martes, 12 de marzo de 2013

Noches en el Balcón 2

¡No podía ser cierto! Lamentó cerrando por un momento los ojos y volviéndolos abrir. Sí, no era una pesadilla creada por su mente. Después de todo, aquel balcón sí tenía dueño. Lo que no se esperaba, es que fuera el chico de aquella mañana. Todo lo que tenía de guapo, lo tenía de idiota… Pensó entrecerrando los ojos, ante el adjetivo nuevo con el que se había dirigido a ella. Y encima, volvía a verlo sin camiseta pero llevando desabrochado el primer botón de su tejano. Aquello, causó que una vez más se volviera a sonrojar en su presencia sacándole una sonrisa al chico.

-Esto es una pesadilla –Siseó poniéndose en pie.

-Pero no solo para ti… -Bromeó divertido dando un paso, para apoyar todo su cuerpo sobre el marco de la puerta de aluminio y cristal-. No es que sea muy agradable, el tener uno a un demonio rojo rondando por su balcón a altas horas de la madrugada –Se metió por segunda vez en menos de dos minutos-. Y para ti, digamos que no te vas a escapar de la jugarreta con tu helado.
-Mira… -Cerró por un momento los ojos, para coger aire-. Olvídate de mí. Tu y yo, no nos hemos conocido hoy y punto… -Señaló con tono duro, comenzando a retroceder en sus pasos. Pero tuvo que detenerse de sopetón, al notar como el chico la seguía-. ¿Qué haces?
-Acompañarte –Respondió con una sonrisa y encogiéndose de hombros-. Aunque claro, tú no conoces lo que es ser educado ¿Me equivoco? –Volvió a encizañar divertido-. Por si no te diste cuenta, estas en mí casa. Simplemente te acompaño a la salida. 
-¡No! –Protestó alarmada, por hallarse allí sus amigas durmiendo.
-Pequeño demonio, solo trato de ser amable con mí vecina –Le guiñó un ojo, volviendo a conseguir que se sonrojara por aquel gesto seductor-. Sabes, cada vez me va gustando más como te queda el rojo en general… -Informó dando un paso más y inclinando su cuerpo, hasta posicionar su rostro a la altura de ella.
-¡Qué haces! –Inclinó la espalda hacia atrás, completamente alarmada y mordiéndose un dedo nerviosa.
-Tranquila –Rió volviendo a enderezarse-, solo te observaba. No iba hacerte nada más, pequeño cherry*…  -volvió a guiñarle un ojo.
-Idiota… -Gruñó con el entrecejo junto-. No hace falta que me sigas. Disculpa por invadir tu propiedad, solo vine a buscar la pelota de mí hermano –Enderezó la espalda-. No volverá a suceder.
*Cherry: es un mini tomate muy colorado y sabroso.
-¿Por qué no? –Preguntó formando un puchero-. Me ha gustado ver que eres mí nueva vecina.
-¡Pues  a mí no! –Escupió con enfado-. Que te quede bien claro –Y dándole al espalda regresó a su balcón donde sus amigas dormían, ajenas aquel desafortunado segundo encuentro.
Ahora, con lo exaltada que estaba le iba a ser difícil ponerse a dormir… Y menos, sabiendo que él podía acercarse allí por simple curiosidad. No es que fuera un peligro. Pero no le gustaba la idea de que pudiera observarla mientras dormía.
¡Genial! Ahora toda la maldita noche iba  a estar desvelada, teniendo al día siguiente una ruta marcada por todos los museos de Barcelona con sus amigas. Iba a ser una completa pesadilla, gimió con horror sentándose encima de su saco de dormir.
¿Acaso se podía tener tan mala suerte en la vida? ¡La ciudad era enorme! ¿Cómo habían podido acabar, en ser vecinos? Seguro que su madre lo encontraba divertido, pensó volteando los ojos… Ahora, sí que necesitaba poner un panel urgente en medio de aquel muro. No quería tener más encuentros con aquel chico engreído.


