bajo el marco de ésta, ante el objeto que sus ojos captaban depositado encima de la cama.
Su primer impulso, fue apretarse aún más el nudo que le había hecho a los bordes de la toalla, para sujetarla alrededor de su cuerpo. Y después, se aseguró de estar sola en aquellas cuatro paredes.
Pero el que no hubiera nadie, no significaba que pudiera estar segura. Él, había vuelto de donde hubiera estado. Y lo hacía con todo el morro, de invadir su dormitorio a horas nada permitidas, para depositar en su cama el casco de moto que había llevado una vez.
Varios sentimientos contradictorios chocaron por su sistema nervioso, pero el enfado ganó batalla a la amabilidad, gratitud...
Agarró con mal humor el casco de encima de su cama, para salir disparada afuera al balcón.
En aquel momento, en su mente solo había una idea fija. Atizarle con su propio casco, en toda la cabeza. ¿Quien diantres se creía para cogerse aquellas libertades?
De acuerdo. Había sido quien le había conseguido el trabajo. Pero ahora, aquello no significaba para nada, que fueran a ser los mejores amigos, como en las series americanas representaban cuando el chico, siempre entraba por la ventana en el cuarto de la protagonista.
¡Ni loca, aquello era vomitivo!
El lugar se hallaba como siempre. Solitario y oscuro, bajo la tenue luz de la luna y las estrellas. Aquello, causó que su mal humor creciera un poco más, ante la seguridad que había mostrado su vecino. Afirmando, que ella aceptaría.
¡Maldito engreído!
Insultó mentalmente, al tiempo que aferrando bien la toalla a su cuerpo, pasó al otro lado de su balcón, portando en sus manos el objeto de aquel enfado.
En ningún momento dudó, como había sucedido la primera vez que había caminado por aquel suelo. Aquella vez, sabía quien vivía allí, y tampoco tenía que medir el ruido, pues éste vivía solo. Perfecto para cometer un crimen...Pensó con sarcasmo, al tiempo que sus movimientos eran directos y decisivos.
Sabía que la puerta de la terraza de él, se hallaría completamente abierta. En toda una invitación a que entrara en el domicilio, con la misma caradura que él tenía. Salvando que ella, accedería a un parte de la vivienda menos comprometedora e íntima, como lo era el dormitorio de una chica.
Pero aún así, cuando se adentró en el salón no pudo evitar el sentirse algo cohibida. Aquello, no es lo que esperaba encontrarse.
Era una enorme habitación desnuda, sin ninguna personalidad. Solo un gran sofá en un lado de aquella estancia. Ni mesa de comedor, televisor o mueble alguno... Pero aún así, allí se podía respirar alto nivel adquisitivo.
¿Podía pagarse Eric aquel piso solo?
Pero sí el piso donde vivía ella, casi cabía en aquel salón. era imposible... Bueno, aunque para el trabajo que ella realizaba en los laboratorios farmacéuticos, no podía quejarse del sueldo que iba a percibir al acabar cada mes. Y posiblemente, su vecino también podía proceder de una familia acaudalada. Solo tenía que mirar, lo que portaba agarrado con fuerza en su mano.
La visión del casco, hizo que recordara el porque se hallaba allí. No tenía que dejarse amedrantar por todo aquel lujo.
Aquello, no le daba al chico el paso a imponer lo que él quisiera sobre su vida. No señor...
-¿Yola?
Preguntó Eric, completamente aturdido al aparecer en el salón y hallarla allí, vestida únicamente con una toalla de ducha. Pero al ver lo que llevaba en sus manos y la furia de sus ojos, comprendió el porque de aquella visita sorpresa.
-¡Tú, mentecato! -Soltó en un gruñido y encaminándose hacia él.
Eric, solo supo soltar un suspiro de resignación al ver lo que se le venía encima. Así que con suma tranquilidad, llevó sus manos a la cintura.
-Dime, pequeño demonio -Se dirigió a ella, alzando una ceja divertido.
-No vuelvas a entrar en mi dormitorio sin mi permiso -Gruñó con enfado y empotrando el casco contra el pecho de éste-. Yo...
-¡Eric, por qué no me dijiste que tenías una chica en casa esperándote!
Acusó con sorpresa una voz masculina, causando que Yola se callara y se girara a mirar con ojos como platos, a la nueva figura masculina que había entrado en el salón.
