Cian y Azize llegaron a la
ciudad y dejaron los caballos en un establo para poder caminar por las calles.
Por las dudas se cubrieron con las capuchas de las sencillas capas que llevaban
pero la princesa notó que la gente no les prestaba mayor atención.
Al principio se sintió
nerviosa, pero luego se relajó y disfrutó de lo que había soñado mucho tiempo,
podía caminar por las calles como un ciudadano común.
Había visto aquel lugar
desde su carruaje o acompañada por una escolta que la mantenía alejada de la
gente, era curioso que el hombre que iba a su lado fuese quien alguna vez la hubiera mantenido aislada.
Pensó que no había pasado
tanto tiempo desde la época en que Cian se hubiera horrorizado de que ella sugiriera
mezclarse entra el pueblo.
Ahora era su esposo, y la
acompañaba mientras recorrían el empedrado . Llegaron hasta el mercado y la
chica se sintió atraída por los sonidos, los colores y olores tan diferentes a su Palacio, allí
había más bullicio, más desorden y , definitivamente, más vida.
Un aroma dulce llegó hasta
ellos y Azize se acercó a un puesto de
comida callejera, una anciana preparaba pastelillos dulces. La chica desvió la
mirada hacia su guardián.
-¿Quieres probarlos? –
preguntó él y ella asintió.
-Denos dos …- pidió Cian y
le pagó a la mujer que les entregó los pasteles de miel y especias aun
calientes.
Azize le dio un mordisco
al suyo.
-Cuidado...vas a quemarte-
le advirtió el joven y la anciana les sonrió.
-Hacen una parea muy
bonita – dijo y él bajó la cabeza como agradecimiento por el cumplido.
-¡Está delicioso! –
exclamó ella sorprendida, estaba acostumbrada a comer manjares en el palacio,
pero este pastelillo tenía un sabor exquisito, quizá resaltado por la libertad.
Cian la miró divertido y
luego elevó la mano hacia su rostro para limpiar con sus dedos las migas que
habían quedado en los labios de la chica. Ella se sonrojó por aquel gesto, no
pudo evitar un estremecimiento al sentir los ásperos dedos del guerrero deslizarse
con suavidad sobre su boca. Además era inusual que él se permitiera un gesto
tan íntimo frente a otros.
-Come despacio, aquí
tienes más – le dijo Cian y le ofreció el que tenía.
-No, está bien .Cómelo tú –
contestó Azize a quien de pronto le costaba tragar. Se había puesto nerviosa.
-Bien, más tarde pararemos
a comer algo en alguna fonda. – le dijo él comiendo su postre y siguieron
caminando entre los distintos puestos.
Al principio la joven se
movía con cautela, pero de a poco tomó confianza y empezó a recorrer el lugar
con seguridad. Se detuvo a mirar telas y accesorios Cian estuvo a punto de
ofrecerle comprarle alguno, pero recordó que ella tenía muchos, y la mayoría eran
de oro y con piedras preciosas.
Sin embargo, allí parecía
una joven cualquiera, su belleza seguía haciéndola destacar pero había perdido aquella rigidez que tenía
siempre, se la veía alegre y muy joven, más de lo que era.
Él la siguió de cerca, sin
perderle pisada.
Y cuando la joven se
detuvo ante un corro de gente a observar
a los trovadores que actuaban en la calle se aseguró de abrirle el paso para
que ella pudiera mirar de cerca y se quedó parado detrás para cuidarla. Había
bastante gente apretujándose para observar el espectáculo así que Cian rodeó
desde atrás a Azize con los brazos y la acercó a su pecho para protegerla.
La joven se relajó contra
él, aún tenía el sabor dulce del pastelillo en la boca, la música era
encantadora y el cuerpo cálido de Cian la hacía sentir segura.
Sabía que no debería bajar
sus defensas, que luego volverían a Palacio y que todo sería igual, que aquel
hombre era su esposo a medias, que ella no era una joven común sino la
princesa, sabía todo eso pero por un rato decidió olvidarlo.
Cuando la actuación
finalizó, Cian la llevó a una posada a comer. Les trajeron platos abundantes de
guisado de carne.
Mientras comían, Azize no
pudo evitar escuchar con atención los fragmentos de las conversaciones de las
otras personas.
-Come tranquila- le dijo
él observándola con agudeza.
