Se quedó callado sin ocultar para nada su enfado, mientras la observaba salir de aquella habitación. Después, se puso en pie y fue derecho a la cocina, para mostrarle su desacuerdo a su amiga.
Quien al verlo entrar, dejó un momento de guardar la compra para observarlo por un segundo por encima del hombro con ojos risueños.
-¡Pero la has oído! -Exclamó él, mirando incrédulo a Clara que volvía asomarse de la cocina.
-Sí -Rió.
-¡Pero de verdad, has oído lo que ha dicho la niña ésta! -Volvió a repetir con tono brusco y bastante molesto-. ¿Y has visto, los aires que se ha dado? ¡Y no me ha respondido a si tiene novio! Cuando llegue Derek...
Clara se giró a observarlo, con los brazos cruzados por debajo del pecho y cejas alzadas.
-Cuando llegue mi prometido, nada -Lo encaró-. ¿Qué te ocurre? Es una mujer de veinte años, no una cría de quince.
Ahora, fue Sebastián quien frunció el ceño ante la señalización que hizo.
-Estas de broma –Soltó con desdén-. Sabes que es una joven…
No lo dejó terminar, ella lo volvió a interrumpir con actitud algo ofuscada.
-Vale, muy bien –Resopló con exageración-. Es una joven, pero no podrás negarme que muy madura para su edad. Cosa, que pongo la mano en el fuego de que tú no lo fuiste para nada.
-Eso fue diferente –Intentó poner como excusa pobre.
-Muy bien Sebastián, y no es eso lo que hacen todas las mujeres con las que sales... -Se cruzó de brazos divertida, al ver como su amigo no podía buscar una respuesta a su favor.
Estaba claro, que con Clara había perdido la batalla. Observó completamente frustrado.
-Yo solo digo, que es muy joven... -Refunfuñó dándose media vuelta y volviendo al sofá.
Pero como no, su amiga tenía que tener siempre la última palabra. Pues dejó lo que estaba haciendo y se asomó por la puerta, para poder darle con el veneno de sus palabras.
-Y yo, que seguro que tú perdiste tu virginidad mucho antes que ella.
Aquello, fue la gota que colmó el vaso para que la vena de la sien derecha, acabara por salir a relucir al hincharse tanto cuando giró el cuello hacia la cocina, y mirar con chispas en los ojos a su amiga.
-¡No es lo mismo Clara! –Bramó casi en un aullido.
-¡Oh, venga ya! No me seas machista. –Se atrevió a sonreír, para matar aún más al hombre al demostrarle que no le tenía miedo a su mal carácter-. Y dejemos la discusión, porque quiero preparar la cena –Le guiñó un ojo volviendo a sonreír-. Así, que entretente instalando tú ropa.
Sebastián se puso en pie.
-Muy bien, ya veo que estas de su parte –Recapacitó en voz alta-.Veo que tendré que tratar éste tema única y exclusivamente con Derek.
Clara rió, moviendo la cabeza de derecha a izquierda dándole a entender que era causa perdida.
-Tú mismo, pero no creo que te sirva de mucho.
-¿Qué quieres señalarme con eso? –Soltó con tono altanero, mientras la miraba con una ceja arqueada.
- Karolaine, ya no es vuestra niña pequeña a quien dar órdenes. Es una mujer adulta, que toma sus propias decisiones. Eso es lo que tendrías que hacer, mirarla como la bella mujer que se ha convertido. Y no, en la niña de dos coletas que os seguía a todas partes.
Dicho aquello, se dio media vuelta para volver a perderse por la cocina.
Ya lo sabía.
No hacía falta que nadie de su alrededor, le recalcara un hecho como aquel. Estaba seguro, que podía ser el primero en ponerse el mérito de hacer aquella observación.
