La
vida apesta.
Mi
vida apesta.
En
serio, literalmente apesta…
Mientras había
corrido a la entrevista, poco habían importado los tacones ultra delgados de 10
centímetros, la falda recta y ajustada que le cortaba el paso y el mar de gente
que se extendía ante ella. No había sentido nada, ni siquiera ese dolor sordo
del dedo chiquito izquierdo del pie cada vez que se ponía esos zapatos
infernales. Y hablar de la picazón que la había desvelado la noche anterior,
menos.
Pero ahora, sentada
frente a su entrevistador con alarma notó un leve olor a ajo proveniente de
ella. ¿Qué rayos? Siseó olfateándose lo más discretamente posible. Con horror
descubrió que también olía al ungüento de su abuelita, el que era para las
ronchas y ella tenía y muchas. El recordarlo hizo que la picazón volviera y
gimió audiblemente al sentir esas terribles y conocidas ganas de rascarse. El hombre
calvo de las gafas enormes que inspeccionaba con actitud sumamente crítica su
historial laboral elevó la vista hacia ella y alzó arrogantemente una ceja.
-
¿Pasa algo Señorita Lake?
-
No, por supuesto que no. – Dijo de
inmediato y cruzó las manos sobre su regazo en un intento de no sucumbir para aplacar
la continua picazón. Otro ramalazo de ese olor de ajo mezclado con ungüento llegó
a su nariz y mentalmente trató de recordar la conversación con Nat.
Ella había dicho que
el ajo era bueno para las ronchas ¿no? ¿Era el ajo o la cascarilla? El teléfono
se le había caído cuando ella le daba la receta precisamente por tratar de
alcanzar un punto lejano en su espalda. Así que al colgar y ansiosa por acabar
con la maldita picazón había triturado ajo y se lo había echado por todos
lados. Al ver que no se le calmaba, había añadido lo de su abuela y al
despertarse ese día, tarde por cierto y mal dormida, se había duchado rápido,
lo que por lo visto no había servido para paliar ese desagradable olor.
Las piernas le
hormiguearon exigiendo ser atendidas o en pocas palabras exigiendo ser
rascadas, había disimulado el estado de las mismas con unas medias negras. Con disimulo
pasó unas de sus manos sobre las piernas como si les quitara una pelusilla
invisible. El breve alivio fue peor. Empezó a buscar la manera de estar sentada
de modo que al menos una de sus piernas quedara más cerca de su mano y así
poder…
-
¿Le es incomoda la silla Señorita
Lake?
Ya empezaba a odiar
ser llamada Señorita Lake, se pintó una sonrisa en el rostro y se sentó
derecha.
-
Estoy bien, gracias.
-
A juzgar por cómo se retorcía hace un
momento parece que no.
-
Le aseguro que no es nada. – Sólo una picazón de los mil infiernos que me
gané por ayudar a un amigo a proponerle matrimonio a su novia, mientras ellos
contemplaban el atardecer en la playa y ella lloraba emocionada al recibir el
anillo, yo era picada por miles de moscos enfadados, al menos para ellos yo
resulté más irresistible y atrayente que ese par de enamorados. Quizás el amor
es demasiado dulce y los mosquitos prefieren lo agridulce. O lo agrio, porque
esa noche me sentía agria de humor, de carácter de todo diantre…
-
Acérquese un poco más por favor,
empezaremos con las preguntas.
-
Desde aquí creo que podría oírme
perfectamente… - No quiero que me huela.
-
Acérquese. – Dijo tajante y a ella no
le quedó más remedio que hacerlo.
-
Aquí dice que solo tiene unos pocos
años de experiencia en el rubro.
-
Cinco, así es.
-
Este puesto requiere mucha experiencia
Señorita Lake. Agradezca el que la hayamos recibido.
Ella se retorció,
pero por supuesto no por el comentario o quizás sí un poco.
-
Le aseguro que nunca hubo queja de mi
trabajo. Siempre traduje con fidelidad y gracias a ello todas las transacciones
en las que estuve implicada se realizaron eficientemente y sin problemas. – Se llevó
una mano a la cabeza y con rapidez pasó sus dedos por el cuello arrastrando sus
uñas sobre algunas ronchas.
-
Lo sé. Por eso permitieron que hiciera
la entrevista pese a tener tan poco tiempo en el área.
-
Sí, eso ya me lo había dicho. –Soltó sin
más, su humor se ennegrecía por momentos, recordando la deuda de su tarjeta de crédito,
el pago del alquiler, el hecho de que solo hubiera una banana en el
refrigerador y que tenía cortado el teléfono y el internet, la obligó a
rectificar su tono y tratar de componer lo dicho. – Y le agradezco
infinitamente que me haya recibido. – Culminó con sonrisa de comercial de dentífrico.
-
La empresa para la que trabajaba es
muy conocida y de gran reputación.
-
Sí, así es.
-
¿Por qué ya no trabaja para ellos?
-
Bueno, la verdad es que… - Ni loca diría la verdad- mudaron la
matriz a Moscú.
Y ella encantada de
la vida se hubiera ido, pero cuando había pasado un mes congelándose el trasero
y el resto del cuerpo y aguantado a un nada congelado Jefe, que más bien ardía
por ella y que había amenazado con añadirla a su casi harén de empleadas
dispuestas a complacerlo, había hecho maletas y vuelto a casa.