Allí, bajo el marco de la puerta había un hombre entrado en la tercera edad, que la miraba con cierta diversión.
¡Ho, dios mío!
Cerró por un segundo los ojos, tratando de calmar su enfado la coger aire con cierta fuerza. ¿a lo mejor, era todo fruto de su imaginación y aún seguía dormida?
No, no lo era. Al abrirlos, el hombre de pelo y barba canosos, aún seguía mirándolos con una gran sonrisa.
-¡Yo no soy una chica! -Bramó enfadada con mirada entrecerrada.
-¿Ah no?
Alzaron los dos las cejas, ante su respuesta. Sin ocultar en ningún momento que su turbación, era algo que les parecía gracioso, encantador.
-¡Arg! -Gruñó con los brazos bajados y puños cerrados-. Quiero decir, que no soy su chica.
-Lástima... -Chascó los dedos el hombre.
-Es mí pequeño demonio rojo -Informó Eric, con un guiño de mirada.
-¡Ah, es tu vecina! -Se alegró el hombre mayor, dando un paso hacia ella con el brazo extendido.
¡Cómo! Su vecino cretino, había hablado de ella por ahí...
-Encantado de conocerte al fin. Mi nombre es Ferran y soy...
No lo dejó acabar. Al dar un paso atrás y marcharse hacia el balcón nuevamente, pero dejando una última palabra.
-Encantada, pero espero que no vaya a estar saltando también.
¡OH, demonios! No tenía que ponerse a darle vueltas a su cabeza ahora, pues lo único que conseguiría sería tener menos horas de sueño. Y tenía que tener mucho ojo con aquello, pues debía levantarse a las seis de la mañana, para coger el autobús que la dejaba cerca de la empresa.
Cerró los ojos, soltando un profundo suspiro para tratar de calmar sus nervios y su respiración acelerada, cuando los volvió abrir de sopetón al notar unos pequeños pasos cerca de sus pies.
¡El gatito venía a dar un paseo!
Aquel pensamiento la inquietó un poco, al mirar hacia la puerta abierta de su balcón. Notando como toda su excitación había desaparecido, para ser sustituida por una pequeña inquietud.
¿Estaría él fuera en el balcón, tomando el fresco o estaría durmiendo ya?
¡No se atrevería a entrar, para buscar al pequeño animal!
Pensó alarmada, tapándose un poco más el cuerpo con la fina sábana. No lo creía, pero tampoco se fiaba del todo. De modo, que con cierto fastidio agarró su móvil y lo buscó en la agenda de sus contactos, para hacerle llegar un mensaje.
Una cosa, era agradecerle que le hubiera conseguido un trabajo. Y otra muy distinta, que se tomara gran familiaridad como la tenía con su madre. Primero, tenía que pasar cierto tiempo...
Su móvil pitó con la llegada de una respuesta a su mensaje enviado.
"Gracias por avisarme. Si te molesta, puedo ir a cogerlo. Por lo visto, le has caído bien!
¿Ir a buscarlo?
Frunció el ceño en completo desacuerdo. Ni pensarlo, se dijo completamente resuelta. Se hallaba en la cama y con su viejo camisón. ¡Y le daba igual que ya la hubiera visto vestida con él! Aquello era su dormitorio, su espacio, su intimidad...
Con cierta rabia, tecleó su respuesta.
"No me molesta. Supongo que ya volverá a tú piso. Aunque comprendo sus preferencias"
Con sonrisa satisfecha, acarició la pequeña cabeza del animal que había acabado por hacerse una bola en su barriga y dejó el móvil en su mesita de noche, cuando éste volvió a pitar con el aviso de otra respuesta.
"Buenas noches, pequeño demonio rojo. Suerte mañana"
¡Dios que rabia! Pensó soltando el aparato nuevamente encima de la mesilla de noche, al ver que él tenía que tener siempre la última palabra. Era imposible que ahora le respondiera, no resultando ser grosera después de que él fuera el punto clave, para la felicidad de aquel día.
Era domingo por la noche. Se hallaba a punto de irse a la cama, pero en un último impulso había decidido salir a su terraza a comerse un cucurucho de nata.
Se sentía pletórica.
Había pasado sus días de prueba con sobresaliente, según le había comentado Elisabeth, cuando la llamó para que subiera a firmar su contrato temporal. quedándose muda al ver cual iba a ser su sueldo. Aquello, era el triple de lo que tenía pensado que iba a cobrar. Pero no pensaba quejarse, ya que le iba a venir de perlas aquel dinero.
