No había sido nada fácil el aguantar las caras de sus padres, en el momento que les expuso su cambio de planes a última hora. Todos sabían a que se debía. Y lo más duro, ver en sus ojos la decepción a que no se enfrentara de una vez por todas a su destino. Pero aún así, había sido determinante en ello y ahora, se encontraba en la carretera de camino a Alemania con su tío Henri y todo su equipo. Éste, estaba más o menos al corriente de todo aquel cambio de última hora. Pero por fortuna suya, no iba a molestarla en ese asunto. Se le veía bien emocionado al poder tenerla en su equipo, para la competición de los motores V8. Él se encargaría de cuidarla, como había prometido. Pero no había que ser muy listos, para saber que estando ella allí y su destino en Italia, no habría motivo alguno para convertirse en su vigilante personal. Jaimie, era una chica adulta responsable de sus actos. Salvando todo lo referente a la carta. Allí, su uso de razón podía distar de estar compaginado con el de todos.
A pesar de estar alejándose cada vez de su destino dorado, la inquietud no la abandonaba en ningún momento. Trataba de calmarse al recordarse una y otra vez, que ahora volvía a jugar nuevamente con ventaja. Gracias a su hermano pequeño, había podido averiguar lo que el destino le tenía preparado. ¿Era posible que el destino fuera tan tonto y que lo pudiera volver a despistar? ¿O nunca lo había hecho y todo era una treta suya? Solo eran nervios tontos lo que la acosaba, por tener todas aquellas preguntas sin una respuesta. No tenía que sentirse en ningún momento culpable. No estaba haciendo ningún daño a nadie. Solo quería vivir libre por un tiempo más y poder comprobar, que sus sentimientos no eran dictados por la carta. ¿Tampoco estaba pidiendo mucho, no? Soltó un suspiro cargado de duda mientras dejaban atrás un cartel en donde les informaba que apenas les quedaban unos cien quilómetros para llegar a su destino.
Solo quedaban unos noventa minutos para llegar al final del trayecto. Aquello significaba que iba a tener que dejar su miedo y arrepentimiento de lado, para coger aquella vez ella el móvil y ser quien informara de su llegada a Alemania, sana y salva. Por el momento, quien se había encargado de ello había sido su tío. Pero no podía estar así todo el verano con sus padres. El que se ocultara a su destino, no significaba que tenía que ocultarse a sus seres queridos. Tampoco tenía que fallarles, pues siempre habían estado ahí con ella apoyándola en todo. De modo, que en menos de dos horas conectaría primero con su padre, para saber como iba su evolución en Italia. Recordándose mentalmente, de no preguntar ni un solo dato de Santino Vizenzo. No quería tener ni una sola referencia de él, de modo que quedaba prohibido encender la televisión en horario de emisión de noticias. Y tampoco leer ningún periódico o revista. Nada que pudiera ocurrir en entorno aquel hombre, tenía que afectarla en su decisión a poner distancia entre los dos. Iba a resultarle difícil, lo sabía. El saber que su padre se hallaba allí con él. Y el tener que evitar la atracción que siempre había tenido de estar pendiente de toda su carrera, eran señuelos muy atractivos. Pero tenía que estar en todo momento alerta. De seguro que entre toda la gente que había allí para aquella competición, alguno podía estar haciendo un seguimiento a la de Italia y comentarlo cuando ella por casualidad anduviera cerca. Tenía que ir con mucho cuidado.
Otro punto difícil, era la llamada a su madre. Quien se hallaba de vacaciones en el cálido aire mediterráneo de España. Era quien más podía persistir en su error. Pues aunque la apoyara, había que recordar que se hallaba más del lado del destino dorado. Sería el único familiar, que mostraría seguramente un poco de queja ante su cobarde huída. Pero era lo que había y ella lo sabía.
Tres días llevaba ya en Alemania, y por el momento todo transcurría de manera normal, salvando el stress de la llegada de los coches de carrera, los pilotos, periodistas… Lo habitual en una ciudad, a cuando se iba a celebrar una competición de aquella envergadura. Por el momento, aún no tenían que trabajar al cien por cien hasta que todo el mundo estuviera allí. Y vieran su zona de trabajo y calendario. Por ello, que prácticamente disponía de todo el día para dar vueltas a su antojo por la ciudad. Y para ello, había alquilado una moto. Lo mejor para desplazarse uno por la ciudad, sin problemas en el aparcamiento.