-
Y no me diga que Moscú no fue de su
agrado… - Le espetó el viejo calvo con desdén y reprobación en la mirada.
-
Moscú sí fue de mi agrado, pero tenía
que volver a América señor. – Y se inclinó hacia delante aprovechando a frotar
su trasero sobre la silla.
-
Tendrá que decirme por qué, por
supuesto… no nos gustaría que nuestros empleados o futuros empleados
manifiesten tan poco compromiso por sus labores.
-
Son asuntos personales. – Contestó
controlando la molestia en su voz y pidiendo que algún meteoro llegara y
acabara con ella… No, mejor con él abuelo calvo.
-
Tendrá que decirlos. – Dijo sin afán
alguno de retroceder.
-
Tengo derecho a mi privacidad por
supuesto… - Dijo pasándose la mano nuevamente por el cuello y esta vez
rascando.
-
No aquí y no ahora.- Insistió el
viejete.
-
¿Cómo dice? – Levantó el rostro y
cruzó y descruzó las piernas frotando un poco entre ellas y asombrada un poco
de la insistencia del viejo pero sobre todo de que ella no hubiera aun saltado
por encima del escritorio para retorcerle el cuello.
-
Si quiere proseguir con esto tendrá
que decirme por qué usted…
-
¿Está hablando en serio? – Preguntó rascando
un brazo.
-
Totalmente.
-
¡Increíble! – Exclamó y ya sin pudor
rascando con fuerza un brazo.
-
¿Tiene sarna o algo así? – Dijo harto
el hombre y esa fue la gota que colmó el vaso.
-
¡Tengo una maldita alergia contra los imbéciles!
¿quiere saber por qué volví? ¡Pues bien! Me encantaba Rusia ¡amaba Moscú! Pero el
tipo que era mi Jefe quería tenerme para calentarle la cama y nadie quiso
ayudarme, así que renuncié. Hablo cinco idiomas, ¡cinco malditos idiomas! He sido
eficiente, leal y responsable. De mí dependieron acuerdos de millones de dólares
y ninguno falló. – Vio que el tipo empezó a elevar la nariz como un ciervo
olfateando el aire. – ¡Y sí, huelo a ajo! También eso… Y no, no pienso decirle
por qué. – Tomó su bolso y salió del lugar.
Hubiera bajado por
las escaleras, pero era el piso 13, si fuera supersticiosa pensaría que era su
día de mala suerte.
Fue hacia el ascensor
y al ver que se llenaba lo dejó pasar, un espacio pequeño, reducido y atestado
propagaría su peste personal.
Se acercó y pulsó el
botón al ver que no había nadie más esperando, con un poco de gracia del cielo,
estaría en camino a casa en pocos minutos. Con alivio vio llegar el ascensor y
nadie más a la vista, entró y las puertas empezaron a cerrarse, emitió un grito
al ver una fuerte mano detener las puertas. A esa mano le siguió un brazo, uno
que se tensaba sobre la tela del traje y ella siguió su recorrido visual,
hombros anchos… bien. Cuello bonito. Cara… abrió mucho los ojos y luego los
cerró con fuerza.
Día maldito.
Todo parecía sacado
de una fantasía hormonal.
Mujer bajando por el
ascensor, encontrándose con Adonis. Los dos solos.
El guapo, guapísimo.
Ella medianamente atractiva,
pero con muchas posibilidades… si fuera un día cualquiera menos ese.
La picazón volvió.
El olor se incrementó
como si eso fuera posible.
Día de porquería.
Día maldito.
Día apestoso.
-
Hola. – Dijo él con sonrisa digna de
los ángeles, no, de habitante del Olimpo.
Ella no contestó, el miedo a ser “olfateada” le atenazaba la garganta y
todo musculo habido y por haber. - ¿Va al lobby? – Preguntó cortés. Ella solo
asintió con la cabeza. Las puertas se cerraron junto con cualquier posibilidad de
no ser descubierta. De pronto lo supo, supo el momento exacto en que él lo
sintió, se quiso morir, ahora sabía con todas las fibras de su ser lo que
implicaba querer ser tragada por la tierra o por el ascensor. El volteó a verla
y con una sonrisa nada angelical pero si muy divertida le dijo- Huele a ajo.
Sip. Día apestoso.
AY SISSSSSSSSSSSSSSS!! TE ADORO TE ADORO MUCHO y adoro a la Srta. Lake...jajajaja...GRACIAS POR ESTA SORPRESA, me has hecho reír y también sonreír ( tú sabrás) y ha sido maravillosos...y quiero más !!
ResponderEliminarJijijiji mañana termino sis, es la unica manera para cumplir
EliminarJajaja que historia tan divertida. Gracias Jey, estaré esperando la continuación. En verdad hay días así y lo único malo es que no terminen en un encuentro con un hombre así (al menos valdría la pena el terrible día jaja). Besos!!
ResponderEliminarJajajaja jajajaja
ResponderEliminarQuiero mas, yo quiero más!!!!
Me ha encantado.pero desde cuando el ajo es para eso? Jijiji
Mala su amiga nata.porque aun incrementa mas!!!
Y si, aun despierta.no se duerme el enano grrr
Hola niñas, debo confesar que estoy llena de ronchas y si es gracias a haber ayudado a una propuesta matrimonial, me comieron los moscos... usé lo malo para esto, tenía que sacarlo jajaja... y lo del ajo esta comprobado... XDDD
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