sábado, 18 de febrero de 2012

Ocultándose Al Amor cp.-3

Los días habían pasado, y solo quedaban tres para que todo el equipo de su padre, emprendiera la marcha a Italia. Su emoción no podía ocultarse. Y durante todos aquellos días, poco había descansado. Cuando el sol se ocultaba en el horizonte, era cuando se dirigía a la ducha para quitarse la grasa de las manos y de la cara. Cenaba y en vez de salir a dar una vuelta con sus amigas, prefería sentarse en su ordenador y hacer funcionar un poco más su cerebro con la teórica mecánica.

Tan absorta estaba en la pantalla del ordenador, que no reparó en la llegada de su madre a casa de su padre.

-¡Cómo que aún no tienes las maletas hechas! –Regañó ésta, abriendo la puerta de su dormitorio sin llamar.

-¡Mamá que susto! –Se giró de sopetón hacia ella, con los ojos como platos.

-Responde –Puso los brazos en jarra-. En tres días os marcháis, y tú bien tranquila en el ordenador.

-Porque se prepara en un momento –Suspiró, yendo a darle un beso-. ¿Viniste sola?

-No –Miró a su alrededor-. Paul y tú hermano, están abajo con tu padre –Suspiró también-. Les doy cinco minutos más, y de seguro que van al taller.

-¡Coches! –Se escuchó el emocionado grito de Pierre por la ventana.

-Creo que menos –Rió Jaimie, ante la expresión de fastidio de su madre-. Realmente Paul tiene razón, mi hermano pequeño siente cierta emoción hacia los coches.

-No me cambies ahora de tema –Renegó su madre-. ¿Cuándo pensabas comenzar con las maletas?

-Mamá, quedan tres días y tampoco me voy ha llevar mucha ropa –Volteó los ojos, saliendo de la habitación y bajando a la planta baja para ir a la cocina y beber algo. Pero unas bolsas en el suelo del comedor le llamaron la atención-. ¿Y eso? –Señaló con el dedo.

-Es mío –Sonrió su madre-. Para ti… -Dijo riéndose al ver la mirada de horror de su hija-. Tranquila que no van a morderte.

-De eso no estoy muy segura –Se acercó a las bolsas para descubrir que contenían ropa-. ¡Mamá, no tenías que comprar nada!

-No quiero escuchar ni una protesta sobre ello –Se acercó a ella para sacar un vestido largo estampado de flores-. No voy a dejar que mi hija se paseé por Italia solo con tejanos y el mono de mecánico.

-En eso estoy de acuerdo con tu madre –Habló su padre, apareciendo en aquel momento con Paul y Pierre-. Una bella joven, debe mostrarse…

-Pero si no creo que apenas tenga tiempo –Protestó la chica.

-Cariño, allí también vamos a divertirnos un poco –Rió su padre-. No todo es trabajo. De acuerdo que al principio sí, pero luego todo estará encauzado.

-Tranquila –Le guiñó un ojo Paul-, no todo son faldas y vestidos. Yo eh escogido algunas bermudas a juego con sudaderas y tops.

-Me dais mucho miedo –Confesó agarrando las bolsas y subiendo a su dormitorio, seguida de Juliette y su hermano pequeño-. Venga, vamos hacer las maletas… Y suerte tienes que aún estaban sin hacer, porque esto lo llevabas claro de que deshiciera todo para meter esto –Dijo señalando las bolsas.

-No seas tan quejica –Le recriminó su madre, secando la maleta grande de encima del armario y dejándola encima de la cama-. Bien, comencemos con éste jaleo.

Media hora después, tenían montones de ropa organizada encima de la cama, para ir descartando a medida que iban guardando otra. Cuando vio como su madre se quedaba muda y mirando fijamente a un punto determinado. Frunciendo el ceño, también dirigió su mirada hacia allí para soltar un grito de horror, consiguiendo alertar a los dos hombres que estaban abajo y subieran veloces por las escaleras.

-¡Qué ocurre! –Preguntó su padre mirando alternativamente a las dos mujeres.

-¡Pierre, deja eso! –Gritó Paul fuerte, asustando a su hijo pequeño y que comenzara a gritar por la impresión llevada.- Perdona pequeño… -Se acercó a él y lo cogió en brazos para acunarlo, en el silencio tenso que reinaba en el pequeño dormitorio.

-Lo siento cariño –Se disculpó Juliette yendo a donde estaba anteriormente el pequeño, para inclinarse y coger el sobre dorado abierto y la hoja que iba en su interior-. Él es pequeño y no sabe nada de esto –Se acercó a ella con paso lento-. Solo vio un papel llamativo.