Todo había pasado demasiado rápido. En vez de haber disfrutado un fin de semana con sus amigas, parecía que solo había estado una tarde con ellas. Y ahora, con lágrimas cayéndole por sus mejillas, mientras agitaba su mano a modo de despedida, en el andén número tres de la estación de ferrocarriles catalanes, veía como sus amigas se alejaban de ella a pasos agigantados.
Volvía a estar sola, pensó llenando sus pulmones con una gran exhalación de aire. Al tiempo que notaba como su madre le rodeaba los hombros para infundirle su cariño por ello.
-Lo siento mucho hija –Susurró con tono apenado-. Me sabe muy mal haberte alejado de tu vida.
Giró su rostro manchado pro lágrimas, y miró por unos instantes en silencio a la mujer más valiente que conocía. Su madre… Quien a pesar de todos los problemas, seguía luchando ella sola por darles una buena vida a ella y su hermano. Se mordió el labio con cierta presión, para infundirse un pequeño castigo. No tenía que llorar enfrente de su madre, ni estar triste. A fin de cuentas, quien más había perdido era su madre. Ella era joven, aún no tenía su futuro encaminado hacía ningún camino. Que más daba hacerlo en aquella ciudad. Además, no era la única adolescente que vivía aquella situación.
-Mamá, tú no tienes culpa de nada –La miró sonriendo con cierta debilidad tras limpiarse las lágrimas-. Al revés, estás luchando por darme una mejor vida que la anterior.
Su madre aspiró con fuerza, mientras pestañeaba repetidas veces logrando contener también la caída de sus lágrimas.
-¿Qué hice para merecer una hija tan buena como tú?
Yolanda estiró sus brazos, para darle un fuerte abrazo completamente sonriente.
-Ser la mejor madre del mundo.
-Te recordaré estas palabras, cuando tengamos una discusión –Dijo riendo y guiñándole un ojo-. Ahora, qué te apetece hacer.
-¿Nada? –Preguntó entrecerrando un poco los ojos y soltando un pequeño gemido-. Con mis amigas, tengo recorrido bastantes museos por todo un mes.
Su madre volvió a reírse, al recordar como el sábado por la noche las chicas habían llegado tan agotadas, que no habían tardado más de dos minutos en quedarse dormidas tras haber cenado.
-Pues volvamos a casa –Chacó la lengua-.Veremos si tengo suerte para leer un poco, si tu hermano se queda mirando una película de dibujos. Y entonces, si que lo consideraré un fin de semana completo.
Se enderezó un poco de hombros, al tiempo que caminaba al lado de su madre, pensando en  lo que implicaba aquel comentario. Ahora, recordaba lo que había descubierto y aún no le había dicho a ella, si quiera a sus amigas. Consideraba que era mejor esperar a que estuvieran ellas dos solas, pues conocía a sus amigas. Y sabía perfectamente, que habrían hecho algo vergonzoso por conocerlo.
-Mamá, hay algo que debería haberte contado –Dijo con cierto tono de resignamiento cuando llegaron al coche.
Su madre, accionó el cierre y abrió la puerta trasera para sentar a su hermano pequeño en su silla.
-Por tu tono de voz, deduzco que es importante en cierta manera lo que me has ocultado –Le respondió, subiéndose tras el volante y mirándola un segundo, antes de meter la llave en el contacto y poner en marcha el vehículo.
Yola, se abrochó el cinturón de seguridad en un segundo, para después mirar hacia el frente y considerar en silencio si aquella información era importante. Sin darse cuenta, se llevó un mechón de cabello entre sus dedos, mientras pensaba en como lo había catalogado su madre.
-¿Importante? –Repitió soltando un suspiro-. No lo creo. Yo más bien diría, molesto –Dijo lo último mostrando cierta mueca de fastidio en su rostro.
-¿Molesto? –Frunció el ceño su madre, conduciendo el coche fuera de la estación-. ¿Ha ocurrido algo con tus amigas tesoro? –Se giró a observarla con mirada preocupada-. ¿Os habéis peleado?
-No –Respondió algo alterada mirando a su madre con ojos de sorprendida por aquella conclusión.
Se detuvieron en un semáforo a cuatro calles de su casa y se giró a mirarla, con cierta curiosidad por lo que le había podido ocultar hasta el momento. Era la primera vez que sucedía aquello.
-¿Entonces? – Se encogió de hombros-. Tampoco llevamos mucho tiempo en ésta ciudad, para que te hayas podido meter en algún problema.
Con aquello, a Yola solo le quedó mirar a su madre con expresión pasmada.
-¿Cuándo me he metido en problemas? –Preguntó juntando las cejas.