Karolaine, su niña… Hacía mucho tiempo que había dejado las dos coletas, para dar paso a su gran transformación. Un cambio, que le había dado un giro a su vida. Él, tenía veintiocho años y ella era una adolescente de dieciséis años, cuando había notado que sus sentimientos hacia ella cambiaban por un deseo especial. Pero aquellos doce años que les separaban, más sumándole el factor de ser la hermana de su mejor amigo, fueron los principales puntos decisivos que lo frenaban día tras día, de cometer una estupidez.
Con todos esos sentimientos frustrantes, se acercó a coger sus maletas y dirigirse hacia el dormitorio, el cual sería su infierno particular por toda aquella noche.
Paró delante, y con dos suaves golpes en la puerta, esperó impaciente a que ella le diera paso. Pero pasado un minuto, al ver que no se escuchaba ningún ruido del dormitorio, comprendió que ella aún debía hallarse en la ducha.
Del fondo de su garganta emergió un ronco gemido, al ver como de forma automática su mente le había mostrado a la joven bajo un chorro de agua, quitándose la espuma de todo el cuerpo.
¡Iba a volverse loco!
La decisión estaba tomada. Aunque sus amigos pudieran enfadarse, él no podía compartir dormitorio con ella. Con gran determinación, abrió la puerta para entrar dentro.
Primero, dejó su ordenador portátil encima del escritorio. Y después, con las pulsaciones latiendo en sus oídos, se giró a observar las dos camas individuales con una separación menor a su altura.
¡Perfecto! Chascó la lengua, al saber que la primera cama era donde iba a intentar dormir.
Cerró los ojos con fuerza porque le quemaban, ante lo que había visto. Sabía que aquella era su cama, por el contenido que había dispuesto en la segunda.
Se trataba de dos montones de ropa femenina. En uno, había una camiseta enorme que podía decirse que hacía de camisón. Y en el otro, había lo que ella vestía hacía unos minutos antes. Jersey, pantalón y ropa interior… Aspiró con fuerza, pues notaba como su tensión arterial estaba a punto de dispararse por las nubes. Todo aquello no podía estar ocurriendo, era imposible que una joven de veinte años que se sonrojaba a la más mínima, llevara una lencería tan fina y sexy.
Demonios, la maldita niña había llevado encaje color morado. Lo que más le gustaba.
¡Necesita aire! Pero ya…
Soltó las maletas encima de la cama. Mejor era salir de allí y quedarse en el comedor. ¡No pensaba abrir aquel maldito armario, para enfadarse aún más por la visión de lo que hubiera allí!
Fue abrir la puerta, cuando esta lo hizo dando paso a Karolaine envuelta en una minúscula toalla y mojada. Muy mojada.
-¡HO! –soltó la chica por la sorpresa de toparse con él, cuando se hallaba completamente desnuda bajo aquella toalla.
Mirándola a los ojos, pudo hallar algo de la joven que conocía. Allí, en sus ojos abiertos por la sorpresa, había lo que siempre iba ligado a ella. Timidez. Nada que ver, con la ropa interior provocativa que había sobre la cama. Pero aquella visión solo duró unos segundos.
Ella, hizo una pequeña mueca mordiéndose el labio inferior al tiempo que se llevaba un mechón de su corta melena tras la oreja.
Fue un movimiento sugerente, sensual y provocador… Algo, que su cuerpo había hecho de forma inconsciente, causándole aún más dolor en cierta parte. Y que le corriera el deseo de empotrarla contra la pared y atrapar aquellos labios con pasión, para después lamer todo su cuerpo mojado. Acabando por hacerla suya con cierta rudeza estando los dos de pie.
Pero aquello no podía ser. No estaba bien. No era su casa, sino la de Derek y ella era su hermana.
¡Dios! Sus sentimientos se hallaban completamente barajados, pues no paraba de recibir mensajes contradictorios, no sabiendo distinguir si era su dulce Karolaine o una mujer nueva, adulta y seductora.
-Si quieres, me cambio en el baño para que puedas deshacer tus maletas –Habló sintiéndose algo cohibida, al ver como él se hallaba callado observándola y agradeciendo, que no pudiera vislumbrar su sonrojo en el cuerpo, a causa del calor del agua.