-Lo se mamá –Respondió sin mirar lo que sujetaba en sus manos-. Es un niño pequeño. La culpa la tengo yo, por dejarlo encima del escritorio. Puedes guardarlo en el primer cajón de la mesita de noche –Indicó sonriendo y volviendo a ocuparse de la ropa.

-Nosotros nos vamos a ver la televisión –Dijo Gerard-, Mientras acabáis aquí… Venga Pierre, creo que hay un canal donde no paran de dar dibujos.

-¡Dibujos! –Exclamó el pequeño, con el rostro manchado de lágrimas.

Eran las doce de la noche, cuando por fin podía quedarse en su dormitorio a solas. Y verdaderamente lo necesitaba. Desde que había visto como el sobre tras cinco años cerrado, era abierto por su hermano pequeño, que no paraba de notar una pequeña palpitación en el pecho.  Y desde entonces, había sido una velada un poco tensa. De seguro que ellos con ganas de correr y ver que decía en el interior aquella carta.

Y ahora estaba allí, tumbada en su cama intentando calmar el deseo palpitante que la estaba devorando por dentro. Solo tenía que alargar el brazo, abrir el cajón y todo aquel nerviosismo tocaría su fin. Oh empezaría, según quien estuviera allí grabado.

Durante aquellos cinco años, podía decirse que casi todas las noches antes de irse a dormir, sujetaba durante un rato el sobre sellado en sus manos. Habían sido tantas las veces, que no hacía falta sacar el sobre del cajón para saber que el pobre se hallaba descolorido por los bordes a causa de sus dedos.

Cinco años, un tiempo que su vida había dado muchas vueltas. Jamás hubiera pensado, que sus padres a causa de aquel sobre, se llevarían mejor separados que juntos. Por ello, que muchas veces la tentación era más fuerte. Pero su creencia siempre había resultado ganadora. No quería que le dijeran quien era su media naranja. Quería descubrirlo por sí misma. Llorar cuando le rompieran el corazón porque no funcionaba la relación, o porque habían conocido a otra persona. Pero no quería llorar, porque te ordenaran con quien deberías estar. ¿Era el cien por cien seguro aquello?

Por suerte suya, durante aquellos cinco años nadie se había acercado preguntando por ella. Suponía, que al utilizar el apellido de su padrastro la había salvado por el momento. Oh simplemente la persona que iba escrito allí, no había nacido o aún no había recibido su sobre. Sabía de personas que habían recibido la carta con unos años de diferencia. A veces el destino jugaba a su capricho.

Pero si el hombre que saliera en aquella carta, la había recibido a la misma vez que ella. ¿Qué habría pensado en todo aquel tiempo sin hallarla? Eso, si la había buscado… Porque bien podía estar esperando a que la vida los cruzara.

Todas las noches se había hecho muchas preguntas sobre ello. Y ahora a causa de un accidente, la barrera estaba abierta. Solo tenía que hacer un pequeño vistazo. Tal vez el nombre que figuraba allí, no le decía nada. Y podría seguir con su vida como hasta ahora, pero olvidándose de ello completamente. Pero aquello a lo mejor provocaba que cuando lo conociera al saber que era él, se sintiera falsamente enamorada hacía su primera impresión. ¡Y lo peor aún! Y si ya lo conocía… Solo que el chico en cuestión, aún no había hecho nada para llamar a la puerta de sus sentimientos.

-¡Dios! –Se tapó la cara con el cojín-. ¿Por qué tiene que ser el amor más difícil que un maldito motor? - ¿Y por qué tenía que dudar ahora a sus veinte y un años de sus principios ideales?  Era obvio que la tentación podía muchas veces con la razón de las personas.

De pronto, el sonido del teléfono fijo la sacó de la lucha de sus demonios interiores. Extrañándola por la hora que era. A lo mejor era alguien del equipo y su padre, podía hallarse ya dormido. De modo que se levantó para coger la llamada en el pasillo llegando tarde al escuchar por el auricular como su padre respondía. Iba a colgar, pero el sonido de la voz de su madre la detuvo de hacerlo. Sabía que aquello no estaba bien, pero algo dentro de sí le decía que era extraño que su madre llamara después de haber salido hacía un rato.

-¿Sabes si Jaimie está durmiendo? –Preguntó Juliette.

-Dormida no lo se, pero encerrada en su dormitorio sí –Respondió Gerard-. ¿Ocurre algo?

-Bueno, es respecto a lo ocurrido con la carta –Soltó con duda.

-No me ha dicho nada, ni la eh visto con un comportamiento fuera de lo acostumbrado –Explicó-. Supongo, que es como si siguiera cerrada. Sabes que nuestra hija es muy terca –Rió el hombre mayor.