-Nunca –Suspiró la mujer, mientras reanudaba la marcha al cambiar el semáforo de color-. Sí soy la madre más afortunada del mundo, al tener una hija tan responsable –Señaló con otro suspiro-. Creo que más bien, eres tú quien siempre me mete bronca –Logró decir algo risueña-. Pero sabes, que quiero que disfrutes el momento, que no te reprimas por todo lo ocurrido. Eres joven…
Al volver a escuchar aquellas palabras una vez más, volteó los ojos con cierto fastidio. Pero ya estaba un poco cansada de escuchar siempre el mismo consejo. No iba ha cambiar, estaba a gusto siendo como era. No le hacía falta tener el último grito en moda, a juego con el bolso para ser feliz como la mayoría de las chicas de su edad. Y el divertirse, no era pasar la tarde del sábado en una discoteca… El salir a pasera a la playa con un buen libro, era una actividad que le gustaba mucho. Que por suerte, aunque hubieran cambiado de ciudad podía seguir disfrutándola.
-Mamá –Resopló-. Puedes estar tranquila, que no me reprimo. Hago todo lo que me gusta… -Se encogió de hombros-. No me siento enfadada, ni rabiosa por vuestro divorcio. No necesito hacer ninguna trastada para llamar vuestra atención –Dijo  desabrochándose  el cinturón de seguridad, cuando su madre accionaba el intermitente para entrar al parquin subterráneo del edificio.
-Ha eso me refiero –Soltó de sopetón su madre, alzando una de sus manos por un segundo al aire-. No te he visto enfadada por todo lo ocurrido –La miró un momento, antes de comenzar a maniobrar para estacionar el coche en su plaza-. No te has quejado, ni recriminado… -Continuó con tono exasperado.
Durante aquella pequeña recriminación por parte de su madre, había mantenido en todo momento la cabeza gacha con la mirada fija en sus manos cruzadas encima de sus rodillas. Escuchando lo que pedía su madre. Algo, que por el momento aún no había salido de su interior. Y que tampoco sabía si iba ha salir algún día… Rabia, por supuesto que la sentía. Pero no hacia su madre, quien bajo su opinión no tenía culpa alguna de lo ocurrido. Hacia su padre, puede… Cuando éste se dignara a quedar un día con ella y le ofreciera una explicación de todo lo ocurrido. Tal vez, solo tal vez que expulsara algo de rabia contenida cuando le recriminara algunas cosas al hombre.
-¿El haber llorado no cuenta? –Le encaró con cierta molestia porque se fastidiara el fin de semana, con aquella pequeña recriminación-. ¿No es suficiente muestra de dolor? –Siguió diciendo sin alzar la mirada, pero aquella vez sus manos no reposaban juntas, más bien se hallaban cerradas en puño con fuerza, al estar reprimiendo las ganas de volver ha llorar en aquel momento, al pensar en la injusticia de su padre.
Dio un pequeño respingo en el sillón, ante la sorpresa de notar el calor de la mano de su madre en su mejilla, al darle una pequeña caricia con cariño.
-Perdóname tesoro –Se disculpó apenas en un susurro-. No tenía ningún derecho a ponerme así. Es solo, que me duele que te quedes para ti tu dolor –Confesó soltando un profundo suspiro-. No quiero que lleves esa carga contigo.
-Supongo que tendrás que darme algo de tiempo –Alzó la mirada, para posarla en los ojos llorosos de su madre-. Por el momento, aún no me siento con muchas ganas de hablar de ello con nadie.
Se atrevió a confesar, para tranquilizar un poco a la mujer. Quien, bastante tenía en aquel momento con tener que superar su divorcio por causa de una chica joven.
-Pipi… -Canturreó su hermano feliz, ajeno al sufrimiento de las dos con su pelota favorita entre sus manitas-. Mami, pipi… -Volvió a exigir frunciendo el ceño.
Se giraron las dos algo alarmadas pro aquella petición, dado que el pobre pequeño parecía pedirlo con cierta urgencia.
-Sí, corre… -Sonrió su madre al chico-. Ya vamos al baño hacer pipí, tú aguántate solo un poquito que subamos a casa –Rogó, sacando la llave del contacto y desabrochándose el cinturón, para correr a sacar a su hermano de su sillita.
Mientras que su madre llevaba a su hermano al baño, se dirigió a la cocina a beber un vaso de refresco de limón. Tenía sed.
Después de saciar su garganta con el líquido burbujeante, se dirigió a su dormitorio donde al entrar, la suave brisa que entraba por el balcón hizo que fuera directamente allí y se quedara apoyada el la barandilla, mirando el paisaje.