-No te preocupes –Le respondió pasando por su lado, casi rozándola para dirigirse con el cuerpo tenso hacia el salón.
¿Y ahora, qué mosca le picaba para que fuera tan borde? ¿Estaría aún molesto, por sus comentarios anteriores? No lo creía, lo más seguro se tratara por no poder estar en su piso y verse su intimidad asaltada.
Normalizando un poco su respiración acelerada por aquel encontronazo, se acercó a su cama donde agarró su camiseta talla XXL, que utilizaba como pijama para ponérsela con cierto apresuramiento no fuera que él interrumpiera de sopetón allí.
Había tenido algo de suerte, al poder disponer de aquella prenda. Y que no fuera manipulada por las mentes sucias de sus amigas.
Aquella jugarreta pensaba cobrársela en cuanto pudiera. Jamás iba a perdonarles el que se hubieran presentado en su apartamento, con la única idea de llevar a cabo un engaño. Menuda vergüenza había pasado en el control de aduanas del aeropuerto, teniendo suerte de que el hombre al final se volviera comprensivo con lo ocurrido. Y ahora, solo contaba con dos prendas de abrigo, en una Nueva York nevada a cuatro grados de temperatura al sol.
¿Pero en qué demonios estaban pensando éstas? No iba a irse todos los días de clubs nocturnos. Que era el único lugar viable, para pasear tales conjuntos escogidos. Suerte que la ropa de su cuñada le valía, pero algo de ropa iba a tener que comprarse.
Estaban rematadamente locas, al haberse gastado tal cantidad de dinero en ella. Pero si ya solo la lencería, un solo conjunto de aquellas marcas costaba una cuarta parte de su sueldo. ¡Por el amor de dios, si los exhibían en la pasarela! Pero claro, ahora todas estaban casadas con hombres ricos y podían cometer estupideces como aquella, unas cien veces que aún así sería calderilla para ellos.
Asomó una sonrisa en sus labios, porque seguro que aquella camiseta se les tenía que haber pasado. Porque en el primer cajón de la mesita de noche, que había entre las dos camas, se encontraban dos camisones de ensueño. ¿Acaso eran adivinas, para saber que él estaría allí y le iban hacer falta?
Sus pulsaciones volvían acelerarse con solo aquel pensamiento.
No. Para nada se veía así misma, siendo capaz de deslizarse por el cuerpo una de aquellas prendas, en un intento de seducir a Sebastián.
Con gran resignación, salió del dormitorio para recoger el baño.
El ruido de un tintineo de llaves en la cerradura, alertaron a Sebastián de la llegada de su amigo. Estaba que se subía por las paredes. Solo iba con la idea de agarrar a su amigo por el pescuezo. Pero un gesto como aquel era impensable, pues solo lograría desenmascararse delante de sus amigos.
Tenía que resultar convincente y hacerles ver, que no podía pasar más de una noche en aquel piso.
Pero al escucharle acercarse por el pequeño recibidor, su enfado rebosaba por todos sus poros sin poder ser contenido. Dado que sabía que éste, le había ocultado toda aquella información.
-¡Hola! –Saludó desde el recibidor, dejando su abrigo en el armario de la entrada-. Menudo día eh tenido, un… ¡Sebastián! –Exclamó sorprendido-. ¡Ya has llegado! –Se acercó a él sonriente-. ¿Cómo estás?
-Bien... –Se levantó para abrazarlo, pero sin dejar de mirarlo un tanto frío.
-¡Hola cariño! -Salió Clara de la cocina para besarlo-. Tienes que hablar con él -Le guiñó un ojo a su amigo-. Quiere irse a un hotel para no molestar.
-No –Negó con rotundidad Derek, ganándose un ceño fruncido por parte de su amigo. Pero le daba igual.