Su madre podía estar contenta al menos en un punto, pensó con cierta ironía mientras pagaba la terrina de helado que acababa de comprarse, para comérsela mientras se dirigía hacia la moto, después de haber estado paseando todo el día en busca de una librería y comprarse un libro. Que pensaba disfrutar en un corto plazo, ya que en los aparta hoteles había una magnifica piscina ajardinada con tumbonas. El lugar ideal, para tumbarse con alguna lectura interesante y ponerse morena. Tenía que conseguir un bonito tono de piel, para poder lucir la ropa que le habían comprado. Y había que decir, que tampoco eran nada incómodos aquellos vestidos largos. Había pensado que tanta tela solo le causaría incomodidad y calor, pero para nada había resultado de aquel modo. Aquel día, vestía uno marrón con pequeñas flores naranjas. Y en verdad, le resultaban muy prácticos para ir en moto. Su tela era fresca, permitiéndole que no tuviera mucho calor. Y no quedaban sus piernas a la vista de los demás conductores, cuando se detenía en un semáforo. Y al caer la noche, simplemente tenía que cubrirse los brazos con una fina rebeca para cubrirse de la fresca brisa.
En aquellos tres días, sus sentimientos habían estado un poco calmados por las horas del día pero cuando caía la noche, no era así. El tener cosas que preparar con el equipo, leer, pasear, comer…. Le entretenían la mente. Pero el quedarse por la noche tumbada en la cama, sin nada más que hacer que observar el techo era una pesadilla. Es cuando sacaba la carta y se quedaba observando el nombre impreso en ella. Era el momento, en el que volvía a dudar de su decisión. Y se detenía a pensar en Santino. ¿Cómo iría con la preparación de su coche? ¿Tendría ya en su poder la carta en donde figuraba el nombre de ella? ¿Lo relacionaría con su padre? Y otra más… ¿Estaría también por las noches como ella tumbado en la cama, con la carta en sus manos? Todo eran preguntas, que sabía perfectamente que su padre podría responderle alguna de ellas si quisiera. Solo tendría que llamarlo y él estaría más que dispuesto hablar, teniendo como guía a su madre. Eso sin dudarlo. ¡Pero no lo iba hacer! Sus principios no se lo permitían por mucho que algo en su interior le diera constantes impulsos para que lo hiciera.
Pero ahora no era de noche, ni estaba tumbada en la cama. De modo que quedaba prohibido pensar en ello. Era momento de coger la moto y poner rumbo a la piscina, con el libro que se había comprado.
No hacía ni una hora, que había llegado al aparta hotel con Sandro, que había sentido algo inquietante en el aire. No sabía lo que era, pero le hacia sentirse impaciente… Y cuando tenía aquella sensación y necesitaba desahogarse, el conducir lo calmaba. De manera, que sus maletas se habían quedado encima de su cama sin abrirse. Para bajar a recepción y que le entregaran un coche. Necesitaba darse una vuelta por la ciudad. Y eso había hecho. Sin avisar siquiera a su buen amigo Sandro, había huido de allí para alejarse de aquella inquietud.
Y eso estaba haciendo, conducir aquel Ferrari California descapotable de color azul, bajo las soleadas calles de Alemania. Mientras se convencía de no haber hecho mal, por no participar en el GT de Italia. Todo había sido decidido a última hora. Y habían sido mucho los que no habían entendido aquella decisión, pero se animaron al comprender que resultaba un nuevo reto. Y vieron el lado positivo a aquella competición… Pero él aún no lo veía, y eso era lo que le preocupaba. Pues nunca había sido una persona de moverse por raros impulsos. Pero un amigo de Sandro, les habló de aquella competición una noche y mientras trataba de dormir después no podía quitársela de la mente. Levantándose a la mañana siguiente con la decisión de participar en ella. Y como no, arrastrando en ello a su amigo Sandro, quien quería competir donde él lo hiciera como siempre habían acostumbrado desde que formaran equipo. Y ahí estaba, paseando con un descapotable por aquellas calles.