Al final, no había informado a su madre de quien vivía en el balcón contiguo. Y de la urgencia que corría ahora, en instalar un panel divisor. Aunque de momento no lo había vuelto a ver, y tampoco se había visto ninguna luz reflejada del interior de la vivienda. Pero sabía que aquello no significaba nada, pues en el encuentro del otro día, éste se hallaba a oscuras en su piso.
-¡Arg!
Gruñó frustrada y avergonzada, porque la hubiera visto en camisón. Menuda vergüenza, los dos encuentros que había tenido con aquel chico, habían sido algo raros a parte de que éste, se hallaba desnudo de cintura para arriba…
Soltó un soplo resignada, apoyando la barbilla en sus manos que descansaban en la fría barandilla y aceptando, que era la primera vez que se sentía cohibida ante la semi-desnudez de un chico. Y sabía porque podía ser… No podía negar, que aunque lo hubiera encontrado un completo estúpido, resultaba un chico muy atractivo. Y por mala suerte, era la primera vez que podía decir aquello. Todos los chicos que había conocido en el colegio e instituto, no le habían llamado la atención de aquella manera.
-¡OH, tesoro! ¿Esto es lo que querías decirme?
La exclamación llena de júbilo de su madre en la puerta de su dormitorio, hizo que brincara algo asustada por no esperarse aquella intromisión. Y le sorprendía, el no haber escuchado a su madre llamar a la puerta, pues aquello era una norma importante para las dos.
-¡Qué! –Se giró con el corazón acelerado, para quedarse muda ante lo que sus ojos le mostraban.
-¡Es monísimo! –Canturreó la mujer, sentada en su cama y acariciando una pequeña bola de pelo gris a rayas-. No hay ningún problema en quedártelo, a tu hermano le va ha encantar. Voy a buscarlo, que está viendo la tele…
-No
Es lo que logró articular aún dentro de su sorpresa, consiguiendo que su madre se detuviera de salir del dormitorio.
¿Cómo es que había un gato pequeño tumbado a sus anchas en su cama? ¿Cómo había  llegado allí? Y no le extrañaba el ver a su madre emocionada con él, pues a ella le encantaban pero por culpa de su padre que nunca habían tenido ningún animal viviendo con ellos.
-¿Qué quieres decir? –Se detuvo extrañada por la angustia de su hija.
-No es mío –Señaló con la mano a la bola de pelo, al tiempo que caminaba hacia él.
-No comprendo –Se cruzó la mujer de brazos-. ¿Se lo estas guardando a  alguien?
-Mamá, yo no lo traje a casa –Se encogió de hombros.
Volvió a observar al pequeño animal, que en aquel momento se hallaba jugando con su propia cola ¡Realmente era monísimo! ¿Pero cómo había llegado allí? Miró hacia el balcón y comprendió veloz todo.
-Pero creo que ya se de quien es –Dijo moviendo su cabeza de forma negativa-. ¿Te acuerdas que antes quería decirte algo?
Su madre se alejó de la puerta, para volver a sentarse en la cama y acariciar al animal, quien rápidamente dejó de jugar, para dejarse acariciar mientras ronroneaba con mucha fuerza sacándoles a las dos una tierna sonrisa.
Aquello provocó que también se sentara en la cama, junto  a su madre, y comenzara acariciar también al animal. Quien encantado por tanta atención sobre él, se giró panza arriba consiguiendo que rieran en carcajadas las dos.
-Es precioso –Ronroneó su madre-. Pero continúa con tu historia, tesoro –La instó a seguir, sin dejar de acariciar al animal.
-La primera noche que pasaron aquí mis amigas, cuando en la madrugada se hallaban dormidas, tuve que pasar al otro lado del muro de mi balcón, para buscar la pelota de Nico… -Paró un segundo para coger aire-. Fui con cautela, a pesar de que aún no había vito ningún signo de que alguien ocupara el piso.
-Cariño, no sabes a quien podrías encontrarte –Se alarmó la mujer-. Es una propiedad ajena.
Alzó una mano, para callar la pequeña riña que veía venir y poder seguir con su historia.
-Juro que fui con cuidado, se trataba de la pelota favorita de Nico –Puso como excusa por haber cruzado a la vivienda contigua-. Y por un momento, al verlo todo oscuro que creí que no había nadie –Bajó la mirada hacia el animal con las mejillas un poco sonrojadas-. Pero estaba equivocada. Sí tenemos un vecino, y yo ya lo conocía.
-¿Así? –Su madre alzó las cejas aún más extrañada por aquel dato.
-Y éste gato, debe de ser de él… -Informó dejando de acariciarlo entonces.
-¿Él? –Repitió su madre sus palabras-. Es entonces un hombre, quien vive en el piso del edificio contiguo.
-Yo no lo llamaría hombre –Señaló con cierto sarcasmo-. Más bien niñato presuntuoso y…