Hacía ya un buen tiempo, que rezaba por tener una oportunidad como aquella. Pues sentía una pequeña corazonada hacia su mejor amigo. Y el que su hermana, aquel año hubiera aplazado sus vacaciones de verano para tales fechas, le iba que ni pintado. Lo que no se esperaba, es haber tenido tanta suerte con el hecho de que Sebastián, se hubiera adelantado con la fecha de vuelta. Pero era mejor, porque ya había dado con el plan perfecto.
Iba a ser él, quien pusiera las cartas de Sebastián sobre la mesa. Y quien sabía, si aquel año las navidades iban a ser muy diferentes a las acostumbradas los últimos años. Solo esperaba estar haciendo lo correcto.
-Ésta es también tú casa.
-Gracias, pero siento que voy a ser una molestia. Ya tenéis bastante con Karolaine –Argumentó como excusa, sabiendo que sería pobre para Derek.
-Tonterías –Sonrió caminando hacia el mueble bar, mientras que Clara volvía a la cocina sabiendo que su prometido iba a ganar-. Y verás como tampoco notarás que se halla mi hermana ¿Hacía mucho que no la veías, verdad? ¿Has visto lo guapa que está? ¿Te pongo una? - Hablaba sin parar, pero sin mirar en ningún momento a su amigo a la cara, no pudiéndole dar tiempo para que replicara.
- Que sea doble –Pidió, volviendo a sentarse en el sofá con gran resignación-. Y sí, tú hermana se ha convertido en una bella adolescente.
-¿Adolescente? –Frunció el ceño su amigo, para después soltar una carcajada-. Karolaine, es toda una mujer. Para nada la calificaría como una caprichosa adolescente -Afirmó, entregándole su copa.
Éste la agarró con el ceño aún fruncido.
-Deberías de ser más protector con tú hermana, solo tiene veinte años -Le indicó, dando un buen trago.
-Es adulta, vive lejos de mí y es una mujer muy responsable. No tengo por qué ser protector –Señaló alzándose de hombros y sentándose en el otro sofá.
-Te lo dije… -Habló risueña Clara, desde la cocina-. Derek, no opina igual de machista que tú.
Ante aquella interrupción, Sebastián solo supo gruñir por lo bajo. Mientras que su amigo sonreía como un idiota. Las cosas no marchaban bien, no señor.
-¿Le has preguntado si tiene novio? –Seguía insistiendo con el ceño fruncido.
-Vamos, Seba - Rió su amigo divertido utilizando la abreviatura que tenía para él-. Hace tiempo, que cumplió la edad para tener amigos.
-Pero no, para tener agendas negras –Replicó con sabor amargo en la boca.
-Sí, una agenda repleta de hombres locos para satisfacerme querido hermano –Respondió con gran ironía en la voz Karolaine, apareciendo en el salón-. Por lo visto, Seba se piensa que soy como él -Soltó divertida, deteniéndose tras el sofá y pasándole los brazos por el cuello a su hermano para darle un cariñoso beso en la mejilla.
-Hola pequeña… -Sonrió a su hermana, viendo el tono bromista que había empleado en sus palabras. No podía evitarlo, aún se le escapaba alguna que otra sonrisa de tonto, al ver el cambio que había sufrido su hermana para bien-. ¿Te ha estado molestando Seba? –Le inquirió alzando una ceja sin borrar su diversión.
-Un poco –Le guiñó el ojo-. Se cree, que aún tengo quince años ¿Clara, voy poniendo la mesa? –Preguntó hiendo asomarse a la cocina y ofreciéndole de aquella manera, la visión de su cuerpo.
¡Mierda!
Logró quejarse para sí mismo, ante la visión del cuerpo de la chica. ¿Pero qué demonios llevaba puesto, para andar por la casa? No sabía, que por mucho que fuera tres tallas más grandes daba lo mismo, que sí llevara algo ajustado y corto. Que de aquel modo, era cuando aún se marcaba más el cuerpo, porque la tela se te pegaba con cierta suavidad a las curvas de tu cuerpo. Dejando obviamente a parte, el tema de sus piernas. Las mostraba de rodilla para abajo. Lo suficiente, para que un hombre pudiera apreciar donde había calidad.