Redujo a segunda para detenerse en un semáforo que acababa de posicionarse en ámbar, cuando algo le llamó la atención a su izquierda. Se trataba de una joven que iba a montarse en una moto. Era muy atractiva, pensó sorprendiéndose así mismo. Hasta el momento, desde que había recibido la carta maldita, que sin quererlo él mismo había visto como las mujeres no le llamaban la atención. Y acercársele se le acercaban… Pero no sentía nada. No como ahora, que iba notando cada vez una sensación creciente en su interior. Volvía a sentirse activo como antiguamente, con ganas de flirtear y llevársela para él. ¿Acaso sería ella? Todo su cuerpo se puso en alerta, mientras observaba a la joven colocarse el casco y subirse a la moto. Pero el claxon impaciente del de atrás suyo, le obligó a poner primera y arrancar contra su voluntad el coche de allí. Las manos le sudaban, mientras sujetaba con tensión el volante y sus ojos iban clavados en el retrovisor, para observar como la moto se incorporaba al tráfico varios coches atrás de él.
Volvió a detenerse más adelante en un semáforo, con los latidos de su corazón rugiendo más fuerte que el motor de aquel Ferrari. Aquello no era normal, tenía que ocurrir algo con aquella joven. ¿Sería ella? ¿La habría encontrado ya? ¿Pero no era una joven francesa? Se recordó frunciendo el ceño, mientras observaba por el retrovisor como ella avanzaba un coche más. Pero nuevamente la luz verde del semáforo, le obligaba avanzar alejándose de ella un poco, logrando que maldijera por lo bajo. Él quería que ella lo adelantara, para poder seguirla… Tenía que hacerlo, así lo sentía por dentro. Estaba seguro, esa joven guardaba algunas respuestas.
Por suerte, ella iba por el momento en la misma dirección que él. Y unos metros más adelante, tubo la suerte de poder detenerse en otro semáforo viendo como aquella vez ella se posicionaba al lado de su ventanilla. ¡No había duda, tenía que ser ella! Un hormigueo de impaciencia le recorría todo su cuerpo, con impulsos de alargar sus manos para poder acogerla entre sus brazos y no soltarla nunca. ¿Era aquello lo que todo el mundo sentía al enamorarse a primera vista? ¡Pues valía la pena sentirlo! Aquella electricidad que te bombeaba el corazón a mil por hora, te hacía sentirte de maravilla… Se sentía como con las pilas recargadas, después de un tiempo de vacaciones. Y ahora, sabía que había valido la pena la larga espera de aquellos años para verla aparecerla ante él.
Su larga melena rubia oscura, asomaba por debajo del casco como una cortina de hilos de seda. Y su piel, tenía adquirido un leve tono de moreno… Tenía que ser un dulce placer el poder acariciarla con sus manos… Lástima que aquel vestido le cubriera las piernas, pero apostaba que eran sensualmente perfectas.
Volvió alzar la mirada hacia arriba, para chocar su mirada cargada de deseo con la asustada de ella. ¿Sería posible lo que sus ojos le mostraban? La chica lo miraba detenidamente, pero en sus ojos había terror… Aquello no podía ser cierto, pensó divertido. Tenía que estar confundido. Seguramente estaba la joven un poco aturdida, al reconocer a quien tenía al lado… Por ello, que mejor le decía algo para calmarla.
-Hola… -Saludó sonriendo y guiñándole un ojo.
¡Dios mío! Exclamó para sí sorprendido, al ver como después de haberla saludado la joven había arrancado la moto saltándose el semáforo en rojo. Casi chocándose en el cruce con un coche que había tenido que clavar frenos, para no llevársela por delante. ¿Pero qué demonios había sucedido? Se preguntó con gran enfado al ver como la perdía de vista por las calles. ¡Mierda! Golpeó con gran violencia el volante, para tratar de calmarse de inmediato al ver como el conductor de su lado lo observaba muy sorprendido.
¡Era Santino Vizenzo! Se repetía asustada, mientras volaba por las calles en dirección a su hotel. ¿Qué diantres hacía él allí? No podía estar sucediendo aquello. Rápido, tenía que llamar a su padre por si sabía de algún problema y él tuviera que haber acudido allí para alguna cosa. No, no podía ser que el destino volviera a jugársela de aquella manera. ¡Maldito fuera!
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