-Yo…
-Tenías la misma mirada
que cuando mueves las fichas en el tablero – le comentó adivinado lo que ella
estaba preguntándose.
-Me interesa saber cómo
viven, qué piensan, qué necesitan…-susurró ella.
- Lo harás bien – le dijo
y la joven supo que se refería a gobernar y ocuparse del destino de aquellas
personas que los rodeaban ignorando quienes eran.
-¿De verdad lo crees?
-Sí, Azize – le dijo él y
ella asintió aliviada por la seguridad y sinceridad que se percibía en sus
palabras.
Cian siempre había sido un
hombre honorable, era grato contar con su aprobación, aunque fuera como futura
reina.
También era extraño
sentirlo decir su nombre y que le hablara informalmente pero había cambiado su
forma de tratarla temporalmente, llamarla Alteza o tratarla de usted mientras
circulaban como ciudadanos comunes los habría puesto en evidencia.
Terminaron de comer y
regresaron a las calles.
Unos jinetes pasaron
cabalgando salvajemente y Azize se hizo a un lado de prisa para darles paso, al
hacerlo perdió equilibrio y Cian la tomó de la mano para evitar que cayera.
Aunque el peligro pasó, él no la soltó y siguieron caminando así un buen tramo.
Había sido un día
estupendo y ella había estado tan enfocada en disfrutarlo que muy tarde
percibió la presencia de extraños.
-Nos siguen…-susurró en
voz baja a Cian.
-Lo sé, son mis hombres,
los de mayor confianza, estaban esperando cuando llegamos aquí- le informó y
ella se detuvo de golpe y lo enfrentó.
-¿Nos han seguido todo el
tiempo? –preguntó y de golpe aunque estaba al aire libre sintió barrotes cerrarse
alrededor de ella. La libertad que había disfrutado había sido falsa, Cian
había vuelto a ser el comandante que se encargaba de custodiarla.
-Desde que llegamos a la
ciudad.
-¿Tú lo ordenaste?
-Sí, siguen mis órdenes.
-¿Por qué?- preguntó y él
no comprendió el tono dolido en su voz.
-Porque debo velar por su
seguridad, no puedo confiarme y depender sólo de mi espada si se trata de usted
– respondió volviendo a tratarla formalmente.
-¿Si se trata de mí?- preguntó
en forma retórica.
-Usted es…
-Sé quien soy…y si fuera
tu esposa..-empezó a decir ella y antes que él la interrumpiera con la obvia
acotación de que era su esposa, ella continúo- me refiero a que si tu esposa
fuera una mujer común, ¿igual saldrías a pasear con ella con guardias siguiéndote…?
-Mi esposa no es una mujer
común- respondió él con seriedad.
-Contéstame, si lo fuera.
¿Podrían caminar tranquilos por las calles sin temor?
-Supongo que sí,
probablemente conmigo para defenderla bastaría- le dijo y ella sonrió aunque
era una mueca llena de amargura.
Acababa de despertarse de
un sueño.
-Pero conmigo no puedes
hacer eso, Comandante. Volvamos al Palacio, ya estoy cansada- le dijo en voz
baja y Cian vio como ella se apagaba frente a él, como una flor que se
replegaba repentinamente.
-Es mi deber protegerla,
usted…su padre me confió su seguridad.- dijo sin saber muy bien por qué estaba
molesta o por qué debía justificar su intento de mantenerla tan segura como
fuera posible.
-Volvamos, por favor – insistió
la joven y él asintió. Empezaron a caminar hacia las caballerizas donde habían dejado
sus caballos.
Cian notó que ella
caminaba alejada de él y la miró con tristeza.
Me gustó mucho este capítulo, fue hermoso el tiempo que pasaron juntos en la ciudad pero tan triste la decepción de Azize.
ResponderEliminarEspero el siguiente capítulo! Gracias :)
OH pobrecilla q desilusión!!!!
ResponderEliminarEspero que haya una recompensa linda por parte de él
quiero quiero quiero
Oh, pero es que no es facil, en parte lo entiendo a el y tambien a ella, solo espero que el amor les haga superar tantas barreras.
ResponderEliminarQue día tan bonito pasaron, la pena volver a la realidad...
ResponderEliminarSaludos
Que lindo!!!! Se me hizo algo corto, ya que desde hace dias la esperaba, gracias =)
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