Calló ante la deducción de su madre, quien se alzó de la cama con un pequeño salto, incrédula ante su mala suerte.
-No –Se llevó las manos a la boca, para esconder la risa que asomaba-. ¿En serio es el chico del helado?
Miró a su madre con fastidio, al ver que aquello le parecía divertido.
-Cariño, no lo llames así –Le reprochó, aún sin poder ocultar que encontraba todo aquello de lo más divertido.
Con el ceño aun fruncido, observó a su madre ponerse en pie con el gato entre sus brazos y encaminarse hacia el balcón.
-No pienso cambiar mi opinión, es un engreído y…
El brillo que mostraba su madre en aquel momento en su mirada, la detuvo de seguir diciendo los adjetivos perfectos que tenía para su vecino. Era obvio, que tenía laguna tontería rondándole en aquel momento en la cabeza.
-Pero creo que el otro día me dijiste que era atractivo –Señaló con voz chispeante, reprimiendo las ganas de reírse a carcajada  ante el ceño más fruncido  de su hija.
Iba a responderle, pero la voz masculina susurrando un pequeño siseo en el balcón, la detuvieron de hacerlo comprendiendo que él se hallaba allí fuera buscando al pequeño animal. Aquello iba a ser una pesadilla, al ver el guiño que le lanzaba su madre poco antes de salir al exterior.
Completamente abochornada, se tapó el rostro con las manos y se dejó caer de espaldas encima del colchón, deseando poder desaparecer a miles de quilómetros de distancia. Su madre, en verdad era prácticamente peor que sus amigas cuando el asunto se trataba de chicos. ¿Cómo había podido siquiera, el pensar en decirle que él era el chico del helado? Algo en su cabeza, debía estar fallando.
¿Qué demonios le estaría contando en aquel momento? ¡O podía ser  él! Pensó también con cierta mortificación, por las palabras que habían cruzado ellos dos.
Los pasos de su madre volviendo al interior del dormitorio, hizo que retirara las manos de su rostro y girara la cabeza en aquella dirección, consiguiendo quedarse bloqueada ante lo que estaba viendo.
-Yola, tesoro –hablaba su madre en tono cantarín con el gato aún entre sus brazos-, te presento a Eric.
Se incorporó de cintura para arriba, como haría un vampiro en una película cuando lo despertaban de su ataúd. Confundido y con los ojos, abiertos como platos por la sorpresa. Sin lograr reunir en su mente, un par de palabras que sonaran algo coherentes.
-Aunque vosotros dos ya os conocéis –Señaló aún risueña, mirándola fijamente en espera de que hiciera buen uso de su educación.
-Acabas de de invitar a entrar en mí dormitorio a un desconocido –Pronunció algo sorprendida e histérica.
Se incorporó del todo de su cama, para cruzarse de brazos enfrente de su madre y mirarla, algo enfurruñada.
-¿Dónde diantres está tu educación? –Regañó algo exasperada por la actitud de su hija-. Y no es un desconocido, es nuestro vecino.
Yola, miró un momento al tal Eric, para descubrir que mostraba la misma sonrisa insolente que el otro día, mientras estudiaba su dormitorio.
-Que bien podría ser, el asesino de psycoamérica número dos –Farfulló en un gruñido, provocando que él riera.
-¡Yolanda! –Volteó su madre los ojos, avergonzada por como se estaba comportando.
-Casi… -Chasqueó los dedos el joven riendo-. Más bien soy un vampiro, y tú madre me ha cometido el error, de dejarme pasar a tú casa –Bromeó divertido ante la actitud de la chica.
-Y también lo he invitado a tomar la merienda con nosotras –Confesó riendo por la respuesta ingeniosa del chico.
-¡Qué!
No pudo evitar de exclamar horrorizada, por lo que su madre hacía sin detenerse a pensar. En realidad, quien parecía tener quince años era ella.
-¿Acaso has olvidado la parafernalia que me soltaste en su día, sobre hablar con desconocidos? –Increpó con cierta ironía.
Su madre rió aún más, para ignorarla después al caminar hacia la puerta del dormitorio sin soltar al pequeño animal.
-Vamos Eric, que te enseño el piso y te invito a esa merienda –Animó feliz-. Verás como pronto se le pasa el enfurruñamiento a mí hija.
-Voy… -Sonrió pasando por su lado-. Vamos pequeño demonio, no te enfades…

3 comentarios:

  1. Por fin!!, ya quería seguir leyendo esta historia,porfa no tardes tanto en subir de nuevo...

    ResponderEliminar
  2. y erick anda como pedro por su casa jajaja

    ResponderEliminar
  3. Jajajaja...
    ¡Que bueno! Esperando mas jijiji

    ResponderEliminar

LinkWithin

Related Posts Plugin for WordPress, Blogger...