Miró un momento hacía la derecha, para ver que aún seguía oscura y solitaria, la terraza vecina. Algo de lástima sintió por aquel hecho, pero frunciendo al momento el ceño al no comprender bien aquel nuevo sentimiento que la embargaba, cada vez que hallaba solitaria aquella terraza.
Desde su entrevista en el trabajo, que no veía a su vecino. De aquello, ya hacían más de diez días.
¡No es que lo echara en falta! Se dijo rotundamente, con un movimiento negativo de cabeza. Pero si que se hallaba un poco intrigada con algunas cosas del trabajo, y le hubiera gustado verlo para preguntarle y salir de dudas.
Cierto que tenía a Alberto, con quien se llevaba de maravilla. Pero no quería agobiarlo a preguntas, dado que su respuesta a sus curiosidades era siempre la misma. Todo a su debido tiempo.
Su labor era sencilla y mecánica. Ir ordenando en su lugar todo medicamento que se traía, como también preparar los pedidos para las farmacias y hospitales de la ciudad. Comprendiendo, el porque decían que su encargado era un ogro.
No pudo evitar reír. Pues ella también había tenido que adoptar aquel papel, al ver como todo aquel que entraba ajeno a su área de trabajo, no colocaba las cosas como las había encontrado. Suponía, que aquella actitud había sido lo que Eric vio como punto perfecto para compañera del hombre mayor.
Dio el último bocado a la galleta de su cucurucho, y volvió a mirar hacia su derecha. No, aquella noche tampoco iba a ver al gatito...
¡Riiiiing, riiiing!
Eran las seis de la mañana, cuando alargó su brazo completamente dormida para agarrar su teléfono y silenciar la alarma. Se dio la vuelta, para quedarse un rato mirando el techo y desperezarse un poco, antes de ponerse en pie y dirigirse a la ducha.
Una ducha de agua fría, que apenas duró cinco minutos pues iba intentando hacer el menor ruido posible, para no despertar a su madre y hermano.
Abrió la mampara y agarró una toalla, para cubrirse y volver hacia su dormitorio a vestirse. Cuando al abrir la puerta de su cuarto, sus pies se quedaron clavados por un momento bajo el marco de ésta, ante el objeto que sus ojos captaban depositado encima de la cama.
Su primer impulso, fue apretarse aún más el nudo que le había hecho a los bordes de la toalla, para sujetarla alrededor de su cuerpo. Y después, se aseguró de estar sola en aquellas cuatro paredes.
Pero el que no hubiera nadie, no significaba que pudiera estar segura. Él, había vuelto de donde hubiera estado. Y lo hacía con todo el morro, de invadir su dormitorio a horas nada permitidas, para depositar en su cama el casco de moto que había llevado una vez.
Varios sentimientos contradictorios chocaron por su sistema nervioso, pero el enfado ganó batalla a la amabilidad, gratitud...
Agarró con mal humor el casco de encima de su cama, para salir disparada afuera al balcón.
En aquel momento, en su mente solo había una idea fija. Atizarle con su propio casco, en toda la cabeza. ¿Quien diantres se creía para cogerse aquellas libertades?
De acuerdo. Había sido quien le había conseguido el trabajo. Pero ahora, aquello no significaba para nada, que fueran a ser los mejores amigos, como en las series americanas representaban cuando el chico, siempre entraba por la ventana en el cuarto de la protagonista.
¡Ni loca, aquello era vomitivo!
El lugar se hallaba como siempre. Solitario y oscuro, bajo la tenue luz de la luna y las estrellas. Aquello, causó que su mal humor creciera un poco más, ante la seguridad que había mostrado su vecino. Afirmando, que ella aceptaría.
¡Maldito engreído!
Insultó mentalmente, al tiempo que aferrando bien la toalla a su cuerpo, pasó al otro lado de su balcón, portando en sus manos el objeto de aquel enfado.
En ningún momento dudó, como había sucedido la primera vez que había caminado por aquel suelo. Aquella vez, sabía quien vivía allí, y tampoco tenía que medir el ruido, pues éste vivía solo. Perfecto para cometer un crimen...Pensó con sarcasmo, al tiempo que sus movimientos eran directos y decisivos.