-Pero es que yo vi el nombre –Afirmó su madre en tono nervioso. Consiguiendo que por unos instantes su padre no dijera nada y que ella tuviera que llevarse una mano a la boca, para que no escucharan su gemido-. ¿Gerard? –Lo llamó su madre.

-Dime… -Respondió soltando un profundo suspiro. Se notaba que el hombre estaba decidiendo si deseaba saberlo.

-¿Quieres saberlo? –Preguntó con cierta cautela.

-¿Me servirá de algo saberlo? –Frunció el ceño nervioso, al saber que estaban hablando a escondidas de su hija.

-Puede que sí… Conocer, lo conoces en cierta manera por así decirlo –Informó un poco acelerada.

¿Entonces era alguien que conocían todos? De repente, todos los hombres solteros y cercanos a su edad que rondaban por allí, comenzaron a pasar por su retina. Pero por alguna razón extraña, su mente los rechazaba a todos. Pero la cuestión, era si quería seguir allí de pie para escuchar lo que su madre iba a decir. ¿Se atrevería a quedarse? Aquello era un poco de cobardes, dado que la respuesta la tenía a mano en el cajón de su mesilla de noche…

-Estaba escrito que mi hija le gustaran tanto los coches, y que fuera buena en ello –Suspiró la mujer-. Y sí, tiene que ir a Italia contigo. Él se encontrará allí.

¡Qué! Volvió a taparse la boca completamente sorprendida. ¿Ya iba a resolverse todo porque el destino así lo quería? ¿Quién decidía que ella estaba preparada? De acuerdo, uno no necesitaba prepararse para el amor. ¿Pero como sabía que él se enamoraría de ella, y no por su nombre al salir en la carta dorada? Y aquello significaba, que el haber cambiado sus apellidos, no había servido de nada pues todo iba a suceder en Italia.

-¿Es un italiano? –Preguntó su padre sorprendido-. Lo va ha conocer en su estancia allí… Nunca pensé que fuera  a ser así.

-Gerard –Por su tono de voz, pudo adivinar que las sorpresas aún no habían acabado-. No es un ciudadano italiano corriente, que vaya a conocer en un café… Será en el circuito.

-¿En el circuito? –Repitió-. ¿Me estas diciendo, que es un mecánico?

- Santino Vizenzo –Soltó de sopetón Juliette, con cierta excitación en la voz-. Que suerte, lo verás todo en primera fila.

-Mi pequeña con el pilote de… -No pudo escuchar lo siguiente, pues colgó con mucho cuidado y volvió a la tranquilidad de su dormitorio.

Allí, anduvo medio zombi hasta la mesita de noche. En donde abrió el primer cajón y extrajo su destino dorado. Aquel era el nombre que muchos utilizaban para referirse a las cartas. Por unos minutos, solo la sostuvo en sus manos sin buscar la verdad. Pero cuando lo hizo, lo vio allí… Su madre había dicho la verdad.

Fueron muchas las ocasiones que sintió, pero la que más la sorpresa… Algo de cierto tenían aquellas cartas. Siempre había tenido en secreto, que por aquel piloto sentía unas pulsaciones un poco diferentes a las que sentía con todo el mundo. Aquello siempre había sido un punto más que simple admiración. Era un hombre atractivo, pero le daba mucha vergüenza hablar de ello con nadie. No quería que pensaran que era como una quinceañera enamorada por un famoso. Bueno, a decir verdad cada vez que lo veía correr su corazón iba a mil por hora de preocupación… Y siempre se sentía atraída a leer todas las noticias que resaltaban su nombre. Pero no sabía, que lo que sentía era amor. En verdad, nunca había conocido aquel sentimiento para poderlo saber. ¿Oh acaso sus sentimientos iban a volverse aún más fuertes?

¿Cómo le decía el destino, que un hombre como aquel que lo podía tener todo, se iba a enamorar de una jovencita como ella? ¿Iba a ser amor a primera vista? ¡Hay dios mío! Y su padre lo sabía, eh iba a estar allí… Y ella iba a estar con él desde el primer día de su llegada a Italia… Aquello era demasiado, para poder asumirlo tan de golpe. ¡Por eso odiaba aquellas cartas! Ahora, nada iba a transcurrir de forma natural… ¿Qué iba ha ocurrir cuando la presentaran como un miembro más del equipo de mecánicos? ¿Se le iba acercar y le iba a decir, que ella ya no volvería a Francia porque estaban destinados a estar juntos?

Pues lo sentía mucho por el camino que le había trazado el destino, pero ella no pensaba realizarlo aún. No estaba preparada para tales acontecimientos en su vida. Y por suerte suya, tenía una excusa perfecta… Su tío Henri.

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