-Creo que ha llegado el momento de darme una ducha, para intentar despertarme un poco –Soltó de sopetón, sin apreciar que su amigo le había estado hablando en todo momento.
-Claro, debes de estar cansado del viaje -Soltó comprensivo, con un brillo especial en los ojos.
-Un poco -Dijo un tanto ausente, levantándose y saliendo veloz de aquella habitación. Sin darle tiempo a observar como su amigo cerraba el puño en señal satisfactoria y se levantaba dirección a la cocina, silbando una suave melodía alegre.
-¿Os ayudo con algo, bellas damas? –Preguntó con muy buen humor y frotándose las palmas, al acercarse a la cocina.
***
-Bueno chicos –Se levantó Derek del sofá-. Nosotros, nos vamos a la cama.
-Yo también -Se apresuró a señalar Sebastián-. Estoy un poco cansado del viaje
¡Y un cuerno! Lo que quería, era meterse en la cama y dormir profundamente, para poder evitar de aquella manera a Karolaine.
-Yo me quedaré leyendo un rato -Dijo a media voz ella, pensando por dentro que era lo mejor. Le daba mucha vergüenza estar a solas con él. Esperaría hasta que se durmiera, que no creía que tardara mucho con el cansancio del viaje.
Llevaba quince hojas, cuando los ojos comenzaban a cerrársele. ¿Estaría dormido ya? Dejó el libro a un lado y se acercó al pasillo. No se escuchaba nada. ¡Pero qué diantres esperaba oír! Se suponía que estarían durmiendo, por lo tanto era normal que hubiera silencio. Pero que burra que llegaba a ser a veces, pensó con ironía.
Apagó la luz del comedor y un poco a tientas, se dirigió al dormitorio.
Con manos miedosas, cogió el pomo de la puerta y lo hizo girar. No se atrevía ni a respirar. Entró sin ver nada, pues sus ojos aún no se habían acostumbrado a la luz oscura de aquel dormitorio. Pero le daba igual, cerrando con el mismo sigilo que había entrado, no se atrevió a mirar en ningún momento en dirección hacia la otra cama.
Y casi de un salto, se metió en la suya arropándose hasta la barbilla y dándole la espalda a él. Eran muchas las emociones, que aún tenía que asimilar, como para ver al hombre que amaba a pocos metros de ella, con pijama o sin pijama.
¡OH! Un enorme cosquilleo y calor, le recorrió por todo su cuerpo ante aquel pensamiento.
Lo primero que tenía que hacer al día siguiente, era llamar a las chicas. ¡Y le daba igual la diferencia horaria!
¡Genial!
Soltó en un fastidio silencioso, para que ella no se enterara. Estaba casi dormido, intentando dejar de lado todos los sentimientos contradictorios que le habían aflorado con su vuelta a casa. Sopesando que a lo mejor iba a tener que ir a un psicólogo.
¡Por favor, si hacía poco que había salido del colegio! Se dijo con enfado, pero no sirvió para calmar el deseo que le recorría por todas sus venas. Y menos ahora, al verla entrar en el dormitorio
. La observó bajo la luz de la luna. Era obvio, que ella aún no se había acostumbrado a la oscuridad. Y le sorprendió ver, como brincó de sopetón hacia su cama. Puede que tuviese frío… Eso necesitaba él, porque estaba ardiendo. Al moverse con aquella rapidez, la enorme camiseta se le había levantado para mostrarle un pequeño trasero, cubierto por unas braguitas de encaje color blanco.
¡Dios, que no era ningún monje!
¡Basta! ¡Solo tenía que recordarse que tenía veinte años! ¡Era una niña y la hermana pequeña, de su mejor amigo! Más le valía darse media vuelta, y al día siguiente huir todo lo lejos posible.
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