Sabía que la puerta de la terraza de él, se hallaría completamente abierta. En toda una invitación a que entrara en el domicilio, con la misma caradura que él tenía. Salvando que ella, accedería a un parte de la vivienda menos comprometedora e íntima, como lo era el dormitorio de una chica.
Pero aún así, cuando se adentró en el salón no pudo evitar el sentirse algo cohibida. Aquello, no es lo que esperaba encontrarse.
Era una enorme habitación desnuda, sin ninguna personalidad. Solo un gran sofá en un lado de aquella estancia. Ni mesa de comedor, televisor o mueble alguno... Pero aún así, allí se podía respirar alto nivel adquisitivo.
¿Podía pagarse Eric aquel piso solo?
Pero sí el piso donde vivía ella, casi cabía en aquel salón. era imposible... Bueno, aunque para el trabajo que ella realizaba en los laboratorios farmacéuticos, no podía quejarse del sueldo que iba a percibir al acabar cada mes. Y posiblemente, su vecino también podía proceder de una familia acaudalada. Solo tenía que mirar, lo que portaba agarrado con fuerza en su mano.
La visión del casco, hizo que recordara el porque se hallaba allí. No tenía que dejarse amedrantar por todo aquel lujo.
Aquello, no le daba al chico el paso a imponer lo que él quisiera sobre su vida. No señor...
-¿Yola?
Preguntó Eric, completamente aturdido al aparecer en el salón y hallarla allí, vestida únicamente con una toalla de ducha. Pero al ver lo que llevaba en sus manos y la furia de sus ojos, comprendió el porque de aquella visita sorpresa.
-¡Tú, mentecato! -Soltó en un gruñido y encaminándose hacia él.
Eric, solo supo soltar un suspiro de resignación al ver lo que se le venía encima. Así que con suma tranquilidad, llevó sus manos a la cintura.
-Dime, pequeño demonio -Se dirigió a ella, alzando una ceja divertido.
-No vuelvas a entrar en mi dormitorio sin mi permiso -Gruñó con enfado y empotrando el casco contra el pecho de éste-. Yo...
-¡Eric, por qué no me dijiste que tenías una chica en casa esperándote!
Acusó con sorpresa una voz masculina, causando que Yola se callara y se girara a mirar con ojos como platos, a la nueva figura masculina que había entrado en el salón.
Allí, bajo el marco de la puerta había un hombre entrado en la tercera edad, que la miraba con cierta diversión.
¡Ho, dios mío!
Cerró por un segundo los ojos, tratando de calmar su enfado la coger aire con cierta fuerza. ¿a lo mejor, era todo fruto de su imaginación y aún seguía dormida?
No, no lo era. Al abrirlos, el hombre de pelo y barba canosos, aún seguía mirándolos con una gran sonrisa.
-¡Yo no soy una chica! -Bramó enfadada con mirada entrecerrada.
-¿Ah no?
Alzaron los dos las cejas, ante su respuesta. Sin ocultar en ningún momento que su turbación, era algo que les parecía gracioso, encantador.
-¡Arg! -Gruñó con los brazos bajados y puños cerrados-. Quiero decir, que no soy su chica.
-Lástima... -Chascó los dedos el hombre.
-Es mí pequeño demonio rojo -Informó Eric, con un guiño de mirada.
-¡Ah, es tu vecina! -Se alegró el hombre mayor, dando un paso hacia ella con el brazo extendido.
¡Cómo! Su vecino cretino, había hablado de ella por ahí...
-Encantado de conocerte al fin. Mi nombre es Ferran y soy...
No lo dejó acabar. Al dar un paso atrás y marcharse hacia el balcón nuevamente, pero dejando una última palabra.
-Encantada, pero espero que no vaya a estar saltando también.
Jajajajaja...que no vaya a estar saltando también, esa Yola es terrible...pensé que perdería la toalla y me alegra que sea SU demonio rojo..extrañaba a estos dos, casi tanto como a ti....y Eric es un divino!!!
ResponderEliminarNopi Nopi, querida Nata. Yola, es por el momento una chica algo diferente a mis ni;as.....
Eliminaryo te extra;aba tmb guapa
¡¡Que divertido jajaja!!
ResponderEliminarEsperando mas jajaja
Muchos besos y saludos a todas
gracias Yola, porque te gustara... fue corto lo se...pero pronto habra mas
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